LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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DOCUMENTAL: Expediente Chapecó (HBO MAX)

Por: Mónica Heinrich V.

La cosa es turbia, oscura y hedionda como agua de letrina. No hay palabras para describir la desazón y la indignación que quedan después de ver Expediente Chapecó, una producción original de Discovery que se encuentra en la plataforma de HBO Max.

La miniserie de cuatro episodios busca encontrar la verdad sobre lo ocurrido con el avión de LaMia y su caída antes de llegar a Medellín. A bordo estaban 77 pasajeros: los integrantes del equipo de fútbol Chapecoense, su cuerpo técnico, periodistas e invitados. Solo seis personas sobrevivieron y hasta la fecha no existe nadie preso, ni la indemnización correspondiente.

La serie tiene el respaldo de testimonios importantísimos como el de Marco Rocha (testaferro en Bolivia) y Ricardo Albacete (dueño de LaMia), dos de los principales acusados/responsables de la tragedia, Erwin Tumiri (el técnico de aviación boliviano que sobrevivió) dos de los futbolistas sobrevivientes, viudas de jugadores fallecidos, Romario como senador de Brasil, Mascherano contando su experiencia con la aerolínea, periodistas, bomberos y muchos otros que ayudan a dar un panorama general de la cadena de responsabilidades.

El diccionario dice que accidente significa: suceso imprevisto que altera la marcha normal o prevista de las cosas, especialmente el que causa daños a una persona o cosa. En el caso de lo ocurrido con el avión de LaMia estamos hablando de un crimen. No puede ni debe ser catalogado de otra manera.

La serie comparte momentos emotivos y datos terribles. En el episodio uno nos muestra el lado humano de la tragedia, nos hace conocer a esos chicos de entre 21 a 32 años que habían gestado la hazaña de llegar por primera vez a la final de la Copa Sudamericana de fútbol.

Vemos a los futbolistas, pero también a los padres, esposos, hijos, hermanos que eran. La felicidad por estar alcanzando un sueño los movía a tal punto que no se cuestionaron cuando la primera vez que viajaron con LaMia tuvieron un montón de percances. Las “anomalías” fueron inmortalizadas en clips filmados por los mismos jugadores cuando no pudieron abordar el avión en Brasil y tuvieron que volar hasta Corumbá y de ahí por tierra llegar a Puerto Suárez.  LaMia no había conseguido permiso para volar desde Brasil y, a último momento, un viaje que debía durar máximo 5 horas terminó después de 12 horas. Para los pasajeros fue solo anécdota, aventura, lo que importaba era que ganaron su partido y llegaron a la final. El precio del chárter hizo que la dirigencia hiciera la vista gorda y volviera a contratar a LaMia. La aerolínea cobraba ida y vuelta lo que cualquier otro vuelo chárter cobraría solo ida.

El segundo vuelo que el Chapecoense contrató, que sería fatídico, tampoco pudo partir de Sao Paulo, el grupo tuvo que tomar un vuelo comercial hasta Santa Cruz de la Sierra y, con retrasos, partieron hacia Medellín donde se jugaría la final. El retraso hizo que no pudieran recargar combustible en Cobija (habitual punto de recarga) porque el aeropuerto solo funcionaba de día y llegaron de noche. La tacañería hizo que no recargaran combustible en Bogotá, porque en Bolivia el combustible es subvencionado y en esas decisiones incomprensibles el piloto apostó por jugársela tratando de llegar a Medellín sin hacer recarga en Bogotá. Posterior al accidente se encontraron cinco hojas de vuelo en las que quedaba en evidencia que LaMia siempre viajaba con combustible justo para el trayecto. La selección argentina, con Messi incluido, había viajado semanas antes con apenas 18 minutos extras de combustible cuando la norma estipula que debe existir excedente de combustible para unos 35 a 45 minutos de autonomía de vuelo.

Pero no fue solo la decisión del piloto Micky Quiroga de no recargar combustible, hay autoridades en el aeropuerto Viru Viru de Santa Cruz que permitieron que el avión saliera en esas condiciones. Cuando se escarba un poquito, resulta que todo es más triste aún de lo que parece. LaMia había intentado sacar la certificación que le permitiría operar en otros países sin éxito. Ricardo Albacete, el dueño y fundador, gracias a nexos con ex militares de la Fuerza Aérea Boliviana y con, obvio, algunos políticos, consigue sacar esa certificación en Bolivia. Pone de testaferros a Marco Rocha y a Micky Quiroga, y él y sus hijas operan por detrás una aerolínea que siempre tenía problemas de fondos. La viuda del paraguayo Gustavo Encinas (tripulante de vuelo) relata que el cabildeo llegaba hasta la CONMEBOL. La CONMEBOL fue quien empezó a recomendar a LaMia a los equipos de fútbol.

Expediente Chapecó es eso: un expediente que rompe el corazón. Abre con las víctimas, quiénes eran, las sonrisas que se perdieron, las ausencias que se extrañan; continúa con el accidente, cómo sucede, hay imágenes de Erwin Tumiri sentado bajo la lluvia, en shock gritando los nombres de sus compañeros mientras es atendido por bomberos o diciendo como en trance “debimos recargar combustible, debimos recargar combustible”; habla de los responsables, del cochino cabildeo, de todas las infracciones y negligencias que se pasaron por alto; nos cuenta que la dejadez e irresponsabilidad de LaMia llegó a tanto que ni siquiera tenían su póliza vigente y pagada; y concluye en cómo las aseguradoras trataron de lavarse las manos con la indemnización, cómo nadie se hizo responsable y todos se fueron pasando la pelotita de los muertos.

La serie fue filmada en Brasil, Argentina, Colombia, Bolivia, Paraguay, Estados Unidos y España, lo único para objetar es que pudieron ser más incisivos con las preguntas a Marco Rocha y a Ricardo Albacete, aunque lo que consiguen extraer es suficiente para no darles absolución.

Una pena que el caso no haya tenido el cierre a nivel de justicia que pedían a gritos los familiares, amigos, conocidos, y cualquier persona que haya visto ese funeral colectivo en el estadio con los ataúdes de los futbolistas que perdieron la vida y la gente dándoles su último adiós bajo la lluvia.

Los vivos, los que sobrevivieron, han tenido que seguir viviendo con ese dolor. 

Lo mejor: testimonio y denuncia Lo peor: las vidas perdidas, el crimen que nunca obtuvo castigo Lo más falsete: la excusas de los responsables El mensaje manifiesto: las normas se hicieron para cumplirlas El mensaje latente: nunca falta un hijo de puta que se las pasa por el forro El personaje entrañable: los que se fueron, los que quedaron El personaje emputante: los criminales que permitieron que sucediera El agradecimiento: por el homenaje a las víctimas.

CINE INGLÉS: The Banshees of Inisherin

Por: Mónica Heinrich V.

Tengo una debilidad por Martin McDonagh. Sí, por vos, Martin. Por vos que decís que siempre has tenido voces en tu cabeza o que dijiste: ¿Cómo no vamos a estar furiosos con el mundo?

Cinco años después de la premiada Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (reseñada ACÁ) Martin regresa con The Banshees of Inisherin (Los espíritus de Inisherin).

Y es una película muy Martin. Y una película que desatará voces en tu cabeza. Y una película muy furiosa con el mundo.

En una remota y ficcional isla llamada Inisherin, Pádraic (Colin Farrell) irá como todos los días a tocarle la puerta a Colm (Brendan Gleeson), su mejor amigo. Pero: oh, sorpresa, Colm no atiende y cuando Pádraic va al bar y se topa con Colm, el que fuera su mejor amigo muy suelto de cuerpo le dice que ya no quiere más esa amistad porque lo encuentra muy aburrido, que quiere dedicar el poco tiempo que le queda a actividades más edificantes que charlar huevadas con él y que deje de buscarlo. Vaya a echarse. Así de sencillo.

El estupor se apodera de Pádraic y del espectador. ¿Puede ser posible que una decisión de esa naturaleza se tome tan arbitraria e insensiblemente? Para Colm es posible. Pádraic no se resigna a perder esa amistad, porque además no entiende los motivos, ser “aburrido” no le parece un argumento, así que intenta retomar la relación con Colm. Sin embargo, Colm está decidido y lo que ya era extraño (no quiero ser tu amigo porque me aburrís) se vuelve perturbador cuando Colm le dice a Pádraic que cada vez que lo busque o intente retomar el contacto se cortará uno de los dedos de la mano que usa para tocar su amado violín.

Voy a ver si este cojudo se corta los dedos

A ese punto la película de Martin nos tiene secuestrados. Y sabés que lloverán dedos a granel. Habrá quienes simpaticen con Pádraic, este hombre sencillo, de gustos simples, que está devastado por el golpe que significa perder la amistad de Colm. Habrá quienes encuentren razonable que Colm haga con su tiempo lo que mejor le parezca y corte los lazos que desee cortar en busca de la anhelada trascendencia. Habrá quienes quieran escribirle furiosas cartas a Martin por someter a semejante tortura moral al espectador. Habrá quienes se dejarán llevar como las olas que golpean esa Inisherin que existe y que no existe.

A Pádraic y Colm los rodean Siobhán (Kerry Condon) la hermana de Pádraic, una mujer que desea huir de ese pueblo chico infierno grande y que, a su manera, también percibe una vida mejor lejos de Pádraic. Parece que todo es mejor lejos de Pádraic. Conoceremos a Dominique (Barry Keoghan) un chico alcohólico, abusado por su padre y cuya existencia se encuentra al borde del abismo. Y claro, sentiremos nuestro corazón derretirse cada vez que aparezca la dulce y maravillosa Jenny, una burra a la que Pádraic (y nosotros) le tiene mucho apego. 

Martin usa una vez más el humor negro que ya le conocemos y disfrutamos en In Bruges (2008, reseñada ACÁ), en Siete Piscópatas (2012) y en Three Billboards outside Ebbing, Missouri (2017). Ese humor en el que se disfraza lo terrible que está contando. El guion escrito por él mismo tiene un in-crescendo en el que esta cosa negra que tiñe las escenas iniciales termina manchando de oscuridad todo.

Hay también un comentario social: el escenario, los personajes la isla Inisherin parecen sacados del folclore irlandés. Y no es casualidad que ese aire a folclore irlandés más romántico y suave sea elegido para este relato. Es el contrapunto de Martin a sus raíces. De hecho, el título banshee que ha sido traducido literalmente como espíritu tiene otra connotación más profunda. Las banshees forman parte del folclore irlandés desde el siglo VIII. Son espíritus femeninos que se aparecen para anunciar con sus llantos o gritos la muerte de un pariente cercano. Son consideradas mensajeras del otro mundo. La figura evoca dolor, soledad, tragedia.

Y en rigor a la verdad The Banshees of Inisherin nos cuenta una amarga tragedia. La mirada de Martin es pesimista. El ser humano está condenado a peleas fratricidas. A conflictos nacidos de argumentos banales o absurdos. Sos aburrido, no me gusta tu ideología política o a quién seguís o cómo te vestís o con quién cogés. Martin sabe que esos conflictos escalan y rompen amistades, familias, sociedades. El director apunta a la Guerra Civil Irlandesa que finalizó en 1923, y es el año que elige de contexto para su película. Esa guerra trajo miles de muertos para nacionalistas y unionistas, dejó heridas que continuarían abiertas hasta la fecha y que tienen sus réplicas en distintos países.

Lo que se rompió ya no se vuelve a pegar

Entre sus puntos flojos quizás The Banshees of Inisherin se puede tornar un poco repetitiva, además requiere de cierto compromiso del espectador para creer lo que sucede entre Pádraic y Colm. Hay espectadores que se toman la película en una onda neo-realista y no consiguen entrar a la premisa de arrojar dedos a la puerta de un ex amigo. En mi caso, estaba con Martin en lo bueno y en lo malo, en los dedos cortados y sin cortar.

Mientras la película más avanza nos arrastra a un verdadero penar de una banshee tradicional. El final un tanto anti-climático con el comentario social más masticado dejará a más de uno pensando si no está pegado con saliva. No hay un punto intermedio, solo miseria y la certeza de que cualquier ser humano puede convertirse en un hijo de puta. Pero hay tanto para disfrutar en cuanto a narrativa y trabajo actoral que podés mirar discretamente hacia otro costado.

La dupla conformada por Brendan Gleeson y Colin Farell es fantástica. Ya sabíamos gracias a In Bruges (2008) que existe una química entre ambos actores que la pantalla ama y que nosotros amamos. Cualquier premio que reciban será más que merecido. Martin sabe lo que hace y hace lo que sabe repitiendo la alquimia de juntarlos y solicitándole a Carter Burwell, su habitual compositor, que la música del filme no tenga nada que ver con las melodías irlandesas. Esas sabias decisiones de dirección elevan un poquito más a The Banshees of Inisherin.

El director de fotografía Ben Davis (también habitual colaborador de Martin), cuyo currículum está lleno de películas de súper héroes, se luce retratando los acantilados irlandeses, la tranquila existencia de Pádraic en su pequeño mundo ordenado, el solaz de una vida en inicio tranquila, la gloriosa Jenny pastando por las colinas. La necesidad de Colm de trascender, el tiempo escapándose impune porque así se nos escapará a todos. Se luce, también, en la debacle que viene para ambos personajes, en la sinrazón, en la pérdida, en no poder soportar las cosas insoportables, en el silencio y, sobre todo, en esa escena en que ambos amigos ya examigos se dicen lo que se dicen, porque en ese preciso momento  la cámara y nosotros somos testigos de la desintegración de la alegría. Y cómo duele.

Lo mejor: Una película muy Martin con dos actores portentosos y una divina Jenny Lo peor: es una película triste y pesimista, y lo que le pasa a nuestra Jenny Lo más falsete: quizás el abandono tan campante de la hermana en medio de la situación tan difícil que pasaba Pádraic El mensaje manifiesto: las relaciones no hay que darlas por sentada, se pueden romper por huevadas El mensaje latente: cuando las cosas se salen de las manos no es el final sino el comienzo de algo más denso El personaje entrañable: MI Jenny El personaje emputante: la necedad gobernando decisiones El agradecimiento: por Martin, siempre por Martin…y sí, Jenny.

CINE: Speak no Evil, Barbarian, Smile, The black Phone

Por: Mónica Heinrich V.

Están pasando tantas cosas que no dan ni ganas de escribir, pero adivinen qué es lo único que siempre estará para nosotros en las buenas y en las malas, ajá: El Cine. Así que tenía dos opciones para escapar y evadir la insoportable levedad del ser, del país y de la vida: 1) Sumergirme en las profundidades cósmicas de una caipiriña o 2) ver películas. Elegí lo segundo. Siempre elijo lo segundo. Me habían llegado una serie de recomendaciones, algunas de cuestionable procedencia, pero elegí creer. No siempre elijo creer.

SPEAK NO EVIL

Hace ya tiempito (chequeo: octubre) alguien me escribió un inbox diciéndome (hago copy and paste): hola, el otro día ví Speak no evil, una película danesa, pucha, me dejó incómodo, espero te dés tiempo para verla. Y yo respondí intensa (hago copy and paste): Ohhhh quiero sentirme incómoda!! Justo estaba pensando en verla, gracias x la recomendación.

Y así, sin caipiriñas, una mañana de paro cívico (¡!) la vi.

El cine danés y yo nos llevamos bien. Suelo disfrutar sus tiempos, su fotografía, sus tramas… sé que no voy a ver alguna cagada porque las posibilidades de que una película del pongaelnombredesucineastabolivianomenosapreciado danés llegue a ser accesible son muy pocas. No había leído nada sobre Speak No Evil (su título original es Gæsterne que significa Los Invitados) así que la historia se fue desarrollando frente a mis azorados e INCÓMODOS (tenías razón amable lector que recomienda películas) ojitos.

Bjorn (Morten Burian) y Louise (Sidsel Siem) son una pareja ñoña danesa que está de vacaciones en la Toscana italiana con Agnes (Liva Forsberg), su hija pequeña. La pareja traba amistad con Patrick (Fedja Van Huet) y Karin (Karina Smulders) una pareja holandesa rarita, que a su vez tiene un hijo, Abel (Marius Dalmlev), más o menos de la misma edad que Agnes.

Mientras observaba el roce social, me fatigaba la facilidad y familiaridad con la que esa amistad evolucionaba. A los ñoños claramente les faltaba calle y a los raris claramente les sobraba mala vibra encubierta. Los ñoños vuelven a Dinamarca y los raris vuelven a Holanda, desde donde invitan a los ñoños a pasar unos días en su casa de campo. ¡No me jodan! Todos hemos viajado y encontrado alguna vez algún personaje en el hotel, paseo o lugar turístico con quien nos hemos llevado bien (aún nos acordamos de vos, Mariano), pero no me cabe en la cabeza cómo estando en el santuario de tu hogar, volviendo de a fuerzas relacionarte con gente que de no ser un hotel no tendrías ninguna posibilidad de topártelos en la vida, decidís aceptar esa invitación. Los ñoños lo hacen en parte porque son ñoños, obvio, y en parte porque Bjorn ve con cierta admiración la personalidad extrovertida y, digamos, “extravagante” de Patrick. Hay algo que lo seduce/atrae de él.

Ni bien aceptan, yo le gritaba con rabia a la pantalla: ¡BUENA SUERTE, BOBOS. VAYAN PA ASHÁ!

Si bien al inicio de la película había indicios o lo que en la virtualidad se denomina red flags (banderas rojas), no es hasta que los ñoños llegan a la casa de los raris que todo se despatarra. Y empieza lo incómodo y continúa lo traumático.

La película es dirigida por el cineasta danés Christian Tafdrup y coguionizada por el mismo Christian y su hermano Mads. Los Tafdrup hacen un manejo casi magistral del horror a través de pequeños detalles. No les voy a mentir, porque ya nos han mentido mucho: se les ocurren escenas bastante estresantes como la del baile de los niños.

Sin embargo, ya en su tramo final (porque un buen final disimula un mal comienzo y no al revés) el ñoño de Bjorn y la ñoña de Louise me perdieron. Capaz porque mi vena combativa anti-ñoña boliviana no puede asistir impávida a SPOILER que un desgraciado le corte la lengua a mi hipotética hija en mi presencia sin que yo reaccione con hipotética violencia y decida llevarme, aunque sea una parte del osado o la osada agresor(a) a mi hipotética tumba. Esa tensión, esa cosa malévola, muy de “la gente es demasiado inmunda en el fondo” se diluye con esas secuencias finales más estoicas/poéticas al pedo. Una parte mía, la racional, adulta contemporánea, diría: Ah, sí, puede pasar. No todos van a reaccionar como hipotéticas madres bolivianas de hipotéticos hijos bolivianos con hipotética violencia, pero…PERO: tanta pasividad y el tono onírico/poético, el apedreamiento, y lo que ocurre al final no me convencieron. FIN DEL SPOILER De todas formas, Speak no Evil es una experiencia que sacude, incomoda, jode y que te abduce de cualquier otra pueril preocupación, ya que lo único que te importará en la vida será que los ñoños regresen sanos y salvos a la gran Dinamarca.

Lo mejor: Sus momentos de tensión Lo peor: el final, muy pasado de rosca en cuanto al tono inicial el filme Lo más falsete: la pasividad de los ñoños El mensaje manifiesto: la confianza es un regalo El mensaje latente: la confianza es un regalo que no se le puede dar a cualquiera El personaje entrañable: los niños deslenguados El personaje emputante: los adultos ñoños El agradecimiento: por eso que te hace sentir.

BARBARIAN

Una vez descubrí un huequito dudoso con algo que parecía ser una cámara dudosa (todo muy dudoso) en una casa del AIRBNB donde me estaba alojando y ahí se me desbloqueó la certeza de que el AIRBNB puede ser más barato, pero no deja de ser inseguro ante la ausencia de controles reales.

Barbarian agarra ese miedito y lo convierte en película de terror. Me la recomendó el algoritmo. Facebook hizo que apareciera esta nota: Una película de terror demencial, perversa e inteligente: cómo es “Barbarian” en Star+. Y yo quería lo demencial, y añoraba lo perverso, y necesitaba lo inteligente (desesperadamente) y encima tenía Star+, fue como si los astros se alinearan y conspiraran a mi favor. No necesité ni entrar al link. Una tarde de paro cívico (¡!) la vi.

Tess (Georgina Campbell) llega a Detroit para una entrevista de trabajo. Llega de noche y a una zona un poco alejada donde ha reservado una casa a través de AIRBNB. En un inicio, y bajo tupida lluvia, brega por entrar y no puede. Llama al anfitrión (quien le alquila la casa) y no le contesta. Esos minutos iniciales de tensión continúan incluso cuando Keith (Bill Skarsgard) abre la puerta y resulta que él es otro huésped y que la casa ha sido alquilada dos veces al mismo tiempo. Evidentemente, todas mis alarmas femeninas saltaron como conejo Duracell ante la presencia de Keith. La idea de pernoctar ahí, con un completo desconocido, teniendo un auto a disposición se me hacía absurda.

La película dirigida y guionizada por Zach Cregger, a quien tuve el infortunio de conocer gracias a Miss March (2009), se sostiene con mucho aplomo y gratas sorpresas en su primer acto y un poco del segundo. Tiene un punto de giro algo anunciado que consigue ir un poco más allá de lo que la premisa inicial prometía y mantenernos en vilo en esos turbulentos momentos. Ahí hace su entrada triunfal AJ (Justin Long, actor al que le guardo cariño porque sí y punto, aunque algo tienen que ver Jeepers Creepers y Britney Spears). Bueno, cuando llega AJ (el dueño de la casa) la película pierde el norte, el sur, el este y el oeste. Las tonterías se derraman como mangas en temporada. Incluso llegamos a ese triste punto cinéfilo en que no nos importa si lo logran (la supervivencia) sino que salgan los créditos y poder pasar a la siguiente película.

Justin, te hemos extrañado todos estos años…

Y ojo: No tengo problemas con la bicha, porque la bicha me pareció un buen elemento. El tema es que la bicha fue desaprovechada porque siendo la bicha: LA BICHA, uno esperaría que la bicha haga lo suyo como buena bicha porque si ya te diste el trabajo de introducir a la bicha, usá bien a la bicha. Digo yo.

Para rematar, había un tufillo discursivo feministaprogrecoyunturaloportunista que se me hace pesado cuando está pegado con moco. Ahí donde algun@s ven las consecuencias del abuso masculino, sororidad (la bicha, bebé), perspectiva de género, masculinidad tóxica y trauma compartido, solo veo utilitarismo de lo femenino y efectismo para hacer terror desde los estereotipos de siempre. Si querés colgarte del #metoo o del reverso del sueño americano en el que se convirtió Detroit, hacelo bien. Digo yo.

Lo mejor: volverte a ver Justin Lo peor: la película se va despatarrando mientras avanza Lo más falsete: los flashbacks y el tufillo de comentario social feminista La escena: La de la teta. AMIG@S, NO! El mensaje manifiesto: lo barato sale caro El mensaje latente: mejor HOTEL El personaje entrañable: vos, Justin, vos El personaje emputante: el viejo e´mierda El agradecimiento: por su entretenida primera parte.

SMILE

Esta me la recomendó una amiga a la que le recomendé Speak No Evil. Yo hablando huevadas de los ñoños daneses y ella: Mirate Smile y después hablamos. Y sí, me miré Smile y después hablamos. Una noche de paro cívico (¡!) la vi.

Smile es truculenta sobre todo en sus minutos iniciales. Rose (Sosie Bacon) es una terapeuta de un centro psiquiátrico. Después de un largo día de trabajo recibe a una chica que es ingresada de emergencia. La chica vio suicidarse a su profesor de universidad delante de ella y parece estar en medio de un brote psicótico. La terapeuta intenta empatizar con ella, calmarla. La chica dice que hay algo que la persigue, que a veces toma formas de personas que conoce, que la acecha y que la va a matar, que tienen que ayudarla, que nadie le cree, que eso que la acecha solo le sonríe. Amig@s, comprendan que la escena es bastante vertiginosa y desesperante, como lo es una situación así en la que alguien está bajo un aparente delirio que involucra psicosis y realmente cree que lo que está sintiendo existe. Uno como espectador se pone del lado de la terapeuta, pero al tratarse la película del género que se trata sabés que lo de la chica va a implosionar de alguna manera. Es ahí cuando pasa lo que pasa, y es horrible, y aunque lo ves venir, igual te perturba porque todo sucede súper rápido. Y una parte tuya, muy coñera, piensa en negligencia médica y en todo eso que se pudo hacer mejor, y otra parte tuya, más coñera aún, dice que no jodás y que sigás viendo. Y seguís viendo.

La opera prima de Parker Finn es bastante efectiva. El guion, que también corre a su cargo, cumple con todo lo que se espera del género. Lo triste es que la fórmula se agota rápido, demasiado rápido, y luego todo parece repetirse y sabés exactamente que SPOILER Cosita va a morir como cojuda con una ancha sonrisa en su cara FIN DEL SPOILER Al sobrarle minutos, estira escenas como las relacionadas a la psiquiatra de Rose o las charlas al pedo con la hermana o su jefe, que conociendo su historial no hacen nada real por ella, o las investigaciones con el ex que sirven para ver desde dónde vienen los sonrientes suicidas, pero que es usado más como anécdota que para darle realce al guion. Cuando llegue el final no habrá sonrisa maquiavélica y satisfactoria en tu faz.

Lo mejor: su inicio y el gato Lo peor: redundante y lo que le pasa el gato Lo más falsete: la solución que encuentra El mensaje manifiesto: hay que trabajar los traumas para que no gobiernen tu vida El mensaje latente: el trauma puede destruirte El personaje entrañable: el gato El personaje emputante: la negligencia general ante los problemas que ella muestra El agradecimiento: por algunos buenos sobresaltos. 

THE BLACK PHONE

Este me la recomendó Stephen King, en twitter me apareció el siguiente comentario:

En ese momento no sabía que el picarón de Stephen le estaba haciendo propaganda a su hijo, Joe Hill quien escribió el relato corto homónimo en el que se basa la película. Y ahí nomás un feriado de conflicto social (¡!): Play.

Son los años 70s. Un pueblito de Colorado está sufriendo una ola de desapariciones infantiles. Así conocemos a Finney (Mason Thames) y a la gran Gwen (Madeleine McGraw). Ambos hermanitos son huérfanos de madre y el padre (Jeremy Davies) lidia con la viudez empinando el codo y maltratando a sus hijos. Finney encima tiene sus bullies en el colegio.

El director Scott Derrickson, a quien conocemos por Sinister, Doctor Strange y El exorcismo de Emily Rose, entre otras, utiliza los primeros minutos de la película para que conozcamos y queramos a los hermanitos, para que sepamos que uno de los dos será sustraído y para que necesitemos que regrese a casa. SPOILER Finney es finalmente secuestrado por El Captor (Ethan Hawke) y todas las cosas terribles que nos imaginamos pueden ocurrir en una situación así, están ahí, en la película. Otros niños ya han pasado por ese sótano en el que se encuentra Finney, y esos niños fueron violados y asesinados por El Captor. Un teléfono negro que no sirve será utilizado por las víctimas fantasmales para comunicarse con Finney y tratar de ayudarlo a sobrevivir. FIN DEL SPOILER

Hay una cosa emocional que funciona muy bien en The Black Phone. El casting infantil es tan bueno que, aunque la historia al igual que Smile abusa de sus recursos y los clichés del género, querés llegar a ese final que anticipás. Necesitás que Gwen esté bien y feliz. 

Me sobraron las apariciones fantasmales en carne y hueso de los niños actores, sentía que la atmósfera se mantenía mejor solo con las llamadas, pero al mismo tiempo sé que al ser una película que apunta a un público masivo la fórmula demanda más perendengues. Una fórmula ya muy conocida, pero que en este caso gracias a su casting y a su look ochentero-nostálgico, termina siendo bastante digerible.

Lo mejor: el casting infantil Lo peor: las apariciones en carne y hueso de los fantasmas Lo más falsete: … El mensaje manifiesto: no hables con extraños El mensaje latente: hay un mundo muy sórdido en los sótanos de algunas personas El personaje entrañable: los niños El personaje emputante: el pedófilo El agradecimiento: por su cosa nostálgica y por Gwen.

 

DOCUMENTAL: Gunda

Por: Mónica Heinrich V.

Hace varios años, un amigo me dijo que no le gustaban los animales porque “son bichos sin alma”. Lo miré como quien descubre que la amistad también puede ser ese terreno pantanoso de la disidencia y le pronostiqué que el día que tuviera la dicha de amar a un animal su vida cambiaría. Llegó su gato. Un gato rescatado que alguien arrojó como basura a la calle. Un pequeño ser por el que ahora se preocupa, se fatiga, se estresa y con el que pasa muchos momentos de alegría. Ajá. No son bichos sin alma. No son bichos. No son “algo” que te va a “gustar” como cuando hablás de un helado o de tu color favorito. Los animales son mucho más que eso.

Gunda es un documental precioso producido por Joaquin Phoenix y dirigido/montado/escrito por Victor Kossakovsky, un director ruso cuya idea del cine es mostrar, no narrar. Fiel a esa premisa, Gunda muestra la vida de una chancha que en un plano fijo inicial se encuentra en labor de parto. Nacen ¿nueve o diez? crías que buscan las tetillas de su mamá. Ah, las maravillas del inicio de la vida.

El documental, filmado en riguroso blanco y negro, acompaña a Gunda en su cotidianeidad y en ese vínculo innato entre mamá e hijos que también se reproduce en el mundo animal. Recordemos lo que dijimos al principio: No son bichos sin alma. Entonces vemos a los bebés de Gunda explorar el mundo, jugar, revolcarse sobre su madre. Vemos a Gunda observarlos apaciblemente cuando ella descansa en la sombra.

A Gunda y a sus hijos los rodean otros animales, gallinas que también tienen sus rutinas, una en especial: una gallina coja se mostrará desconcertada ante una malla de alambre que intenta atravesar. También estarán cientos de vacas que salen de sus galpones al despuntar el día, felices de correr sobre el pasto.

Durante más de una hora seguimos a estos animales en su granja noruega. No hay un solo humano en el metraje. En Netflix se estrenó el documental En la mente de un gato, que rápidamente se convirtió en uno de los más vistos de la plataforma, ese documental entrevista a humanos que interpretan a los gatos y cómo viven. Son los gatos desde la perspectiva de los humanos. Igual sucede con el documental Stray, que narra la vida de tres perros callejeros en Estambul. Aunque intenta darnos la perspectiva del animal, los humanos están presentes. Gunda, por su parte, es un trabajo de observación hiperrealista. Los humanos no participan en esta exhibición de hábitos y sentires animales. Sí, existe un humano que con mimo los filma y hay otros humanos que los observarán en la pantalla añorando una mejor vida para ellos, pero Gunda está siendo registrada con naturalidad, sin artificios.

Ya casi al final, el humano aparece y no aparece, nunca lo vemos, sabemos que él está ahí haciendo lo que el humano suele hacer con el mundo animal, rompiendo la rutina, estabilidad de Gunda y sus hijos. El final es demoledor. Porque llevás más de una hora viendo, conociendo y queriendo a esos animales, y porque sabés que no podés hacer nada al respecto.

No se dice una sola palabra en todo el documental. No es necesario. Kossakovsky tiene los recuerdos más felices de su infancia gracias a Vasha, un cerdito que fue su compañero de juegos y que luego terminó cocinado en su plato. Eso lo convirtió en vegano en la Unión Soviética. Por eso, Gunda es su trabajo más personal hasta la fecha. Es verdad que el director ruso no tiene empachos en sentar una posición. De hecho, la ficción puede disfrazar el límite moral, pero en el género documental la visión moral del director queda mucho más expuesta. Kossakovsky en su trabajo y en sus entrevistas aboga contra la muerte de los animales a manos de los humanos: “Nuestra capacidad de matar otros animales se mide por miles de millones. Es una de las principales actividades económicas. Estamos matando 1,5 billones de cerdos al año, 66 billones de pollos, un billón de peces al año….». Las cifras son estremecedoras.

Gunda quiere mostrarnos algunas de esas billones de vidas perdidas.

Hay momentos en los que las vacas, las gallinas, miran a la cámara, reconociendo a ese objeto extraño (la cámara, el humano) en su hábitat. Algo en sus ojos transmite curiosidad. No hay miedo ni agresividad, solo curiosidad. Sin embargo, al final, cuando Gunda mira, nos mira, después de lo que le sucede, esa expresión, esa mirada…se quedarán con el espectador horas, días, semanas después de haberla experimentado.

La revolución de la empatía que pide Kossakovsky sí es necesaria.

Lo mejor: la vida de los animales Lo peor: el ser humano interrumpiendo esas vidas Lo más falsete: El mensaje manifiesto: la naturaleza es sabia El mensaje latente: el ser humano no El personaje entrañable: los animales El personaje emputante: el humano El agradecimiento: por la dicha de conocer el amor por un animal.

CINE IÑARRITUENSE: Bardo, falsa crónica de supuestas verdades

Por: Mónica Heinrich V.

Finalmente parió la burra. Habemus una nueva categoría de cine. El cine iñarrituense. Ajá, es algo que se viene gestando desde hace años y que nos tenía debajo de un mango pensando con mucha nostalgia en: ¿Qué será lo próximo que nos regalará (a nosotros, los pobres mortales) míster Alejandro González Iñárritu? ¿Qué será, será?

Y así se estrenó Bardo, falsa crónica de supuestas verdades. Y así un día la vimos en medio de nuestro siempre vertiginoso netflixeo de fin de año. Y así pasamos por varias etapas. Porque lo de Bardo no se explica simplemente con me gustó o no me gustó, véanla o no véanla, hay una complejidad propia del chef que le echa sal a la comida haciendo una pose extraña con el codo (Hola, Salt Bae).

Al inicio de la más reciente película de Iñárritu la primera reacción es: ¿Qué carajos es esto? Con asquito y fastidio, porque sí: ¿qué carajos es eso? La paciencia largamente adquirida en exhibiciones onanistas cinéfilas da paso a la siguiente fase: ¿POR QUÉ, POR QUÉ NOS HACÉS ESTO, ALEJANDRO? En mayúsculas, como corresponde. Luego, intentamos racionalizar: Bueno, está hablando de él, es su derecho; no necesariamente tiene que gustarnos lo que él hace;  él ya no necesita hacer mucho más; él, él, él. Finalmente viene la aceptación: Puede que no esté tan mal; tiene sus cositas; las he visto peores; quizás Biutiful y Babel nos hicieron demasiado daño. ¿Era penal o no era penal?

Entremos de lleno en esta odiosa reseña de más que cuestionables verdades.

La película tiene como protagonista a Silverio (Daniel Giménez Cacho) un documentalista mexicano residente en USA que regresa a México antes de recibir un prestigioso premio en tierras gringas. Ahí, el tipo se conflictúa por el choque cultural, por el reencuentro con amigos no tan amigos, colegas no tan colegas y sus raíces. En esos segundos iniciales cae la manga al pasto: oh, sorpresa, Silverio es un alter-ego de Iñárritu. La esposa Lucía (una muy argentina Griselda Siciliani que finge ser mexicana) da a luz y el niño, Mateo, es regresado (literal) al vientre materno. La explicación cursi aparece: Es que no quiso venir a un mundo tan feo. ¡No nazcan! gritaría el vecino de Gloria en Gloria de Sebastian Lelio. Mateo es un alter-ego de Luciano Mateo, el hijo de Iñárritu que murió en 1996 a los pocos días de nacer. Ya en la filmografía del mexicano veíamos en 21 gramos (2003) una mención a ese incidente cuando le dedicó la película a su esposa (la real): A María Eladia, pues cuando ardió la pérdida, reverdecieron sus maizales.

Con el plano de la cabeza atascada de Mateo a la salida de la vagina de Lucía es cuando nos damos cuenta que veremos muchas huevadas. Iñarrituadas, podríamos balbucear con rencor.

Así como en su momento Iñárritu hizo su trilogía de historias cortas, endogámicamente unidas por azares maravillosos del destino y las manos metiches del guionista/director (Guillermo Arriaga y él) con Amores Perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006), así vemos claramente una identidad compartida entre Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (2014) y Bardo, una crónica de falsas verdades. Primero, los títulos pomposos, figurettis y segundo sus protagonistas, ambos personajes narcisistas, claro, artistas incomprendidos que se cuestionan el pasado, el presente y el futuro (de estos sujetos está llena la viña del señor). Si vieron Birdman hasta se puede inferir cómo va a terminar Bardo.

Muchas cosas pasan en Bardo: hay números musicales, planos secuencias, cine dentro del cine, comentarios sociales, comentarios boludos, un humor que quiere ser humor, pero que solo consigue semisonrisas, y así. Son tres horas de simbologías y surrealismo que enmascaran los conflictos de siempre: el duelo por la pérdida de un hijo, la crisis de la mediana edad con todos clichés e inseguridades propias de cualquier personaje que la sufre, los dilemas parentales y generacionales de la migración, el racismo, el poder de las raíces, tus “cochinos” privilegios y bla bla bla bla.

Me canto y me celebro

Iñárritu parece querer expiar sus «pecados» burgueses mostrándole al espectador que es consciente de ellos. Los problemas planteados en la pantalla, sin minimizarlos, pertenecen a un hombre de clase privilegiada, exitoso, con familia heteronormativa que apoya sus pajeos, un tipo que soporta la crítica o cuestionamientos de personas «menos» talentosas o dotadas que él. En otro guiño (voluntario o no) a Fellini, Silverio tiene una charla con Luis Valdivia (Francisco Rubio) un periodista que hace de juez interior y hater de Silverio, que le echa en cara todas sus imposturas y que nos representa a los que a lo largo de los años hemos padecido más que disfrutado algunos trabajos del director mexicano. Silverio-Iñárritu, a su vez, puede darse el placer de responderle al sujeto o respondernos. En ese punto da mucha flojera seguirle el paso, pero la parte tuya que valora la propuesta “artística” de la película te transformará en mártir de la causa.

Desde el punto de vista histórico, podemos encontrar referencias de la necesidad de Iñárritu de congraciarse con lo indígena en El Renacido (reseñada ACÁ, donde también se hace uso de una pila de cadáveres indígenas en una especie de limbo al divino botón). En Bardo, a pesar de sus buenas intenciones, los personajes son estereotipados y ese México que dice que retrata está pasado por el tamiz del blanco que se siente culpable y quiere mostrar que no olvida sus raíces ni su pasado. #Soltá.

El tema de la migración ha sobrevolado Babel y Biutiful. En Babel el segmento destinado a la doñita que cruza la frontera con los hijos de los patrones y los lleva a un cumpleaños, para luego no poder regresar. En Biutiful la explotación de inmigrantes por parte del personaje de Javier Bardem y (nunca los olvidaré) los 25 chinos gasificados. Aquí el comentario social lo machaca Silverio sobre todo con las charlas de sus hijos Camila (Ximena LaMadrid) y Lorenzo (Íker Sánchez) alter-egos de los hijos de Iñárritu: Eladia y Eliseo. 

En Bardo, Iñárritu usa casi ornamentalmente la batalla de los Niños Héroes, el suicidio de Juan Scutia con la bandera, la conquista de Hernán Cortés, las desapariciones militares, y el tema de los mojados y los transforma en casi instalaciones artísticas. Bien chingonas, diríamos en mexicano. La fotografía y los grandes angulares de Darius Khondji (que puede ser muy minimal en trabajos como Amour de Haneke y muy esteta en películas como Okja o Delicatessen) alcanzan su punto más alto y grandilocuente en esas escenas. 

¿Y si el tipo salta así en hora mágica con la bandera mexicana en slow desde la torre? ¿No se vería súper-duper-cool?

Está pegado con moco, lo sabemos, pero visualmente funciona. En el guion del mismo Iñárritu y de Nicolás Giacobone (Animal, Birdman, El último Elvis) cumple la función que requiere una película de este tipo: darle mayor significancia a algo que puede sentirse muy vacío e innecesario sin esos colgandijos. 

Atención que viene lo que no se esperan en estos días finales de inicios próximos: cuando la película vuelve a una de las primeras tomas y SPOILER nos damos cuenta que Silverio se quiso dar su bañito de humildad usando el metro que le reclamaba la hija jailona y que fue y compró los ajolotes del hijo spanglish que los perdió igual que él perdió a Mateo y su sentido de pertenencia, ahí cuando Silverio sufre el ACV y los putos peces caen al piso y mueren (como el Mateo y el sentido del ridículo) y Silverio queda suspendido en el bardo, en el limbo del que está yendo y viniendo, flotando con sombras y sin sombras, ahí es cuando empieza la fase de aceptación. Es cuando damos dos o tres pasitos hacia atrás y podemos medianamente aceptar que Iñárritu y sus iñarrituadas logran tocar a nivel global. Y a pesar de tanta impostación y recurso fácil limbero, referencias bombásticas a Rulfo, a Borges, a Buñuel y bla bla bla, hay un momento que conmueve. O capaz es el síndrome de Estocolmo después de tres horas viendo surrealismo mexicanogringo. Who knows. FIN DEL SPOILER.

Me gustaron los ajolotes como símbolo mexicano en rebelde extinción, me gusta lo que representan en la vida cotidiana de México y en la película,  si Iñárritu se hubiera quedado más en el detalle minimalista de sus metáforas y no hubiera sentido la necesidad de remarcar todo con textos muy obvios que harían sonrojar a Televisa o a El Lado oscuro del corazón, tal vez generaría un mayor impacto. 

Al final, cuando salen los créditos ya no hay cansancio ni fastidio ni aceptación o no aceptación, te quedás pensando en la poco armónica y enorme cabezota que pusieron gracias al VFX al cuerpito de un niño para el encuentro entre Silverio y su padre. Alguien que quiera mucho a Iñárritu debió decirle incómodo, pero leal: No da.

Lo mejor: tiene momentos sueltos que funcionan y en global, si tenés la paciencia para verla entera, habrá algo que te conmueva. Además, los ajolotes Lo peor: un pastiche grandilocuente y posero. Además, la muerte de los ajolotes Lo más falsete: la cabeza VFX en el cuerpo del niño, algunos textos muy Televisa, la cosa histórica que quiere darle mayor asidero El mensaje manifiesto: Citando a Borges que tanto le gusta a Iñárritu: Todos quieren realizar obras apelmazadas y perennes. El mensaje latente: Citando a Juan Rulfo que tanto le gusta a Iñárritu: Se conoce que lo arrastraba el ansia. Y el ansia siempre deja huella. El personaje entrañable: los ajolotes El personaje emputante: Silverio El agradecimiento: por el riesgo.

 

 

TELEVISIÓN: The Bear

Por: Mónica Heinrich V.

Vertiginosa. Con un montaje precioso. Con un Jeremy Allen White que vale la pena ver en cada frame. Con la pérdida, el luto, convertidos en furiosa melancolía. Así es la serie The Bear.
Christopher Storer (productor, director, guionista) ha estado muy ligado al stand up. De hecho, tiene varios trabajos con Ramy, Jeff Garlin, Bo Burhnham, lo que hace aún más meritorio este hallazgo que NO bebe precisamente de eso. Porque The Bear es un trabajo maduro, sobrio, divertido, que rompe con la fórmula tradicional del relato en las series actuales. No hay cliffhangers, no hay antagonistas, ni nada que marque los episodios de una manera muy vistosa. The Bear nos cuenta lo que quiere y lo hace con una economía narrativa, anclada en su montaje y en las conclusiones que el espectador va sacando de lo que observa.

Carmen (Jeremy Allen White) era considerado uno de los mejores chefs del mundo. Trabajaba en uno de los mejores restaurantes del mundo. Había conseguido las codiciadas estrellas Michelin. Era portada de las revistas más importantes de cocina. El chico había cumplido el sueño de cualquier chef. Desgraciadamente, su hermano mayor muere y deja a su cargo el restaurant familiar, una sandwichería al borde de la quiebra y llena de deudas. The Bear toma el dolor de Carmen y lo funde con la dinámica de una estresante cocina que nunca tuvo orden, y de un “servicio” que no cumple para nada los estándares a los que está acostumbrado.

Tengo que decirles que hay muchas cosas que hacen especiales a The Bear, una de ellas es que sus personajes habitan la pantalla con tanta naturalidad que a ratos parece que estás viendo el detrás de cámara de una cocina verdadera. Sidney (Ayo Edebiri) con su eficiencia y sus ganas de aprender de Carmy, el conflictivo Richie (Ebon Moss-Bachrach) que no es un antagonista, pero que puede convertirse fácilmente en un personaje a rechazar, Marcus (Lyionel Boyce) y sus donuts, Tina (Liza-Colon) y sus celos con Sidney, y la presencia siempre omnipresente de Mike (Jon Bernthal, para siempre Shane) son algunos de los personajes que le pondrán sazón a cada episodio.

Storer no sucumbe a la tentación de colocar una historia de amor en medio, porque The Bear no la necesita. El duelo que vive Carmy y por el que pasan el resto de los empleados del local, es más que suficiente. Es sutil y duro, precisamente porque queda supeditado a la necesidad de conseguir que la sandwichería siga a flote, funcionando. Mike murió, pero hay que seguir generando dinero. Mike murió, pero hay cuentas que pagar. Mike murió, pero no podemos dejar que el negocio familiar muera con él. Mike murió, pero… hay que seguir viviendo.

Una vez leí que uno de los rubros con más problemas de salud mental y de adicciones era el de los restaurantes. SPOILER No puedo evitar pensar en el chef Marcel Keff o el mismísimo Anthony Bourdain que estaban entre los mejores chefs del mundo y se quitaron la vida. Y mientras veía The Bear y las presiones a las que se someten en cada servicio (almuerzo, cena) y las presiones con las que lidian fuera de la cocina (familia, dinero, salud), el suicidio de Mike adquiere otras dimensiones. La depresión de Carmy adquiere otras dimensiones. FIN DEL SPOILER

La serie cuenta con apenas 8 episodios, cortitos, de media hora. Debo reconocer que soy fan de la cocina, y que podría quedarme estacionada en el canal de Food Network o viendo cualquier programa de cocina o pastelería por horas. Quizás por eso para mí era tan fácil sumergirme en ese mundo y encontrarlo vertiginoso, cuando en teoría no pasa nada muy puntual en cada episodio.

Llegando al final de temporada es cuando Storer rompe un poco la sutileza con la que nos veníamos manejando y saca un as de la manga, o un conejo del sombrero, que no sé hasta qué punto tiene asidero. Lo pienso y siento que hay exceso en ese final. Habrá que esperar la segunda temporada para ver si este mundo cuidadosamente construido no empieza a tambalearse.

Otra cosa que me fatigaba eran las manos de Richie, siempre con las uñas negras, manos más cercanas a un mecánico que a un chef.

Aún así, The Bear es una serie que puede inscribirse fácilmente entre lo mejor el año. Hay detrás de cada tensa cortada de ingredientes, un dolor pulsando en los personajes que te salpica. Te deleitará de a poco, como un buen plato tendrá una explosión de sabores en cada episodio y al final ya dependerá de cada estómago quedar satisfecho o no. Solo puedo decir: Buen provecho.

Lo mejor: una serie fresca, que se siente moderna y que aporta una narrativa del duelo vertiginosa Lo peor: lo que puede suceder en la segunda temporada si es que no se mantiene el «tono» Lo más falsete: lo de las latas me pareció súper tirado de los pelos El mensaje manifiesto: podés ser exitoso y no sentirte feliz El mensaje latente: las perdidas siempre golpean El personaje entrañable: los trabajadores del restaurant El personaje emputante: hay que reconocer que a veces dan ganas de agarrar a manazo limpio a Richie El agradecimiento: por la frescura.

CINE FRANCÉS: Vortex

Por: Mónica Heinrich V.

Hay cineastas que a lo largo de los años se han construido una reputación, para bien o para mal, de crear un cine disruptivo, posero, pretencioso, insoportable, jugado, emputante, creativo, desbordado, perturbador, usted elija. Si nombro a Gaspar Noé me remito al letrero de Solo contra todos (1998, reseñada acá) que instaba al espectador a abandonar la sala antes de que pasara lo que iba a pasar. Si nombro a Gaspar Noé también recordaré al personaje de Mónica Belucci siendo violado durante nueve insoportables minutos en un plano fijo en Irreversible (2002, reseñada ACÁ), o tendré chispazos mentales de lo cargante que fue Love (2015, reseñada ACÁ), o del desfile de colores de la película dentro de la película que es Lux AEterna (2019), sí, Gaspar Noé no dejará indiferente a nadie.

Por eso es que Vórtex sorprende. Porque es una película, en teoría, alejada del cine tradicional de Gaspar. Ese Gaspar que lo mismo coqueteaba con temáticas de incesto, drogas, violencia, histeria y desenfreno, es quien lanza una película sobre la vejez y, en este caso, sobre la vejez compartida de una pareja.

Un cielo azulado abre la película con la frase: “Para aquellos cuyo cerebro se pudrirá antes que su corazón”. Y hasta ahí, reconocemos al Gaspar de siempre…y esa frase marca el tono de la película.

Michael Haneke ya nos destruyó para siempre con Amour (reseñada con muchísimo dolor ACÁ) y también lo hizo Florian Zeller con The Father (reseñada ACÁ). Gaspar hace una película que toca una temática similar pero que a su vez lo hace desde un lugar de menos belleza. La estética es más rústica, casi documental, el vestuario, el arte de las locaciones, los mismos personajes, están en una situación más deplorable. Hay verdad en este relato de un Gaspar más íntimo que nunca.

El cineasta Dario Argento (amigo desde hace 30 años de Gaspar) personifica a este hombre octogenario con problemas del corazón que comparte los días con su esposa que sufre de demencia/alzheimer, interpretada por la maravillosa actriz Françoise Lebrun. Ambos viven en un departamento atestado del pasado: libros, fotos, trastos, un lugar pequeño que alguna vez fue la casa familiar en la que criaron a su único hijo, Stepháne. Este hijo ya estuvo internado en un psiquiátrico y es heroinómano, su esposa con la que procreó a su pequeño hijo Kiki también es drogadicta. Stepháne no es precisamente la persona que podrá encargarse de un par de ancianos.

La película transcurre siguiendo la rutina de los personajes. Los acompaña en su soledad, en su abandono, en los recorridos que hace la mujer por los pasillos del pequeño departamento en estado de confusión, en los recorridos que hace el hombre buscando a la mujer. Una vez más, Gaspar Noé divide la pantalla, aunque en este caso tiene un significado narrativo. La pantalla se divide cuando la mujer despierta confundida en su cama sin saber quién es o dónde está. Es ahí que la perspectiva del relato cambia.

Gaspar también agrega unas pequeñas transiciones como pestañazos a negro cuando hace un cambio de plano. El cineasta de origen argentino justifica este artilugio bajo la idea de querer que la historia se vivencie de la manera más realista posible porque nosotros parpadeamos. En la práctica, el recurso me pareció innecesario, aunque sí encontré que la pantalla partida aportaba a generar tensión o más cercanía a la experiencia de la pareja.

Mientras la historia avanza sabemos que no podemos confiar en Gaspar. Lo conocemos. Esta intimidad, esta cosa pequeña, en algún momento deberá romperse…Hasta que llega el quiebre creemos todo lo que la pareja nos cuenta. Hay ternura, hay vida y hay muerte.  Maravillosa la escena en la que los tres discuten qué hacer durante una larga secuencia con diálogos improvisados.  

Gaspar vuelve a ser el Gaspar de siempre unos veinte minutos antes de su final. Y no es que esté mal su final porque es su final, sino que alarga algo que no necesitaba más vueltas y nos da escenas que no necesitábamos porque ya todo estaba dicho. Era como ver un bonito tren a punto de descarrilarse. Quizás esas escenas las necesitaba él, Gaspar, que perdió a su mamá hace ocho años después de ver cómo la demencia se la llevó antes que su cuerpo se rindiera. Quizás, pero el espectador hubiera agradecido más la posibilidad de SPOILER tener la certeza de lo terrible que sería para la anciana sobrevivir años en esas circunstancias, como lo hacen muchos o muchas. No ver la mano clemente del guionista en ese final que libera con la muerte a todos FIN DEL SPOILER.

La vejez es despiadada dijo el cineasta en una entrevista, lo sabe él que necesita ese final y esas escenas, y no por nada llamó a su película Vortex. Ese remolino incierto que todo lo devora.

Uno se queda pensando en las vejeces (así, en plural) de quienes llegan  sin ganas, mal, sufriendo, solos, agotados. En las vejeces (así, en plural también) de los que llegan bien, enteros, con la mente y el corazón funcionando a mil, sintiendo que les sobra vida y les falta tiempo. Uno piensa en las ingratitudes, las cosas pospuestas, las realizadas, las alegrías, los fracasos y, sí, sobre todo, uno se queda pensando en los finales (plural, plural, plural).

Lo mejor: la película más íntima de Gaspar Noé y el gran casting que tiene Lo peor: le sobran minutos y para ciertos espectadores será insoportable por la propuesta creativa y por los tiempos manejados Lo más falsete: los últimos 20 minutos El mensaje manifiesto: los padres nunca deberían quedarse solos El mensaje latente: la vejez merece ser vivida feliz y en compañía La escena: toda la secuencia donde están decidiendo qué hacer El personaje entrañable: la anciana psiquiatra en su juventud y sin poder controlar su mente en la vejez El personaje emputante: el tiempo lo destruye todo El agradecimiento: por sentir.

 

CINE: Blonde / Elvis

Por: Mónica Heinrich V.

Oh, Hollywood. ¡Cómo te gusta estrellar más a las estrellitas estrelladas!

Hay harta tela para cortar sobre este baile de disfraces puesto en «netflic» (diría un pariente), en HBO Max y en nuestros adomercidos y casi añueveros ojitos. Vi ambas películas al estilo dickensioniano: o sea, derramando Great Expectations. Sí, uno se ilusiona con huevadas… Ten piedad, diría Elvis.

BLONDE o Ahora no es para siempre

Una vez escuché una entrevista en la que Marilyn decía que podía pasarse horas dentro de una sala de cine viendo una película tras otra. Me pareció encantadora. He conocido gente relacionada al cine que no ve cine. Actores que no ven cine. Directores que no ven cine. Guionistas que no ven cine. Y eso siempre me llamó la atención. 

Ella, sin embargo, era más que la anécdota de una actriz que amaba al cine. He leído algunas biografías y visto documentales y biopics diversos sobre su vida porque #pueblomiespíritudefantasmas. También leí, en su momento, el libro de Joyce Carol Oates, Blonde, en el que se basa la más reciente aventura homónima netflixera. (para descargar en este amable PDF: Blonde-Joyce-Carol-Oates)

Joyce, muy inteligente, en sus páginas iniciales deja claro que Blonde no es una biografía, que es una ficción y que quien quiera saber detalles verdaderos de la vida de Marilyn tiene que ir a buscarlos a otra parte. Eso vulgarmente se llama: curarse en salud. Bien tirao, Joyce…te ahorraste de entrada los quejumbrosos lamentos de los que nos apegamos a la cochina verdad.

Y claro, puedo aceptar la idea de la ficticia Marilyn en una más que ficticia novela llamada Blonde que luego se convertirá en una ficticia película de Netflix que acompañará nuestros no menos ficticios días post-pandémicos. Puedo. Incluso si me revienta un poco los dos ovarios que llamés Marilyn Monroe a tu ficticia heroína.

Río para no shorar

Aún así, lo verdaderamente «triste» (nótese que no digo desafortunado, descabellado, jodido) es cuando esa ficción la dirige el señorito Andrew Dominik. Con Andrew he tenido encuentros y desencuentros. Puedo decir que este director neozelandés despertó mi interés con Chopper (2000) y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007). Puedo. Ese interés iba mezclado con mi absoluto rechazo a su postureo estilístico. En esa época pensé: es joven-soy joven, son sus primeras películas, toda esta cosa rebuscada y sin personalidad que pretende tener personalidad será refinada con los años. Luego vino Killing them softly (2012, reseñada con fatiga ACÁ) donde ya lo di más o menos por perdido (y donde comenzó lo triste de lo triste), me di cuenta que su efectismo no era un experimento sino un vicio. Y para viciosos hay mejores cineastas. Ha pasado una década y mientras veía Blonde me preguntaba  ¿quién carajos ha dirigido esto así? Amigo, por favor. Y helo ahí, el inefable Andrew Dominik.

La blonda Blonde y su ficticia trama marilynística basada “levemente” en datos o rumores sobre la vida de la verdadera Marilyn Monroe narra la truculenta infancia de Norma Jeane (verdadero nombre de todas las Marilyns), en la que vemos a su mamá en pleno quiebre mental y a la pequeña niña gritando frases hechas. Ahí la platea comienza a conmoverse por el desfile de efectismos y por la dura y no tan ficticia infancia de Norma Jeane.

La película, luego, relata el nacimiento de la Marilyn ficticia. Una Marilyn interpretada con entrega por la actriz cubana Ana de Armas. Anita está perfecta como la Marilyn ficcional, lo que pasa a su alrededor no es su culpa, brilla a pesar de eso, como lo hizo la verdadera Marilyn en sus películas. Esta Marilyn (la de Ana) está casi todo el tiempo penando su existencia. Siempre con actitud insegura y muecas de urina asustada. A esta Marilyn le pasan muchas cosas malas y tristes que aumentan sus actitudes inseguras y muecas de urina asustada. No hay diferencia actoral entre la Marilyn ficticia que actúa en las películas no ficcionales de la verdadera Marilyn y los gestos que tenía en su día a día. Y hay que tomar en cuenta que en el cine de antes los códigos de actuación eran otros. Lo que quiere decir que esta Marilyn ficcional continúa en personaje aún cuando no actúa que actúa. Hay quienes dicen que OH, la Marilyn ficticia tiene momentos de alegría cuando se casa o se enamora o qué sé yo. Estamos hablando de la Marilyn que se basó en la Marilyn que Elia Kazan describió como la chica más alegre que había conocido. Perdón si los momentos felices del casorio me parecieron insuficientes. El guion tiene un solo tono o tesitura para contar la tragedia y muerte de una hermosa mariposa, ficticia o no. No hay matices en este desfile de caprichos de dirección (cambio de color blanco/negro a colores solo para enfatizar los estados de ánimo triste, felices…meu Deus) los planos compuestos de manera artificial que pretenden ser artísticos y, claro, lo que ha hecho correr ríos de tinta: el feto (los fetos) parlante (parlantes), lo pongo en singular/plural porque dentro de la misma película el feto (en otro embarazo) dice que es el mismo de los anteriores. Poesía pura.

He leído encarnizadas críticas de espectadores que interpretaron al feto parlante como una descarada propaganda anti-abortista. Amigos, amigas, ojalá lo fuera porque por lo menos tendría un sentido, una posición. En el caso de Andrew es asumir demasiado. El director tiene nula sutileza o apego a la metáfora. Le pareció «creativo» poner al feto parlante y lo puso. Capaz no vio Mirá quien habla (1989).

Más allá de que la Marilyn ficticia pudiera sublimar conversaciones con sus hijos nonatos y la Marilyn inventada por la verdadera Norma Jeane padeciera endometriosis (lo que haría difícil mantener un embarazo), más allá de eso, hay un tema de buen gusto. No lo encuentro simbólico, ni emotivo, ni reflejo de los sentimientos de la ficticia Marilyn. Más bien es un recurso facilón y chato. Fue en ese preciso y horrible instante cuando empecé a buscar el nombre del director para encontrarme cara a cara con Andrew. Ajá. ANDREW. Y ahí TODO tuvo sentido. 

Subjetividades aparte, mientras la Marilyn ficticia va a tropezones por su vida, la Marilyn de Joyce Carol Oates si bien sufre tiene más músculo de personaje, hay una serie de preparaciones al lector que nos hacen sentir que la Marilyn literaria ficticia no es solo un guiñapo o una bolsa de box que recibe golpes de la vida, la verdadera Marilyn creada a su vez por la verdadera Norma Jeane tenía su lado B exuberante, burbujeante, era inteligente, talentosa, una tipa de ñeque, insegura, sí, adicta, sí, depresiva, sí, con problemas mentales, sí, cagada, sí, pero que leía a Hemingway, a Chéjov, que fundó su propia productora y que se hizo a sí misma, literal, controlando incluso su look y la historia de cómo surgió. Ya, ya, esta no es ESA Marilyn, es otra Marilyn que ni siquiera es la de Oates, es la Marilyn de Andrew, pero ¿ya dije que me revienta los dos ovarios que la llamen Marilyn Monroe si podría ser doña Pepita De la Alta Concha de Los Undécimos Días?

Andrew elige un camino en el que todo eso queda en segundo plano, quiere lucirse como director con toquesitos acá y allá (me agota) los personajes terminan pagando ese afán de protagonismo porque solo tenemos a un ficticio Joe Di Maggio sin otra cara que la del celoso controlador, a un ficticio Arthur Miller sin otra cara que la del intelectual distante y a un ficticio Cass Chaplin sin otra cara que la de un pelotudo y así, sucesivamente.

Uno siente pena por la ficticia Marilyn, claro. Y no peco de spoilear porque ya todos sabemos que la muerte le llegó a la verdadera Marilyn, a la que inventó la verdadera Norma Jeane y la ficción no alcanza para dejarla viva y envejecer en un Hollywood que siempre ha devorado mariposas, ficticias o no. Nos queda la imagen (que también tenemos de la verdadera blonda-blonde porque nuevamente, ni la creatividad, ni el postureo, ni la ficcionalidad dio para más) de Marylin Monroe en el cochinero que era su habitación producto de la depresión y sus pastillas alrededor, desnuda y envuelta en una sábana. En su novela, Joyce Carol Oates se fue por el lado conspiracional, porque #laconspiraciónvendeymucho. Andrew decide hacer lo suyo: ficcionar la ficción de la ficción. En ese momento quise que mis ovarios gritaran unas cuantas barbaridades. Cuando vi la recreación de Andrew y a Ana de Armas yacer en la escena pude escuchar la voz de Marilyn, la invención de la única Norma Jeane, que dijo en una entrevista:

“Las cosas verdaderas nunca salen a la luz. Son las mentiras las que se conocen.  Es difícil saber por dónde empezar si no empiezas por la verdad”.

Lo mejor: la fotografía (muy a pesar de Andrew) y Ana de Armas (muy a pesar de Andrew) Lo peor: el enfoque de, sí, vos Andrew Lo más falsete: el feto o los fetos parlantes de un Andrew en desborde «creativo» El mensaje manifiesto: es difícil ficcionar la ficción El mensaje latente: no todos pueden salir bien librados del efectismo al pedo La escena: aquellas en las que la Marilyn ficticia sonreía El personaje entrañable: La Marilyn real de la real Norma Jeane El personaje emputante: ¿hay alguno que no lo fuera? El agradecimiento: por algunos momentos fotográficamente bien logrados La pregunta: ¿vos también poblás tu espíritu con fantasmas? 

ELVIS o El cansancio de vivir

La muerte de Elvis Presley es muy triste. Traumática. Es hasta más indigna que la de Marilyn. Amanece desparramado en su baño, con los calzoncillos y el pijama abajo. Se cayó, suponen, del inodoro intentando cagar. Los motivos del colapso hasta la fecha no están claros. Hay informes médicos que detallan su dificultad para digerir y su estreñimiento crónico, aunado a factores de salud por su sobrepeso (hígado graso, hipertensión, problemas coronarios) y a las quichicientas drogas controladas que encontraron en su sistema. Con Elvis vivían un montón de personas entre amigos y familiares: la llamada Mafia de Menphis, que incluía a su padre. Estaba rodeado de una troupé que se peleaba por sus atenciones y regalos, que gastaba su dinero y que salía a conseguirle más drogas a la hora que fuera.

¡Qué solo estaba el Rey del rock!

Porque ese tipo de 42 años que encuentran obeso, sobre-medicado, tumbado al lado del inodoro fue uno de los mayores referentes de la música. Una estrella. Una leyenda. Incluso no gustándote su música, no se puede negar el talento, su voz y su presencia escénica. Era una bestia que devoraba el escenario.

Cuando supe que se iba a hacer su biopic y que la dirigiría el australiano Baz Luhrmann, tuve miedo. Mucho miedo. Oh, sí, hay que tenerle miedo a Baz. A Baz lo quiero a pesar de todo (te quiero, Baz), pero somos pocos y nos conocemos mucho, no puedo mirar hacia el costado y no darme cuenta que tiende a convertir sus películas en un espectáculo. Eso no sería malo si el espectáculo no se perdiera entre confeti y serpentinas. En el caso de Baz, solo observando sus inicios con Romeo + Julieta, captamos cómo va a privilegiar la forma al contenido. A veces, lo formal está tan espectacular (escena del tango en Moulin Rouge) que uno termina comprando el producto, a veces, es tan vacío (Australia o The Great Gatsby) que no hay nada de esa película que se quede habitando dentro tuyo. Y qué triste es cuando una película no te habita.

En Elvis, recientemente estrenada en HBO MAX, nos encontramos con una más de esas biopics que le gusta tanto a los gringos: redentora, con lavada de cara y otras partes pudendas y omisión de verdades oscuras, con un relato apegado más a la grandiosidad del fenómeno que al hombre derrotado en el que Elvis se convirtió.

Lo que más detesté (porque ese es el adjetivo correcto) fue que la historia de Elvis sea contada por el coronel Parker (Tom Hanks), una persona que lo estafó, que lo manipuló y que le hizo tanto daño. Cuando la película empieza y me doy cuenta que es él quien narrará todo entré en shock cinéfilo, personal, mental y psicológico, o sea, nunca la historia de alguien debe ser contada desde el agresor, bully, o figura que le impartió sufrimiento. Elvis debe estar arañando el cajón. Me hervía la sangre y, sí, me reventaban (una vez más) los dos ovarios.

Por ese detalle, ya me fue difícil conectar con la propuesta. Sé que es una ficción, claro, pero esa ficción hedía. Además, parecía estar en una fiesta de disfraces de los 50s y 60s. Todo se veía artificial y afectado. Tom Hanks con exceso de maquillaje hacía lo posible por salir de la caricatura del coronel. Austin Butler (a quien seguramente le darán una nominación a los cosos dorados) intentaba llenar los zapatos del Rey. Hay momentos que lo lograba, pero como suele suceder en estas películas, lo sobrepasaba el artificio.

La película narra el nacimiento de Elvis, su crianza rodeado de música afroamericana, góspel sobre todo, y cómo fue cultivando el estilo que lo hizo famoso hasta su muerte. El guion, escrito a muchas manos por Baz y sus habituales colaboradores: Sam Bromell, Carig Pearce y Jeremy Doner, termina siendo un collage de anécdotas y de elementos claves de la vida de Elvis, con algunas licencias creativas (como suele pasar en las biopics) pero sin la profundidad o el ajayu que requiere su figura. 

Siendo el consumo de drogas (medicadas o no) y alcohol uno de los puntos clave para entender su caída en desgracia, su adicción es apenas dibujada en la justa dimensión. Su relación con Priscila termina siendo lo más políticamente correcta posible, la misma Priscila contó en sus memorias que Elvis la introdujo al mundo de las drogas cuando era adolescente y que la cortejó cuando él tenía 24 y ella 14 años. Capaz que Elvis no era solo una víctima, querido Baz.

Las partes que hablan sobre su impacto en el racismo en USA son panfletarias y discursivas, y lo peor desde una mirada ramplona. 

Y claro, claro que emociona el niño Elvis en una ficcionalizada incursión al góspel de su zona. Emociona la no menos ficcional charla con B.B. King. Emocionan los momentos en que se rebeló contra el sistema, contra lo que se esperaba de él. Baz consigue poner de una manera hermosa, y con un vertiginoso montaje, actuaciones icónicas de Elvis. No lo vamos a negar.

Todo eso se ve opacado por una narrativa vacía, y por la presencia inexplicablemente omnipresente del coronel Parker, del que tampoco sabemos más de lo que su estampa de villano permite. 

Así que nos quedamos con la hueca cacofonía de siempre, esa de las biopic de manual. Vemos a Elvis rebotando por momentos de su vida sin llegar a profundizar en su parte humana real: sus aportes a la música, su importancia para la comunidad negra, su lucha contra sí mismo, son meros ornamentos… Su figura sirve, una vez más, de excusa utilitaria para la industria. En Elvis, Elvis sigue prisionero del espectáculo, del escenario, de las luces y los oropeles…y qué triste es.

Lo mejor: algunas secuencias musicales, sobre todo donde está involucrado el góspel Lo peor: puro artificio Lo más falsete: el coronel Parker como narrador. Meu Deus. El mensaje manifiesto: un día sos un rey y el otro tu trono es el inodoro El mensaje latente: hay que tener cuidado con los HDPS que te rodean, algún día pueden estar contando tu vida La escena: las de góspel y cuando supuestamente Elvis se queja del coronel en el escenario, qué hermoso hubiera sido si pasaba en el vida real. Spoiler: NO PASÓ El personaje entrañable: el Elvis pre-fama El personaje emputante: las sanguijuelas que vivieron de Elvis y el Elvis post-fama que se dejó drenar la sangre por ellas El agradecimiento: por el talento, que siempre se agradece.

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