Desde los 90s que no veíamos a este David Cronenberg. Concretamente desde eXistenZ (1999). Y cómo lo extrañábamos. Me atrevería a usar más el término brasilero saudade, esa suerte de melancolía y nostalgia por algo que te ha dejado un vacío. ¿Se puede tener saudade por un cineasta? La repuesta es sí. Yo sobrevivo con múltiples saudades de ese estilo.
Me hacía falta el Cronenberg juguetón, el arriesgado, el que se embarcaba en proyectos raros y hasta esperpénticos. Eso no quita los méritos de su etapa de no terror-bichos-bodyhorror que nos ha dado cosas como Una Historia de Violencia (2005). Pero, uno tiene su corazoncito cinéfilo y a veces, solo a veces, nos sumergimos en la perentoria idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Crímenes del futuro está situado en algún momento del futuro. Ese que durante la Pandemia sonaba tan incierto. Ese futuro donde el cambio climático y la vida hicieron lo suyo. Ese futuro donde el cuerpo humano empezó a desarrollar espontáneamente órganos desconocidos que amenazan las vidas de sus dueños. Ese futuro donde la humanidad está privada del dolor corporal y lo añora. Ese futuro donde hay un nuevo humano, uno que directamente no puede deglutir comida sino que necesita plásticos y cosas sintéticas. Ese futuro donde además hay una nueva relación sexual, el placer que nace del bisturí.
El cuerpo de Saul Tenser (Viggo Mortensen) sufre de Síndrome de evolución acelerada y genera nuevos órganos desconocidos con regularidad, Caprice (Lea Seydoux) lo acompaña en performances artísticas en las que ella extrae el órgano ante los ojos, cámaras y celulares de un público fascinado y morboso. Como historia paralela, Lang Dotrice (Scott Speedman) sufre por la muerte de su hijo al que la madre asesinó por ser un monstruo. Dotrice se ha convertido en una especie de líder de eso que el resto de los humanos trata de combatir.
Cronenberg, que también escribe el guion, no siente necesidad de echar luz sobre el contexto o lo que llevó al mundo a esa situación, aunque el mensaje casi de panfleto medioambientalista salta más que un conejo Duracell. Fiel a su estilo, se apoya en una dirección de arte en la que destacan los implementos (silla, cama, etc.) que usa Saul para conseguir manejar el dolor al dormir, al comer o para ser exhibido mientras le extirpan cosas del cuerpo. De hecho, gran parte de la película se sostiene por esas escenas, que son las más trabajadas a nivel narrativo y conceptual.
El espectador que ya conoce el cine cronenbergiano sentirá el deja vu, la mente pendeja viajará a otras historias, a otras caras, a otros momentos que el cine de Cronenberg nos ha dado. Eso no necesariamente será negativo, la autoreferencia puede funcionar y en este caso ayuda a que sigamos el curso de la historia porque lo extrañábamos (¿ya quedó claro eso?) y queremos ver hasta el final qué nos va a regalar.
En Crímenes del futuro se pueden admirar más los detalles. El humor con el que se introducen al director del Registro Nacional de Órganos o RNO, Wippet (Don McKellar) y a su titubeante asistente Timlin (Kristen Stewart), las paredes descascaradas de la oficina burocrática en la que intentan llevar registro de cada órgano nuevo del que tienen conocimiento, el hombre lleno de orejas, el concurso de Belleza Interna, hay muchas buenas ideas sueltas flotando alrededor del tema principal. En la revolcada cae también el arte como objeto de vouyerismo y de narcisismo galopante. Los límites que se cruzan en su nombre.
Obviamente que su casting ya paga el visionado de la película, un Viggo Mortensen al que amamos desde Una Historia de Violencia (2005), la francesa Lea Seydoux que siempre será nuestra Adele, un sorpresivo Scott Speedman al que en sus épocas de galán de serie ñoña juvenil (Felicity) nunca imaginamos encontrarlo en una película de David Cronenberg, y, claro, Kristen Stewart que ha dejado de ser la insulsa Bella Swan para convertirse en una actriz seria.
A pesar de tener todo para ser un peliculón y de ser un guion desarrollado a lo largo de veinte años, algo falta para que termine de cuajar. Estamos ante un globo que en sus escenas iniciales se infla grande y voluminoso, y que luego sale escupido al firmamento. Tiene que ver con que los elementos periféricos como la historia de Dotrice, el policía, lo del RNO o las dos tipas técnicas de las máquinas, no tienen casi ningún asidero narrativo real más que aportar algo de color a la historia. Por eso, cuando la película avanza, muy bellamente, por cierto, se desluce hasta el más que anunciado final.
Crímenes del futuro pretende ser una admonición desde su título. Esa admonición se desenvuelve durante toda la película: los viejos temas de los viejos humanos persisten; el otro, el diferente, será aquel al que hay que censurar, cazar, eliminar; o como decía Shakira cuando era una juvenil y morocha compositora: lo que no se quiere se mata.
El humano del futuro no es muy diferente del humano del pasado o del presente.
Capaz la mayor debilidad de la película es que llega algo tarde, este mismo guion hace unos 10 años se sentiría mucho más transgresor que ahora. Aunque qué es la transgresión sino una impostura más que pretende dar la ilusión de singularidad.
La belleza, la oscuridad, y las capas que se pueden abrir a raíz de Crímenes del Futuro, pucha que se agradecen. Y, claro, es una película de David Cronenberg (nuestro extrañado y amado David Cronenberg) con eso basta y sobra. ¿O no?
Lo mejor: Es Cronenberg Lo peor: algo le falta para redondearla y hacerla más sólida Lo más falsete: algunas escenas pegadas con moco como la de las técnicas asesinas o la del policía El mensajemanifiesto: Estamos enfermando al mundo El mensaje latente: porque nosotros somos unos enfermos La escena: las de la máquina de la autopsia, y la del señor de las orejas El personaje entrañable: el niño come plástico El personaje emputante: Dotrice, por inútil El agradecimiento: porque Cronenberg existe.
Amig@s, planeaba subir las nominadas al coso dorado por enviones, pero el sistema no me permite producir mucho fuera de la matrix, así que acá va todo sin anestesia y en orden aleatorio. Amén.
CODA
Ya. CODA es una película amable, inclusiva, genérica. Podría ser la Miss Simpatía de un concurso de belleza. Sabemos que no va a ganar el coso dorado a Mejor Película, pero ahí está. Un poco jodiendo la lista de mejores películas, un poco siendo Macedonia del Norte contra Italia. Lo más importante (para el qué dirán) es que le chisguetea diáfanas gotitas de diversidad a una Academia que suele ser un desierto árido e inhóspito en ese apartado. Nótese el diminutivo de gotitas, como si salieran de esos dispersores que nos colgábamos en el cuello con alcohol (y sueños, y esperanzas, y miedos repetitivos e inútiles) para evitar el COVID.
El tema es que agarré CODA en Prime Video. Le hice lance mucho tiempo porque ya el poster me daba un poco de repelús, demasiada felicidad y armonía ante mi ajada humanidad, era como un episodio de la extinta 7th heaven o de Fuller House. Otra cosa que hacía que fingiera que “no nos conocemos” era mi experiencia con su directora/guionista Sian Heder y su anterior película: Tallulah. Así es, no miro sinopsis, pero busco prontuarios. Si pienso en Tallulah marco algunas casillas mentales: amable, inofensiva, genérica. Y puede que el gran público, la gente de bien, encuentre esos atributos más que aceptables: no es mi caso. Sacrifíquenme al amanecer.
CODA nos cuenta la historia de Ruby. Ruby es una adolescente oyente. Este dato es necesario recalcarlo porque su papá, su mamá y su hermano, no lo son. Ajá, ya adivinaron el conflicto. Familia sorda, hija oyente (CODA: es el acrónimo de ‘Child of Deal Adults’ por el que en Estados Unidos se conoce a una persona que ha sido criada por uno o más padres sordos y significa exactamente eso, “hijo de padres sordos”) que está creciendo y buscando su camino, decisiones que tomar, ajustes que hay que hacer, la vida siguiendo su cochino camino. O, en la premisa de la película, su sabio camino.
Como no puede faltar en este tipo de guiones genéricos, amables, inclusivos, hay obstáculos que sortear. Ruby tiene un talento que quiere desarrollar, pero sus particulares condiciones familiares se interponen. ¿Será la pequeña y dulce Ruby capaz de cumplir sus sueños? ¿La divertida y carismática familia podrá seguir adelante? ¿Las dificultades que enfrentan como parte de la comunidad sorda son insalvables?
Solo hace falta mirar el póster para responder esas y más preguntas.
Lo que saca a CODA un poco de su aire de telefilm de media tarde de domingo sin Champions, es la más que lograda actuación de Troy Kotsur (Frank Rossi) nominado también a Mejor Actor de Reparto. La ya ganadora del Oscar, Marlee Matlin (Jacki Rossi), Daniel Durant (Leo Rossi) y Emilia Jones (Ruby Rossi), logran que cuando uno termine de ver ese desfile de lugares comunes y escenas condescendientes, no nos arrepintamos y no hagamos la gran Phoebe Buffay: ¡Mis ojos, mis ojos! Eso, muy a pesar de tener que fumarnos a Eugenio Derbez (cosas así, son difíciles de perdonar, Sian). También se valora lo que la Academia astutamente explota, el hecho de que se presente una problemática relacionada con una comunidad (los sord@s) generalmente omitidos de cualquier tipo de historia en la pantalla gigante.
No quiero hablar del final, porque al igual que todo en esta película se adivina con el póster. Solo decir que me fatiga (#doña) que se cante en una película (escena de la audición) si no va a ser la súper mega escena de voz, de interpretación, de algo, si no sucede esa magia me dan ganas de gritarle a la pantalla: Toma tus cuchillos y vete.
Lo mejor: se deja ver, es inclusiva Lo peor: amable, inofensiva, genérica La escena: cuando Papa Troy le pone la mano en la garganta y le pide que cante para saber de qué carajos hace tanto alboroto, única secuencia que me conmovió Lo más falsete: la audición en Julliard. Sí, sure, gringuitos. El mensaje manifiesto: los sueños hay que cumplirlos El mensaje latente: el universo conspira coelhianamente para que los cumplás El personaje entrañable: La familia entera, que en la vida real es sorda El personaje emputante: el profesor (O sea: DERBEZ y el boludito que cantó con ella El consejo: : mirala si sos gente de bien El agradecimiento: Por los buenos actores que tiene.
Nightmare Alley / El callejón de las almas perdidas
Ah, Guillermo. Cómo me cae bien este gordo. Si empiezo a marcar casillas mentales para El Callejón de las almas perdidas, se me ocurriría: interesante, oscura, plástica.
Dos de tres no está tan mal.
Por un breve instante de estupor (y boludez) pensé que vería una huevada similar a The Shape of Water (reseñada ACÁ). La culpa la tuvo la introducción machacona que hicieron del “monstruo”, ya lo veía a Bradley Cooper yendo a llevarle comidita, a charlar sobre la insoportable levedad del ser, a ayudarlo en su huida y quizás intercambiar uno que otro fogoso beso en el agua.
La película se basa en el libro homónimo de William Lindsay Greesham (en PDF ACÁ) que lógicamente me descargué y leí con entusiasmo porque me quedé un poco picada/conflictuada con la película. Ya entraremos en la característica piscina séptica de libro vs película, mientras tanto quiero contarles de qué va todo:
Estamos en los inicios de la segunda guerra mundial, la gente se mata o muere cruzando el charco y en Gringolandia todos siguen con sus vidas (guiñito). Uno de esos gringos es Stan (Bradley Cooper) fulano medio turbio que consigue trabajo en un carnaval, un espectáculo itinerante que tiene: el ya mencionado monstruo, el enano, la chica eléctrica Molly (Rooney Mara), y otros números variopintos. A Stan le empieza a interesar el acto de Zeena y Pete. Una pareja que se sirve de trucos para que el vulgo crea que son psíquicos o mentalistas. #amigosdénsecuenta. Cosas cuestionables pasan y Stan se cruza al lado oscuro, porque la gente puede ser muy cojuda. Más adelante entrará en acción el personaje de Cate Blanchett (la doctora Ritter) y ya a ese punto es oscuridad total, porque, de verdad, la gente puede ser muy pero muy cojuda.
Algo sucede con la película de Guillermo que no termina de cuajar. Tenemos el escenario, la historia, las estrellas rutilantes que interpretan los personajes, pero este es un noir descafeinado, una chicha sin azúcar, un J Balvin subiendo fotos de Gandhi rezando.
El guion escrito por Guillermo del Toro y por la debutante Kim Morgan, no consigue ponerse a la par ni de su versión literaria ni de la primera versión de la película que se hizo en 1947 (que me vi entre gallos y medianoche sin reprís de la Champions). El diseño de producción es perfecto, la fotografía de Dan Lautsen (te quiero, Dan) es perfecta, y, sin embargo, a pesar de todo no podemos ser felices. ¿Por qué es tan difícil ser feliz? Sacrifíquenme al amanecer.
Luego de ver la versión en blanco y negro, y de leer las páginas que un atormentado y pre-suicida Greesham escribió, mi conclusión es que Guillermo se distrajo tanto en el diseño de producción que la trama quedó desdibujada y los personajes, sobre todo, el ambicioso y turbio Stan, no tuvieron un peso específico. En el libro, por ejemplo, es fácil sentir antipatía inmediata por un Stan que desprecia al monstruo y que se cree superior a su entorno. En la versión de 1947 teníamos al gran Tyrone Power, que en cada frame le imprimía un subtexto a su personaje. Bradley Cooper hace un trabajo notable, pero el guion está dando tantas vueltas y la fotografía parece tan empeñada en asombrarnos que al final, todo se diluye como pompas de jabón.
El final, más explicado en la adaptación de Guillermo que en el libro, es durísimo, de hecho, hasta ese momento no pensaba leerme la novela porque #repechajes y #eliminatorias, pero terminé buscando la novela y leyéndola.
Igual, entiendo que El callejón de las almas perdidas esté en la lista de las diez mejores del año. Recapitulemos: 1.- Guillermo del Toro (dispersor de gotitas de inclusión latinoamericana) 2.- Perfecto diseño de producción. 3.- Rutilantes estrellas hollywoodenses (Blanchet, Mara, Cooper, Dafoe) 4.- Ashhí es la vida.
Sus posibilidades de ganar el coso dorado son idénticas a las de CODA: Ninguna. Si quizás hubiéramos visto el verdadero rostro de Stan, ese que quería ser gobernador, que estaba dispuesto a pisar a quien fuera desde la página 1, el ser monstruo que todavía no era monstruo y que quería ser parte de los monstruos, otro sería el cantar. Hollywood, sin embargo, se conforma con estos monstruos peso pluma.
Qué flojera.
Lo mejor: perfecto diseño de producción y perfecta fotografía Lo peor: dispersa, desabrida y poco profunda La escena: la risa final de Bradley Cooper, entréguenle un coso dorado o algo por eso Lo más falsete: no termina de cuajar nunca. Dejaron la gelatina de pata fuera de la heladera El mensaje manifiesto: los monstruos, monstruos son El mensaje latente: no disimulés, maquillés o dosifiqués a los monstruos El personaje entrañable: …El personaje emputante: Stan y la loca de la psicóloga El consejo: leé el libro El agradecimiento: Por el libro y por Tyrone Power.
King Richard
Le estuve huyendo, así como al contacto cercano de menos de 1,5 metros. Había varias cosas que me hacían ruido. Era una película acerca de cómo surgieron Serena y Venus Williams y se llamaba King Richard. No pues. La protagonizaba Will Smith, actor al que respeto más por su evidente entusiasmo actoral que por sus resultados en la pantalla. Y, encima, era una biopic. Género engañoso. Es usual que las biografías terminen alteradas para lavar imágenes, limpiar conciencias y granjear simpatías (mi humanidad está muy ajada para esos simulacros). Los nombres de las hermanas Williams como productoras del filme, así lo confirmaban.
Sobre el famoso Richard Williams, recordé que hace añadas surgieron denuncias de violencia doméstica. Su ex esposa, Oracene, terminó en el hospital con las costillas rotas, supuestamente por una “puerta”, aunque los informes policiales dieron cuenta de que no era la primera vez que acudían a un llamado extraño sobre hechos extraños con resultados extraños alrededor de la familia Williams. Más extraño fue el silencio de Venus, presente en el hospital, que no quiso comentar ni sobre la puerta ni sobre Richard.
Pero volvamos a la película, que de Richard (el que no es Will Smith) nos ocuparemos después.
King Richard es una feel good movie, ese tipo de película que te entibia el corazón al ver gente que en teoría no tenía ninguna oportunidad de cumplir sus sueños, cumplirlos y con creces. Es ser testigos de cómo triunfan el trabajo, la disciplina, la persistencia y la convicción.
Lindo.
El guion escrito por el debutante Zach Baylin, transita los tortuosos caminos de la fórmula esperada en una película familiar de superación personal.
Reinaldo Marcus Green firma como director. Esta es la tercera película de Reinaldo, cuya experiencia ha sido más que nada televisiva (First Step, Top Boy, Amend) y que como director cumple, aunque no sorprende.
Will Smith interpreta a Richard Williams, el padre de las hermanas Serena (Demi Singleton) y Venus (Saniyya Sidney), futuras leyendas del tenis. La primera sorpresa es que Will no está tan mal como suele estar. Eso, si no lo comparamos con el verdadero Richard, que es donde notamos que: no se parecen tanto, pero…GRAN PERO: saquen su dispersor de gotitas de diversidad e inclusión hollywoodense doradas.
En la película, Richard está obsesionado. Quiere que sus hijas triunfen en el tenis. Las entrena, las motiva, y dedica gran parte de su tiempo a impulsar ese futuro que avizora. Con él, Oracene (Aunjanue Ellis), y el resto de las hijas, están comprometidos a full con un plan que Williams escribió desde antes que las niñas nacieran. Está claro, porque lo ha dicho el mismo Williams en sus entrevistas, que la primera motivación fue el dinero. Williams vio en la TV que dedicarse al tenis podría darle premios económicos importantes y es así que decidió tener hijos con ese objetivo: ganar premios económicos a través del tenis. Válido, por supuesto. Como válida es también la necesidad de la película de introducir otros elementos que le quiten protagonismo al vil metal: el tenis es un deporte de blancos y ricos, las Williams representarían a cada negro que vería en ellas la oportunidad de triunfar también.
La película comienza, entonces, con los orígenes humildes de las tenistas y con un Richard Williams que, por sus poco ortodoxos métodos, era objeto de burla y bullying de propios y extraños. De ahí, hay una escalera narrativa cuidadosamente construida para que seamos partícipes de los pequeños logros, obstáculos, y fatigas de los Williams en pos del ansiado sueño.
Es claro que sin Williams y sin su obsesión, Venus y Serena no hubieran llegado al mundo del tenis, pero también es cierto que el discurso de “trabajo, esfuerzo, dedicación” sin el talento natural de las chicas hubiera quedado en anécdota. Williams no es el único padre del mundo que sobre exige a sus hijos con la esperanza de que sean artistas, atletas de élite, que se terminen convirtiendo en sostenes económicos de sus familias. La historia está llena de casos como esos, sin ir muy lejos Luisito Rey con Luis Miguel o, en el mundo del tenis, el padre de André Agassi. Permanecen en el anonimato los padres/madres que sometieron a sus hijos a similares experiencias pero que no alcanzaron la cima.
La película elige el camino fácil, incluso cuando retrata a Richard Williams como un abnegado defensor del concepto de familia. Richard abandonó a los cinco hijos que tuvo con Betty Jhonson, una relación anterior a Oracene, pero claro, eso no quedaría bien ante las castas plateas. Sacrifíquenme al amanecer.
King Richard es una película hecha a beneplácito de las excentricidades y culto a la personalidad que cultivó el verdadero Richard. Muestra sus mejores momentos cuando Serena y Venus están en pantalla haciendo historia, gracias y a pesar de Richard. Sus momentos más flojos son esos en los que insiste en mostrar bajo una luz amable a un Richard cuestionable.
Marcus Reinaldo traslada su experiencia televisiva al filme, que termina pareciendo una película más de las tantas que llenan los catálogos de streaming. Sobresale Will Smith, y la garra con la que las niñas actrices interpretan a las hermanas Williams. Nada en su montaje, ni en su estructura, ni en su visión de dirección, hace que sea una película que dejará huella profunda.
Al final, tendremos la postal familiar. La que nos gusta ver. Esa donde la familia queda unida, feliz y triunfando. En la vida real, sobrevive Richard Williams que peleó todos sus bienes en el divorcio de Oracene, que demandó a su tercera y más joven esposa, que dejó un montón de hijos regados, no reconocidos, por todos lados, que sufrió varios derrames cerebrales y que ahora vive recluido con demencia en su lujosa mansión. Un rey sin corona.
Lo mejor: Las niñas Lo peor: condescendiente y lava imágenes cuestionables La escena: el match contra Arantza Lo más falsete: la postal de Richard de hombre abnegado por su familia El personaje entrañable: Las niñas El personaje emputante: King Richard, síEl mensaje manifiesto: la disciplina y el esfuerzo conquistan logros El mensaje latente: los logros tienen su precio El consejo: para ver cerrando los ojitos y fingiendo que Richard no es lo que es El agradecimiento: Por Serena y Venus.
Don´t Look Up
Para mí, es una sorpresa que esta película haya tenido la repercusión que tuvo. O sea, en su momento valoré el trabajo de Adam Mckay en Big Short (reseñada Acá) o su participación en la gran ya no tan gran Succesion (reseñada ACA), pero entre la vida y yo hay un cristal tenue, decía el adorado Pessoa. Y a mí me encanta ver películas, series o leer libros sobre ese cristal estallando en mil pedazos.
Es así que, en el 2018, mis ojos se detuvieron en la serie Salvation (disponible en Netflix). ¿La trama? Un estudiante ñoño-nerd descubre que un meteorito se estrellará en seis meses en la tierra y la destruirá por completo, corre a contárselo a su profesor (que desaparece misteriosamente) llega a contárselo al gobierno americano y termina aliándose a un millonario gurú de la tecnología. Comprenderán que No mires arriba no significó ninguna sorpresa sino un déja vù de algo que abandoné a media temporada cuando sacan plutonio de un lugar secreto como si hubieran ido a comprar un Pilfrut.
En la versión de Mckay, la señorita Kate (una cerquilluda Jennifer Lawrence) descubre que un meteorito se dirige hacia la tierra y que el impacto será catastrófico, corre a contárselo a su profesor, Randall Mindy (Leonardo Di Caprio, que en teoría era la propuesta inicial para interpretar al Stan de Guillermo del Toro) y juntos intentan lograr alguna acción por parte de la presidente americana Janie Orlean (Meryl Streep).
La parodia que se cree muy inteligente, irreverente y edgy, presenta a la primera presidente mujer americana como a una tipa frívola y boluda que causa la destrucción de la humanidad. Ok. Te lo compro, Mckay. Lo que no compro es lo tan en serio que la película se toma a sí misma, tomando en cuenta que está planteada desde el humor.
Los presentadores de televisión carroñeros, los milicos torpes, los funcionarios ineptos, el ombliguismo americano de que si existe realmente un meteorito dirigiéndose a la tierra serán los que tengan en su poder salvar a la humanidad o no ¿es parodia/crítica o cliché? Ya cuando aparece Timothée Chalamet para que las estrellitas estrelladas sigan desfilando antes que el meteorito se estrelle, había perdido el interés. Sacrifíquenme al amanecer.
Sin embargo, la terminé de ver, y pude disfrutar de su mejor secuencia que es cuando se sientan a cenar y conversan y los personajes parecen personas reales como vos y como yo esperando tranquilamente la muerte. Lo demás es un arrejunte de sketches, que funcionan algunos más que otros (¡el milico les cobró los snacks!) y que nos pueden hacer sentir conectados con una realidad irreal: que somos precisamente el tipo de persona que mira hacia arriba (ternurita), mientras los borregos están con la cabeza en el piso.
Permítanme dudar.
Lo mejor: Tiene una idea base interesante y algunos sketches funcionan Lo peor: se toma demasiado en serio a sí misma La escena: la de la cena final Lo más falsete: su supuesta originalidad e irreverencia El mensaje manifiesto: Mirá hacia arriba El personaje entrañable: … El personaje emputante: todos y cada uno de ellos El mensaje latente: hay muchos sitios a los cuales mirar El consejo: Flogene Relax Forte El agradecimiento: por la escena de la cena.
West Side Story
West Side Story (de 1961) es considerado el mejor musical filmado nunca. Podríamos debatir sobre si era “problemático” que los actores que interpretaban a latinos (incluida Rita Moreno) tuvieran que pasar por un proceso de maquillaje larguísimo para oscurecerles la piel u otros detalles que ahora la harían ver muy “este pendejo es racista y no lo sabe”, pero como lo que nos atañe es la versión 2021, vamos pa allá.
Decía que West Side Story versión 61 entró a los anales del cine como el mejor musical de todos los tiempos.
¿Por qué harías un remake de algo que supuestamente es lo mejor de lo mejor del mundo mundial? ¿Por qué, amigo Steven Spielberg, por qué?
Quizás sea porque él no necesita ser chisgueteado con gotitas inclusivas, quizás sea porque tiene a toda la industria detrás celebrando cuando nos lanza sus manzanitas al pasto, lo mismo sea La lista de Schlinder que War Horse. Quizás sea porque puede, y el que no, que se siente y lo aplauda.
Clap clap clap.
El buen Steven tomó el desafío de igualar, sobrepasar o reversionar la West Side Story sesentera. A su favor, diré que el señor sigue siendo un maestro del espectáculo, hace del cine eso que Hollywood siempre ha ponderado. Hermoso diseño de producción, hermoso vestuario, hermosas coreografías, hermosa adaptación de los temas musicales, hermosito todo. Nada que reclamarle a un señor (es que sos un señorón Steven) que ya dejó lo que tenía que dejarnos en el paseo de la fama del Hollywood Boulevard en Los Ángeles.
Lamentablemente…seh…ahí les voy…sacrifíquenme al amanecer…Lamentablemente, eso no alcanza para que esta propuesta se quede en nuestra mente y en nuestro corazón.
La obra original de Jerome Robins se basó en el clásico de Shakespeare: Romeo y Julieta, y Spielberg contrató a su colaborador habitual Tony Kushner para guionizar esta nueva versión.
Dios, qué mal ha envejecido la trama.
Estamos en un barrio del Upper West Side newyorkino. Un grupete de gringos blanquitos tiene su pandilla llamada los Jets, unos mini-skinheads de medio pelo surgidos de las profundidades mismas de los deshechos del sueño americano. Como antagonistas están los Sharks, un grupete de puertorriqueños que también forman su pandilla, unos bochincheros de medio pelo, surgidos de las profundidades de los deshechos del sueño americano. Pues el líder de los Jets, Tony (Ansel Elgort), acaba de salir de la cárcel. Estuvo en la sombrita porque casi mató a golpes a otro crispín con el que se peleó. Así que sale de la chirola con aires redentores. Así, conoce a María (Rachel Zegler), una boricua de la que queda enamorado a primera vista y que resulta ser la hermana de Bernardo (David Alvarez), el líder de los Sharks. La tragedia está servida.
En serio, qué mal ha envejecido la trama.
La propuesta binaria de blancos vs latinos, de culturas y territorios enfrentados, de sueños rotos o sueños por cumplir, no estorba hasta que te das cuenta que este chico, Tony, de haberse quedado con la mensa de María la hubiera terminado agarrando a puñetes tarde o temprano. Así es, Tony es un personaje masculino que representa una alerta ambulante (red flag). El chico salió de la cárcel porque casi mató a alguien, dice que no quiere problemas, se enamora de esta chica y luego SPOILER ALERT en medio de una refriega termina matando al que supuestamente sería ¿su cuñado? Sin pensar un solo segundo en cómo le cambiaría la vida a su amada, en cómo afectaría su vida de él mismo, en nada. Luego, en el final, cuando piensa que la mensa de María esta muerta, sale a los gritos a buscar la muerte. O sea, un tipo que no controla sus emociones ni acciones es el galán de la película. De la que te salvaste, María. FIN DEL SPOILER. Y claro, la historia de los sesenta y la de ahora nos venden esa cosa turbia (SPOILERun tipo acaba de matar a tu hermano, el único familiar con el que contás en esa tierra de nadie, y vas y te encamás con él FIN DEL SPOILER) como una relación romántica y que además tiene un comentario social.
Mi ajada humanidad ya no soporta esos simulacros. De verdad.
No obstante, mis ojos sí disfrutaron visualmente todo el despelote, porque la fotografía de Janusz Kaminski puede mostrar a un asesino como galán de Hollywood de una manera bellísima. Nuevamente, qué coreografías, qué vestuario, qué colores. Esta película debe ganar un montón en pantalla de cine.
Quizás en esa misma línea, al trabajo del señor Steven le falta ese ñeque que tuvieron películas como In the Heighs. Cuya potencia de algunas escenas (la de la piscina, por ejemplo) se quedarán para siempre en nuestra memoria y pasarán años y vendrán otros musicales y vos pensarás: sehhh pero no es tan buena como esa escena de la piscina.
Hay que reconocer que (saquen su manguera que chorrea inclusión y corrección política) Steven quiso estar más acorde a las épocas actuales e introdujo personajes (el personaje no binario de Iris Mena, Rita Moreno como la dueña de la pulpería) y escenas a esta versión que la aggiornaron. Además, para seguir la ondita #latinolover, el señor Steven contrató a un equipo mayoritariamente latino y pidió que no subtitulen para los gringos las partes habladas en español para que los dos idiomas tuvieran la misma importancia.
Ay, Steven. De qué les sirve a las flores haber nacido en el campo.
Lo mejor: Un diseño de producción impresionante Lo peor: la historia ha envejecido MUY MAL La escena: la parte de la coreografía de América y algunas escenas del enfrentamiento final Lo más falsete: la relación “romántica” El mensaje manifiesto: cuando los gringos hablan de latinos tienen que redoblar esfuerzos para sus comentarios sociales e inclusivos El mensaje latente: Esos esfuerzos suelen ser en vano El personaje entrañable: Anita y Rita Moreno El personaje emputante: la parejita cursi El consejo: Amigas, tomen las red flags en serio, sino un cojudo puede venir y matarte a tu hermano sin ascos El agradecimiento: por el diseño de producción y su bella fotografía.
Licorice Pizza
Tengo una debilidad por Paul Thomas Anderson. Esa debilidad hace que reciba con beneplácito y amor (mucho amor) cualquier cosa que haga. Ajá, no soy la persona indicada para dar opiniones sobre Paul Thomas. Sacrifíquenme al amanecer.
Así que, cuando empecé a ver Licorice Pizza, mi corazón cinéfilo estaba extasiado con el encuentro entre Alana (Alana Haim) y Gary (Cooper Hoffman). Por muchas razones, algunas de ellas tangibles, otras boludeces que uno piensa cuando ve cosas que le gustan. Entre las tangibles, me gustó el plano donde descubrimos a Alana de espaldas, caminando, las aguas que se prenden en el jardín, Gary en la cola espiando. Me encantó el juego y el uso de los movimientos de cámara. El plano secuencia que acompaña su charla. Perfecto. Entre las boludeces que uno piensa cuando ve cosas que le gustan, encontrarme con que el hijo de Philip Seymour Hoffman (que sigo extrañando) es tan buen actor, reconocer en su cara a su padre, ver en él eso que Simon Cowell calificaría como el factor X, pues sí, también le suma puntos extra a la experiencia.
La película, escrita por Paul Thomas, se basa en la vida de Gary Goetzman, un amigo de Paul Thomas que le contó sus experiencias como actor infantil y como emprendedor adolescente.
Así tenemos a Gary Valentine (Cooper Hoffman), un chico de 15 años que queda prendado a primera vista de Alana Kane (Alana Haim) que a su vez ya cuenta con 25 años. La diferencia de edad no se interpone para que la pareja comience una relación en un principio de amistad.
Licorice Pizza es muchas cosas, es un viaje por los años 70s, una inmersión a la adolescencia en la que todo parece posible (Gary), a la juventud en la que andás perdido (Alana) y no sabés para qué lado jalar. Hay mucha nostalgia, humor y, sobre todo, cine.
La parte racional, si no se tratara de Paul Thomas, diría que después de una primera mitad encantadora, la película redunda en sus artificios argumentales (Alana y Gary están distanciados y pasa algo que los vuelve a unir). La parte racional también diría que Alana está teniendo una relación con un menor de edad. La parte racional, cuestionaría, que se exhiba como una historia de amor, como una cosa tierna la relación construida entre un personaje demasiado volátil (Alana) y otro demasiado intensito (Gary). Lejos de la hermosa fotografía, de la bella banda sonora, desprovistos de los planos perfectos de Paul Thomas, hay más toxicidad que amor romántico en esa relación. La parte racional diría que el cine, una vez más, contribuye a resaltar arquetipos románticos que perpetúan las relaciones tóxicas (Solo vuelvo con vos cuando me va mal, cuando el viejo con el que estoy se caga en mí, cuando me accidento, cuando me usan de pantalla para cubrir una relación gay. Me gustás porque sí, serás mi esposa porque sí. Estarás conmigo, tarde o temprano, porque sí).
Paul Thomas, sin embargo, envuelve su Licorice Pizza de tanto cine que terminás disfrutando lo demás. Disfrutás de ese pequeño papel que hace Bradley Cooper como Jon Peters. Disfrutás de la familia de Alana Kane que en la vida real es la familia de Alana Haim. Disfrutás del cameo del papá de Leonardo Dicaprio (George Dicaprio como el vendedor de las camas de agua) Incluso se puede disfrutar de la presencia de Sean Penn. INCLUSO.
No, no es la mejor película de Paul Thomas. Se dispersa un poco en su camino hacia el final, pero su casting, nuestro recién descubierto y ya adoptado Cooper Hoffman, la suave Alana Haim, el siempre solvente desempeño de Paul Thomas en la dirección, guion, fotografía (co-trabajada con Michael Bauman) son excusas suficientes para verla.
Sus probabilidades de llevarse el coso dorado son bajísimas, casi nulas…pero ¿acaso nos importa? preguntame si me importa. En tu cabeza Taj Mahal seguirá cantando el final de Licorice Pizza:
Baby, get your good times.
Lo mejor: Paul Thomas Anderson, Cooper Hoffman y Alana Haim Lo peor: la parte racional que no me deja ser feliz La escena: cuando están en la cama de agua, cuando corren casi al final, cuando se encuentran, la secuencia con Jon Peters. Lo más falsete: la relación “romántica” El mensaje manifiesto: la adolescencia y la temprana juventud: tierra de boludos El mensaje latente: en retrospectiva, siempre se verá con nostalgia y amor El personaje entrañable: las icónicas camas de agua El personaje emputante: Sean Penn, siempre y para toda la vida: SEAN PENN El consejo: No se pierdan a Cooper Hoffman El agradecimiento: por Cooper Hoffman. Y claro, lo tengo que decir, por Paul Thomas.
Belfast
Ah, Kenneth. Kenneth Brannagh. A Kenneth lo quiero desde siempre (corazón de condominio). Me gusta como actor y lo respeto como director, aunque las películas que ha dirigido suelen mostrar su apego a la puesta teatral, por lo que, a veces, le quedan solemnes e impostadas.
Ya cuando supe que Belfast estaría en blanco y negro, me dije: Uy, problemas.
Desconfío un poco del blanco y negro como recurso estético. Tiene que estar muy, muy justificado, sino ya nomás pienso que el director está con pajas mentales que se sobreponen al producto final.
Las gentes de bien dirán que esas pajas pueden ser MIS pajas mentales, interpretaciones subjetivas de alguien cuya humanidad está ajada y que no puede ser feliz. Sacrifíquenme al amanecer.
Así y todo, con mis pajas mentales que esperaban las pajas mentales de Kenneth, me senté a ver Belfast.
El inicio con las tomas de la Belfast actual a todo color, fue bonito. Lo vendió tan bien que me dieron ganas de ir a Irlanda (sí, sure, gringuitos). Luego, vino el cambio de color con el tilt up desde el graffiti para transicionar a la Belfast de 1969. Bien jugau, Kenneth.
Toda la secuencia inicial en al que vemos la vida tranquila y juegos de la calle en la que vive Buddy es fantástica. La cámara hace una circular que envuelve a nuestro pequeño protagonista y pum: estalla la hecatombe. Uno, desde su butaca, agradece ese momento especial de alta cinematografía donde ves que Kenneth y Haris Zambarloukos (director de fotografía) se tomaron el trabajo de regalarte algo muy bien preparado.
Buddy (Jude Hill) es un pequeño niño que vive con sus padres en un barrio de Belfast, la icónica ciudad del conflicto entre los unionistas protestantes de Irlanda del norte y los republicanos católicos irlandeses. Caitríona Balfe interpreta a la sufrida mamá de Buddy, que tiene que hacerse cargo de los niños mientras Papá (Jamie Dornan) hace trabajos esporádicos en Inglaterra para tratar de mejorar la situación familiar. Ese turbulento momento histórico será contado desde esta familia. Cómo los afecta, qué hacen al respecto, qué sienten al respecto. Por un lado, por eso se convierte en un relato nostálgico de una era, y puede ser el espejo en el que se miren los desplazados de conflictos similares. Este es nuestro hogar, dice la Mamá de Buddy cuando aún se rehusa a abandonar Belfast. Por otro lado, al observar el conflicto desde el mundo de la familia, lo poco que se muestre del afuera debería tener más peso, me parece.
Kenneth reconstruye sus propios recuerdos para contarnos lo que vemos en pantalla. Y es muy válido. La película fluye en sus primeros minutos de manera natural, pero cuando se empieza a esbozar la amenaza que significa para la familia quedarse, Kenneth pierde el rumbo. SPOILERLa escena del saqueo, cuando Buddy agarra el detergente y la mujer decide regresar justo EN ESE MOMENTO y pasa todo lo que pasa, me pareció tan mal ejecutada a nivel narrativo, de imagen, de tensión, que me desconecté de la película FIN DEL SPOILER. Esas chabacanerías, no, Kenneth.
Luego está la propuesta formal. Me gustó la apuesta por escenas en las que espiábamos a los personajes a través de las ventanas, la fotografía con primeros planos y mucho aire encima del personaje era lindo de ver, las charlas de los abuelos, la gran Judi Dench haciendo lo suyo, ayudaban a generar un impacto emotivo. El capricho de dirección de colorear algunas secuencias para remarcar con la forma lo que ya está remarcado con el contenido, me parecía innecesario.
Sé que muchos encontraron encantador a Jude Hill y lo es, pero su actuación estaba muy cercana a cómo actuaría un niño en una obra de teatro o en una obra de Broadway, por ejemplo: la pataleta cuando le anuncian que hay la posibilidad de mudarse. Y cuando hay ese decibel extra en la actuación, es más difícil olvidar que estás viendo una película.
El final apuntaba a ser esa cosa sutil que debería ser, hasta que Buddy va a despedirse de la niña católica que le gustaba y sale el mensaje a la conciencia en la boca de Jamie Dornan, que termina de enterrar mis esperanzas cinematográficas de un gran cierre.
En todo caso, Belfast es una película hermosa visualmente, que tiene momentos interesantes y bien planteados estéticamente. Lo triste es que, tocando un tema tan duro, y teniendo en sus manos los elementos correctos para sacudirnos el corazón en tiempos de guerra, cuando pensemos en ella pensaremos en Van Morrison y en el detergente Omo.
Lo mejor: Tiene secuencias muy logradas y estéticamente es hermosa Lo peor: pierde fuelle y no consigue ser testigo de su tiempo histórico La escena: la circular del inicio y el baile de Everlasting love que borra de nuestra mente a Jamie Dornan como el pelotudo de Christian Grey. Lo más falsete: que la mamá (que dos escenas antes discutía con el marido sobre que estaban matando niños a la vuelta de la esquina) decida ir a un saqueo, en medio del saqueo, a devolver un puto detergente OMO. El mensaje manifiesto: a veces, el hogar se vuelve insostenible El mensaje latente: el hogar es donde uno y su familia esté El personaje entrañable: a pesar de todo, Buddy El personaje emputante: el pandillero palomillo que lo jodía al papá de Buddy El consejo: se disfrutará más en pantalla gigante y en idioma original El agradecimiento: por everlasting love.
Drive My car
Este es un revoltijo de cuentos de Murakami, y no sé si el famoso escritor japonés quedaría muy convencido del resultado. La víctima es el libro Hombres sin mujeres (2013, en pdf ACÁ). Usé la palabra víctima porque me parece que debe ser fuerte escribir tres cuentos que, aunque tienen un hilo común (hombres sin mujeres), terminan unidos en la pantalla gigante a capricho de un director.
Así es, el director Ryusuke Hamaguche se lanzó a la piscina Murakamiana con varios salvavidas. Drive my car, Sherezade y Kino, son los relatos elegidos para ser adaptados teniendo como historia principal lo que sucede en Drive my car.
Drive my car posee una extensión de unas treinta páginas y Hamaguchi se dio mañas para extender ese relato a tres horas de película. Para eso se alió con el casi desconocido guionista Takamasa Oe. Esta re-escritura recupera los personajes principales: 1) el atormentado actor/director de teatro Kafuku 2) Misaki, la chica que será su chófer ocasional.
En la obra de Murakami es Kafuku quien solicita un chófer, y es su mecánico quien recomienda a Misaki. En la película de Hamaguchi, los encargados de la residencia en la que Kafuku está montando su obra de teatro le imponen a Misaki por políticas internas.
Murakami concibe una historia minimalista que tiene varias capas y que prácticamente se desarrolla dentro del auto como parte de sus charlas con Misaki. Ahí sabremos que es viudo, que perdió a su esposa y a su hija y entraremos a esa cosa densa y oscura que es su conocimiento de las escapadas sexuales de su mujer y su tormento por no comprender mucho de lo que su esposa vivió en sus últimos meses (la mujer murió de cáncer de útero). Ahí también confluyen el duelo por la muerte de su hija (muerta a los pocos días de nacida) y la extraña amistad trabada con el último amante de su esposa, al que Kafuku busca.
Hamaguchi cambia prácticamente todo. Abre su película cuando Otó (la esposa) le cuenta a Kafuku una historia que se le acaba de ocurrir en medio del sexo (todos esos detalles tomados del cuento Sherezade). Kafuku luego la ayudará a que recuerde lo que le contó, porque el vínculo entre la pareja se mantiene gracias también a esos pequeños momentos. La fotografía de Hidetoshi Shinomiya (Farewell Song) transita con elegancia la oscuridad (en la casa de Kafuku, en los bares y en el teatro), los paisajes fríos (en la residencia teatral y en la ex casa de Misaki) con primeros planos de los actores que lanzan textos cargados de dolor.
En el texto de Murakami, una de las obras cumbres de Chéjov: Tío Vania, convive con el relato de manera muy sutil. Es un espejo lleno de subtextos de la situación personal de Kafuku.
Hamaguchi decide hacer el paralelismo más literal, mostrándole al espectador parte del montaje de la obra y haciéndonos partícipes de textos en los que se hace hincapié que a pesar del dolor, a pesar de las desgracias, a pesar de todo, tenemos que seguir viviendo.
Ese tono sentimental ya lo habíamos visto en anteriores trabajos de Hamaguchi, como Asako I & II, una necesidad de contrastar lo turbio con un diálogo que busca la lágrima.
Y el truco le funciona. Hay un clima de nostalgia y pérdida alrededor de Kafuku que engancha al espectador emocionalmente al espectador. La presencia de Takatsuki como el amante de la esposa de Kafuku, que audiciona para su obra y que insiste en tener conversaciones con él, agregan algo de tensión. Una tensión que le hace falta a un guion largo y denso.
Hamaguchi es muy hábil en su puesta en escena, en su presentación de personajes, en envolvernos en su universo. La situación de este viudo y (no hay palabra para definir a un padre al que se le muere un hijo), que además está perdiendo la vista, es bastante desoladora, por eso cuando Hamaguchi, desde el guion y desde su propuesta de dirección, apreta los botones adecuados, el público puede responder con empatía.
El problema, para mí, surge cuando ese botón es apretado varias veces. La trama peca de excesiva, y comienza a redundar en el “estamos rotos” pero hay que “seguir adelante”, convirtiendo los momentos que pueden ser conmovedores, en algo cacofónico. El vínculo dramático que se construye con su premisa se desgasta y llegamos a lugares de la historia en la que podríamos cerrarla y no la cerramos. Sacrifíquenme al amanecer.
Es evidente que esa es la visión de Hamaguchi y ya tenía esos problemas en Asako I & II. El director suele engolosinarse demasiado con sus historias y las estira de manera artificial.
En Drive my car, la sutileza del relato de Murakami es sacrificada. Tanto es el sacrificio, que me parecería más honesto decir que la película está inspirada en relatos de Murakami, a decir que es una adaptación de ese cuento en específico.
Queda, sin embargo, la expresión de Kafuku en el espejo cuando encuentra a su mujer en el sofá (tomado del cuento Kino), queda el primer plano lloroso de Takatsuki contándole el final de la historia de la chica que se cuela a la casa de Yamaga, queda la conversación entre Kafuku y Misaki, la del túnel rojo, cuando asume su culpa y la culpa de Misaki, queda la última escena que vemos del montaje teatral de Tío Vania y queda, sobre todo, la certeza de que algún día…después de miserias y alegrías, descansaremos.
Lo mejor: Está muy bien filmada y la trama inicial llega Lo peor: es excesiva y cacofónica Lo más falsete: el alargamiento medio al pedo de secuencias y diálogos El mensaje manifiesto: algún día descansaremos El mensaje latente: hay que resistir al dolor La escena: la del sofá, la del cuento, la del túnel rojo El personaje entrañable: Kafuku y el perro El personaje emputante: la culpa El agradecimiento: por Murakami.
Por: Mónica Heinrich V. ¿Qué es ser buena persona? Pregunta engañosa. Pregunta abanico. Hay valores, o principios éticos-morales-emocionales que pueden
Al morir ahorcado de una manera que él mismo había planeado, nadie se paró encima de un pupitre para despedirlo. No hubo nadie para repetir mientras se iba: “Oh Capitan, my capitan”. Robin Wiliams había ya atravesado la frontera del humor hacía mucho tiempo, ya no podía ocultar su tristeza haciendo reír a los otros.
Lejos habían quedado esos personajes como el extraterrestre de Mork & Mindy, o el locutor de Buenos días, Vietnam, Christopher Nolan lo había llamado para coprotagonizar con Al Pacino la película Insomnia tomándolo como un actor serio. Ya cargaba el premio sin apellido, pero, sobre todo, había hecho reír a una cantidad muy grande de seres humanos, su sola presencia había traído alegría.
Lo curioso es que esa felicidad que brindó no pudo, al parecer, modificar su profunda tristeza y eligió morir antes del tiempo en que la enfermedad que padecía, le había asignado.
A finales de la década del 80, Robin Williams interpretó al profesor Keating en La sociedad de los poetas muertos. El guionista había recreado los años 50 y después de muchas idas y venidas los estudios eligieron a Robin Williams como protagónico.
Al estrenarse el film, el profesor de literatura que encarnaba era un modelo de una educación que posiblemente se necesitaba. En la Argentina, había apenas 7 años de democracia y abundaban los profesores como el que en la película enseña Latín y repite “Agrícola, Agrícolis”. Keating era todo lo contrario y algunos que habíamos optado por la docencia, entre los que me incluyo, repetíamos ciertos gestos de Williams con la expectativa de construir una sociedad con poetas vivos.
Para mí, el momento más potente de la película sucede cuando Keating se sube sobre el escritorio y con los zapatos puestos observa el aula desde esa altura, desde allí llama a sus alumnos y los convida a pisar la madera del escritorio con objeto de obtener al menos otro punto de vista.
En su momento ver esa escena me produjo estremecimiento. A finales de los años 80, el mundo necesitaba al menos otro punto de vista, 30 años después eso ya no parece ser necesario. Este mundo que parece tener infinitos puntos de vista, solo deja ver dos. A favor o en contra. No aparece la posibilidad de poner un escritorio y subirse encima para confirmar si no hay algo más sobre el horizonte.
Mi hija pequeña me sorprendió hace unos días con una pregunta “¿Papi, vos viste La sociedad de los poetas muertos?”, me incliné a curiosear su interés. En Instagram, me dijo, habían puesto cinco películas que motivaban a estudiar. Nos reunimos a verla. Tenía, mientras la película de Weir comenzaba, la sensación que el film no podría transitar el tiempo de mi hija. Pero lo hizo. Mientras la emoción me sobrepasaba pude verla secarse las lágrimas.
Treinta años después observo otras cosas. Veo a Williams actuar, encarnar a ese profesor entusiasta, y no puedo dejar de pensar: qué le pasaba mientras actuaba. Hay una escena que lo descubre, es el momento en que Neil, el muchacho que hubiera deseado cambiar el mandato familiar y dedicarse al teatro, es encontrado por Keating. El día anterior el joven, visitó al profesor en su cuarto para contarle que amaba actuar y que sus padres se lo prohibían, entonces Keating le pide que les cuente, que no de por sentado nada, que trate de hablarles. El muchacho está seguro que no van a escucharlo pero Keating parece convencerlo. No hay una escena intermedia que muestre qué cosa hace el muchacho. Al otro día, cuando Keating se le acerca y le pregunta si pudo hablar con sus padres el muchacho le dice que ya lo hizo, se esfuerza por ser convincente Keating asiente e intenta una sonrisa que le queda corta. La mirada tierna y transparente de Williams le ayuda a Keating para ser condescendiente. Peter Weir elige, no sin intuición, que veamos más a Williams actuar lo que siente con respecto al joven. Indudablemente sospechamos que Keating sabía que le estaba mintiendo. Por más que el joven ensaya el mejor de sus gestos alegres, Keating no le ha creído. Ahora que veo la película y sé que Robin Williams está muerto, algo me hace preguntarme si su propia vida no le permitió en ese momento reconocerse en el joven que, igual que él, muchos años después, iba a suicidarse: y que había elegido mentir sobre lo que sentía alegremente. La respuesta puede que sea negativa. Estoy a un paso de afirmarlo tajantemente. Esta afirmación surge de una entrevista que he leído y que protagonizaba al joven tímido. Ethan Hawke tenía 18 años cuando compartió la filmación de La sociedad... protagonizando a Todd Anderson. Al rememorar la filmación Ethan recuerda a Williams como un hombre que irradiaba alegría, que inundaba el set con chistes y ocurrencias, pero no es eso en lo que Williams lo marcó.
Para situarnos en la historia, el profesor Keating les propone a sus alumnos que preparen un poema que deberán leer en voz alta. Para el joven Todd este es el castigo más grande que pueden ofrecerle, el joven es la encarnación de la timidez, Ethan siente la capacidad de hacer el personaje ya que ha estudiado el teatro de Stanislavski y está seguro de estar preparado para internarse en la oscuridad insondable de la timidez humana, sin embargo las intervenciones fuera del guión que hace Wiliams lo perturban, no le permiten tomar el control de su personaje.
En un momento crucial, Keating llama al estudiante a la palestra para que declame, y lo saca del guión, lo mueve, lo perturba, Weir mueve la cámara tras un Williams poseído por el personaje y logra desarmar las estructuras de ese muchacho que no puede decir nada porque todo lo que tiene que decir lo supera. Para quienes observamos la película advertimos que la escena está muy bien lograda. Estamos convencidos que el muchacho fue destrabado por Keating, lo que no sabemos es que Ethan Hawke , el actor, fue destrabado allí por Robin Williams.
Muchos años después, Hawke contaría que esa escena le cambió para siempre su concepción de la actuación, no ya como “la celebración del ego”, sino para dejarse llevar por lo otro, sea esto el personaje o la historia. Son sus palabras estas: “Es algo que he perseguido toda mi vida desde ese día con Robin, es esa manera de perderte a ti mismo. Esa manera de perderse dentro de una historia, una historia que está al servicio de algo mucho más allá de ti. Yo lo sentí en “La sociedad de los poetas”.
Esta confesión nos llena de cuestionamientos a quienes desde algún punto de vista hemos elegido el trabajo artístico. ¿Puede entonces el arte no ser la celebración del ego? Ethan Hawke está seguro de que no. ¿Acaso Robin Williams se perdía también entre sus personajes? ¿Hasta dónde se perdió dentro del profesor Keating? ¿Hasta dónde jugó en el set de filmación junto a una decena de jóvenes que años después continuarían pegados a Hollywood? Podemos preguntarnos algunas cosas más: ¿estaba en el guión original que a la hora de explicar las opciones para interpretar a Shakespeare, Keating imitara a diversos personajes de la historia del cine? La respuesta cae de maduro: No. Fueron participaciones libres de Williams dejándose llevar.
Lo llamativo es que Weir las dejara en la película junto a las reacciones de los actores jóvenes ¿Por qué lo hizo? Lo hizo porque sabía que funcionaba y porque poco importaba si temporalmente imitar a Marlon Brando, haciendo El Padrino era una falla temporal insalvable.
Ver a Williams en La sociedad de los poetas muertos sigue siendo un regalo, incluso en este tiempo, donde la escuela, como institución, parece estar peor que en el tiempo que retrata la película y donde la poesía parece haberse retirado incluso del mundo; tal vez; imagino, esperando un momento propicio para renacer.
El día que Williams murió, y que se supo la noticia de su suicidio Ethan Hawke se recluyó en sí mismo y en soledad repitió el texto que su personaje hizo en La sociedad, es decir, repitió el poema en el que Williams lo hizo perderse de sí mismo y entrar al personaje. Este fue su homenaje.
Coincidentemente, en la película, cuando el profesor Keating es despedido, el personaje de Ethan es quien le confiesa que fueron todos obligados a firmar un documento para despedirlo. Desde la puerta de salida, el profesor Keating sonríe con una profunda tristeza mientras afirma que imaginaba esa situación. Es ahí donde Todd, el muchacho tímido, sin importar que el director del colegio lo cerca, se sube sobre su pupitre para llamarlo con los versos con que el viejo Walt llamó a Lincoln.
¡Oh Capitan! ¡Mi capitán! van diciendo algunos muchachos, mientras Keating observa desde la puerta emocionado y agradecido.
El tiempo ha pasado y, ver la película ayer, me ha hecho recordar a Robin Williams, escribir esto parece ser el modo en que me subo a un pupitre para despedirlo, para decirle gracias por algunas de las emocionantes y vitales cosas que hizo mientras estuvo vivo.
Hay que reconocerle su versatilidad al señorito Ridley Scott, el mismo año que estrena The Last Duel, ambientada en la Francia de 1386, estrenó House of Gucci con Lady Gaga. A sus 84 años, está más activo que nunca. Ya tiene anunciadas también la secuela de Gladiator (#miedito) y una biopic de Napoleón Bonaparte (#ansiedad).
Bien por él.
Lo último que habíamos visto suyo fue la descafeinada All the money in the world (2017) sobre el secuestro de John Paul Getty III y, aunque la película dejaba sabor a poco (me es difícil recordar una escena memorable), las virtudes de Ridley eran más que evidentes.
Ahora, nuestro buen amigo se sube a la ola del #metoo con esta historia afrancesada hablada en inglés. The Last Duel o El último duelo es basada en un hecho real: la violación de Lady Marguerite de Thibouville.
Ben Affleck y Matt Damon escribieron el guion e incorporaron a Nicole Holofcenter para la “mirada femenina”. Así lo dijeron en las entrevistas de promoción, literal. Papitos. A Ben y a Matt se los conoció como dupla creativa cuando eran las jóvenes promesas, los chicos Harvard (bueno, Matt sí fue a Harvard) que escribieron Good Will Hunting (1997). Nicole se hizo notar cuando dirigió y escribió Friends with money (2006) cuya premisa no estaba para nada mal y en la que actuaba Jennifer Aniston. Nicole, además, fue pupila de Martin Scorsese. Pues bien, Ben, Matt y Nicole leyeron el libro de Eric Jager: El último duelo: Una historia real de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia medieval, y lo adaptaron al cine. Según Jager, con un 75% de apego a lo que en realidad pasó.
Ya me conocen, peiné la red buscando el libro en digital y solo encontré el primer capítulo que me hizo darle click a la compra del libro en papel. Si me acuerdo, haré una actualización de esta reseña cuando me llegue y lo lea.
En todo caso, las coincidencias entre la realidad, el libro y la película no tienen importancia si el resultado cinematográfico se sobrepone a todo lo demás ¿Ridley logró esa hazaña?
Ya está claro que la película aborda la violación de Lady Marguerite, el contexto, el hecho y sus consecuencias son vistas desde tres ángulos: La verdad según Jean de Carrouges (el marido), La verdad según Jack Le Gris (el violador) y La verdad según Marguerite de Carrouges (la víctima). Acá se sigue más o menos la fórmula de Akira Kurosowa en la clásica Rashōmon. La diferencia es que Akira es Akira, y manejó como un malabarista su propuesta. Y Ridley, por su parte, está haciendo una película pipoquera (igual: te amamos, Ridley).
Otro ejemplo más actual es The Affair, esa serie de televisión que tuvo una muy buena primera temporada y en la que veíamos las mismas situaciones desde cada personaje principal. Este truco se puede apreciar cuando está bien ejecutado y no se hace trampas. En el caso de The Affair, en la segunda temporada empezó a hacer trampas narrativas: las percepciones diferentes o interpretaciones personales eran escenas totalmente cambiadas. En The Last Duel, existe cierta coherencia con los momentos y los personajes que los viven/interpretan. Sin embargo, se les dedica más pantalla o pulso narrativo a los problemas de Jean (Matt Damon) con Jack (Adam Driver) y a ese trasfondo del honor, de lo noble, de lo correcto en el mundo masculino. Marguerite (gran Jodie Comer) termina quedando en segundo plano, incluso en su violación y en el momento del duelo. Capaz sea una metáfora más de cómo las mujeres eran ciudadanas de segunda clase y por eso hay una omisión hasta en el planteo de la película. Si esa fue la intención, queda difuso.
El duelo se convierte en el punto culminante de la película. El director ha construido un esquema en el que eso es lo que esperamos: ver cuál de los pequeños hombrecitos logra matar al otro. Tremendo duelo, tremenda secuencia, lo mejor de Ridley Scott surge en la escena más llena de testosterona vacía. Esa “energía” no se siente cuando se intenta darle a la víctima vida interior, y eso que Jodie Comer (Killing Eve) es una actriz fantástica y está muy comprometida con Marguerite.
Participan también Ben Affleck como el disoluto Pierre D´Alencon. Ben iba a interpretar al mismísimo Le Gris para compartir pantalla con Matt, pero por conflictos de cronograma tuvo que conformarse con ser el noble compañero de chupa y farra de Le Gris. Otra sorpresa en el casting es Alex Lawther que interpreta al Rey. A Alex lo hemos visto como protagonista de The end of the f*cking world, reseñada ACÁ.
A pesar de los esfuerzos de un casting de altura, la estructura de tres actos se vuelve repetitiva y antojadiza. ¿De qué sirve perder tanto tiempo en las “verdades” de Jean y Jack, si la misma película toma partido inequívoco por Marguerite? Si Marguerite es el principio y fin de la película ¿por qué terminamos conociéndola tan poco y dándole vuelo a la hilacha a los machirulos?
El tono general de The Last Duel se vuelve simplista y didáctico, es un tono que busca congraciarse con la coyuntura que exige posiciones y no matices. En el instante en el que busca caerle bien a su platea, subestima su historia y a su público.
Y lo peor es que al final, la película ni siquiera cumple realmente con las exigencias de la coyuntura al estar su personaje femenino opacado. Los guionitas masculinos y la guionista que «aporta la mirada femenina», deciden omitir en La verdad según Marguerite el verdadero relato de la asquerosa violación que describió en los papeles oficiales existentes. Una violación en la que participa activamente el ayuco de Le Gris y en el que incluso le ponen un sombrero en la boca.
La cámara del polaco Dariusz Wolski, habitual colaborador de Ridley, nos pinta con elegancia y belleza los inviernos franceses, las orgías tontas de la nobleza y los lúgubres castillos que habitaban las damas a las que se ofrecían en matrimonio como trueque de títulos y bienes. Dariusz se luce en el ya mencionado duelo. Con una maestría propia de su experiencia contenemos el aliento ante cada sangrienta embestida. Al igual que la mal llamada “plebe”, exhalamos con su conclusión. La burbuja se rompe y Ridley sabe que después del duelo queda muy poco para decir. El plano final de Marguerite me pareció innecesario, una nota disonante que se agrega a las pequeñas disonancias que la película carga.
Ridley nos contó tres «verdades» y muchos crímenes. El gris azulado que elige para pintar su película contrasta con las antorchas y velas que iluminan escenas clave. De toda la sangre derramada por machirulos varios, de todas las espadas que cruzaron los machirulos, de todas las cosas que se dijeron en tono de discurso aleccionador, lo mejor fue la mirada de Marguerite cuando el duelo de machirulos estaba en su momento clímax. Esa mirada que mezcló el miedo y la impotencia.
Lo mejor: engancha y Jodie Comer hace una gran performance de la sufrida Marguerite Lo peor: confusa en sus propósitos y difusa en sus resultados La escena: las preguntas de si Marguerite había tenido placer o no cuando cogía con su marido, y claro EL DUELO Lo más falsete: el tiempo perdido en las «verdades» machirulas El mensaje manifiesto: a veces omitir puede convertirse en matizar o sugerir El mensaje latente: omitir es omitir El consejo: para ver una tarde de lluvia tropical con pipocas ZebraEl agradecimiento: por la actividad y versatilidad del gran Ridley.
Recuerdo cuando vi Matrix en el extinto cine Florida. Sus gradas me parecían gigantescas. Ahora, uno pasa por ahí y se da cuenta que eran chiquitas, capaz diez escalones. El tema es que cuando fui a ver The Matrix, llegué tarde. Bueno, no llegué tarde. Llegó tarde la persona con la que la iba a ver. Errores del programa.
Y recuerdo, como si fuera ayer, cuando mi versión adolescente matrixiana entró al cine que ya estaba a oscuras y el señor Anderson (Keanu Reeves) estaba en su cubículo viendo cómo el Agente Smith (Hugo Weaving) iba a por él. Y el tono verdoso de la corrección de color me gustó y muchas cosas me sorprendieron y el empute que tenía por llegar tarde y no poder ver los trailers se disolvió rápidamente y me sumergí en esa cosa fantasiosa que plantearon los (entonces) hermanos Wachowsky y aprecié todo: la propuesta, los efectos especiales y la premisa principal: (perdón por los puntos seguidos de puntos seguidos) los humanos alimentábamos a las máquinas que habían creado un mundo ficticio en el que vivíamos sin darnos cuenta.
Al señor Anderson le ofrecieron la posibilidad de salir a través de pastillitas rojas y alusiones chotas a Alice in wonderland. La pastilla roja lo convirtió en Neo y lo introdujo a un mundo turbio, donde se comía mal y se vivía peor. Borges ya lo dijo: Cómo cesan los sueños cuando sabemos que soñamos.
…
The Matrix no fue mi película favorita de esa época, pero la respeté. No sé dónde leí que: Lo que importa aquí es la forma y el ritmo. ¡Salud!
Al final de esa Matrix, Trinity (Carrie Ann-Moss) le dijo a Neo que lo amaba mientras yo gritaba descontrolada y atragantada de pipocas: NO, ESO NO. ¿Para nada más aceptaron la pastilla roja?
Cojudos.
Eso significó convertir una película que tenía un postulado interesante, hasta filosófico existencial (dentro de la tónica de video-juego que manejaba) en una telenovela donde todo orbitaba alrededor del amor de la parejita.
Luego, vi la Matrix recargada y, como corolario, vi a la Matrix revolucionar. ¿existe alguna pastilla que pueda borrar esas huevadas de mi memoria?
Sí, de verdad, cómo cesan los sueños cuando sabemos que soñamos.
Y acá, después de tantas lunas, después de lo que hemos sufrido en la Pandemia, hicieron resucitar a la Matrix. Y los hermanos Wachowski ya no son los hermanos Wachowski y es Lana Wachowski la que decide escarbar esa tumba y levantar ese muerto hediondo. Y lo último que pensé (con cierto rencor y embeleso) de la Matrix original fue que el verdadero anti sistémico era Smith. El rebelde, el insurrecto, era ese Smith que quedó fuera de la Matrix y fuera de los humanos y que iba por la libre. Neo tranzó con las máquinas. Neo dijo: dejen que yo me ocupe de Smith y que los míos sobrevivan. Política de manual. Tránsfuga. Los aceptadores del vaso medio lleno dirán: es que se sacrificó, hizo lo que tenía que hacer. Claramente, The Matrix: Resurrections nos dice que no. Que nada valió la pena. Que envejecieron/envejecimos quichicientos años al pedo y que la resurrección es una jodita para Marcelo Tinelli.
Pensamiento marginal: Solo hay una ficción en la que la resurrección funciona.
Pues Lana se unió a David Mitchell (escritor de la pajera Cloud Atlas) y a Alexander Hemon (escritor de The Lazarus Project) para guionizar esta nueva versión. Los tres juntaron sus cabecitas y se dieron cuenta que la Matrix daba pa todo y que si el actor Hugo Weaving (que interpreta al Agente Smith) no podía participar porque estaba haciendo teatro, no importaba y que si no les daba la gana de invitar a Lawrence Fishburne (que interpretaba a Morpheus), estaba más que bien. Se podía resolver.
No se les subieron los rubores al rostro con la aparente muerte de Trinity en la última entrega. Recordemos que el Arquitecto le dijo a Neo que todo lo que sucedía en la Matrix ya había sucedido antes y que hasta la profecía del elegido y la misma pitonisa eran parte del loop. Que los Neo aparecían y desaparecían para tener los mismos dilemas, las mismas disyuntivas. Que las Trinitys siempre hacían el mismo infame papel, el de la tipa enamorada del elegido. Así, cuando vi a la Matrix resucitar, pude gritarle a la pantalla con la boca llena de pipocas y rencor: “Es el loop eterno, soltá o saltá, Trinity”.
En la nueva/vieja Matrix, Neo ha vuelto a ser el señor Anderson. Un tipo con problemas de depresión y con delirios que lo llevaron a querer botarse de un edificio. Oh, pastillita azul. Lleva años haciendo terapia y es famoso por ser el creador de un videojuego de culto llamado…wait for it: The Matrix. Las auto referencias llueven como chucherías de piñata mexicana. En esos primeros minutos pensás: Alguien ha visto demasiadas veces Deadpool. Pero aceptás el asunto, porque recordar es volver a vivir.
Luego, aparece un Morpheus (Yahya Abdul-Mateen II) que no es Morpheus (nuestro Lawrence Fishbourne) pero que dice ser Morpheus y, claro, otra vez la chacota de la pastilla roja o azul.
Sumergida en las profundidades de la Matrix está Trinity (Carrie Anne Moss) que ya no es Trinity sino Tiffany y que tiene encuentros esporádicos con Neo en un café. La Matrix no pudo resolver separar a esos pobres cojudos, ni siquiera separar sus nidos de alimento humano.
El juego de me desconecto y trato de luchar contra la Matrix se reinicia.
Aparece un Agente Smith (Jonathan Groff) que no es el Agente Smith (Hugo Weaving), pero que dice ser el Agente Smith. Todo es chabacano, complaciente y…fumado. Más que pastillas podría pensarse que hay hierbas psicotrópicas a la vista.
Cuando la Matrix se recargó o revolucionó hubo momentos que por lo menos a nivel estético nos pagaron la entrada. En esta intentona de revival, el desfibrilador que resucita la saga se atascó o hizo cortocircuito. El muerto, muerto está.
El final es otra chacota. Una burla a la esencia matrixiana. El Analista (Neil Patrick Harris AKA Barney Stinson) es el nuevo Arquitecto y enfrentará a la parejita reencontrada (Neo y Trinity). Los diálogos finales traicionan toda la seriedad con la que la Matrix parecía a punto de colapsar en la trilogía original. Hay humor, nostalgia y cosa lúdica donde antes se jugaba el supuesto destino de la humanidad.
Quizás los 23 años pasaron también para algunos espectadores que observarán con cierta estupefacción cómo Trinity vuela porque sí y Neo es incapaz de elaborar una frase que tenga algo de sentido o inteligencia, lo que le hace un flaco favor a Keanu Reeves (te amamos, Keanu) que no es el mejor actor del mundo.
Ni siquiera la colorimetría sigue la tónica de sus antecesoras. Ahora tiene un toque videoclipsero millenial que nos hace ser conscientes que los personajes y el equipo técnico fueron realmente abducidos por la Matrix 2021.
Los aceptadores del vaso medio lleno dirán: Es que se burla de sí misma. Es metacine. Se convertirá en película de culto.
Criaturitas del señor, solo puedo decir: Control +Alt+ Supr o Command+delete.
Lo mejor: recordar es volver a vivir Lo peor: desordenada, dispersa y se aleja de su esencia La escena: la charla final con el analista Lo más falsete: la ondita «positiva» y lavada de esta matrix El mensaje manifiesto: hay que firmar un compromiso de no resucitación El mensaje latente: siempre hay alguien que se pasa por el traste ese compromiso El consejo: verla como cuando se va a un reencuentro de promo El agradecimiento: por Keanu. Siempre.
Parece que los gringos se dieron cuenta recién que los Globos de Oro eran amañados. Actores y actrices cuyos agentes expertos en lobby sabían qué wiskis o cuñapés mandar a los capos de la industria, o cuyos estudios hacían la gran Emily in Paris (invitar a los votantes a un hotel de lujo en París todo pagado, con distintas recreaciones incluidas) se mostraron sorprendidísimos porque el mundo había sido un lugar gris (mejor dicho: demasiado blanquito) y hostil.
Déjenme sacarme el barbijo para gritarles: No, mis cielas. No les creo nada.
Pero, bueno, no quiero hablar de todos los festivales y concursos o premios cinematográficos o literarios o musicales en los que se hace y se hará lo mismo, mejor centrémonos en lo importante: El domingo, The Power of the Dog ganó tres de esos amañados/cancelados premios: Mejor Película Drama, Mejor Dirección, Mejor actor de reparto.
The Power of the dog se basa en la novela homónima de Thomas Savage. La novela se publicó en 1967, pasó sin pena ni gloria, vendió pocos ejemplares hasta que el 2001 fue re-editada y re-valorizada. Ese ReRe llegó hasta Jane Campion. A Jane la conocemos por esa elegante y estilosa película que es The Piano. A Jane, después de ganar Cannes por The Piano, le ofrecieron un culo de plata para hacer películas hollywoodenses. A Jane, un agente le recomendó que no lo haga, que la destruiría. A Jane se le ocurrió probar (Holy Smoke) y odió la experiencia. A Jane se le reveló que nunca más haría nada en lo que no se sintiera comprometida.
Es así que Jane leyó The Power of the Dog y se quedó con una imagen en la mente: Peter caminando orondo delante de un montón de tipos que le gritaban marica. Y ahí se sintió comprometida y ella misma adaptó la novela a un guion.
No cabe duda que la versión cinematográfica de The Power of the Dog es visualmente preciosa, de lo mejor que vi este año. La cámara de Ari Wegner (a quien ADORÉ en The True Story of the Kelly Gang) nos lleva de la mano por esos paisajes áridos. Hay muchos primeros planos que ayudan a construir los personajes y los climas. Las pausas, la banda sonora compuesta por Jhonny Greenwood (Radiohead), todo está puesto en el momento justo. Jane mantiene esa elegancia que le vimos en The Piano, es una directora de atmósferas que sabe contar lo que quiere contar.
Recapitulemos con Spoilers: Es 1925. Phil (Benedict Cumberbatch) y su hermano George (Jesse Plemons) se encargan del rancho familiar. Phil ha abrazado su labor/imagen de ranchero o machomen con entusiasmo al punto que casi ni se baña y tiene unas actitudes de mierda con los que lo rodean. En la dupla, la figura dominante es Phil, y George siempre es disminuido al término “Gordito”. A diferencia del estilo rudo de Phil, George es delicado y sumiso. La cosa sigue su curso natural hasta que George posa sus ojitos gorditos en Rose (Kirsten Dunst). Rose es viuda y administra una fonda acompañada de Peter (Kodi Smit-McPhee), su hijo que apenas está saliendo de la adolescencia. Phil desprecia a Peter a quien encuentra afeminado y a Rose a quien considera poca cosa para ser parte de la familia. Eso no frena al gordito que termina casándose a escondidas para llevarse a Rose y a Peter a la casa familiar.
De ahí, suceden varias cosas. Por un lado, Rose recibe un bullying constante de Phil, aunque siendo honestos tampoco es lo peor que un tipo como Phil podría hacer. Eso la lleva a empinar el codo para tratar de aplacar o sobrevivir a sus infelices días. El gordito no se da cuenta de nada y la mayor parte de la película se la pasa por ahí con un solo estado: buenudo. Peter, el hijo “afeminado” que desaparece de la película un buen rato porque en la historia se va a la universidad (quiere ser médico) regresa para notar todo lo que el gordito no nota. Luego pasan más cosas. Para mí ese celebrado final fue demasiado anunciado, y cuando la película terminó quise sacarme algunas dudas de encima, así que me descargué el libro que pueden leer acá: El poder del perro – Thomas Savage.
En la película, segundo UNO, la voz de Peter nos dice que salvará a su madre, porque sino ¿qué clase de hombre sería? (uno que no es asesino ¿tal vez?) En la novela, entramos al relato con: “Phil siempre se encargaba de la castración”. Hay una diferencia sustancial en cómo empezar la historia. En la versión de Jane ya me anunciás lo que va a pasar, ya mi mente sabe que Peter hará algo, y por el tono deduzco que será turbio. En la versión de Savage hay otro tipo de sutileza.
Mi mayor problema con la historia fue el final, la narrativa de Jane Campion lo convierte en una especie de final feliz o de astuta venganza. Me hizo ruido. Ya estoy un poco cansada de que las injusticias que se plantean en una historia de abuso sean resueltas con un asesinato gratuito y que además se celebre. Me pregunté si en el libro, un bullying de mediana intensidad era motivo suficiente para que Peter tomara tales determinaciones, y si tales determinaciones se afrontaban con tanta liviandad.
Y la sorpresa que me llevé es que no. En la novela, Phil también está involucrado indirectamente en el suicidio del padre de Peter. Hay toda una secuencia inicial que nos relata cómo un Peter niño ve a su padre borracho siendo vilipendiado por la gente del pueblo y cómo Phil, en concreto, lo humilla un par de veces. Es evidente que incluso dentro del relato de Savage, la figura del papá de Peter es errática y débil, por lo que concluimos como lectores que, si bien Phil tiene cero empatía y hace gala (una vez más) de su masculinidad tóxica, tampoco podríamos decir “se suicidó por su culpa”. En todo caso, Peter (como personaje) sí podría guardar ese recelo, o Rose, por lo que quedaría más y mejor explicado, cómo ella cae tan rápido en la bebida y parece incapaz de sobrellevar esa nueva vida. Se entiende más, también, el rechazo de Phil a ambos.
Hay otras diferencias que me parecen notables. Las alusiones a Bronco Henry son más sutiles, la homosexualidad de Phil es más sutil. En ese sentido, Phil, tal cual está construido en su versión literaria, no tendría el altar de Bronco Henry con su montura, porque va en contra de esa cosa sentimental que tanto ha intentado evitar. Peter, por su parte, es más retorcido en el libro, su placer en las disecciones de animales es oscuro: tenemos claro que hay un problema en el chico. Sociopático, psicopático, lo que sea. Bajo esos detalles, el final no se antoja a final feliz.
En lo que más discrepo (aunque respeto esa mirada) es en argumentar que El poder del perro es una especie de deconstrucción masculina o de ensayo feminista solo porque lo dirige una mujer o porque hay un machomen exhibido o «derrotado». De un tiempo a esta parte, estos personajes que tienen obvios problemas mentales, son usados como ejemplos de narrativa deconstructiva. En realidad, la historia, tanto la literaria como la cinematográfica, se centra en los arquetipos de siempre: Un machomen abusivo , la damisela en apuros que será rescatada en un inicio por George que se casa con ella y la saca de su vida modesta y luego por Peter que termina asesinando a quien la acosa. La felicidad parece ser una pareja besándose bajo la luna.
Si uno lo analiza bien, incluso Phil, el villano gay, es una víctima. ¿Acaso Phil, en los años 20s, criado en un ambiente de machomens, que nunca aceptaría su amor por Bronco Henry, no intentó toda su vida encajar con lo que le enseñaron que era un hombre? ¿No llevó al extremo su rechazo propio, el miedo a su propia homosexualidad? En la novela se insinúa que los padres de Phil tienen una discusión de origen desconocido con él y ese es el motivo por el que dejan el rancho. Quizás esos matices son los que extrañé de la versión de Jane. Una versión que se nutre de la fórmula del melodrama más común del cine.
Es evidente que lo literario y lo cinematográfico son dos lenguajes distintos, y que es imposible condensar en dos horas una novela como la de Savage sin dejar nada en el tintero. El trabajo que hace Jane Campion sobre lo central de la historia, está. Y, además, lo presenta de una manera tan bella y con actores tan compenetrados en sus roles, que uno como espectador valora la experiencia. No importa si para el ritmo del relato George o Peter desaparecen de escena a antojo o si los encuentros entre Rose y Phil son forzados, o si la secuencia con los indios es condescendiente, el giro final consigue los aplausos que corresponden.
La película cierra (antes del beso bajo la luna) con Peter, Biblia en mano leyendo el famoso Salmo 22:
¡Libra de la espada mi vida, mi alma solitaria del poder del perro!
Jane dijo en una entrevista que el perro son los impulsos, lo oculto que llevamos dentro. Quise entender mejor el contexto de la frase y abrí la Biblia. Los salmos son escritos por David, el famoso David de David y Goliat. El poder del perro hace referencia al poder de los enemigos del Rey David, los mismos que crucificaron a Cristo. El perro era lo que amenazaba sus vidas, ese otro que significaba muerte o destrucción. En la novela, el perro era Phil. Así lo dice el autor al final del libro sin muchas florituras.
Puesto que ella ya era libre, gracias al sacrificio de su padre y al sacrificio que él mismo había podido hacer a partir de un conocimiento que había adquirido en los grandes libros negros de su padre. El perro estaba muerto.
Lo mejor: visualmente perfecta Lo peor: que la película diluye algunas decisiones con liviandad y celebra lo que en la novela tiene un tono más turbio. También: La muerte del conejito La escena: la caminata de Peter cuando todos le gritan marica. También: La muerte del conejito. Lo más falsete: las escenas poco sutiles del homosexualismo reprimido de Phil El mensaje manifiesto: la venganza sí es dulce El mensaje latente: el final feliz es debatible El consejo: para ver y disfrutar del talento de Jane Campion y su solvente casting El agradecimiento: por la gran cámara de Ari.
El otro día, un lector de este blog me dejó un mensajito: “Deberías escribir sobre The Guilty y compararla con la original. Si escribiste sobre Cry Macho y sobre The Squid Game ¿cómo no vas a escribir sobre The Guilty?”. #justoenlamiseriacinéfila. Le dije: “No le veo fallas a tu lógica”. Y acá estamos.
El 2019, desde Dinamarca, nos llegó The Guilty (reseñada ACÁ), la opera prima del señorito Gustav Möller. Supe de su existencia por los cosos dorados (Oscar 2019) que la incluyó en su lista de Mejor Película Extranjera. Ahí la vi y dije: Este Gustav nos va a dar alegrías en la vida.
Los gringos también la vieron y decidieron hacer un remake versión hollywoodense/netflixera. No voy a echarle mierda a Netflix, porque en realidad hay algunas muy buenas cosas reptando por ahí, pero aún no sé cómo una película de corte tan intimista como The Guilty terminó en las manitos patrioteras, videoclipseras y rancias de Antoine Fuqua. De Fuqua he visto todo, hasta muchos de sus videoclips (sos videoclipsero, Fuqua). La única reseña que hice de una peli suya fue para Southpaw (leer ACÁ), pero lo mejor que puedo decir es que: conozco a mi ganado.
Por lo menos, Fuqua se arrimó a Nic Pizzolatto (True Detective, The Killing) para adaptar el guion danés. ¿El resultado? Pues el guion sigue prácticamente la misma historia nórdica, la diferencia está en la austeridad de recursos y la austeridad de…ajá…actuación. Allá donde los daneses estaban en un cuartucho, sin extras, a oscuras, Fuqua estaba en la full sala de atención de llamadas, con montón de extras y tecnología a todo trapo. Allá donde el actor danés Jakob Cedergren componía un Aster (protagonista) poco emocional, frío, distante, hasta enigmático, lo que hizo Jake Gyllenhaall con su Joe (protagonista) fue lo opuesto: gritón, desbordado, explosivo.
La historia gringa es mucho más aleccionadora, redentora y apta para públicos masivos. El destino del bebé, las condiciones en que es encontrado, el final, en la versión danesa te dejan un muy mal sabor de boca, hay una oscuridad un poco más sutil e intangible que hace que la historia danesa tenga más músculo. En todo caso, amamos a Jake (te amamos, Jake) y aunque su atormentado Joe sea un pelín desbordado siempre es un actor al que vale la pena ver.
Si algo aprendí del Elton Jhon de Taron Egerton es que: Donde hay oscuridad, ahora estás tú, y será un viaje salvaje.
Lo mejor: mantiene la línea de la original Lo peor: con menos músculo narrativo La escena: cuando se descubre lo del bebé Lo más falsete: los cambios más benévolos que hicieron y el arrepentimiento choto de Joe El mensaje manifiesto: nada es lo que parece El mensaje latente: las historias solo hay que saberlas contar El consejo: Analiza y actúa (no al revés) El personaje entrañable: Oliver y Mathilde El agradecimiento: por Jake Gyllenhaal (te queremos, Jake)
The harder they fall (la netflixera)
El otro día, el algoritmo netflixero me recomendó esta película. A veces, me emputan las intromisiones de Netflix en mi vida de espectadora, pero vi que estaba Idris Elba (bien jugau, Netflix) y no había nada más que decir. Play.
Es un western, pero un western aggiornado o lo que es lo mismo “un western al estilo que se me canta”. Eso parece decir nuestro amigo Jeymes Samuel que debuta como director con este trabajo. Jeymes (te voy a llamar Jeymes) es compositor/músico de muchas cositas en Inglaterra, hizo dos cortos y un día se levantó con la picazón de un largometraje y decidió juntar forajidos afroamericanos que existieron realmente y contarnos una huevada que viene y que va, que va y que viene y que, sobre todo: es tan estilosa que no nos importa un centímetro de (ponga usted su palabra soez favorita) que no tenga sentido.
Está el pequeño Nat Love. 11 años y le revientan a balazos al padre y a la madre. Deducimos después que fue el HDP de Rufus Black (más conocido por todos como Luther y que en su vida cotidiana se hace llamar Idris Elba. Idris…sos Luther y punto). Hay una elipsis temporal y vemos a Nat (que ya es Jonathan Majors) mayorcito. Nat no puede vivir sin pensar en cómo liquidar a Rufus Black. Rufus Black (que sigue siendo el sexilón Luther) en su condición de prisionero está siendo trasladado a otro lugar por tren y su banda consigue liberarlo. Es ahí donde se entremezclan muchas cosas o nada. Depende de cómo lo miremos.
El guion, a cargo del israelí Boaz Yaquin (The Punisher, Safe) y del mismo Jeymes nos hace creer que Nat Love necesita vengarse, necesita un payback.
#lavenganzamataelalmaylaenvenenaNOT.
En medio del tole tole ponen una historia de amor solo para que veamos bocas estrujarse y todo está tan bonito visualmente (súper vestuario, arte, fotografía) con una banda sonora bastante disfrutable, que uno dice: metele, Jeymes. Metele.
Amig@s. Debo confesar (porque a veces estoy en modo confesional) que en el caso de esta película que tiene muchas reseñas/críticas/opiniones en contra, da lo mismo lo que suceda en pantalla. ¿Ya dejamos claro que nada tiene el más mínimo, peregrino sentido? ¿Ya dijimos que los planes en pos de la venganza son absolutamente infantiles y boludos? ¿Ya comentamos que el final y el plot twist starwarense no da la talla? Bueno, si ya lo dejamos claro, sobre aviso no hay engaño.
En mi caso, me divertí. Sí, es un pastiche de Tarantino, de películas clásicas del wild west, de cosas que fueron y que están, pero…a estas alturas de la vida, lo tomo con fernet y coca cola.
Debo confesar (porque sigo en modo confesional) que Jeymes le mete sin rubores y termina esta venganza que no es coreana sino gringa/pedorra/westernhispter con una redención que no importa y un reguero de muertos importante. Porque parece ser que hoy nos entrenemos con cosas así: medio chotas pero funcionales. Por eso es que Netflix la rompe.
Si algo aprendí del Freddy Mercury de Rami Malek es que: La condición humana requiere un poco de anestesia.
Lo mejor: su estilismo, es un disfrute para lo ojos Lo peor: guion flojito y disparatado La escena: cuando entra al bar, y cuando empieza el despelote Lo más falsete: y bueee, todo El mensaje manifiesto: la venganza mata el alma y, sobre todo, el cuerpito El mensaje latente: hay fantasmas que nunca te dejarán dormir El consejo: para verla sin esperar mucho El personaje entrañable: Cathay y Jim El agradecimiento: por lo bello.
Shiva Baby (la filminera)
El otro día, viendo el catálogo de Filmin, “resfalé” en Shiva Baby. Así, a primera vista, su poster y la gráfica del título no me motivaban mucho a gastar 1 hora y 11 minutos de mi vida. Pero cuando leí su descripción: “mordaz, salvaje, incómoda”, cerraron el trato.
Play.
La jovencísima Emma Seligman lanzó a sus 26 años esta su opera prima. Shiva Baby ya fue un corto de 8 minutos, el corto que le sirvió como tesis para graduarse en cine. Emma ha explicado la necesidad de trasladar el corto a un largo y hacerlo un poco más agobiante. Ese agobio del que Emma habla es en teoría el agobio de la mujer joven moderna que oscila entre la universidad y las expectativas que familia/amigos/sociedad/ellamisma han generado sobre su vida.
El guion, escrito también por la directora, narra las peripecias de Danielle (Rachel Senott) una chica que debe asistir a una Shiva. Alguien ha muerto y los familiares harán su tradicional rito judío en una casa para vivir el duelo. La cosa se complica cuando a Danielle se le junta el ganado. A saber: Joel y Debbie (sus padres), Max (su sugar daddy, que resulta ser colega o conocido de su padre, Maya (su exnovia con la que la comparan) la esposa y bebé de Max, y otros pintorescos personajes.
En resumidas: se arma el puterío.
La película juega en clave de humor negro con la incomodidad y tensión de esta reunión familiar. Todo se desarrolla en una sola locación, por lo que hay cierta sensación claustrofóbica cuando seguimos a Danielle en medio de su parentela, dan ganas de agarrarla del bracito y sacarla de ahí. El punto fuerte está en la mirada crítica tanto a esa presión familiar/social como al rito o a la tradición al pedo. Los personajes parecen no ser muy conscientes de la importancia de la reunión o el peso del supuesto duelo por la persona fallecida, es más un junte para chismosear y juzgar la vida de los presentes y ausentes.
Danielle se asoma como muestra de resistencia o rebeldía a la solemnidad y al concepto de éxito, en un principio sus padres acuerdan con ella lo que debe decirles a los familiares si le preguntan qué anda haciendo con su existencia, sin embargo, no es la única que miente o que no ha conseguido “triunfar”. Por mi parte, sentí poca simpatía por ese personaje millenial boludo, que siempre toma decisiones egoístas, cuestionables y hasta dañinas. Dirán: la juventud es así. Y sí, claramente los jóvenes (y adultos, y seres vivos) la cagarán de vez en cuando, pero me reafirmo: con las cagadas de Danielle, en particular, me era difícil empatizar. Más allá de eso, la película se sumerge un poco en los arquetipos del mundo judío como “mundo judío”. Los estereotipos de la comunidad judía que hemos visto tanto en series como en películas se deslizan en pantalla con liviandad o ¿inmadurez? Ese es otro temita, Shiva Baby pincha, pero no corta. Hay algo en su juguetona envoltura que te hace disfrutar la película sin huellas más profundas.
Si algo aprendí del Hitler de Bruno Ganz es: Sea despiadado. La vida no perdona la debilidad.
Lo mejor: tiene esta cosa de película indie bien trabajada, con los climas y las actuaciones que fluyen Lo peor: queda demasiado liviana y no llega a ser memorable La escena: cuando la cojuda se va al baño Lo más falsete: algunas situaciones muy estereotipadas El mensaje manifiesto: la familia: ese infierno El mensaje latente: vos mismo: ese infierno El consejo: para verla una tarde de sábado con una copa de vino blanco El personaje entrañable: la abuela El agradecimiento: por buenas actuaciones y un buen uso de sus recursos.
No sudden move (la hbolera)
El otro día, buscando cositas en HBO MAX, me topé con la cara de Benicio del Toro. A Benicio no lo veo desde Sicario 2, así que solo por los viejos tiempos le di Play, sin saber sinopsis ni nada, con la prístina dicha del que se encuentra con un viejo amigo.
La sorpresa vino cuando aparecieron varios nombres más: Matt Damon, Kieran Culkin (Hola, Roman) y, sobre todo: Brendan Fraser. A Brendan lo perdimos cuando era galancito de Hollywood, cuando protagonizó La Momia 2 y su carrera se fue a la mierda. Brendan reapareció hace poco. Gordito y con cara de circunstancia nos contó que había destruido su cuerpo tratando de cumplir el rol de galán noventero, que hasta la fecha hacía tratamientos para recuperarse, que un periodista lo había manoseado en una fiesta de los Globos de Oro y que quedó traumadísimo, que su esposa le sacó hasta los calzoncillos en el divorcio y bue, que Hollywood se olvidó de él. Hollywood se olvidó de él, capaz que nosotros un poquito también, pero Steven Soderbergh que dirige, fotografía y edita No Sudden move, lo recordó y le dio un papel.
El guion, escrito por Ed Solomon (Now you see me 1 y 2, Men in Black), sitúa la acción en Detroit, Michigan. Es 1954 y Doug Jones (Brendan Fraser) recluta a dos exconvictos Curt Doynes (Don Cheadle) y Ronald Russo (Benicio del Toro) para un trabajo en apariencia sencillo. La paga es inusualmente alta, y ese dato nos hace a sospechar a TODOS (los crispines mafiosos y nosotros) que algo muy malo hay detrás. La pega es ir junto con otro matoncito llamado Charley (Kieran Culkin) a la casa de Matt Wertz (David Harbour), secuestrar a su familia y hacer que el sujeto recupere una libretita que se supone está en la caja fuerte de su jefe en el banco en el que trabaja.
De ahí en adelante, los besos de Judas se reparten como vacunas Sinopharm.
We need to talk about Soderbergh. Un tipo que casi siempre me parece desangelado, en estado catatónico, pero que suele tener recursos y respaldos para filmar cosas medianamente presentables. Esta No Sudden Move pintaba para un poquito más. O sea, hay todo un trasfondo revelado, cual conejo que sale del sombrero al final, en el que descubrimos que el estilismo Soderbergh derramado durante dos horas era para en realidad mostrarnos el detrás de bambalinas de las competencias desleales entre grandes compañías automotrices de la época. Les soy sincera, daba lo mismo si la libretita contenía la receta de la salsa Toby. La película está tan entretenida en la recreación de la época y en tratar de poner color a los personajes, que poco o nada interesa ese “comentario social”.
Eso sí, su solvente reparto, el clima muy Detroit, muy mafia de medio pelo, los diálogos que quieren ser ágiles en una narrativa que no lo es, hacen que uno acompañe a los Judas detroitinos hasta el final. Salen los créditos y te sacudís de ese limbo sin mirar atrás.
Si algo aprendí de la Cleopatra de Elizabeth Taylor es que: Qué extrañamente despierto me siento. Como si vivir hubiera sido solo un largo sueño.
Lo mejor:Los climas y su reparto Lo peor: al final no cocina nada bien, ni el cuento de los mafiosos que se traicionan ni el comentario social La escena: la «charla» con el personaje de Matt Damon y lo que le pasa al personaje de Kieran Culkin Lo más falsete: la escena del restaurant y el comentario social puesto al final, pero que no termina de cuajar ni de levantar la película El mensaje manifiesto: la confianza es una trampa El mensaje latente: la trampa es otra trampa El consejo: es más para disfrutar de grandes actores El personaje entrañable: no hay El agradecimiento: por sus climas.
Imperdonable (la netflixera)
El otro día, cuando pensé en subir esta multireseña, estrenaron The Unforgivable, justito cuando pensaba ver la película de la parejita que se despierta chuta cosida por el estómago. Dudas llovieron sobre mi ser. ¿Estómago cosido o La Sandy? Acababa de almorzar revuelto de hígado, así que PLAY.
Es realmente imperdonable que una película donde actúa La Sandy (Sandra Bullock) tenga como mayor atractivo a…ajá…La Sandy. Esta película es dirigida por la alemana Nora Fingscheidt, de quien solo conozco la un poco pasada de rosca System Crasher, que ya con el título dice todo lo que podés esperar de ella. Pues Nora terminó en Netflix con La Sandy y la historia de Sally WainWright que hizo una miniserie de tres episodios de lo mismito. Alguien pensó que sería una buena idea volver eso película y arrejuntó a los guionistas Peter Craig (que está escribiendo el guion de Gladiator 2 #miedito), Hillary Seitz (Insomnia) y Courtenay Miles (Mindhunter) para adaptar la cosa inglesa a la cosa netflixera.
La Sandy interpreta a una fulana llamada Ruth Slater que acaba de salir de la cárcel. Está claro que estuvo presa 20 años por asesinato y ni bien sus piecitos salen de la chirola, se le mete entre ceja y ceja la idea de ir a buscar a su hermana menor, Katie. Katie tenía solo cinco años la última vez que vio a La Sandy. Como La Sandy asesinó a un policía resulta ser que eso en los yunaiteds es más grave que nuestros 800 ítems fantasmas, así que La Sandy será bullyneada a cada rato. Katie ya es una chica universitaria que toca el piano y vive atormentada por flashbacks de la infancia que no consigue recordar del todo. La primera parte de la película es mostrarnos la atribulada vida de La Sandy como civil matapolicías, y su obsesión por reencontrarse con la tal Katie.
La cosa va escalando en incoherencias, resulta que los hijos del paco muerto no están contentos con la libertad de La Sandy, así que estarán como petos mocochincheros viendo cómo vengarse. Ocurren muchas cosas que son comedia involuntaria o tragedia cinematográfica, y lo peor es la explicación final SPOILER: Tu hermana de cinco años (INIMPUTABLE) accidentalmente mata al paco y vos te echás la culpa para “no traumarla” y pasás 20 años en la cárcel para “no traumarla” y luego ¿buscás un encuentro como una crazy bitch cualquiera? ¿Nadie hizo la prueba del guantelete en esa escena del crimen? ¿La Sandy no pensó que igual esa criaturita del señor iba a terminar traumadanga? ¿20 años no es nada, qué febril la mirada? Y luego está la escena del cachetón encamándose con su cuñada y que desata la venganza final. FIN DEL SPOILER Gente, para eso tuvimos TRES guionistas, TRES.
Si algo aprendí del Steve Jobs de Michael Fassbender es que: El animal más eficiente del planeta es el cóndor. Los animales más ineficientes del planeta son los humanos.
Lo mejor: está bien filmada Lo peor: 1) su tono solemne 2)desperdicia a Shane (Jon Bernthal) La escena: cuando Ruth se pone crazy bitch en al reunión con los padres adoptivos. Tomate un rivotril, amiga Lo más falsete: la ida de Ruth a su casa, el encuentro con el abogado bonachón, el cachetes, el secuestro, el secreto, bueee El mensaje manifiesto: a veces se toman decisiones muy poco racionales El mensaje latente: a veces esas decisiones poco racionales se convierten en películas El consejo: Racionalizá El personaje entrañable: los padres adoptivos de la tal Katie El agradecimiento: porque La Sandy hace lo que puede.
Dos (la netflixera)
El otro día, después de ver esa película llamada Imperdonable, se me ocurrió que para sacar de mi mente a La Sandy mal maquillada debía mirar la película de la parejita que se despierta chuta cosida por el estómago. Si existe alguien en las alturas velando por nuestro bienestar, en este caso POR QUÉ ME HAS ABANDONADO. Dos (Two) debe ser lo peor que he visto últimamente en una plataforma de streaming. Ignoro quién aprobó su inclusión en el catálogo y cómo el algoritmo hijo de puta me la recomendó, solo sé que ahí “resfalé” como quien pisa puchi en la calle.
Mar Targarona, su directora, desde los 90s nos viene convenciendo de no ver sus películas. De ella me he visto Secuestro (también en Netflix) y El Fotógrafo de Mauthasen (también en Netflix), y en ambas películas adolecía de problemas narrativos, de ritmo, de guion, de ganas, de todo. Sin embargo, si había un pozo cinematográfico en el que estaba Mar, acaba de cavar un pequeño túnel hacia el subsuelo de ese pozo.
La película parte de una premisa digamos que prometedora, hay trabajos que se convirtieron en películas de culto con inicios parecidos (El ciempiés humano, Saw): Un hombre y una mujer que no se conocen, despiertan en una habitación desnudos y cosidos por el estómago. Ok. Me encanta. Ahora ¿cómo desarrollás eso, querida Mar?
Dos dura apenas 70 minuto y a los 10 minutos ya estás queriendo dejarla.
Sara (Maria Gatell) y David (Pablo Derqui) están pegaditos y chutos. Cualquiera que haya pasado por una operación sabe que no es nomás ponerse una toalla pesadota sobre los puntos o sobrellevar movimientos bruscos. Uno de los principales problemas de la película es que no respeta su idea central (estar cosidos) y a veces parece olvidarse que los actores jamás podrían ponerse en posición casi frontal o con los torsos separados.
Cuando dejás de creer, deja de importar.
Otro tema son los paupérrimos diálogos. Nuevamente, la situación no da para sentarse entre las flores a reflexionar sobre el ser y la nada, y mucho menos para de un momento a otro agarrarte a los besos con el cojudo o la cojuda que tenés costurada, y MENOS AÚN intentar coger con puntos en carne viva.
Mar, amiga, no pues.
El guion es un engendro de Cuca Canals (La camarera del Titanic), Christian Molina (Diario de una ninfómana) y Mike Hostench (Asmodexia). Gente. TRES guionistas para esto. TRES.
Si piensan que lo que relato es el pus supurante de una herida, espérense al final. Acá me veo en la obligación de ahorrarles el visionado y contarles el final, yo le hubiera mandado un canastón y un ramo de agradecimiento eterno a ese buen samaritano. Resulta que los costurados eran siameses que fueron separados al nacer (!). Ajá. El padre los rastrea y los vuelve a unir, porque se da cuenta que el número dos es la base de todo lo conocido y por conocer (!). Para eso se disfraza del marido de la doñita (!). En una escena…no encuentro el adjetivo…los hermanitos se descosturan y ella intenta salvarse para quedar tendida en la nieve mientras se forma…wait for it… el signo del Yin y el Yang sobrepuesto a su cuerpo (!). Los créditos salen con montón de fotos e ilustraciones de siameses (!).
…
(!!!!!!)
Mátenme. Solo mátenme y olviden dónde me dejaron.
Es en esos momentos en donde uno mira hacia atrás, y revaloriza a La Sandy y su película chota.
Si algo me enseñó el John Nash de Russel Crowe es: No creo en la suerte, pero sí creo en asignar valor a las cosas.
Lo mejor: premisa «entretenida» Lo peor: no se respeta a sí misma y para durar 70 minutos es casi insoportable La escena: cuando se «revela» la verdad Lo más falsete: desde que despiertan pa adelante El mensaje manifiesto: hay cosas que no deberían salir a la luz del ojo público El mensaje latente: si las dejás salir es porque no sos consciente del bochorno El consejo: evitala o mirala con unas dos chelas o caipiriñas o grupo de amigos como comedia El personaje entrañable: el espectador que tiene que fumársela El agradecimiento: porque hay la opción de poner stop.
Mucho se ha dicho sobre Lamb. Claro, porque se puede decir mucho. Es una película que se comercializa como adscrita al género terror, y si uno (champado en la ingenuidad) sigue esa etiqueta y quiere verla para arañar las butacas o sufrir un poco de taquicardia, se va a llevar un chasco. Es justo afirmar, entonces, que Lamb no es una película de terror.
Lamb, ahí donde la ven, ha ganado el Festival de Cine Fantástico Sitges de este año y también fue selección oficial de la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes. Entre esos logros y/o datos estimulantes, tenemos que es la película más cara de la historia de Islandia y la que ha conseguido meter más personas a sus salas de cine. Fuera de sus fronteras la película ha peleado espacio en USA con el estreno de James Bond. Una batalla David vs Goliat de la que no ha salido mal parada, convirtiéndose en la película islandesa más vista en suelo gringo.
Tanta cháchara para llegar al meollo del asunto. ¿Qué tal está Lamb? ¿Vale la pena verla, terrorífica o no?
La opera prima de Valdimar Jóhannsson se divide en tres episodios. En el primero, nos presenta a Maria (Noomi Rapace) y a Ingvar (Hilmir Snær Guðnason), un matrimonio que se dedica a su granja en los paisajes fríos y montañosos de Islandia. Este primer pedazo tiene un ritmo pausado, y será el momento en el que los que fueron al cine buscando una película de terror querrán salir de la sala.
La cámara sigue en tono casi documental las actividades rutinarias de la pareja. Limpieza de establos, lavar la ropa, trabajar con el tractor, cuidar a su rebaño de ovejas y carneros. El guion del mismo director y de Sjón (coguionista también de Bailando en la oscuridad), consigue transmitirnos cierta tristeza. Algo no está bien. Las ropas colgadas en el tendedero, moviéndose al viento como metáfora de la soledad y aislamiento de estas dos personas, hacen hincapié en eso.
La rutina se rompe cuando ambos asisten al parto de una de sus ovejas y consiguen que el cordero nazca. El plano no abandona las caras de María e Ingvar, y cuando salen con el bulto en brazos, está claro que, por fin, hay una razón para sonreír y estar bien. Acá viene la piñata de spoilers, así que si no la han visto, deténganse.
Uno como espectador intuye lo que está pasando, pero no se lo quiere creer del todo porque suena demasiado “raro” para ser verdad. Desde mi butaca pandémica gritaba: ¿Son bracitos? ¡Me muero, es un bracito humano! Decime que tiene cuerpito ¡por favor! Necesito que tenga cuerpito humano. Así, en diminutivo, porque es la única manera de hablar sobre Ada.
En el episodio dos comienza lo que algunos podrían ver terrorífico, es donde confirmamos que sí, que la oveja dio a luz una corderita/humana: cuerpito humano, patita de futura ovejita, manito humana y cabecita de futura ovejita. Oh, por Dios, LA AMO. Yo también le pondría cuna, y le pondría impermeable cuando lloviera y la sacaría de la mano a recorrer las montañas. #nomejuzguen.
La cinematografía paisajística se convierte en una cinematografía del duelo y vemos ante nuestros escépticos ojos cómo puede funcionar una propuesta así. La dirección de Jóhansson es pulcra, sabe lo que quiere contar y cómo. No musicaliza en exceso sus escenas, de hecho, son los sonidos de la montaña, de los animales, del clima, los que se vuelven también protagonistas del relato. Esa brecha existente entre lo humano y lo inhumano se refleja en las apariciones de la madre biológica de Ada, y las reacciones de Maria.
En el tercer episodio se involucra un nuevo personaje, el hermano de Ingvar que generará una tensión constante ante su rechazo a la situación. La situación sigue su curso natural o antinatura, y hasta ese instante uno acompaña con entusiasmo a la parejita, al hermano, a Ada y a todos los carneros, ovejas y corderos del mundo.
Entendía la postura del hermano de Ingvar, pero me indigné cuando le dio el pasto a Ada. ¡Cómo te atrevés hermano de Ingvar! CÓ-MO.
Luego, nos fuimos a la mierda. Han pasado ya dos o tres semanas desde que la vi, y aún no sé qué pasó, porque lo que Jóhansson construyó con tanto mimo se cae en una escena que parece una resolución anticlimática, tonta y que convierte a este drama folk en una comedia involuntaria. ¿Para qué ese bichote? PARA QUÉ. No quiero al bichote. Rechazo al bichote. De hecho, una de las dudas que rondaba mi mente era de cómo sale Ada mitad ovejita mitad humano y la respuesta retorcida y perver que me había dado era que Ingvar…buee…y que Maria había…bueee. #nomejuzguen.
Y zas, la aparición del bichote cerró el espacio de todas esas cosas bellas y turbias que reventaban en mi mente como pipocas y tuve que dejar de teorizar para ver al bicho computarizado.
Triste.
El trabajo actoral de Noomi Rapace y de Hilmir Snær Guðnason, hace creíble lo increíble. El nivel de confianza que debe existir entre los actores y el director para entregarse a un guion que puede fácilmente derrapar en el ridículo, tiene que ser inmenso.
Esta es una historia que tiene sus tiempos, la mayor parte pausados. Así que los amantes de la adrenalina y el blockbuster, si no se salieron antes de la sala, se saldrán tarde o temprano. Hay que destacar el trabajo de los efectos especiales que crearon a una Ada adorable y que la integran completamente a las montañas lloviznosas.
Lamb termina, y uno que ha estado con el ojo pelado, queriendo abrazar a Ada, comprendiendo plenamente a la parejita en duelo, odiando un poquito al hermano de Ingvar, tiene la sensación de que es una película que pudo crecer mucho más, que estuvimos ante un hermoso globo que estaba siendo inflado y que reventaron de golpe y que tuvimos que conformarnos con eso que queda después del globo reventado: una maldita hilacha de plástico.
¿Y ahora qué carajos hago con este resto de plástico, Johansson?
De todas formas, muchas cosas pasan en pantalla como para que tengamos tiempo y ganas de sufrir por expectativas frustradas. Volviendo a sumergirnos en lo que cuenta Jóhansson, en cómo decide finalizar su historia, el verdadero terror, incluso tomando en cuenta el cuestionado y sangriento final, es el de esa herida abierta para Maria. La perdida, el duelo, una vez más.
Lo mejor: Ada y todos los animales del mundo Lo peor: su abrupto y anticlimático final Lo más falsete: su abrupto y anticlimático final El mensaje manifiesto: en el cine y en la vida: todo puede ser posible El mensaje latente:no juzguemos La escena: todas en las que aparecía Ada, y también cuando a Maria se le va la olla y hace lo que hace con la mamá biológica de Ada El personaje entrañable: Ada y todos los animales del mundo El personaje emputante: el bicho/papá/tóxico que aparece al final El agradecimiento: por Ada y todos los animales del mundo.