LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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La tristeza de Robin Williams

Por: Sergio Mercurio

Al morir ahorcado de una manera que él mismo había planeado, nadie se paró encima de un pupitre para despedirlo. No hubo nadie para repetir mientras se iba: “Oh Capitan, my capitan”. Robin Wiliams había ya atravesado la frontera del humor hacía mucho tiempo, ya no podía ocultar su tristeza haciendo reír a los otros.

Lejos habían quedado esos personajes como el extraterrestre de Mork & Mindy, o el locutor de Buenos días, Vietnam, Christopher Nolan lo había llamado para coprotagonizar con Al Pacino la película Insomnia tomándolo como un actor serio. Ya cargaba el premio sin apellido, pero, sobre todo, había hecho reír a una cantidad muy grande de seres humanos, su sola presencia había traído alegría.

Lo curioso es que esa felicidad que brindó no pudo, al parecer, modificar su profunda tristeza y eligió morir antes del tiempo en que la enfermedad que padecía, le había asignado.

A finales de la década del 80, Robin Williams interpretó al profesor Keating en La sociedad de los poetas muertos. El guionista había recreado los años 50 y después de muchas idas y venidas los estudios eligieron a Robin Williams como protagónico.

Al estrenarse el film, el profesor de literatura que encarnaba era un modelo de una educación que posiblemente se necesitaba. En la Argentina, había apenas 7 años de democracia y abundaban los profesores como el que en la película enseña Latín y repite “Agrícola, Agrícolis”. Keating era todo lo contrario y algunos que habíamos optado por la docencia, entre los que me incluyo, repetíamos ciertos gestos de Williams con la expectativa de construir una sociedad con poetas vivos.

Para mí, el momento más potente de la película sucede cuando Keating se sube sobre el escritorio y con los zapatos puestos observa el aula desde esa altura, desde allí llama a sus alumnos y los convida a pisar la madera del escritorio con objeto de obtener al menos otro punto de vista.

En su momento ver esa escena me produjo estremecimiento. A finales de los años 80, el mundo necesitaba al menos otro punto de vista, 30 años después eso ya no parece ser necesario. Este mundo que parece tener infinitos puntos de vista, solo deja ver dos. A favor o en contra. No aparece la posibilidad de poner un escritorio y subirse encima para confirmar si no hay algo más sobre el horizonte.

Mi hija pequeña me sorprendió hace unos días con una pregunta “¿Papi, vos viste La sociedad de los poetas muertos?”, me incliné a curiosear su interés. En Instagram, me dijo, habían puesto cinco películas que motivaban a estudiar. Nos reunimos a verla. Tenía, mientras la película de Weir comenzaba, la sensación que el film no podría transitar el tiempo de mi hija. Pero lo hizo. Mientras la emoción me sobrepasaba pude verla secarse las lágrimas.

Treinta años después observo otras cosas. Veo a Williams actuar, encarnar a ese profesor entusiasta, y no puedo dejar de pensar: qué le pasaba mientras actuaba. Hay una escena que lo descubre, es el momento en que Neil, el muchacho que hubiera deseado cambiar el mandato familiar y dedicarse al teatro, es encontrado por Keating. El día anterior el joven, visitó al profesor en su cuarto para contarle que amaba actuar y que sus padres se lo prohibían, entonces Keating le pide que les cuente, que no de por sentado nada, que trate de hablarles. El muchacho está seguro que no van a escucharlo pero Keating parece convencerlo. No hay una escena intermedia que muestre qué cosa hace el muchacho. Al otro día, cuando Keating se le acerca y le pregunta si pudo hablar con sus padres el muchacho le dice que ya lo hizo, se esfuerza por ser convincente Keating asiente e intenta una sonrisa que le queda corta. La mirada tierna y transparente de Williams le ayuda a Keating para ser condescendiente. Peter Weir elige, no sin intuición, que veamos más a Williams actuar lo que siente con respecto al joven. Indudablemente sospechamos que Keating sabía que le estaba mintiendo. Por más que el joven ensaya el mejor de sus gestos alegres, Keating no le ha creído. Ahora que veo la película y sé que Robin Williams está muerto, algo me hace preguntarme si su propia vida no le permitió en ese momento reconocerse en el joven que, igual que él, muchos años después, iba a suicidarse: y que había elegido mentir sobre lo que sentía alegremente. La respuesta puede que sea negativa. Estoy a un paso de afirmarlo tajantemente. Esta afirmación surge de una entrevista que he leído y que protagonizaba al joven tímido. Ethan Hawke tenía 18 años cuando compartió la filmación de La sociedad... protagonizando a Todd Anderson. Al rememorar la filmación Ethan recuerda a Williams como un hombre que irradiaba alegría, que inundaba el set con chistes y ocurrencias, pero no es eso en lo que Williams lo marcó.

Para situarnos en la historia, el profesor Keating les propone a sus alumnos que preparen un poema que deberán leer en voz alta. Para el joven Todd este es el castigo más grande que pueden ofrecerle, el joven es la encarnación de la timidez, Ethan siente la capacidad de hacer el personaje ya que ha estudiado el teatro de Stanislavski y está seguro de estar preparado para internarse en la oscuridad insondable de la timidez humana, sin embargo las intervenciones fuera del guión que hace Wiliams lo perturban, no le permiten tomar el control de su personaje.

En un momento crucial, Keating llama al estudiante a la palestra para que declame, y lo saca del guión, lo mueve, lo perturba, Weir mueve la cámara tras un Williams poseído por el personaje y logra desarmar las estructuras de ese muchacho que no puede decir nada porque todo lo que tiene que decir lo supera. Para quienes observamos la película advertimos que la escena está muy bien lograda. Estamos convencidos que el muchacho fue destrabado por Keating, lo que no sabemos es que Ethan Hawke , el actor, fue destrabado allí por Robin Williams.

Muchos años después, Hawke contaría que esa escena le cambió para siempre su concepción de la actuación, no ya como “la celebración del ego”, sino para dejarse llevar por lo otro, sea esto el personaje o la historia. Son sus palabras estas: “Es algo que he perseguido toda mi vida desde ese día con Robin, es esa manera de perderte a ti mismo. Esa manera de perderse dentro de una historia, una historia que está al servicio de algo mucho más allá de ti. Yo lo sentí en “La sociedad de los poetas”.

Esta confesión nos llena de cuestionamientos a quienes desde algún punto de vista hemos elegido el trabajo artístico. ¿Puede entonces el arte no ser la celebración del ego? Ethan Hawke está seguro de que no. ¿Acaso Robin Williams se perdía también entre sus personajes? ¿Hasta dónde se perdió dentro del profesor Keating? ¿Hasta dónde jugó en el set de filmación junto a una decena de jóvenes que años después continuarían pegados a Hollywood? Podemos preguntarnos algunas cosas más: ¿estaba en el guión original que a la hora de explicar las opciones para interpretar a Shakespeare, Keating imitara a diversos personajes de la historia del cine? La respuesta cae de maduro: No. Fueron participaciones libres de Williams dejándose llevar.

Lo llamativo es que Weir las dejara en la película junto a las reacciones de los actores jóvenes ¿Por qué lo hizo? Lo hizo porque sabía que funcionaba y porque poco importaba si temporalmente imitar a Marlon Brando, haciendo El Padrino era una falla temporal insalvable.

Ver a Williams en La sociedad de los poetas muertos sigue siendo un regalo, incluso en este tiempo, donde la escuela, como institución, parece estar peor que en el tiempo que retrata la película y donde la poesía parece haberse retirado incluso del mundo; tal vez; imagino, esperando un momento propicio para renacer.

El día que Williams murió, y que se supo la noticia de su suicidio Ethan Hawke se recluyó en sí mismo y en soledad repitió el texto que su personaje hizo en La sociedad, es decir, repitió el poema en el que Williams lo hizo perderse de sí mismo y entrar al personaje. Este fue su homenaje.

Coincidentemente, en la película, cuando el profesor Keating es despedido, el personaje de Ethan es quien le confiesa que fueron todos obligados a firmar un documento para despedirlo. Desde la puerta de salida, el profesor Keating sonríe con una profunda tristeza mientras afirma que imaginaba esa situación. Es ahí donde Todd, el muchacho tímido, sin importar que el director del colegio lo cerca, se sube sobre su pupitre para llamarlo con los versos con que el viejo Walt llamó a Lincoln.

¡Oh Capitan! ¡Mi capitán! van diciendo algunos muchachos, mientras Keating observa desde la puerta emocionado y agradecido.

El tiempo ha pasado y, ver la película ayer, me ha hecho recordar a Robin Williams, escribir esto parece ser el modo en que me subo a un pupitre para despedirlo, para decirle gracias por algunas de las emocionantes y vitales cosas que hizo mientras estuvo vivo.

CINE: The last duel / El último duelo

Por: Mónica Heinrich V.

Hay que reconocerle su versatilidad al señorito Ridley Scott, el mismo año que estrena The Last Duel, ambientada en la Francia de 1386, estrenó House of Gucci con Lady Gaga. A sus 84 años, está más activo que nunca. Ya tiene anunciadas también la secuela de Gladiator (#miedito) y una biopic de Napoleón Bonaparte (#ansiedad).

Bien por él.

Lo último que habíamos visto suyo fue la descafeinada All the money in the world (2017) sobre el secuestro de John Paul Getty III y, aunque la película dejaba sabor a poco (me es difícil recordar una escena memorable), las virtudes de Ridley eran más que evidentes.

Ahora, nuestro buen amigo se sube a la ola del #metoo con esta historia afrancesada hablada en inglés. The Last Duel o El último duelo es basada en un hecho real: la violación de Lady Marguerite de Thibouville.

Ben Affleck y Matt Damon escribieron el guion e incorporaron a Nicole Holofcenter para la “mirada femenina”. Así lo dijeron en las entrevistas de promoción, literal. Papitos. A Ben y a Matt se los conoció como dupla creativa cuando eran las jóvenes promesas, los chicos Harvard (bueno, Matt sí fue a Harvard) que escribieron Good Will Hunting (1997). Nicole se hizo notar cuando dirigió y escribió Friends with money (2006) cuya premisa no estaba para nada mal y en la que actuaba Jennifer Aniston. Nicole, además, fue pupila de Martin Scorsese. Pues bien, Ben, Matt y Nicole leyeron el libro de Eric Jager: El último duelo: Una historia real de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia medieval, y lo adaptaron al cine. Según Jager, con un 75% de apego a lo que en realidad pasó.

Ya me conocen, peiné la red buscando el libro en digital y solo encontré el primer capítulo que me hizo darle click a la compra del libro en papel. Si me acuerdo, haré una actualización de esta reseña cuando me llegue y lo lea.

En todo caso, las coincidencias entre la realidad, el libro y la película no tienen importancia si el resultado cinematográfico se sobrepone a todo lo demás ¿Ridley logró esa hazaña?

Ya está claro que la película aborda la violación de Lady Marguerite, el contexto, el hecho y sus consecuencias son vistas desde tres ángulos: La verdad según Jean de Carrouges (el marido), La verdad según Jack Le Gris (el violador) y La verdad según Marguerite de Carrouges (la víctima). Acá se sigue más o menos la fórmula de Akira Kurosowa en la clásica Rashōmon.  La diferencia es que Akira es Akira, y manejó como un malabarista su propuesta. Y Ridley, por su parte, está haciendo una película pipoquera (igual: te amamos, Ridley).

Otro ejemplo más actual es The Affair, esa serie de televisión que tuvo una muy buena primera temporada y en la que veíamos las mismas situaciones desde cada personaje principal. Este truco se puede apreciar cuando está bien ejecutado y no se hace trampas. En el caso de The Affair, en la segunda temporada empezó a hacer trampas narrativas: las percepciones diferentes o interpretaciones personales eran escenas totalmente cambiadas. En The Last Duel, existe cierta coherencia con los momentos y los personajes que los viven/interpretan. Sin embargo, se les dedica más pantalla o pulso narrativo a los problemas de Jean (Matt Damon) con Jack (Adam Driver) y a ese trasfondo del honor, de lo noble, de lo correcto en el mundo masculino. Marguerite (gran Jodie Comer) termina quedando en segundo plano, incluso en su violación y en el momento del duelo. Capaz sea una metáfora más de cómo las mujeres eran ciudadanas de segunda clase y por eso hay una omisión hasta en el planteo de la película. Si esa fue la intención, queda difuso.

machirulos viendo quién la tiene más grande.

El duelo se convierte en el punto culminante de la película. El director ha construido un esquema en el que eso es lo que esperamos: ver cuál de los pequeños hombrecitos logra matar al otro. Tremendo duelo, tremenda secuencia, lo mejor de Ridley Scott surge en la escena más llena de testosterona vacía. Esa “energía” no se siente cuando se intenta darle a la víctima vida interior, y eso que Jodie Comer (Killing Eve) es una actriz fantástica y está muy comprometida con Marguerite.

Participan también Ben Affleck como el disoluto Pierre D´Alencon. Ben iba a interpretar al mismísimo Le Gris para compartir pantalla con Matt, pero por conflictos de cronograma tuvo que conformarse con ser el noble compañero de chupa y farra de Le Gris. Otra sorpresa en el casting es Alex Lawther que interpreta al Rey. A Alex lo hemos visto como protagonista de The end of the f*cking world, reseñada ACÁ

A pesar de los esfuerzos de un casting de altura, la estructura de tres actos se vuelve repetitiva y antojadiza. ¿De qué sirve perder tanto tiempo en las “verdades” de Jean y Jack, si la misma película toma partido inequívoco por Marguerite? Si Marguerite es el principio y fin de la película ¿por qué terminamos conociéndola tan poco y dándole vuelo a la hilacha a los machirulos?

Damisela viendo a machirulos decidir su destino.

El tono general de The Last Duel se vuelve simplista y didáctico, es un tono que busca congraciarse con la coyuntura que exige posiciones y no matices. En el instante en el que busca caerle bien a su platea, subestima su historia y a su público.

Y lo peor es que al final, la película ni siquiera cumple realmente con las exigencias de la coyuntura al estar su personaje femenino opacado. Los guionitas masculinos y la guionista que «aporta la mirada femenina», deciden omitir en La verdad según Marguerite el verdadero relato de la asquerosa violación que describió en los papeles oficiales existentes. Una violación en la que participa activamente el ayuco de Le Gris y en el que incluso le ponen un sombrero en la boca. 

La cámara del polaco Dariusz Wolski, habitual colaborador de Ridley, nos pinta con elegancia y belleza los inviernos franceses, las orgías tontas de la nobleza y los lúgubres castillos que habitaban las damas a las que se ofrecían en matrimonio como trueque de títulos y bienes. Dariusz se luce en el ya mencionado duelo. Con una maestría propia de su experiencia contenemos el aliento ante cada sangrienta embestida. Al igual que la mal llamada “plebe”, exhalamos con su conclusión. La burbuja se rompe y Ridley sabe que después del duelo queda muy poco para decir. El plano final de Marguerite me pareció innecesario, una nota disonante que se agrega a las pequeñas disonancias que la película carga.

Ridley nos contó tres «verdades» y muchos crímenes. El gris azulado que elige para pintar su película contrasta con las antorchas y velas que iluminan escenas clave. De toda la sangre derramada por machirulos varios, de todas las espadas que cruzaron los machirulos, de todas las cosas que se dijeron en tono de discurso aleccionador, lo mejor fue la mirada de Marguerite cuando el duelo de machirulos estaba en su momento clímax. Esa mirada que mezcló el miedo y la impotencia.

Lo mejor: engancha y Jodie Comer hace una gran performance de la sufrida Marguerite Lo peor: confusa en sus propósitos y difusa en sus resultados La escena: las preguntas de si Marguerite había tenido placer o no cuando cogía con su marido, y claro EL DUELO Lo más falsete: el tiempo perdido en las «verdades» machirulas  El mensaje manifiesto: a veces omitir puede convertirse en matizar o sugerir El mensaje latente: omitir es omitir El consejo: para ver una tarde de lluvia tropical con pipocas Zebra El agradecimiento: por la actividad y versatilidad del gran Ridley.

CINE: The Matrix Resurrections/ Matrix Resurrecciones

Por: Mónica Heinrich V.

Recuerdo cuando vi Matrix en el extinto cine Florida. Sus gradas me parecían gigantescas. Ahora, uno pasa por ahí y se da cuenta que eran chiquitas, capaz diez escalones. El tema es que cuando fui a ver The Matrix, llegué tarde. Bueno, no llegué tarde. Llegó tarde la persona con la que la iba a ver. Errores del programa.

Y recuerdo, como si fuera ayer, cuando mi versión adolescente matrixiana entró al cine que ya estaba a oscuras y el señor Anderson (Keanu Reeves) estaba en su cubículo viendo cómo el Agente Smith (Hugo Weaving) iba a por él. Y el tono verdoso de la corrección de color me gustó y muchas cosas me sorprendieron y el empute que tenía por llegar tarde y no poder ver los trailers se disolvió rápidamente y me sumergí en esa cosa fantasiosa que plantearon los (entonces) hermanos Wachowsky y aprecié todo: la propuesta, los efectos especiales y la premisa principal: (perdón por los puntos seguidos de puntos seguidos) los humanos alimentábamos a las máquinas que habían creado un mundo ficticio en el que vivíamos sin darnos cuenta.

Al señor Anderson le ofrecieron la posibilidad de salir a través de pastillitas rojas y alusiones chotas a Alice in wonderland. La pastilla roja lo convirtió en Neo y lo introdujo a un mundo turbio, donde se comía mal y se vivía peor. Borges ya lo dijo: Cómo cesan los sueños cuando sabemos que soñamos.

The Matrix no fue mi película favorita de esa época, pero la respeté. No sé dónde leí que: Lo que importa aquí es la forma y el ritmo. ¡Salud!

Al final de esa Matrix, Trinity (Carrie Ann-Moss) le dijo a Neo que lo amaba mientras yo gritaba descontrolada y atragantada de pipocas: NO, ESO NO. ¿Para nada más aceptaron la pastilla roja?

Cojudos.

Eso significó convertir una película que tenía un postulado interesante, hasta filosófico existencial (dentro de la tónica de video-juego que manejaba) en una telenovela donde todo orbitaba alrededor del amor de la parejita.

Luego, vi la Matrix recargada y, como corolario, vi a la Matrix revolucionar. ¿existe alguna pastilla que pueda borrar esas huevadas de mi memoria?

Sí, de verdad, cómo cesan los sueños cuando sabemos que soñamos.

Y acá, después de tantas lunas, después de lo que hemos sufrido en la Pandemia, hicieron resucitar a la Matrix. Y los hermanos Wachowski ya no son los hermanos Wachowski y es Lana Wachowski la que decide escarbar esa tumba y levantar ese muerto hediondo. Y lo último que pensé (con cierto rencor y embeleso) de la Matrix original fue que el verdadero anti sistémico era Smith. El rebelde, el insurrecto, era ese Smith que quedó fuera de la Matrix y fuera de los humanos y que iba por la libre. Neo tranzó con las máquinas. Neo dijo: dejen que yo me ocupe de Smith y que los míos sobrevivan. Política de manual. Tránsfuga. Los aceptadores del vaso medio lleno dirán: es que se sacrificó, hizo lo que tenía que hacer. Claramente, The Matrix: Resurrections nos dice que no. Que nada valió la pena. Que envejecieron/envejecimos quichicientos años al pedo y que la resurrección es una jodita para Marcelo Tinelli.

Hola, no es igual, pero es lo mismo

Pensamiento marginal: Solo hay una ficción en la que la resurrección funciona.

Pues Lana se unió a David Mitchell (escritor de la pajera Cloud Atlas) y a Alexander Hemon (escritor de The Lazarus Project) para guionizar esta nueva versión. Los tres juntaron sus cabecitas y se dieron cuenta que la Matrix daba pa todo y que si el actor Hugo Weaving (que interpreta al Agente Smith)  no podía participar porque estaba haciendo teatro, no importaba y que si no les daba la gana de invitar a Lawrence Fishburne (que interpretaba a Morpheus), estaba más que bien. Se podía resolver.

No se les subieron los rubores al rostro con la aparente muerte de Trinity en la última entrega. Recordemos que el Arquitecto le dijo a Neo que todo lo que sucedía en la Matrix ya había sucedido antes y que hasta la profecía del elegido y la misma pitonisa eran parte del loop. Que los Neo aparecían y desaparecían para tener los mismos dilemas, las mismas disyuntivas. Que las Trinitys siempre hacían el mismo infame papel, el de la tipa enamorada del elegido.  Así, cuando vi a la Matrix resucitar, pude gritarle a la pantalla con la boca llena de pipocas y rencor: “Es el loop eterno, soltá o saltá, Trinity”.

En la nueva/vieja Matrix, Neo ha vuelto a ser el señor Anderson. Un tipo con problemas de depresión y con delirios que lo llevaron a querer botarse de un edificio. Oh, pastillita azul. Lleva años haciendo terapia y es famoso por ser el creador de un videojuego de culto llamado…wait for it: The Matrix. Las auto referencias llueven como chucherías de piñata mexicana. En esos primeros minutos pensás: Alguien ha visto demasiadas veces Deadpool. Pero aceptás el asunto, porque recordar es volver a vivir.

Luego, aparece un Morpheus (Yahya Abdul-Mateen II) que no es Morpheus (nuestro Lawrence Fishbourne) pero que dice ser Morpheus y, claro, otra vez la chacota de la pastilla roja o azul.

Sumergida en las profundidades de la Matrix está Trinity (Carrie Anne Moss) que ya no es Trinity sino Tiffany y que tiene encuentros esporádicos con Neo en un café. La Matrix no pudo resolver separar a esos pobres cojudos, ni siquiera separar sus nidos de alimento humano.

El juego de me desconecto y trato de luchar contra la Matrix se reinicia.

Neo, esta pastillita roja te llevará a un mundo de mierda y con esta pastillita azul serás un famoso y multimillonario diseñador de video-juegos.

Aparece un Agente Smith (Jonathan Groff) que no es el Agente Smith (Hugo Weaving), pero que dice ser el Agente Smith. Todo es chabacano, complaciente y…fumado. Más que pastillas podría pensarse que hay hierbas psicotrópicas a la vista.

Cuando la Matrix se recargó o revolucionó hubo momentos que por lo menos a nivel estético nos pagaron la entrada. En esta intentona de revival, el desfibrilador que resucita la saga se atascó o hizo cortocircuito. El muerto, muerto está.

El final es otra chacota. Una burla a la esencia matrixiana. El Analista (Neil Patrick Harris AKA Barney Stinson) es el nuevo Arquitecto y enfrentará a la parejita reencontrada (Neo y Trinity). Los diálogos finales traicionan toda la seriedad con la que la Matrix parecía a punto de colapsar en la trilogía original. Hay humor, nostalgia y cosa lúdica donde antes se jugaba el supuesto destino de la humanidad.

Lo que importa es que vos y yo estemos juntitos de la mano para amarnos más.

Quizás los 23 años pasaron también para algunos espectadores que observarán con cierta estupefacción cómo Trinity vuela porque sí y Neo es incapaz de elaborar una frase que tenga algo de sentido o inteligencia, lo que le hace un flaco favor a Keanu Reeves (te amamos, Keanu) que no es el mejor actor del mundo.

Ni siquiera la colorimetría sigue la tónica de sus antecesoras. Ahora tiene un toque videoclipsero millenial que nos hace ser conscientes que los personajes y el equipo técnico fueron realmente abducidos por la Matrix 2021.

Los aceptadores del vaso medio lleno dirán: Es que se burla de sí misma. Es metacine. Se convertirá en película de culto.

Criaturitas del señor, solo puedo decir: Control +Alt+ Supr o Command+delete. 

Lo mejor: recordar es volver a vivir Lo peor: desordenada, dispersa y se aleja de su esencia La escena: la charla final con el analista Lo más falsete: la ondita «positiva» y lavada de esta matrix El mensaje manifiesto: hay que firmar un compromiso de no resucitación El mensaje latente: siempre hay alguien que se pasa por el traste ese compromiso El consejo: verla como cuando se va a un reencuentro de promo El agradecimiento: por Keanu. Siempre.

CINE ITALIANO: È stata la mano di Dio/ Fue la mano de Dios/ The hand of god

Por: Mónica Heinrich V.

Lo de Paolo Sorrentino y Maradona es de película. La primera señal que tuvimos de esta relación especial fue el 2014 cuando La Gran Belleza (Gran y Bella película) ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera. Ahí, un italianísimo Sorrentino subió a recibir su premio y dijo: «Gracias a la Academia, a todos los actores, productores… Gracias a quienes me inspiraron: Federico Fellini, Talking Heads, Martin Scorsese y Diego Armando Maradona». Diego Armando Maradona supo (o fue informado) de ese agradecimiento oscarizado, y ya sabemos que no era insensible a las demostraciones públicas de idolatría de otros famosos, así que llamó a Sorrentino y tuvieron una charla afectuosa. Años más tarde, Sorrentino seguiría gritando a los cuatro vientos su amor por el argentino: “No sería director si no hubiera existido Maradona” o “Le debo mi vida a Maradona”. Parecen frases de groupie o de ese delirio de fan futbolero que reafirma la creencia de Borges de “El fútbol es el opio del pueblo”, pero no. Lo de Sorrentino es real y tiene fundamento. Es de película y se hizo película.  

Fue la mano de Dios está inspirada por el director mexicano Cuarón que narró en Roma sus vivencias familiares, Sorrentino decidió escribir, dirigir y producir un repaso de su vida y cómo, efectivamente, Maradona le salvó la vida.

Fabietto Schisa (Filippo Scotti) tiene 17 años en la Nápoles de los 80s. Vive con sus padres, su hermano, su hermana y es parte del típico familión italiano. Fabietto hasta ese momento es un chico cuya vida es normal, sin sobresaltos, que es fanático de Maradona. En Nápoles, ya se corren los rumores sobre la posible llegada del 10 al equipo emblema de la ciudad. Cuando el pelusa es fichado por el Napoli, se desata la locura, ninguno de los habitantes de esa pequeña ciudad italiana lo puede creer. Maradona se convierte en lo más importante, es Dios.

Sorrentino, a través de la memorable fotografía de Daria D´Antonio, retrata esa rutina de Nápoles trastocada por la llegada del ídolo. Hay mucha nostalgia en ese tufo de la Italia ochentera, del fútbol, de una familia que tenía todos los personajes que un guionista podría necesitar en una película de estas características: la tía que era la fantasía sexual de los chicos jóvenes, la tía que nunca se sacaba el abrigo, las infidelidades, las comilonas, el pariente corrupto, los paseos en barco, el cine italiano de oro en cada esquina, es muy fácil recorrer la infancia de Sorrentino. Es esa pastilla de “qué felices éramos”. Hay una mirada acrítica a la apatía de la familia por el trastorno mental de algunos de sus integrantes, por la normalización de la violencia doméstica. Y luego, luego descubrimos cómo Maradona le salvó la vida a Fabietto/Sorrentino. Y la pastilla deja de ser esa de “qué felices éramos” y se convierte en esa de “cómo seguimos adelante”.

El punto de inflexión que marca una vida y un destino hace que Fue la mano de Dios sea un coming of age, ese género que nos habla del crecimiento del protagonista, el forzado despertar a la adultez.

Y cuando el adolescente Fabietto crece de golpe y Maradona le salva la vida, lo acompañamos en lo único que lo hace continuar: su pasión por el cine. Sorrentino una vez dijo también “el cine nos hace sobrevivir” y en esta película entendemos porqué su frase va más allá de una pose poética de cineasta famoso.

Fue la mano de Dios conmueve y te arrastra a sus pasadizos nocturnos, al mar picado, a sus teatros ochenteros, a la alegría de la Copa Italiana, a la alegría de la Copa del Mundo, a la alegría de una familia y a la tristeza, a esa gente parada en la orilla de una isla diciendo Adiós.

Sorrentino eligió un casting interesante y cumplidor. Sin embargo, el joven Filippo que fotografía muy bien en pantalla no alcanza a transmitir la enormidad del relato, para eso se necesita una experiencia que no tiene y se entiende, pero la película sufre por esa falta de densidad actoral en su protagonista en momentos claves. Me estorbaban, también, algunas actuaciones secundarias un poco fuera de tono para el cine actual, pero muy en tono con las actuaciones más estridentes del cine clásico italiano.

Otro detalle no menor, es que la película se alarga demasiado. Hay algunas escenas que la llevan al terreno de lo episódico, escenas puestas con calzador porque el director las recuerda con cariño más que porque tengan una importancia real en la trama.

El guion alcanza un clímax muy bonito cuando la hermana sale del baño. Ese contraste con la celebración que hay en las calles era como un punto final devastador, pero Sorrentino se regodea en Fabietto, en él mismo y estira el chicle. La charla con el cineasta Capuano que también existió, es demasiado didáctica, y la salida del chico por tren se me antojó eterna. Esas decisiones terminan mermando la carga emotiva.

Probablemente esta sea la película más accesible de Sorrentino hasta la fecha, eso no quita que el resultado final, amén de que como espectadores entendamos lo que nos quiso contar, sea algo disperso.

Casi al final, cuando Sorrentino es más Sorrentino que nunca, ocurre una escena: ¿Tenés una historia para contar? le grita un Capuano ficcional a Fabietto/Sorrentino. Y el chico a sus 17 años dice: Sí.

Me quedo con ese momento en el que Maradona le salvó la vida a Sorrentino y, además, lo convirtió en cineasta para que nos contara esa historia.

Lo mejor: se nutre de algo real y esa cosa real la hace muy emotiva Lo peor: divaga y se engolosina en sí misma La escena: la del hospital y cuando la hermana sale finalmente de baño Lo más falsete: las escenas episódicas y la charla con el cineasta (muy didáctica) El mensaje manifiesto: a veces, damos por sentada la felicidad familiar El mensaje latente: un día despertás y te das cuenta que fuiste feliz y no lo sabías El consejo: verla en idioma original subtitulada. El agradecimiento: por la familia.

DOCUMENTAL: The Dissident / El Disidente

Por: Mónica Heinrich V.

El 5 de diciembre Justin Bieber dio un concierto como acto inaugural del Gran Premio de Arabia Saudita. La imagen de Bieber, que promocionaba el famoso evento de fórmula 1, aparecía al lado de la de MBS (Mohamed bin Salmán, príncipe heredero del Reino). Eso provocó un pedido mediático que llamaba a Bieber a la reflexión. ¡No, Justin, no vayás! Actualmente, MBS es una figura un poco “rechazada” y digo poco, porque para las acusaciones que se le hicieron, la sacó muy barata.

¿Pero qué podría ser tan grave? ¿Por qué era mejor que niño Justin no posara sus piecitos gringos por esas calurosas arenas? Pues en octubre del 2018, el periodista saudí más famoso del mundo (escribía para el Washington Post) fue al consulado de Arabia Saudita en Estambul-Turquía. Jamal Khashoggi quería recoger unos documentos de divorcio que le permitirían contraer matrimonio de nuevo. Lo que parecía un trámite simple se convirtió en un hecho extrañísimo y fuera de lugar que ni un guion hollywoodense se hubiera atrevido a plantear.

Última imagen de Jamal con vida

Jamal entró al consulado y nunca salió. Su prometida lo esperó afuera del lugar y después de horas sin tener noticias suyas llamó a amigos, conocidos para contarles lo que había pasado. En un principio se creyó que habían retenido a Jamal, quien era uno de los enemigos abiertos del régimen saudí. Luego, se hizo evidente que lo que sea que ocurrió era mucho más turbio de lo que cualquiera se había imaginado. Así es, en un territorio considerado seguro para cualquier ciudadano (consulado, embajada) habían asesinado a Jamal sin ascos.

El documental El Disidente, dirigido por Bryan Fogel, intenta echar luz sobre este caso. A Fogel lo conocemos por el documental ganador del Oscar Icarus, en el que se veía una clara visión política que empañaba el trabajo. Sin embargo, Icarus recogía algunos elementos interesantes y a pesar de su agenda anti-rusa, estaba bastante bien filmado.

Algo similar ocurre con El Disidente. Es un trabajo impecable a nivel visual, a nivel de recopilación de información, de montaje, de post-producción. Se nota que Fogel ha contado con presupuesto para elaborarlo y que además le ha sacado partido a los quintos. Pero, a veces, lo que más importa de un documental es lo que no se dice.

En El Disidente, Fogel elabora un relato benévolo de Jamal y de su entorno, incluso dándole voz al “activista” Omar Abdelaziz, cuyos discursos en twitter se basan en una arenga ramplona para tomar las armas. Omar también termina revelando su relación con Jamal, que en su faceta de periodista estuvo 30 años al servicio del régimen saudí y que con la toma de poder por parte de MBS, decidió exiliarse a USA. Este periodista que desde el Washington Post escribía contra el régimen, terminó financiando actividades “irregulares”, por decirlo de alguna manera. Claro que a nombre de la democracia y la libertad de expresión. Fogel en ningún momento cuestiona ni profundiza en las acciones de Jamal, tampoco en las de Omar. Porque en estos personajes (tanto de un lado como del otro) que se van a los extremos, hay mucho más que un deseo patriótico de mejores días para sus países.

Lo que sería interesantísimo de entender (las políticas de Arabia Saudí, la organización en cuanto a su jerarquía de poder, las reacciones de los otros opositores, los entretelones de su política exterior, la vida de Jamal en el régimen, sus actividades extra curriculares) termina convirtiéndose en un anecdotario de situaciones puntuales para reforzar la premisa principal.

Por ejemplo, nos cuentan como una gran historia de amor la relación entre Jamal y Hatice Cengiz. Jamal conoció a Hatice a principio del 2018, meses antes de su muerte. En el documental retratan a Jamal como un hombre solitario que estaba tratando de recuperar su vida y de construir una familia con Hatice. En la vida real, Hatice iba a ser su cuarto matrimonio. No solo eso, ese mismo 2018 ya se había casado con otra mujer egipcia en una especie de ceremonia que no contó con aval legal.

El papel del gobierno turco en el entuerto, también se pasa por encima sin mencionar los réditos internacionales y de imagen al manejar la crisis del asesinato de Jamal. Aunque intenta hacer un juicio de valor sobre la postura de Trump que en ningún momento aceptó la culpabilidad de MBS, al final tampoco se elabora mucho sobre la amistad evidente entre Trump y MBS, ni revela nada acerca de la política exterior americana que SIEMPRE (más allá de Trump) ha socapado los desmanes de países poderosos como Arabia Saudita.

Si nos alejamos del tono binario, tendencioso del documental, de ese occidente vs barbárico oriente, lo más valorable del documental es la descripción que hacen del sistema de espionaje Pegasus manejado por Arabia Saudita y de sus “moscas”. Las moscas vendrían a ser miles de personas contratadas para estar constantemente en línea construyendo la narrativa a favor del régimen y actuando como grupos de choque de los disidentes que a su vez formaron su propio grupo de guerreros digitales llamados “las abejas”. Este sistema no es nuevo, y cada país lo ejecuta (oficialistas/opositores) a discreción de acuerdo a sus propios presupuestos. En todo caso, ese complejo entramado de control y manipulación social, es donde el documental brilla.

Moscas y abejas jodiendo por todos lados

Sí, Arabia Saudita aceptó la muerte de Jamal en su consulado y responsabilizó a personas del régimen que según ellos actuaron solos. Y bueno. Más allá de la culpabilidad de MBS, existe todo un tejido nudoso entre las políticas de los distintos países que, como dije, ningún guionista podría poner en papel y hacerlo ver coherente o posible.

El caso en sí es fascinante por todo lo que involucra: un grupo de poder que se cree tan poderoso como para pensar que se saldrá con la suya violando toda norma internacional y ese grupo de poder saliéndose con la suya.

Aunque en un principio la comunidad internacional puso cara de asquito ante semejante atrevimiento, las aguas se calmaron y Arabia Saudita no tuvo ninguna represalia ni se le exigió demostrar qué había hecho con los acusados/responsables. Jamal está muerto y su muerte solo sirvió para mostrarle a los necesitan pruebas, que sí, que las normas están para saltarlas y que si sos la mano que mece la cuna (USA, Arabia Saudita, o cualquier potencia) la cuna es definitivamente tuya y puede ir Justin Bieber a cantarte el arrorró.

Lo mejor: un tema que merece ser analizado, estudiado, profundizado, todos los ado. Lo peor: omite o tuerce la historia a su favor La escena: las imágenes de archivo de Jamal entrando en el consulado a encontrar la muerte Lo más falsete: los testimonios del extremista Omar El mensaje manifiesto: hay un zumbido subterráneo que maneja la vida social, política y económica del mundo  El mensaje latente: ese zumbido es turbio y tiene sus propias reglas El consejo: para ver y analizar El agradecimiento: por la cámara que probó que Jamal entró y no salió.

CINE: The power of the dog/El poder del perro

Por: Mónica Heinrich V.

Parece que los gringos se dieron cuenta recién que los Globos de Oro eran amañados. Actores y actrices cuyos agentes expertos en lobby sabían qué wiskis o cuñapés mandar a los capos de la industria, o cuyos estudios hacían la gran Emily in Paris (invitar a los votantes a un hotel de lujo en París todo pagado, con distintas recreaciones incluidas) se mostraron sorprendidísimos porque el mundo había sido un lugar gris (mejor dicho: demasiado blanquito) y hostil.

Déjenme sacarme el barbijo para gritarles: No, mis cielas. No les creo nada.

Pero, bueno, no quiero hablar de todos los festivales y concursos o premios cinematográficos o literarios o musicales en los que se hace y se hará lo mismo, mejor centrémonos en lo importante: El domingo, The Power of the Dog ganó tres de esos amañados/cancelados premios: Mejor Película Drama, Mejor Dirección, Mejor actor de reparto.

La espalda de la masculinidad tóxica

The Power of the dog se basa en la novela homónima de Thomas Savage. La novela se publicó en 1967, pasó sin pena ni gloria, vendió pocos ejemplares hasta que el 2001 fue re-editada y re-valorizada. Ese ReRe llegó hasta Jane Campion. A Jane la conocemos por esa elegante y estilosa película que es The Piano. A Jane, después de ganar Cannes por The Piano, le ofrecieron un culo de plata para hacer películas hollywoodenses. A Jane, un agente le recomendó que no lo haga, que la destruiría. A Jane se le ocurrió probar (Holy Smoke) y odió la experiencia. A Jane se le reveló que nunca más haría nada en lo que no se sintiera comprometida.

Es así que Jane leyó The Power of the Dog y se quedó con una imagen en la mente: Peter caminando orondo delante de un montón de tipos que le gritaban marica. Y ahí se sintió comprometida y ella misma adaptó la novela a un guion.

No cabe duda que la versión cinematográfica de The Power of the Dog es visualmente preciosa, de lo mejor que vi este año. La cámara de Ari Wegner (a quien ADORÉ en The True Story of the Kelly Gang) nos lleva de la mano por esos paisajes áridos. Hay muchos primeros planos que ayudan a construir los personajes y los climas. Las pausas, la banda sonora compuesta por Jhonny Greenwood (Radiohead), todo está puesto en el momento justo. Jane mantiene esa elegancia que le vimos en The Piano, es una directora de atmósferas que sabe contar lo que quiere contar.

la cara de la masculinidad tóxica

Recapitulemos con Spoilers: Es 1925. Phil (Benedict Cumberbatch) y su hermano George (Jesse Plemons) se encargan del rancho familiar. Phil ha abrazado su labor/imagen de ranchero o machomen con entusiasmo al punto que casi ni se baña y tiene unas actitudes de mierda con los que lo rodean. En la dupla, la figura dominante es Phil, y George siempre es disminuido al término “Gordito”. A diferencia del estilo rudo de Phil, George es delicado y sumiso. La cosa sigue su curso natural hasta que George posa sus ojitos gorditos en Rose (Kirsten Dunst). Rose es viuda y administra una fonda acompañada de Peter (Kodi Smit-McPhee), su hijo que apenas está saliendo de la adolescencia. Phil desprecia a Peter a quien encuentra afeminado y a Rose a quien considera poca cosa para ser parte de la familia. Eso no frena al gordito que termina casándose a escondidas para llevarse a Rose y a Peter a la casa familiar.

De ahí, suceden varias cosas. Por un lado, Rose recibe un bullying constante de Phil, aunque siendo honestos tampoco es lo peor que un tipo como Phil podría hacer. Eso la lleva a empinar el codo para tratar de aplacar o sobrevivir a sus infelices días. El gordito no se da cuenta de nada y la mayor parte de la película se la pasa por ahí con un solo estado: buenudo. Peter, el hijo “afeminado” que desaparece de la película un buen rato porque en la historia se va a la universidad (quiere ser médico) regresa para notar todo lo que el gordito no nota. Luego pasan más cosas. Para mí ese celebrado final fue demasiado anunciado, y cuando la película terminó quise sacarme algunas dudas de encima, así que me descargué el libro que pueden leer acá: El poder del perro – Thomas Savage.

damisela en apuros

En la película, segundo UNO, la voz de Peter nos dice que salvará a su madre, porque sino ¿qué clase de hombre sería? (uno que no es asesino ¿tal vez?) En la novela, entramos al relato con: “Phil siempre se encargaba de la castración”. Hay una diferencia sustancial en cómo empezar la historia. En la versión de Jane ya me anunciás lo que va a pasar, ya mi mente sabe que Peter hará algo, y por el tono deduzco que será turbio. En la versión de Savage hay otro tipo de sutileza.

Mi mayor problema con la historia fue el final, la narrativa de Jane Campion lo convierte en una especie de final feliz o de astuta venganza. Me hizo ruido. Ya estoy un poco cansada de que las injusticias que se plantean en una historia de abuso sean resueltas con un asesinato gratuito y que además se celebre. Me pregunté si en el libro, un bullying de mediana intensidad era motivo suficiente para que Peter tomara tales determinaciones, y si tales determinaciones se afrontaban con tanta liviandad.

Y la sorpresa que me llevé es que no. En la novela, Phil también está involucrado indirectamente en el suicidio del padre de Peter. Hay toda una secuencia inicial que nos relata cómo un Peter niño ve a su padre borracho siendo vilipendiado por la gente del pueblo y cómo Phil, en concreto, lo humilla un par de veces. Es evidente que incluso dentro del relato de Savage, la figura del papá de Peter es errática y débil, por lo que concluimos como lectores que, si bien Phil tiene cero empatía y hace gala (una vez más) de su masculinidad tóxica, tampoco podríamos decir “se suicidó por su culpa”. En todo caso, Peter (como personaje) sí podría guardar ese recelo, o Rose, por lo que quedaría más y mejor explicado, cómo ella cae tan rápido en la bebida y parece incapaz de sobrellevar esa nueva vida. Se entiende más, también, el rechazo de Phil a ambos.

Tóxicos everywhere

Hay otras diferencias que me parecen notables. Las alusiones a Bronco Henry son más sutiles, la homosexualidad de Phil es más sutil. En ese sentido, Phil, tal cual está construido en su versión literaria, no tendría el altar de Bronco Henry con su montura, porque va en contra de esa cosa sentimental que tanto ha intentado evitar. Peter, por su parte, es más retorcido en el libro, su placer en las disecciones de animales es oscuro: tenemos claro que hay un problema en el chico. Sociopático, psicopático, lo que sea. Bajo esos detalles, el final no se antoja a final feliz.

En lo que más discrepo (aunque respeto esa mirada) es en argumentar que El poder del perro es una especie de deconstrucción masculina o de ensayo feminista solo porque lo dirige una mujer o porque hay un machomen exhibido o «derrotado». De un tiempo a esta parte, estos personajes que tienen obvios problemas mentales, son usados como ejemplos de narrativa deconstructiva. En realidad, la historia, tanto la literaria como la cinematográfica, se centra en los arquetipos de siempre: Un machomen abusivo , la damisela en apuros que será rescatada en un inicio por George que se casa con ella y la saca de su vida modesta y luego por Peter que termina asesinando a quien la acosa. La felicidad parece ser una pareja besándose bajo la luna.

Se va a caer, se va a caer

Si uno lo analiza bien, incluso Phil, el villano gay, es una víctima. ¿Acaso Phil, en los años 20s, criado en un ambiente de machomens, que nunca aceptaría su amor por Bronco Henry, no intentó toda su vida encajar con lo que le enseñaron que era un hombre? ¿No llevó al extremo su rechazo propio, el miedo a su propia homosexualidad? En la novela se insinúa que los padres de Phil tienen una discusión de origen desconocido con él y ese es el motivo por el que dejan el rancho. Quizás esos matices son los que extrañé de la versión de Jane. Una versión que se nutre de la fórmula del melodrama más común del cine.

Es evidente que lo literario y lo cinematográfico son dos lenguajes distintos, y que es imposible condensar en dos horas una novela como la de Savage sin dejar nada en el tintero. El trabajo que hace Jane Campion sobre lo central de la historia, está. Y, además, lo presenta de una manera tan bella y con actores tan compenetrados en sus roles, que uno como espectador valora la experiencia. No importa si para el ritmo del relato George o Peter desaparecen de escena a antojo o si los encuentros entre Rose y Phil son forzados, o si la secuencia con los indios es condescendiente, el giro final consigue los aplausos que corresponden.

Hola, Phil. Vengo a ofrecerte un poco de Antrax vengativo.

La película cierra (antes del beso bajo la luna) con Peter, Biblia en mano leyendo el famoso Salmo 22:

¡Libra de la espada mi vida, mi alma solitaria del poder del perro!

Jane dijo en una entrevista que el perro son los impulsos, lo oculto que llevamos dentro. Quise entender mejor el contexto de la frase y abrí la Biblia. Los salmos son escritos por David, el famoso David de David y Goliat. El poder del perro hace referencia al poder de los enemigos del Rey David, los mismos que crucificaron a Cristo. El perro era lo que amenazaba sus vidas, ese otro que significaba muerte o destrucción. En la novela, el perro era Phil. Así lo dice el autor al final del libro sin muchas florituras. 

Puesto que ella ya era libre, gracias al sacrificio de su padre y al sacrificio que él mismo había podido hacer a partir de un conocimiento que había adquirido en los grandes libros negros de su padre. El perro estaba muerto.

Lo mejor: visualmente perfecta Lo peor: que la película diluye algunas decisiones con liviandad y celebra lo que en la novela tiene un tono más turbio. También: La muerte del conejito La escena: la caminata de Peter cuando todos le gritan marica. También: La muerte del conejito. Lo más falsete: las escenas poco sutiles del homosexualismo reprimido de Phil El mensaje manifiesto: la venganza sí es dulce  El mensaje latente: el final feliz es debatible El consejo: para ver y disfrutar del talento de Jane Campion y su solvente casting El agradecimiento: por la gran cámara de Ari. 

DOCUMENTAL: Val

Por: Mónica Heinrich V.

El algoritmo facebookero me derivó a una nota de El Mundo de España cuyo título era: “Val Kilmer, la más grande derrota jamás filmada”. Palabras fuertes. No necesité nada más, ni siquiera entré a leer el coso, me fui directo a Prime Video y PLAY.

Ahí estaba: el señor Val Kilmer. El sex symbol al que llegaron a comparar con Brad Pitt. El actor que tuvo sus 15 minutos de fama y que los aprovechó tan mal que terminó con una carrera más bien discreta. El actor que con la carrera discreta decidió trasladar sus energías a su primer amor: el teatro. El actor que viviendo su sueño de hacer teatro puro y duro fue diagnosticado con cáncer de laringe en el 2015. El actor que producto de ese agresivo cáncer tuvo una agresiva laringectomía y perdió su voz.

El documental Val, es dirigido por Leo Scott y Ting Poo. Lo escribe el mismo Val, y lo narra su hijo Jack Kilmer. Esto de la narración del hijo no es algo simbólico o de origen sentimental, sino una necesidad. Jack le presta la voz a su padre.

La vida de Val ha sido intensa. En lo personal, nunca fue de mis actores favoritos, pero puedo recordarlo en un montón de películas y visualizar su imagen como parte de mi vida, porque el cine termina siendo parte de la vida de uno. Y ver Val deja un sabor amargo por eso. Este es un documental que suena a testamento y el tipo solo tiene 61 años. Como espectadora no pude distanciarme.

Lo que la vida termina haciéndonos, o lo que nosotros terminamos haciéndole a la vida.

A lo largo del documental, sabremos que Val se ha filmado desde muy pequeño, que tuvo en hermano que quería ser cineasta, que con él compartió su amor por el teatro y el cine, que juntos amontonaron cortos y cintas caseras que filmaron repletas de sus sueños infantiles y que ese hermano murió a los 15 años ahogado en la piscina familiar.

Después de esas revelaciones, es muy fácil tenerle simpatía al Val que con 16 años consiguió entrar a la prestigiosa y exclusivísima escuela Julliard. Es muy fácil seguirlo en sus ambiciones, en su frustración por protagonizar películas “comerciales”, en las quichicientas cintas que le mandó a Stanley Kubrick para convencerlo de contratarlo, en su dicha cuando consiguió el papel de Jim Morrison con Oliver Stone.

Val (el documental) va y viene entre esos recuerdos adolescentes, juveniles, en los que todo parecía posible. Uno de los aspectos más emotivos del documental es precisamente eso: el contraste espontáneo entre el Val sonriente de los 90s que sobradoramente se burlaba de Tom Cruise o que criticaba a los actores empíricos y el Val actual, el hombre avejentado y fragilizado que solo puede hablar a través de una prótesis fonatoria.

Val, luchándola

Al ser un trabajo de Val sobre Val, el documental es bastante amable con los errores o tropiezos del actor. Sí, Val asume su perfil de chico “problemático” pero siempre lo tiñe de cierta “incomprensión” o “injusticia” hacia su persona. Si la industria le dio la espalda o lo dejó de lado, el actor parece no darse cuenta del papel que jugó para que eso sucediera. Las innumerables anécdotas de su errático comportamiento en rodaje incluidas el cigarrillo que le apagó en la cara a un camarógrafo en La Isla del Doctor Murneau o la pelea a golpes con el director Joel Schumaher en el set de Batman, son solo unas cuantas de las leyendas urbanas que circularon sobre él y que le cerraron varias puertas.

Aún así, a pesar de cierto tono de autocompasión o de mea culpa a medias, no cabe duda que este documental va un poquito más allá de la vida de Val como Val.

Ver a un tipo que llegó a la cima, y que no solo desaprovechó ese privilegio, sino que mal administró su plata, sus bienes, desatendió a su familia, a sus hijos, y todo para terminar enfermo y solo…todo para terminar sobreviviendo de las viejas glorias de sus personajes más comerciales (esos que tanto despreciaba), yendo al Comic Con a firmar autógrafos para gente que lo recuerda como Iceman (Top Gun) o yendo a un screening de Tombstone para firmar autógrafos a gente que lo recuerda como Doc Holliday, es muy sobrecogedor.

Me dueles, Val. Me dueles.

Hubo un tiempo que fui hermoso, y fui libre de verdad.

A nivel técnico le sobran unos cuantos minutos. Una vez pasaste la parte más rica del recuento, cuando ya contó sobre su familia, su infancia, cuando ya mostró clips exclusivos con Cristian Slater, Jhonny Deep, Kevin Bacon, Marlon Brando, cuando ya entendiste todo lo que perdió…los últimos veinte minutos son algo repetitivos. Es el cierre que el estudiante de Julliard hubiera querido. El cierre que tiene que hacer Val, y que un editor, director, jamás le podría recortar porque para Val no estaría a la altura de la tarea. La cosa impostada y autoconsciente que manejó sus relaciones laborales y personales. Val siendo Val.

Sí, es un documental duro. Imagino que catártico para él y aleccionador casi por ósmosis para cualquier espectador. Es un “todo lo que sube puede bajar” o un “cuidado con escupir hacia arriba”. Por eso, Val tiene el poder de removernos las entrañas a pesar de su autoculto. La parte más humana de nosotros puede empatizar con Val, derramar algunas lágrimas por lo que le pasó y por cómo sigue adelante y, sobre todo, deseará que este hombre de 61 años pueda tener una segunda o tercera oportunidad, querremos verlo cumplir más sueños porque ya que estamos con las frases “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Lo mejor: emotivo y humano recuento de una vida Lo peor: la autocrítica es limitadita  La escena: cuando empieza y es la voz de Jack hablando como si fuera Val. Y cuando Val se sentía mal en la firma de autógrafos y se quedaba igual. Y cuando veía sus screenings de Tombstone. Lo más falsete: los datos omitidos para que Val no se vea mal El mensaje manifiesto: Todo lo que sube baja El mensaje latente: Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos  El consejo: Para verlo cuando se esté vibrando alto, porque es muy triste El personaje entrañable: a pesar de todo: VAL El agradecimiento: por los momentos de verdad.

CINE: The Guilty / The harder they fall / Shiva Baby / No Sudden Move / The Unforgivable / Dos

Por: Mónica Heinrich V.

The Guilty (la netflixera)

El otro día, un lector de este blog me dejó un mensajito: “Deberías escribir sobre The Guilty y compararla con la original. Si escribiste sobre Cry Macho y sobre The Squid Game ¿cómo no vas a escribir sobre The Guilty?”. #justoenlamiseriacinéfila. Le dije: “No le veo fallas a tu lógica”. Y acá estamos.

El 2019, desde Dinamarca, nos llegó The Guilty (reseñada ACÁ), la opera prima del señorito Gustav Möller. Supe de su existencia por los cosos dorados (Oscar 2019) que la incluyó en su lista de Mejor Película Extranjera. Ahí la vi y dije: Este Gustav nos va a dar alegrías en la vida.

Los gringos también la vieron y decidieron hacer un remake versión hollywoodense/netflixera. No voy a echarle mierda a Netflix, porque en realidad hay algunas muy buenas cosas reptando por ahí, pero aún no sé cómo una película de corte tan intimista como The Guilty terminó en las manitos patrioteras, videoclipseras y rancias de Antoine Fuqua. De Fuqua he visto todo, hasta muchos de sus videoclips (sos videoclipsero, Fuqua). La única reseña que hice de una peli suya fue para Southpaw (leer ACÁ), pero lo mejor que puedo decir es que: conozco a mi ganado.

Por lo menos, Fuqua se arrimó a Nic Pizzolatto (True Detective, The Killing) para adaptar el guion danés. ¿El resultado? Pues el guion sigue prácticamente la misma historia nórdica, la diferencia está en la austeridad de recursos y la austeridad de…ajá…actuación. Allá donde los daneses estaban en un cuartucho, sin extras, a oscuras, Fuqua estaba en la full sala de atención de llamadas, con montón de extras y tecnología a todo trapo. Allá donde el actor danés Jakob Cedergren componía un Aster (protagonista) poco emocional, frío, distante, hasta enigmático, lo que hizo Jake Gyllenhaall con su Joe (protagonista) fue lo opuesto: gritón, desbordado, explosivo.

La historia gringa es mucho más aleccionadora, redentora y apta para públicos masivos. El destino del bebé, las condiciones en que es encontrado, el final, en la versión danesa te dejan un muy mal sabor de boca, hay una oscuridad un poco más sutil e intangible que hace que la historia danesa tenga más músculo. En todo caso, amamos a Jake (te amamos, Jake) y aunque su atormentado Joe sea un pelín desbordado siempre es un actor al que vale la pena ver.

Si algo aprendí del Elton Jhon de Taron Egerton es que: Donde hay oscuridad, ahora estás tú, y será un viaje salvaje.

Lo mejor: mantiene la línea de la original Lo peor: con menos músculo narrativo  La escena: cuando se descubre lo del bebé Lo más falsete: los cambios más benévolos que hicieron y el arrepentimiento choto de Joe El mensaje manifiesto: nada es lo que parece El mensaje latente: las historias solo hay que saberlas contar  El consejo: Analiza y actúa (no al revés) El personaje entrañable: Oliver y Mathilde El agradecimiento: por Jake Gyllenhaal (te queremos, Jake)

The harder they fall (la netflixera)

El otro día, el algoritmo netflixero me recomendó esta película. A veces, me emputan las intromisiones de Netflix en mi vida de espectadora, pero vi que estaba Idris Elba (bien jugau, Netflix) y no había nada más que decir. Play.

Es un western, pero un western aggiornado o lo que es lo mismo “un western al estilo que se me canta”. Eso parece decir nuestro amigo Jeymes Samuel que debuta como director con este trabajo. Jeymes (te voy a llamar Jeymes) es compositor/músico de muchas cositas en Inglaterra, hizo dos cortos y un día se levantó con la picazón de un largometraje y decidió juntar forajidos afroamericanos que existieron realmente y contarnos una huevada que viene y que va, que va y que viene y que, sobre todo: es tan estilosa que no nos importa un centímetro de (ponga usted su palabra soez favorita) que no tenga sentido.

Está el pequeño Nat Love. 11 años y le revientan a balazos al padre y a la madre. Deducimos después que fue el HDP de Rufus Black (más conocido por todos como Luther y que en su vida cotidiana se hace llamar Idris Elba. Idris…sos Luther y punto). Hay una elipsis temporal y vemos a Nat (que ya es Jonathan Majors) mayorcito. Nat no puede vivir sin pensar en cómo liquidar a Rufus Black. Rufus Black (que sigue siendo el sexilón Luther) en su condición de prisionero está siendo trasladado a otro lugar por tren y su banda consigue liberarlo. Es ahí donde se entremezclan muchas cosas o nada. Depende de cómo lo miremos.

El guion, a cargo del israelí Boaz Yaquin (The Punisher, Safe) y del mismo Jeymes nos hace creer que Nat Love necesita vengarse, necesita un payback.

#lavenganzamataelalmaylaenvenenaNOT.

En medio del tole tole ponen una historia de amor solo para que veamos bocas estrujarse y todo está tan bonito visualmente (súper vestuario, arte, fotografía) con una banda sonora bastante disfrutable, que uno dice: metele, Jeymes. Metele.

Amig@s. Debo confesar (porque a veces estoy en modo confesional) que en el caso de esta película que tiene muchas reseñas/críticas/opiniones en contra, da lo mismo lo que suceda en pantalla. ¿Ya dejamos claro que nada tiene el más mínimo, peregrino sentido? ¿Ya dijimos que los planes en pos de la venganza son absolutamente infantiles y boludos? ¿Ya comentamos que el final y el plot twist starwarense no da la talla? Bueno, si ya lo dejamos claro, sobre aviso no hay engaño.

En mi caso, me divertí. Sí, es un pastiche de Tarantino, de películas clásicas del wild west, de cosas que fueron y que están, pero…a estas alturas de la vida, lo tomo con fernet y coca cola.

Debo confesar (porque sigo en modo confesional) que Jeymes le mete sin rubores y termina esta venganza que no es coreana sino gringa/pedorra/westernhispter con una redención que no importa y un reguero de muertos importante. Porque parece ser que hoy nos entrenemos con cosas así: medio chotas pero funcionales. Por eso es que Netflix la rompe.

Si algo aprendí del Freddy Mercury de Rami Malek es que: La condición humana requiere un poco de anestesia.

Lo mejor: su estilismo, es un disfrute para lo ojos Lo peor: guion flojito y disparatado  La escena: cuando entra al bar, y cuando empieza el despelote Lo más falsete: y bueee, todo El mensaje manifiesto: la venganza mata el alma y, sobre todo, el cuerpito El mensaje latente: hay fantasmas que nunca te dejarán dormir  El consejo: para verla sin esperar mucho El personaje entrañable: Cathay y Jim El agradecimiento: por lo bello.

Shiva Baby (la filminera)

El otro día, viendo el catálogo de Filmin, “resfalé” en Shiva Baby. Así, a primera vista, su poster y la gráfica del título no me motivaban mucho a gastar 1 hora y 11 minutos de mi vida. Pero cuando leí su descripción: “mordaz, salvaje, incómoda”, cerraron el trato.

Play.

La jovencísima Emma Seligman lanzó a sus 26 años esta su opera prima. Shiva Baby ya fue un corto de 8 minutos, el corto que le sirvió como tesis para graduarse en cine. Emma ha explicado la necesidad de trasladar el corto a un largo y hacerlo un poco más agobiante. Ese agobio del que Emma habla es en teoría el agobio de la mujer joven moderna que oscila entre la universidad y las expectativas que familia/amigos/sociedad/ellamisma han generado sobre su vida.

El guion, escrito también por la directora, narra las peripecias de Danielle (Rachel Senott) una chica que debe asistir a una Shiva. Alguien ha muerto y los familiares harán su tradicional rito judío en una casa para vivir el duelo. La cosa se complica cuando a Danielle se le junta el ganado. A saber: Joel y Debbie (sus padres), Max (su sugar daddy, que resulta ser colega o conocido de su padre, Maya (su exnovia con la que la comparan) la esposa y bebé de Max, y otros pintorescos personajes.

En resumidas: se arma el puterío.

La película juega en clave de humor negro con la incomodidad y tensión de esta reunión familiar. Todo se desarrolla en una sola locación, por lo que hay cierta sensación claustrofóbica cuando seguimos a Danielle en medio de su parentela, dan ganas de agarrarla del bracito y sacarla de ahí. El punto fuerte está en la mirada crítica tanto a esa presión familiar/social como al rito o a la tradición al pedo. Los personajes parecen no ser muy conscientes de la importancia de la reunión o el peso del supuesto duelo por la persona fallecida, es más un junte para chismosear y juzgar la vida de los presentes y ausentes.

Danielle se asoma como muestra de resistencia o rebeldía a la solemnidad y al concepto de éxito, en un principio sus padres acuerdan con ella lo que debe decirles a los familiares si le preguntan qué anda haciendo con su existencia, sin embargo, no es la única que miente o que no ha conseguido “triunfar”. Por mi parte, sentí poca simpatía por ese personaje millenial boludo, que siempre toma decisiones egoístas, cuestionables y hasta dañinas. Dirán: la juventud es así. Y sí, claramente los jóvenes (y adultos, y seres vivos) la cagarán de vez en cuando, pero me reafirmo: con las cagadas de Danielle, en particular, me era difícil empatizar. Más allá de eso, la película se sumerge un poco en los arquetipos del mundo judío como “mundo judío”. Los estereotipos de la comunidad judía que hemos visto tanto en series como en películas se deslizan en pantalla con liviandad o ¿inmadurez? Ese es otro temita, Shiva Baby pincha, pero no corta. Hay algo en su juguetona envoltura que te hace disfrutar la película sin huellas más profundas.

Si algo aprendí del Hitler de Bruno Ganz es: Sea despiadado. La vida no perdona la debilidad.

Lo mejor: tiene esta cosa de película indie bien trabajada, con los climas y las actuaciones que fluyen Lo peor: queda demasiado liviana y no llega a ser memorable  La escena: cuando la cojuda se va al baño Lo más falsete: algunas situaciones muy estereotipadas El mensaje manifiesto: la familia: ese infierno El mensaje latente: vos mismo: ese infierno  El consejo: para verla una tarde de sábado con una copa de vino blanco  El personaje entrañable: la abuela El agradecimiento: por buenas actuaciones y un buen uso de sus recursos.

No sudden move (la hbolera)

El otro día, buscando cositas en HBO MAX, me topé con la cara de Benicio del Toro. A Benicio no lo veo desde Sicario 2, así que solo por los viejos tiempos le di Play, sin saber sinopsis ni nada, con la prístina dicha del que se encuentra con un viejo amigo.

La sorpresa vino cuando aparecieron varios nombres más: Matt Damon, Kieran Culkin (Hola, Roman) y, sobre todo: Brendan Fraser. A Brendan lo perdimos cuando era galancito de Hollywood, cuando protagonizó La Momia 2 y su carrera se fue a la mierda.  Brendan reapareció hace poco. Gordito y con cara de circunstancia nos contó que había destruido su cuerpo tratando de cumplir el rol de galán noventero, que hasta la fecha hacía tratamientos para recuperarse, que un periodista lo había manoseado en una fiesta de los Globos de Oro y que quedó traumadísimo, que su esposa le sacó hasta los calzoncillos en el divorcio y bue, que Hollywood se olvidó de él. Hollywood se olvidó de él, capaz que nosotros un poquito también, pero Steven Soderbergh que dirige, fotografía y edita No Sudden move, lo recordó y le dio un papel.

El guion, escrito por Ed Solomon (Now you see me 1 y 2, Men in Black), sitúa la acción en Detroit, Michigan. Es 1954 y Doug Jones (Brendan Fraser) recluta a dos exconvictos Curt Doynes (Don Cheadle) y Ronald Russo (Benicio del Toro) para un trabajo en apariencia sencillo. La paga es inusualmente alta, y ese dato nos hace a sospechar a TODOS (los crispines mafiosos y nosotros) que algo muy malo hay detrás. La pega es ir junto con otro matoncito llamado Charley (Kieran Culkin) a la casa de Matt Wertz (David Harbour), secuestrar a su familia y hacer que el sujeto recupere una libretita que se supone está en la caja fuerte de su jefe en el banco en el que trabaja.

De ahí en adelante, los besos de Judas se reparten como vacunas Sinopharm.

We need to talk about Soderbergh. Un tipo que casi siempre me parece desangelado, en estado catatónico, pero que suele tener recursos y respaldos para filmar cosas medianamente presentables. Esta No Sudden Move pintaba para un poquito más. O sea, hay todo un trasfondo revelado, cual conejo que sale del sombrero al final, en el que descubrimos que el estilismo Soderbergh derramado durante dos horas era para en realidad mostrarnos el detrás de bambalinas de las competencias desleales entre grandes compañías automotrices de la época. Les soy sincera, daba lo mismo si la libretita contenía la receta de la salsa Toby. La película está tan entretenida en la recreación de la época y en tratar de poner color a los personajes, que poco o nada interesa ese “comentario social”.

Eso sí, su solvente reparto, el clima muy Detroit, muy mafia de medio pelo, los diálogos que quieren ser ágiles en una narrativa que no lo es, hacen que uno acompañe a los Judas detroitinos hasta el final. Salen los créditos y te sacudís de ese limbo sin mirar atrás.

Si algo aprendí de la Cleopatra de Elizabeth Taylor es que: Qué extrañamente despierto me siento. Como si vivir hubiera sido solo un largo sueño.

Lo mejor: Los climas y su reparto Lo peor: al final no cocina nada bien, ni el cuento de los mafiosos que se traicionan ni el comentario social La escena: la «charla» con el personaje de Matt Damon y lo que le pasa al personaje de Kieran Culkin Lo más falsete: la escena del restaurant y el comentario social puesto al final, pero que no termina de cuajar ni de levantar la película El mensaje manifiesto: la confianza es una trampa El mensaje latente: la trampa es otra trampa El consejo: es más para disfrutar de grandes actores El personaje entrañable: no hay El agradecimiento: por sus climas.

Imperdonable (la netflixera)

El otro día, cuando pensé en subir esta multireseña, estrenaron The Unforgivable, justito cuando pensaba ver la película de la parejita que se despierta chuta cosida por el estómago. Dudas llovieron sobre mi ser. ¿Estómago cosido o La Sandy? Acababa de almorzar revuelto de hígado, así que PLAY.

Es realmente imperdonable que una película donde actúa La Sandy (Sandra Bullock) tenga como mayor atractivo a…ajá…La Sandy. Esta película es dirigida por la alemana Nora Fingscheidt, de quien solo conozco la un poco pasada de rosca System Crasher, que ya con el título dice todo lo que podés esperar de ella. Pues Nora terminó en Netflix con La Sandy y la historia de Sally WainWright que hizo una miniserie de tres episodios de lo mismito. Alguien pensó que sería una buena idea volver eso película y arrejuntó a los guionistas Peter Craig (que está escribiendo el guion de Gladiator 2 #miedito), Hillary Seitz (Insomnia) y Courtenay Miles (Mindhunter) para adaptar la cosa inglesa a la cosa netflixera.

La Sandy interpreta a una fulana llamada Ruth Slater que acaba de salir de la cárcel. Está claro que estuvo presa 20 años por asesinato y ni bien sus piecitos salen de la chirola, se le mete entre ceja y ceja la idea de ir a buscar a su hermana menor, Katie. Katie tenía solo cinco años la última vez que vio a La Sandy. Como La Sandy asesinó a un policía resulta ser que eso en los yunaiteds es más grave que nuestros 800 ítems fantasmas, así que La Sandy será bullyneada a cada rato. Katie ya es una chica universitaria que toca el piano y vive atormentada por flashbacks de la infancia que no consigue recordar del todo. La primera parte de la película es mostrarnos la atribulada vida de La Sandy como civil matapolicías, y su obsesión por reencontrarse con la tal Katie.

La cosa va escalando en incoherencias, resulta que los hijos del paco muerto no están contentos con la libertad de La Sandy, así que estarán como petos mocochincheros viendo cómo vengarse. Ocurren muchas cosas que son comedia involuntaria o tragedia cinematográfica, y lo peor es la explicación final SPOILER: Tu hermana de cinco años (INIMPUTABLE) accidentalmente mata al paco y vos te echás la culpa para “no traumarla” y pasás 20 años en la cárcel para “no traumarla” y luego ¿buscás un encuentro como una crazy bitch cualquiera? ¿Nadie hizo la prueba del guantelete en esa escena del crimen? ¿La Sandy no pensó que igual esa criaturita del señor iba a terminar traumadanga? ¿20 años no es nada, qué febril la mirada? Y luego está la escena del cachetón encamándose con su cuñada y que desata la venganza final. FIN DEL SPOILER Gente, para eso tuvimos TRES guionistas, TRES.

Si algo aprendí del Steve Jobs de Michael Fassbender es que: El animal más eficiente del planeta es el cóndor. Los animales más ineficientes del planeta son los humanos.

Lo mejor: está bien filmada Lo peor: 1) su tono solemne 2)desperdicia a Shane (Jon Bernthal) La escena: cuando Ruth se pone crazy bitch en al reunión con los padres adoptivos. Tomate un rivotril, amiga Lo más falsete: la ida de Ruth a su casa, el encuentro con el abogado bonachón, el cachetes, el secuestro, el secreto, bueee El mensaje manifiesto: a veces se toman decisiones muy poco racionales El mensaje latente: a veces esas decisiones poco racionales se convierten en películas  El consejo: Racionalizá El personaje entrañable: los padres adoptivos de la tal Katie El agradecimiento: porque La Sandy hace lo que puede.

Dos (la netflixera)

El otro día, después de ver esa película llamada Imperdonable, se me ocurrió que para sacar de mi mente a La Sandy mal maquillada debía mirar la película de la parejita que se despierta chuta cosida por el estómago. Si existe alguien en las alturas velando por nuestro bienestar, en este caso POR QUÉ ME HAS ABANDONADO. Dos (Two) debe ser lo peor que he visto últimamente en una plataforma de streaming. Ignoro quién aprobó su inclusión en el catálogo y cómo el algoritmo hijo de puta me la recomendó, solo sé que ahí “resfalé” como quien pisa puchi en la calle.

Mar Targarona, su directora, desde los 90s nos viene convenciendo de no ver sus películas. De ella me he visto Secuestro (también en Netflix) y El Fotógrafo de Mauthasen (también en Netflix), y en ambas películas adolecía de problemas narrativos, de ritmo, de guion, de ganas, de todo. Sin embargo, si había un pozo cinematográfico en el que estaba Mar, acaba de cavar un pequeño túnel hacia el subsuelo de ese pozo. 

La película parte de una premisa digamos que prometedora, hay trabajos que se convirtieron en películas de culto con inicios parecidos (El ciempiés humano, Saw): Un hombre y una mujer que no se conocen, despiertan en una habitación desnudos y cosidos por el estómago. Ok. Me encanta. Ahora ¿cómo desarrollás eso, querida Mar?

Dos dura apenas 70 minuto y a los 10 minutos ya estás queriendo dejarla. 

Sara (Maria Gatell) y David (Pablo Derqui) están pegaditos y chutos. Cualquiera que haya pasado por una operación sabe que no es nomás ponerse una toalla pesadota sobre los puntos o sobrellevar movimientos bruscos. Uno de los principales problemas de la película es que no respeta su idea central (estar cosidos) y a veces parece olvidarse que los actores jamás podrían ponerse en posición casi frontal o con los torsos separados.

Cuando dejás de creer, deja de importar.

Otro tema son los paupérrimos diálogos. Nuevamente, la situación no da para sentarse entre las flores a reflexionar sobre el ser y la nada, y mucho menos para de un momento a otro agarrarte a los besos con el cojudo o la cojuda que tenés costurada, y MENOS AÚN intentar coger con puntos en carne viva. 

Mar, amiga, no pues. 

El guion es un engendro de Cuca Canals (La camarera del Titanic), Christian Molina (Diario de una ninfómana) y Mike Hostench (Asmodexia). Gente. TRES guionistas para esto. TRES.

Si piensan que lo que relato es el pus supurante de una herida, espérense al final. Acá me veo en la obligación de ahorrarles el visionado y contarles el final, yo le hubiera mandado un canastón y un ramo de agradecimiento eterno a ese buen samaritano. Resulta que los costurados eran siameses que fueron separados al nacer (!). Ajá. El padre los rastrea y los vuelve a unir, porque se da cuenta que el número dos es la base de todo lo conocido y por conocer (!). Para eso se disfraza del marido de la doñita (!). En una escena…no encuentro el adjetivo…los hermanitos se descosturan y ella intenta salvarse para quedar tendida en la nieve mientras se forma…wait for it… el signo del Yin y el Yang sobrepuesto a su cuerpo (!). Los créditos salen con montón de fotos e ilustraciones de siameses (!).

(!!!!!!)

Mátenme. Solo mátenme y olviden dónde me dejaron.

Es en esos momentos en donde uno mira hacia atrás, y revaloriza a La Sandy y su película chota. 

Si algo me enseñó el John Nash de Russel Crowe es: No creo en la suerte, pero sí creo en asignar valor a las cosas.

Lo mejor: premisa «entretenida» Lo peor: no se respeta a sí misma y para durar 70 minutos es casi insoportable  La escena: cuando se «revela» la verdad Lo más falsete: desde que despiertan pa adelante El mensaje manifiesto: hay cosas que no deberían salir a la luz del ojo público El mensaje latente: si las dejás salir es porque no sos consciente del bochorno El consejo: evitala o mirala con unas dos chelas o caipiriñas o grupo de amigos como comedia El personaje entrañable: el espectador que tiene que fumársela El agradecimiento: porque hay la opción de poner stop.

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