LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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CINE FINLANDÉS: Fallen Leaves (Hojas de otoño)

Por: Mónica Heinrich V.

Quiero hablarles sobre Aki. Y también sobre Fallen Leaves. Y, ya que estamos, sobre el cine. Sobre la guerra. Sobre el amor. Sobre la soledad. Sobre el tiempo. Sobre los perros. Quizás quisiera hablarles más sobre los perros, pero esta cálida noche nos invita a diversificar.

Si conocen la filmografía del señorito Aki Kaurismäki hay cosas que no los van a alejar de la pantalla: diálogos robóticos, vestuarios y elementos retro, chistes muy europeos (o sea, medio sin chiste), historias de amor como las de antes surgidas de la necesidad y el masoquismo, cinefilia exprés porque sí, porque amamos el cine y si podemos refer/reverenciarlo lo vamos a hacer.

Nunca he reseñado una película de Aki, quise hacerlo con El hombre sin pasado, quise hacerlo con Luces del atardecer, también me picó el bichito con Le Havre, y no pude. El tiempo, la vida, el amor, la soledad, mis perros, me separaron de esta conversación que tenemos pendiente.

Hace unos días vi Fallen Leaves. Y tiene todos los tropos kaurismäkianos. Esos que harán que espectadores que quieren ver a Julia Roberts gritándole a los ciervos huyan de la sala de cine. Los invito a quedarse. A comerse los planos estáticos. Los diálogos acartonados. Las canciones finlandesas. Los encuentros forzados. El comentario social. La crítica al sistema laboral. La comedia no comedia que te provoca ganas de llorar. Quédense.

Ansa (Alma Pöysti), es una cajera de supermercado que gana lo mínimo en condiciones laborales deprimentes. Una cosa tan sencilla como regalar la comida caducada (que luego va a ser echada a la basura) a un indigente o ella misma guardarse un sándwich vencido harán que la despidan de su trabajo. En algún otro lugar de Helsinki, Hollapa (Jussi Vatanen) trabaja como obrero y ahoga su tedio en el alcohol. Helsinki es otra gran protagonista. Esa ciudad costera que se vende como idílica, pero que el lente de Aki siempre ha dibujado como ófrica, con marcadas diferencias sociales y con gente muy sola.

Hablemos sobre la soledad. Ansa y Hollapa son personas comunes. No son particularmente brillantes ni tontos. Ansa se la pasa con su vieja radio, y Hollapa es un evidente alcohólico. Los trabajos de ambos son ordinarios, mal remunerados y las amistades carecen de profundidad, pero al menos brindan entretenimiento y un nivel sostenible de apoyo. Sus existencias transcurren grises, solitarias y casi silenciosas. Hasta que el destino hace lo suyo y los junta.

Hablemos sobre el amor. Fiel a los personajes, la película no nos cuenta un amor incendiario, emocional, sexual, arrebatado. Son dos personas solitarias que se unen porque sí. Porque parece una buena idea. Porque a veces las conexiones son un segundo, no una eternidad. Es un amor atípico, pero amor, al fin y al cabo. Y como espectadores nos alegramos de que se hayan encontrado.

Hablemos sobre el cine, la cinefilia exprés, la cinefagia. Aki ve películas constantemente, es un detractor del cine digital, aunque ya más o menos se reconcilió con él, una vez dijo que le gustaría que todas sus películas pudieran verse y entenderse sin necesidad de traducción o subtítulos, en Fallen Leaves esa cinefilia se derrama a cada segundo. Hay un poco de Ozu, de Bresson, de Jarmusch, de Chaplin. Hay una sala de cine en la que los personajes conectan de manera más profunda. Sí, estos personajes robóticos, que habitan una película pausada y sin grandes puntos de giro, se meten a ver una película de zombies. Ajá, en Kaurismäkilandia, el amor florece en circunstancias extrañas y a través de películas de muertos vivientes. Como en la vida misma. En otras escenas sellarán sus encuentros con posters de películas clásicas de fondo.

Hablemos sobre la guerra, quizás lo que ya me tenía con los ovarios al plato era la radio contándonos constantemente cuántos muertos llevaban en Ucrania. El recurso de la radio comentando cosas nunca me ha gustado, pero si ya lo ponen, ponelo solo una vez no diez. Más aún cuando tu visión de la guerra o de los muertos de la guerra está claramente parcializada. Sin embargo, mi corazón comprensivo sabe que Finlandia es frontera con Rusia, y que lo más probable es que Ansa represente al finlandés promedio que empieza y termina su día agobiado por lo que transmiten los medios sobre lo que pasa en esa y cualquier otra guerra fronteriza. Como dice nuestro personaje: ¡Maldita guerra!

Hablemos sobre perros. Una película de Aki no sería una película de Aki si en el tercer acto no irrumpiera un hermoso ser de cuatro patas (suelen ser los propios perros del director). En este caso, como una proyección más al sistema que le falla tanto a los humanos como a los animales, Ansa se encuentra un perrito abandonado y decide adoptarlo para compartir paseos, trenes y camas. Con la llegada del perrito me digo: Lárguenle todos los globos de oro a los que está nominada y los futuros cosos dorados (Oscar).

Si le metemos raciocinio al guion escrito por el mismo Aki, las situaciones pueden parecer ingenuas o hasta tontas, pero este agradable sujeto logra que cuando nos acercamos al final, a pesar de todo lo extraño/apático que es su mundo, a pesar de todo lo finito que parece en expresiones, te conmueve y te ahoga con algo muy cercano a la ternura.

No sé si Aki nos ha lanzado un Tiempos Modernos en esta era moderna, o si es incapaz de separarse de sus personajes laboralmente explotados, diametralmente opuestos que encuentran el amor y la compañía canina soñada, solo sé que con Fallen Leaves seguís queriendo a ese director excéntrico que solo hace películas para dar de comer a sus perros, que prefiere la palabra verdad a la palabra realismo, que dijo que Hollywood es el McDonalds del cine o que el cine es la única religión que respeta.

Tal vez, es solo que mi idea de un final feliz es la misma que él tiene: un atardecer, la persona correcta, y claro, un perro.

Lo mejor: Aki en todo su esplendor y, ajá, Chaplin Lo peor: no es un cine de amplio alcance y, ajá, que no aparezca más Chaplin Lo más falsete: los mensajes machacones de la radio, alguno de los encuentros El mensaje manifiesto: dos soledades se pueden unir El mensaje latente: vivimos en un mundo donde se está muy solo El personaje entrañable: ¿es necesario que lo diga? Chaplin El personaje emputante: el guardia chismoso, OBVIO El agradecimiento: por los perros, siempre por los perros.

CINE: Nunca llueve en California (Palms, trees and powerlines)

Por: Mónica Heinrich V.

En Argentina, un actor/comediante/presentador llamado Jey Mammon fue denunciado por violación. La denuncia la hizo Lucas Benvenuto, un joven que hace años había denunciado una red de pedofilia. Lucas acusó a Jey de haberlo violado a sus 14 años. Jey, según la denuncia, tenía 32 años cuando los hechos sucedieron. Jey salió indignado a aclarar que Lucas no tenía 14 años cuando iniciaron una relación de “pareja”, sino que tenía 16. A Jey no le gusta la etiqueta de pedófilo, violador o pederasta. Al hacer esa aclaración (eran 16 y no 14) legalmente queda fuera de lo que la justicia argentina considera violación. Ya que la relación de “pareja” no la puede negar por las pruebas, en las entrevistas que ha dado habla sobre el “vínculo” lleno de amor y respeto que había entre los dos. Jey aún no se da cuenta (o finge no darse cuenta) de lo creepy/anormal que es que él como un adulto de 32 haya tenido/buscado/aceptado una relación con un chico de 16 años.

En Nunca llueve en California, Lea (Lily McInerny) de 17 años inicia una relación con Tom (Jonathan Moss Tucker) de 34 años. En pantalla desfila el cliché del predador. Ese que se convierte en solaz del menor de edad. Lea proviene de un hogar disfuncional, con un padre ausente y una mamá que lleva parejas a su casa que a la adolescente no le gustan. Lea es una chica sola, sin hobbies, sin pasiones, ya tiene relaciones sexuales con otro chico de su edad, pero ni siquiera las disfruta. Lea vive una vida en la que ella no es protagonista y en la que nunca recibe atención real ni de familiares, ni amigos. Tampoco tiene planes a futuro, no hay una sola referencia a lo que sueña estudiar o en lo que sueña convertirse. Todo es un sinsentido. Entonces llega Tom, un tipo que le dice que es hermosa, que le asegura que adora pasar tiempo con ella, un tipo que le pregunta qué desea hacer, que trata de complacerla, de hacerla sentir especial. Este es un adulto (hago hincapié en lo de adulto) seduciendo a una menor de edad.

Jamie Dack ya hizo un cortometraje homónimo con la misma historia en el 2018 y decidió que daba para extenderlo a un largometraje. El tono de la película es íntimo. De hecho, una de sus virtudes sería esa. Lo cotidianas que se sienten las escenas. Lea sale con sus amigos. Se droga. Bebe. Conversa con su mejor amiga de secretos y chismes. Pasa más tiempo fuera que dentro de su casa. Este tiempo muerto o aburrido en la pantalla podrá alejar a algunos espectadores, pero en realidad es necesario para que se entienda cómo o por qué Lea se engancha con Tom.

Tom aparenta ser un hombre de mundo, le dice que vive libre como el viento, que hace lo que quiere y cuando quiere, que ella es diferente a las otras chicas. Cuando se descubre que Tom vive en un motel de mala muerte, en un cuartucho que podría ser el cuarto de despensa de la casa de Lea, la seducción ha avanzado tanto que Lea aún sintiéndose incómoda decide seguir con él. Hay un juego de co-dependencia que ha sido abierto por Tom y que le servirá para que Lea pase por alto todas las alarmas sobre la relación.

Lea...oh, Lea.

El guion de la película co escrito por la directora y Audrey Findlay, explora de manera sutil cómo Lea va siendo envuelta por Tom. La historia se basa en las vivencias de Jamie, que en su temprana juventud tuvo una relación con un hombre mucho mayor. Relación que en el contexto del #metoo se obligó a revisar.

Los primeros dos actos de Nunca llueve en California nos hacen pensar en Jey Mammon o en el productor de Timbiriche Luis de Llano, acusado por la cantante Sasha Sokol de abuso sexual al haber sido su “pareja” cuando ella tenía 14 años y él 39. A Luis de Llano tampoco le gusta la etiqueta de pedófilo, violador o pederasta y defiende su pasado como una relación “llena de amor y respeto”.

La película, en esos dos primeros actos, es algo rutinaria y cliché. No hay nada que suceda en pantalla que no hayamos visto hasta en un telefilm de baja calidad sobre abusadores de menores. Quizás porque el modus operandi de estos sujetos siempre el mismo. Sin embargo, Jamie Dack está acompañada de la poderosa fotografía de Chananun Chotrungroj que imprime belleza en las soleadas tardes que Lea pasa con Tom. En las noches en las que la chica no quiere estar en su casa. En las conversaciones manipuladoras que son vivenciadas por ella como charlas románticas. Hay nostalgia en la visión de Jamie. Nostalgia por esa niña que se aferra a un adulto enfermo.

El tercer acto viene con sorpresas. El daño que uno piensa que Tom le hará a Lea es más que el de una relación inapropiada entre un menor de edad y un adulto. Es más que las ganas de un pedófilo de enredarse con una niña. En ese momento, la cosa tranquila y rutinaria que Jamie venía exhibiendo en pantalla se convierte en algo oscuro y cruel. Jamie pone toda la carne en el asador. Lea, que no es tonta, tendrá que tomar ¿decisiones?

En ese signo de interrogación es donde puede descansar el debate que la película sugiere ¿Hasta dónde la vulnerabilidad y la manipulación permiten que esas decisiones sean realmente decisiones?

Jamie, que hasta el momento seguía el manual del abuso de menores, no tiene piedad con Lea y concluye la película con una escena triste que te llena de impotencia. Ciertos espectadores mirarán con incredulidad los minutos finales, pero si repasás la película en tu mente sabrás que ese final no está lejos de muchos finales.

Lo mejor: grandes actuaciones y un final alejado del final feliz La escena: el cuarto de hotel y, claro, la última llamada Lo más falsete:El mensaje manifiesto: los niños/adolescente no toman decisiones y ya El mensaje latente: el adulto es siempre responsable de actuar como un adulto El consejo: ni en adultos ni en gente de tu misma edad «no conozco a nadie como vos» El personaje entrañable: Lea El personaje emputante: Tom y el otro viejo perver El agradecimiento: porque no tiene un final masticado.

 

CINE: El club del odio (Soft & Quiet)

Por: Mónica Heinrich V.

La venden como la película más polémica y salvaje del año. Y es difícil resistirse a esos adjetivos. Por lo menos, una vocecita interior te dice que lo que sea que verás, no te dejará indiferente y, en estos tiempos de anestesia global, se ansía lo que no te cubra con el manto insípido de la indiferencia.

El título original de la ópera prima de Beth de Araújo es Soft & Quiet, los latinos creyeron que era buena idea traducir eso como El club del odio, porque sí, eso vende más también. Entonces, tenemos una película que se llama El club del odio y que promete ser la más salvaje, la más polémica del año. Ah, y está filmada en un plano secuencia. Chiqu@s, esta es mi playa.

Emily (Stefanie Estes) es una maestra de kínder que está llorando en el baño de su escuela porque su prueba de embarazo dio negativa. La cámara la sigue hacia afuera. Después de un incidente que nos muestra el perfil del personaje (de «perturbadita»), Emily llega a una pequeña habitación de una capilla donde se reúne con otras mujeres. Es claro que la mayor parte de ellas no se conocían antes del evento.

A simple vista, parecen estas doñitas que se reúnen a tomar un cafesito sin otras preocupaciones. Hasta que, claro, cada una expone los motivos que la llevaron a esa habitación.

Somos la crema y nata de la ignorancia

Kim (Dana Millican) es dueña de una pequeña tienda en la ciudad. Desprecia cómo los bancos judíos manejan los préstamos bancarios y cómo la rechazan y le complican la vida. También detesta que los niños inmigrantes entren a su tienda y no muestren educación. Jessica (Shannon Mahoney) es una mujer embarazada, con otros tres o cuatro hijos en su casa, que dice haber nacido dentro del Ku Klux Klan y que, aunque la prensa los retrata como monstruos, la realidad es que “el multiculturalismo no está funcionando”, todo dicho con una gran sonrisa. Alice (Rebekah Wiggins), entre muchas cosas, dice que hay que reemplazar el Black Lives Matter por un All Lives Matters, cree que los negros se aprovechan y se victimizan a costa de los blancos. Leslie (Olivia Luccardi) dice que se encuentra ahí gracias a Kim, que la acogió y le dio sentido de pertenencia contratándola como niñera en su casa. Marjorie (Eleanore Pienta) lo primero que dice es “Yo no odio a nadie” (seguro, amiga), y luego pasa a contar cómo una colombiana le ha robado el ascenso que estaba esperando en su trabajo gracias al “mal uso” de la inclusión y la diversidad.

El guion de Beth de Araújo tiene la capacidad de hacer crecer dentro del espectador una incomodidad y un malestar que alcanza niveles insospechados.

El pintoresco grupo de damas puede representar tal vez a la más rancia ala votante de Donald Trump, y a cualquier ser humano capaz de sentirse identificado con los argumentos esgrimidos por los personajes. En Bolivia hay unos cuantos conocidos y desconocidos que dicen cosas parecidas sin siquiera sonrojarse. En la película, por ejemplo, hay un momento en que proponen hacer una lista de los inmigrantes de la zona para tenerlos controlados. Ah, criaturitas del señor.

Chicas, organicémonos para aniquilar a ese sucio, zarrapastroso, indigno, maldito, asqueroso enemigo…

Y eso es lo que provoca la incomodidad, el malestar. Estar frente a ciertos discursos que tanto daño le hacen al mundo y que escuchás, de vez en cuando, a tu alrededor. En todo caso, estamos hablando de cine, no de un simposio sobre Racismo y Discriminación (así, con mayúsculas). Las intenciones de la directora/ guionista, por supuesto, son loables. Solo que la temática de su película bordea peligrosamente el panfleto, ese tonito didáctico y discursivo que puede degenerar en una película prescindible.

La fotografía de Greta Zozula hace funcionar un plano secuencia que tiene algunos cortes casi imperceptibles. Es interesante cómo los tiempos de la película que podrían parecer muertos son resueltos: Cuando Emily camina hacia la capilla de la reunión, cuando salen de la capilla hacia la tienda, cuando salen de la tienda hacia la casa en la colina, cuando salen de la colina para las escenas finales. Beth logra mantener un ritmo casi frenético agigantado por las actuaciones de un casting perfecto.

Es correcto afirmar que la película inicia muy bien (discursivamente, pero bien) hay conversaciones sobre el racismo y el resentimiento social que se presentan como aleteo de pajarito y que joden por eso, porque son líneas subterráneas que podrían cuadrar con nuestra vecina, con nuestra amiga del gimnasio, con la cajera del súper. Cuando la película rompe ese tono “inocente” “inofensivo” y nos entrega lo que realmente podríamos esperar de estos personajes, se vuelve un poco facilista. Deja de analizar a sus personajes y va a la violencia, a la barbarie casi como si fuera un imán al que la temática atrae. Hay también, un argumento tonto, sobre todo desde el instante en que las chicas tienen el altercado en la tienda. Es como un derrape de malas y bobas decisiones, algunas que no tienen ningún sentido, pero que pueden justificarse bajo la idea de que a veces la vida es así, y que hay crímenes que nunca entenderemos cómo o por qué pasaron de una manera lógica, racional.

Ya llegamos tan lejos…sigamos haciendo cagadas.

¿Y lo polémico? ¿Y lo salvaje? Sí, señores. Los adjetivos no mienten. En algún momento El club del odio se convierte en una home invasion. Y en esa home invasion suceden cosas polémicas, salvajes, que se quedarán dando vueltas como mosquitos en nuestra mente mucho tiempo después.

Lo polémico y lo debatible estará en los elementos narrativos que usa Beth para asentar el discurso en el que la película está envuelta. ¿Es necesario? ¿Es correcto? Es probable que no todos los espectadores soporten los minutos finales en los que nuestras chicas pierden la cabeza, los buenos modales, las buenas costumbres, y el monstruo que realmente las habita toma absoluto control. Ese monstruo puede sentirse como un afán de la directora de traumatizar espectadores. En mi caso, me alejó a territorios lejanos. Esos en los que el racismo enquistado no requiere grandes gestos, sino que está ahí omnipresente en el diario vivir.

Lo mejor: salvaje, polémica y cinematográficamente muy lograda Lo peor: cuando la mirada se pone en modo violencia porque sí La escena: la botella Lo más falsete: que no sospechen que las hermanas volverían a su casa si era evidente que la tipa estaba saliendo de trabajar y solo quería un vino para relajar al final del día El mensaje manifiesto: hay mucha gente perturbadita que finge normalidad y buenas costumbres El mensaje latente: hay demasiada gente perturbadita que finge normalidad y buenas costumbres El consejo: hay que alejarse de la gente perturbadita que finge normalidad y buenas costumbres El personaje entrañable: las hermanas El personaje emputante: estas doñitas perturbaditas que fingen normalidad y buenas costumbres El agradecimiento: por los que no creen ni distribuyen esos rancios discursos.

DOCUMENTAL: Navalny / Fire of love

Por: Mónica Heinrich V.

NAVALNY

Qué vergüenza ajena siento. Un poco de bochorno propio también por someterme al suplicio de ver completo Navalny. La culpa la tienen los cosos dorados de este año que van y le dan el premio a Mejor Documental y el espectador, a pesar de toda la triste historia que tenemos con la Academia, empieza a creer en pajaritas preñadas. Y sí, la culpa (porque hay que repartirla bien) es también de CNN, y de este sujeto: Daniel Roher, director. Y no, no nos confundamos, nada sería la simpatía política (que puedo entenderla y respetarla), el gran problema de este trabajo es que carece de cualquier sentido artístico, o pudor artístico, o cualquier cosa artística, por no mencionar su escaso valor periodístico. En resumidas: es un burdo panfleto proselitista.

Puedo entender las adhesiones anti Putin y el solaz que significa imaginar que alguien (cualquiera) sea el súper héroe caído en desgracia por desafiar el poder. Pero, gente de bien, odio decir que no es el caso o, por lo menos, el documental (más allá de un maquillaje barato) no consigue demostrarlo.

Roher, por ese maravilloso y casual sentido de la oportunidad (digamos), entrevista a Navalny tiempo después de su intento de asesinato en Siberia. Contextualizo: Alexei Navalny es un opositor de Putin (y, según algunos medios, un posible gran rival electoral ruso) que en el año 2020 se comenzó a sentir enfermo dentro de un avión y, después de mucho alboroto, consiguió ser trasladado a Alemania donde se confirmó que había sido envenenado con Novichok, un agente químico ligado a atentados Putinísticos. Hasta ahí, tenemos una gran historia digna de una película y/o un documental. Héroes, villanos, peligro de muerte, envenenamientos clandestinos, conspiraciones, espionaje, matones, delitos de estado, etc.

Soy el salvador de la gran patria rusa

En Navalny, dirigido por Roher, el tal Navalny grita chantulín desde el primer momento. Para empezar es incapaz de explicar coherentemente sus nexos con grupos ultra fascistas. Porque este personaje surge de ahí. Con un discurso extremo, racista, anti musulmán, anti inmigrantes, anti georgianos, incluso anti Ucrania. Y luego vira, y aparece como paladín de la democracia, de los valores morales más prístinos y, claro, anti invasión. Ya estamos grandes y hemos visto demasiada chacota para saber que eso no es posible. Sus ideas son bastante prosaicas y de consigna como para que sean reales. Esto de su pasado es importante porque va en contra de los valores que dice defender ahora.

El tipo, entonces, no resiste archivo. Aún así, sigue siendo un personaje que podés explorar o diseccionar con éxito si te animás a hacer algo más que la lisonja gratuita. Como espectadora seguía esperando que el documental me arrojara por lo menos una mirada aguda sobre su perfil político, para bien o para mal. Y no. Cero.

La primera parte del documental es bastante básica y está enfocada en presentar como víctima a Navalny. Puede serlo, claro, pero el trabajo de Roher es similar al de un camarógrafo contratado para seguir a un candidato durante su campaña. En el nudo, se interna en la investigación que hizo el mismo Navalny para desenmascarar a sus casi asesinos con la ayuda de un periodista del Bellingcat. Quizás es lo más logrado del documental, lo más entretenido, lo más informativo, lo más útil. Aunque siempre en un formato muy MTV, TIK TOK, farandulero. Creo que, si Navalny se hubiera basado más en los hechos tal cual y hubiera seguido la línea del tema de grabar las llamadas, y recopilar pruebas fácticas y mostrárnosla a detalle, sería mucho más valioso.  Se conforma con una llamada que le sale bien, de la que no tenemos cómo saber si es la voz real, dónde quedó el tipo, y la participación exacta de las personas que nombran. Todo se queda ahí, en una especie de video superficial, casi trivializado.

El excesivo afán de Navalny por la cosa mediática es algo que me repelía también. Ya lo había notado en su cuenta de twitter donde solía hacer las comparaciones más desafortunadas, una de las últimas que leí fue cuando comparó disparar un misil con la cantidad de repercusión que generaría posicionándose a favor de Ucrania gracias al alcance de sus redes. Una persona así no puede ser manejada para que baje el perfil en un documental, por más que dicho documental sea a favor de su imagen, así que Navalny muestra su pose de mesías durante todo el documental. A los que quieren creer el cuento del salvador de la patria los seducirá más, pero si conocés bien ese tipo de perfil: el político narciso-mitómano-manipulador, te darás cuenta que entre Navalny y Putin no hay muchas diferencias.

Lo peor es cuando el documental concluye haciendo creer al público que Navalny es encarcelado solo por ser un férreo opositor del gobierno y nunca nos cuenta las denuncias de lavado de dinero y de estafa que tiene en su contra desde hace años. ¿Si el gobierno de Putin montó esas denuncias, no sería mucho más edificante saber cómo lo hizo? ¿No sería más interesante probar que es inocente? Preferiría acortar imágenes de seguidores amontonados con cartelitos a favor de Navalny y que se me cuente a detalle los mentados atropellos de Putin. Y si el objetivo es “vender” a Navalny, ¿cómo no aprovechar semejante oportunidad para que el tipo no sea solo un amplificador de frases ñoñas y vacías sobre la libertad y los derechos humanos?

Roher tuvo la inteligencia de hacer un documental que le generaría repercusión inmediata, que tendría el apoyo y la cacofonía de los medios anti Rusia y que además serviría para que los cosos dorados se suban al tren del mame. Sin embargo, el trabajo muestra inmadurez como realizador y una falta de análisis real que para un tema tan delicado tendría que ser casi obligatorio. Hay cierta deshonestidad en cómo presenta los hechos, independientemente de si el Kremlin intentó matar a Navalny y lo encarceló injustamente.

Lamentablemente, el asunto es tan espinoso que nunca sabremos la verdad a detalle. Serán estos guardianes de la historia los que la escriban: los seguidores de Putin o los anti Putin. Una verdadera pena.

Lo mejor: la parte pequeñísima de investigación Lo peor: documental de político para el político La escena: la llamada Lo más falsete: que solo sea esa llamada El mensaje manifiesto: la masa es muy manipulable El mensaje latente: Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado. El consejo: nunca te quedés con una sola verdad El personaje entrañable: esa verdad que nunca conoceremos del todo El personaje emputante: las ansias de poder El agradecimiento: porque por lo menos habrá gente que se interese en saber qué pasó…

FIRE OF LOVE

Esto es hermoso y tétrico y jodido y hermoso nuevamente. 

Digamos que si venís de ver Navalny te sentirás súbitamente emocionado cuando en los créditos presentan a los volcanes como si fueran parte del casting.

Y sí, Fire of love en un inicio tiene esta vibra de un trabajo tal cual su título, fuego hecho de amor. Después de ese inicio divertido, con música divertida, montaje divertido, y sensación divertida, nos presentan a la pareja de vulcanólogos franceses Katia y Maurice Krafft. Científicos exitosos que (no hay spoiler acá) perdieron la vida por causa de uno de sus amados volcanes. 

La voz de la gran Miranda July nos relata la vida y obra de los Krafft. Cómo se conocieron, cuál fue su formación académica, la simbiosis científica que lograron, la pareja en la que se convirtieron, y cómo la fascinación por los volcanes los llevó a arriesgar sus vidas para conseguir las muestras más sorprendentes, las fotos más espectaculares, los videos más increíbles, los hallazgos más importantes.

El documental dirigido por Sara Sosa (productora del polémico docu The Edge of democracy) atrapa desde sus primeros segundos. Sentimos el embeleso de Sara por el embeleso de los Krafft. Y hasta ahí, el embeleso nos inunda también.

Luego, el embeleso pasa a un poco de incomodidad. Me explico. En la vida real, me fatiga la gente que a título de una pasión hace cosas tontas y pasa por alto las medidas de seguridad más básicas. La búsqueda de sensaciones que mencionaba  en sus estudios el psicólogo Marvin Zuckerman está asociada a veces a una conducta de riesgo y en este caso, era evidente que Maurice padecía algún tipo de trastorno que hacía que fuera imposible para él darle al riesgo el valor que una persona normal le daría. Y con él arrastraba a Katia. 

De hecho, sus acercamientos a los volcanes fueron escalando en imprudencia cuando debería ser al revés, mientras más data recaben del comportamiento incierto de los volcanes, más precaución o protocolos de seguridad podrían generar.

Igual, es imposible apartar los ojos de esa crónica de una muerte anunciada. La lava, los volcanes, los Krafft te hipnotizan. Las imágenes que ves en pantalla son una recopilación del material que la infortunada pareja grabó a través de sus años de trabajo visitando volcanes. Estamos hablando de principios de los 60s a principios de los 90s. 

Hay mucha belleza y poesía en esa furia de los sangrantes volcanes. No lo vamos a negar. 

Pero el tono del documental siempre es de admiración. Ahí donde Werner Herzog reconocía en Timothy Treadwell toda la vibra cringe y alarmante de su amor por los osos en Grizzly Man, la directora Sosa solo observa y aprueba. 

Cuando el Monte Unzen hizo lo suyo, Maurice tenía 45 años y Katia 49. La voz en off de July pregunta en alguna parte del documental: «¿Si murieras en cualquier momento, qué dejarías atrás?» una reflexión que hace eco al importante legado de los científicos. Yo me pregunto: ¿Si Maurice y Katia no morían tragados por la erupción del Monte Unzen, se imaginan la cantidad de investigaciones que hubieran logrado hasta hoy?

Lo mejor: fascinante e hipnótico documento Lo peor: su tono admirativo que nunca cuestiona lo cuestionable La escena: cuando se escucha a través de los testimonios decir a Maurice que no le importaría morir a causa de un volcán (!) Lo más falsete: el tono lírico El mensaje manifiesto: la naturaleza es más grande que todos nosotros El mensaje latente: hay que respetarla El consejo: para ver una tarde de sábado  El personaje entrañable: Katia, porque sí El personaje emputante: Maurice, porque sí El agradecimiento: por lo que dejaron detrás.

CINE: Aftersun

Por: Mónica Heinrich V.

(contiene spoilers)

David Foster Wallace decidió que vivir no valía la pena en el año 2008. Tenía 46 años. Su obra está cargada con referencias a sus adicciones, a su depresión, a ese tormento que a veces le significaba la vida. Y fue él, precisamente, quien en las páginas de su obra cumbre La broma infinita, dio una de las definiciones más certeras del suicida, del depresivo. Dijo (palabras más, palabras menos) que el suicida se siente como quien está en un rascacielos en llamas, y que en algún momento las llamas serán tan insoportables que preferirá saltar. El terror a las llamas es mayor que el terror a caer. Caer, de alguna manera, significará terminar con la angustia, con la amenaza del fuego. Es desgarrador.

En Aftersun vemos a Calum (Paul Mescal) en lo alto del edificio, con las llamas carcomiendo los cimientos. La película está filmada con delicadeza, con nostalgia, con esa intimidad del que cuenta una historia honesta. Charlotte Wells, la directora y guionista, recopila recuerdos de su infancia, de su padre (al que perdió a sus 16 años), de su entorno y los coloca en pantalla a través de Calum y Sophie (Frankie Corio) que interpretan a un joven padre y a su hija en las últimas vacaciones que compartirán juntos.

Y más allá del edificio en llamas, y las sutiles referencias al errático comportamiento de Calum, está el vínculo, los abrazos entre padre e hija, el ponerse bloqueador en una soleada piscina, las charlas sobre lo qué querías ser cuando tenías once años, y es imposible (nuevamente, más allá de las llamas) no pensar en nuestros propios padres, en nuestros propios vínculos, en nuestros propios abrazos, en nuestros propios recuerdos. Porque la memoria funciona mejor que una cámara filmadora. Y mientras ves el trabajo de Charlotte viajás a las vacaciones que tuviste alguna vez, a esa niñez perdida y no perdida.

Aftersun es un coming of age. Sophie está en un resort en el que podrá relacionarse con chicos mayores, está en una edad en la que ya puede percibir las diferencias que existen a nivel económico, está en el momento de resignación en el que sabe que sus padres no volverán a estar juntos, está en esa etapa de la vida en la que puede pasar algo malo, pero igual disfrutará de las pequeñas cosas. Y también está la inocencia de Sophie que no ve las llamas, que no ve el edificio, que no ve a Calum al borde de la noche. Y todo sucede en un lugar paradisiaco, exótico, en Turquía, y todo queda registrado en una cámara filmadora y en nuestras mentes.

El guion es sencillo. Su único objetivo es mostrarnos el vínculo padre e hija, y darnos indicios de lo que sucede internamente con Calum. Sus piruetas en el balcón, sus cambios de estado de ánimo, el champarse de noche en el mar, la compra cara, la postal. Esa sutileza se destruye con la banda sonora, cuando un eufórico Calum baila Under Pressure (Queen y David Bowie) y escuchamos la letra: That’s the terror of knowing what this world is about, Watchin’ some good friends screamin’, «Let me out» (Esto es lo terrorífico de saber de qué va este mundo. Viendo a algunos buenos amigos gritando «déjame salir») o cuando la niña canta Losing my religion (R.E.M)…

Aunque no comparta ese “comentario” adicional que hace Charlotte remarcando las escenas con esas canciones, emocionalmente funciona y funciona por la poderosa química que hay en pantalla entre Paul Mescal y Frankie Corio. Ves la complicidad, la naturalidad de esa relación ficticia padre-hija. Hay comodidad en las actuaciones, tanto que ambos logran eso que a veces es tan complicado lograr: que nos olvidemos que es una película.

Y mientras más nos olvidamos que es una película, más podemos acercarnos a las llamas que rodean a Calum. Habrá momentos, claro, que nos regresen al artificio del cine. Veremos la mano de la directora interviniendo con el río de emociones que ha conseguido generar, por ejemplo: en las escenas de Sophie adulta que simulan la discoteca, las escenas que nos hacen notar que es un flashback, todo aquello que rompe con la cosa orgánica y compleja que existe en el restort, donde viven la versión joven y atormentada de Calum y la versión infantil de Sophie. Pero no importa, podemos dejarlo pasar.

El trabajo de fotografía de Gregory Oke, me dice que entendió perfectamente lo que había que hacer. Oke, a veces, huye del primer plano y nos da tomas generales, hermosas, de Calum y su hija conversando de cosas importantes sin que les veamos las caras. Oke, a veces, usa el primer plano para mostrar la dulzura, las sonrisas, las manos, los abrazos, las caricias. Oke, a veces, decide presentar el drama sin regodearse en él, como cuando solo tenemos la espalda desnuda de Calum y escuchamos su angustia. Qué importante es para el relato.

Y cuando llega el final (porque todo tiene un final, todo termina) ya podés sentir las llamas. Las ves claramente. Sentís su furia y su poder destructor. Y el corazón entiende aquello de Aftersun (que significa atardecer) y sufrís, te rompés, por Sophie, por Calum. Una parte tuya se queda con la polaroid congelada de ambos felices, sonrientes en esos soleados paisajes turcos. Under Pressure vuelve a sonar (con Melt Miami) y lo reafirma: Este es nuestro último baile.

Lo mejor: Hermosamente filmada, hermosamente actuada Lo peor: algunos remarcados y, claro, las llamas…siempre las llamas  La escena: la charla de los 11 años; otra cuando Sophie le dice que a pesar del día lindo que tuvieron ella siente como un bajón; otra, la primera vez que bailan Under pressure Lo más falsete: algunos remarcados El mensaje manifiesto: tener el deseo y la necesidad de vivir pero no tener la habilidad El mensaje latente: nuestra patria es la infancia El consejo: se puede combatir las llamas, no es fácil, pero se puede El personaje entrañable: Sophi, Calum…ambos El personaje emputante: las llamas, siempre las llamas El agradecimiento: por las fotos que congelan esa felicidad tan esquiva.

El futuro es hoy ¿oíste, viejo?

Por: Jorge León Lozano

En el mes de octubre del año 2021 el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, anunció la creación de un universo dentro de nuestro propio universo. Y así, se creó el ´Metaverso`. Un universo donde la gente ya no tendrá la necesidad de salir de sus hogares, ni de trasladarse geográficamente a otros países, ni de interactuar con personas de manera física, ya que todo se podrá hacer a través de un universo virtual; con el Metaverso de Zuckerberg es el futuro de la conexión digital, donde se combina lo real con lo digital.  

El cine de ciencia ficción no estuvo tan alejado de predecir el futuro. La industria cinematográfica de Hollywood nos mostró mundos que, probablemente, jamás pensaríamos que llegaría el momento de presenciarlos. Las generaciones de los 80´s y 90´s son los más sorprendidas por los avances de la tecnología. Sin embargo, no solamente fue el cine, también estuvo muy involucrada la literatura. Pero, en este caso, me basaré más en el cine, con algunas películas y series (que en lo personal aprecié, pero quizá existan más…) que impactaron en la pantalla grande y en la pantalla chica.

La cinta animada ‘Wall.E’ (2008) dirigida por Andrew Stanton y producida por Pixar Animation Studios y Walt Disney Pictures nos da un pantallazo del Metaverso del Zuckerberg. En la película animada se aprecia cómo los pasajeros de las naves generacionales fueron vencidos por la pereza y la obesidad y solamente con un click o mediante la voz hacen que las cosas sucedan, sin necesidad de mover un solo músculo. De esta manera, en años posteriores el Metaverso nos ocasionará el mismo efecto que a los pasajeros de la peli. Otro aspecto interesante del filme es cómo el hombre contaminó la órbita del espacio con centenares de satélites: satélites que tienen cada país (como el satélite artificial de telecomunicaciones Tupac Katari de Bolivia), satélite de canales de televisión y de diferentes empresas. ‘Wall.E’ nos demuestra que el Metaverso es un camino hacia la obesidad, la holgazanería y la excesiva comodidad con la tecnología.

Desde otro punto de vista, es necesario mencionar al filme de ‘Her’ (2013) dirigido por Spike Jonze e interpretado por Joaquín Phoenix. La historia es sobre un hombre que desarrolla una relación amorosa con su sistema operativo, es decir con su teléfono celular. Aunque parezca algo satírico, este filme no está nada alejado de la realidad. No hace mucho, Akihiko Kondo, un hombre Japonés, se casó con un holograma, una cantante de realidad virtual llamada Hatsune Miku. Entonces te preguntas, wá ¿qué está pasando?… Pero otros te responderán: nada, bro, ahora las cosas son así. El filme ‘Her’ te plantea que puede suceder una situación similar a su historia. Akihiko Kondo y Hatsune Miku demuestran que sí existe ese tipo de amor: el amor con un holograma. Esperemos que Akihiko Kondo no pase por todas las cosas que tuvo que pasar Phill en la película ‘Jexi’ (2019), que por cierto, es un metraje de parodia a ‘Her’. Muy importante ver ambas pelis.

Ahora se escucha bastante sobre amores por redes sociales, jóvenes y señoritas que no se llegan a conocer en persona, pero sí llegan a tener una relación amorosa, como en la serie ‘Black Mirror’ en el capítulo de Striking Vipers (quinta temporada), donde mediante un juego de realidad virtual dos amigos se reencuentran, y en esa arena virtual donde predominan la lucha y los golpes, los protagonistas Karl y Danny, vencidos por la pelea,  caen uno sobre el otro y se besan. Y se les hace vicio. Se convierte en un amor de amigos, un amor de hombres, un amor fantasioso, un amor de realidad virtual. En nuestra cotidianidad cochabambina/boliviana también se escuchan algunos casos donde los jóvenes se aventuran en un periplo para conocer a su amor surgido a través de los videojuegos y/o redes sociales. Una locura. Como el caso del surcoreano que llegó hasta la ciudad de La Paz para declarar su amor a Mary. Locura x2.

En la misma perspectiva hay algunos vídeos musicales (sin importar el género) que plantean una similar situación, un ejemplo es el videoclip: Let Me Love You de DJ Snake ft. Justin Bieber y, en su vídeo, te muestra que con los videojuegos se puede fantasear con un amor ficticio, pero ojo, no se sabe quién está del otro lado del monitor, y probablemente lo mismo suceda en el Metaverso de Zuckerberg. Amores de metaversos: perfiles vemos, pero caras y géneros no sabemos.

 

Dentro de los primeros adelantos del Metaverso, el señor Zuckerberg anunció que implementaría el juego de GTA: San Andreas mediante el Oculus Quest 2, de cierta manera es algo emocionante porque se tendrá la posibilidad de vivir una realidad alterna donde se podrá robar autos, asaltar casinos, etc…

Y bueno, regresando al cine, a lo largo de la historia del séptimo arte existieron películas donde el protagonista, de alguna manera, ingresa al juego. Sin entrar en mucho spoiler (porque hacer eso es feito), las películas de este género son: ‘Ready Player one´ (`Comienza el juego’) (2018) dirigida por Steven Spielberg. Otro filme es ‘Scott Pilgrim contra el mundo’ (2010) bajo la dirección de Edgar Wright. ‘Jumanji en la selva’ (2017) de Jake Kasdan y del mismo director ‘Jumanji: el siguiente nivel’ (2019); ‘Gamer’ (2009) dirigida por Mark Neveldine y Brian Taylor; o la última película que me pareció increíble ‘Free Guy: tomando el control’ dirigido por Shawn Levy e interpretado por Ryan Reynolds. Y claro, sin dejar de lado las buenas películas clásicas como ‘Jumanji’ (1995) dirigido por Joe Johnston e interpretado por el gran actor Robin Williams. Otro Filme es ‘Starfighter: La aventura comienza’ (1984) dirigido por Nick Castle y, por último y no la menos importante la cinta clásica ‘Juegos de guerra’ (1983) bajo la dirección de John Badham.  Hay muchas otras películas que existen y que, en lo personal, me faltan por descubrir. (Y ojo que también los videojuegos se pueden utilizar como arma de guerra, como le pasó a Bart Simpson, pero esperemos que ese no sea el objetivo del Metaverso del señor Zuckerberg).

Dentro de lo que nos ha cautivado en la pantalla chica tenemos series como ‘Rick y Morty’ que sigue al aire desde el 2013, es una serie de animación para adultos parida por las perturbadas mentes de Justin Roiland y Dan Harmon; de igual manera la asombrosa serie ‘Black Mirror’ (2011) en dos capítulos: Striking Vipers (quinta temporada) y, Partida (tercera temporada), estos dos capítulos con relación a los videojuegos. En realidad, toda la serie está dentro de esas posibilidades del desarrollo, del mal uso y la obsesión por la tecnología. Muy importante ver la serie x2.

El avance de la tecnología es abrumadora e increíble, de hecho desde la llegada de la pandemia y el encierro obligatorio (sumando que ahora tenemos presente al Metaverso) poco a poco se está combinando lo real con lo digital. En algún momento estaremos como en el filme ‘Free Guy’ donde existirán infinidad de posibilidades, ya sea de comunicarse, de conversar, de conocer gente, de enamorarse, de jugar, de viajar, y técnicamente de hacer de todo, no existen límites. Y todo esto, solamente permaneciendo sentados como los pasajeros obesos de las naves generacionales de Wall.E,  también podemos decir que estamos en camino hacia Black Mirror.

El futuro es hoy ¿oíste, viejo?…

Jorge León Lozano – Comunicador Social.

CINE CHILENO: 1976 / CINE ARGENTINO: Argentina, 1985

Por: Mónica Heinrich V.

1976

“Qué oscuros somos los chilenos” dice uno de los personajes de 1976. Y sí, si pienso en el Chile de 1976, qué oscuros fueron los chilenos. Qué oscuros fuimos todos.

Para el cine latinoamericano esos periodos han sido muy difíciles de retratar. El cine memoria cuesta, duele, jode. De Chile se me aparece como un fantasma Post Mortem (reseñada ACÁ) o Machuca (que vi en el Festival Iberoamericano de Cine hace añadas) de Andrés Wood que co-produce 1976. No es casualidad lo de Wood, 1976 es dirigida por Manuela Martelli una de las protagonistas de Machuca. Martelli también fue protagonista de B-Happy, ¿recuerdan esa película que también estuvo en el Festival Iberoamericano de Cine hace añadas? Después, la actriz se fue a estudiar dirección de cine a Estados Unidos y, gracias a Dios, regresó no con un cine de fórmula sino con un debut que tiene voz.
El inicio de 1976 es perfecto. Una doñita jailona, Carmen (Aline Kuppenheim), está eligiendo el color de pintura para las remodelaciones de su casa frente al mar. Es un rosado cursilón. El primer plano está fijo en el balde de pintura que está mezclando el color, de fondo se escucha un alboroto. Los milicos han detenido a alguien en plena calle, a plena luz del día. No lo vemos, pero lo sabemos.

Eso es lo mejor que tiene 1976: lo que no se ve, pero se sabe.

Posteriormente, un sacerdote (Hugo Medina) le pide a Carmen que lo ayude a curar (Carmen trabajó en la Cruz Roja) a un muchacho que recibió un balazo. Le da a entender que es un delincuente común, que hay que protegerlo porque es joven y merece una segunda oportunidad. Se intuye que el herido es alguien de la resistencia contra Pinochet.

Es muy interesante el juego espejo que establece Martelli entre la sordidez de los desaparecidos por la dictadura y las vidas del privilegio que seguían remodelando casas, juntándose a comer, a tomar un vinito, a festejar cumpleaños, en una burbuja que los apartaba de los muertos diarios. Vivían los toques de queda, conocían personas que desaparecían, o colegas que iban presos por ser “rojos”, pero el horror-horror no los tocaba.

El guion de 1976 co-escrito entre Martelli y Alejandra Moffat es íntimo, sin anhelos de mainstream y con un cuidado en la puesta de escena que se disfruta.

Su actriz principal, Aline Kuppenheim, sostiene el peso dramático de todo lo que vemos, quizás algo que te saca de la trama es Ernesto Meléndez como el refugiado. El actor hace lo que puede, pero el personaje requiere a alguien que pueda transmitir que la vida le está pasando por encima como un tractor y, por ratos, su actuación era poco convincente. Este desnivel actoral se sufre en otros momentos en el que aparecen más secundarios igual de flojos. De todas formas, lo que cuenta 1976 es tan importante que el desnivel actoral termina siendo pasado por alto.

Martelli tiene una mirada acuciosa que traduce la tensión de la época. Esa tensión contrasta con el marido de Carmen, un doctor acomodado cuyos amigos son parte de la cúpula militar. Contrasta también con la discusión que se arma a la hora de comer entre hermanos que no tienen la misma postura política. Carmen, por su parte, necesita consumir pastillas para afrontar el día a día, y su generosidad con el refugiado está más allá de la política, más cercana a su vocación de enfermera.

Al mismo tiempo, la relación con el chico le hace notar bajo una fea luz eso que estaba pasando hace mucho y que ella recién dimensiona. Es más fácil ignorar u odiar al “salvaje”, al “peligroso”, al “subversivo”, si no lo conocés, si solo lo ves como esa amenaza que tu círculo inmediato y la prensa utilitaria pregonan.

Me sobraron los recortes de periódico, aunque debo reconocer que el uso que hizo de los discursos de Pinochet en la TV fue muy logrado. No me suelen gustar esos “apoyos”, pero: la señal interrumpida, los niños jugando, me parecieron un gran contrapunto.

La trama me recordó a Golpes a mi puerta (1994) por lo menos en lo básico: Dos monjitas escondían a un rebelde buscado por los milicos e intentaban protegerlo hasta lo último. En esa película el lugar era cualquier país de Latinoamérica en la época del Plan Cóndor y era más entendible que las monjitas se sintieran impelidas a ayudar. En 1976 la ayuda proviene del espectro que se mantuvo pasivo.

Es claro que 1976 no será de esas películas de Hollywood triunfalistas, en las dictaduras tuvimos pocas victorias. Por eso, cuando llega el final y ya lo intuías, igual estás con Carmen hasta el último plano. Y otra vez, con el cántico, la torta, la alegría mundana, regresa la palabra privilegio, pero mientras veo a nuestra Carmen (porque realmente la acompaño) digo no, eso más que privilegio es un quebranto, una vergüenza.

Sí, que oscuros fuimos, qué oscuros somos.

Lo mejor: Tiene voz y una gran protagonista Lo peor: algunos secundarios y algunas escenas que parecen muy tontas  La escena: el final  Lo más falsete: cuando Carmen va a buscar al otro cura  El mensaje manifiesto: qué oscuros fuimos El mensaje latente: qué oscuros somos El consejo: ni olvido ni perdón El personaje entrañable: las víctimas El personaje emputante: el privilegio que miró para un costado El agradecimiento: por la memoria.


Argentina, 1985

No soy fan de Santiago Mitre, aunque respeto la vocación comercial de su cine. Todo, y no miento, todo lo que he visto de él, incluso pensando solo en su trabajo de guionista en películas como Carancho o Leonera, me remite a una fórmula vieja, gastada, imitadora del cine americano. Prolija, claro, pero es el niño que llega al cumpleaños con corbatita de moño. Muy formal, muy consciente de sí mismo.

Argentina, 1985 bebe como si se tratara de agua bendita de la estigmatización del género. El género requiere que sea una película que toma posición y el contexto es netamente manejado hacia ese lado. La milicada no es explorada más que como postes de luz a los que se les nota la maldad, y que tienen que darnos miedito y asco sin ahondar mucho en cómo fue posible lo que hicieron. Parece también que son los únicos responsables, cuando en realidad todos los milicos del mundo en ese contexto tienen el apoyo de distintos círculos internacionales, políticos, sociales, de poder que están permitiendo, empujando y financiando sus desmanes.

Argentina, 1985 sigue el juicio histórico que se le hizo a las Juntas Militares, Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Orlando Agosti y otros cuatro militares, por los desaparecidos en la dictadura, la narrativa gira en torno al horroroso crimen, las víctimas suben al estrado y Santiago Mitre trata de hacer que sean realmente los testimonios de lo inenarrable. Y funciona. Dialoga con la generación que lo sufrió y con un público que hoy apenas resiste ver una película completa. Tiene los ingredientes adecuados: Un héroe (Strassera), los sorprendidos hijos de la generación que fue en su mayoría pasiva y que pueden lanzar gags («tenía voz de facho, como usted») el niño pintoresco (hijo de Strassera) la amenaza del mal (obstáculos para el éxito) el uso emotivo del relato (testimonios de las víctimas y escenas con las Madres de Plaza de Mayo),  la redención del que “no sabía”, “no se imaginó” (mamá de Ocampo). Estamos todos.

Desgraciadamente, el tono es tan condescendiente que la propuesta termina deslucida a favor de sus aspiraciones comerciales. Se va por el lado sensiblero y omite, por ejemplo, el aporte imprescindible del informe elaborado por la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) cuyo director era nada más y nada menos que el escritor Ernesto Sabato. Sin ese informe el juicio no hubiera sido posible. Esos son los papeles donde escarban Strassera y sus jóvenes ayudantes para armar la acusación. La figura de Alfonsín es apenas una sombra, porque el foco está puesto en la valentía e hidalguía de Strassera, pero para que Strassera pudiera trabajar estuvo protegido por una voluntad política. Es así que el contexto histórico, político, la enormidad de lo que se hizo tras bambalinas, quedan supeditados a una sensación más de telefilm de Hallmark.

A nivel de actuaciones hay desniveles. El niño, la esposa de Strassera, siempre tienen un gesto de más. Ricardo Darín hace una vez más de Ricardo Darín y una vez más funciona. Los chicos cools que acompañan a Strassera aportan color y destaca, de manera inesperada, Peter Lanzani como Ocampo.

Quitando la liviandad y el tono absolutamente convencional con que Argentina, 1985 es contada, en general es una película resultona que seguro generará un nexo emocional con los espectadores de cualquier parte del mundo. No olvidemos lo que dijo una vez Eric Hobsbawm: «La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo ofrecen en una suerte de presente sin relación con el pasado del tiempo que viven». Así que por ese lado, la película es importante y cumple una función de denuncia y memoria. Aún cuando juegue a lo seguro. Aún cuando las oscuras sombras de esos oscuros tiempos siguen sin ser tocadas de verdad.

Lo mejor: Es cine memoria, pone sobre el tapete lo que pasó en esa época, le hace recuerdo a los que se quieren olvidar y se lo cuenta a quienes no lo saben Lo peor: plana y sensiblera  La escena: el testimonio de las víctimas  Lo más falsete: las escenas con el niño y con la esposa  El mensaje manifiesto: qué oscuros fuimos El mensaje latente: qué oscuros somos El consejo: buscar la información sobre el papel de la CONADEP y la cronología de cómo se armó el juicio, también buscar las notas que le hicieron a Borges cuando asistió a una de las audiencias y quedó shockeado El personaje entrañable: las víctimas El personaje emputante: los que operaron en las sombras El agradecimiento: por la memoria.

CINE: Everything everywhere all at once (Todo en todas partes al mismo tiempo)

Por: Mónica Heinrich V.

Un día, la vida me agarró mal parqueada y caí de golpe y porrazo ante Swiss Army Man (2016). Un tal Hank (hermoso Paul Dano) estaba solo en una isla hasta que llegaba flotando el cadáver de otro tipo interpretado por Harry Potter (Daniel Radcliffe). Hasta ahí, todo bien. Puedo navegar en esas inciertas aguas. Era una revisión a la relación entre el personaje de Tom Hanks y Wilson en El Naúfrago (digamos). Cuando el cadáver se tira pedos y esos pedos son usados como fuerza propulsora para salir de la isla y su bruta erecta sirve de brújula y hay una escena en la que ambos personajes terminan besándose y luego suceden muchas y más locas cosas, mi mente entendió que todo era una breve mascarada. Busqué frenéticamente quién era el padre o madre de ese engendro y aparecieron ellos: los Daniels. Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Ya en esas épocas la película fue rotulada como una oda a la amistad, al amor, a superar tus inseguridades, solo faltó que dijeran que era una casi metáfora de El Cerdo que quería ser jamón de Baggini. Alguien páseme un Alikal, por favor o inyécteme diazepam a vena.

Otro día, la vida me volvió a agarrar mal parqueada y caí de golpe y porrazo ante La muerte de Dick Long (2019), película austera con muy buena fotografía en la que un grupo de amigos ociosos, marihuanos y borrachines se cogía en secreto y durante años a un caballo. Eso hasta que uno de ellos terminaba muerto después de un encuentro sexual un poco “movidito” con el pobre equino. Nótese el «juego» de palabras del título de la película: Dick Long: Pene largo… Sí, gente. Está chequeado. Encima la película la contaban con tono trascendente, humor negro y aspavientos de cine de autor. Y adivinen qué, el director y guionista era uno de los Daniels, el flaquito, el que menos habla: Daniel Scheinert.

Ahí ya vi un patrón o una maña o un vicio. Estamos hablando de gente que sabe filmar. Indiscutiblemente. Que tiene buenos contactos. Que está en la industria, ya que además son conocidos por haber trabajado en un montón de videoclips y publicidades. Y cuyo trabajo es, no importa cuánto crezcan, infantil, inmaduro, por ratos súper cursi, disparando mensajitos a la conciencia, apoyado en los gags escatológicos que funcionan muy bien en un público que está atiborrado de TikToks y que extraña Jackass.

Otra muestra de la ondita de los Daniels es su corto Interesting Ball (busquen esa huevada en youtube), atención al minuto 2:27 en donde el Daniel asiático engulle a través de su culo al otro Daniel.

Bichitos de luz, la escena condensa el cine, las intenciones y el estilismo de los Daniels.

Este año, su más reciente película Todo en todas partes y al mismo tiempo ha arrasado en premios y nominaciones del mundillo del cine. Ha cosechado legión de admiradores que ven en este trabajo un rapto creativo, una muestra del cine dentro del cine, una película que derrama originalidad, y unos directores atrevidos y geniales. Querubines del señor, para mí: Si Matrix (1999), Saving Face (2014), Mr. Nobody (2009) y el libro Cómo no ser una drama mamá (2012) de Maya Ascunce tuvieran un hijo sería esta película. Es más, el cine asiático clase B está repleto de esperpentos similares.

Evelyn (Michelle Yeoh) una inmigrante china, está pasando por una crisis en la gran Norteamérica: su marido, al que no respeta, le está por pedir el divorcio, su negocio (una lavandería) tiene deudas y un grave problema impositivo, su hija es lesbiana (Oooooooh, por Diosssss) y para más inri está en pareja con una gringa, su padre está postrado en una silla de ruedas y la juzga constantemente. En general, el mundo que la rodea está colapsando a su alrededor. Se dice facilito, pero los Daniels fieles a sus ganas de mostrarse “irreverentes” deciden contarlo por el camino de la sobrecarga sensorial, del tunchi tunchi efectista.

Cuando Evelyn acude a solucionar su problema impositivo, su esposo Waymond (Ke Huy Quan) es poseído por otra versión de sí mismo que le informa que ella es la Evelyn (de un montón de Evelyns) destinada a salvar las existencias de todos, la Evelyn que tendrá que enfrentarse a una gran villana. Neo all over again. Aunque claro, nada es real y todo es real.

La pobre y sufrida Evelyn

Volvamos a la escena del culo de un Daniel tragándose al otro Daniel. Los Daniels parecen pensar que tienen que inventar constantemente mecanismos que generen sorpresa visual en el espectador. En el 90% de los casos esta sorpresita tiene nula relación con la narrativa. Sucede porque sí, porque a los Daniels se les cantan los huevos: Hagamos que luche con un par de penes de plástico. Hagamos que tengan dedos en forma de salchicha. Hagamos que exista un mapache simulando a Ratatouille con un chef de cocina. Hagamos que dos piedras hablen. Hagamos que…

Esta ruptura en la forma se sustenta en la excusa de los saltos a los distintos universos y la infinidad de posibilidades que la vida de Evelyn tendría. Hola, Sliding Doors (1998). La incoherencia está en todas partes, al mismo tiempo. Sin embargo, está escondida en una edición vertiginosa y amparada en la licencia de la ciencia ficción o el cine fantástico, de tal manera que las dos horas y media transcurren de salto en salto, de sketch en sketch, bajo una idea más bien simplona y manipuladora: La vida puede ser muy jodida, todo se puede venir abajo, pero lo importante es la familia y querernos/aceptarnos como somos.

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Miren qué colorido vestuario y maquillaje llevo en esta escena.

El “rapto creativo” de los Daniels consiste en hacer un collage, homenaje, guiño, easters eggs, llámelo como mejor lo haga sentir consigo mismo, de otras películas más originales. Su cine es así y seguirá siendo así. La irreverencia, audacia, locura de los Daniels esconde el mensaje conserva pro familia y sueño americano de siempre. La Evelyn de los Daniels no dejará la vida de mierda que lleva. Todos demandan algo de Evelyn, su padre: una hija a la medida de sus expectativas, el marido: una compañera, la hija: una madre contenedora y compresiva. Y Evelyn, al final, será igual al personaje de Meryl Streep en Los Puentes de Madison. Un estoicismo que vende y anula realidades posibles, universos paralelos que sí existen. 

Así que esta «irreverencia» termina siendo la anestesia a la que nos tiene acostumbrados el cine convencional.  

¿Hay algo que consiga hacernos creer que el Bagel no debería succionar todo de una maldita vez? ¿He dicho que los Daniels filman bien? Sí. El oficio lo tienen. Son profesionales que se preocupan por su dirección de arte y en cada trabajo podés sentir sus miradas a nivel composición de imágenes y propuestas de escenas. A nivel visual saben lo que quieren, aunque uno puede compartir o no su amor por el exceso. Tuvieron, también, el tino de elegir un gran casting. Nadie desafina o desentona (a excepción de los que interpretaron su canción empalagosa en los Oscar) y hay que reconocer el entusiasmo de Michelle Yeoh, Ke Huy Quan y de Jamie Lee Curtis para un proyecto que estoy segura nunca pensaron que llegaría tan lejos. Puedo rescatar, también, su habilidad de distribución, cuando la vi por primera vez (la terminé viendo dos veces por acompañar a otra incauta) me dije “Estos deben tener muy buenos contactos y debieron gastar varios quintos lobbyseando semejante película” porque no olvidemos que las nominaciones y premios responden a canastones, pasajes, regalos, llamadas, y sobamientos de espalda a las personas adecuadas.

Escuchame bien, china, los uniteds te darán una segunda oportunidad si te portás bien, venís con tu familia y tus papelitos y no jodés al sistema.

El acalorado debate sobre si este cine “comercial” es entretenido y eso hace que valga la pena verla y premiarla, podría generar que regueros de sangre corran en este y en otros universos. No me corresponde responder a los que opinan que anoche “ganó el cine”, eso es asunto de cada quien y de cada cual. El carnaval del mundo engaña tanto.

Los Oscar, cada vez más devaluados, han premiado a esta película como lo Mejor del Año…en una noche que muy bien podría ser parte de la filmografía de los Daniels. Una noche aburrida, afectada, llena de los oropeles que la caracterizan, que parece un loop de otras noches. Unos premios deslucidos en los que también destacó una película antibélica de fórmula que ya hemos visto muchas, muchas veces en otras películas mejores, un documental que rescató a un personaje que relacionó a los musulmanes con cucarachas e hizo un video en el que comparó a los inmigrantes con caries a las que había que eliminar. Todo parece un gran chiste y…adivinen qué… lo es.

Lo mejor: El chancho Lo peor: que el chancho aparece muy poco  La escena: cuando el chancho sale  Lo más falsete: que no le dieran más uso al chancho  El mensaje manifiesto: Al peor chancho, la mejor bellota El mensaje latente: un chancho que no vuela es solo un chancho El consejo: hay que alimentar bien al chancho para tener buen tocino El personaje entrañable: el chancho El personaje emputante: todos los que no eran el chancho El agradecimiento: por el chancho.

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