CINE: Blonde / Elvis

Por: Mónica Heinrich V.

Oh, Hollywood. ¡Cómo te gusta estrellar más a las estrellitas estrelladas!

Hay harta tela para cortar sobre este baile de disfraces puesto en «netflic» (diría un pariente), en HBO Max y en nuestros adomercidos y casi añueveros ojitos. Vi ambas películas al estilo dickensioniano: o sea, derramando Great Expectations. Sí, uno se ilusiona con huevadas… Ten piedad, diría Elvis.

BLONDE o Ahora no es para siempre

Una vez escuché una entrevista en la que Marilyn decía que podía pasarse horas dentro de una sala de cine viendo una película tras otra. Me pareció encantadora. He conocido gente relacionada al cine que no ve cine. Actores que no ven cine. Directores que no ven cine. Guionistas que no ven cine. Y eso siempre me llamó la atención. 

Ella, sin embargo, era más que la anécdota de una actriz que amaba al cine. He leído algunas biografías y visto documentales y biopics diversos sobre su vida porque #pueblomiespíritudefantasmas. También leí, en su momento, el libro de Joyce Carol Oates, Blonde, en el que se basa la más reciente aventura homónima netflixera. (para descargar en este amable PDF: Blonde-Joyce-Carol-Oates)

Joyce, muy inteligente, en sus páginas iniciales deja claro que Blonde no es una biografía, que es una ficción y que quien quiera saber detalles verdaderos de la vida de Marilyn tiene que ir a buscarlos a otra parte. Eso vulgarmente se llama: curarse en salud. Bien tirao, Joyce…te ahorraste de entrada los quejumbrosos lamentos de los que nos apegamos a la cochina verdad.

Y claro, puedo aceptar la idea de la ficticia Marilyn en una más que ficticia novela llamada Blonde que luego se convertirá en una ficticia película de Netflix que acompañará nuestros no menos ficticios días post-pandémicos. Puedo. Incluso si me revienta un poco los dos ovarios que llamés Marilyn Monroe a tu ficticia heroína.

Río para no shorar

Aún así, lo verdaderamente «triste» (nótese que no digo desafortunado, descabellado, jodido) es cuando esa ficción la dirige el señorito Andrew Dominik. Con Andrew he tenido encuentros y desencuentros. Puedo decir que este director neozelandés despertó mi interés con Chopper (2000) y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007). Puedo. Ese interés iba mezclado con mi absoluto rechazo a su postureo estilístico. En esa época pensé: es joven-soy joven, son sus primeras películas, toda esta cosa rebuscada y sin personalidad que pretende tener personalidad será refinada con los años. Luego vino Killing them softly (2012, reseñada con fatiga ACÁ) donde ya lo di más o menos por perdido (y donde comenzó lo triste de lo triste), me di cuenta que su efectismo no era un experimento sino un vicio. Y para viciosos hay mejores cineastas. Ha pasado una década y mientras veía Blonde me preguntaba  ¿quién carajos ha dirigido esto así? Amigo, por favor. Y helo ahí, el inefable Andrew Dominik.

La blonda Blonde y su ficticia trama marilynística basada “levemente” en datos o rumores sobre la vida de la verdadera Marilyn Monroe narra la truculenta infancia de Norma Jeane (verdadero nombre de todas las Marilyns), en la que vemos a su mamá en pleno quiebre mental y a la pequeña niña gritando frases hechas. Ahí la platea comienza a conmoverse por el desfile de efectismos y por la dura y no tan ficticia infancia de Norma Jeane.

La película, luego, relata el nacimiento de la Marilyn ficticia. Una Marilyn interpretada con entrega por la actriz cubana Ana de Armas. Anita está perfecta como la Marilyn ficcional, lo que pasa a su alrededor no es su culpa, brilla a pesar de eso, como lo hizo la verdadera Marilyn en sus películas. Esta Marilyn (la de Ana) está casi todo el tiempo penando su existencia. Siempre con actitud insegura y muecas de urina asustada. A esta Marilyn le pasan muchas cosas malas y tristes que aumentan sus actitudes inseguras y muecas de urina asustada. No hay diferencia actoral entre la Marilyn ficticia que actúa en las películas no ficcionales de la verdadera Marilyn y los gestos que tenía en su día a día. Y hay que tomar en cuenta que en el cine de antes los códigos de actuación eran otros. Lo que quiere decir que esta Marilyn ficcional continúa en personaje aún cuando no actúa que actúa. Hay quienes dicen que OH, la Marilyn ficticia tiene momentos de alegría cuando se casa o se enamora o qué sé yo. Estamos hablando de la Marilyn que se basó en la Marilyn que Elia Kazan describió como la chica más alegre que había conocido. Perdón si los momentos felices del casorio me parecieron insuficientes. El guion tiene un solo tono o tesitura para contar la tragedia y muerte de una hermosa mariposa, ficticia o no. No hay matices en este desfile de caprichos de dirección (cambio de color blanco/negro a colores solo para enfatizar los estados de ánimo triste, felices…meu Deus) los planos compuestos de manera artificial que pretenden ser artísticos y, claro, lo que ha hecho correr ríos de tinta: el feto (los fetos) parlante (parlantes), lo pongo en singular/plural porque dentro de la misma película el feto (en otro embarazo) dice que es el mismo de los anteriores. Poesía pura.

He leído encarnizadas críticas de espectadores que interpretaron al feto parlante como una descarada propaganda anti-abortista. Amigos, amigas, ojalá lo fuera porque por lo menos tendría un sentido, una posición. En el caso de Andrew es asumir demasiado. El director tiene nula sutileza o apego a la metáfora. Le pareció «creativo» poner al feto parlante y lo puso. Capaz no vio Mirá quien habla (1989).

Más allá de que la Marilyn ficticia pudiera sublimar conversaciones con sus hijos nonatos y la Marilyn inventada por la verdadera Norma Jeane padeciera endometriosis (lo que haría difícil mantener un embarazo), más allá de eso, hay un tema de buen gusto. No lo encuentro simbólico, ni emotivo, ni reflejo de los sentimientos de la ficticia Marilyn. Más bien es un recurso facilón y chato. Fue en ese preciso y horrible instante cuando empecé a buscar el nombre del director para encontrarme cara a cara con Andrew. Ajá. ANDREW. Y ahí TODO tuvo sentido. 

Subjetividades aparte, mientras la Marilyn ficticia va a tropezones por su vida, la Marilyn de Joyce Carol Oates si bien sufre tiene más músculo de personaje, hay una serie de preparaciones al lector que nos hacen sentir que la Marilyn literaria ficticia no es solo un guiñapo o una bolsa de box que recibe golpes de la vida, la verdadera Marilyn creada a su vez por la verdadera Norma Jeane tenía su lado B exuberante, burbujeante, era inteligente, talentosa, una tipa de ñeque, insegura, sí, adicta, sí, depresiva, sí, con problemas mentales, sí, cagada, sí, pero que leía a Hemingway, a Chéjov, que fundó su propia productora y que se hizo a sí misma, literal, controlando incluso su look y la historia de cómo surgió. Ya, ya, esta no es ESA Marilyn, es otra Marilyn que ni siquiera es la de Oates, es la Marilyn de Andrew, pero ¿ya dije que me revienta los dos ovarios que la llamen Marilyn Monroe si podría ser doña Pepita De la Alta Concha de Los Undécimos Días?

Andrew elige un camino en el que todo eso queda en segundo plano, quiere lucirse como director con toquesitos acá y allá (me agota) los personajes terminan pagando ese afán de protagonismo porque solo tenemos a un ficticio Joe Di Maggio sin otra cara que la del celoso controlador, a un ficticio Arthur Miller sin otra cara que la del intelectual distante y a un ficticio Cass Chaplin sin otra cara que la de un pelotudo y así, sucesivamente.

Uno siente pena por la ficticia Marilyn, claro. Y no peco de spoilear porque ya todos sabemos que la muerte le llegó a la verdadera Marilyn, a la que inventó la verdadera Norma Jeane y la ficción no alcanza para dejarla viva y envejecer en un Hollywood que siempre ha devorado mariposas, ficticias o no. Nos queda la imagen (que también tenemos de la verdadera blonda-blonde porque nuevamente, ni la creatividad, ni el postureo, ni la ficcionalidad dio para más) de Marylin Monroe en el cochinero que era su habitación producto de la depresión y sus pastillas alrededor, desnuda y envuelta en una sábana. En su novela, Joyce Carol Oates se fue por el lado conspiracional, porque #laconspiraciónvendeymucho. Andrew decide hacer lo suyo: ficcionar la ficción de la ficción. En ese momento quise que mis ovarios gritaran unas cuantas barbaridades. Cuando vi la recreación de Andrew y a Ana de Armas yacer en la escena pude escuchar la voz de Marilyn, la invención de la única Norma Jeane, que dijo en una entrevista:

“Las cosas verdaderas nunca salen a la luz. Son las mentiras las que se conocen.  Es difícil saber por dónde empezar si no empiezas por la verdad”.

Lo mejor: la fotografía (muy a pesar de Andrew) y Ana de Armas (muy a pesar de Andrew) Lo peor: el enfoque de, sí, vos Andrew Lo más falsete: el feto o los fetos parlantes de un Andrew en desborde «creativo» El mensaje manifiesto: es difícil ficcionar la ficción El mensaje latente: no todos pueden salir bien librados del efectismo al pedo La escena: aquellas en las que la Marilyn ficticia sonreía El personaje entrañable: La Marilyn real de la real Norma Jeane El personaje emputante: ¿hay alguno que no lo fuera? El agradecimiento: por algunos momentos fotográficamente bien logrados La pregunta: ¿vos también poblás tu espíritu con fantasmas? 

ELVIS o El cansancio de vivir

La muerte de Elvis Presley es muy triste. Traumática. Es hasta más indigna que la de Marilyn. Amanece desparramado en su baño, con los calzoncillos y el pijama abajo. Se cayó, suponen, del inodoro intentando cagar. Los motivos del colapso hasta la fecha no están claros. Hay informes médicos que detallan su dificultad para digerir y su estreñimiento crónico, aunado a factores de salud por su sobrepeso (hígado graso, hipertensión, problemas coronarios) y a las quichicientas drogas controladas que encontraron en su sistema. Con Elvis vivían un montón de personas entre amigos y familiares: la llamada Mafia de Menphis, que incluía a su padre. Estaba rodeado de una troupé que se peleaba por sus atenciones y regalos, que gastaba su dinero y que salía a conseguirle más drogas a la hora que fuera.

¡Qué solo estaba el Rey del rock!

Porque ese tipo de 42 años que encuentran obeso, sobre-medicado, tumbado al lado del inodoro fue uno de los mayores referentes de la música. Una estrella. Una leyenda. Incluso no gustándote su música, no se puede negar el talento, su voz y su presencia escénica. Era una bestia que devoraba el escenario.

Cuando supe que se iba a hacer su biopic y que la dirigiría el australiano Baz Luhrmann, tuve miedo. Mucho miedo. Oh, sí, hay que tenerle miedo a Baz. A Baz lo quiero a pesar de todo (te quiero, Baz), pero somos pocos y nos conocemos mucho, no puedo mirar hacia el costado y no darme cuenta que tiende a convertir sus películas en un espectáculo. Eso no sería malo si el espectáculo no se perdiera entre confeti y serpentinas. En el caso de Baz, solo observando sus inicios con Romeo + Julieta, captamos cómo va a privilegiar la forma al contenido. A veces, lo formal está tan espectacular (escena del tango en Moulin Rouge) que uno termina comprando el producto, a veces, es tan vacío (Australia o The Great Gatsby) que no hay nada de esa película que se quede habitando dentro tuyo. Y qué triste es cuando una película no te habita.

En Elvis, recientemente estrenada en HBO MAX, nos encontramos con una más de esas biopics que le gusta tanto a los gringos: redentora, con lavada de cara y otras partes pudendas y omisión de verdades oscuras, con un relato apegado más a la grandiosidad del fenómeno que al hombre derrotado en el que Elvis se convirtió.

Lo que más detesté (porque ese es el adjetivo correcto) fue que la historia de Elvis sea contada por el coronel Parker (Tom Hanks), una persona que lo estafó, que lo manipuló y que le hizo tanto daño. Cuando la película empieza y me doy cuenta que es él quien narrará todo entré en shock cinéfilo, personal, mental y psicológico, o sea, nunca la historia de alguien debe ser contada desde el agresor, bully, o figura que le impartió sufrimiento. Elvis debe estar arañando el cajón. Me hervía la sangre y, sí, me reventaban (una vez más) los dos ovarios.

Por ese detalle, ya me fue difícil conectar con la propuesta. Sé que es una ficción, claro, pero esa ficción hedía. Además, parecía estar en una fiesta de disfraces de los 50s y 60s. Todo se veía artificial y afectado. Tom Hanks con exceso de maquillaje hacía lo posible por salir de la caricatura del coronel. Austin Butler (a quien seguramente le darán una nominación a los cosos dorados) intentaba llenar los zapatos del Rey. Hay momentos que lo lograba, pero como suele suceder en estas películas, lo sobrepasaba el artificio.

La película narra el nacimiento de Elvis, su crianza rodeado de música afroamericana, góspel sobre todo, y cómo fue cultivando el estilo que lo hizo famoso hasta su muerte. El guion, escrito a muchas manos por Baz y sus habituales colaboradores: Sam Bromell, Carig Pearce y Jeremy Doner, termina siendo un collage de anécdotas y de elementos claves de la vida de Elvis, con algunas licencias creativas (como suele pasar en las biopics) pero sin la profundidad o el ajayu que requiere su figura. 

Siendo el consumo de drogas (medicadas o no) y alcohol uno de los puntos clave para entender su caída en desgracia, su adicción es apenas dibujada en la justa dimensión. Su relación con Priscila termina siendo lo más políticamente correcta posible, la misma Priscila contó en sus memorias que Elvis la introdujo al mundo de las drogas cuando era adolescente y que la cortejó cuando él tenía 24 y ella 14 años. Capaz que Elvis no era solo una víctima, querido Baz.

Las partes que hablan sobre su impacto en el racismo en USA son panfletarias y discursivas, y lo peor desde una mirada ramplona. 

Y claro, claro que emociona el niño Elvis en una ficcionalizada incursión al góspel de su zona. Emociona la no menos ficcional charla con B.B. King. Emocionan los momentos en que se rebeló contra el sistema, contra lo que se esperaba de él. Baz consigue poner de una manera hermosa, y con un vertiginoso montaje, actuaciones icónicas de Elvis. No lo vamos a negar.

Todo eso se ve opacado por una narrativa vacía, y por la presencia inexplicablemente omnipresente del coronel Parker, del que tampoco sabemos más de lo que su estampa de villano permite. 

Así que nos quedamos con la hueca cacofonía de siempre, esa de las biopic de manual. Vemos a Elvis rebotando por momentos de su vida sin llegar a profundizar en su parte humana real: sus aportes a la música, su importancia para la comunidad negra, su lucha contra sí mismo, son meros ornamentos… Su figura sirve, una vez más, de excusa utilitaria para la industria. En Elvis, Elvis sigue prisionero del espectáculo, del escenario, de las luces y los oropeles…y qué triste es.

Lo mejor: algunas secuencias musicales, sobre todo donde está involucrado el góspel Lo peor: puro artificio Lo más falsete: el coronel Parker como narrador. Meu Deus. El mensaje manifiesto: un día sos un rey y el otro tu trono es el inodoro El mensaje latente: hay que tener cuidado con los HDPS que te rodean, algún día pueden estar contando tu vida La escena: las de góspel y cuando supuestamente Elvis se queja del coronel en el escenario, qué hermoso hubiera sido si pasaba en el vida real. Spoiler: NO PASÓ El personaje entrañable: el Elvis pre-fama El personaje emputante: las sanguijuelas que vivieron de Elvis y el Elvis post-fama que se dejó drenar la sangre por ellas El agradecimiento: por el talento, que siempre se agradece.

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2 Comentarios

  1. Tiempo de no leerte Monica! hablar de Marylin o Elvis o algun miembro del santoral de la cultura de hace 40 – 50 años es meterse con vacas sagradas! Porque uno tiene su musica y sus muy personales recuerdos directamente liados al mito y no admite que nadie los toque. Pienso que precisamente por eso cualquier pelicula no será nunca ni justa ni acertada al intentar biografiarlos. Mucho menos con un «baile de disfraces» como dices.

    Recomiendo «Oracion para Marylin Monroe» de Ernesto Cardenal como excelente retrato de la Norma Jane

    • Pablo, querido! uhhh muchas gracias por la recomendación del libro! La verdad no lo he leído! lo buscaré porque me gusta leer sobre ella! Abrazos.

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