LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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CINE: Crímenes del futuro (Crimes of the future)

Por: Mónica Heinrich V.

Desde los 90s que no veíamos a este David Cronenberg. Concretamente desde eXistenZ (1999). Y cómo lo extrañábamos.  Me atrevería a usar más el término brasilero saudade, esa suerte de melancolía y nostalgia por algo que te ha dejado un vacío. ¿Se puede tener saudade por un cineasta? La repuesta es sí. Yo sobrevivo con múltiples saudades de ese estilo.

Me hacía falta el Cronenberg juguetón, el arriesgado, el que se embarcaba en proyectos raros y hasta esperpénticos. Eso no quita los méritos de su etapa de no terror-bichos-bodyhorror que nos ha dado cosas como Una Historia de Violencia (2005). Pero, uno tiene su corazoncito cinéfilo y a veces, solo a veces, nos sumergimos en la perentoria idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Crímenes del futuro está situado en algún momento del futuro. Ese que durante la Pandemia sonaba tan incierto. Ese futuro donde el cambio climático y la vida hicieron lo suyo. Ese futuro donde el cuerpo humano empezó a desarrollar espontáneamente órganos desconocidos que amenazan las vidas de sus dueños. Ese futuro donde la humanidad está privada del dolor corporal y lo añora. Ese futuro donde hay un nuevo humano, uno que directamente no puede deglutir comida sino que necesita plásticos y cosas sintéticas. Ese futuro donde además hay una nueva relación sexual, el placer que nace del bisturí.

El cuerpo de Saul Tenser (Viggo Mortensen) sufre de Síndrome de evolución acelerada y genera nuevos órganos desconocidos con regularidad, Caprice (Lea Seydoux) lo acompaña en performances artísticas en las que ella extrae el órgano ante los ojos, cámaras y celulares de un público fascinado y morboso. Como historia paralela, Lang Dotrice (Scott Speedman) sufre por la muerte de su hijo al que la madre asesinó por ser un monstruo. Dotrice se ha convertido en una especie de líder de eso que el resto de los humanos trata de combatir.

Cronenberg, que también escribe el guion, no siente necesidad de echar luz sobre el contexto o lo que llevó al mundo a esa situación, aunque el mensaje casi de panfleto medioambientalista salta más que un conejo Duracell. Fiel a su estilo, se apoya en una dirección de arte en la que destacan los implementos (silla, cama, etc.) que usa Saul para conseguir manejar el dolor al dormir, al comer o para ser exhibido mientras le extirpan cosas del cuerpo. De hecho, gran parte de la película se sostiene por esas escenas, que son las más trabajadas a nivel narrativo y conceptual.

El espectador que ya conoce el cine cronenbergiano sentirá el deja vu, la mente pendeja viajará a otras historias, a otras caras, a otros momentos que el cine de Cronenberg nos ha dado. Eso no necesariamente será negativo, la autoreferencia puede funcionar y en este caso ayuda a que sigamos el curso de la historia porque lo extrañábamos (¿ya quedó claro eso?) y queremos ver hasta el final qué nos va a regalar.

En Crímenes del futuro se pueden admirar más los detalles. El humor con el que se introducen al director del Registro Nacional de Órganos o RNO, Wippet (Don McKellar) y a su titubeante asistente Timlin (Kristen Stewart), las paredes descascaradas de la oficina burocrática en la que intentan llevar registro de cada órgano nuevo del que tienen conocimiento, el hombre lleno de orejas, el concurso de Belleza Interna, hay muchas buenas ideas sueltas flotando alrededor del tema principal. En la revolcada cae también el arte como objeto de vouyerismo y de narcisismo galopante. Los límites que se cruzan en su nombre. 

Obviamente que su casting ya paga el visionado de la película, un Viggo Mortensen al que amamos desde Una Historia de Violencia (2005), la francesa Lea Seydoux que siempre será nuestra Adele, un sorpresivo Scott Speedman al que en sus épocas de galán de serie ñoña juvenil (Felicity) nunca imaginamos encontrarlo en una película de David Cronenberg, y, claro, Kristen Stewart que ha dejado de ser la insulsa Bella Swan para convertirse en una actriz seria.

A pesar de tener todo para ser un peliculón y de ser un guion desarrollado a lo largo de veinte años, algo falta para que termine de cuajar. Estamos ante un globo que en sus escenas iniciales se infla grande y voluminoso, y que luego sale escupido al firmamento. Tiene que ver con que los elementos periféricos como la historia de Dotrice, el policía, lo del RNO o las dos tipas técnicas de las máquinas, no tienen casi ningún asidero narrativo real más que aportar algo de color a la historia. Por eso, cuando la película avanza, muy bellamente, por cierto, se desluce hasta el más que anunciado final. 

Crímenes del futuro pretende ser una admonición desde su título. Esa admonición se desenvuelve durante toda la película: los viejos temas de los viejos humanos persisten; el otro, el diferente, será aquel al que hay que censurar, cazar, eliminar; o como decía Shakira cuando era una juvenil y morocha compositora: lo que no se quiere se mata.

El humano del futuro no es muy diferente del humano del pasado o del presente.

Capaz la mayor debilidad de la película es que llega algo tarde, este mismo guion hace unos 10 años se sentiría mucho más transgresor que ahora.  Aunque qué es la transgresión sino una impostura más que pretende dar la ilusión de singularidad.

La belleza, la oscuridad, y las capas que se pueden abrir a raíz de Crímenes del Futuro, pucha que se agradecen. Y, claro, es una película de David Cronenberg (nuestro extrañado y amado David Cronenberg) con eso basta y sobra. ¿O no?

Lo mejor: Es Cronenberg Lo peor: algo le falta para redondearla y hacerla más sólida Lo más falsete: algunas escenas pegadas con moco como la de las técnicas asesinas o la del policía El mensaje manifiesto: Estamos enfermando al mundo El mensaje latente: porque nosotros somos unos enfermos La escena: las de la máquina de la autopsia, y la del señor de las orejas El personaje entrañable: el niño come plástico El personaje emputante: Dotrice, por inútil El agradecimiento: porque Cronenberg existe.

CINE IRANÍ: A Hero (Un héroe)

Por: Mónica Heinrich V.

¿Qué harían si se encontraran un fajo de dinero en el piso y, encima, estuvieran necesitando plata para cubrir algún tipo de deuda o gasto personal muy importante?

No piensen más. El cine siempre tiene la repuesta para cualquier situación que la vida nos presente.

Después del resbalón que supuso la fallida Everybody Knows (tremendo resbalón, con fracturas incluidas), Asghar Farhadi volvió a sus inicios. Sí, con A Hero, regresa a sus raíces, a su tono narrativo, a esa trama ausente de estrellas hollywoodenses que tanto nos gusta.

La película comienza cuando Rahim Soltani (Amir Jadidi) sale de la cárcel gracias a un permiso de dos días. Rahim está preso por una deuda. Su enamorada le cuenta que encontró una cartera de mujer en la calle que contiene varias monedas de oro. Con esas monedas podrían pagar la mitad de la deuda y conseguir que su acreedor retire su denuncia para sacarlo de la cárcel. Rahim, después de eventualidades varias, decide buscar a la dueña de la cartera y devolverle los quintos. Lo logra.

Se corre la voz de su noble gesto y, pronto, el preso que a pesar de su situación decide devolver el dinero encontrado se convierte en héroe. Un héroe mediático, además.

El cineasta iraní hace eso que siempre hace en sus historias: exhibir un complejo realismo social que desnuda a la Irán contemporánea.

Los personajes son variados: Está el hijo tartamudo, el cuñado generoso, la hermana abnegada, los administradores de la cárcel oportunistas, la gente buena que es buena cuando parece que Rahim es bueno y que se vuelve menos buena cuando parece que Rahim no es tan bueno.

El conflicto moral de la devolución o no devolución de las monedas es trabajado en el guion con mucho cuidado, de tal manera que cuando eso se convierte en ornamento y la trama revela otras capas narrativas, el espectador ya está interesado en lo que sucede en pantalla y en el destino de su protagonista.

No cabe duda que la expertise de Asghar como guionista se confirma una vez más. Por un lado, tenemos al sufrido Rahim, el tipo que por una “mala suerte”, “burrera”, está en una mala situación y solo necesita una oportunidad para salir adelante, pero Rahim en todo su “buen actuar”, nunca es capaz de pedirle disculpas a su acreedor, ni ofrecerle un sincero mea culpa, ni hacer un poco de autocrítica, ni siquiera agradecerle el préstamo inicial. Por otra parte, lo que dice el acreedor es cierto: ¿por qué celebrar algo que debería ser la norma y no la excepción? ¿por qué, él, que prestó el dinero como un acto de bondad, que perdió la dote de su hija, que a su vez tuvo que vender sus cosas para recuperar lo prestado, termina siendo el cobrador bastardo?

Hay toda una escala de valores que se cuestiona en el argumento. Lo mejor, es que la película deja que el espectador saque sus propias conclusiones. Son dos horas de una trama que necesita silencios, pausas y respiros para hacerla crecer. En un par de ocasiones, el atormentado Rahim insiste que no le importa la plata ni el trabajo ni salir de la casa, lo único que desea es salvar su honor. Un tema muy arraigado en la cultura iraní.

Donde A Hero pierde es cuando se enrosca tanto que la fuerza de la trama inicial se dilata, los puntos de giro, a ratos forzados, terminan de marear la perdiz, aunque recupere lo perdido en su final, que es un final como el que esperaríamos encontrar en una buena película de Asghar Farhadi.

A hero ganó el Gran Premio del Festival de Cannes el 2021, y fue pre seleccionada entre las candidatas a Mejor Película Extranjera en los Oscar de este año, quizás no pasó la selección debido a la batalla legal en la que se encuentra envuelta.

Al parecer, Farhadi impartía cursos de cine en Irán y la temática de A Hero fue presentada por Azadeh Masihzadeh, una de sus alumnas, en el 2014 y exhibida en un documental llamado All Winners, All Losers, en el 2018. Farhadi decidió hacer A Hero y, a través de su equipo, hizo firmar un documento a Azadeh en el que aceptaba que el cineasta fue quien le dio la idea a ella en el curso.

Pruebas van, pruebas vienen, la chica se arriesgaba a dos años de cárcel y a 74 latigazos (el castigo corporal en Irán sigue vigente), las últimas noticias arrojan que el cineasta perderá el caso.

Esta historia detrás de la historia de A Hero, parece digna de un guion de Asghar Farhadi. Hay el dilema moral, los personajes que claman por su honor manchado, y un resultado incierto, que incluso con la sentencia del juez, dejará a ambos alegando su inocencia.

El ser humano siendo el ser humano.

CINE BELGA: Un monde (Un pequeño mundo)

Por: Mónica Heinrich V.

Nora.

La pequeña Nora (Maya Vanderveque) es la nueva del colegio y en su primer día de clases no se desprende de su padre y llora ante lo incierto de esa nueva experiencia.

Te entendemos, Nora.

Nora es apenas una niña en un mundo ancho y ajeno.

Un monde (traducido literalmente como Un mundo, pero que los gringos han llamado Playground y en Latinoamérica se tituló Un pequeño mundo) es la feroz y, a la vez, sutil opera prima de Laura Wandel.

Durante algo más de una hora, la cineasta belga nos muestra la génesis de muchas cruces con las que luego cargamos como adultos. El colegio es, claro, uno de nuestros principales espacios sociales, en él se desarrollarán armas para enfrentar el futuro o, en el peor de los casos, para evadirlo.

Laura escribe también el guion. Su narrativa parte de la mirada de Nora, que en un principio lucha por encajar entre sus nuevas amiguitas, sus nuevas rutinas, su nuevo todo. Esto chocará con la situación de su hermano Abel (Günter Duret), unos cuantos años mayor que ella, al que los bullys tienen marcado.

Nora observa aterrada y confundida cómo su hermano mayor es acosado y maltratado constantemente. En su mente, la situación de su hermano está fuera de lugar y durante buena parte de la película intenta solucionar el problema. Pero no olvidemos que Nora es apenas una niña en un mundo ancho y ajeno.

Una de las grandes virtudes de Laura Wandel es que cumple lo que promete en su título: Un monde. La cámara está al servicio del mundo de Nora. Es su mirada la que conduce el relato. Son sus vivencias las que marcan la pauta de lo que sucede en pantalla. La cámara, incluso, no abandona el rostro de Nora cuando Abel es atacado. Vemos en ella el horror, no el horror que sufre su hermano, y eso es, quizás, más terrorífico aún. Ese tratamiento cinematográfico nos recuerda a la devastadora, enorme, El hijo de Saul (reseñada ACÁ) o a Never Rarely Sometimes Always (reseñada ACÁ).

Al igual que en esas películas, el vínculo afectivo con el espectador se construye casi por ósmosis. Sentimos la desesperación de Nora, la impotencia, la fatiga, sabemos por qué se distrae en clases, o cuando juega con sus amigas en el colegio.

Wandel nunca nos lleva con Nora fuera del colegio. No sabemos cómo vive, ni dónde está su madre, no sabemos qué tipo de vida tiene lejos de sus compañeritas, de su profesora, de los bullys. Ese mundo escolar es lo que Wandel elige mostrar. Y lo muestra de una manera elegante, medida, con la cámara a la altura de la niña, con espacios para risas, para el aprendizaje, pero el bullying que sufre Abel sobrevuela la película incluso en los momentos de calma, de solaz.

El casting es otro de los grandes aciertos de esta película. Maya Vanderbeque es sencillamente fantástica, fluye cuando la cámara le hace un primer plano y su mirada lo dice todo. Maya nos hace olvidar que es una película, y en su actuación solo vemos a una niña rota y triste. Nosotros, los espectadores, no queremos ver rota y triste a Nora.

En apariencia, Un monde, puede resultar demasiado sencilla o simplona. Hasta podría confundirse con pornomiseria escolar. Pero no es solo el relato de un bullying, en esa aproximación tranquila y casi rutinaria al bullying que sufre Abel, vemos mucho más: está el amor y lealtad fraternal, están las dinámicas que se instalan en la niñez que permiten crear adultos opresores, abusivos, insensibles, están las dinámicas de los adultos que se vuelven inútiles e incapaces para resolver un problema como ese, están las dinámicas familiares que también son tóxicas en su afán de ayudar, está la presión social, de tus pares, para convertirte en algo diferente a lo que eras.

Amén de sus buenas intenciones y de sus excelentes resultados, hay un par de escenas discursivas que rompen con el esquema general de la película, perdemos la sutileza para darle paso a momentos didácticos con frases hechas y genéricas. Al ser estas escenas muy pocas, son detalles que no afectan a la percepción global.

Porque Un monde permite una lectura amplia, y posee una mirada tan sensible y honesta al tema que su final es demoledor.

Cuando la cámara se detiene en la pequeña espalda de Nora, la espaldita que hemos seguido durante toda la película, tu corazón se estruja recordando al niño(a) que fuiste, Laura Walden lo hizo: mostró un mundo que puede ser el mundo de cualquiera.

Lo mejor: gran actriz principal, muy buena construcción de climas Lo peor: algunos momentos discursivos y didácticos Lo más falsete: algunos momentos discursivos y didácticos El mensaje latente: crecer requiere de temple La escena: la de la foto de lo hermanitos El personaje entrañable: Nora y Abel El personaje emputante: los bullys y los adultos inútiles El agradecimiento: por la economía de recursos. 

CINE: CODA, El callejón de las almas perdidas, King Richard, Don´t look up, West Side Story, Licorice Pizza, Belfast, Drive my car

Por: Mónica Heinrich V.

Amig@s, planeaba subir las nominadas al coso dorado por enviones, pero el sistema no me permite producir mucho fuera de la matrix, así que acá va todo sin anestesia y en orden aleatorio. Amén. 

CODA

Ya. CODA es una película amable, inclusiva, genérica. Podría ser la Miss Simpatía de un concurso de belleza. Sabemos que no va a ganar el coso dorado a Mejor Película, pero ahí está. Un poco jodiendo la lista de mejores películas, un poco siendo Macedonia del Norte contra Italia. Lo más importante (para el qué dirán) es que le chisguetea diáfanas gotitas de diversidad a una Academia que suele ser un desierto árido e inhóspito en ese apartado. Nótese el diminutivo de gotitas, como si salieran de esos dispersores que nos colgábamos en el cuello con alcohol (y sueños, y esperanzas, y miedos repetitivos e inútiles) para evitar el COVID.

El tema es que agarré CODA en Prime Video. Le hice lance mucho tiempo porque ya el poster me daba un poco de repelús, demasiada felicidad y armonía ante mi ajada humanidad, era como un episodio de la extinta 7th heaven o de Fuller House. Otra cosa que hacía que fingiera que “no nos conocemos” era mi experiencia con su directora/guionista Sian Heder y su anterior película: Tallulah. Así es, no miro sinopsis, pero busco prontuarios. Si pienso en Tallulah marco algunas casillas mentales: amable, inofensiva, genérica. Y puede que el gran público, la gente de bien, encuentre esos atributos más que aceptables: no es mi caso. Sacrifíquenme al amanecer.

Los quiero a todos, bichitos de luz

CODA nos cuenta la historia de Ruby. Ruby es una adolescente oyente. Este dato es necesario recalcarlo porque su papá, su mamá y su hermano, no lo son. Ajá, ya adivinaron el conflicto. Familia sorda, hija oyente (CODA: es el acrónimo de ‘Child of Deal Adults’ por el que en Estados Unidos se conoce a una persona que ha sido criada por uno o más padres sordos y significa exactamente eso, “hijo de padres sordos”) que está creciendo y buscando su camino, decisiones que tomar, ajustes que hay que hacer, la vida siguiendo su cochino camino. O, en la premisa de la película, su sabio camino.

Como no puede faltar en este tipo de guiones genéricos, amables, inclusivos, hay obstáculos que sortear. Ruby tiene un talento que quiere desarrollar, pero sus particulares condiciones familiares se interponen. ¿Será la pequeña y dulce Ruby capaz de cumplir sus sueños? ¿La divertida y carismática familia podrá seguir adelante? ¿Las dificultades que enfrentan como parte de la comunidad sorda son insalvables?

Solo hace falta mirar el póster para responder esas y más preguntas.

Lo que saca a CODA un poco de su aire de telefilm de media tarde de domingo sin Champions, es la más que lograda actuación de Troy Kotsur (Frank Rossi) nominado también a Mejor Actor de Reparto. La ya ganadora del Oscar, Marlee Matlin (Jacki Rossi), Daniel Durant (Leo Rossi) y Emilia Jones (Ruby Rossi), logran que cuando uno termine de ver ese desfile de lugares comunes y escenas condescendientes, no nos arrepintamos y no hagamos la gran Phoebe Buffay: ¡Mis ojos, mis ojos! Eso, muy a pesar de tener que fumarnos a Eugenio Derbez (cosas así, son difíciles de perdonar, Sian). También se valora lo que la Academia astutamente explota, el hecho de que se presente una problemática relacionada con una comunidad (los sord@s) generalmente omitidos de cualquier tipo de historia en la pantalla gigante.

No quiero hablar del final, porque al igual que todo en esta película se adivina con el póster. Solo decir que me fatiga (#doña) que se cante en una película (escena de la audición) si no va a ser la súper mega escena de voz, de interpretación, de algo, si no sucede esa magia me dan ganas de gritarle a la pantalla: Toma tus cuchillos y vete.

Lo mejor: se deja ver, es inclusiva Lo peor: amable, inofensiva, genérica La escena: cuando Papa Troy le pone la mano en la garganta y le pide que cante para saber de qué carajos hace tanto alboroto, única secuencia que me conmovió Lo más falsete: la audición en Julliard. Sí, sure, gringuitos. El mensaje manifiesto: los sueños hay que cumplirlos El mensaje latente: el universo conspira coelhianamente para que los cumplás El personaje entrañable: La familia entera, que en la vida real es sorda El personaje emputante: el profesor (O sea: DERBEZ y el boludito que cantó con ella El consejo: : mirala si sos gente de bien El agradecimiento: Por los buenos actores que tiene.

Nightmare Alley / El callejón de las almas perdidas

Ah, Guillermo. Cómo me cae bien este gordo. Si empiezo a marcar casillas mentales para El Callejón de las almas perdidas, se me ocurriría: interesante, oscura, plástica.

Dos de tres no está tan mal.

Por un breve instante de estupor (y boludez) pensé que vería una huevada similar a The Shape of Water (reseñada ACÁ). La culpa la tuvo la introducción machacona que hicieron del “monstruo”, ya lo veía a Bradley Cooper yendo a llevarle comidita, a charlar sobre la insoportable levedad del ser, a ayudarlo en su huida y quizás intercambiar uno que otro fogoso beso en el agua.

La película se basa en el libro homónimo de William Lindsay Greesham (en PDF ACÁ) que lógicamente me descargué y leí con entusiasmo porque me quedé un poco picada/conflictuada con la película. Ya entraremos en la característica piscina séptica de libro vs película, mientras tanto quiero contarles de qué va todo:

Estamos en los inicios de la segunda guerra mundial, la gente se mata o muere cruzando el charco y en Gringolandia todos siguen con sus vidas (guiñito). Uno de esos gringos es Stan (Bradley Cooper) fulano medio turbio que consigue trabajo en un carnaval, un espectáculo itinerante que tiene: el ya mencionado monstruo, el enano, la chica eléctrica Molly (Rooney Mara), y otros números variopintos. A Stan le empieza a interesar el acto de Zeena y Pete. Una pareja que se sirve de trucos para que el vulgo crea que son psíquicos o mentalistas. #amigosdénsecuenta. Cosas cuestionables pasan y Stan se cruza al lado oscuro, porque la gente puede ser muy cojuda. Más adelante entrará en acción el personaje de Cate Blanchett (la doctora Ritter) y ya a ese punto es oscuridad total, porque, de verdad, la gente puede ser muy pero muy cojuda.

Cojudos

Algo sucede con la película de Guillermo que no termina de cuajar. Tenemos el escenario, la historia, las estrellas rutilantes que interpretan los personajes, pero este es un noir descafeinado, una chicha sin azúcar, un J Balvin subiendo fotos de Gandhi rezando.

El guion escrito por Guillermo del Toro y por la debutante Kim Morgan, no consigue ponerse a la par ni de su versión literaria ni de la primera versión de la película que se hizo en 1947 (que me vi entre gallos y medianoche sin reprís de la Champions). El diseño de producción es perfecto, la fotografía de Dan Lautsen (te quiero, Dan) es perfecta, y, sin embargo, a pesar de todo no podemos ser felices. ¿Por qué es tan difícil ser feliz? Sacrifíquenme al amanecer.

Luego de ver la versión en blanco y negro, y de leer las páginas que un atormentado y pre-suicida Greesham escribió, mi conclusión es que Guillermo se distrajo tanto en el diseño de producción que la trama quedó desdibujada y los personajes, sobre todo, el ambicioso y turbio Stan, no tuvieron un peso específico. En el libro, por ejemplo, es fácil sentir antipatía inmediata por un Stan que desprecia al monstruo y que se cree superior a su entorno. En la versión de 1947 teníamos al gran Tyrone Power, que en cada frame le imprimía un subtexto a su personaje. Bradley Cooper hace un trabajo notable, pero el guion está dando tantas vueltas y la fotografía parece tan empeñada en asombrarnos que al final, todo se diluye como pompas de jabón.

El final, más explicado en la adaptación de Guillermo que en el libro, es durísimo, de hecho, hasta ese momento no pensaba leerme la novela porque #repechajes y #eliminatorias, pero terminé buscando la novela y leyéndola.

Igual, entiendo que El callejón de las almas perdidas esté en la lista de las diez mejores del año. Recapitulemos: 1.- Guillermo del Toro (dispersor de gotitas de inclusión latinoamericana) 2.- Perfecto diseño de producción. 3.- Rutilantes estrellas hollywoodenses (Blanchet, Mara, Cooper, Dafoe) 4.- Ashhí es la vida.

Sus posibilidades de ganar el coso dorado son idénticas a las de CODA: Ninguna. Si quizás hubiéramos visto el verdadero rostro de Stan, ese que quería ser gobernador, que estaba dispuesto a pisar a quien fuera desde la página 1, el ser monstruo que todavía no era monstruo y que quería ser parte de los monstruos, otro sería el cantar. Hollywood, sin embargo, se conforma con estos monstruos peso pluma. 

Qué flojera.

Lo mejor: perfecto diseño de producción y perfecta fotografía Lo peor: dispersa, desabrida y poco profunda La escena: la risa final de Bradley Cooper, entréguenle un coso dorado o algo por eso Lo más falsete: no termina de cuajar nunca. Dejaron la gelatina de pata fuera de la heladera El mensaje manifiesto: los monstruos, monstruos son El mensaje latente: no disimulés, maquillés o dosifiqués a los monstruos El personaje entrañable: El personaje emputante: Stan y la loca de la psicóloga El consejo: leé el libro El agradecimiento: Por el libro y por Tyrone Power.

King Richard

Le estuve huyendo, así como al contacto cercano de menos de 1,5 metros. Había varias cosas que me hacían ruido. Era una película acerca de cómo surgieron Serena y Venus Williams y se llamaba King Richard. No pues. La protagonizaba Will Smith, actor al que respeto más por su evidente entusiasmo actoral que por sus resultados en la pantalla. Y, encima, era una biopic. Género engañoso. Es usual que las biografías terminen alteradas para lavar imágenes, limpiar conciencias y granjear simpatías (mi humanidad está muy ajada para esos simulacros). Los nombres de las hermanas Williams como productoras del filme, así lo confirmaban.

Sobre el famoso Richard Williams, recordé que hace añadas surgieron denuncias de violencia doméstica. Su ex esposa, Oracene, terminó en el hospital con las costillas rotas, supuestamente por una “puerta”, aunque los informes policiales dieron cuenta de que no era la primera vez que acudían a un llamado extraño sobre hechos extraños con resultados extraños alrededor de la familia Williams. Más extraño fue el silencio de Venus, presente en el hospital, que no quiso comentar ni sobre la puerta ni sobre Richard.

Pero volvamos a la película, que de Richard (el que no es Will Smith) nos ocuparemos después.

King Richard es una feel good movie, ese tipo de película que te entibia el corazón al ver gente que en teoría no tenía ninguna oportunidad de cumplir sus sueños, cumplirlos y con creces. Es ser testigos de cómo triunfan el trabajo, la disciplina, la persistencia y la convicción.

Lindo. 

El guion escrito por el debutante Zach Baylin, transita los tortuosos caminos de la fórmula esperada en una película familiar de superación personal.

Reinaldo Marcus Green firma como director. Esta es la tercera película de Reinaldo, cuya experiencia ha sido más que nada televisiva (First Step, Top Boy, Amend) y que como director cumple, aunque no sorprende.

Will Smith interpreta a Richard Williams, el padre de las hermanas Serena (Demi Singleton) y Venus (Saniyya Sidney), futuras leyendas del tenis. La primera sorpresa es que Will no está tan mal como suele estar. Eso, si no lo comparamos con el verdadero Richard, que es donde notamos que: no se parecen tanto, pero…GRAN PERO: saquen su dispersor de gotitas de diversidad e inclusión hollywoodense doradas.

En la película, Richard está obsesionado. Quiere que sus hijas triunfen en el tenis. Las entrena, las motiva, y dedica gran parte de su tiempo a impulsar ese futuro que avizora. Con él, Oracene (Aunjanue Ellis), y el resto de las hijas, están comprometidos a full con un plan que Williams escribió desde antes que las niñas nacieran. Está claro, porque lo ha dicho el mismo Williams en sus entrevistas, que la primera motivación fue el dinero. Williams vio en la TV que dedicarse al tenis podría darle premios económicos importantes y es así que decidió tener hijos con ese objetivo: ganar premios económicos a través del tenis. Válido, por supuesto. Como válida es también la necesidad de la película de introducir otros elementos que le quiten protagonismo al vil metal: el tenis es un deporte de blancos y ricos, las Williams representarían a cada negro que vería en ellas la oportunidad de triunfar también.

La película comienza, entonces, con los orígenes humildes de las tenistas y con un Richard Williams que, por sus poco ortodoxos métodos, era objeto de burla y bullying de propios y extraños. De ahí, hay una escalera narrativa cuidadosamente construida para que seamos partícipes de los pequeños logros, obstáculos, y fatigas de los Williams en pos del ansiado sueño.

Es claro que sin Williams y sin su obsesión, Venus y Serena no hubieran llegado al mundo del tenis, pero también es cierto que el discurso de “trabajo, esfuerzo, dedicación” sin el talento natural de las chicas hubiera quedado en anécdota. Williams no es el único padre del mundo que sobre exige a sus hijos con la esperanza de que sean artistas, atletas de élite, que se terminen convirtiendo en sostenes económicos de sus familias. La historia está llena de casos como esos, sin ir muy lejos Luisito Rey con Luis Miguel o, en el mundo del tenis, el padre de André Agassi. Permanecen en el anonimato los padres/madres que sometieron a sus hijos a similares experiencias pero que no alcanzaron la cima.

La película elige el camino fácil, incluso cuando retrata a Richard Williams como un abnegado defensor del concepto de familia. Richard abandonó a los cinco hijos que tuvo con Betty Jhonson, una relación anterior a Oracene, pero claro, eso no quedaría bien ante las castas plateas. Sacrifíquenme al amanecer.

King Richard es una película hecha a beneplácito de las excentricidades y culto a la personalidad que cultivó el verdadero Richard. Muestra sus mejores momentos cuando Serena y Venus están en pantalla haciendo historia, gracias y a pesar de Richard. Sus momentos más flojos son esos en los que insiste en mostrar bajo una luz amable a un Richard cuestionable.

Marcus Reinaldo traslada su experiencia televisiva al filme, que termina pareciendo una película más de las tantas que llenan los catálogos de streaming. Sobresale Will Smith, y la garra con la que las niñas actrices interpretan a las hermanas Williams. Nada en su montaje, ni en su estructura, ni en su visión de dirección, hace que sea una película que dejará huella profunda.

Al final, tendremos la postal familiar. La que nos gusta ver. Esa donde la familia queda unida, feliz y triunfando. En la vida real, sobrevive Richard Williams que peleó todos sus bienes en el divorcio de Oracene, que demandó a su tercera y más joven esposa, que dejó un montón de hijos regados, no reconocidos, por todos lados, que sufrió varios derrames cerebrales y que ahora vive recluido con demencia en su lujosa mansión. Un rey sin corona.

Lo mejor: Las niñas Lo peor: condescendiente y lava imágenes cuestionables La escena: el match contra Arantza Lo más falsete: la postal de Richard de hombre abnegado por su familia El personaje entrañable: Las niñas El personaje emputante: King Richard, sí El mensaje manifiesto: la disciplina y el esfuerzo conquistan logros El mensaje latente: los logros tienen su precio El consejo: para ver cerrando los ojitos y fingiendo que Richard no es lo que es El agradecimiento: Por Serena y Venus.

Don´t Look Up

Para mí, es una sorpresa que esta película haya tenido la repercusión que tuvo. O sea, en su momento valoré el trabajo de Adam Mckay en Big Short (reseñada Acá) o su participación en la gran ya no tan gran Succesion (reseñada ACA), pero entre la vida y yo hay un cristal tenue, decía el adorado Pessoa. Y a mí me encanta ver películas, series o leer libros sobre ese cristal estallando en mil pedazos.

Es así que, en el 2018, mis ojos se detuvieron en la serie Salvation (disponible en Netflix). ¿La trama? Un estudiante ñoño-nerd descubre que un meteorito se estrellará en seis meses en la tierra y la destruirá por completo, corre a contárselo a su profesor (que desaparece misteriosamente) llega a contárselo al gobierno americano y termina aliándose a un millonario gurú de la tecnología. Comprenderán que No mires arriba no significó ninguna sorpresa sino un déja vù de algo que abandoné a media temporada cuando sacan plutonio de un lugar secreto como si hubieran ido a comprar un Pilfrut.

En la versión de Mckay, la señorita Kate (una cerquilluda Jennifer Lawrence) descubre que un meteorito se dirige hacia la tierra y que el impacto será catastrófico, corre a contárselo a su profesor, Randall Mindy (Leonardo Di Caprio, que en teoría era la propuesta inicial para interpretar al Stan de Guillermo del Toro) y juntos intentan lograr alguna acción por parte de la presidente americana Janie Orlean (Meryl Streep).

La parodia que se cree muy inteligente, irreverente y edgy, presenta a la primera presidente mujer americana como a una tipa frívola y boluda que causa la destrucción de la humanidad. Ok. Te lo compro, Mckay. Lo que no compro es lo tan en serio que la película se toma a sí misma, tomando en cuenta que está planteada desde el humor.

acá, casual, esperando el fin del mundo

Los presentadores de televisión carroñeros, los milicos torpes, los funcionarios ineptos, el ombliguismo americano de que si existe realmente un meteorito dirigiéndose a la tierra serán los que tengan en su poder salvar a la humanidad o no ¿es parodia/crítica o cliché? Ya cuando aparece Timothée Chalamet para que las estrellitas estrelladas sigan desfilando antes que el meteorito se estrelle, había perdido el interés. Sacrifíquenme al amanecer.

Sin embargo, la terminé de ver, y pude disfrutar de su mejor secuencia que es cuando se sientan a cenar y conversan y los personajes parecen personas reales como vos y como yo esperando tranquilamente la muerte. Lo demás es un arrejunte de sketches, que funcionan algunos más que otros (¡el milico les cobró los snacks!) y que nos pueden hacer sentir conectados con una realidad irreal: que somos precisamente el tipo de persona que mira hacia arriba (ternurita), mientras los borregos están con la cabeza en el piso.

Permítanme dudar.

Lo mejor: Tiene una idea base interesante y algunos sketches funcionan Lo peor: se toma demasiado en serio a sí misma La escena: la de la cena final Lo más falsete: su supuesta originalidad e irreverencia El mensaje manifiesto: Mirá hacia arriba El personaje entrañable: El personaje emputante: todos y cada uno de ellos El mensaje latente: hay muchos sitios a los cuales mirar El consejo: Flogene Relax Forte El agradecimiento: por la escena de la cena.

West Side Story

West Side Story (de 1961) es considerado el mejor musical filmado nunca. Podríamos debatir sobre si era “problemático” que los actores que interpretaban a latinos (incluida Rita Moreno) tuvieran que pasar por un proceso de maquillaje larguísimo para oscurecerles la piel u otros detalles que ahora la harían ver muy “este pendejo es racista y no lo sabe”, pero como lo que nos atañe es la versión 2021, vamos pa allá.

Decía que West Side Story versión 61 entró a los anales del cine como el mejor musical de todos los tiempos.

¿Por qué harías un remake de algo que supuestamente es lo mejor de lo mejor del mundo mundial? ¿Por qué, amigo Steven Spielberg, por qué?

Quizás sea porque él no necesita ser chisgueteado con gotitas inclusivas, quizás sea porque tiene a toda la industria detrás celebrando cuando nos lanza sus manzanitas al pasto, lo mismo sea La lista de Schlinder que War Horse. Quizás sea porque puede, y el que no, que se siente y lo aplauda.

Clap clap clap.

El buen Steven tomó el desafío de igualar, sobrepasar o reversionar la West Side Story sesentera. A su favor, diré que el señor sigue siendo un maestro del espectáculo, hace del cine eso que Hollywood siempre ha ponderado. Hermoso diseño de producción, hermoso vestuario, hermosas coreografías, hermosa adaptación de los temas musicales, hermosito todo. Nada que reclamarle a un señor (es que sos un señorón Steven) que ya dejó lo que tenía que dejarnos en el paseo de la fama del Hollywood Boulevard en Los Ángeles.

qué lindo se vive en América (la gringa, claro)

Lamentablemente…seh…ahí les voy…sacrifíquenme al amanecer…Lamentablemente, eso no alcanza para que esta propuesta se quede en nuestra mente y en nuestro corazón.

La obra original de Jerome Robins se basó en el clásico de Shakespeare: Romeo y Julieta, y Spielberg contrató a su colaborador habitual Tony Kushner para guionizar esta nueva versión.

Dios, qué mal ha envejecido la trama.

Estamos en un barrio del Upper West Side newyorkino. Un grupete de gringos blanquitos tiene su pandilla llamada los Jets, unos mini-skinheads de medio pelo surgidos de las profundidades mismas de los deshechos del sueño americano. Como antagonistas están los Sharks, un grupete de puertorriqueños que también forman su pandilla, unos bochincheros de medio pelo, surgidos de las profundidades de los deshechos del sueño americano. Pues el líder de los Jets, Tony (Ansel Elgort), acaba de salir de la cárcel. Estuvo en la sombrita porque casi mató a golpes a otro crispín con el que se peleó. Así que sale de la chirola con aires redentores. Así, conoce a María (Rachel Zegler), una boricua de la que queda enamorado a primera vista y que resulta ser la hermana de Bernardo (David Alvarez), el líder de los Sharks. La tragedia está servida.

En serio, qué mal ha envejecido la trama.

La propuesta binaria de blancos vs latinos, de culturas y territorios enfrentados, de sueños rotos o sueños por cumplir, no estorba hasta que te das cuenta que este chico, Tony, de haberse quedado con la mensa de María la hubiera terminado agarrando a puñetes tarde o temprano. Así es, Tony es un personaje masculino que representa una alerta ambulante (red flag). El chico salió de la cárcel porque casi mató a alguien, dice que no quiere problemas, se enamora de esta chica y luego SPOILER ALERT en medio de una refriega termina matando al que supuestamente sería ¿su cuñado? Sin pensar un solo segundo en cómo le cambiaría la vida a su amada, en cómo afectaría su vida de él mismo, en nada. Luego, en el final, cuando piensa que la mensa de María esta muerta, sale a los gritos a buscar la muerte. O sea, un tipo que no controla sus emociones ni acciones es el galán de la película. De la que te salvaste, María. FIN DEL SPOILER. Y claro, la historia de los sesenta y la de ahora nos venden esa cosa turbia (SPOILER un tipo acaba de matar a tu hermano, el único familiar con el que contás en esa tierra de nadie, y vas y te encamás con él FIN DEL SPOILER) como una relación romántica y que además tiene un comentario social.

Mi ajada humanidad ya no soporta esos simulacros. De verdad.

No obstante, mis ojos sí disfrutaron visualmente todo el despelote, porque la fotografía de Janusz Kaminski puede mostrar a un asesino como galán de Hollywood de una manera bellísima. Nuevamente, qué coreografías, qué vestuario, qué colores. Esta película debe ganar un montón en pantalla de cine.

Quizás en esa misma línea, al trabajo del señor Steven le falta ese ñeque que tuvieron películas como In the Heighs. Cuya potencia de algunas escenas (la de la piscina, por ejemplo) se quedarán para siempre en nuestra memoria y pasarán años y vendrán otros musicales y vos pensarás: sehhh pero no es tan buena como esa escena de la piscina.

Hay que reconocer que (saquen su manguera que chorrea inclusión y corrección política) Steven quiso estar más acorde a las épocas actuales e introdujo personajes (el personaje no binario de Iris Mena, Rita Moreno como la dueña de la pulpería) y escenas a esta versión que la aggiornaron. Además, para seguir la ondita #latinolover, el señor Steven contrató a un equipo mayoritariamente latino y pidió que no subtitulen para los gringos las partes habladas en español para que los dos idiomas tuvieran la misma importancia.

Ay, Steven. De qué les sirve a las flores haber nacido en el campo.

Lo mejor: Un diseño de producción impresionante Lo peor: la historia ha envejecido MUY MAL La escena: la parte de la coreografía de América y algunas escenas del enfrentamiento final Lo más falsete: la relación “romántica” El mensaje manifiesto: cuando los gringos hablan de latinos tienen que redoblar esfuerzos para sus comentarios sociales e inclusivos El mensaje latente: Esos esfuerzos suelen ser en vano El personaje entrañable: Anita y Rita Moreno El personaje emputante: la parejita cursi El consejo: Amigas, tomen las red flags en serio, sino un cojudo puede venir y matarte a tu hermano sin ascos  El agradecimiento: por el diseño de producción y su bella fotografía.

Licorice Pizza

Tengo una debilidad por Paul Thomas Anderson. Esa debilidad hace que reciba con beneplácito y amor (mucho amor) cualquier cosa que haga. Ajá, no soy la persona indicada para dar opiniones sobre Paul Thomas. Sacrifíquenme al amanecer.

Así que, cuando empecé a ver Licorice Pizza, mi corazón cinéfilo estaba extasiado con el encuentro entre Alana (Alana Haim) y Gary (Cooper Hoffman). Por muchas razones, algunas de ellas tangibles, otras boludeces que uno piensa cuando ve cosas que le gustan. Entre las tangibles, me gustó el plano donde descubrimos a Alana de espaldas, caminando, las aguas que se prenden en el jardín, Gary en la cola espiando. Me encantó el juego y el uso de los movimientos de cámara. El plano secuencia que acompaña su charla. Perfecto. Entre las boludeces que uno piensa cuando ve cosas que le gustan, encontrarme con que el hijo de Philip Seymour Hoffman (que sigo extrañando) es tan buen actor, reconocer en su cara a su padre, ver en él eso que Simon Cowell calificaría como el factor X, pues sí, también le suma puntos extra a la experiencia.

La película, escrita por Paul Thomas, se basa en la vida de Gary Goetzman, un amigo de Paul Thomas que le contó sus experiencias como actor infantil y como emprendedor adolescente.

Así tenemos a Gary Valentine (Cooper Hoffman), un chico de 15 años que queda prendado a primera vista de Alana Kane (Alana Haim) que a su vez ya cuenta con 25 años. La diferencia de edad no se interpone para que la pareja comience una relación en un principio de amistad.

Licorice Pizza es muchas cosas, es un viaje por los años 70s, una inmersión a la adolescencia en la que todo parece posible (Gary), a la juventud en la que andás perdido (Alana) y no sabés para qué lado jalar. Hay mucha nostalgia, humor y, sobre todo, cine.

Corré, antes que nos alcance la adultez y la vejez

La parte racional, si no se tratara de Paul Thomas, diría que después de una primera mitad encantadora, la película redunda en sus artificios argumentales (Alana y Gary están distanciados y pasa algo que los vuelve a unir). La parte racional también diría que Alana está teniendo una relación con un menor de edad. La parte racional, cuestionaría, que se exhiba como una historia de amor, como una cosa tierna la relación construida entre un personaje demasiado volátil (Alana) y otro demasiado intensito (Gary). Lejos de la hermosa fotografía, de la bella banda sonora, desprovistos de los planos perfectos de Paul Thomas, hay más toxicidad que amor romántico en esa relación. La parte racional diría que el cine, una vez más, contribuye a resaltar arquetipos románticos que perpetúan las relaciones tóxicas (Solo vuelvo con vos cuando me va mal, cuando el viejo con el que estoy se caga en mí, cuando me accidento, cuando me usan de pantalla para cubrir una relación gay. Me gustás porque sí, serás mi esposa porque sí. Estarás conmigo, tarde o temprano, porque sí).

Paul Thomas, sin embargo, envuelve su Licorice Pizza de tanto cine que terminás disfrutando lo demás. Disfrutás de ese pequeño papel que hace Bradley Cooper como Jon Peters. Disfrutás de la familia de Alana Kane que en la vida real es la familia de Alana Haim. Disfrutás del cameo del papá de Leonardo Dicaprio (George Dicaprio como el vendedor de las camas de agua) Incluso se puede disfrutar de la presencia de Sean Penn. INCLUSO.

No, no es la mejor película de Paul Thomas. Se dispersa un poco en su camino hacia el final, pero su casting, nuestro recién descubierto y ya adoptado Cooper Hoffman, la suave Alana Haim, el siempre solvente desempeño de Paul Thomas en la dirección, guion, fotografía (co-trabajada con Michael Bauman) son excusas suficientes para verla.

Sus probabilidades de llevarse el coso dorado son bajísimas, casi nulas…pero ¿acaso nos importa? preguntame si me importa. En tu cabeza Taj Mahal seguirá cantando el final de Licorice Pizza:

Baby, get your good times.

Lo mejor: Paul Thomas Anderson, Cooper Hoffman y Alana Haim Lo peor: la parte racional que no me deja ser feliz La escena: cuando están en la cama de agua, cuando corren casi al final, cuando se encuentran, la secuencia con Jon Peters. Lo más falsete: la relación “romántica” El mensaje manifiesto: la adolescencia y la temprana juventud: tierra de boludos El mensaje latente: en retrospectiva, siempre se verá con nostalgia y amor El personaje entrañable: las icónicas camas de agua El personaje emputante: Sean Penn, siempre y para toda la vida: SEAN PENN  El consejo: No se pierdan a Cooper Hoffman  El agradecimiento: por Cooper Hoffman. Y claro, lo tengo que decir, por Paul Thomas.

Belfast

Ah, Kenneth. Kenneth Brannagh. A Kenneth lo quiero desde siempre (corazón de condominio). Me gusta como actor y lo respeto como director, aunque las películas que ha dirigido suelen mostrar su apego a la puesta teatral, por lo que, a veces, le quedan solemnes e impostadas.

Ya cuando supe que Belfast estaría en blanco y negro, me dije: Uy, problemas.

Desconfío un poco del blanco y negro como recurso estético. Tiene que estar muy, muy justificado, sino ya nomás pienso que el director está con pajas mentales que se sobreponen al producto final.

Las gentes de bien dirán que esas pajas pueden ser MIS pajas mentales, interpretaciones subjetivas de alguien cuya humanidad está ajada y que no puede ser feliz. Sacrifíquenme al amanecer.

Así y todo, con mis pajas mentales que esperaban las pajas mentales de Kenneth, me senté a ver Belfast.

El inicio con las tomas de la Belfast actual a todo color, fue bonito. Lo vendió tan bien que me dieron ganas de ir a Irlanda (sí, sure, gringuitos). Luego, vino el cambio de color con el tilt up desde el graffiti para transicionar a la Belfast de 1969. Bien jugau, Kenneth.

Toda la secuencia inicial en al que vemos la vida tranquila y juegos de la calle en la que vive Buddy es fantástica. La cámara hace una circular que envuelve a nuestro pequeño protagonista y pum: estalla la hecatombe. Uno, desde su butaca, agradece ese momento especial de alta cinematografía donde ves que Kenneth y Haris Zambarloukos (director de fotografía) se tomaron el trabajo de regalarte algo muy bien preparado.

Buddy (Jude Hill) es un pequeño niño que vive con sus padres en un barrio de Belfast, la icónica ciudad del conflicto entre los unionistas protestantes de Irlanda del norte y los republicanos católicos irlandeses. Caitríona Balfe interpreta a la sufrida mamá de Buddy, que tiene que hacerse cargo de los niños mientras Papá (Jamie Dornan) hace trabajos esporádicos en Inglaterra para tratar de mejorar la situación familiar. Ese turbulento momento histórico será contado desde esta familia. Cómo los afecta, qué hacen al respecto, qué sienten al respecto. Por un lado, por eso se convierte en un relato nostálgico de una era, y puede ser el espejo en el que se miren los desplazados de conflictos similares. Este es nuestro hogar, dice la Mamá de Buddy cuando aún se rehusa a abandonar Belfast. Por otro lado, al observar el conflicto desde el mundo de la familia, lo poco que se muestre del afuera debería tener más peso, me parece.

el cine, siempre salvándonos la vida

Kenneth reconstruye sus propios recuerdos para contarnos lo que vemos en pantalla. Y es muy válido. La película fluye en sus primeros minutos de manera natural, pero cuando se empieza a esbozar la amenaza que significa para la familia quedarse, Kenneth pierde el rumbo. SPOILER La escena del saqueo, cuando Buddy agarra el detergente y la mujer decide regresar justo EN ESE MOMENTO y pasa todo lo que pasa, me pareció tan mal ejecutada a nivel narrativo, de imagen, de tensión, que me desconecté de la película FIN DEL SPOILER. Esas chabacanerías, no, Kenneth.

Luego está la propuesta formal. Me gustó la apuesta por escenas en las que espiábamos a los personajes a través de las ventanas, la fotografía con primeros planos y mucho aire encima del personaje era lindo de ver, las charlas de los abuelos, la gran Judi Dench haciendo lo suyo, ayudaban a generar un impacto emotivo. El capricho de dirección de colorear algunas secuencias para remarcar con la forma lo que ya está remarcado con el contenido, me parecía innecesario.

Sé que muchos encontraron encantador a Jude Hill y lo es, pero su actuación estaba muy cercana a cómo actuaría un niño en una obra de teatro o en una obra de Broadway, por ejemplo: la pataleta cuando le anuncian que hay la posibilidad de mudarse. Y cuando hay ese decibel extra en la actuación, es más difícil olvidar que estás viendo una película.

El final apuntaba a ser esa cosa sutil que debería ser, hasta que Buddy va a despedirse de la niña católica que le gustaba y sale el mensaje a la conciencia en la boca de Jamie Dornan, que termina de enterrar mis esperanzas cinematográficas de un gran cierre.

En todo caso, Belfast es una película hermosa visualmente, que tiene momentos interesantes y bien planteados estéticamente. Lo triste es que, tocando un tema tan duro, y teniendo en sus manos los elementos correctos para sacudirnos el corazón en tiempos de guerra, cuando pensemos en ella pensaremos en Van Morrison y en el detergente Omo.

Lo mejor: Tiene secuencias muy logradas y estéticamente es hermosa Lo peor: pierde fuelle y no consigue ser testigo de su tiempo histórico La escena: la circular del inicio y el baile de Everlasting love que borra de nuestra mente a Jamie Dornan como el pelotudo de Christian Grey. Lo más falsete: que la mamá (que dos escenas antes discutía con el marido sobre que estaban matando niños a la vuelta de la esquina) decida ir a un saqueo, en medio del saqueo, a devolver un puto detergente OMO. El mensaje manifiesto: a veces, el hogar se vuelve insostenible El mensaje latente: el hogar es donde uno y su familia esté El personaje entrañable: a pesar de todo, Buddy  El personaje emputante: el pandillero palomillo que lo jodía al papá de Buddy El consejo: se disfrutará más en pantalla gigante y en idioma original  El agradecimiento: por everlasting love.

Drive My car

Este es un revoltijo de cuentos de Murakami, y no sé si el famoso escritor japonés quedaría muy convencido del resultado. La víctima es el libro Hombres sin mujeres (2013, en pdf ACÁ). Usé la palabra víctima porque me parece que debe ser fuerte escribir tres cuentos que, aunque tienen un hilo común (hombres sin mujeres), terminan unidos en la pantalla gigante a capricho de un director.

Así es, el director Ryusuke Hamaguche se lanzó a la piscina Murakamiana con varios salvavidas. Drive my car, Sherezade y Kino, son los relatos elegidos para ser adaptados teniendo como historia principal lo que sucede en Drive my car.

Drive my car posee una extensión de unas treinta páginas y Hamaguchi se dio mañas para extender ese relato a tres horas de película. Para eso se alió con el casi desconocido guionista Takamasa Oe. Esta re-escritura recupera los personajes principales: 1) el atormentado actor/director de teatro Kafuku 2) Misaki, la chica que será su chófer ocasional.

En la obra de Murakami es Kafuku quien solicita un chófer, y es su mecánico quien recomienda a Misaki. En la película de Hamaguchi, los encargados de la residencia en la que Kafuku está montando su obra de teatro le imponen a Misaki por políticas internas.

Murakami concibe una historia minimalista que tiene varias capas y que prácticamente se desarrolla dentro del auto como parte de sus charlas con Misaki. Ahí sabremos que es viudo, que perdió a su esposa y a su hija y entraremos a esa cosa densa y oscura que es su conocimiento de las escapadas sexuales de su mujer y su tormento por no comprender mucho de lo que su esposa vivió en sus últimos meses (la mujer murió de cáncer de útero). Ahí también confluyen el duelo por la muerte de su hija (muerta a los pocos días de nacida) y la extraña amistad trabada con el último amante de su esposa, al que Kafuku busca.

Hola, ¿de qué cuento saliste?

Hamaguchi cambia prácticamente todo. Abre su película cuando Otó (la esposa) le cuenta a Kafuku una historia que se le acaba de ocurrir en medio del sexo (todos esos detalles tomados del cuento Sherezade). Kafuku luego la ayudará a que recuerde lo que le contó, porque el vínculo entre la pareja se mantiene gracias también a esos pequeños momentos. La fotografía de Hidetoshi Shinomiya (Farewell Song) transita con elegancia la oscuridad (en la casa de Kafuku, en los bares y en el teatro), los paisajes fríos (en la residencia teatral y en la ex casa de Misaki) con primeros planos de los actores que lanzan textos cargados de dolor.

En el texto de Murakami, una de las obras cumbres de Chéjov: Tío Vania, convive con el relato de manera muy sutil. Es un espejo lleno de subtextos de la situación personal de Kafuku.

Hamaguchi decide hacer el paralelismo más literal, mostrándole al espectador parte del montaje de la obra y haciéndonos partícipes de textos en los que se hace hincapié que a pesar del dolor, a pesar de las desgracias, a pesar de todo, tenemos que seguir viviendo.

Ese tono sentimental ya lo habíamos visto en anteriores trabajos de Hamaguchi, como Asako I & II, una necesidad de contrastar lo turbio con un diálogo que busca la lágrima.

Y el truco le funciona. Hay un clima de nostalgia y pérdida alrededor de Kafuku que engancha al espectador emocionalmente al espectador. La presencia de Takatsuki como el amante de la esposa de Kafuku, que audiciona para su obra y que insiste en tener conversaciones con él, agregan algo de tensión. Una tensión que le hace falta a un guion largo y denso.

Hamaguchi es muy hábil en su puesta en escena, en su presentación de personajes, en envolvernos en su universo. La situación de este viudo y (no hay palabra para definir a un padre al que se le muere un hijo), que además está perdiendo la vista, es bastante desoladora, por eso cuando Hamaguchi, desde el guion y desde su propuesta de dirección, apreta los botones adecuados, el público puede responder con empatía.

El problema, para mí, surge cuando ese botón es apretado varias veces. La trama peca de excesiva, y comienza a redundar en el “estamos rotos” pero hay que “seguir adelante”, convirtiendo los momentos que pueden ser conmovedores, en algo cacofónico. El vínculo dramático que se construye con su premisa se desgasta y llegamos a lugares de la historia en la que podríamos cerrarla y no la cerramos. Sacrifíquenme al amanecer.

Es evidente que esa es la visión de Hamaguchi y ya tenía esos problemas en Asako I & II. El director suele engolosinarse demasiado con sus historias y las estira de manera artificial.

En Drive my car, la sutileza del relato de Murakami es sacrificada. Tanto es el sacrificio, que me parecería más honesto decir que la película está inspirada en relatos de Murakami, a decir que es una adaptación de ese cuento en específico.

Queda, sin embargo, la expresión de Kafuku en el espejo cuando encuentra a su mujer en el sofá (tomado del cuento Kino), queda el primer plano lloroso de Takatsuki contándole el final de la historia de la chica que se cuela a la casa de Yamaga, queda la conversación entre Kafuku y Misaki, la del túnel rojo, cuando asume su culpa y la culpa de Misaki, queda la última escena que vemos del montaje teatral de Tío Vania y queda, sobre todo, la certeza de que algún día…después de miserias y alegrías, descansaremos.

Lo mejor: Está muy bien filmada y la trama inicial llega Lo peor: es excesiva y cacofónica Lo más falsete: el alargamiento medio al pedo de secuencias y diálogos El mensaje manifiesto: algún día descansaremos El mensaje latente: hay que resistir al dolor La escena: la del sofá, la del cuento, la del túnel rojo  El personaje entrañable: Kafuku y el perro El personaje emputante: la culpa  El agradecimiento: por Murakami.

CINE NORUEGO: La peor persona del mundo/ The worst person in the world

Por: Mónica Heinrich V.

¿Qué es ser buena persona? Pregunta engañosa. Pregunta abanico. Hay valores, o principios éticos-morales-emocionales que pueden ejercer de barómetro, pero en la práctica el concepto es esquivo. Más aún, tomando en cuenta que en los últimos años la libertad personal se usa como bandera para cagar a los demás. Capaz que si preguntáramos a gente al azar si se consideran buenas personas, las repuestas generales serían positivas. Nadie es buen Sherlock Holmes de sí mismo.

Joachim Trier y su coguionista habitual Eskil Vogt, nos traen esta película nominada al Oscar 2022 como Mejor Película Extranjera: La peor persona del mundo. Título sutil donde los haya.

Nótese que ya desde el poster entramos en el despropósito: «Uno de los mejores filmes románticos de los últimos tiempos». Awards watchs, #amigadatecuenta.

En La peor persona del mundo seguimos las peripecias de Julie (gran Renate Reinsve). La película continúa la fórmula familiar (gracias, primo Lars Von Trier) de separar la historia en bloques de episodios, 12 para ser precisos, más un prólogo y un epílogo. Una voz en off en tercera persona (gracias, de nuevo, primo Lars Von trier) complementa lo que nuestros ojitos/oídos perezosos parecen no ser aptos de decodificar.

Julie es una treinteañera que anda por la vida un poco perdida o buscándose o ambas, usted elija. Cuando la película arranca, la voz en off prologosa narra que Julie estaba estudiando medicina y en un momento epifánico decide que lo suyo es la psicología. En otra epifanía, el nuevo Everest será ser fotógrafa. En medio de ese ir y venir, Julie conoce a Aksel Willman (Anders Danielsen), famoso escritor de novelas gráficas que le lleva unos cuantos años. La parejita, obvio, empieza a tener una relación y así se derramarán como un efecto dominó los 12 episodios.

Soplémonos marihuana, nos vemos cools y desenfadados

Hay mucho que discutir. Sobre Joachim. Sobre Julie. Sobre los 12 episodios. Sobre el epílogo. Sobre el cine. Y sobre ser o no ser mala persona.

Joachim. Sigo a Joachim desde Reprise (2006), que me gustó mucho, y Oslo, 31 de agosto (2011), de la que mi proyector de cine interior guarda frames. Le hice una reseñita a Joachim (te sigo queriendo, Joachim) allá por el 2015 (leer ACÁ). Cuando se comparan ambas películas hay un poco de reprís de la mirada a la vida noruega y de sus personajes, de hecho, el personaje principal de las dos está interpretado por Anders Danielsen, que repite colaboración con Joachim en La peor persona del mundo. Luego, Joachim nos entregó una filmografía menor, hasta que llegamos a Thelma (2017). Un personaje femenino principal, outsider que no maneja el amor ni las relaciones personales, otra vez al revés. Y ahora, llegamos a Julie en La peor persona del mundo. Me aburro. Joachim, somos pocos y nos conocemos mucho.

Julie. Ya dije que si hay algo que sube la película uno o dos escalones es la comprometida interpretación de Renate Reinsve. Qué importante que es el casting. Cómo un personaje que de otra manera sería insoportable, al que desearías volcar a manazo limpio, adquiere matices a contramano de su guion, gracias a esta actriz. Es Renate la que logra que aguantemos atravesar los repetitivos y anunciados episodios. Es a Renate que le creemos que Julie no debe ser la peor persona del mundo. Gracias, Renate.

Amigo, después de este polvo no me jodás más. Superame.

Los 12 episodios. Tenemos: 1.- Los otros 2.- Engañando 3.- El sexo oral en la era del #metoo 4.- Nuestra propia familia 5.- Mal momento 6.- Tierras Altas de Finmark 7.- Un nuevo capítulo 8.- El circo narcisista de Julie 9.- BobCat Rompe la navidad 10.- Primera persona singular 11.- Positivo 12.- Todo llega a su fin. ¿Por qué nos hacemos esto Joachim? ¿Por qué? Mientras el espectador está viendo, es muy fácil adivinar lo que va a pasar en la mayor parte de los episodios solo con los títulos. Una vocecita interior cinéfila y odiosa dice: Ah, acá seguro sucederá tal o cual cosa, y lo peor: no se equivoca. Vi un poco forzado el recurso, además de anunciar la trama hasta hacer casi aburrida la sucesión de episodios. ¿Lo bueno? que podías saber qué tan cerca estabas de terminar con el show del circo narcisista de Julie. 

Epílogo. Cuando pasa lo que pasa, Trier sigue engolosinado con Julie, el resto de sus personajes carecen de trasfondo, de densidad, son estas personas que casi no conocemos porque se alimentan como sanguijuelas del personaje de Julie, que tampoco está muy dibujada, a pesar que la cámara no la abandona nunca. Incluso cuando supuestamente escribe un artículo “brillante” sobre el sexo oral y la era metoo, no sabemos hasta dónde llegó su agudeza para poder admirarla. El final o su arco de aprendizaje o lo que sea que quede dentro de Julie después de esos 4 años de vida resumidos en episodios chotos, es autocomplaciente, como un libro de autoayuda: “Te pasaron todas estas cosas, y ahora, mirá, mirá dónde te trajo todo eso. Qué loco ¿no?”.

Eh. No.

¿Pa qué nos vamos a mentir? Seguiré haciendo huevadas.

El cine. Podría pensarse que esta multipremiada y multinominada y multifestejada película noruega no vale la pena. Error. De alguna manera, el señor Joachim Trier se las ingenia para que su habilidad como director nos haga sentir que la película funciona a pesar de todo. Hay esos ramalazos de cine que hicieron que guardemos a Reprise o a Oslo, 31 de agosto en nuestro corazón. Incluso, cuando su recurso más halagado (la detención del mundo, mientras Julie le da rienda suelta a su hedonismo) ya lo hubiéramos visto en la película Futuro de Miranda July.

Para personas un poco más tolerantes con estos personajes tantas veces retratados en películas y series (la tipa/el tipo que sigue sus instintos o sus emociones sin importar nada más, aunque no sepa muy bien hacia dónde va) las vivencias de Julie podrán generar una mayor empatía. Las charlas didácticas sobre feminismo, o la pareja, o los hijos, o las carreras, o la vida, encontrarán receptividad también en un público dispuesto a recibir esas consignas de brazos abiertos.

Los demás nos quedaremos medio emputados ante un personaje unidimensional y poco atractivo. Trier huye a cualquier tipo de intimismo real aunque pretenda hacernos creer que es una película de «personaje». Al ser su película sobre Julie, y al Julie comportarse como se comporta, el cineasta noruego parece querer echar una palmadita complaciente sobre la espalda de Julie mientras nos la exhibe. No, esta chica no es mala persona. ¿No ve? Guiño, guiño. Trier se conforma con eso y poco más. 

Así pasamos tres noruegas horas. Con pocas dudas y muchas certezas. Emerson, el padre del trascendentalismo, lo tenía claro allá por el siglo XIX: Es muy difícil ser lo suficientemente simple para ser bueno.

Lo mejor: la actriz principal y el estilo de Joachim que hace la experiencia sea un poco más amena  Lo peor: el circo narcisista de Julie La escena: el copie de Futuro Lo más falsete: el circo narcisista de Julie El mensaje manifiesto: ser libre puede ser sinónimo de ser muy cojudo/a El mensaje latente: Ser bueno solamente consigo mismo es ser bueno para nada El consejo: para ver si se desea pasar tres noruegas horas con Julie El agradecimiento: Por Joachim, que cualquier huevada la embellece.

La tristeza de Robin Williams

Por: Sergio Mercurio

Al morir ahorcado de una manera que él mismo había planeado, nadie se paró encima de un pupitre para despedirlo. No hubo nadie para repetir mientras se iba: “Oh Capitan, my capitan”. Robin Wiliams había ya atravesado la frontera del humor hacía mucho tiempo, ya no podía ocultar su tristeza haciendo reír a los otros.

Lejos habían quedado esos personajes como el extraterrestre de Mork & Mindy, o el locutor de Buenos días, Vietnam, Christopher Nolan lo había llamado para coprotagonizar con Al Pacino la película Insomnia tomándolo como un actor serio. Ya cargaba el premio sin apellido, pero, sobre todo, había hecho reír a una cantidad muy grande de seres humanos, su sola presencia había traído alegría.

Lo curioso es que esa felicidad que brindó no pudo, al parecer, modificar su profunda tristeza y eligió morir antes del tiempo en que la enfermedad que padecía, le había asignado.

A finales de la década del 80, Robin Williams interpretó al profesor Keating en La sociedad de los poetas muertos. El guionista había recreado los años 50 y después de muchas idas y venidas los estudios eligieron a Robin Williams como protagónico.

Al estrenarse el film, el profesor de literatura que encarnaba era un modelo de una educación que posiblemente se necesitaba. En la Argentina, había apenas 7 años de democracia y abundaban los profesores como el que en la película enseña Latín y repite “Agrícola, Agrícolis”. Keating era todo lo contrario y algunos que habíamos optado por la docencia, entre los que me incluyo, repetíamos ciertos gestos de Williams con la expectativa de construir una sociedad con poetas vivos.

Para mí, el momento más potente de la película sucede cuando Keating se sube sobre el escritorio y con los zapatos puestos observa el aula desde esa altura, desde allí llama a sus alumnos y los convida a pisar la madera del escritorio con objeto de obtener al menos otro punto de vista.

En su momento ver esa escena me produjo estremecimiento. A finales de los años 80, el mundo necesitaba al menos otro punto de vista, 30 años después eso ya no parece ser necesario. Este mundo que parece tener infinitos puntos de vista, solo deja ver dos. A favor o en contra. No aparece la posibilidad de poner un escritorio y subirse encima para confirmar si no hay algo más sobre el horizonte.

Mi hija pequeña me sorprendió hace unos días con una pregunta “¿Papi, vos viste La sociedad de los poetas muertos?”, me incliné a curiosear su interés. En Instagram, me dijo, habían puesto cinco películas que motivaban a estudiar. Nos reunimos a verla. Tenía, mientras la película de Weir comenzaba, la sensación que el film no podría transitar el tiempo de mi hija. Pero lo hizo. Mientras la emoción me sobrepasaba pude verla secarse las lágrimas.

Treinta años después observo otras cosas. Veo a Williams actuar, encarnar a ese profesor entusiasta, y no puedo dejar de pensar: qué le pasaba mientras actuaba. Hay una escena que lo descubre, es el momento en que Neil, el muchacho que hubiera deseado cambiar el mandato familiar y dedicarse al teatro, es encontrado por Keating. El día anterior el joven, visitó al profesor en su cuarto para contarle que amaba actuar y que sus padres se lo prohibían, entonces Keating le pide que les cuente, que no de por sentado nada, que trate de hablarles. El muchacho está seguro que no van a escucharlo pero Keating parece convencerlo. No hay una escena intermedia que muestre qué cosa hace el muchacho. Al otro día, cuando Keating se le acerca y le pregunta si pudo hablar con sus padres el muchacho le dice que ya lo hizo, se esfuerza por ser convincente Keating asiente e intenta una sonrisa que le queda corta. La mirada tierna y transparente de Williams le ayuda a Keating para ser condescendiente. Peter Weir elige, no sin intuición, que veamos más a Williams actuar lo que siente con respecto al joven. Indudablemente sospechamos que Keating sabía que le estaba mintiendo. Por más que el joven ensaya el mejor de sus gestos alegres, Keating no le ha creído. Ahora que veo la película y sé que Robin Williams está muerto, algo me hace preguntarme si su propia vida no le permitió en ese momento reconocerse en el joven que, igual que él, muchos años después, iba a suicidarse: y que había elegido mentir sobre lo que sentía alegremente. La respuesta puede que sea negativa. Estoy a un paso de afirmarlo tajantemente. Esta afirmación surge de una entrevista que he leído y que protagonizaba al joven tímido. Ethan Hawke tenía 18 años cuando compartió la filmación de La sociedad... protagonizando a Todd Anderson. Al rememorar la filmación Ethan recuerda a Williams como un hombre que irradiaba alegría, que inundaba el set con chistes y ocurrencias, pero no es eso en lo que Williams lo marcó.

Para situarnos en la historia, el profesor Keating les propone a sus alumnos que preparen un poema que deberán leer en voz alta. Para el joven Todd este es el castigo más grande que pueden ofrecerle, el joven es la encarnación de la timidez, Ethan siente la capacidad de hacer el personaje ya que ha estudiado el teatro de Stanislavski y está seguro de estar preparado para internarse en la oscuridad insondable de la timidez humana, sin embargo las intervenciones fuera del guión que hace Wiliams lo perturban, no le permiten tomar el control de su personaje.

En un momento crucial, Keating llama al estudiante a la palestra para que declame, y lo saca del guión, lo mueve, lo perturba, Weir mueve la cámara tras un Williams poseído por el personaje y logra desarmar las estructuras de ese muchacho que no puede decir nada porque todo lo que tiene que decir lo supera. Para quienes observamos la película advertimos que la escena está muy bien lograda. Estamos convencidos que el muchacho fue destrabado por Keating, lo que no sabemos es que Ethan Hawke , el actor, fue destrabado allí por Robin Williams.

Muchos años después, Hawke contaría que esa escena le cambió para siempre su concepción de la actuación, no ya como “la celebración del ego”, sino para dejarse llevar por lo otro, sea esto el personaje o la historia. Son sus palabras estas: “Es algo que he perseguido toda mi vida desde ese día con Robin, es esa manera de perderte a ti mismo. Esa manera de perderse dentro de una historia, una historia que está al servicio de algo mucho más allá de ti. Yo lo sentí en “La sociedad de los poetas”.

Esta confesión nos llena de cuestionamientos a quienes desde algún punto de vista hemos elegido el trabajo artístico. ¿Puede entonces el arte no ser la celebración del ego? Ethan Hawke está seguro de que no. ¿Acaso Robin Williams se perdía también entre sus personajes? ¿Hasta dónde se perdió dentro del profesor Keating? ¿Hasta dónde jugó en el set de filmación junto a una decena de jóvenes que años después continuarían pegados a Hollywood? Podemos preguntarnos algunas cosas más: ¿estaba en el guión original que a la hora de explicar las opciones para interpretar a Shakespeare, Keating imitara a diversos personajes de la historia del cine? La respuesta cae de maduro: No. Fueron participaciones libres de Williams dejándose llevar.

Lo llamativo es que Weir las dejara en la película junto a las reacciones de los actores jóvenes ¿Por qué lo hizo? Lo hizo porque sabía que funcionaba y porque poco importaba si temporalmente imitar a Marlon Brando, haciendo El Padrino era una falla temporal insalvable.

Ver a Williams en La sociedad de los poetas muertos sigue siendo un regalo, incluso en este tiempo, donde la escuela, como institución, parece estar peor que en el tiempo que retrata la película y donde la poesía parece haberse retirado incluso del mundo; tal vez; imagino, esperando un momento propicio para renacer.

El día que Williams murió, y que se supo la noticia de su suicidio Ethan Hawke se recluyó en sí mismo y en soledad repitió el texto que su personaje hizo en La sociedad, es decir, repitió el poema en el que Williams lo hizo perderse de sí mismo y entrar al personaje. Este fue su homenaje.

Coincidentemente, en la película, cuando el profesor Keating es despedido, el personaje de Ethan es quien le confiesa que fueron todos obligados a firmar un documento para despedirlo. Desde la puerta de salida, el profesor Keating sonríe con una profunda tristeza mientras afirma que imaginaba esa situación. Es ahí donde Todd, el muchacho tímido, sin importar que el director del colegio lo cerca, se sube sobre su pupitre para llamarlo con los versos con que el viejo Walt llamó a Lincoln.

¡Oh Capitan! ¡Mi capitán! van diciendo algunos muchachos, mientras Keating observa desde la puerta emocionado y agradecido.

El tiempo ha pasado y, ver la película ayer, me ha hecho recordar a Robin Williams, escribir esto parece ser el modo en que me subo a un pupitre para despedirlo, para decirle gracias por algunas de las emocionantes y vitales cosas que hizo mientras estuvo vivo.

CINE: The last duel / El último duelo

Por: Mónica Heinrich V.

Hay que reconocerle su versatilidad al señorito Ridley Scott, el mismo año que estrena The Last Duel, ambientada en la Francia de 1386, estrenó House of Gucci con Lady Gaga. A sus 84 años, está más activo que nunca. Ya tiene anunciadas también la secuela de Gladiator (#miedito) y una biopic de Napoleón Bonaparte (#ansiedad).

Bien por él.

Lo último que habíamos visto suyo fue la descafeinada All the money in the world (2017) sobre el secuestro de John Paul Getty III y, aunque la película dejaba sabor a poco (me es difícil recordar una escena memorable), las virtudes de Ridley eran más que evidentes.

Ahora, nuestro buen amigo se sube a la ola del #metoo con esta historia afrancesada hablada en inglés. The Last Duel o El último duelo es basada en un hecho real: la violación de Lady Marguerite de Thibouville.

Ben Affleck y Matt Damon escribieron el guion e incorporaron a Nicole Holofcenter para la “mirada femenina”. Así lo dijeron en las entrevistas de promoción, literal. Papitos. A Ben y a Matt se los conoció como dupla creativa cuando eran las jóvenes promesas, los chicos Harvard (bueno, Matt sí fue a Harvard) que escribieron Good Will Hunting (1997). Nicole se hizo notar cuando dirigió y escribió Friends with money (2006) cuya premisa no estaba para nada mal y en la que actuaba Jennifer Aniston. Nicole, además, fue pupila de Martin Scorsese. Pues bien, Ben, Matt y Nicole leyeron el libro de Eric Jager: El último duelo: Una historia real de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia medieval, y lo adaptaron al cine. Según Jager, con un 75% de apego a lo que en realidad pasó.

Ya me conocen, peiné la red buscando el libro en digital y solo encontré el primer capítulo que me hizo darle click a la compra del libro en papel. Si me acuerdo, haré una actualización de esta reseña cuando me llegue y lo lea.

En todo caso, las coincidencias entre la realidad, el libro y la película no tienen importancia si el resultado cinematográfico se sobrepone a todo lo demás ¿Ridley logró esa hazaña?

Ya está claro que la película aborda la violación de Lady Marguerite, el contexto, el hecho y sus consecuencias son vistas desde tres ángulos: La verdad según Jean de Carrouges (el marido), La verdad según Jack Le Gris (el violador) y La verdad según Marguerite de Carrouges (la víctima). Acá se sigue más o menos la fórmula de Akira Kurosowa en la clásica Rashōmon.  La diferencia es que Akira es Akira, y manejó como un malabarista su propuesta. Y Ridley, por su parte, está haciendo una película pipoquera (igual: te amamos, Ridley).

Otro ejemplo más actual es The Affair, esa serie de televisión que tuvo una muy buena primera temporada y en la que veíamos las mismas situaciones desde cada personaje principal. Este truco se puede apreciar cuando está bien ejecutado y no se hace trampas. En el caso de The Affair, en la segunda temporada empezó a hacer trampas narrativas: las percepciones diferentes o interpretaciones personales eran escenas totalmente cambiadas. En The Last Duel, existe cierta coherencia con los momentos y los personajes que los viven/interpretan. Sin embargo, se les dedica más pantalla o pulso narrativo a los problemas de Jean (Matt Damon) con Jack (Adam Driver) y a ese trasfondo del honor, de lo noble, de lo correcto en el mundo masculino. Marguerite (gran Jodie Comer) termina quedando en segundo plano, incluso en su violación y en el momento del duelo. Capaz sea una metáfora más de cómo las mujeres eran ciudadanas de segunda clase y por eso hay una omisión hasta en el planteo de la película. Si esa fue la intención, queda difuso.

machirulos viendo quién la tiene más grande.

El duelo se convierte en el punto culminante de la película. El director ha construido un esquema en el que eso es lo que esperamos: ver cuál de los pequeños hombrecitos logra matar al otro. Tremendo duelo, tremenda secuencia, lo mejor de Ridley Scott surge en la escena más llena de testosterona vacía. Esa “energía” no se siente cuando se intenta darle a la víctima vida interior, y eso que Jodie Comer (Killing Eve) es una actriz fantástica y está muy comprometida con Marguerite.

Participan también Ben Affleck como el disoluto Pierre D´Alencon. Ben iba a interpretar al mismísimo Le Gris para compartir pantalla con Matt, pero por conflictos de cronograma tuvo que conformarse con ser el noble compañero de chupa y farra de Le Gris. Otra sorpresa en el casting es Alex Lawther que interpreta al Rey. A Alex lo hemos visto como protagonista de The end of the f*cking world, reseñada ACÁ

A pesar de los esfuerzos de un casting de altura, la estructura de tres actos se vuelve repetitiva y antojadiza. ¿De qué sirve perder tanto tiempo en las “verdades” de Jean y Jack, si la misma película toma partido inequívoco por Marguerite? Si Marguerite es el principio y fin de la película ¿por qué terminamos conociéndola tan poco y dándole vuelo a la hilacha a los machirulos?

Damisela viendo a machirulos decidir su destino.

El tono general de The Last Duel se vuelve simplista y didáctico, es un tono que busca congraciarse con la coyuntura que exige posiciones y no matices. En el instante en el que busca caerle bien a su platea, subestima su historia y a su público.

Y lo peor es que al final, la película ni siquiera cumple realmente con las exigencias de la coyuntura al estar su personaje femenino opacado. Los guionitas masculinos y la guionista que «aporta la mirada femenina», deciden omitir en La verdad según Marguerite el verdadero relato de la asquerosa violación que describió en los papeles oficiales existentes. Una violación en la que participa activamente el ayuco de Le Gris y en el que incluso le ponen un sombrero en la boca. 

La cámara del polaco Dariusz Wolski, habitual colaborador de Ridley, nos pinta con elegancia y belleza los inviernos franceses, las orgías tontas de la nobleza y los lúgubres castillos que habitaban las damas a las que se ofrecían en matrimonio como trueque de títulos y bienes. Dariusz se luce en el ya mencionado duelo. Con una maestría propia de su experiencia contenemos el aliento ante cada sangrienta embestida. Al igual que la mal llamada “plebe”, exhalamos con su conclusión. La burbuja se rompe y Ridley sabe que después del duelo queda muy poco para decir. El plano final de Marguerite me pareció innecesario, una nota disonante que se agrega a las pequeñas disonancias que la película carga.

Ridley nos contó tres «verdades» y muchos crímenes. El gris azulado que elige para pintar su película contrasta con las antorchas y velas que iluminan escenas clave. De toda la sangre derramada por machirulos varios, de todas las espadas que cruzaron los machirulos, de todas las cosas que se dijeron en tono de discurso aleccionador, lo mejor fue la mirada de Marguerite cuando el duelo de machirulos estaba en su momento clímax. Esa mirada que mezcló el miedo y la impotencia.

Lo mejor: engancha y Jodie Comer hace una gran performance de la sufrida Marguerite Lo peor: confusa en sus propósitos y difusa en sus resultados La escena: las preguntas de si Marguerite había tenido placer o no cuando cogía con su marido, y claro EL DUELO Lo más falsete: el tiempo perdido en las «verdades» machirulas  El mensaje manifiesto: a veces omitir puede convertirse en matizar o sugerir El mensaje latente: omitir es omitir El consejo: para ver una tarde de lluvia tropical con pipocas Zebra El agradecimiento: por la actividad y versatilidad del gran Ridley.

CINE: The Matrix Resurrections/ Matrix Resurrecciones

Por: Mónica Heinrich V.

Recuerdo cuando vi Matrix en el extinto cine Florida. Sus gradas me parecían gigantescas. Ahora, uno pasa por ahí y se da cuenta que eran chiquitas, capaz diez escalones. El tema es que cuando fui a ver The Matrix, llegué tarde. Bueno, no llegué tarde. Llegó tarde la persona con la que la iba a ver. Errores del programa.

Y recuerdo, como si fuera ayer, cuando mi versión adolescente matrixiana entró al cine que ya estaba a oscuras y el señor Anderson (Keanu Reeves) estaba en su cubículo viendo cómo el Agente Smith (Hugo Weaving) iba a por él. Y el tono verdoso de la corrección de color me gustó y muchas cosas me sorprendieron y el empute que tenía por llegar tarde y no poder ver los trailers se disolvió rápidamente y me sumergí en esa cosa fantasiosa que plantearon los (entonces) hermanos Wachowsky y aprecié todo: la propuesta, los efectos especiales y la premisa principal: (perdón por los puntos seguidos de puntos seguidos) los humanos alimentábamos a las máquinas que habían creado un mundo ficticio en el que vivíamos sin darnos cuenta.

Al señor Anderson le ofrecieron la posibilidad de salir a través de pastillitas rojas y alusiones chotas a Alice in wonderland. La pastilla roja lo convirtió en Neo y lo introdujo a un mundo turbio, donde se comía mal y se vivía peor. Borges ya lo dijo: Cómo cesan los sueños cuando sabemos que soñamos.

The Matrix no fue mi película favorita de esa época, pero la respeté. No sé dónde leí que: Lo que importa aquí es la forma y el ritmo. ¡Salud!

Al final de esa Matrix, Trinity (Carrie Ann-Moss) le dijo a Neo que lo amaba mientras yo gritaba descontrolada y atragantada de pipocas: NO, ESO NO. ¿Para nada más aceptaron la pastilla roja?

Cojudos.

Eso significó convertir una película que tenía un postulado interesante, hasta filosófico existencial (dentro de la tónica de video-juego que manejaba) en una telenovela donde todo orbitaba alrededor del amor de la parejita.

Luego, vi la Matrix recargada y, como corolario, vi a la Matrix revolucionar. ¿existe alguna pastilla que pueda borrar esas huevadas de mi memoria?

Sí, de verdad, cómo cesan los sueños cuando sabemos que soñamos.

Y acá, después de tantas lunas, después de lo que hemos sufrido en la Pandemia, hicieron resucitar a la Matrix. Y los hermanos Wachowski ya no son los hermanos Wachowski y es Lana Wachowski la que decide escarbar esa tumba y levantar ese muerto hediondo. Y lo último que pensé (con cierto rencor y embeleso) de la Matrix original fue que el verdadero anti sistémico era Smith. El rebelde, el insurrecto, era ese Smith que quedó fuera de la Matrix y fuera de los humanos y que iba por la libre. Neo tranzó con las máquinas. Neo dijo: dejen que yo me ocupe de Smith y que los míos sobrevivan. Política de manual. Tránsfuga. Los aceptadores del vaso medio lleno dirán: es que se sacrificó, hizo lo que tenía que hacer. Claramente, The Matrix: Resurrections nos dice que no. Que nada valió la pena. Que envejecieron/envejecimos quichicientos años al pedo y que la resurrección es una jodita para Marcelo Tinelli.

Hola, no es igual, pero es lo mismo

Pensamiento marginal: Solo hay una ficción en la que la resurrección funciona.

Pues Lana se unió a David Mitchell (escritor de la pajera Cloud Atlas) y a Alexander Hemon (escritor de The Lazarus Project) para guionizar esta nueva versión. Los tres juntaron sus cabecitas y se dieron cuenta que la Matrix daba pa todo y que si el actor Hugo Weaving (que interpreta al Agente Smith)  no podía participar porque estaba haciendo teatro, no importaba y que si no les daba la gana de invitar a Lawrence Fishburne (que interpretaba a Morpheus), estaba más que bien. Se podía resolver.

No se les subieron los rubores al rostro con la aparente muerte de Trinity en la última entrega. Recordemos que el Arquitecto le dijo a Neo que todo lo que sucedía en la Matrix ya había sucedido antes y que hasta la profecía del elegido y la misma pitonisa eran parte del loop. Que los Neo aparecían y desaparecían para tener los mismos dilemas, las mismas disyuntivas. Que las Trinitys siempre hacían el mismo infame papel, el de la tipa enamorada del elegido.  Así, cuando vi a la Matrix resucitar, pude gritarle a la pantalla con la boca llena de pipocas y rencor: “Es el loop eterno, soltá o saltá, Trinity”.

En la nueva/vieja Matrix, Neo ha vuelto a ser el señor Anderson. Un tipo con problemas de depresión y con delirios que lo llevaron a querer botarse de un edificio. Oh, pastillita azul. Lleva años haciendo terapia y es famoso por ser el creador de un videojuego de culto llamado…wait for it: The Matrix. Las auto referencias llueven como chucherías de piñata mexicana. En esos primeros minutos pensás: Alguien ha visto demasiadas veces Deadpool. Pero aceptás el asunto, porque recordar es volver a vivir.

Luego, aparece un Morpheus (Yahya Abdul-Mateen II) que no es Morpheus (nuestro Lawrence Fishbourne) pero que dice ser Morpheus y, claro, otra vez la chacota de la pastilla roja o azul.

Sumergida en las profundidades de la Matrix está Trinity (Carrie Anne Moss) que ya no es Trinity sino Tiffany y que tiene encuentros esporádicos con Neo en un café. La Matrix no pudo resolver separar a esos pobres cojudos, ni siquiera separar sus nidos de alimento humano.

El juego de me desconecto y trato de luchar contra la Matrix se reinicia.

Neo, esta pastillita roja te llevará a un mundo de mierda y con esta pastillita azul serás un famoso y multimillonario diseñador de video-juegos.

Aparece un Agente Smith (Jonathan Groff) que no es el Agente Smith (Hugo Weaving), pero que dice ser el Agente Smith. Todo es chabacano, complaciente y…fumado. Más que pastillas podría pensarse que hay hierbas psicotrópicas a la vista.

Cuando la Matrix se recargó o revolucionó hubo momentos que por lo menos a nivel estético nos pagaron la entrada. En esta intentona de revival, el desfibrilador que resucita la saga se atascó o hizo cortocircuito. El muerto, muerto está.

El final es otra chacota. Una burla a la esencia matrixiana. El Analista (Neil Patrick Harris AKA Barney Stinson) es el nuevo Arquitecto y enfrentará a la parejita reencontrada (Neo y Trinity). Los diálogos finales traicionan toda la seriedad con la que la Matrix parecía a punto de colapsar en la trilogía original. Hay humor, nostalgia y cosa lúdica donde antes se jugaba el supuesto destino de la humanidad.

Lo que importa es que vos y yo estemos juntitos de la mano para amarnos más.

Quizás los 23 años pasaron también para algunos espectadores que observarán con cierta estupefacción cómo Trinity vuela porque sí y Neo es incapaz de elaborar una frase que tenga algo de sentido o inteligencia, lo que le hace un flaco favor a Keanu Reeves (te amamos, Keanu) que no es el mejor actor del mundo.

Ni siquiera la colorimetría sigue la tónica de sus antecesoras. Ahora tiene un toque videoclipsero millenial que nos hace ser conscientes que los personajes y el equipo técnico fueron realmente abducidos por la Matrix 2021.

Los aceptadores del vaso medio lleno dirán: Es que se burla de sí misma. Es metacine. Se convertirá en película de culto.

Criaturitas del señor, solo puedo decir: Control +Alt+ Supr o Command+delete. 

Lo mejor: recordar es volver a vivir Lo peor: desordenada, dispersa y se aleja de su esencia La escena: la charla final con el analista Lo más falsete: la ondita «positiva» y lavada de esta matrix El mensaje manifiesto: hay que firmar un compromiso de no resucitación El mensaje latente: siempre hay alguien que se pasa por el traste ese compromiso El consejo: verla como cuando se va a un reencuentro de promo El agradecimiento: por Keanu. Siempre.

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