LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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CINE: Cry Macho

Por: Mónica Heinrich V.

Ah, Clint Eastwood.

Tiene 91 años y sigue filmando películas. Cry Macho es su trabajo número 39. Qué dulzura. Hasta nos llegamos a olvidar de su respaldo al más rancio conservadurismo yanqui y al señorito Trump. También, nos hacemos los opas y fingimos no notar que en varios de sus trabajos el personaje tristemente célebre: “gringo/blanco salvador” es una constante.

Podemos decir: es que es una leyenda viva del cine, es que imagínense que saca casi una película por año, es que el retiro se lo va a dar el cajón, es que las flores que nacen de los tajibos, es que la lluvia que deja su delicioso aroma en la tierra…y bla bla bla. Sí, hay espacio para la solidaridad, la simpatía y la empatía.

Te queremos, Clint.

Luego, vemos Cry Macho en versión subitulada, en pantalla gigante, producida por MalPaso y ya en sus primeras escenas detectamos que cerquita hay un iceberg y que como espectadores chocaremos de frente y a todo vapor (suena la flauta de Titanic).

Clint interpreta a Mike, un entrenador, domador, veterinario, muchas cosas más, que trabaja bajo las órdenes de Howard Polk (Dwight Yoakam). Howard al inicio de la película lo despide y lo bota como si fuera un zapato que se pringó de puchi de vaca. Mike deja claro que él siempre creyó que Howard era un tarado y un pobre cojudo. Hasta ahí, una presentación paupérrima de los personajes, pero aún digerible.

Hacen una elipsis temporal de un año y el mismo sujeto, el tal Howard, va a buscar a Mike para pedirle-exigirle que cruce la frontera y “recupere” a su hijo adolescente (Rafo) al que no ve hace añadas. Sí, ese Howard que le dijo que no servía ni de papel higiénico y que Mike, además, desprecia, le dice que agarre sus chécheres y vaya a traer a su latin-american-hijo de regreso.

Lo más increíble es que Mike agarra sus chécheres y va a traer a su latin-american-hijo de regreso.

No hay la más mínima lógica. Un señor que puede infartarse en el trayecto, yendo a buscar al hijo de un tipejo x al rancho de una mafiosa. Por mucho que intenten vender la pomada más adelante contando lo que Mike le “debía” al sujeto, por mucho que quieran venderlo como el que quiere puede, no da.

Tu padre es un pelotudo y un tipo poco confiable, pero he venido a llevarte con él.

El guion escrito por Richard Nash (fallecido en el 2000) fue rechazado muchas veces por distintos estudios desde los años 70s. Ahora vemos por qué.

Así las cosas, Clint decidió hacerse cargo de este guion y le dio una revisada con su colaborador Nick Schenk (La Mula, Gran Torino). ¿Qué podemos esperar de un guion lleno de lugares comunes, un poco racistón siendo adaptado por el colaborador más genérico y racistón de Clint Eastwood? Pues, sí. Cry Macho.

El poster señala sentimental: A story of being lost and…found. Porque esa es la otra veta a explotar, esa doble mirada a la infancia y a la vejez, el cuerpo marchito de un hombre que aún puede dar sorpresas, el hombre desechado que encuentra razones para seguir, una especie de héroe antihéroe que ya no da tiros sino que trata de salvarse, y en el camino ayuda a los demás.

Volvamos a la ficción. Mike cruza la frontera como si estuviéramos en La mula y en Gran Torino. Toda la cinematografía es cinematografía al estilo de Clint Eastwood, pausada, serena, sin grandes artificios. Climas que vienen acompañados de la cámara de Ben Davies (Guardianes de la Galaxia, Three Billboards OUtside of Missouri, Capitan Marvel). Quizás eso sea lo que deberíamos rescatar que teniendo un guion tan básico, Clint consigue filmar algunas secuencias bellas y con algo cercano a la emoción, a pesar de la tontería.

Como Cry Macho terminará siendo en parte una buddie movie-road movie, Mike encuentra al famoso Rafo (Eduardo Minnet) un chico que en el relato pintan como un pequeño demonio y que resulta más cursi que el mismísimo Mike.

Salgamos de la ficción. El casting del niño debe ser una de las elecciones más cuestionables de un rol semiprotagónico de este año. Estamos hablando de un personaje que tiene que estar casi toda la película al lado de la “leyenda viva” Clint. Un chico que actúa con la frente y que se llena de mohínes tratando de transmitir emociones a diálogos lamentables.

Desde la butaca (dentro y fuera de la ficción) la pena ajena te inunda y te preguntás qué o quiénes llevó-llevaron al señor Clint a dejar, a estas alturas del partido, una de sus películas más flojas y estamparla en nuestras retinas. La buena noticia es que esta película no alcanza a generar los malestares provocados por 15:17 Tren a Paris (reseñada ACÁ, donde también sufrí el casting infantil Y EL ADULTO) que ya anunciaba que Clint Eastwood era capaz de filmar burreras.

Y te vas a enamorar de mí, porque obvio…soy Clint.

Hay tantas cosas que no funcionan en Cry Macho. Todo suena desafinado, edulcorado, amañado. Mike, que apenas puede caminar erguido, resulta ser un imán para las féminas latinas, quienes al ver al supuesto gringo por antonomasia, caen casi rendidas a sus botas. La analogía del pollo llamado Macho es otra mirada rústica a contramano de los relatos menos serviles a los clichés del género. Parte de la platea parece conformarse con que Mike diga “eso de ser Macho está sobrevalorado”, mientras toda la película gira en torno a estereotipos largamente acariciados por el cine anglosajón. La relación entre el gringo y el niño mexicano es casi una parodia. De hecho, tuve la mala suerte de ver días antes: El protector con un Liam Neeson que tenía que proteger a otro niño mexicano (niño actor que compite en baja performance con el de Clint). Gringo blanco salvador = niño latino a salvo.

Mientras la película más avanza, peor se pone. El gringo se gana el cariño de todo un pueblito de latinos que a pesar de tener animales de granja o domésticos no sabían cómo curarlos hasta que llega el gringo. El gringo zafa de federales, de pacos, de sicarios, de maleantes, del mismo niño. El gringo es pues el súper gringo, no importa que sea de la tercera edad, es EL gringo.

Entiendo las intenciones de Clint, pero la autoindulgencia es tan evidente que estorba en cada frame.

No hay ninguna sorpresa en su estructura, no hay nada que admirar en su torpe narrativa, estamos ante un Clint Eastwood que queremos, pero al que no podemos aplaudir solo por sus 91 años y sus casi 40 películas. ¿O podemos?

Así, con los caballos, el sol que cae, el sombrerito puesto…zafamos como una especie de homenaje a la vejez y a las cosas que son y que pasan.

Su avanzada edad hace que algunas escenas con sangrantes puestas de sol entibien nuestro corazón y veamos detrás de tanta impostación, actuaciones torpes y anécdotas facilonas, una mirada nostálgica hacia la vejez. Hacia ese punto final de una vida que como espectadores hemos visto transcurrir en la cinta mágica, en el cine.

El final de Cry macho intenta ser emocional y sacarte lágrimas condescendientes. Este es Clint en su eterna cabalgada hacia el ocaso, o, mejor dicho, este es Clint en su eterna conducción de una camioneta destartalada hacia el ocaso. En mi caso, espero que aún quede gasolina para que no sea la despedida.

Lo mejor: verlo a Clint. Que Clint siga filmando. Cierta cosa nostálgica que desprende. Lo peor: es muy tonta en su historia base y el niño actúa de terror Lo más falsete: la actuación del niño y muchas cosas más El mensaje manifiesto: eso de ser Macho está sobrevalorado El mensaje latente: muy sobrevalorado La escena: cuando la mamá de Rafo se le ofrece a Mike (WHAT!) El personaje entrañable: el pollo El personaje emputante: todos los que rodean al pollo El agradecimiento: siempre por Clint. A pesar de todo, por Clint.

CINE BOSNIO: Quo vadis, Aida / ¿A dónde vas, Aida?

Por: Mónica Heinrich V.

Estamos en Srebrenica. Es julio de 1995. El general serbio Ratko Mladíc y sus paramilitares “Los Escorpiones”, están en las afueras de la ciudad y han recibido un ultimátum de la ONU para abandonar sus acciones hostiles. La ONU tiene un pequeño campamento dirigido por cascos azules holandeses que se han comprometido con los lugareños a defenderlos y a no permitir el ingreso del enemigo a la zona. Lo que no saben los casquitos azules es que estos señores se van a pasar el ultimátum allá por donde la espalda pierde su bello nombre. Y lo peor, la central de la ONU les soltará la mano.

No hay spoiler posible. Esta fue la peor masacre que tuvo Europa desde el holocausto judío.

La cineasta bosnia Jasmila Zbanic, escribe y dirige Quo vadis, ¿Aida? Una película en la que una vez más nos damos cuenta que el mayor enemigo del ser humano es el ser humano. Para eso, Jasmila introduce como personaje principal a Aida (Jasna Djuricic), una profesora bosnia que gracias a que habla inglés termina de traductora para la ONU.

Con mucha impotencia, veremos cómo el ultimátum fracasa y los desplazados se refugian en el campamento de la ONU, bajo la idea que a la ONU no la pueden tocar.

“Tengo 25,000 personas a las que no puedo alimentar y darles un solo inodoro”, grita el coronel Krammens (Johan Heldenbergh) a través del teléfono mientras intenta encontrar algún tipo de apoyo en su institución sin resultados.

Se respira el peligro en cada toma. Solo al ver al infame “carnicero de Srbrenica”, sabés que nada podrá salir bien.

Aida está casada y tiene dos hijos. Ellos también han escapado de la invasión serbia y buscan refugio en el campamento de la ONU. El calvario del espectador se divide entre la desesperación de Aida de encontrar la manera de salvar a su familia y las sospechosas acciones de los serbios con relación a la supuesta evacuación.

Jasmila no duda en poner la cámara a merced de ese peligro constante, y tiene la paciencia suficiente para ir revelando de a poco algo que solo huele a muerte.

La reconstrucción del grupo de refugiados, de escenas de la vida cotidiana interrumpidas por la llegada de los serbios, son una prueba del talento de la directora y la cámara de Christine A. Mier (Grvabica, On the Path, Love Island) su habitual colaboradora.

El conflicto de los Balcanes sirve para mostrar lo mucho que daña el pensamiento binario: Aida se encuentra a un ex alumno entre los paramilitares, hay conocidos de un lado y de otro, la guerra ha separado amigos, familiares, vecinos. Ya llegados a ese punto, las personas se olvidan de los lazos que los unen en favor de lo que los desune.

La inoperancia e inutilidad de la ONU, revela también que estas organizaciones juegan el juego de la guerra desde una esquina burocrática bajo la anuencia de la comunidad internacional que decide intervenir o mirar para un costado de acuerdo a su propia agenda.

La película está filmada con elegancia y con un ritmo vertiginoso. Veremos a Aida correr por los pasillos del improvisado campamento, luchando por conseguir un permiso, una firma, un algo que separe a los suyos de la muerte.

Quizás en su necesidad de poner énfasis en la villanía del VSR (Ejército de la República Srpska) faltó matizar un poco más el papel de la ONU, a los que además de negligencia y boludez, también se les ha detectado terribles violaciones a los derechos humanos en la época de la guerra de los Balcanes.

Los bosnios aparecen como una masa de gente asustada sin otra etiqueta posible que el de la víctima y Mladíc (que según su biografía meses antes había sufrido el suicidio de su hija de 23 años) es también una figura plana, un villano a secas sin motivaciones reales. Capaz al ser una historia contada como furiosa denuncia, desde la mirada de las víctimas, esta falta de profundidad o de matices, es la que los refugiados percibían: ellos no sabían quién o cómo era este hombre en su vida emocional, solo conocían de él lo que la guerra les había mostrado.

Esta es la quinta película de Jasmila Zbanic, nacida en Sarajevo, hija de dos bosnios, titiritera y clown profesional. Su cine siempre ha tratado de darle voz a los bosnios, a contar esas historias que quedaron escondidas en medio de la destrucción de la guerra. En el caso de Srebrenica, se ejecutaron a sangre fría a más de 8.000 bosnios entre hombres, ancianos y niños. Los hechos se relatan acá desde la descripción y no desde el análisis.

Quo vadis, Aida? fue nominada al Oscar a Mejor Película Extranjera. El galardón se lo terminó quedando la película danesa Druk (reseñada ACÁ), una película más amigable y condescendiente con el gran público. Ahí donde Druk terminaba con un baile que celebraba la vida entre trago y cantos; esta película no baila, no canta, no es libre. Su final es eso que deja la guerra siempre. En Srebrenica, en el Congo, en Siria, en Afganistán, en todas partes. Ausencias y heridas.

Lo mejor: cine denuncia sobre un terrible hecho Lo peor: es más descriptivo que analítico Lo más falsete: la falta de matices con los serbios El mensaje manifiesto: la guerra todo lo destruye El mensaje latente: las convulsiones sociales muestran lo peor de la gente La escena: el final El personaje entrañable: las víctimas El personaje emputante: la guerra que todo lo destruye El agradecimiento: por los que consiguieron sobrevivir.

 

CINE: ANNETTE

Por: Mónica Heinrich V.

Es raro hablar de ego desde una película cuyo ego autoral está sobrepuesto por encima de su público. Así es, mis confundidos espectadores, Leos Carax emuló a la gran Britney Spears: Ups, he did it again. (Ups, lo hizo de nuevo).

A contracorriente de la receta típica de una película típica de lo más típico del cine típico, Carax presentó Annette en el más reciente festival de Cannes. Al finalizar la proyección, lo ovacionaron durante cinco minutos.

Momentito, Cannes también es un aglutinador de egos, y no es garantía que muchos egos se hayan puesto de pie para aplaudir Annette.

Quizás la clave para entender este trabajo es la exposición en la que Carax está trabajando para el próximo año en el Centre Pompidou donde exhibirá un video que se llama Hombre, el cine te perdona todo. Porque Carax cree y cito: «Es algo en lo que siempre he pensado. Hombres malos, padres malos y estos creadores que a veces eran hombres repulsivos pero que tanto me inspiraron. Por ejemplo, el escritor Céline» y claro, Céline fue un verdadero hijo de puta. Traidor, racista, antisemita, misógino, pero…buen escritor. Y Carax asume que a veces la obra consigue hacer que nos distraigamos de esos detallitos. Luego viene el eterno y caldeado debate sobre si esos detallitos realmente importan en la balanza de obra vs autor. Habría que preguntarse qué podríamos consumir si realmente consumiéramos solo lo que produce la gente de bien. 

So ladies and gents, please, shut up and sit

Dentro de esas posiciones ante la vida, Annette tiene como protagonista a Henry (Adam Driver) un standpero/comediante que es adorado por su público al que menosprecia.  “Hacer reír a la gente es una estafa», dice en medio de su acto. Esas rutinas de “comedia” muestran dos caras de un mismo escenario, por un lado, el egocéntrico comediante que usa tópicos densos tratando de ganarse la lisonja del público con la risa y, por otro lado, el público voluble que un día te amará y otro día querrá que te quemen vivo. Las rutinas cómicas de Henry son bastante hmmm no hay palabra en español que las defina, quizás lo más cercano sea «incómodas», aunque la expresión en inglés Cringe, le hace un poco más de justicia.

Henry, parece tenerlo todo: éxito, validación, está casado con Ann (una grácil y dulce Marion Cotillard) que es a su vez una exitosa cantante de ópera.

Pero algo no está bien. Recordemos que la felicidad no es llenar casilleros de cosas que hemos cumplido. Algo, dentro de Henry, no está bien. Se lo dice a su público, ya no puede hacerlos reír porque está enamorado y ese amor lo consume todo. Pensamiento machirulo 1.

Entonces, su carrera como comediante empieza a caer en picada, y porqué no, comienza a resentir el hecho de que ella, Ann, siga brillando mientras él, Henry, ya no. La envidia lo corroe como a viborita del desierto. Pensamiento machirulo 2.

Y cuando llega Annette, Baby Annette, el cringe, la envidia, las viboritas imaginarias y los pensamientos machirulos alcanzan otras cimas.

Apártense, perros.

SPOILER

Quiero que vean muy bien la foto de Baby Annette. Ajá. Baby Annette es una marioneta. Desde que sale escupida por la vagina de Ann, Baby Annette es una marioneta. Rara, fermosa (fea + hermosa) y digna heredera del Cringe de su papá. Eso generará, sin duda alguna: Un mundo de sensaciones, un mundo de vibraciones.

FINAL DEL SPOILER 

El guion escrito por el dúo de música Sparks (Ron y Russel Mael) surgió en un principio como un álbum que lanzarían como un proyecto musical narrativo. Conocieron a Leos Carax hace ya casi diez años en Cannes y fue juntar el hambre con las ganas de comer, así Leos decidió llevar a Annette a la pantalla gigante, sin dejar de lado su origen musical.

Amig@s, contándolo así parece todo muy razonable. 

Pero oh, sorpresa. Esta no es la típica película del cine típico del típico Hollywood. Esto es un trabajo de Leos Carax. Así que ajústense los cinturones que el viaje será movidito.

Annette bordea peligrosamente el ridículo o lo esperpéntico. Hay excusas válidas para afirmar que solo lo bordea y no nada en estilo mariposa dentro de ambos. Digo bordea porque si asumimos que seguimos la historia desde la mirada de Henry que está sufriendo un quiebre mental, podemos interpretar esta realidad distorsionada como un síntoma. Prueba de ello es el final donde aparece Annette interpretada por la pequeña Devyn McDowell, que con tan solo 4 años consigue una de las mejores secuencias de la película.

Amigo, estás sosteniendo un títere.

Hay muchas escenas autoreferenciales a trabajos pasados de Carax, la forma de filmar una moto, la forma de filmar dentro del auto, el look, actitudes de sus personajes, estructura narrativa, hay cosas que nos llevan a Pola X o a Holy Motors (reseñada ACA).

Leyendo mi reseña de Holy Motors sabrán lo que siento por Leos. Pajero, sí. Pretencioso, sí. Posero, sí. Raro, sí. Puede que cojudo, sí. Me importa, no. 

En sus dos horas y veinte minutos de duración, Carax va y viene, viene y va, te cansa, te emputa y a ratos se te escapa una risotada, que nada tiene que ver con la labor de comediante de Henry, sino más bien con esos momentos extrañamente incómodos, pero igual de cinematográficos que el francés ha convertido en un estilo. 

Una cosa que siempre me ha fascinado del trabajo de Carax es su exquisito arte, su manejo del color, y la construcción de espacios estéticamente bellos. En Annette repite la paleta ya vista en Holy Motors, como una continuación a ese mundo verdoso, amarillento en el que los actores eran a su vez títeres de un mundo moderno que todo lo fagocitaba.

Las actuaciones son un poco teatrales, acorde al género musical: opera rock. Hay gestos grandilocuentes, escenas dramáticas casi de culebrones televisivos, la comentada escena en el que se mezclan cánticos y cunnilingus habitará un rincón de tu memoria quizás para siempre. Adam Driver, de eso ya no se vuelve.

Acompañando a Marion Cotillard y a Adam Driver está Simon Helberg (AKA Howard en The Big Bang Theory) en una escena muy alabada, porque Helberg nos vende esa escena con ímpetu, Leos nos vende esa escena con ímpetu. El ímpetu es otro de los grandes protagonistas. Admirás ese ímpetu. Hay gente que con más agua en la piscina, no salta así.

Amiga, diste a luz un títere.

Parte del crew, los guionistas, Leos Carax y su hija Nastya aparecen al inicio y al final del filme rompiendo la ficción, y hablándole directamente al espectador, y cuando el director te habla y desea que te vaya bien, que llegués a tu casa seguro, ya te acostumbraste a la mancha que crece en el coto de Henry, ya aceptaste el sentido diálogo con la Annette de carne y hueso, ya querés (una vez más) a este Leos Carax que puede ser estúpido e inteligente, cursi e incisivo, bueno y malo, todo y nada.

Annette concluye así atestiguando que una película es un trabajo colectivo. Algunos, como en Cannes, la ovacionarán y no podrán sacarse de la mente escenas en las que su director juega como un niño. Otros la encontrarán insufrible, insoportable, hueca perorata del ego desmedido de un director que como dije sobre Holy Motors se hace una paja frente al espejo.

¿Audaz? ¿Arrogante?

Capaz sea un poco de las dos. Lo que sí me queda claro, es que Baby Annette marioneta y Baby Anette de carne y hueso se convertirán en un fantasma cinematográfico en tu memoria y una de esas frases que el cine deja omnipresente será: Ahora no tenés nada que amar.

Lo mejor: Jugada, hermosa, con mucho para analizar Lo peor: pajera, pretenciosa, cursi, boluda, esperpéntica, larga Lo más falsete: difícil elegir algo, es una película que bebe de lo que podría verse falso y/o ridículo  El mensaje manifiesto: la fama y las vidas en apariencia felices, tienen su lado oscuro El mensaje latente: ese lado oscuro es un abismo La escena: la charla entre Annette y su padre en la cárcel El personaje entrañable: Baby Annette El personaje emputante: Henry El agradecimiento: por jugar.

 

CINE FRANCÉS: La Tercera Guerra (La troisième guerre)

Por: Mónica Heinrich V.

Un día, tumbaron las Torres Gemelas y ese acto bastó para que en el mundo surgiera una nueva guerra, la guerra contra el terrorismo. Y digo nueva, porque todo lo que toca a las grandes potencias magnifica a monstruos que siempre estuvieron campantes por las calles.

Definamos terrorismo. Según la RAE: Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.  Actuación criminal de bandas organizadas , que , reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado , pretende crear alarma social con fines políticos .

Ajá. Terror. Alarma social. Fines políticos.

¿Y qué hicieron las grandes potencias cuando sufrieron “ataques aleatorios” de “loquitos musulmanes”? incrementaron la tensión y el miedo en sus ciudadanos, y les hicieron creer que esos ataques podrían ocurrir todos los días y que nunca, jamás estarían seguros. Sus ciudadanos vieron cómo se crearon “planes de seguridad” y se empezaron a ejecutar medidas que de ejercerse en cualquier otro país serían tildadas de medidas dictatoriales y en contra de los derechos humanos. Pero para USA, Francia, Inglaterra o España, solo fueron medidas defensivas.

Lo cierto es que el terrorismo nunca fue propiedad exclusiva de los países del medio oriente y el director francés Giovanni Aloi, así lo interpreta.

En su película La Tercera Guerra se habla de una amenaza constante. Esa amenaza convive con la vida diaria de los franceses que quedaron traumatizados por los ataques en la sala de espectáculos Bataclan o en el semanario Charlie Hebdo. No hace falta ser francés para recordar con horror los 90 muertos de Bataclan o los 12 de Charlie Hebdo, y ataques de esa naturaleza en una sociedad que vive cómodamente alejada de esos peligros hace que el Estado se invente respuestas de contención. El plan Vigipirate, dispositivo permanente de vigilancia, prevención y protección, es una de las principales herramientas de lucha antiterrorista en Francia. 

Giovanni Aloi no estaba en Paris cuando sucedieron los terribles hechos de Bataclan, pero regresó al día siguiente y percibió un apagón en la siempre agitada vida parisina. Las calles estaban vacías, los comercios cerrados, el miedo era el principal habitante de una de las ciudades más turísticas del mundo, una ciudad conocida como la “ciudad del amor”. Semanas después, le llamó la atención que grupos reducidos de soldados, en su mayoría jóvenes, patrullaban las calles como parte del plan Vigipirate. Así es, cazaterroristas. Estos jovencitos estaban armados con el armamento del ejército, así que su capacidad de respuesta podía ser inmediata independiente de lo real o ficticia que fuera la amenaza.

La Tercera Guerra tiene como protagonista a uno de estos soldaditos. Leo (Anthony Bajon) es un chico del campo que llega a una Paris que le resulta ajena. Observa con preocupación su entorno mientras su compañero Hicham (Karim Leklou) le advierte que todo puede ser sospechoso o que un ataque es inminente en el momento menos pensado. Leo es muy joven. No debe llegar ni a los 25 años. A lo largo de la película, se descubre que el chico viene de una familia disfuncional, que enlistarse al ejército le ha significado una salida a una madre que no respeta y a una rutina diaria que lo agobia, que el ejército es orden en un mundo caótico.

El guion, escrito por el mismo director y su colaborador Dominique Baumard, está muy bien concebido en cuanto a la tensión generada por un entorno siempre “amenazante” mientras el mismo Leo está en proceso de implosión.

Puede parecer que a lo largo de la película no pasan muchas cosas. Los patrullajes y la rutina de Leo, el universo de camaradería banal en el regimiento, solo esbozan detalles de lo que está mal en su estructura mental o en el hecho de que gente tan joven sea puesta en una situación de estrés y constante alarma.

Leo tiene salidas ocasionales, en su habitación se lee un letrero: Bañado en agua para vivir en llamas. Y eso, quizás, engloba el tono de la película.

No, no es el “terrorismo” el verdadero enemigo de Leo. El sargento que trata de esconder su embarazo para conservar su autoridad en un rubro lleno de testosterona, el colega de Leo al que todos ven “desestabilizado” pero que ante sus ojos representa menos amenaza que un bolsón abandonado al lado del cubo de basura, la necesidad de autoconvencerse de que el trabajo que realizan es trascendente cuando los mismos parisinos los encuentran inútiles, son más barrotes de esta jaula de miedo.

Un trabajo de dirección muy sólido por parte de Aloi, que sigue a su personaje principal sin juzgarlo y sin ofrecerle al público una empatía o antipatía superficial. Eso también es virtud de Anthony Bajon que ya tiene un Oso de Plata a Mejor Actor por La Priere y que ha sido nominado a los Premios César por Au nomme de la terre. Bajon compone a un atormentado y querible Leo, al que dan ganas de sentar en una silla y decirle muy cerquita: Relajate, la vida hay que disfrutarla no sufrirla.

Aunque Aloi debuta con esta opera prima de manera sobria y auspiciosa, puede que su final fuerce demasiado el naipe. La figura aleccionadora se entiende y conmociona, pero hay algo que no termina de cuajar, quizás porque la tensión hasta ese momento simbólica se resuelve con torpeza.

Las secuencias de la manifestación que también se alza como una amenaza real en la que dos fuerzas internas de Francia se enfrentan sin medir consecuencias, fue trabajada de forma impactante desde la cámara de Martin Rit. En esas secuencias descansa otra mirada que la película ofrece: una Francia convulsionada por problemas reales, y peligros propios. Los enemigos no solo pueden ser los loquitos musulmanes, sino las fuerzas del orden, los civiles o uno mismo.

Lo mejor: sobria, bien actuada con una crítica sana sobre el concepto de terrorismo Lo peor: el final se esfuerza demasiado por probar su punto Lo más falsete: el temita con la chica del teléfono  El mensaje manifiesto: el enemigo puede ser cualquiera El mensaje latente: el peligro podés ser vos La escena: la manifestación El personaje entrañable: Leo y los jóvenes que buscan darle sentido a su vida así El personaje emputante: el uso político para actividades como esa El agradecimiento: por un manejo de la tensión de relojería.

 

CINE ISRAELÍ: Foxtrot

Por: Mónica Heinrich V.

“No importa donde vayas, siempre volverás al mismo punto donde empezaste”: parece una frase de libro de auto-ayuda, de reflexión sobre la existencia, del ir y venir tonto y pandémico del ser humano, pero el director Samuel Maoz está describiendo el foxtrot como baile y, también, como una metáfora del sinsentido de la guerra.

En una maravillosa secuencia de inicio, Michael Feldman (Lior Ashkenazi) y Dafna Feldmann (Sarah Adler) reciben una terrible noticia: su hijo, Jonathan (Yonathan Shiray), ha muerto en pleno servicio militar. Las circunstancias de su muerte no son explicadas, pero la comitiva que representa al aparato militar cumple a cabalidad con el protocolo estándar para informar a la familia del soldado caído y acompañarla en sus gestiones del funeral.

La película israelí Foxtrot comienza así su primer bloque. Porque Foxtrot está divida en tres partes, en tres miradas. La primera la tenemos dedicada a Michael, a cómo encaja la noticia de la muerte de su hijo, y qué hay detrás de este hombre mayor, ese pasado y presente que tienen el aroma de la muerte; en la segunda parte, la cámara nos muestra la vida de Jonathan como soldado: olvidado en un puestito de control, una especie de checkpoint fronterizo, donde junto a otros tres jóvenes pasan los días. “Nos estamos hundiendo”, dice uno de ellos cuando el container en el que duermen comienza a inclinarse hacia un costado en el barro; finalmente, la tercera parte está dedicada a Dafna, la mamá, la que cierra la historia sin olvido ni perdón.

Tenemos que decir que Maoz es, antes que director de cine, un ex militar. A sus 20 años era uno de los tiradores de los primeros tanques que entraron al Líbano, y, de hecho, su primera película se llama Líbano en alusión a la triste Guerra del Líbano. Amig@s, ví Líbano en una de esas tantas veces que maratoneé películas en carnaval. La experiencia fue extraña aunque aún la recuerdo. Unos soldaditos dentro de un tanque esperando la muerte.

Entonces, las experiencias de Maoz en la guerra no son ficción. Este es un hombre que ha matado y ha visto matar y morir. Por eso, lo que más funciona de Foxtrot es su sensibilidad para describir tareas rutinarias y boludas de un soldado en servicio. Lo inútil que parece. El protocolo militar también inútil y carente de empatía real con el “soldado caído”. Las familias que sufren pérdidas siempre absurdas.

Maoz ha vivido lo que cuenta y sabe contarlo. El guion escrito por él mismo ofrece distancia y sequedad en su primer bloque, puede que en el segundo, al ser el mundo de Jonathan, la narrativa se vuelve más onírica, y hay algunos diálogos o textos más cursis y discursivos. Cuando volvemos al último bloque, con Dafna, el tono regresa a la sutileza inicial, aunque ahora el dolor es el gran protagonista.

Hay dos grandes momentos en la película, uno cuando el joven Jonathan baila ensimismado con su fusil una rutina de foxtrot en medio del desierto y otra, cuando en su puesto fronterizo un grupo de palestinos desarmados es baleado por accidente, siendo el hecho encubierto por las autoridades de turno.

La escena de los palestinos, bastante audaz para un director israelí, hizo que el gobierno de Israel pusiera el grito en el cielo y que la Ministra de Cultura Miri Regev saliera rápido a decir públicamente que las Fuerzas de Defensa de Israel eran «el ejército más moral del mundo» …Ajá…el chiste o la tragedia, se cuenta solo. Miri Regev no sabe que Maoz no vivió lo que vivió a sus 20 años para venir a contarnos mentiras.

Maoz, sin embargo, no se regodea en lo que significa la escena en el contexto del conflicto palestino-israelí, al contrario, para Maoz es una muestra más de lo que es la guerra a secas.

Foxtrot ha sido descrita por su director como un rompecabezas filosófico, y logra su cometido en gran parte de su metraje, el problema es que el cine episódico es bastante difícil de manejar. La película sufre en ese aspecto, cambia de tono en sus tres episodios y a ratos es difícil concebirla como una unidad, aunque tiene momentos brillantes que cubren sus debilidades menos evidentes.

Sí, es cierto que los puntos de giro mantienen nuestra atención, pero el final se acerca predecible a un espectador que lleva casi dos horas yendo hacia muchos lados y volviendo al punto inicial, como el baile.

Igual, no cabe duda que Foxtrot es ambiciosa, tiene una alta dosis de atractivo en ese desierto estéril, fangoso e inhóspito. Nunca más veremos a un soldado israelí bailar abrazando a su fusil, mientras una rubia americanísima de fondo sonríe sosteniendo un helado multicolor en sus manos. Ese es el contraste, es la vida y la muerte.

Maoz que ha matado y ha visto morir…sabe que la guerra, es la guerra nomás.

Lo mejor: un par de secuencias inolvidables Lo peor: la secuencia del medio es la más flojita  Lo más falsete: las partes más oníricas o cursis El mensaje   manifiesto: la guerra todo lo destruye El mensaje latente: la guerra es siempre una gran mentira La escena: la del baile con el fusil El personaje entrañable: los chicos que iban en el auto El personaje emputante: la guerra  El agradecimiento: cuando las guerras terminan.

CINE ITALIANO: Martin Eden

Por: Mónica Heinrich V.

Qué experiencia más singular es Martin Eden. El segundo largometraje de Pietro Marcello cala hondo y puede dividir las aguas como Moisés al mar Rojo.

Hablemos primero sobre que esta película italiana adapta la novela autobiográfica y homónima de Jack London, hablemos también de la literatura de London, hablemos de su gran cuento Encender un fuego, hablemos de su otro enorme cuento, Un buen bistec, hablemos de cómo esos relatos viscerales contrastan con sus relatos más aventureros como Colmillo Blanco o Jerry, de las islas, hablemos de Spencer, de la burguesía, del individualismo, del socialismo, de los bastardos, de los perros y de los pobres. Hablemos de Martin Eden.

Martin (Luca Marinelli) es un marinero sin educación que por casualidades de la vida defiende de una golpiza a un joven desconocido en el puerto. El joven resulta ser miembro de una acaudalada familia, y en muestra de agradecimiento por su intervención, la familia abre sus puertas y brazos a Martin. Una bella y blonda Elena (Jessica Cressy) entra en escena. Elena es hermana del salvado. Martin se deslumbra por todo, por la mansión a la que lo invitan, por la elegancia de lo que ve y, sobre todo, por Elena, a la que empieza a amar. Es así que decide estudiar y ser escritor, para acceder a esa vida que le ha sido negada en origen.

Esa sería la sinopsis inicial tanto en la novela como en la película, solo que, en el libro, en lugar de estar en Italia estamos en USA y la joven acaudalada se llama Ruth. En el libro, queda claro desde el principio que, aunque la joven es receptiva a los avances amorosos de Martin, la brecha social es insalvable.

Para London y para Marcello, el discurso ideológico de Martin Eden no es otro que el de la necesidad de vencer al individualismo, de ver al colectivo social como algo por lo cual luchar, algo que hay que defender. London dijo con pesar que su obra no fue bien interpretada por los críticos de su época, y Marcello presenta a su antihéroe como un traidor a su origen. El hartazgo posterior de Eden no es sino el paralelismo de otra gran frase que lanza en la película: el saciado no cree en el ayuno.

No cabe duda que es un libro complejo de llevar a la pantalla. En su versión literaria, todo este proceso autodidacta de formación de Eden es muy meticuloso, los tópicos son más específicos, sus fracasos más notorios, en la película si bien se construye el periplo de Martin como un camino muy cuesta arriba, se tienen que condensar tiempos para que el espectador no se aburra de ver una y otra vez las puertas cerrarse en la nariz de nuestro personaje principal.

La adaptación cinematográfica, el traspaso de novela a guion, llevado a cabo por Maurizio Braucci y el mismo Petro Marcello, ha sido desafiante, porque tiene que respetar la esencia de London, pero al mismo tiempo imbuir a su historia vintage algo de actualidad.

Una decisión de Marcello, que puede no ser muy bien entendida, es cómo toma los pasajes más oníricos de los pensamientos de Eden para trasladarlos al lenguaje cinematográfico en cápsulas estilo documental. Algunas son imágenes de archivo de eventos llamativos como la revolución del 1 de mayo de 1886, otras son cápsulas ficcionadas de lo que Eden escribe. Este contexto-fuera-de-contexto puede verse como una paja pretenciosa de cineasta pretencioso, y lo es, pero dentro de su pretensión por momentos alcanza lugares interesantes.

De igual manera, Marcello acompaña la inocencia de Martin con canciones pops cursis italianas, y con textos cursis de los que luego el mismo personaje se burlará al final, es otra cualidad/defecto de Marcello. Tendremos la tentación de abandonar la película que al inicio se percibe un poco fuera de tono ¡hay que aguantar! Marcello irá poniendo en pantalla el desarrollo de su personaje, y si al principio lo rodea de cierta cosa cursi, al final lo acompañará con un piano lúgubre que hace eco de su asco por la vida.

Sí, la novela de London fue escrita por partes entre 1908 y 1909. Sí, London escribió un par de veces acerca del suicidio, y su muerte sigue siendo un misterio en cuanto a si tomó o no su propia vida. Sí, el texto de London, por tanto, es lleno de frases rimbombantes, de reflexiones auto conscientes, de ideas condescendientes con las nociones más básicas sobre socialismo, burguesía, o individualismo. Estas diatribas sobre la sociedad y las desigualdades pueden sonar a sermón social, porque son más que un comentario social, y ya dependerá del espectador si acepta la propuesta.

La formación teatral de Luca Marinelli como Martin le pasa factura en algunas escenas en las que parece actuando más para una platea que para una cámara de cine. Hay mucho grito y cosa pasada de rosca, la elipsis temporal de su vida de marinero ignorado por los editores a fenómeno de la literatura de su época apenas se construye. Si estuviste atento, y más aún si conocés la literatura de London, sabrás el final con mucha anticipación. Ese final anticipado no deja de ser triste, y Marcello lo soluciona con una hermosa toma. Quizás la toma estéticamente más linda de toda la película.

Mientras tanto, cuando su última película concluye, te queda bailando en tus oídos una frase que solo está en la película: “Los pobres tienen derecho a tener un perro. En su lugar podrían tener ratas: sirven igual y están exentas de impuestos. Viven apretados en cuartos con sus costosos bastardos. ¿Por qué no juegan con las moscas? ¿No son animales de compañía? Y hay que pagar el ayuntamiento. Hay que ponerle fin a esto o acabarán comprándose ballenas. Hay que tomar una decisión: Matar a los perros. ¿No es una buena idea? Y el próximo emprendimiento: matar a los pobres”.

Martin Eden puede gustar o no gustar, su imposición ideológica es muy marcada, pero en este caso en particular es tan a propósito que más parece un sello personal, y no cabe duda que Pietro Marcello tiene un estilo y una forma de hacer cine que hay que seguir para ver hacia dónde más nos llevará en sus próximos trabajos.

Empieza la guerra, dice casi al final otro de los personajes. Martin Eden está sentado en la playa con la mirada pérdida, y nunca sabemos qué guerra ha empezado, solo sabemos que empezó.

Lo mejor: una experiencia singular con momentos intensos Lo peor: las partes «disonantes» o que pueden hacer que el espectador abandone la película  Lo más falsete: la elipsis es un poco torpe y hay, a ratos, demasiado histrionismo El mensaje   manifiesto: todo es efímero El mensaje latente: hay gente que pierde la costumbre de vivir La escena: la del discurso de matemos a los perros, matemos a los pobres El personaje entrañable: el sangriento ocaso sobre el mar El personaje emputante: el hastío  El agradecimiento: porque toca. 

 

CINE: The killing of two lovers

Por: Mónica Heinrich V.

El amor se acaba, cantaba hace años José José, y sí, el amor se acaba o muere. Y no está mal que pase, pero hay que saber lidiar con el cadáver apestoso que queda después.

The Killing of two lovers es la historia de David (Clayne Crawford) y Nikki (Arri Graham), una joven pareja.

La escena inicial de la película es perturbadora, David con un revólver en la mano apunta a Nikki, que duerme acompañada de otro hombre en la que fue su cama matrimonial.

El director y guionista, Robert Machoian, elige a David como el vehículo al cual nos subimos para transitar esta historia. David, el papá de cuatro hijos que producto de la separación se muda con su padre viejo y enfermo. David, que no sabe qué ha pasado, que no entiende las decisiones de Nikki y que acepta cualquier condición que ella impone tratando de salvar su matrimonio. David, que maneja muy mal el vínculo roto, y que tiene ideas y actitudes violentas cuando supone que ese vínculo nunca se va a recomponer. David.

La película maneja una tensión constante gracias a su premonitorio título. Machoian se nutre de escenas sencillas e íntimas para construir el universo familiar que David no quiere perder. La escena en el parque con los cohetes y los niños destila belleza y nostalgia. Los tiempos son precisos en esta pequeña película sobre el amor, la familia y la imposibilidad de aceptar cambios.

En la otra esquina, tenemos a Nikki, nunca sabremos qué impulsa a Nikki a “repensar” la relación. Intuimos que está cansada, que se imagina que existe otra vida fuera de David, que se casó muy joven, que está creciendo laboralmente, que no vivió ni experimentó lo que una chica de su edad… sí, que en resumen puede ver un futuro sin su marido. Sentires muy válidos, el problema está en la falta de transparencia.

La película aborda muy bien cómo el ser humano se empantana. O sea, si querés terminar con alguien, hacelo bien, no con dobles mensajes ni faltándole el respeto a alguien que pasó años a tu lado. David, ya totalmente quebrado, en algún momento le dice a Nikki, “tenés que dejarme ir, si no te duele la mitad que a mí, tenés que dejarme ir porque yo pienso en esto todo el puto día”. Hay ya cierta desesperación que es gatillada por el discurso constante de ella de: “estamos viendo qué pasa”, mientras ya tiene un nuevo amante.

Por otro lado, David parece no captar a Nikki y no darse cuenta que sus acciones dicen más que su palabras, que  ella ya fue y que, además, está en todo su derecho. Me daban ganas de meterme a la película y tatuarle en el brazo un #Amigodatecuenta para que lo vea todas las mañanas.

Cuando se introduce el personaje de Chris Coy como el pretendiente de Nikki, la película se hunde hasta los cabellos en el fangoso escenario que ha construido de a poco, ese en el que todo puede pasar, ese que no queremos ver, pero que estamos esperando.

En medio sufren los cuatro niños que procrearon cuando aún se amaban, cuando aún tenían planes juntos. Uno viendo desde afuera se pregunta por qué gente que alguna vez se quiso se puede hacer tanto daño.

Aunque la película tiene un tempo precioso en cuanto a climas y no duda en ponerse fría y sórdida en momentos claves, el personaje de David bordea peligrosamente al feminicida. Porque uno puede empatizar con él viendo cómo Nikki le marea la perdiz todo el tiempo, o entender que no es justo, ético o moral que después de una vida compartida no tengás consideración por tu ex pareja, pero cuando David va un poquito más allá de la toxicidad y entra en lo psicopático (escena del cuarto y él apuntando a la pareja que duerme) la película no se da cuenta o finge que no es un problema de David y de nadie más. Una cosa es que Nikki sea egoísta o insensible, y otra que David no tenga la madurez o sanidad mental para seguir adelante, porque al fin y al cabo la vida es eso, adaptarnos a los golpes y las bajezas que se presentan en el camino.

No pude dejar de notar que hay menos simpatía por Nikki, joven y madre de cuatro hijos, bregando con los niños, con el intenso de David y con el loquito que se consigue como nueva pareja. Para el mismo Machoian, parece ser difícil entender a su personaje femenino o, tal vez, en realidad la tragedia sea esa: una pesada estructura familiar que te frena a salir de ella por más que deseés hacerlo. Porque no solo es Nikki la que termina sucumbiendo a esa estructura, la parálisis de David ante la situación es también producto de esa visión cuadrada de: vida «completa» únicamente posible con una familia convencional.

Ya hablando de temas técnicos, me pareció innecesario el machacón efecto de sonido para remarcar lo turbio de algunas secuencias, era como un sonido de puerta de auto que se azota al cerrarse o como un ajuste de gatillo de pistola, si ya tenés una película íntima y muy austera en cuanto a diálogos y primeros planos, basta con el capricho de comprimir la relación de aspecto a 4:3 para remarcar el drama que burbujea en cada fotograma.

No quiero hablar del final, porque es bastante debatible, es un final muy “seguro”, pero como lo mencioné antes puede ser un final trágico aunque no lo parezca a simple vista. De todas formas, el director y guionista consigue que pases casi hora y media entre la fatiga y la tristeza por lo que tus ojitos ven en pantalla. 

Casi al inicio de la película, David le preguntó a una de sus clientas sobre si tuvo un buen matrimonio, la anciana dio entender que tuvo sus altas y sus bajas, pero lo más importante que dijo y que se aplica a cualquier relación afectiva fue “una relación es más que el amor, es el respeto por el amor”. 

Bien dicho, señora Staples.

Lo mejor: tema complejo, película muy bien actuada y con una dirección que augura buenas cosas en el futuro Lo peor: la película siente más empatía por su personaje David que llega a tener actitudes hiper tóxicas que bordean al feminicida  Lo más falsete: lo que sucede con el amante de Nikki cuando tienen la discusión afuera de la casa El mensaje   manifiesto: Porque el sentimiento es humo Y ceniza la palabra El amor acaba El mensaje latente: si se acaba, siempre hay que tener respeto por lo que una vez existió La escena: la del parque y los cohetes, y la discusión donde yo también empecé a gritarle a la pantalla: NO ES TU ASUNTO, PENDEJO El personaje entrañable: los niños, que siempre pagan el pato por los adultos El personaje emputante: Los adultos haciendo huevadas  El agradecimiento: por los momentos que funcionan. 

CINE: Sound of metal

Por: Mónica Heinrich V.

Ya Riz Ahmed nos había demostrado su valía en The Night Of, una recomendable serie de HBO que vimos el 2016. Sí, sí, su final fue un poco #pordiosquéhacésstevenzaillian, pero esa debacle narrativa no impidió que pudiéramos disfrutar de la gran actuación de Riz.

Y así, Riz volvió con Sound of Metal y su personificación de Ruben traspasó la pantalla lo suficiente para hacer notar una película que años atrás jamás hubiera sido nominada a los cosos dorados. ¿Por qué? Porque su factura está más cercana al cine autoral y su temática es muy poco comercial.

Darius Marder es el gringo que debuta en dirección capitaneando este barco. Gran amigo y colaborador de Derek Cianfrance, coescribió el guion de The Place Beyond the Pines. ¿Se acuerdan? ¿la película atormentada y tormentosa con Ryan Gosling y Bradley Cooper? A Derek lo conocimos por esa no menos atormentada y tormentosa película que es Blue Valentine, también con Ryan Gosling. Y bueno, entre Derek y Darius hay cierta similitud en tipo de narrativa dramática con personajes siempre fatigados por la existencia.

De hecho, Sound of metal tiene su origen en un documental inacabado de Derek llamado Metalhead, cuya temática era la misma: músicos que pierden la audición y tienen que readaptarse al mundo. El trabajo de Derek está en post-producción desde el 2009, así que a Darius empezó a picarle el bichito de hacer una ficción en toda regla y le pidió a Derek su bendición.

Voilá.

Ruben (Riz Ahmed), un baterista de una banda musical, empieza a perder la audición. El deterioro es veloz. Obviamente, nuestro protagonista estará shockeado por su situación y pasará por las fases normales de negación, rabia, negociación, etc.. Estamos hablando de una persona cuya pasión es la música, de eso vive, a eso se dedica en cuerpo y alma.

Darius nos lo cuenta sin despeinarse y tiene el pulso para mostrarnos exactamente lo que siente Ruben mientras se empieza a quedar sordo. Para eso se acompaña del gran trabajo en diseño de sonido de Jaime Baksht, Michelle Cuottolenc y Carlos Cortés, que tardaron 10 semanas en ocuparse de los climas, de crear los bruscos cortes de audio y los momentos de tensión.

Carajo, no escucho nada

Y sí, es muy desesperante comprender a cabalidad por lo que pasa el personaje. Las escenas de Ruben tocando su batería, sabiendo nosotros que tendríamos que escuchar un “ruido” de padre y señor mío, mientras solo percibimos el triste silencio: Jodido.

Qué ganas de abrazarte, Ruben.

Evidentemente, una pérdida de audición no solo resignifica tu vida como ser humano, sino tus relaciones. Ruben está en pareja con Lou (Olivia Cooke), por lo que se abre otro frente de dolor para el personaje. ¿El amor sobrevivirá a la nueva situación?

Darius escribe el guion junto a su hermano Abraham Marder e introduce, además, la figura de la comunidad de sordos a la que Ruben recurre tratando de readaptarse al mundo.

Hasta ahí, tenemos una película emotiva, bellamente filmada con un diseño de sonido más que inteligente y con actores protagónicos que hacen que uno como espectador compre toda la pomada.

Lo que fue un gol en contra es cómo se trata la necesidad de Ruben de aferrarse a cualquier esperanza para recuperar su audición o mejorarla. O sea, el tipo es músico, vive de tocar la batería, a mí no me parece para nada fuera de lugar que trate de recuperar la audición de cualquier manera.

Pero en Sound of metal, la necesidad del personaje se compara incluso con la adicción a las drogas, ya que Ruben resulta también ser un exadicto. De ahí, algunas escenas aleccionadoras comandadas por Joe (Paul Raci) son los puntos más bajos de la película, porque para moralejas y enseñanzas estoicas prefiero ir a misa o ver una película de Ken Loach.

Ruben, sos sordo y siempre serás sordo y  tenés que quedarte sordo, no importa si hay la posibilidad de no ser sordo. Si no conseguís resignarte a ser sordo, no podés quedarte con nosotros, los otros sordos.

En una situación llena de grises, el director se va por la tónica negro o blanco en  todas las premisas de su película, incluida la relación amorosa. Y claro, eso al final termina haciendo más débil el relato al anclarlo a una cosa sensiblera. Porque Sound of metal posa como una película con un acercamiento humano ante la pérdida de la audición, pero al mismo tiempo termina siendo este tipo de película “terapia”, con una mirada chata y conservadora a los implantes cocleares que han tenido buen impacto en la vida de otras personas.

No negaremos que su bella puesta en escena y su diseño de sonido la elevan unos escalones más, aunque, por ejemplo, La escafandra y la mariposa (reseñada ACA hace diez años ) llevó esa experimentación hacia lugares inimaginables. Tampoco negaremos que en estructura, es la estructura usual del guion que exhibe la pérdida de un sentido, estructura vista incluso en La familia Ingals, cuando nuestra Mary Ingals pierde la vista de repente, no se resigna, se emputa, y luego termina yéndose a vivir a una comunidad de ciegos en la que le enseñan a «manejarse» y después alcanza la paz de la resignación.

Así y todo, Sound of metal llega a asestarte los golpes emocionales que se supone tiene que asestar.  No cabe duda que Darius es muy hábil. Y Riz es muy hábil y ser hábil no es virtud de cualquiera. Y cuando termina, te quedás conmovido/a junto a Ruben sintiéndote absurdo y bendecido, escuchando el silencio, con ganas de hacerle caso a Joe y buscar esos famosos momentos de quietud.

Lo mejor: su diseño sonoro Lo peor: se pone lugar común, y pone a los implantes cocleares como una opción no válida  Lo más falsete: que Ruben consiga 40.000 dólares de la nada, aunque sea vendiendo su equipo es harta plata para conseguirla en poco tiempo El mensaje manifiesto: el ser humano se adapta y evoluciona en cualquier situación El mensaje latente: cada quien puede readaptarse como mejor le parezca La escena: el incómodo reencuentro con Lou El personaje entrañable: La desesperación de Ruben El personaje emputante: Joe, lo siento, tenía ganas de agarrarlo a manazos  El agradecimiento: por los avances de la ciencia.

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