LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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Eva Sofía Sánchez

LITERATURA: ¡Taxi!

¡Taxi!…, abordaje al abandono

Por: Juan Luis Nutte


El mal del que nadie se libra es el desencanto y cuando se contrae, este inocula a quien lo padece, la discapacidad para recobrar un status social o emocional; no vale la pena arriesgarse a salir de la zona de confort, mejor mantener a buen resguardo la exigua dignidad que resta para no sumirse en una mediocridad aún más atroz que en la que se vive. Pareciera que un ignoto hado sofoca las esperanzas y por lo tanto es mejor no agitar la existencia y dejarse llevar por la inercia del oleaje y las mareas cotidianas de una vida sin sobresaltos, mejor así, nadar de a muertito y no ahogarse. Lo anterior es justamente cómo vive -mejor dicho sobrevive- Manuel, protagonista de la novela corta ¡Taxi! del boliviano José Andrés Sánchez Exeni (1981, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia).

¡Taxi! es un tour de forcé de prosa simple y categórica, que muestra sin quejumbres, totalmente aséptica de sentimentalismos, la voz de Manuel, que narra sus derrotas de tal forma que parece solazarse en ellas; este personaje, imposibilitado para la esperanza, es un hombre al borde del precipicio, un funámbulo, y su mundo (las calles de Bolivia y sus habitantes) lo tiene sin cuidado. Manuel, taxista de esta novela, nos conduce por su vida y sus derrotas, y lo hace porque sí, porque debe hacerlo, no como un acto catártico de su parte, su contar es un hecho tan simple y rotundo como el de vaciar un balde repleto de detritos solo porque ya no le cabe más y entonces se libera para volver a llenarse, y nosotros los lectores, debemos aceptar porque hemos abordado su taxi, pero se puede parar el viaje o continuar. Pero lo seguro es que continuaremos, aunque luego del viaje quedemos contaminados de desesperanza.

Sánchez Exeni, por medio de una prosa directa y precisa, que de principio a fin va acelerando la tensión narrativa, mantiene en vilo al lector hasta el final, así logra otorgar vida a sus personajes y los párrafos que conforman a estos seres los hace respirar, sudar, rememorar con palabras que son seres vivos. La novela corta (o relato largo) tiene el hálito de lo confesional y esto nos hace convivir con Manuel, en su taxi, y entonces, encarrilados en un viaje de incertidumbre, donde relumbra la derrota y la resignación, los lectores nos transformamos en testigos, en sus pasajeros, así nos enteramos que Manuel alguna vez tuvo aspiraciones literarias; que tuvo una familia acomodada y caída en desgracia debido a las corruptelas de su padrastro; que tuvo un matrimonio que se malogró debido a su conformismo y que dio como resultado una hija a la que no ama, pero frecuenta: “Nada… De hecho, tras varios minutos con ella en brazos, me di cuenta de que ni siquiera había bajado la mirada para observarla. Bien podría haber sido una roca, un peluche o un animal lo que yo cargaba. Me daba igual. De allí en adelante, me vi obligado a fingir felicidad… En la casa y durante los fines de semanas, en los encuentros con amigos y en la vida diaria. En la intimidad…”

Manuel se asume como alguien sin aspiraciones y lo paradójico es que no es mediocre, el mediocre carece de la capacidad crítica y autocrítica y de la observación de su entorno. Sí, Manuel es un perdedor que vive al margen para poder observar y esto es una ventaja para él, sus reflexiones no lo hacen enjuiciar, pero sí señala la podredumbre que no logra abrazarlo del todo, pone la sal en la llaga de los demás.

Pero no todo está jodido para él, en algún momento conoce a unos pasajeros que le hacen atisbar una hebra de esperanza que lo puede reconciliar con su mundo y sus afectos, la descubre luego de un tortuoso viaje nocturno en compañía de un par de travestis que se prostituyen, y un viejo que en medio de la noche se pasea con sus “exquisiteces” de gentleman en busca de servicios sexuales. Sabe que ellos están aún más sumidos en la derrota, en el desprecio social y él, Manuel, podría lograr mantenerse a flote por medio del amor que vislumbra al amparo de la noche y del miedo y la violencia que paradójicamente se anulan por la belleza que reconoce en uno de los travestis: “¿Quién es esta chica? -me pregunté- ¿de dónde salió? Sólo eso y nada más quise saber… Regine, Regine… Una destellante aparición, un muchacho extraviado dentro del cuerpo equivocado, obligado a convertir su sueño en miseria, a transformar el deseo en flagelo, a acumular heridas y decepciones para luego intercambiarlas por dinero. Un chico, como lo fui yo, al borde de la indigencia y la pobreza, con la urgente necesidad de encontrar un salvador, alguien que le dé algo de amor… No mucho, no demasiado… Sólo la suficiente dosis de amor…”

Quien aborde las páginas de este taxi literario se ha jodido, ya no podrá descender, será conducido entre renglones por la destreza narrativa de José Andrés Sánchez Exeni, dueño de una prosa precisa, ejecutada sin piedad, que denota a un escritor que cuenta y muestra sin titubeos la vida de personajes que transpiran, sufren y anhelan durante los párrafos que conforman esta novela breve. Y es posible que al concluir el viaje en ¡Taxi! y descender del libro, el lector se quede en la desolación de una calle sin salida.

Sobre al autor del libro

José Andrés Sánchez Exeni es periodista y escritor. Nació en 1981, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Ha escrito reportajes y artículos para diversos medios impresos y digitales del país. En 2017 fue seleccionado y participó en la Residencia para Artistas de Kiosko Galería. En 2018 presentó su primer libro de cuentos, titulado Matar lo amado, bajo el sello de la editorial La Hoguera. Sus relatos de ficción también han sido publicados en revistas especializadas en literatura. En mayo de 2019 participó como invitado del III Encuentro Internacional de Narrativa de la Feria del Libro de Santa Cruz de la Sierra. En agosto de ese mismo año fue galardonado con el premio Letras de Nuevo Tiempo, de la Fundación Cultural del Banco Central, gracias a la obra Aquí y ahora – Conversando con artistas cruceños. Este libro se presentó el 20 de diciembre de 2019.
José Andrés Sánchez Exeni, ¡Taxi!, E1 Ediciones, México, 2020, Colección Formato del Sur.

https://www.e1ediciones.com

Sobre el autor de la reseña

Juan Luis Nutte nació en el Distrito Federal. Comenzó a colaborar de 1994 a 1999 en el suplemento cultural El Búho del periódico Excélsior. Es egresado de la Escuela de Escritores de la Sogem. Fundador y editor de la revista literaria Cuiria. Publicó los libros de cuentos Anécdotas sedientas (UAM-Xochimilco-1999), Imágenes ligeras (Praxis-2006), Bestiario amoroso ( Ediciones de Autor, Editorial-2015) y Cuerpos pánicos (Ediciones de Autor, Editorial- 2018), además de las novelas Mi ventana es una tumba (FOEM-2014 ) y Edén (E1 Ediciones- 2020). Algunos de sus cuentos están incluidos en las antologías Animalia. Bestiario fantástico (Ediciones del Ermitaño), Sex-teto y otras piezas para cuatro manos (Ediciones del Ermitaño), Cofradía de coyotes (La Coyotera Editores), Bestiario para Mateo (UAM-Xochimilco, 2012) y Sangrar para narrar (Cisnegro, 2016), Recordanzas sobre René Avilés Fabila (La casa del Mago, 2017), Microfilmes en prosa (Quarks Ediciones Digitales, 2020, Lima, Perú). Beneficiario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico del Fondo Especial para la Cultura y las Artes del Estado de México (FOCAEM-2007, 2009 y 2012). Ha sido profesor de la Escuela de escritores “Ricardo Garibay” en Cuernavaca, Morelos.

 

MÚSICA: El Secreto

Por: Eva Sofía Sánchez

En septiembre de 2006 Pearl Jam realizó una serie de conciertos en Milán, Verona, Turín y Pistoia. La mini-gira por Italia duró apenas un mes y sirvió para promocionar su octavo –y homónimo- álbum de estudio. Esa aventura musical dio como resultado el DVD ‘Immagine in cornice’, que en español significa: ‘imagen enmarcada’.

Es el registro de las presentaciones en vivo, de los momentos de intimidad en hoteles, buses y salas de ensayo; un documento que muestra a una banda tranquila, madura, saludable, contemplativa. La penúltima canción del DVD titula ‘Come back’ y es uno de los momentos más emotivos del audiovisual. Los cinco integrantes de la banda están sobre un escenario oscuro y austero. Frente a ellos, el público observa. Alrededor se ven los edificios medievales de la Piazza del Duomo de Pistoia: el campanario románico, la catedral y el baptisterio góticos, otro pequeños palacios de cemento y roca. La balada de Pearl Jam, las construcciones antiguas, las luces tenues y la noche oscura se complementan y forman –precisamente- una imagen cálida y entrañable dentro de un marco. Eddie Vedder alza los brazos, cierra los ojos, canta: “por favor, di que si no te hubieras ido ahora, no te hubiera perdido de otra manera… desde donde sea que estés… regresa”. El público corea la letra, una pareja baila, se miran a los ojos, se sonríen, se aman.

Come back’ podría ser una hermosa declaración de amor y pasión, una confesión de arrepentimiento, la súplica de un hombre desesperado que no desea perder a la mujer. Pero no. ‘Come back’ es una canción que habla acerca de un amigo, y de su muerte, y de la peculiar amistad que Eddie Vedder forjó con él.

Es un tipo contradictorio, Eddie Vedder. Soñaba con ser estrella de rock, pero cuando lo logró renegó de su éxito y fama. Se negó a filmar videos musicales para promocionar los subsiguientes discos de Pearl Jam. Su banda inició una acción legal contra la empresa que monopolizaba la venta de entradas en Estados Unidos. Vedder despidió al baterista Dave Abruzesse porque se había afiliado a la Asociación Nacional del Rifle. Fueron promotores de la campaña ‘Rock the vote’, para incentivar la participación ciudadana en contiendas electorales. Escribió canciones contra Bush y la guerra en Irak y también en favor del aborto y las minorías raciales. Para combatir la piratería, Pearl Jam grababa todos sus conciertos y los ponía en venta on-line, casi gratis. Vedder creó la ‘Self Pollution Radio’, una estación de emisión libre a la que cualquier otra radio podía unirse cuando quisiera. Es un hombre que ama el mar, el estilo de vida del surf y la vida sencilla pero a la vez es un individuo que no tolera a quienes piensan diferente a él. Sus compañeros fueron las primeras víctimas. Poco a poco las canciones de Gossard, McReady y Ament desaparecieron del repertorio de Pearl Jam y los discos se convirtieron en creaciones cuasi solistas de Vedder. Mientras la banda se transportaba en buses o aviones, el cantante prefería viajar en su minivan, en soledad. Era él quien decidía el orden de las canciones, tanto en los álbumes como en los conciertos. Era él quien dirigía las riendas de Pearl Jam. El tiempo –por supuesto- los hizo madurar. Prueba de ello es que son los únicos músicos ‘grunge’ que se mantienen vigentes y en movimiento. 

No es posible precisar el momento exacto y bajo qué circunstancias Vedder y Jhonny Ramone se hicieron amigos. Lo cierto es que el cantante de Pearl Jam era parte del círculo íntimo de Jhonny cuando el ex-guitarrista y cofundador de Ramones falleció en 2004 debido a un cáncer de próstata. Nació en 1948, le bautizaron John William Cumming.  Neoyorquino y criado en el barrio Queens, fue hijo único y descendiente de irlandeses; y además fue uno de los creadores de la banda más emblemática –aunque no todos estarán de acuerdo con esta afirmación- del punk norteamericano de finales de los ’70. Lo extraño era que Ramone era un conservador afiliado al partido Republicano. Cuando la banda fue incluida en el Salón de la Fama del Rock –N-Roll (Vedder ofreció el discurso introductorio), Jhonny gritó: “¡Dios bendiga al presidente Bush y a Estados Unidos!”. Era miembro de la Asociación Nacional del Rifle. En una entrevista dijo que Ronald Reagan había sido el mejor presidente de EEUU y que el espíritu del punk era de derecha.

¿Cómo era posible que dos hombres tan diferentes pudiesen mantener una amistad sincera y respetuosa? Vedder lo explicó en PJ20, el documental que Pearl Jam lanzó para celebrar sus 20 años de carrera. “Jhonny y yo nos visitábamos para hablar de música y escuchar canciones. Tratábamos de identificar el secreto de las canciones, queríamos descubrir cómo funcionaban, su maquinaria interna; deseábamos crear la canción perfecta”.

Tras la muerte de Ramone, Vedder compuso ‘Life Wasted’ y ‘Come back’. Años más tarde, cuando visitó el museo de Ramones en Berlín, el cantante de Pearl Jam dejó una nota que decía: “Johnny, cómo te echo de menos todos los días… y siempre … Ojalá estuvieras aquí … Por otra parte, lo estas.»

Sí, es un tipo contradictorio Eddie Vedder. Por ejemplo no asistió al funeral de su amigo Chris Cornell, una actitud que no pasó desapercibida en la comunidad de músicos de Seattle. Es un hombre tan paradójico que relató el suceso más íntimo de su vida, mientras que al mismo tiempo exigía privacidad. La canción ‘Alive’, del primer disco de Pearl Jam expone una situación que traumó a Vedder. A sus trece años se enteró de que su padre no era su padre en realidad. De que había sido abandonado y que el hombre al que llamaba ‘papá’ era en realidad su tío. ‘Alive’ ya no es un grito desesperado. Se ha transformado, con los años, en un himno que celebra la vida. Tal vez, sea esa colisión de ideas la que lo mantiene activo. Nirvana, Soundgarden, Alice In Chains y muchas otras bandas grunge se disolvieron. En contrapartida, Pearl Jam anunció el lanzamiento de un nuevo disco, el undécimo en casi treinta años de carrera. Subieron a Youtube el primer sencillo, titulado ‘Dance of the clarivoyants’ (Danza de los clarividentes).

Me coloqué los audífonos y apreté play, sin esperar demasiado (o mejor dicho, esperando más de lo mismo). Pero no. Lo que escuché fue otro Pearl Jam. Uno que me hizo pensar en el New Wave inglés, en Talking Heads, en New Order, David Bowie, Depeche Mode. Uno que me hizo imaginar las charlas entre Ramone y Vedder, mientras bebían vino y escuchaban música y que me hizo recordar ‘Come back’, esa hermosa canción. Uno que me hizo preguntar: ¿habrá encontrado el secreto Eddie Vedder? 

 

La maldición de Rafsky contra Bush

Por: Eva Sofía Sánchez

A mediados de los 80, cuando la epidemia del VIH/Sida acababa con miles de vidas en California y Nueva York, el activista Bob Rafsky (miembro de Act-Up, un importante grupo de lucha por los derechos de los afectados con el virus), lanzó la siguiente maldición pública hacia George Bush –el entonces presidente de Estados Unidos-. Lo hizo durante el funeral de su colega de lucha, Mark Fisher.

Rafsky tomó el micrófono y habló. Esto fue lo que dijo:

“Que todos aquí lo sepan: este no es un funeral político en nombre de Mark Fisher, quien no nos hubiese permitido quemar o enterrar su coraje o su amor por nosotros, así como tampoco hubiese permitido a la tierra llevarse su cuerpo hasta que no alzase vuelo.

Él solicitó esta ceremonia; no para que lo enterremos, sino para que celebremos la inmortalidad de su ira.

Este no es un funeral político en nombre de Mark; este es un funeral político para el hombre que lo mató y que mató a tantos otros y que lentamente me mata a mí; el hombre cuyo nombre tuerce mi lengua y enreda mi aliento.

George Bush: nosotros creemos que mañana serás derrotado porque creemos que aún queda algo de justicia en el universo y algo de compasión en el pueblo norteamericano.

Pero aun así, seas o no derrotado, aquí y ahora, de pie y al lado del cuerpo de Mark, lanzamos sobre ti esta maldición: ¡que el espíritu de Mark te persiga hasta el fin de tus días, para que en el momento de tu derrota, tú recuerdes nuestras derrotas y para que en el momento de tu muerte, tú recuerdes nuestras muertes!

En cuanto a Mark… cuando los vivos ya no podemos hablar, los muertos hablarán por ellos.  La voz de Mark está aquí con nosotros, y también la voz de Pericles, quien dos milenios atrás lloró por los soldados atenienses que no debían morir y de cuyas muertes él fue cómplice.

Pericles tuvo la nobleza de decir: que la tierra entera sea su monumento.

¡Que toda la tierra nos escuche ahora!

¡Rogamos!

¡Rezamos!

¡Demandamos el fin de esta epidemia!

No solo para que nosotros podamos vivir; también para que el alma de Mark pueda, por fin, descansar en paz.

Con ira y con dolor… esta lucha no terminará hasta que todos nosotros estemos a salvo.

Levántate, defiéndete, lucha contra el SIDA”.

Décadas más tarde, un 30 de noviembre, moriría George Bush. El Día Mundial de la Lucha contra el Sida se celebra el 1 de diciembre.

Descansa en paz, Mark Fisher

 

MÚSICA: Tool

El arte de la disciplina

Por: Eva Sofía Sánchez

Jamás presté atención a la música de Tool. Recuerdo un video, en 1993; la canción se llamaba Sober y en el audiovisual aparecían figuras raras y oscuras, títeres sucios y enigmáticos. El tema me agradó, pero no volví a escucharlos hasta principios de agosto de este año, cuando anunciaron el lanzamiento de un nuevo disco -el quinto- tras trece años de silencio. ¿Trece años? -me pregunté- ¿tanto tiempo? Ese dato llamó mi atención.

El siete de agosto compartieron en Youtube la primera canción del álbum, titulada Fear Inoculum. Sería inútil describirla, solo diré que hace poco más de un mes la escuché por primera vez y no he parado desde entonces. Es una obra magnífica, aunque algunos fans y críticos no estén de acuerdo, pero ¿qué saben ellos? A partir de esa aproximación inicial descubrí mucho más acerca de Tool… Por ejemplo, que en treinta años de carrera apenas han grabado cinco discos y un EP; que sus fans los consideran genios; que sus álbumes están repletos de incógnitas, secretos, misterios. Lateralus (su tercer disco) está basado en la secuencia de Fibonacci. Es algo difícil de explicar, no lo entiendo muy bien, dicen que los cortes rítmicos, la cantidad de sílabas en las líricas, las partes que componen a las canciones y más, siguen la ‘Secuencia de Fibonacci’, un patrón matemático descubierto en el siglo XIII por el señor Leonardo de Pisa. Supuestamente es la secuencia de números que se encuentra presente en todo objeto armónico y bello sobre la tierra. ¿Suena bastante poético, para tratarse de matemáticas, no? Eso me agrada…

Otro aspecto llamativo de Tool son sus presentaciones en vivo, en ellas proyectan imágenes sugestivas e hipnotizantes, cuelgan pentagramas invertidos en la cima del escenario, el cantante se ubica siempre en penumbras y al lado del baterista, es todo demasiado raro, pero lo más destacable en Tool son los músicos. Danny Carey es un virtuoso de la batería, Justin Chancellor es un bajista excepcional y creativo a más no dar, Adam Jones es un guitarrista inventivo y sorprendente… y el cantante… Se llama Maynard James Keenan, tiene 55 años, no solo es el líder de Tool, también hace letras y voces para A perfect circley Puscifer, es propietario de un viñero en Arizona, practica las artes marciales, tiene un restaurante gourmet y su voz es única, a veces rabiosa, a veces melódica, es un camaleón.

Tool continuará como un enigma, porque así lo desean ellos, comprenden y entienden el valor del misterio, aun así me atrevo –porque me da la gana- a afirmar que he descubierto su secreto: La disciplina. Los miembros de Tool son cuatro hombres comprometidos con su arte, exigentes y rigurosos, no dan concesiones, no sucumben a exigencias, son dueños de su propio tiempo, tienen la palabra final. Eso los hace únicos, originales, especiales. No soy un fan, jamás podría serlo, pero merecen mi respeto. ¿Trece años? –pienso de nuevo- ¿tanto tiempo? Dicen que la práctica hace al maestro, en el caso de Tool, la palabra precisa sería ‘disciplina’.

MÚSICA: Un año en la vida

Por: Eva Sofía Sánchez

¿Cuánto puede cambiar una vida en el transcurso de 365 días, un año?

            En mayo de 2018 mi padre cayó y no se levantó más. Es un hombre de 76 años, con la enfermedad de Parkinson y otras dolencias, tal vez más graves, no lo sabemos… Ahora vive en la planta baja de su hogar, se moviliza en silla de ruedas, rellena crucigramas, escucha música en su tablet, navega por internet, mira televisión y Netflix echado en la cama y tiene compañía durante toda la jornada. Se ha transformado. Es un hombre dulce, un padre dispuesto a recibir un beso y un abrazo, a tomarte de la mano, a sonreírte al saludarte… Antes de caer, no era así… Esta noche, tras salir de mi oficina y llegar a casa, vi a mi padre, mientras trabajaba. Estaban en el patio. La gata de la casa los observaba. Un doctor sostenía a mi padre, aferrando su brazo izquierdo. El otro médico hacía lo mismo, pero en el otro lado. Así, lo mantenía de pie. “¡Vamos! ¡Usted puede! ¡Vamos!”, le motivaban. Mi padre se esforzaba, intentaba caminar, avanzar, dar un paso, sanar… Hace un año cayó, y ahora lucha por recobrar fuerzas y ponerse de pie otra vez.

            Pregunto nuevamente: ¿cuánto puede cambiar la vida en apenas 12 meses?

            A finales del año pasado youtube me recomendó un video. El título llamó mi atención: Billie Eilish entre 2017 y 2018, las mismas preguntas; otras respuestas. ¿Quién es esta muchacha?, fue lo primero que me pregunté. Mi segunda interrogante fue: ¿por qué youtube me la recomienda? Ok, lo veré -decidí después- y apreté play. Miré. Me enteré de que Eillish era una cantautora de 16 años, y que hasta 2017 su presentación más grande había ocurrido frente a 5 mil personas. Un año después, en 2018, cantó para más de 250 mil fans en una sola noche. Descubrí también que en 2017 sus cadenas y aros eran falsos, pero que las joyas toscas y robustas que usaba en 2018 eran reales, valiosas, caras… El dinero y la fama las compraron, pensé. Me enteré que en 2017 decía sentirse triste y un año después también, pero además… se sentía presionada, aprisionada, acorralada… Dijo que durante los doce meses pasados aprendió a desconfiar de la gente, y no compartir sus sentimientos en las redes sociales… Y que llegó a conocer a Haruki Murakami… En fin, mucho había ocurrido para Eilish en un solo año… Mi primera –y errada- impresión fue que ella era un títere, una construcción de la industria, una ficción para vender música. Mi segunda impresión fue sentir preocupación, porque esa enorme presión a la que Eilish se refirió, no me pareció adecuada, y mucho menos sana para una adolescente; y también sentí tristeza, porque tuve la sospecha de que estaba extraviada, y de que era una persona tan honesta y transparente… Una víctima perfecta, en otras palabras.

            Gran error el mío: los hombres solemos olvidar la fortaleza de las mujeres…

Billie Eilish

            No volví a saber de Eilish hasta este sábado por la tarde, cuando youtube nuevamente me la recomendó. Era un videoclip. El título de la canción: When the party’s over. Apreté play-otra vez- y miré y escuché… Voces a capella… Es un waltz, pensé… La pantalla me mostró un vaso repleto con líquido negro. ¿Es veneno? No lo sé, pensé, solo entendí que no era algo bueno… El recipiente se encontraba sobre un cubo blanco. Billie Eilish apareció en la toma, sentada frente al vaso. Ella también vestía de blanco. Los muros de la diminuta habitación también eran blancos. La música era un ir y venir de voces, susurros, lamentos, temores… Y un piano… Todo era blanco, excepto las cadenas, anillos y relojes de plata de Eilish, y los cabellos lacios y azules, y sus huidizos ojos verdes… Viste ropa de presidiaria, pensé. ‘¿Acaso no sabes que no soy buena para vos?’, cantó…  Esta canción es una ilusión, pensé… Parece una canción de cuna, pero es tristeza, derrota, hastío, cansancio. Es soledad disfrazada de ternura… Billie conoce el vacío y la liberación, pensé… “Podría mentir y decir que me gusta, que me gusta así…”. Ella bebió el agua ¿o era veneno negro? Mientras tragaba, ingería, solo escuché piano y voces que me recordaron a cantos gregorianos… Nada más… Billie dejó el vaso sobre el cubo y miró a la cámara. Nos miró. No nos sonrió. Nos desafió. Entonces lloró y sus lágrimas fueron negras y espesas; dolorosas y densas; y mientras resbalaban por sobre sus mejillas, ellas dibujaban desolación y desfiguración… Billie tuvo arcadas… “Podría mentir y decir que me gusta así, me gusta así, me gusta así”, cantó… Fade out… Decepción…

            Somos tan estúpidos que olvidamos la fortaleza de las mujeres… Y también la de los hombres. La fuerza de todos… ¿Cuánto puede cambiar la vida para un hombre de 76 años y para una adolescente de 16? ¿Es que alguna vez se detiene?

            Tuve que ver y escuchar otra vez; apreté play

MÚSICA: No olvidemos a Cobain

Por: Eva Sofía Sánchez

No olvidemos a Cobain. Escuchémoslo, apreciemos su música, leamos sus letras,reivindiquémoslo. ‘No olvidar’ no equivale a ‘recordar’. No. Eso sería sencillo. ‘No olvidar’ requiere esfuerzo, dolor, aceptación. Por lo tanto: no lo olvidemos.

No olvidemos la vida que vivió y la muerte que eligió. Es importante, no es un detalle menor. Cada quien tendrá su opinión al respecto. Aquí va la mía: Cobain se mató para que no olvidemos… A él y a lo que representó. Lo sé, lo entiendo. El motivo es egoísta e irresponsable; narcisista,delirante, manipulador, engañoso y perturbador. ¿Qué suicidio no lo es? Tal vez, KurtCobain fue así: un tipo ensimismado, un nene que nunca maduró, que siempre deseó ser el centro de atención. Un adolescente consentido, malcriado y con aires de grandeza. Un muchacho prejuicioso e intolerante con los poderosos; pero defensor de los débiles, los incomprendidos y los abusados. Una contradicción andante, una irracionalidad. Un hombre de pueblo norteamericano; de Aberdeen, una ciudad maderera, dentro del Estado deWashington, un sitio con altos índices de suicidios y asesinatos. Un lugar frío, habitado por familias frías; padres, hijos, abuelos, tíos que convivían dentro de casas frías, al lado del Wishkah, un río de aguas plomizas, contaminadas y heladas.

Sí, Kurt Cobain; el líder y compositor de una banda llamada Nirvana. Un simple norteamericano de cabellos lacios y rubios; con ojos azules y piel blanca. Hijo de padres separados. Un muchacho que, a sus once años, vivió en once hogares diferentes. Un individuo que se convirtió en un hombre falto de amor y que, en el proceso, aprendió a tocar la guitarra y se enamoró del punk rock.Un tipo que admiraba las estrellas, pero que no se sentía digno de ellas. Un hombre que escribía sus ideas, poemas y canciones; un artista que diseñaba las portadas y el arte de los álbumes; un publicista que elaboraba las estrategias de marketing y promoción de sus discos; un empresario ambicioso que revisaba, día a día, los charts de ventas; un mandamás que exigía –nunca de manera directa, siempre a través de sus representantes y abogados-que los canales de televisión y las radios promocionasen sus canciones. Un hombre que alguna vez vivió bajo un puente y que, ni bien pudo, se compró una mansión. Un tipo que,en sus cuadernos y diarios, escribió manifiestos contra el corporativismo y elconservadurismo; y que maldijo el éxito que él mismo construyó. Un disconforme, un saboteador. Alguien capaz de amar y maltratar. Dictador y víctima a la vez. Humano. Un poeta, un escritor, compositor, cantante y pintor. Un idealista, un capitalista de la apatía. Un tipo que sabía lo que quería y que conocía el mejor camino para alcanzarlo. Un iluminado.Un hombre cegado por los vicios y las adicciones. Un hedonista y pesimista. Un atorrante,un cínico, un misántropo. Un talento sin igual. Un padre que, frente a las cámaras de televisión, aparecía con su bebé en brazos; pero que en la sala de su casa se inyectaba heroína y perdía la cabeza durante semanas, horas, días…

No olvidemos a Cobain. Es importante. Es vigente, es contemporáneo. No olvidemos su contradicción. No olvidemos a Nirvana, no olvidemos al punk y al último coletazo del verdadero rock. Tampoco -menos aún, por nada del mundo-, olvidemos la manera en que murió. Hace veinticinco años se suicidó. Colocó el cañón de la Remington dentro de suboca y apretó el gatillo. Desde entonces, ¿algo cambió? Tal vez, pero no tanto. El mundo arde, igual que entonces. Algunos dirán que las redes sociales nos acercaron, nos comunicaron y nos hicieron más ‘humanos’. Otros responderemos que, en realidad, nos atontaron y apresuraron. Ahora, veinticinco años después, la vida es básicamente igual. Los actores seremos otros, pero el mundo es el mismo y aún está repleto de gente cansada, agotada y hastiada. Gente que corre, feliz como perdiz, hacia su propia destrucción; con los smartphones en las manos, con las selfies improvisadas, con las Instagram stories, los boomerang, los emojis y los trending topic. Con las fiestas de matrimonio en la playa…Punta Cana, Cancún o La Riviera Maya. Con los Cowork y los Food Trucks. Con los Bancos que quieren ser cafés y con las agencias de Marketing que se venden como un estilo de vida o una religión. Con los expertos que jamás en su vida trabajaron. Con los life-coach que cobran por enseñar a alimentarse, respirar, vivir. Con el dinero como el dogma de mayor valor. Con los influencers que no influyen en nada de importancia real. Con las vagonetas último modelo convertidas en símbolos fálicos (aunque esto no es nuevo, lo acepto). Con la idea de que todo en la vida debe ser una experiencia inolvidable, adorable,memorable, amable. Con la sonrisa en el rostro como una obligación. Con los activismos virtuales y las miserias reales. Con los viejos ricos que añoran los tiempos pasados, y con los ricos nuevos que destrozan todo a su paso. Con la ilusión de creerse un motor, un ejemplo de desarrollo, honestidad y grandiosidad, cuando en realidad lo único que hemos construido es una postal. Con Donald Trump, Bolsonaro, Macri, Evo, Maduro y López Obrador como estrellas y líderes del mundo. Con barcos chinos que construyen islas y ciudades ficticias. Con el temor de perder nuestro chaco, nuestro terruño. Con la desconfianza en el amigo y el vecino. Con la certeza de que la vida no resultó ser tal y como la habíamos pensado… Que, en realidad, es mucho más dura de lo que imaginamos.

Así corremos, como gallinas que huyen del sol, y con los ojos cerrados. ¿Kurt Cobain, viviría en un mundo así? No lo creo. Ya se habría matado. Creo que él se dio cuenta de eso y no losoportó. Al fin y al cabo, fue un ser frágil. Un individuo con el destino trazado.

En Servethe Servants, el primer tema del disco In Utero, cantó: La ansiedad de la juventud ha pagado bien; ahora estoy aburrido y viejo…

Veinticinco años después, por favor, no lo olvidemos. Recordémoslo, escuchémoslo, apreciémoslo. Puso fin a su vida para eso, para anclarse en ese momento, para dejar ese recuerdo, para no enfrentarse a la realidad de la vejez, para no crecer, para no vencer sus miedos, para ser por siempre el chico desaliñado de veintisiete años, ese muchacho que escribió esas canciones y que las cantó y que, con apenas tres discos, conquistó al mundo, lo tuvo a sus pies… Y luego, terco y consentido, lo pateó y lo rechazó… Se bajó del tren… Agarró la pelota y se fue; y allí nos dejó, en medio de la cancha, antes de finalizar el partido, sin balón y sin saber hacia dónde correr y patear.

MÚSICA: Rosalía

Lágrimas de veinteañera

Por: Eva Sofía Sánchez Exeni

Hay que escuchar a Rosalía. Para creer otra vez en el pop, para recordar que el arte se trata de originalidad y vanguardia, para reivindicar al álbum como objeto de valor. Hay que escucharla porque es producto de nuestros tiempos, porque es sonido de 2018, porque es honesto. Hay que escucharla porque ayer una chica de 20 años, tras limpiarse las lágrimas de su rostro, me dijo: El Mal Querer cambió mi vida.

No es que me encante. Para nada. No es mi estilo, no es rock. Pienso que su voz es sorprendente y que tiene una producción impecable. Pienso que encontró una fórmula y le sacó provecho. Pienso, también, que esa fórmula no es nueva; y que el mensaje lo es aún menos. Sí, lo sé…este hilo de ideas me conduce hacia el odioso ‘todo ya se ha hecho’; hacia el ‘bajo el sol no hay nada nuevo’. Pero es que sí lo hay… y no es poca cosa.

Hay que escuchar El Mal Querer, de Rosalía. Hay que darle play a MalaMente y descubrir el inicio de la historia. Hay que ver los videos. Verla bailar, cantar, actuar. Verla conquistar a los Estados Unidos de América. Hay que visitar su canal de Youtube y verla interactuar con sus seguidores; escucharla hablar durante más de una hora acerca del proceso de producción y creación del álbum; acerca del concepto detrás de él. Hay que maravillarse con sus cejas rojas. Hay que saber/entender que Rosalía es una mujer de 25 años, nacida en Barcelona, criada en la zona de los polígonos industriales (entre autopistas, estacionamientos, almacenes, camiones), que inició su carrera a los 15 años, que grabó su primer disco –Los Ángeles– en 2017, que su obra actual es el proyecto final para completar el Título Superior de Flamenco en la Escuela de Música de Cataluña, que ya ganó 2 Grammys, que hace poco lanzó su línea de ropa… Algunas personas, en verdad, tocaron a Midas.

Más allá de los premios y las lisonjas (siempre dudosas), hay que escuchar a Rosalía; porque ella representa el ahora. La fusión de estilos y géneros; el uso de la tecnología en favor del talento; la idea fugaz hecha realidad con maestría e ingenio. El Mal Querer no es solo un compendio musical; es una mirada hacia el esqueleto mental de nuestros tiempos, hacia este mejunje contemporáneo tan difícil de explicar.

Sí; hay que escucharla y entenderla; por el bien del arte; por la reivindicación de la originalidad; por la juventud actual…por la veinteañera que ayer lloró, a solas y tirada de espaldas sobre el sofá de la sala, mientras cantaba Voy a tatuarme en la piel tu inicial, porque es la mía. Pa’ acordarme para siempre de lo que me hiciste un día.

MÚSICA: Queen

Radio Gaga a todo volumen sobre el puente de Urubó

Por: Eva Sofía Sánchez

Tenía 17 años cuando compré ‘A Night At The Opera’. Estaba en Alemania y una de mis actividades favoritas era visitar las incontables tiendas de música de la ciudad (cualquiera que haya sido la ciudad en la que me encontraba: Colonia, Hamburgo, Stuttgart, Berlín…). Eran las épocas en las que el Cd aún reinaba; en las que las cajitas plásticas con libritos llenos de fotos deslumbraban nuestros ojos; las épocas en las que las colecciones de álbumes se exhibían en las salas de las casas.

Los alemanes (…siempre, los alemanes…) te ofrecían audífonos y te permitían escuchar los discos antes de comprarlos. Te los colocabas y evaluabas. Te daban la oportunidad de elegir y descartar. Así conocí a Phish, King Crimson, Prince, al Genesis progresivo y a un largo etcétera de bandas y músicos que hasta ahora forman parte de mi playlist vital.

Yo a ellos; a ‘los alemanes’; a mis compañeros germanos; les hice escuchar ‘Fabulosos Calavera’, el mítico álbum cuasi progresivo de los Fabulosos Cadillacs. Por supuesto, les encantó. No podía ser de otra manera. Fue durante una fiesta, cerca de la madrugada, en una casa abandonada, dentro de un sótano con muros de madera. Tanto les gustó la música que, al despertar a la mañana siguiente y con la resaca aún viva dentro de mi cabeza, me encontré con una muy desagradable sorpresa: mi disco había desaparecido. Pregunté, consulté, escuché todas las respuestas. ‘Oh, yo no sé’, ‘Oh, pero qué pena’, ‘Oh, pero, ¿estás seguro, José Andrés?’, me decían los muchachos, los alemanes (siempre…, los alemanes) con su típica cara de sorpresa germana. Cómo no adorarlos, cómo no quererlos; a ellos, a mis compañeros de Alemania. No recuerdo ninguno de sus nombres. Ni siquiera los rostros. Espero que quien haya tomado el disco para sí mismo aún lo escuche; y espero que lo recomiende; y espero que recuerde al muchacho pelilargo y latino que lo puso a todo volumen en la radio…aquella noche…durante esa fiesta…dentro de un sótano con paredes de madera. Espero…

Sí, compré ‘A Night at The Opera’ durante el invierno alemán del año 1998; pero ya conocía Queen. ¿Cómo no conocerlos? Ellos eran parte del mundo que te rodeaba desde la niñez. Llegaban a tu vida ‘de prepo’, sin explicaciones necesarias. Como los árboles, los cielos celestes, las tardes de lluvia, las copas de los árboles. Eran ellos, eran Queen; algo que debías conocer. Los zapateos y aplausos en los estadios, durante los clásicos de fútbol; las guitarreadas con amigos, ‘We Are The Champions’ a toda voz y en un inglés inentendible; las escenas del concierto de Wembley, transmitido cada sábado por la mañana en Canal 11, Red Universitaria; la enigmática historia del cantante fallecido a causa del Sida y su voz, esa maravillosa voz; ‘Wayne’s World’ y la escena en el auto, la melena rubia de Garth al ritmo del headbanging. ¿Qué más podría añadir? Queen era Queen y allí estaban: en el poster, en la radio, en la memoria colectiva, en la historia oficial. Tal vez por eso, mi ‘yo adolescente’ (y no solo el mío, también el de muchos que conozco) los daba por sentado. Muy bien lo sabemos ahora que nos acercamos a las cuatro décadas: a los jóvenes les desagradan las nostalgias. Ellos están para el presente. ¿O me equivoco, acaso?

Sí, compré el Cd de ‘A Night At The Opera’ ese frío invierno en Alemania y al llegar a casa (o mejor dicho: a la casa de los alemanes que me alojaban; una pequeña y coqueta construcción europea; acogedora y delicada; puesta sobre una colina cubierta con nieve y dentro de un barrio impecable y suburbano), lo introduje en el aparato reproductor, me coloqué los audífonos y apreté play.

Y escuché…

Es innecesario explicar más. No hace falta. Sería un ejercicio inútil. Mi consejo: buscá el disco en Deezer o Spotify; escuchalo completo y sacá tu propia conclusión. Lo que tengo muy claro es que desde esa noche, desde aquella sesión musical dentro de una habitación en una casa cualquiera de la fría nación alemana, mi amor y admiración por la obra de Queen ha sido inagotable.

(Ahora mismo y mientras escribo esto suena en mis audífonos ‘I’m in love with my car’)

Un par de días atrás una amiga escribió en facebook que lo más lindo de ‘Bohemian Rhapsody – la película’ (lo único lindo, en realidad, según ella) era que salías de la sala con ganas de escuchar más. Es verdad. Eso hice yo. Llegué a casa, encendí la compu, me coloqué los audífonos, abri Youtube, escribí ‘Queen’ en el buscador y me tiré de lleno dentro de la piscina virtual. Una cosa lleva a otra, eso es inevitable… y así fue. Una canción y luego otra y otra y después una entrevista y un corto reportaje y click aquí y click allá y al cabo de una hora miraba videos documentales acerca de la epidemia del VIH/SIDA en los ochentas, testimonios de sobrevivientes, historias de vida, investigaciones científicas, rostros de terror, cuerpos casi desintegrados, la muerte de una generación.

Hace un año (poco más, poco menos), yo enfermé. No tuvo nada que ver con el VIH, pero sí que me asusté. Para recuperarme y sanarme me sometí a un tratamiento intenso. Los medicamentos que los doctores me recetaron eran gratuitos (al menos, en ese entonces aún lo eran…, ahora no lo sé). Para recogerlos, para que me los entreguen, yo debía dirigirme a centros de salud especializados. Lugares a los que nadie quiere ir, en realidad. Durante estas visitas logré ver de cerca las instalaciones y los consultorios en los que atienden, tratan y medican a las personas que viven con VIH/Sida en la ciudad. Esperaba encontrarme con lugares lúgubres, incluso casi abandonados. No fue así. Todo parecía estar bien y en su lugar… excepto el semblante de los pacientes. Vi rostros de hombres y mujeres, de todo color, de todo tipo, de toda edad. Rostros, solo rostros. Ninguno igual que otro; todos prefiriendo no estar allí. Escuché el silencio en la sala. Percibí la presencia de algo que yo aún no puedo comprender. ¿Temor, resignación, vergüenza, fe? No lo sé.

Me importa muy poco la película de Queen y lo que en ella suceda. Las falsedades, las distorsiones de la realidad, las omisiones, las verdades. Que ellos hagan la película que quieran, yo tengo la mía. Mi historia personal con Queen. Por eso, prefiero quedarme con la siguiente imagen: Una noche de sábado en Santa Cruz de la Sierra. 2007 o 2008, alguno de esos años. Son las 3, casi las 4 de la madrugada. Estamos todos dentro del auto. Yo conduzco, me aferro al volante. Acelero. Tenemos los vidrios abiertos, el viento golpea nuestros rostros, eleva nuestros cabellos, los hace volar. Avanzamos sobre el puente, a toda velocidad, a punto de ingresar a Urubó. Dejamos atrás la ciudad; sus avenidas y sus luces; sus bares y rockolas; su música electrónica. Somos cuatro o cinco o tal vez más. Somos hombres y mujeres. En éxtasis e intoxicados. Deliciosamente extraviados. Somos estrellas de rock, leyendas… somos inmortales. En los parlantes, a todo volumen suena su majestad. Cantamos. Aplaudimos y gritamos… Respiramos

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