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CINE ITALIANO: È stata la mano di Dio/ Fue la mano de Dios/ The hand of god

Por: Mónica Heinrich V.

Lo de Paolo Sorrentino y Maradona es de película. La primera señal que tuvimos de esta relación especial fue el 2014 cuando La Gran Belleza (Gran y Bella película) ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera. Ahí, un italianísimo Sorrentino subió a recibir su premio y dijo: «Gracias a la Academia, a todos los actores, productores… Gracias a quienes me inspiraron: Federico Fellini, Talking Heads, Martin Scorsese y Diego Armando Maradona». Diego Armando Maradona supo (o fue informado) de ese agradecimiento oscarizado, y ya sabemos que no era insensible a las demostraciones públicas de idolatría de otros famosos, así que llamó a Sorrentino y tuvieron una charla afectuosa. Años más tarde, Sorrentino seguiría gritando a los cuatro vientos su amor por el argentino: “No sería director si no hubiera existido Maradona” o “Le debo mi vida a Maradona”. Parecen frases de groupie o de ese delirio de fan futbolero que reafirma la creencia de Borges de “El fútbol es el opio del pueblo”, pero no. Lo de Sorrentino es real y tiene fundamento. Es de película y se hizo película.  

Fue la mano de Dios está inspirada por el director mexicano Cuarón que narró en Roma sus vivencias familiares, Sorrentino decidió escribir, dirigir y producir un repaso de su vida y cómo, efectivamente, Maradona le salvó la vida.

Fabietto Schisa (Filippo Scotti) tiene 17 años en la Nápoles de los 80s. Vive con sus padres, su hermano, su hermana y es parte del típico familión italiano. Fabietto hasta ese momento es un chico cuya vida es normal, sin sobresaltos, que es fanático de Maradona. En Nápoles, ya se corren los rumores sobre la posible llegada del 10 al equipo emblema de la ciudad. Cuando el pelusa es fichado por el Napoli, se desata la locura, ninguno de los habitantes de esa pequeña ciudad italiana lo puede creer. Maradona se convierte en lo más importante, es Dios.

Sorrentino, a través de la memorable fotografía de Daria D´Antonio, retrata esa rutina de Nápoles trastocada por la llegada del ídolo. Hay mucha nostalgia en ese tufo de la Italia ochentera, del fútbol, de una familia que tenía todos los personajes que un guionista podría necesitar en una película de estas características: la tía que era la fantasía sexual de los chicos jóvenes, la tía que nunca se sacaba el abrigo, las infidelidades, las comilonas, el pariente corrupto, los paseos en barco, el cine italiano de oro en cada esquina, es muy fácil recorrer la infancia de Sorrentino. Es esa pastilla de “qué felices éramos”. Hay una mirada acrítica a la apatía de la familia por el trastorno mental de algunos de sus integrantes, por la normalización de la violencia doméstica. Y luego, luego descubrimos cómo Maradona le salvó la vida a Fabietto/Sorrentino. Y la pastilla deja de ser esa de “qué felices éramos” y se convierte en esa de “cómo seguimos adelante”.

El punto de inflexión que marca una vida y un destino hace que Fue la mano de Dios sea un coming of age, ese género que nos habla del crecimiento del protagonista, el forzado despertar a la adultez.

Y cuando el adolescente Fabietto crece de golpe y Maradona le salva la vida, lo acompañamos en lo único que lo hace continuar: su pasión por el cine. Sorrentino una vez dijo también “el cine nos hace sobrevivir” y en esta película entendemos porqué su frase va más allá de una pose poética de cineasta famoso.

Fue la mano de Dios conmueve y te arrastra a sus pasadizos nocturnos, al mar picado, a sus teatros ochenteros, a la alegría de la Copa Italiana, a la alegría de la Copa del Mundo, a la alegría de una familia y a la tristeza, a esa gente parada en la orilla de una isla diciendo Adiós.

Sorrentino eligió un casting interesante y cumplidor. Sin embargo, el joven Filippo que fotografía muy bien en pantalla no alcanza a transmitir la enormidad del relato, para eso se necesita una experiencia que no tiene y se entiende, pero la película sufre por esa falta de densidad actoral en su protagonista en momentos claves. Me estorbaban, también, algunas actuaciones secundarias un poco fuera de tono para el cine actual, pero muy en tono con las actuaciones más estridentes del cine clásico italiano.

Otro detalle no menor, es que la película se alarga demasiado. Hay algunas escenas que la llevan al terreno de lo episódico, escenas puestas con calzador porque el director las recuerda con cariño más que porque tengan una importancia real en la trama.

El guion alcanza un clímax muy bonito cuando la hermana sale del baño. Ese contraste con la celebración que hay en las calles era como un punto final devastador, pero Sorrentino se regodea en Fabietto, en él mismo y estira el chicle. La charla con el cineasta Capuano que también existió, es demasiado didáctica, y la salida del chico por tren se me antojó eterna. Esas decisiones terminan mermando la carga emotiva.

Probablemente esta sea la película más accesible de Sorrentino hasta la fecha, eso no quita que el resultado final, amén de que como espectadores entendamos lo que nos quiso contar, sea algo disperso.

Casi al final, cuando Sorrentino es más Sorrentino que nunca, ocurre una escena: ¿Tenés una historia para contar? le grita un Capuano ficcional a Fabietto/Sorrentino. Y el chico a sus 17 años dice: Sí.

Me quedo con ese momento en el que Maradona le salvó la vida a Sorrentino y, además, lo convirtió en cineasta para que nos contara esa historia.

Lo mejor: se nutre de algo real y esa cosa real la hace muy emotiva Lo peor: divaga y se engolosina en sí misma La escena: la del hospital y cuando la hermana sale finalmente de baño Lo más falsete: las escenas episódicas y la charla con el cineasta (muy didáctica) El mensaje manifiesto: a veces, damos por sentada la felicidad familiar El mensaje latente: un día despertás y te das cuenta que fuiste feliz y no lo sabías El consejo: verla en idioma original subtitulada. El agradecimiento: por la familia.

CINE ITALIANO: Martin Eden

Por: Mónica Heinrich V.

Qué experiencia más singular es Martin Eden. El segundo largometraje de Pietro Marcello cala hondo y puede dividir las aguas como Moisés al mar Rojo.

Hablemos primero sobre que esta película italiana adapta la novela autobiográfica y homónima de Jack London, hablemos también de la literatura de London, hablemos de su gran cuento Encender un fuego, hablemos de su otro enorme cuento, Un buen bistec, hablemos de cómo esos relatos viscerales contrastan con sus relatos más aventureros como Colmillo Blanco o Jerry, de las islas, hablemos de Spencer, de la burguesía, del individualismo, del socialismo, de los bastardos, de los perros y de los pobres. Hablemos de Martin Eden.

Martin (Luca Marinelli) es un marinero sin educación que por casualidades de la vida defiende de una golpiza a un joven desconocido en el puerto. El joven resulta ser miembro de una acaudalada familia, y en muestra de agradecimiento por su intervención, la familia abre sus puertas y brazos a Martin. Una bella y blonda Elena (Jessica Cressy) entra en escena. Elena es hermana del salvado. Martin se deslumbra por todo, por la mansión a la que lo invitan, por la elegancia de lo que ve y, sobre todo, por Elena, a la que empieza a amar. Es así que decide estudiar y ser escritor, para acceder a esa vida que le ha sido negada en origen.

Esa sería la sinopsis inicial tanto en la novela como en la película, solo que, en el libro, en lugar de estar en Italia estamos en USA y la joven acaudalada se llama Ruth. En el libro, queda claro desde el principio que, aunque la joven es receptiva a los avances amorosos de Martin, la brecha social es insalvable.

Para London y para Marcello, el discurso ideológico de Martin Eden no es otro que el de la necesidad de vencer al individualismo, de ver al colectivo social como algo por lo cual luchar, algo que hay que defender. London dijo con pesar que su obra no fue bien interpretada por los críticos de su época, y Marcello presenta a su antihéroe como un traidor a su origen. El hartazgo posterior de Eden no es sino el paralelismo de otra gran frase que lanza en la película: el saciado no cree en el ayuno.

No cabe duda que es un libro complejo de llevar a la pantalla. En su versión literaria, todo este proceso autodidacta de formación de Eden es muy meticuloso, los tópicos son más específicos, sus fracasos más notorios, en la película si bien se construye el periplo de Martin como un camino muy cuesta arriba, se tienen que condensar tiempos para que el espectador no se aburra de ver una y otra vez las puertas cerrarse en la nariz de nuestro personaje principal.

La adaptación cinematográfica, el traspaso de novela a guion, llevado a cabo por Maurizio Braucci y el mismo Petro Marcello, ha sido desafiante, porque tiene que respetar la esencia de London, pero al mismo tiempo imbuir a su historia vintage algo de actualidad.

Una decisión de Marcello, que puede no ser muy bien entendida, es cómo toma los pasajes más oníricos de los pensamientos de Eden para trasladarlos al lenguaje cinematográfico en cápsulas estilo documental. Algunas son imágenes de archivo de eventos llamativos como la revolución del 1 de mayo de 1886, otras son cápsulas ficcionadas de lo que Eden escribe. Este contexto-fuera-de-contexto puede verse como una paja pretenciosa de cineasta pretencioso, y lo es, pero dentro de su pretensión por momentos alcanza lugares interesantes.

De igual manera, Marcello acompaña la inocencia de Martin con canciones pops cursis italianas, y con textos cursis de los que luego el mismo personaje se burlará al final, es otra cualidad/defecto de Marcello. Tendremos la tentación de abandonar la película que al inicio se percibe un poco fuera de tono ¡hay que aguantar! Marcello irá poniendo en pantalla el desarrollo de su personaje, y si al principio lo rodea de cierta cosa cursi, al final lo acompañará con un piano lúgubre que hace eco de su asco por la vida.

Sí, la novela de London fue escrita por partes entre 1908 y 1909. Sí, London escribió un par de veces acerca del suicidio, y su muerte sigue siendo un misterio en cuanto a si tomó o no su propia vida. Sí, el texto de London, por tanto, es lleno de frases rimbombantes, de reflexiones auto conscientes, de ideas condescendientes con las nociones más básicas sobre socialismo, burguesía, o individualismo. Estas diatribas sobre la sociedad y las desigualdades pueden sonar a sermón social, porque son más que un comentario social, y ya dependerá del espectador si acepta la propuesta.

La formación teatral de Luca Marinelli como Martin le pasa factura en algunas escenas en las que parece actuando más para una platea que para una cámara de cine. Hay mucho grito y cosa pasada de rosca, la elipsis temporal de su vida de marinero ignorado por los editores a fenómeno de la literatura de su época apenas se construye. Si estuviste atento, y más aún si conocés la literatura de London, sabrás el final con mucha anticipación. Ese final anticipado no deja de ser triste, y Marcello lo soluciona con una hermosa toma. Quizás la toma estéticamente más linda de toda la película.

Mientras tanto, cuando su última película concluye, te queda bailando en tus oídos una frase que solo está en la película: “Los pobres tienen derecho a tener un perro. En su lugar podrían tener ratas: sirven igual y están exentas de impuestos. Viven apretados en cuartos con sus costosos bastardos. ¿Por qué no juegan con las moscas? ¿No son animales de compañía? Y hay que pagar el ayuntamiento. Hay que ponerle fin a esto o acabarán comprándose ballenas. Hay que tomar una decisión: Matar a los perros. ¿No es una buena idea? Y el próximo emprendimiento: matar a los pobres”.

Martin Eden puede gustar o no gustar, su imposición ideológica es muy marcada, pero en este caso en particular es tan a propósito que más parece un sello personal, y no cabe duda que Pietro Marcello tiene un estilo y una forma de hacer cine que hay que seguir para ver hacia dónde más nos llevará en sus próximos trabajos.

Empieza la guerra, dice casi al final otro de los personajes. Martin Eden está sentado en la playa con la mirada pérdida, y nunca sabemos qué guerra ha empezado, solo sabemos que empezó.

Lo mejor: una experiencia singular con momentos intensos Lo peor: las partes «disonantes» o que pueden hacer que el espectador abandone la película  Lo más falsete: la elipsis es un poco torpe y hay, a ratos, demasiado histrionismo El mensaje   manifiesto: todo es efímero El mensaje latente: hay gente que pierde la costumbre de vivir La escena: la del discurso de matemos a los perros, matemos a los pobres El personaje entrañable: el sangriento ocaso sobre el mar El personaje emputante: el hastío  El agradecimiento: porque toca. 

 

CINE ITALIANO: Notti Magiche (Noches mágicas)

Por: Mónica Heinrich V.

Una de las frases que se te quedan cuando salís de ver Notti Magiche es

Quieren ser guionistas, pero no saben ser espectadores

la dice un didáctico jefe de policía a tres jóvenes que participaron en un concurso de guiones y que son sospechosos del asesinato de un gran productor de cine.

El director italiano Paolo Virzi hace una comedia italiana que rinde homenaje a las comedias italianas de antes, esas que tenían un montón de personajes, de diálogos, de situaciones absurdas y de encanto.

Todo sucede el 3 de julio de 1990, en la famosa semi-final del Mundial de fútbol 90 en la que Italia fue eliminada por la Argentina de Maradona en la tanda de penales. Un maseratti cae al Tíber mientras un grupo de espectadores sufre la derrota de la escuadra italiana, dentro se encuentra el cadáver del productor de cine Saponaro (Giancarlo Giannini). La película se sirve del flashback para descubrir cómo murió el productor y quién es el responsable de su muerte. O sea, alguien pensó: “A este homenaje cinéfilo le meteremos un misterio”. Bien jugado, alguien pensante. Los posibles asesinos: El hippie galán Luciano (Giovanni Toscano), el nerd Antonino (Mauro Lamantia) y la fóbica Eugenia (Irene Vetere) son los protagonistas de esta alocada y recargada historia.

Virzi, al lado de sus colaboradores habituales Franchesca Archibugi y Francesco Piccolo, crea un guion en el que pasan muchas cosas (puede que demasiadas), mientras Italia no llega a la final del mundial de fútbol y el cine italiano deja de ser lo que era.

R.I.P. cine italiano.

Hay buenas y malas noticias con este ambicioso trabajo. Las buenas noticias son que a pesar de que en un principio cuesta engancharse a la narrativa acelerada y a los personajes principales que actúan en una tónica muy diferente a la que vemos en el cine contemporáneo, hay una frescura y un amor al cine que no se puede pasar por alto y cuando te rendís ante lo que Virzi propone la pasás bomba.

Las malas noticias son que el amor nunca es suficiente, nunca, animoso lector, su duración es excesiva, vueltea mucho para llegar a un final intuido y para quienes no consigan empatizar con el pintoresco desfiles de cineastas de la época y los constantes guiños, referencias, comentarios sociales que Virzi inserta a lo largo de la película, generará irritación o aburrimiento.

A mí me gustó la descripción satírica que hace de la industria del cine italiano, muestra a una generación de nombres ilustres venidos a menos, desplazados por una nueva camada de realizadores. Vittorio Storaro, Federico Fellini, Bernardo Bertolucci, son solo algunos de los ilustres que son nombrados o vistos en la pantalla. Los viejos se quejan que los jóvenes no entienden el cine y los jóvenes se quejan de que los viejos terminaron vendiéndose al sistema, a la industria. La película parece tener la teoría de que las grandes películas italianas dieron paso a una forma más comercial de ver el cine mientras Italia, en un contexto social y político, se preparaba para la era Berlusconi. Porque sí, reconozcámoslo, la historia del cine, no solo italiano, tiene mucho falso glamour, falso oropel y banalidad a tope.

Virzi lo sabe y no tiene piedad y  además siente mucha nostalgia, lo que está bien. De hecho, la idea de la película surgió en el funeral del mítico director Ettore Scola (Feos, sucios y malos, ¡Qué viva Italia!), mientras Virzi veía bajar ese cajoncito se dio cuenta que ahí se iban los últimos vestigios del gran cine italiano. Te entendemos Virzi, te entendemos.

R.I.P. Scola.

Sí, sí, pero a pesar de entender al amigo italiano tenemos que hablar del tono didático o ejercicio lúdico con el que se le ocurrió darnos tips sobre el cine a través de sus personajes. No mintamos, esa maña es muy matapasiones, de hecho soy enemiga de los mensajitos a la conciencia y de ese afán de algunos guionistas de dar lecciones de vida a través de diálogos o secuencias, pero en el caso de Virzi algo funciona, tendría que analizar a fondo y gastar más caracteres tratando de descifrar porqué recibí con simpatía cada una de esas frases que podrían ir pegadas en notas adhesivas en mi heladera. “Tú y los tuyos ¡Pretensión Cinéfila! Están convencidos de que una cámara lo soluciona todo. Eso es una negligencia creativa, por lo tanto política y narrativa.”“Amigos, compañeros, cineastas, escritores y poetas. ¡Todos son una banda de imbéciles!”, ajá, ajá, tal vez no necesite analizar nada.

En todo caso, el nostálgico Virzi hizo una película grande, grande en ambiciones, y grande en producción, la recreación de la época, la cantidad de extras involucrados, las locaciones, la secuencia de la fiesta, requieren de meticulosidad y Virzi la tuvo, y además la acompañó de mucha belleza visual.

Minutos más, minutos menos, enganche o no, Notti Magiche nos dice, una vez más, que en la juventud somos unos pobres ilusos y que no importa cuánto brillen las trajes de lentejuelas, detrás del brillo hay hilos mal costurados. Y sobre todo, sobre todísimo, nos da entender superlativamente que las noches mágicas siempre terminan.

Lo mejor: tiene una cosita cómica absurda que funciona, el diseño de producción es admirable y las frases armadas sobre cine a pesar de ser frases armadas me gustaron Lo peor: a ratos densa, a ratos demasiado didáctica, a un espectador menos interesado en el tema puede dejarlo irritado o aburrido La escena: cuando se meten al rodaje nocturno…y la escena final de la chica cuando hablan sobre la luz  Lo más falsete: hay muchas cosas que se sienten falsete, porque todo está en tono exagerado, hasta las actuaciones  El mensaje manifiesto: hay noches mágicas El mensaje latente: las noches mágicas terminan tarde o temprano El consejo: si te gusta el cine italiano, metele El personaje entrañable: el cine El personaje emputante: las bajezas del cine El agradecimiento: sí, por el cine

CINE ITALIANO: Dogman (2018)

Por: Mónica Heinrich V.

Ah, cómo me gustan esas películas que parten de algo sencillo y te tienen con el Yisus en la boca, fatigado e hiperventilando. Dogman funciona en varios niveles. Es una película sobre un personaje en apariencia insignificante que termina llevando su insignificancia a otro nivel,  es un oscuro relato sobre la soledad y la supervivencia, y es, también, una oportunidad para ver en pantalla a varios perros.

Marcello (Marcello Fonte) trabaja como estilista de perros en una modesta peluquería canina llamada (claro que sí) Dogman. Está separado, tiene una hija, Alida, a la que ve de vez en cuando, por lo tanto su rutina transcurre entre su negocio y ocasionales servicios de dealer.

¿Peluquero de perros y dealer? Nada raro, querid@s. Nuestro personaje vive en un barrio a ojos vista marginal, donde los charcos de lodo se mezclan con el cemento, los arbustos y el mar. Todo el clima que la película construye nos habla de miseria, de necesidades, de sueños rotos, pero no es exhibido como autocompasión o pornomiseria, la realidad de ese entorno está asumida y normalizada, jamás cuestionada.

Hola, papi

La película dirigida por Mateo Garrone tiene sus momentos más luminosos al inicio, cuando nos presenta al personaje principal luchando por bañar a un enorme pitbull blanco. Esa será la imagen pilar de todo el argumento, porque sirve perfectamente de metáfora a la relación que desarrolla con Simone (Edoardo Pesce), un fornido ex boxeador drogadicto al que todo el barrio le tiene miedo y a quien no pueden poner en su sitio por sus conexiones o parentescos familiares. Y cuando digo drogadicto digo: tipo literalmente embrutecido por la droga. Volátil, loco, lento de pensamiento, violento, un yonqui que debería estar preso y no lo está. La bendición de una doña que lo socapa aunque finja que no.

Y ojo que Marcello tampoco es un personaje al que racionalmente uno pueda “querer”, cuando mucho decís “es un pobre hombre”, porque tiene también un lado ruin quizás producto de la vida que le ha tocado vivir que contrasta con su amor por los animales y la relación con su hija. Esos matices son los que hacen fuerte al protagonista. Su faceta dealer, pusilánime, sobasaco, con su faceta de «salvemos al perro del freezer».

Garrone, conocido por su película Gomorra, no abandona el mundillo de las mafias italianas, esta vez matiza su película con unas mafias de menor escala pero igual de dañinas.

El guion escrito por Ugo Chiti, Massimo Gaudioso y el mismo Matteo Garrone construye de a poco el violento conflicto entre Marcello (que vendría a ser un caniche toy) y Simone (un pitbull desenfrenado).

Una linda fotografía del danés Nicolai Brüel acompaña la decadencia de la historia. Nicolai no se pajea mucho, hace  buenas composiciones y consigue que la atmósfera traspase la pantalla.

El final, sin embargo, llega algo apurado. El plan de Marcello, la venganza, se siente insostenible a nivel dramático, sí es necesario y el personaje ha aguantado mucha humillación hasta ese momento, pero cuando sucede lo que sucede, sentí que me lo contaron muy rápido y sin darle la densidad a ese momento tan clave de la película.

Igual yo ya estaba que no aguantaba más y mi mayor preocupación eran los perros, que no les pase nada a los perros.¡CUIDADO CON LOS PERROS!¡Garrone, no te atrevás a matarme un perro! Mientras tanto, Marcello se nos iba al fondo. Al fondo de la vida. Al fondo de todo.

Y después, su escena final me reconcilió con lo que había pasado, con la densidad que me faltó en el enfrentamiento, con eso  que corrió y no llegó. Su escena final fue desoladora y, sin duda, me hizo sentir un poco sola en el mundo.

Lo mejor: los perros…Lo peor: el enfrentamiento con Simone al final, un poco apurado y forzado La escena: la del freezer, me quería morir Lo más falsete: cómo se dio lo de Simone al final  El mensaje manifiesto: perro que no ladra sí muerde  El mensaje latente: El perro promedio es mejor persona que la persona promedio El consejo: La felicidad es un cálido cachorrito El personaje entrañable: sí, los perros El personaje emputante: El que deja al perro en el freezer, me quería morir El agradecimiento: sí, por los perros.

CURIOSIDADES

  • Le ofrecieron el papel de Marcello a Roberto Benigni y lo rechazó.
  • Italia la postuló como candidata al Oscar .
  • Garrone y Marcello tomaban whisky antes de algunas escenas para ayudarlo a entrar en personaje.
  • La película está inspirada en el conocido «delitto del Canaro», el homicidio del criminal y boxeador amateur Giancarlo Ricci, acontecido en 1988 en Roma, a manos de Pietro De Negri, conocido como «Er Canaro». Sin embargo, con el transcurso del filme, la trama se aleja de los hechos reales.
  • Marcello Fonte ganó el premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes.
  • En un principio el proyecto estaba previsto para el año 2006, pero el director Matteo Garrone estaba insatisfecho con el reparto y la locación.
  • La filmación se llevó a cabo en el Villaggio Coppola, una fracción de Castel Volturno.
  • Marcello Fonte nació y se crió en un barrio marginal italiano.
  • Garrone, el director, es hijo del crítico teatral romano Nico Garrone y de la fotógrafa Donatella Rimoldi (hija del actor de los años cuarenta Adriano Rimoldi) se dedica al cine desde joven: después el diploma del instituto artístico en 1986 trabaja como operador técnico y luego se dedica a jornada completa a la pintura.
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