LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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CINE ARGENTINO: Planta Permanente

Por: Mónica Heinrich V.

El cine de Ezequiel Radusky siempre es interesante. En su ópera prima titulada Los Dueños (2013, codirigida con Agustín Toscano) hizo la gran Parasite y nos contó una historia en la que los empleados de una gran casona en las afueras de Buenos Aires aprovechaban las comodidades del lugar en la ausencia de los patrones. Dicho así, podría parecer que Radusky quiere sopapearnos con una feroz crítica a la jerarquización de las clases sociales tiñendo de un halo victimista a aquellos que siempre están en la parte baja del escalofón de la vida, pero oh, sorpresa, Radusky encuentra matices.  Esos matices están tanto en su ópera prima como en su segunda película, y primera en solitario, Planta Permanente (2019).

En Planta Permanente, Lila (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari) son dos amigas y comadres que trabajan hace décadas como empleadas de limpieza en un edificio estatal (el Ministerio de Obras Públicas). La película arranca con un cambio de gestión y la llegada de una nueva directora (Verónica Perrota). Una tipa que lanza un discurso típico de político que anuncia un cambio con su gestión o, por lo menos, que finge serlo, y que asegura que nadie será despedido y que trabajará para mejorar la situación de todos. Ya sabemos que cuando un político emite tales declaraciones, lo más probable es que suceda exactamente lo contrario.

El edificio estatal que sirve para desarrollar la historia se convierte en otro personaje. Las escenas construidas en sus pasillos o habitaciones lo muestran sin un buen mantenimiento, con dependencias abandonadas a su suerte, con palomas anidando y gatos callejeros. Los funcionarios entran y salen con un roce social aburrido y mecánico. Un reflejo más de cómo se maneja el aparato público y la decadencia del Estado como ente regulador.

Lila y Marcela, mucho antes de la llegada de la nueva directora, montaron un comedor para los funcionarios en un espacio deshabitado del edificio en el que se acumulaban objetos desechados. Lo hicieron a merced del poco control y en la falta de entendimiento o nomeimportismo de los límites que como empleadas podrían cruzar o no. Cocinan y dan de comer a todo aquel que se anote y se ganan unos quintos extras. Es evidente que la nueva directora tendrá que ser informada de este hecho irregular y así lo hacen, le cuentan y le piden permiso. La directora pone cara de incredulidad y espanto ante ese emprendimiento culinario mientras pregunta: “¿Cómo es que puede existir un lugar así?”…

El mayor logro de Radusky (que también es el guionista) está en que no convierte su historia en una lucha entre buenos y malos. Del enfoque global de la película hacia un sistema corrupto hace un primer plano a las miserias personales de los personajes. Porque en la sociedad todos podemos ser muy miserables, existe pues una democratización de la miseria.

Las que en un principio se llevan las simpatías del espectador, Lila y Marcela, las amigas, las comadres, se ven enfrentadas por mantener un statu quo al cual ya estaban acostumbradas, al cual todo el edificio estaba acostumbrado.

Radusky cuenta su historia de una manera semi-documental, la cámara de Lucio Bonelli, el director de fotografía, muestra con tono laberíntico las locaciones, los pasillos estatales que son también el lugar ideal en el que un grupo de gente otrora unida en la rutina comienza a romper su unidad por los cambios de gestión. Ah, nada como el funcionario acomodaticio que desea mantener su pega ante una inminente masacre blanca.

Planta Permanente se desarrolla bajo un necesario humor negro porque de ser abordada solo como drama social sería bastante desoladora. Destaca la dupla de actrices que sostienen la película a punta de momentos llenos de credibilidad. Esta película es también el último trabajo de Rosario Bléfari que interpreta a Marcela, la actriz y cantante murió de cáncer este año con apenas 55 años. Junto con Liliana Juárez logran hacernos creer el vínculo de comadres, de amigas de años, de empleadas de limpieza que tratan de salir de ese camino en línea recta que es su futuro.

Como contraparte, sí, hay un evidente rechazo a la buracracia estatal (Radusky fue empleado estatal muchos años) y algunas secuencias pueden ser lugar común debido a lo familiar que suenan, también el último tramo de la película tiende a ser más discursivo y a tratar de poner en pantalla de manera demasiado evidente la rabia de una Argentina que ha sido orillada al abismo. Esos puntos serán algo decepcionantes para un espectador que espere más de este relato en el que Radusky no quiere entregar nada más ni nada menos de lo que entrega.

Cuando se acerca el final lo ves venir como el rocío de la mañana, sabés exactamente lo que va a pasar ¿podríamos acusar a Radusky de predecible o de realista? No lo sé.  Lo cierto es que tanto en la ficción como en la vida real, los amigos del poder son siempre los que terminan ganando.

Lo mejor: su tono documental, la idea, y la miseria vista con una mirada amplia Lo peor: se pone lugar común, y bastante discursiva al final  Lo más falsete: algunas situaciones creadas solo para ponerle picante al relato El mensaje manifiesto: el sistema está muerto por dentro El mensaje latente: hay muchos zombies dentro del sistema La escena: cuando aparece el negocio paralelo  El personaje entrañable: las ganas de romper el statu quo El personaje emputante: los políticos  El agradecimiento: por el humor.

DOCUMENTAL: Colectiv (Collective)

Por: Mónica Heinrich V.

Colectiv era una discoteca rumana que se consumió por el fuego en menos de una hora.

La noche del 30 de octubre del 2015 la banda metalera Goodbye to Gravity estaba en pleno concierto. En youtube podemos verlos en ese escenario, en esa noche, interpretando premonitoriamente The day we die. Parte de su letra era la frase “Al carajo tu perversa corrupción”. Finalizada la canción, la voz del vocalista diría: “Parece que hay fuego acá ¿alguien tiene un extintor?” y luego, luego el pandemónium. 27 muertos de manera instantánea. 180 heridos. Días después morirían 37 personas más.

En la discoteca había solo una puerta que daba al exterior y medía 81 cm. El aforo legal para ese espacio era de 80 personas, en ese momento habían entre 300 a 400 personas. Encima, el boliche hizo firmar a la banda un contrato en el que se estipulaba que debían meter a 300 personas mínimo o los multaban.

Cuando la gente se percató que el fuego devoraba el techo, corrió en desbandada hacia la puerta de 81 cm. Los que no murieron por el fuego murieron por el humo, los que no murieron por el humo murieron por algún tipo de lesión provocada por la estampida, los que no murieron ni por el fuego ni por el humo ni por la estampida murieron por una infección intrahospitalaria.

Alexander Nanau dirige el documental Colectiv y sigue el trabajo periodístico de Catalin Tolontan, quien a pesar de estar a la cabeza de un periódico dedicado solo a los deportes, lanza una investigación sobre el incendio de la discoteca y descubre que la atención médica recibida por las víctimas fue deficiente y que el líquido usado para desinfectar los quirófanos era diluido. O sea, cuando las víctimas del incendio llegaron a los hospitales, las bacterias de las que tienen que protegerte en un hospital se campeaban a sus anchas.

Nominado al Oscar a Mejor Documental y a Mejor Película Extranjera, el documental está planteado en dos bloques, uno que sigue a Tolontan presentando el problema de los desinfectantes diluidos y la corrupción del sistema de salud rumano y otro que sigue a Vlad Voiculescu, el Ministro de Salud que posesionan en medio de la crisis para tratar de recuperar la confianza del país.

Hay que resaltar el trabajo de Nanau que crea un documental que parece una ficción. No existen entrevistas con gente mirando a cámara, no hay testimoniales, Nanau lleva a cabo un registro de imágenes de reuniones, charlas tanto de los periodistas, sus fuentes, como de las víctimas para darle más profundidad a la valiosa investigación. Las conclusiones son terroríficas. El desinfectante además de ser diluido al mínimo por el proveedor, vuelve a ser diluido en el hospital, anulando su efectividad. Pero no es solo el desinfectante, es la designación a dedo de gerentes de hospitales y su nula preparación para el manejo de presupuestos millonarios. Es convertir la salud en un negocio manejado por mercanchifles.

Toda esa primera parte que presenta a algunas víctimas, desmenuza la negligencia, la corrupción, el cinismo, y hasta podría decir la falta absoluta de respeto por la vida humana, está muy bien trabajada. Uno se queda espantado y empezás recordar a conocidos que han muerto por bacterias intrahospitalarias, o pensás en los rumores sobre tal o cual clínica que viven llenas de bacterias intrahospitalarias. Y claro, es en las crisis sanitarias cuando el aparato público ya sea estatal o municipal aprovecha para saquear porque ya saben: en río revuelto, ganancia de pescadores.

Donde Colectiv pierde fuerza es cuando abandona al periodista Tolontan y se centra en la figura de Voiculesco. Nanau es un reformista frustrado, un rumano que emigró a Alemania y que aún espera una revolución como la del 68 y vio en el joven ministro un aliado . Pero yo, yo no confío en los políticos, y mucho menos en sus intenciones, entonces cuando Voiculescu, que pertenece al partido opositor del gobierno de ese momento, dice a quemarropa que el mal manejo de los pacientes quemados en Colectiv fue una decisión política, aunque tenga razón hay mucho más detrás de esas afirmaciones. Voiculescu está haciendo, a su vez, un cálculo político y por eso pienso que la cámara de Nanau debió quedarse con Tolontan, un personaje más confiable y que además abordaba el asunto desde un punto de vista periodístico y no político.

Aún así, Colectiv es un documental más que recomendable de ver, y muy necesario no solo para Rumania sino para el mundo en general porque describe con precisión la terrible corrupción estatal y sus consecuencias. Creo que espectadores de todo el mundo podrán reconocer situaciones similares en sus respectivos países.

La banda Goodbye to Gravity era un quinteto, esa noche murieron cuatro miembros y quedó vivo el vocalista con casi el 50% del cuerpo quemado. La noche del incendio, la banda permitió el uso de fuegos artificiales. Fuegos artificiales que fueron instalados cerca de un techo que fue hecho de esponja inflamable para que los dueños del local abarataran costos. Techo de esponja que fue pasado por alto por los funcionarios que acreditaron el lugar para que pudiera servir como salón de eventos. Funcionarios que seguramente recibieron un soborno para dejarlo pasar. Soborno que, por lo general, es parte de la mayor parte de las funciones públicas de cualquier estado. Esa noche, el único sobreviviente de la banda cantó premonitoriamente The day we die, parte de su letra era: Otra fila saltando a la llama. Los labios sueltos son líderes cambiantes. De aquí en adelante todos tienen la culpa.

Lo mejor: es una denuncia fuerte y clara que tuvo como consecuencia un cambio de gobierno y una crisis política sin precedente en la Rumania post Ceausescu Lo peor: creo que pasarle la posta del relato al ministro debilitó la propuesta  Lo más falsete: el ministro El mensaje manifiesto: al corrupto no le importa la vida humana El mensaje latente: la corrupción es una cadena que va desde lo más alto hasta lo más bajo del estrato social La escena: los gusanos comiéndose al paciente en terapia intensiva El personaje entrañable: las víctimas de la corrupción estatal El personaje emputante: la corrupción  El agradecimiento: por la valentía de destapar el caso.

CINE: El Juicio de los 7 de Chicago/ Judas y el mesías negro / Una noche en Miami

Por: Mónica Heinrich V.

La cuota de diversidad de los cosos dorados a veces raya lo absurdo. Por mi parte, sí me genera rechazo que alguna de las películas coladas para tratar de disfrazar o distraer el racismo y/o machismo de la industria no cumpla a cabalidad con eso de ser “merecedora” de relucientes muñecos dorados, luego me acuerdo de Turista Accidental, Erin Brockovich, Out of Africa, Shakespeare in love (entre muchas otras) y se me pasa.

Repasemos algunas cuotas de este año.

El juicio de los 7 de Chicago

Si estuviéramos hablando dentro de la comunidad BDSM, esta película vendría a ser sexo vainilla. Disfrutable, pero conservadora. Disfrutable, pero simple. Disfrutable, pero predecible.

Hay cierta mediocridad de afanosa neutralidad en el show que el director y guionista Aaron Sorkin propone del famoso juicio de los 7. Y eso que se notan sus ímpetus progres. Desgraciadamente, aunque consigue que su más que capacitado casting se luzca, aunque tiene unos cuantos diálogos memorables, aunque la historia te atrapa totalmente…eso es todo, amigos.

Para los despistados, hablemos de qué va: en los sesentas la gente andaba cabreada. Andaba cabreada con el statu quo, con la guerra de Vietnam, con todo aquello que parecía una afrenta a la sociedad y a los derechos humanos (ah, caramba…sentí el loop jodido y me mareé) entonces, ese cabreo era canalizado a través de distintos movimientos, agrupaciones que se juntaban a protestar o como lo veía el Estado: a armar boche.

¡Detengan a esa gente cabreada! ¡Aquí no hay boche!

He ahí el meollo. En 1968 un montón de gente cabreadísima se arrejuntó en Chicago para protestar contra la guerra de Vietnam frente a la convención del Partido Demócrata. Ese año había sido duro, fue el año que asesinaron a Luther King y a Robert Kennedy, la guerra de Vietnam vivía su apogeo. Activistas pacifistas y no tan pacifistas fueron masivamente al lugar, aún cuando la policía había prohibido cualquier manifestación y había desplegado una considerable cantidad de fuerzas del orden. Y claro, se armó el despelote.

El despelote pudo pasar sin pena ni gloria, el gobierno demócrata de ese entonces levantó los hombros como diciendo: son cosas del fútbol, pero cuando Nixon, meses después, subió al poder quiso sentar un precedente. Una de las tantas decisiones estúpidas que tomó el sujeto. Así, llevó a juicio a ocho de los cabecillas principales de las protestas. Ahí había de todo: uno que otro intelectual, cursis, jonkies, figuretis y boludos. Esos ocho terminaron siendo siete cuando el cofundador de las Panteras Negras, Bobby Seale, tuvo un juicio por separado.

En la película tenemos a: Tom Hayden (Eddy Redmayne) cofundador de la agrupación SDS/Students for a Democratic Society. Abbie Hoffman (Sacha Baron) cofundador del Partido Internacional de la Juventud (los yippies). David Dellinger (John Lynch) fundador de la gaceta Liberation, y miembro de las agrupaciones War Resisters League y del Comité para la Revolución No Violenta. Jerry Rubin (Jeremy Strong) cofundador del Partido Internacional de la Juventud. Rennie Davis (Alex Sharp) miembro de SDS Students for a Democratic Society. Lee Weiner (Noah Robbins), hacía trabajo social y enseñaba en la Universidad de Chicago. John Froines (Daniel Flaherty) doctorado en química en la Universidad de Yale. Y a Bobby Seale (Yahya Abdul) cofundador de los Pantera Negra.

Sorkin, a quien ya le conocemos sus mañas de guionista desde West Wing y sus mañas de dirección desde Red Social, se pone el traje del progre indignado por la injusticia social. Hay un aire muy solemne en el clima de la película, esa cosa auto-trascendente que tanto ruido hace cuando querés contar algo realmente trascendente. Para más desgracias, algunos personajes terminan siendo parodia de los verdaderos representados, y se toman licencias como la presencia de un personaje femenino (la agente del FBI) que está ahí para infiltrarse usando sus encantos de una manera muy tonta y recibidos, no menos tontamente, por el personaje al que supuestamente seduce. Gracias, Sorkin.

Además, es muy molesta la escena de Seale que en la vida real estuvo atado y fue humillado durante tres días a ojos, vista y paciencia del grupillo de activistas por los derechos humanos, abogados, medios y gente presente. En la película, resuelven eso en un abrir y cerrar de ojos, no sin antes dar un paneo a los agobiados rostros de la lucha impostada. También, ponen a Schultz (un ñoño Gordon Levitt) como un tipo conflictuado con el curso de los acontecimientos cuando era exactamente lo contrario, ese viejo lobo de mar, comparado con un pitbull por sus colegas de trabajo, estaba más que orgulloso de intentar meter a la cárcel a esos crispines.

Sí, sí, ya sé, Sorkin hace una ficción y se toma sus licencias, pero es un tema delicado, y poner a los negros como elemento decorativo (Hola, Fred Hampton y Panteras Negras) y adaptar la historia para que al final su relato bien intencionado y meloso quede más presentable para la gran audiencia…no lo sé, Rick.

No voy a negar que con solo ver el logo de Netflix ya nomás quise usarlo de chivo expiatorio de los errores de la película, de su liviandad, de la caída del wify, de las vacunas que no llegan, de la lluvia que lo inunda todo, pero en este caso particular, el señor Sorkin hizo una película a su medida.

Al final, lo mejor es que te quedan unas ganas locas de googlear a tutti quanti, y conocer a fondo la historia real y cómo terminaron los personajes, porque la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Googleen, niñ@s.

Lo mejor: una película con la prolijidad de Sorkin y lo que le dice Bobby a Tom que resume el espíritu de lo que en realidad es la película  Lo peor: poserita Lo más falsete: hmmm la parodia en la que terminan convirtiéndose los personajes, el uso de los negros como adorno El mensaje manifiesto: la justicia no es ciega El mensaje latente: qué triste que es la historia del ser humano  La escena: la de Bobby con Tom El personaje entrañable: Bobby Seal amarrado El personaje emputante: Nixon, siempre Nixon El agradecimiento: porque entretiene, y el montaje es dinámico.

Judas y el mesías negro

Esta es una película que cumple a cabalidad lo que su título promete. Tenemos a Fred Hampton (Daniel Kaluuya), el mesías negro que tanto temía el despreciable John Edgar Hoover (Martin Sheen) y como contraparte a Bill O´Neal (Lakeith Stanfield) el careta Judas. Lluvia de besitos traidores.

El reduccionismo planteado desde esa metáfora judeocristiana es lo que termina jugándole en contra a la película. Una metáfora que además establece sin matices dos polos opuestos, aunque no se posiciona a la hora de profundizar en ninguno de sus personajes. Según el título y la temática deberíamos conocer más del Judas, porque la historia del tipo que se cuelga del árbol después de traicionar a su maestro por 30 monedas tiene un trasfondo dramático al que dan ganas de champarse con un clavado olímpico. Pero el director Shaka King reparte nuestras atenciones entre la figura del mesías, al que también se bosqueja con cierta ligereza, y Bill, al que intenta no juzgar, pero que ya en el título juzga.

Nuevamente, la historia real supera a la ficción. Rebobinemos. Estamos a finales de los sesenta (Hola, juicio de los 7) y ya hemos establecido que la gente andaba cabreada. Fred Hampton, vicepresidente de las Panteras Negras, se convierte en el enemigo número 1 del FBI. A través de su agente Roy Mitchell (Jesse Plemons) los infiltra con el ya infame Bill. Bill, papito él, era un ladronzuelo de poca monta que al ser pillado robando disfrazado de agente del FBI se le ofrece: cárcel o infiltración, y el tipo, obvio, elige la infiltración. Sí, fue un hecho moralmente terrible, pero hay que dejar espacio para empatizar un poquito con Bill, porque aunque estamos viendo a dos personajes que tenían hondas diferencias, no cabe duda que los unía su incapacidad de escapar a la estructura de poder blanco.

Fred, por su parte, es retratado con un halo heroico. Kaluuya (Get Out) hace una gran gran representación, pero Kaluuya tiene 32 años y el verdadero Fred Hampton tenía 21. La diferencia entre un hombre hecho y derecho y un chico son notables. Y la gran tragedia de Fred Hampton es que era solo un chico. Su voz, aspecto, estaban más cercanos a la adolescencia, y era admirable que a su edad diera los discursos que daba y estuviera tan implicado socialmente con su comunidad. Se pueden discutir las formas que eligió para enfrentarse al racismo sistémico, pero siempre tiene que hacerse desde su contexto. 

más gente cabreada sin miedo a las fuerzas del orden

El guion escrito por el mismo Shaka King y por su colaborador Will Berson, abarca demasiado. Imagino que no debe ser fácil condensar hitos como la famosa Coalición Arcoíris, que es uno de mis momentos favoritos de las Panteras y que en Judas y el mesías negro termina como una anécdota más de las muchas que desfilan.

Llega el final y te quedás con la sensación de que sí, viste una buena y entretenida película. Grandes actuaciones que acompañan una narrativa con ritmo y el típico comentario social, didáctico, casi para poner en DVD o streaming en las escuelas del mundo. Pero hay un mosquito sonando mientras dormís y mientras estás despierto.

Quiero decir que el pitch ( la idea central que usan para ofertar un proyecto a posibles productores) de Judas y el mesías negro era que iba a ser una película en la que se unían Conformist (1970) y The Departed (2006). Bertolucci y Scorsese por todo lo alto. Y no fue ni lo uno, ni lo otro.

Lo mejor: muy entretenida y grandes personajes Lo peor: queda un poco en el limbo, porque no profundiza realmente en nada Lo más falsete: algunas frases muy discursivas El mensaje manifiesto: si le das más poder al poder más duro te van a venir a coger El mensaje latente: gimme the power La escena: el discurso revolucionario de Hampton El personaje entrañable: la gente cabreada tratando de sacudir el statu quo El personaje emputante: el inamovible statu quo El agradecimiento: porque también dan ganas de googlear a tutti quanti y saber más. Ah y para disfrutar/sufrir aún más de esta historia, échenle un ojo al documental Eyes on the prize II: America at the racial Crossroads.

One Night in Miami


Este es el debut en dirección para largometrajes de Regina King más conocida como actriz, aunque desde el 2013 andaba dirigiendo uno que otro episodio de series.

Es un debut que a ratos parece ser un producto más dirigido a la televisión que a la pantalla de cine. Eso sí, tiene una secuencia que ¡por Dios! es puro e inmaculado cine. Cuando Sam Cooke canta Chaing Gang a capella y se hace en el montaje un ayer/hoy, allá/acá: oh, brothers…oh, sisters, eso aún sigue corriendo por mis venas.

La película es una adaptación de la obra teatral homónima de Kemp Powers. La obra es adaptada por el mismo dramaturgo que no consigue hacernos olvidar que estamos viendo algo que originalmente fue escrito para el teatro.

Mi política de no averiguar ni leer nada de películas antes de verlas me hizo comentar ingenuamente mientras la veía: “esto parece una obra de teatro” y luego, todo tuvo sentido.

Pero vayamos a la historia y después hablaremos de lo que King hizo con ella.

Volvemos a los sesentas y la gente, sí, carajo, estaba muy cabreada. Los hechos relatados fueron previos a las otras películas mencionadas más arriba. El señor Malcolm X (Kingsley Ben-Adir ) seguía vivito y coleando, Muhammad Ali (Eli Goree) aún era Cassius Clay y acababa de ganar su primer campeonato mundial contra Sonny Liston. Esa noche de 1964, en Miami, el joven Cassius celebraría su triunfo en compañía de Malcolm X, el cantante Sam Cooke (Leslie Odom Jr.) y el jugador de fútbol americano Jim Brown (Aldis Hodge).

La película gira en torno al encuentro de estos cuatro personajes en un pequeño cuarto de hotel, mientras miembros de la Nación Islámica se ocupaban de la seguridad. El encuentro fue real, lo otro es ficción.

celebrities

En la ficción, esa noche en Miami se habló mucho. La charla, o las charlas para ser más precisos, fueron una dialéctica de raza, pertenencia y representación social. Faltaba una pizarra donde nos digan: este muñequito blanco privilegiado sos vos, este muñequito negro y abusado soy yo.

Aunque las charlas son interesantes porque te hacen pensar y el lado groupie disfruta de ver a estos personajes en ese supuesto intercambio, estamos ante cuatro negros privilegiados e influencers de su época que reflexionan de manera muy dirigida sobre precisamente eso. Por ejemplo, cuando Malcolm le echa en cara a Cooke que mientras él escribe canciones cursis Bob Dylan ha escrito Blowin´ in the wind. Herman@s, entrecierro mis ojos pensando en cómo podría haber pasado algo así.

La dinámica además es muy “te digo esto fuerte” “te respondo esto fuerte” “te cuestiono sobre qué es ser negro” “te respondo qué es ser negro”, y así. Una cosa súper dame y toma, toma y dame, revestido de la grandiosidad con que solo cuatro influencers (negros o no) se sentarían a hablar sobre temas que consideran importantes.

La dirección en este apartado es poco memorable. No es el hecho de que la cámara esté solo ahí, es que a excepción de la escena del canto a capella de Cooke, el resto de la película transcurre sin pena ni gloria anclándose netamente en sus figuras que además están muy autoconscientes de su representación de héroe de la comunidad afroamericana. Lo peor es que ninguno alcanza la estatura en carisma ni en energía de los personajes reales. Tal vez, Odom Jr. es el que mejor zafa con su Sam Cooke.

En general, Una noche en Miami, imbuye una perspectiva muy 2021 a una época más compleja que el #noalracismo. ¿Entretiene? por momentos, sí ¿conmueve? por momentos, sí ¿está descontextualizada? la mayor parte del tiempo, sí.

Lo mejor: la escena a capella y nunca está de más mirar a estos personajes aunque sea desde una óptica muy «celebrity» Lo peor: llena de frases hechas que pretenden dar clases de cómo ser negro a los afroamericanos y a los blanquitos semianalfabetos  Lo más falsete: las charlas son poco naturales, porque estos íconos se convierten en peones políticos. Los actores tampoco están a la altura. Sobre todo Muhhammad Ali. El mensaje manifiesto: todos tenemos una responsabilidad social El mensaje latente: tus privilegios no te eximen de esa responsabilidad, la acentúan La escena: el relato del canto a capella El personaje entrañable: la sutileza, esa gran ausente El personaje emputante: la impostura, esa gran presente El agradecimiento: porque al igual que las anteriores películas, llama a buscar e indagar más sobre ese periodo histórico. 

CINE INGLÉS: The Father (El Padre)

Por: Mónica Heinrich V.

ADVERTENCIA: Esta es una película que no se debe spoilear bajo ningún concepto. Al mismo tiempo, no se puede reseñar apropiadamente sin revelar uno de sus detalles más importantes. Así que si no la has visto, pasá de largo…tal como si alguien estuviera convulsionando falsamente en el piso.

Antes que nada, hablemos de Florian. El gran Florian Zeller. Estamos ante el supuesto mejor dramaturgo francés vivo de la actualidad. El dramaturgo cuyas obras de teatro han sido las más representadas fuera de Francia. The Guardian hasta se atrevió a calificarlo como “el autor teatral más apasionante de nuestra época. No sé vos, pero leo todo eso y me dan ganas de correr a ver cualquier cosa que sus deditos hayan creado. Pero, claro, hice el proceso al revés: primero vi su película The Father y luego me enteré de estos entretelones. Es mejor así.

Si has llegado hasta aquí y no has visto la película, volvé a leer la advertencia y reflexioná.

Prosígome.

The father fue también una obra de teatro. Se estrenó en el 2012 y ganó el prestigioso premio Moliere a Mejor Obra. Según The Times “una de las mejores obras de la década”.

Sí, acá hay mucha loa que le ha caído a Florian como lluvia tropical cruceña: tupidamente.

Pero antes de El Padre estuvo La Madre (2010)  que daría inicio a esta trilogía temática con una historia sobre una mujer que estaba en pleno quiebre emocional. Después, el dramaturgo escribió y dirigió El Hijo (2018) donde nos contaba la historia de un adolescente, hijo de padres divorciados, que entró también en quiebre emocional y deseaba vivir con su progenitor.

A Florian parecen gustarle los quiebres emocionales.

Bueno, pues que el hombre sintió la necesidad de pasar del teatro al cine y en su mente se empezó a dibujar la cara de Sir Anthony Hopkins para interpretar al Padre de El Padre.

Puedo entenderlo.

Sin miedo al éxito se lanzó a escribir la obra en inglés, bautizó al personaje como Anthony y le envió el guion al agente de Hopkins. Un día, el teléfono sonó y le dijeron que Sir Anthony quería tener una reunión con él.  Fue así como este año tenemos su debut cinematográfico sacudiendo corazones y nominado a los cosos dorados en varias categorías.

¿Qué tiene de especial The Father?

La historia de un señor mayor con síntomas de demencia senil podría ser ese trabajo lacrimógeno, harto visto, que tanto le gusta exprimir a la industria del cine. Ese tipo de película sensiblera, culpabilizadora de hijos que abandonan a padres enfermos en geriátricos,  una historia más sobre un viejo enfermo y solo. Pero Florian no tiene todo el currículum que tiene al pedo. Florian pone la cámara del lado de Anthony y te cuenta la historia desde su vivencia. Esto quiere decir que el espectador ve la realidad como Anthony la percibe.

Parece una obviedad, aunque si uno recuerda películas que han tratado temáticas similares, como por ejemplo The Savages (2007) o hasta la más reciente Supernova (2020), los guionistas y directores retratan al enfermo como enfermo desde el primer segundo. Se lo muestra siempre como este ente al que la familia, amigos o pareja ven deteriorarse, anteponiendo las consecuencias de la enfermedad a la enfermedad misma.

The father, en ese sentido, tiene una sensibilidad exquisita. Y ahí es donde se nota que Florian es un puestista. Un tipo que arriesga en la forma y que convierte una historia algo cliché en una experiencia diferente.

Nunca habrá suficientes palabras para alabar a Sir Anthony, porque cuando Sir Anthony hace papeles en los que tiene permiso para lucirse, en los que puede regalarnos a manos llenas su talento, pucha que es un deleite. Es increíble verlo a sus 83 años entregar una performance tan conmovedora. A su lado está Olivia Colman, interpretando a su hija Anne, otra actriz impecable que te lleva a ese tumulto interior que debe significar una situación así. Más desdibujada aparece Imogen Potts como la cuidadora que existe y no existe en la mente de Anthony.

Florian, sin duda, sabe lo que hace. Tanto a nivel de dramaturgia/guion como a nivel de dirección.

Sin embargo, una vez el ejercicio lúdico de ¿esto es realidad o síntoma? pierde frescura, la historia no tiene otra opción que seguir dando vueltas sobre sí misma hasta llegar a su más que predecible final. Porque es claro, muy claro desde el inicio que Anthony terminará recluido.

Imagino que en un espacio teatral está tensión se sostiene de una manera que solo el teatro puede generarte, por ejemplo cuando Anthony recibe el manazo del supuesto yerno, esa es una escena de una carga emocional enorme. Al vivo debe ser casi insoportable de ver, en pantalla cumple el objetivo de construir cierto clímax dentro del carrusel dramático en el que se mueve la película, pero como digo…más allá del “truco”, la repetición termina debilitando un poco la propuesta.

No puedo dejar de notar, también, que la creatividad inicial prometía un acercamiento más interesante a la demencia senil, y luego termina cayendo en el lugar común, sin matices, de la irremediable internación. Podés notarlo, pero la situación del senil Anthony no deja de joderte. Su mente fracturada, sus recuerdos mezclados con imágenes ficticias, hacen imposible no tenerle compasión. 

El paseo en un día soleado que la cuidadora le promete a  un Anthony que siempre despierta en estado de confusión, su frágil figura en pijama, su cabeza blanca, una vida que fue vivida y de la que ahora solo queda el llanto del anciano, la soledad, las hojas moviéndose lentamente con el viento nos dicen que la vejez  debería ser un lugar más feliz.

Lo mejor: su creativa propuesta cuando comienza y el gran casting que tiene, resaltando al siempre enorme Anthony Hopkins Lo peor: lo creativo termina diluyéndose Lo más falsete: hmmm El mensaje manifiesto: los padres nunca deberían quedarse solos El mensaje latente: la vejez merece ser vivida feliz y en compañía La escena: toda la secuencia inicial El personaje entrañable: Anthony El personaje emputante: la enfermedad que todo lo consume El agradecimiento: por tu arte, Anthony, por tu arte.

CINE DANÉS: Druk (Another Round/ Otra Ronda)

Por: Mónica Heinrich V.

Thomas Vinterberg tenía 29 años cuando estrenó Festen (La Celebración) en 1998. Hay escenas bastante específicas de ese universo que me siguen taladrando el corazón: Cristian y su esposa en el baño o el famoso brindis: “Gracias por todos estos buenos años”.

¡Por Dios, dejá de doler!

Festen fue la primera película del Dogma 95. Sí, muchos recuerdan el dogma como una paja creada por cineastas poseros. Pues esos cineastas “poseros” eran el mismo Vinterberg y Lars Von Trier. Y amig@s, podemos estar o no estar de acuerdo con el Dogma, pero los poseritos tuvieron sus buenos momentos.

Luego, Vinterberg terminaría renunciando al purismo del Dogma y seguiría su carrera fílmica de manera más convencional. De esa filmografía  recordamos Dear Wendy   (2005) que tiene seguidores y detractores, la amarga Submarino (2010) y  la polémica The Hunt (2012) reseñada con amor ACÁ.

A ojo pelado, hay puntos en común en sus trabajos. Suelen tener personajes atormentados, su trama se champa y se revuelca en el drama, y el autor ejerce una mirada crítica desde su obra. También bordea peligrosamente lo moralista y, a ratos, lo paternalista.

Por eso, no es de extrañar que esos mismos elementos aparezcan en su más reciente filme: Another Round.

Vinterberg nos cuenta una historia que es difícil de ver, y con la que es fácil empatizar. Difícil de ver porque asistí con mucho pesar a eso que algunos llaman celebración de la vida. Fácil de empatizar porque si podés plantearte la película desde ese momento de la vida donde los fracasos son mayores a los triunfos, y la ansiedad kierkegaardiana amenaza con devorarlo todo, podrás generar cierta condescendencia con nuestro buen amigo Martin (el gran Mads Mikkelsen).

Martin es un profesor de historia desmotivado, cuyo matrimonio está en estado catatónico y que, en general, parece atravesar una depresión clínica. En la celebración del cumpleaños de un colega, termina contándole a sus amigos sus tristezas. Entre charla y charla, trago y trago, se revela un dato importante. El colega (profesor de psicología) cuenta que el filósofo/psiquiatra noruego Finn Skarderud afirmaba que el ser humano venía al mundo con un 0,05% de déficit de alcohol en la sangre. Ajá, si la persona consumía ese 0,05% diario podía manejarse mejor emocional y socialmente. Lo lanza como un tip, como la anécdota para disfrutar otra copita. El festejo continúa, y cada uno parte a su casa, pero Martin, el buen Martin, se queda con el bichito del 0,05% y decide probarlo. Así que empieza a dar clases a sus adolescentes estudiantes un poco alcoholizado, a ir a su casa un poco alcoholizado, a hablar con su esposa un poco alcoholizado, a vivir un poco alcoholizado. Luego, sus amigos se unen al proyecto y lo toman como un “estudio”.

La libertad y la felicidad del trago corriendo por tu sangre como Bambi en las praderas

El guion escrito por el mismo Vinterberg en colaboración con Tobias Lindholm (The Hunt), acoge como una madre a sus personajes principales, y presenta con mucha condescendencia a estos cuatro hombres de mediana edad que buscan algo, un sentido, una validación, una sensación de felicidad, una pequeña liberación en un mundo que Martin dice «nunca es lo que uno espera».

El profesor de gimnasia Tommy (Thomas Bo Larsen, a quien hemos visto en The Hunt y en Festen), el profesor de psicología, Nikolai (Magnus Millan, a quien hemos visto en La Comuna) y el profesor de música, Peter (Lars Ranthe, a quien hemos visto también en La Comuna) convierten al acto de empinar el codo en su momento de solaz y en su muleta existencial favorita.

Como cualquier alcohólico.

Quizás me pareció un poco facilista que cuatro adultos formados, uno de ellos psicólogo, otro de ellos dedicado al entrenamiento físico, nunca se plantearon dentro del guion las contradicciones y consecuencias que podría tener el experimento y gran parte de la película insiste en poner la idea como una especie de «liberación». Intuimos o interpretamos que estos sujetos se acogieron a lo que hace sobrevivir a muchos: Mentirse a sí mismos.

También, el recurrir a ejemplos de alcohólicos famosos como Churchill o Hemingway para justificar el experimento se puede esperar de un, digamos, adolescente, pero ya para ciertas edades o formaciones, es bastante obvio (¿o no?) que la gente talentosa o genial que fue alcohólica o drogadicta desarrolló sus virtudes no gracias a sus enfermedades, sino a pesar de ellas. Nuevamente, volvamos a lo de la mentirita blanca para seguir metiéndole al trago. Porque siempre se puede fingir. Es una opción.

Chicos, podemos ser más felices como cuando Copito de nieve bajaba las montañas suizas con Heidi.

Vinterberg, en todo caso, nos quiere dar una lección aunque diga que no. El póster de Mads Milkensen en pleno éxtasis alcohólico y pasándolo chancho, el título original en danés que es Druk (borracho o pasado de copas), el paralelismo entre el juego ¿tradicional? danés de darle la vuelta al lago bebiendo como si no hubiese un mañana, las palabras de la esposa de Martin “En este país, todos beben como maníacos”, el pequeño collage de figuras políticas borrachas en público.

Pareciera que existe una admonición, un causa y consecuencia, un “va a ir bien hasta que deje de ir bien”. Y cuando sucede lo que sucede con el personaje de Tommy, cuando deja de ir bien, tuve miedo. Pensé que Vinterberg iba a llevar su fábula del “beber para poder vivir aunque luego todo se vaya a la mierda” hacia un lugar casi puritano.

Pero no, Vinterberg de la mano de Mads Mikkelsen te da un final hermoso. Tan hermoso como triste. Aunque haya quienes vean una celebración de la vida en la imposibilidad de estar sobrio. Gracias a ese bello final podés olvidar, o mejor dicho, perdonar sus forzadas metáforas. 

Y claro, te quedás con las palabras de Kierkegaard que resuenan desde el letrerito que ponen al inicio de la película. Eso sobre que la juventud es un sueño. Y después buscás la frase completa y descubrís que es parte de sus escritos estéticos agrupados en Diapsálmata. Y leés, en este abril pandémico, su comienzo: Ahora, tan solo añoro mi primera añoranza.

Maldición, Vinterberg. Qué ganas de tomar una copa de vino.

Lo mejor: conmueve Lo peor: las forzadas metáforas y que la gente que la vea quiera experimentar el famoso 0,05%, porque amig@s el desafío siempre es y será ver este mundo de mierda sobrio Lo más falsete: algunas frases como la que dice la mujer y la secuencia de los mensajes en el celular al final El mensaje manifiesto: Hay que explorar, tomar riesgos y despertar del letargo de estar vivos El mensaje latente: no importa qué hagás, ni que te metás, si no trabajás lo que te tiene aletargado el despertar será placebo La escena: el final El personaje entrañable: el perro que dejaron abandonado en el barco El personaje emputante: el trago como placebo El agradecimiento: por bailar.

CURIOSIDADES

La película está dedicada a Ida, la hija de 19 años de Vinterberg que murió en un accidente de auto cuatro días antes de que empiece el rodaje de esta película. Ida tenía que interpretar a una de las hijas del personaje de Mads Makkilsen.

Vinterberg dijo, recordando sus épocas dogmáticas, que esos muchachos del Dogma 95 hubiesen encontrado decadente Another Round.

La película se basa en una obra de teatro previamente escrita por Vintgerber. Fue su hija Ida quien lo motivó a transformar la obra en película.

Dinamarca tiene la tasa de adolescentes que beben más alta del mundo.

De acuerdo a Mads Mikkelsen, aunque durante la filmación en sí, no se consumió alcohol, sí hubo experimentos varios con el famoso 0,05%.

Mads Mikkelsen fue bailarín profesional, por lo cual la escena final está filmada enteramente por él. Se grabó durante dos días en los que Mads bailaba y bailaba por horas.

Mikkelsen está casado con una coreógrafa a la que conoció a sus 23 años.

Vinterbeger se inspiró en Zorba, el griego para la escena final.

La esposa de Vinteberg sugirió que la escena final tenga como banda sonora What a life.

 

DOCUMENTAL: Allen v. Farrow

Por: Mónica Heinrich V.

¿Cuál es tu película favorita de Woody Allen? Con esa pregunta, Dylan Farrow (hija adoptiva de Mia Farrow y Woody Allen) daba inicio a una carta abierta publicada el 2014 en el blog del columnista Nicholas Kristof. La carta se publicó en el New York Times. Por primera vez, en público y en su fase adulta, relataba los supuestos abusos sexuales cometidos por el cineasta cuando ella era apenas una niña.

HBO estrenó hace poco el documental Allen v. Farrow, en el que se retoma esta acusación. El documental cuenta con 4 episodios, y es codirigido por Kirby Dick y Amy Ziering. Ambos realizadores se han especializado en trabajos sobre abuso sexual. Por ejemplo, The Invisible War (2012, reseñado ACÁ) que narraba los abusos sexuales dentro del ejército americano, The Hunting Ground (2015) enfocado en el abuso sexual dentro de las universidades y On the record (2017) sobre los abusos sexuales en la industria musical.

Dick y Ziering suelen posicionarse sin medias tintas sobre el tema que tocan, desde esa posición desarrollan el relato y arman la estructura del documental. En Allen v. Farrow, es obvio que creen que Woody Allen es culpable y, por lo tanto, su misión parece ser desenmascarar al cineasta, mostrar las evidencias que apuntan hacia él y, claro, cuestionar (al igual que en sus anteriores documentales sobre abuso sexual) el sistema social, político y jurídico que ha permitido que Woody Allen se salga con la suya.

El documental, entonces, inserta la letra escarlata en el pecho de Allen. Grandota y remarcada. Pero ¿realmente logra probar su punto? ¿este documental que apunta una verdad, la verdad de Dylan, se maneja desde la verdad en todo momento?

En estos casos públicos, los espectadores solemos también tener una opinión formada al respecto. Dicha opinión se sostiene por un montón de elementos subjetivos que hacen que se crea o no en la acusación de la que es objeto la celebridad. Antes de proseguir con esta reseña, diré que para mí Dylan dice la verdad. Así es, le/te creo Dylan.

Woody ya dijo en una entrevista reciente que si una persona sentada en el sofá de su casa cree que es pedófilo o no, lo tiene sin cuidado, «con eso y 15 centavos me compro un pasaje de metro». Y tiene razón, las opiniones son lo de menos, pero influyen a la hora de ver, por ejemplo, Allen v. Farrow.

Se podría decir que este documental es el material perfecto para los que creemos que Woody Allen es culpable. Sin embargo, hay mucho ruido en el material de Dick y Ziering, un ruido que nace de una manipulación excesiva de la verdad en pro de Mia Farrow, no de Dylan, de Mia.

El Allen v. Farrow como título nos remite a un enfrentamiento, al enfrentamiento jurídico y mediático que aún continúa entre ambos personajes, pero en la pantalla lo que vemos es un Farrow v. Allen. Porque Allen, o el lado de Allen, no está presente más que en suposiciones, extractos de su audiolibro, llamadas telefónicas cortadas e imágenes de librería. 

Si bien tanto Woody, como Soon Yi, como Moses (el otro hijo que apoya a Woody) declinaron la posibilidad de dar sus testimonios, sí se echa en falta un equilibrio a la hora de contar las vicisitudes de la vida familiar de Farrow o del juicio. Tanto los extractos del audiolibro de Woody como las manipuladas charlas telefónicas o la ausencia de la versión de Soon Yi vertida en una entrevista del 2018, pudieron ser la voz de los involucrados ausentes. Pero lo que se usa, recalco, siempre está en función de probar la culpabilidad de Woody.

El entramado familiar de Mia no es tan idílico como lo pintan, ni tampoco fue solo la niña luchadora que venció la polio, de hecho uno de sus hermanos está en la cárcel por abuso sexual infantil con una condena de 25 años y otro de sus hermanos Patrick, se suicidó en el 2009. El inicio de su matrimonio con Previn o el inicio de su relación con Woody, no fue para nada como lo relatan en el documental.

A eso se suman, manipulaciones como lo dicho sobre la destrucción de las  entrevistas hechas a Dylan por los especialistas, se deja en el aire la idea conspiradora cuando en realidad era un protocolo llevado a cabo con todas las entrevistas infantiles para proteger la privacidad de los menores de edad.

Ya hablando de las constantes adopciones, en el documental no se menciona que tres de sus hijos adoptivos ya están muertos. Uno por suicidio, otro en circunstancias aún no aclaradas y una tercera murió en la pobreza a raíz de una neumonía producto del SIDA que padecía. Tampoco investiga las informaciones vertidas por Woody de los hijos «devueltos» a los orfanatos. 

¿Cambia el supuesto abuso conocer esos hechos? No, claro que no. Destruir la reputación de los denunciantes/víctimas suele ser la táctica distractiva de los abusadores. Pero al tratarse de un caso tan público, con tantas aristas y dudas, conviene apegarse un poco más a lo fáctico. Si el documental apunta a dar un contexto de dónde y cómo sucedió el abuso, presentar un escenario familia Ingals-Benetton está lejos de la realidad. Si el documental se sube al peldaño de la verdad y el virtuosismo, espero más rigor.

En lo que sí es muy hábil es en la disección que hace del caso a nivel de desmontaje. Es decir, tratando de desvirtuar todas las defensas o argumentaciones que ha tenido Woody para asumir su inocencia. Ejemplo: El famoso estudio de  Yale–New Haven Hospital team y los motivos reales por los que el fiscal no siguió con el caso. También, cómo el juez Elliot Wilk falló a favor de Mia, en relación a la custodia de los tres niños más pequeños, con una dura sentencia que buscaba proteger a Dylan del comportamiento inadecuado del cineasta.

Es horrible escuchar las charlas telefónicas entre Woody y Mia, luego de lo de Soon Yi o lo de Dylan. Tóxicos los dos. Ella por siquiera darle lugar a «charlar» o a ver cómo podían manejar la parte mediática o tener intenciones de continuar la relación, y él porque en ningún momento se lo percibe consciente o contrito por nada. Es como un ser vacío de empatía. También, más allá del supuesto despecho o resentimiento de Mia (que tiene TODO el derecho del mundo de sentirlo) queda claro que algo raro había en el comportamiento de Woody con Dylan. Hay antecedentes sobre eso, como también hay antecedentes de otras relaciones con menores de edad. Consensuado o no, fallido o no, los antecedentes existen. Hola, Soon Yi.

Allen v. Farrow tiene tan solo cuatro episodios y a pesar de ser un caso muy denso y extenso, ya en el episodio cuatro los realizadores parecen estar sin material. Hay una especie de estiramiento, el tono es más sensiblero, se acerca el final y quieren buscar la lágrima.

Y vos, que siempre creíste que Woody es, fue y será culpable, te quedás con la sensación de que faltó más investigación, más profundidad, aunque te alegrás por Dylan y la posibilidad de finalmente decirle a los adoradores de Woody que no hay mucho que adorar fuera de algunas de sus películas.

Asumiendo que el documental ha tomado el lado correcto, Dylan es una víctima que merece justicia.

Asumiendo que el documental está errado y que Woody es inocente, Dylan sigue siendo la víctima. Víctima de una situación disfuncional muy mal gestionada por dos adultos tóxicos.

A nivel de repercusión, nunca está de más poner una luz gigante o un HMI 12000 sobre los abusos sexuales silenciados. Es interesante escuchar una vez más el debate de separar o no al artista de la obra. Reabrir la mirada a los alcances del linchamiento mediático en la era #metoo. Hablar sobre la famosa cultura de la cancelación. Sobre las narrativas mediáticas acerca de un abusador o una despechada. Sobre la narrativa de no tener derecho al cabreo si tu pareja seduce a tu hija casi adolescente. Sobre las verdades a medias y lo mucho que influyen trabajos, entrevistas u opiniones (sí, Woody…esas que con 15 centavos te pagan el pasaje del metro) a la hora de juzgar a una persona o situación.

Quizás a nivel oficial, nunca quede resuelto el entuerto de lo que pasó o no pasó en el famoso ático. Algunos creeremos en Dylan, y esperaremos que encuentre paz y justicia. Otros creerán en Woody, en su versión de la mujer vengativa y despechada.

En el mundo, los demás casos de abuso sexual seguirán también en tela de juicio. Habrá la duda, porque sí, siempre hay duda. Y aunque la frase de “todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario” es muy linda, a veces aún «demostrando lo contrario» no pasa nada.

Lo mejor: es una denuncia Lo peor: manipula algunos hechos en favor de probar su punto y en el episodio final parece no tener más material Lo más falsete: la imagen idílica de Mia y su familia adoptiva El mensaje manifiesto: hay situaciones en las que la verdad puede no ser una sola El mensaje latente: podés ser muy hijo de puta pero si tenés el equipo de relaciones públicas ideal, zafás La escena: Dylan contando cómo se siente El personaje entrañable: Dylan y los otros niños El personaje emputante: Woody y Mia El agradecimiento: por lo que sí está investigado y respaldado.

CINE MARFILEÑO: La Nuit des Rois (La Noche de los Reyes)

Por: Mónica Heinrich V.

Es la última noche de luna roja y Barba Negra (Steve Tientcheu) ha decidido que el nuevo inquilino de la prisión Maca sea un Roman (Bákary Koné). Así nomás, porque se le cantaron los huevos y porque el tanque de oxígeno con el que carga por todos lados es un recordatorio del poco tiempo que le queda como líder.

El nuevo preso está cagado de miedo, ya antes de entrar a Maca se lo veía nervioso y fatigado. Cuando le dicen que tendrá que ser el Roman, no le queda otra que asumir el rol. El Roman es un “príncipe sin reino”, un contador de historias, un tipo que tiene que mantener la atención del resto de los presos para salvar su vida durante una noche de luna sangrienta.

Esto nos recuerda vívidamente a Las Mil y Una Noches, claro que sí.  Y al rey pelotudo e inseguro que quería matar a todas las posibles traidoras. Y a la pobre Sherezada que tenía que entretener al sujeto para que no la liquide. En Maca las cosas son un poco distintas.

Estamos en Abidjan, la capital económica y ciudad más importante de Costa de Marfil. Si miramos la triste historia de Costa de Marfil encontraremos elementos perturbadores. Un país colonizado por Francia hasta los 60s, que gracias a ser el mayor productor de cacao del mundo tuvo un auge económico y experimentó prosperidad en los 90s. Luego, vendría una migración buscando ser parte de esa “buena vida” y cuando finalmente la economía se estancó, los políticos hicieron lo suyo y crearon el concepto de la “marfileñidad” buscando dividir a la población. Así fue como se empezaron a formar bandos extremistas de milicias y paramilitares. A esto se sumó la resistencia del presidente, otrora defensor de la democracia, Gbagbo de abandonar el poder retrasando las elecciones seis veces (seis años) luego que su mandato concluyó. Costa de Marfil lleva dos guerras civiles en los últimos 20 años.

El director y guionista Philippe Lacôte toma estos conflictos patrios y los lleva al cosmos carcelario en su última película La nuit des rois (La Noche de los Reyes). Mientras Barba Negra organiza su noche de historias contadas a la luz de faroles, en las sombras ya hay otros presos tramando cómo quedarse con el puesto del moribundo líder. El caos social en Costa de Marfil es expuesto a través del relato que hace el Roman sobre la vida del rebelde Zama King. Zama King estuvo en la revuelta que concluyó con la detención del presidente Gbagbo. Zama King se quedó campeándose por las calles, abusando de su status como parte del grupo rebelde FRCI (Fuerzas Republicanas pro-Ouattara en el conflicto marfileño de 2011).

No voy a negar que cuando vemos las primeras escenas, las primeras actuaciones, los primeros diálogos de esta película, hay algo que suena “desafinado”. El tono, la puesta en escena, los actores, algo no funciona y pensás que la experiencia será un desastre porque esas cosas siempre son indicadores de desastre.

Pero Lacôte, que se crió al lado de un cine llamado “Le Magic”, nos sacude el tablero cuando decide convertir la cárcel en una suerte de teatro y cuando la narración del Roman se mixtura con la tradición oral de los griots, los juglares o simplemente mezcla teatro, danza contemporánea y poesía.

Sí, sí, a veces, mezcla de teatro, danza contemporánea y poesía pueden ser más bien otra señal de alarma, porque suena a esas pajas experimentales y cursis que hacen los directores en su fase más iniciática. Y claro, algo de eso hay, pero lo de Lacôte funciona, también, como una experiencia disruptiva.

Hay muchos momentos “mágicos” dentro de La nuit des rois. El Roman además de contar la historia que involucra a Zama King, a sus Microbios (banda de chicos de entre 8 y 18 años que aterrorizan a Costa de Marfil en la vida real) y a la guerra civil marfileña, tiene que ir más atrás. Así veremos a una reina africana enfrentarse a su hermano por el poder de una región, una secuencia a nivel de FX (efectos especiales) bastante precaria, pero que dentro del relato del Roman que asume la historia como una fantasía, puede zafar (si estamos de ánimo condescendiente).

Medio Loco, Sexy, Lass son otros personajes que se suman al relato, al igual que Silencio, interpretado por el siempre admirado Denis Lavant (Holy Motors).

No les voy a negar que las cosas dentro de Maca y del guion suceden porque sí. La virtud de Lacôte es que la forma que eligió para contarnos su historia nos mantiene enganchados y por momentos embelesados.

Sí, La Noche de los Reyes es una película que seguramente enfrentará opiniones con vehemencia, habrá espectadores que ante su singular propuesta narrativa y sus obvias falencias, no la soporten, pero los que logremos conectar con el intento de Lacôte de introducir un tradición ancestral y cultural a su formato fílmico, pasaremos un rato más que interesante.

Es la noche de los Reyes. Es la última noche de luna roja en Maca. Es la última noche de Barba Negra. No sabemos si será la última noche de Roman. Lo que sí sabemos es lo que está escrito en una de las paredes de la cárcel: Si Dios dice que sí, nadie puede decir que no.

Lo mejor: su lado más «artístico» Lo peor: si se le quita el lenguaje teatral, queda una historia más bien sosita y con baches Lo más falsete: lo que sucede con Medio Loco, lo que sucede con Barba Negra, lo que sucede con los policías, bueno…hay varios pasajes un tanto incoherentes El mensaje manifiesto: la sobrevivencia es un arte El mensaje latente: las cárceles son la prueba de cómo hemos fallado como sociedad La escena: las partes en que los presos se unían al relato de una manera teatral El personaje entrañable: el gallo, gallina de Silencio El personaje emputante: Lass y los pacos inútiles El agradecimiento: por los instantes de belleza.

CINE: Minari

Por: Mónica Heinrich V.

Jacob Yi (Steven Yeun) lleva trabajando quichicientos años en un criadero de gallinas. Su labor consiste en separar, previa mirada a los orificios anales, hembras y machos. Su esposa, Mónica Yi (Han Ye-Ri) también cumple la misma labor. Los machos son desechados porque su carne no es rica y no pueden poner huevos. Se verá un denso humo saliendo de los hornos a donde van a morir. “Por eso vos y yo no tenemos que ser inútiles”, le dice Jacob a su pequeño hijo David cuando le pregunta por el humo. En esa escena se condensa ese afán casi obsesivo de Jacob por ser algo más en este mundo triste y cruel.

La familia Yi se acaba de mudar de ciudad y vemos en la expresión de Mónica que esa casa con ruedas en medio de la nada no es lo que tenía en mente. Ella quería que sus hijos, Anne y David, tengan hospital, colegio y comodidades cerca. Jacob, por su parte, tiene una visión para ese lugar, una visión que necesitará de mucho trabajo, sus ahorros, préstamos bancarios y algo de suerte. Y claro, la paciencia de Mónica. 

Esta tensión que sobrevuela Minari se condimenta con una rara enfermedad cardiaca de David, el hijo pequeño de la pareja, y la llegada de la abuela (mamá de Mónica) desde Korea para tratar de ayudarlos con el cuidado de los niños.

El director y guionista Lee Isaac Chung, narra desde sus vivencias infantiles como korean boy in a Arkansas town, la historia de esta familia. Nuestro amigo Chung toca los botones necesarios para que deseemos desesperadamente que Jacob cumpla sus objetivos. Y hay algo en el armado de la película, en su onda minimalista que te genera emociones incluso a contramano de tu raciocinio. Porque una parte tuya reconoce los trucos del drama, pero aún así sufrís con Jacob y la inminente debacle que se cierne sobre él.

Oh, Jacob…la vida te va a quitar esa sonrisa de la cara

Además de la necesidad de cumplir el sueño americano, la llegada de la abuela (Youn Yuh-jung) exhibe la brecha entre generaciones de coreanos criados en USA que no están tan conectados a sus raíces y el proceso de readaptación entre familiares que viven separados en países distintos. Sufrí mucho con la abuela, porque cuando se es adulto (como espectador) estos personajes adquieren otro significado.

Minari entonces se convierte, como su nombre lo indica, en este apio de agua plantado en un lugar inhóspito que trata de florecer a pesar de no ser su lugar de origen, a pesar de no saber si va a responder a la tierra y al agua, a pesar de todo.

Los pequeños conflictos están planteados con mucho tino, y los personajes secundarios como Paul (Will Patton) terminan de configurar este universo en el que esta familia coreana intenta encajar.

Wonderful, Minari…abuela…Wonderful, Minari

La relación de pareja quebrada por la casi fuera de perspectiva ilusión de Jacob de plantar, cosechar, vender, se convierte en uno de los puntos más atractivos de la película, porque además se ven casi desde el punto de vista de los niños que son testigos de este quiebre quizás de una forma aún más consciente que la misma pareja.

A destacar la presencia de Youn Yuh-jung, a quien amaremos eternamente por Mother, y que una vez más se entrega completamente a la representación de esta abuela que “no parece abuela” y que terminará definiendo sin querer el futuro de la familia Yi. Steve Yeun, conocido como Glen en The Walking Dead, sigue haciendo trabajos interesantes y sacando de nuestra memoria su horrible destino a manos de Negan.

Ahora, tal vez Chung en su afán de llevar a sus personajes por la senda que tenía trazada termina manipulando demasiado la historia, esa maña molesta de algunos directores/guionistas de salirse siempre con la suya. Que no está mal, pero si lo hacés hay que intentar que no lo notemos. SPOILER Porque sí, mientras el galpón se quemaba, y la abuela había quedado como quedó después de su derrame, faltaba que el niño caiga fulminado al piso, era como esa ley de Murphy en la que “Si algo malo puede pasar, pasará”. Y uno como espectador, que prácticamente está con los pompones y la pancarta de Go, Jacob, Go, empieza a sentir que Jacob no lo va a lograr, que la vida es ese tren que a veces pasa y te pisa a toda máquina y deja tus tripas regadas en las rieles.

Chung, que en su infancia también fue el korean boy in a Arkasans town, ya decidió qué quiere decirnos. Ya decidió cómo quiere que quedemos después de ver su película. Y lo que sentís es esa conmoción propia del que puede ver en la pantalla puntos en común con sus personajes. Y encima preocuparte por su futuro. Y vuelvo a lo de esa lucha contra el raciocinio, porque pasa algo curioso con Minari, Chung es tan hábil que  incluso con su final happy ending, motivacional que podría hacer que tu cínico interior piense: ¡Por favor! Han perdido todo, están en el hoyo...las tripas están hasta colgadas de los postes de luz… dentro tuyo sabés con cierta humedad ocular que quizás lo más importante que te llevés de esta experiencia es la certeza que como el apio de agua que crece en cualquier lugar (sirve la cursilería) siempre podemos volver a empezar. FIN DEL SPOILER

Lo mejor: Linda, pequeña, logra su objetivo: conmover Lo peor: en su último tramo se nota mucho la mano del director Lo más falsete: el exceso de desgracias El mensaje manifiesto: No existe el sueño americano El mensaje latente: Lo que existe es el trabajo y la persistencia La escena: la charla de David con su abuela sobre la muerte en la que ella le dice: No, Thank you…Heaven El personaje entrañable: la verdad, que sentí simpatía por todos los personajes El personaje emputante: el horno donde quemaban a los pollitos El agradecimiento: por la sensibilidad.

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