LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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CINE: Everything everywhere all at once (Todo en todas partes al mismo tiempo)

Por: Mónica Heinrich V.

Un día, la vida me agarró mal parqueada y caí de golpe y porrazo ante Swiss Army Man (2016). Un tal Hank (hermoso Paul Dano) estaba solo en una isla hasta que llegaba flotando el cadáver de otro tipo interpretado por Harry Potter (Daniel Radcliffe). Hasta ahí, todo bien. Puedo navegar en esas inciertas aguas. Era una revisión a la relación entre el personaje de Tom Hanks y Wilson en El Naúfrago (digamos). Cuando el cadáver se tira pedos y esos pedos son usados como fuerza propulsora para salir de la isla y su bruta erecta sirve de brújula y hay una escena en la que ambos personajes terminan besándose y luego suceden muchas y más locas cosas, mi mente entendió que todo era una breve mascarada. Busqué frenéticamente quién era el padre o madre de ese engendro y aparecieron ellos: los Daniels. Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Ya en esas épocas la película fue rotulada como una oda a la amistad, al amor, a superar tus inseguridades, solo faltó que dijeran que era una casi metáfora de El Cerdo que quería ser jamón de Baggini. Alguien páseme un Alikal, por favor o inyécteme diazepam a vena.

Otro día, la vida me volvió a agarrar mal parqueada y caí de golpe y porrazo ante La muerte de Dick Long (2019), película austera con muy buena fotografía en la que un grupo de amigos ociosos, marihuanos y borrachines se cogía en secreto y durante años a un caballo. Eso hasta que uno de ellos terminaba muerto después de un encuentro sexual un poco “movidito” con el pobre equino. Nótese el «juego» de palabras del título de la película: Dick Long: Pene largo… Sí, gente. Está chequeado. Encima la película la contaban con tono trascendente, humor negro y aspavientos de cine de autor. Y adivinen qué, el director y guionista era uno de los Daniels, el flaquito, el que menos habla: Daniel Scheinert.

Ahí ya vi un patrón o una maña o un vicio. Estamos hablando de gente que sabe filmar. Indiscutiblemente. Que tiene buenos contactos. Que está en la industria, ya que además son conocidos por haber trabajado en un montón de videoclips y publicidades. Y cuyo trabajo es, no importa cuánto crezcan, infantil, inmaduro, por ratos súper cursi, disparando mensajitos a la conciencia, apoyado en los gags escatológicos que funcionan muy bien en un público que está atiborrado de TikToks y que extraña Jackass.

Otra muestra de la ondita de los Daniels es su corto Interesting Ball (busquen esa huevada en youtube), atención al minuto 2:27 en donde el Daniel asiático engulle a través de su culo al otro Daniel.

Bichitos de luz, la escena condensa el cine, las intenciones y el estilismo de los Daniels.

Este año, su más reciente película Todo en todas partes y al mismo tiempo ha arrasado en premios y nominaciones del mundillo del cine. Ha cosechado legión de admiradores que ven en este trabajo un rapto creativo, una muestra del cine dentro del cine, una película que derrama originalidad, y unos directores atrevidos y geniales. Querubines del señor, para mí: Si Matrix (1999), Saving Face (2014), Mr. Nobody (2009) y el libro Cómo no ser una drama mamá (2012) de Maya Ascunce tuvieran un hijo sería esta película. Es más, el cine asiático clase B está repleto de esperpentos similares.

Evelyn (Michelle Yeoh) una inmigrante china, está pasando por una crisis en la gran Norteamérica: su marido, al que no respeta, le está por pedir el divorcio, su negocio (una lavandería) tiene deudas y un grave problema impositivo, su hija es lesbiana (Oooooooh, por Diosssss) y para más inri está en pareja con una gringa, su padre está postrado en una silla de ruedas y la juzga constantemente. En general, el mundo que la rodea está colapsando a su alrededor. Se dice facilito, pero los Daniels fieles a sus ganas de mostrarse “irreverentes” deciden contarlo por el camino de la sobrecarga sensorial, del tunchi tunchi efectista.

Cuando Evelyn acude a solucionar su problema impositivo, su esposo Waymond (Ke Huy Quan) es poseído por otra versión de sí mismo que le informa que ella es la Evelyn (de un montón de Evelyns) destinada a salvar las existencias de todos, la Evelyn que tendrá que enfrentarse a una gran villana. Neo all over again. Aunque claro, nada es real y todo es real.

La pobre y sufrida Evelyn

Volvamos a la escena del culo de un Daniel tragándose al otro Daniel. Los Daniels parecen pensar que tienen que inventar constantemente mecanismos que generen sorpresa visual en el espectador. En el 90% de los casos esta sorpresita tiene nula relación con la narrativa. Sucede porque sí, porque a los Daniels se les cantan los huevos: Hagamos que luche con un par de penes de plástico. Hagamos que tengan dedos en forma de salchicha. Hagamos que exista un mapache simulando a Ratatouille con un chef de cocina. Hagamos que dos piedras hablen. Hagamos que…

Esta ruptura en la forma se sustenta en la excusa de los saltos a los distintos universos y la infinidad de posibilidades que la vida de Evelyn tendría. Hola, Sliding Doors (1998). La incoherencia está en todas partes, al mismo tiempo. Sin embargo, está escondida en una edición vertiginosa y amparada en la licencia de la ciencia ficción o el cine fantástico, de tal manera que las dos horas y media transcurren de salto en salto, de sketch en sketch, bajo una idea más bien simplona y manipuladora: La vida puede ser muy jodida, todo se puede venir abajo, pero lo importante es la familia y querernos/aceptarnos como somos.

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Miren qué colorido vestuario y maquillaje llevo en esta escena.

El “rapto creativo” de los Daniels consiste en hacer un collage, homenaje, guiño, easters eggs, llámelo como mejor lo haga sentir consigo mismo, de otras películas más originales. Su cine es así y seguirá siendo así. La irreverencia, audacia, locura de los Daniels esconde el mensaje conserva pro familia y sueño americano de siempre. La Evelyn de los Daniels no dejará la vida de mierda que lleva. Todos demandan algo de Evelyn, su padre: una hija a la medida de sus expectativas, el marido: una compañera, la hija: una madre contenedora y compresiva. Y Evelyn, al final, será igual al personaje de Meryl Streep en Los Puentes de Madison. Un estoicismo que vende y anula realidades posibles, universos paralelos que sí existen. 

Así que esta «irreverencia» termina siendo la anestesia a la que nos tiene acostumbrados el cine convencional.  

¿Hay algo que consiga hacernos creer que el Bagel no debería succionar todo de una maldita vez? ¿He dicho que los Daniels filman bien? Sí. El oficio lo tienen. Son profesionales que se preocupan por su dirección de arte y en cada trabajo podés sentir sus miradas a nivel composición de imágenes y propuestas de escenas. A nivel visual saben lo que quieren, aunque uno puede compartir o no su amor por el exceso. Tuvieron, también, el tino de elegir un gran casting. Nadie desafina o desentona (a excepción de los que interpretaron su canción empalagosa en los Oscar) y hay que reconocer el entusiasmo de Michelle Yeoh, Ke Huy Quan y de Jamie Lee Curtis para un proyecto que estoy segura nunca pensaron que llegaría tan lejos. Puedo rescatar, también, su habilidad de distribución, cuando la vi por primera vez (la terminé viendo dos veces por acompañar a otra incauta) me dije “Estos deben tener muy buenos contactos y debieron gastar varios quintos lobbyseando semejante película” porque no olvidemos que las nominaciones y premios responden a canastones, pasajes, regalos, llamadas, y sobamientos de espalda a las personas adecuadas.

Escuchame bien, china, los uniteds te darán una segunda oportunidad si te portás bien, venís con tu familia y tus papelitos y no jodés al sistema.

El acalorado debate sobre si este cine “comercial” es entretenido y eso hace que valga la pena verla y premiarla, podría generar que regueros de sangre corran en este y en otros universos. No me corresponde responder a los que opinan que anoche “ganó el cine”, eso es asunto de cada quien y de cada cual. El carnaval del mundo engaña tanto.

Los Oscar, cada vez más devaluados, han premiado a esta película como lo Mejor del Año…en una noche que muy bien podría ser parte de la filmografía de los Daniels. Una noche aburrida, afectada, llena de los oropeles que la caracterizan, que parece un loop de otras noches. Unos premios deslucidos en los que también destacó una película antibélica de fórmula que ya hemos visto muchas, muchas veces en otras películas mejores, un documental que rescató a un personaje que relacionó a los musulmanes con cucarachas e hizo un video en el que comparó a los inmigrantes con caries a las que había que eliminar. Todo parece un gran chiste y…adivinen qué… lo es.

Lo mejor: El chancho Lo peor: que el chancho aparece muy poco  La escena: cuando el chancho sale  Lo más falsete: que no le dieran más uso al chancho  El mensaje manifiesto: Al peor chancho, la mejor bellota El mensaje latente: un chancho que no vuela es solo un chancho El consejo: hay que alimentar bien al chancho para tener buen tocino El personaje entrañable: el chancho El personaje emputante: todos los que no eran el chancho El agradecimiento: por el chancho.

CINE: Triangle of sadness (El triángulo de la tristeza)

Por: Mónica Heinrich V.

Leí una entrevista de Ruben Östlund cuyo título era: Ruben Östlund no odia a los ricos. Qué bello título. La entrevista se la hacían porque su última película: Triangle of Sadness (El triángulo de la tristeza) había obtenido el máximo galardón del Festival de Cannes, un festival de prestigio, claro, pero lleno de los ricachones que el director suele satirizar con saña. 

Lo conocí por Force Majeure (2014), esa película en la que un padre muy pendejo huía despavorido de una avalancha dejando a su mujer y a su progenie botados como una chancleta en la terraza de un restaurant en los Alpes. El foco era ese: que ante la posibilidad de la muerte, el sujeto corrió por su vida (solo por su vida) sin mirar atrás. Luego vino The Square (2017) donde exhibe la dicotomía de un director de museo en apariencia altruista que reacciona de manera “baja” ante el robo de un celular. Y bue…lo pongo entre comillas porque todo podría ser material para otra reseña o para un acalorado debate en los cachivacheros. Con El triángulo de la tristeza parece finalizar una trilogía que yo llamaría “El asco por los ricachones”, aunque él afirma que es una trilogía sobre el papel del hombre en estos tiempos modernos. No lo sé, Rick. Yo me inclino más por casi escucharlo diciendo: Estos malditos ricachones. Con ese desprecio y asco propio del ricachón que no se asume como ricachón. Qué mejor que un sueco para hacer películas sobre eso.

Si bien el mismo director apunta a que su interés es que la audiencia se cuestione cierto tipo de estructura y cómo se construye la sociedad, el resultado es un poco irregular.

El triángulo de la tristeza como expresión se refiere a esa zona de la cara entre las cejas y la nariz que forman el ceño fruncido cuando vas envejeciendo. Lo primero que la gente se botoxea, lo que en teoría es indicio de decadencia, del irreductible paso del tiempo, del desconchifle. Östlund agarrá ese asuntito como metáfora de esas vidas ficticias para su ficción. Qué projundidá…

La película está dividida en tres actos o esquinas (spoilers everywhere):

1) Carl y Yaya: Carl (Harris Dickinson) es modelo y Yaya (Charlbi Dean) es modelo e influencer. Son pareja, pero existe una asimetría entre lo que ganan y los trabajos que consiguen siendo Yaya más exitosa que Carl, lo que genera en el chico inseguridades y actitudes cojudas. Yaya, por su parte, es un poco cojuda o muy cojuda. La discusión en el restaurante y la escena en el ascensor marcan muy bien el tono de los personajes.

2) El Yate: Carla y Yaya serán invitados como influencers (sin pagar nada (me gusta este entreparéntesis)) a un exclusivo yate lleno de exclusivos huéspedes: millonarios rusos, traficantes de armas, herederos, gente con título nobiliario, etc. En esta parte es donde Östlund se regodeará más en su exhibición de las desigualdades sociales. Paula (Vicki Berlin), la motivadísima jefa de staff, estará dispuesta a hacer la estancia de los huéspedes una experiencia perfecta. Su motivación parte también de las posibles jugosas propinas que obtendrán al final del viaje. El Capitán borracho y zurdo (Woody Harrelson) le aporta algo de vértigo al yate que se bambolea sobre las olas del mar.

3) La isla: acá viene un spoiler (uno más) … Después de una tormenta y una situación inaudita, el exclusivo yate naufraga con sus exclusivos huéspedes atendidos por sus exclusivos tripulantes. Los sobrevivientes del naufragio tienen que asumir nuevas reglas y nueva estructura de poder. Abby (Dolly de Leon) que en el barco era una simple empleada, en la isla se convierte en la líder del grupo al tener habilidades básicas como cazar, cocinar y encender un fuego. Este liderazgo viene con poder y ese poder con consecuencias. Dame dame dame todo el power, para que te demos en la madre.

El guion de Östlund va desde interesantes e incómodas escenas como la doñita que insiste en que todo el servicio del barco se de un baño en el mar, hasta un reguero de vómitos y diarrea jailona, que es la secuencia más aplaudida y comentada de la película. El director sueco puede conquistar con las partes más sencillas de su película, por ejemplo, la secuencia inicial del casting que es fantástica, incluso con su obvio comentario social. Puede desesperar con la charla entre un comunista capitán de yate de lujo y un capitalista millonario ruso, ya cállense señoras. Y puede decepcionar con su final.

El estiramiento de la película y el acto 3 desgastan, y hasta degradan, la premisa. Su final me provocó una incomodidad similar a la que sentí con la película mexicana Un nuevo orden (2020) de Michel Franco. Porque una cosa es la intención de lo que querés decir y otra lo que terminás comunicando. Y que en tu película tu personaje más humilde, del estrato social menos privilegiado, termine siendo más salvaje y mezquino que aquellos a los que supuestamente estás apuntando, es para revisarlo. 

Otras cosas intentan salvar a El triángulo de la tristeza de su inminente naufragio: su sentido del humor (cuando funciona), las escenas interesantes ya mencionadas, la fotografía de su colaborador habitual Fredrik Wenzel, su soundtrack que lo mismo incluye tocatas y minués que el tunchi tunchi de música dance o techno. También disfrutamos de Charlbi Dean, la hermosa Yaya murió a sus 32 años producto de una infección bacteriana y ver la película sabiendo ese detalle hace la experiencia diferente.

La película, que tuvo un presupuesto de unos catorce millones de dólares, además de los premios alrededor del mundo que ya ha ganado está nominada al Oscar de este año en la categoría de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Original, será divertido ver la ceremonia en la que un entacuchado Östlund estará sumergido hasta los cabellos en otra gala más que es parte de todo eso que su trabajo cuestiona: Estructuras rancias de poder, abusos, corrupción, hipocresía, millonarios con falsa conciencia de clase, de género, y bla bla bla. Eso sí, todos con el triángulo de la tristeza borrado o muy bien maquillado. Como tiene que ser.

Lo mejor: Tiene su cosita interesante y algunos momentos de humor negro que funcionan Lo peor: mensaje turbio y la escena del burrito. CON EL BURRO NO, POR FAVOR La escena: la secuencia inicial del fesfile y lo del burrito. De verdad, CON EL BURRO NO, POR FAVOR  Lo más falsete: lo que dice que dice y lo que dice realmente  El mensaje manifiesto: el poder corrompe El mensaje latente: como guionista mejor no meterse en honduras que luego no se sabe manejar El consejo: para ver con el estómago vacío El personaje entrañable: el BURRITO  El personaje emputante: todos eran muy detestables El agradecimiento: por el burrito.

CINE: Women Talking (Ellas Hablan)

Por: Mónica Heinrich V. 

Los primeros minutos de Women Talking conmocionan. Creo que pocas veces he usado ese adjetivo para describir una película. En este caso, es la palabra más adecuada. Porque mientras ves/escuchás esos primeros minutos no hay otra descripción posible. Te sacude, te impacta, te con-mo-cio-na.

La voz en off de una niña narra cómo las mujeres de una colonia menonita se despertaron con sangre y moretones durante mucho tiempo sin saber qué había pasado.

Satanás, un castigo del Señor, fantasmas, imaginaciones, intentos de llamar la atención, fueron durante años parte de las explicaciones. La realidad era más terrible que cualquiera de esas opciones. Las mujeres (niñas, jóvenes y ancianas) eran violadas sistemáticamente por hombres de su comunidad.

“Era como si desapareciéramos, como si ya no tuviéramos invitación para ser parte de lo real”, dice la niña.

Women Talking se basa en el libro homónimo de Miriam Toews. Miriam fue criada en una comunidad menonita ultrareligiosa. Ya ha escrito nueve libros y ha sido protagonista de Luz Silenciosa (2007) ¿recuerdan esa película de Carlos Reygadas? Quizás su libro más duro es el de Pequeñas desgracias sin importancia (2022, para bajar y leer ACÁ) que narra el dolor del suicidio de su hermana. Miriam perdió a su hermana y a su padre por problemas de salud mental. Ambos, en diferentes años, decidieron acabar con sus vidas de exacta manera: arrojándose a las vías de un tren.

En Women Talking (publicado el 2020 y que se puede bajar para leer ACÁ), Miriam se basa en los hechos sucedidos en la colonia menonita de Manitoba, Bolivia. Para nosotros, los bolivianos/as que supimos del tema, no hay todavía palabra que describa lo sucedido. Crimen le queda chico, pecado (suponiendo que nos apeguemos a lo religioso) es casi ofensivo, maldad parece un eufemismo. En la vida real, las víctimas de estos sujetos se quedaron en su colonia y aunque algunos de los criminales continúan purgando su pena en la cárcel, un grupo de hombres de la colonia anda gestionando su salida. ¿La excusa? el perdón que les enseña Dios y que ya pagaron sus penas.

La ficción de Miriam (me gusta llamarla Miriam) recrea una posibilidad que tal vez las menonitas reales no consideraron: irse de la colonia. Dentro del imaginario y de las reglas en las que esas mujeres viven parece inaudito, pero Miriam lo plantea como un acto revolucionario, necesario, incluso siendo una alternativa ficticia.

El libro es narrado desde la perspectiva de August, personaje que al ser varón sabe leer y escribir y puede llevar nota o hacer actas de las reuniones de las víctimas que tratan de definir su destino con tres opciones: 1) Quedarse y pelear, 2) Perdonar o 3) Abandonar la colonia. En el libro, Miriam asume la presencia de August como una muletilla, para que quede justificado el lenguaje más elaborado y para que August se convierta también en la anomalía a la machirulidad y a ese peligro que representa la figura masculina dentro del relato. Sí, hay hombres enfermos y malos. Pero, no, no todos son así.

Para traspasar el texto a la imagen, convertirlo en película, contamos con Sarah Polley. Esta directora, actriz y cantante ya ha dirigido películas cuya temática central es la mujer. Debutó con Away from her (2006), donde Fiona (Julie Christie) sufría de Alzheimer, luego siguió con Take this Waltz (2011) en la que una confundida Michelle Williams decidía entre su esposo y una relación extramatrimonial y pasó al documental con Stories We Tell (2012) en donde la directora canadiense cuenta que es producto de una relación extramatrimonial. Casi una década después Sarah (me gusta llamarla Sarah) se embarca en este desafío. Women Talking.

¿Ya dije que los primeros minutos conmocionan? Sí, conmocionan. Se conecta muy rápido con la historia de estas mujeres que hacen una reunión para definir sus destinos. Y es fácil conectar porque tiene actrices de lujo: Frances McDormand interpretando a Janz, Jesse Buckley como la fatigada Mariche, Clare Foyle como la combativa Salomé, Roonie Mara como la dulce Ona, entre otras. En el papel de August está Ben Whishaw a quien (por esas ironías de la vida) tenemos situado en la mente como el asesino de mujeres en El Perfume.

Mientras la voz infantil de Aujte (Katie Hallet) nos cuenta desde su visión, inocencia y soltura lo que pasa, se nos forma un nudo en la garganta. Cuando Greta (hermosa Sheila McCarthy) hace paralelismos con historias cotidianas de sus caballos, estamos con ellas. Cuando intentan votar marcando imágenes que representen lo que votan, nuestro corazón las empieza a amar. La cosa comienza a ponerse súper discursiva y casi panfletaria y lo aceptamos, porque a veces esa cosa discursiva y panfletaria es necesaria. Luego, Women Talking comienza a dar vueltas sobre sí misma y cansa. Y los discursos se repiten otra vez con los mismos conceptos. En el caso del libro la oralidad está a cargo de August, y por eso es más creíble que los textos tengan cierta filosofía o rebuscamiento, en el caso de la película, las mujeres que discursean se alejan del personaje que representan: esas menonitas tan tímidas que apenas podían declarar que fueron violadas, o que no encontraban la manera de contarlo hasta a su propia familia. Esas menonitas que no saben leer, ni escribir. 

En el libro SPOILER deciden irse, pero la marcha es más intuida que mostrada. August relata un poco de cómo las ve partir a lo lejos. En la película Sarah nos muestra la partida con primeros planos, niñas y mujeres acarreando cosas en una larga caravana a plena luz del día. Ninguna de esas mujeres que abandonan la colonia (único lugar que conocen en el mundo), que abandonan sus campos (en su concepto: único motivo de vida y de progreso), que abandonan familiares y amigos (únicos círculos de relacionamiento que conocen) están lo suficientemente rotas o quebradas por ese forzado éxodo. Puede ser un mensaje de fortaleza, sí, pero alguien que deja su casa sin tanta incertidumbre también parte roto y tomando en cuenta los motivos que las obligan a dejar sus casas, debe ser desolador si ocurriera en la vida real. El final de Sarah es condescendiente y simplón FIN DEL SPOILER

Y ese es uno de los puntos flojos de la película, a ratos hay algo muy coreografiado en la charla en el granero, en cómo se van, en los textos y le da un aire de teatralidad a algo que ya tiene su subtexto de manera natural y no necesita mucho más. Ellas sin adornos son más ellas que ellas tratando de mostrar más.

Sarah tiene hermosos momentos cuando deja lo coreografiado, cuando es Autje la que narra lo que ve sin muchas florituras. Sus partes más conmovedoras están con el mapa de los Cielos, con la mano brújula, cuando ellas hablan de cosas cotidianas o relacionan su tragedia con conceptos menos elaborados. Una gran decisión de dirección es omitir el acto de las violaciones de manera gráfica, porque la violencia y lo terrible del hecho sobrevuelan la película sin necesidad de ver a los violadores en acción. Y se agradece esa sutileza, esa delicadeza. La perdemos un poco cuando hay flashbacks que no aportan y que repiten imágenes o situaciones que ya vimos en lo primeros minutos.

De manera personal no comparto mucho que la corrección de color de la película esté con baja saturación y que la imagen tenga más tonos grisáceos para hacernos sentir lo que les pasó. Para mí es más duro que un hermoso campo de girasoles, un hermoso día soleado, con el cielo azul, el olor de la hierba, los animales pastando, toda esa magia que ocurre en el campo incube la violencia y la desgracia que sufrieron estas mujeres. Y más desgarrador aún que la vida, el mundo, y su belleza continúen a pesar de eso.

La película deja esa tristeza propia de las historias tristes basadas en tristes hechos reales.  El año pasado en otras dos colonias se arrestaron a tres menonitas que violaron alrededor de cincuenta mujeres con el mismo método: el spray de uso veterinario que adormecía a las víctimas. Además, en la introducción del libro se dice que el 2013 se reportaron más violaciones en Manitoba. Hay testimonios que arrojan que no solo las mujeres fueron violadas, que algunos hombres y niños corrieron la misma suerte. Y no solo es Manitoba o el mundo menonita, esa parálisis para alejarse de los abusadores se traslada al mundo supuestamente más desarrollado, más moderno. En Bolivia, ¿cuántos abusos sexuales son silenciados, cuántas víctimas no consiguen alejarse o cuántos de los agresores nunca son castigados?

En el libro una de las últimas preguntas que se leen es: ¿Y de qué sirve estar vivo si no estás en el mundo?

En la película lo último que se escucha de ellas es: ¿Estamos todas?

Lo mejor: Conmovedora y grandes actuaciones Lo peor: A ratos tiene un aire televisivo y se pone súper machacona La escena: la secuencia inicial, la de la brújula del cielo  Lo más falsete: algunos textos muy elaborados, y las llantinas de August que en el libro existen, pero están más matizadas. Además, en el libro hay otras escenas que condimentan la acción aparte de las charlas en el granero  El mensaje manifiesto: No es huir es alejarte de lo que te daña El mensaje latente: Se puede reconstruir desde el dolor El consejo: vela con empatía más por lo que cuenta que cómo lo cuenta El personaje entrañable: todas, ellas,  El personaje emputante: los hijos de puta malditos que se atrevieron a tanto El agradecimiento: por ellas, por todas.

CINE: Tár

Por: Mónica Heinrich V.

Una de las sinopsis más mentirosas que circulan en las redes es la que atañe a Tár: La célebre música Lydia Tár está a punto de grabar la sinfonía que supondrá la cumbre de su carrera. Sin embargo, el destino parece estar en su contra y solo encuentra consuelo en Petra, su hija adoptiva”. En base a eso uno se imagina un drama un tanto cursi, con mucha música y con una sufrida protagonista. Lo evadís por la posible cursilería, así como evadiste The Fabelman. Hasta que terminás yendo al cine por todo lo que han dicho de la maravillosa actuación de Cate Blanchett y porque la película está super nominada y súper recomendada y súper valorada. Tanto súper te incita a mirar. Nada puede salir mal.

A Todd Field lo conocí por In the bedroom (2001) película que también tuvo su acogida en los Oscar y que disfruté mucho en su momento. Aún te recuerdo maldito Richard (William Maphoter). También vi Little Secrets (2006), un drama un poco más telenovelero en donde Jackie Earle Haley brilló más que nunca como el pedófilo acosado por los vecinos. Sí, he pasado buenos momento cinematográficos gracias a Field. 

Field tiene formación como actor y músico, y en las películas que dirigió siempre valoré su capacidad de elegir casting y la creación de sus atmósferas. Dieciseis años después de Little Secrets, Field regresa con Tár. Field se tomó ese tiempo para ver sus hijos crecer (ternurita) y en medio de la pandemia escribió el guion en doce semanas.

En sus escenas iniciales Tár presenta a Lydia Tár (Cate Blanchett), una directora de orquesta considerada una genia de la música que tiene que montar lo que será la cumbre de su carrera: la Quinta Sinfonía de Mahler. Lydia es parte de la exclusiva lista EGOT, una lista de artistas que han ganado un Emmy, un Grammy, un Oscar y un Tony (Audrey Hepburn y hasta Whoopi Goldberg, por ejemplo). Por eso, en la apertura de su película, Field considera que tiene que dejar en claro la relevancia de la protagonista a través de una entrevista en la que un periodista resalta todos los atributos de Lydia y ella suelta un montón de texto sobre el ser y la nada. La escena bastante larga da paso a un ¿almuerzo? ¿cena? ¿café? que nuevamente apunta al lucimiento de Lydia y a que el perfil del personaje esté machacado. En esos momentos te preguntás ¿y la música? Ah, sí, inmediatamente viene otra escena didáctica en la que Lydia hace gala de toda su mala leche en un conversatorio en Julliard. Ahí mismito, Lydia y un alumnito se trenzan en una disputa sobre Bach, o, mejor dicho: vida personal del autor vs. trabajo. Un obvio contraste a lo largo de la película.

Pequeño querubín, el/la artista puede ser cabrón o cabrona…let it be

Field entonces comienza a exhibir las fallas de la “genio”, de la “gran artista”, de la tipa que todos admiran y adoran. Lydia es una gran música y una directora de orquesta sin comparación, pero también es una pareja infiel, déspota, una madre ausente, una colega traidora, una jefa abusiva, una tipa que usa su posición para enredarse con las jóvenes pupilas a las que promete cosas que nunca cumple. Lydia, en resumen, es una cabrona.

A partir de eso estamos ante algo ya visto muchas veces con personajes machirulos, solo que ahora la machirula es la blancona jailona lesbiana Lydia. No sé hasta qué punto la propuesta de Field se hunde por ese lugar común apuntando a que una mujer que tuvo sus luchas para abrirse paso en un mundo mayoritariamente masculino también tiene su lado oscuro o es simplemente la falta de brío para abordar su tema principal y todo el abanico que abre después: las relaciones transaccionales, la cultura de la cancelación, la conducta corporativa, las campañas de desprestigio virtual, el se es culpable hasta que se demuestre lo contrario.

Hay un puchero de muchas cosas que intenta dialogar con los problemas coyunturales. Hay espacio, también, para ese contenido subido al #metoo en el que dentro de la misma película el foco está centrado en el machirulo o machirula de turno, y las voces que cuestionan o denuncian sus juegos de poder son silenciadas por la película misma, en este caso: la esposa, la asistenta, las chicas que denuncian, la chica que se suicidó, son apenas sombras. Esta es una decisión de dirección, la película se llama Tár y es obviamente desde la perspectiva de Lydia, de hecho, nunca la abandonaremos en ningún plano. Aún así ¿en la película es el guionista/director el que silencia esa contraparte o es Lydia? Lo dejo ahí, en el tintero. El resto de sus personajes-sombras son unidimensionales, habitan un mundo con el que es difícil conectarse emocionalmente. Ni siquiera la escena que quiebra un poco la monotonía del guion consigue sacudir esa pesadez que Field ha impuesto en Tár. La escena es anti-climática y lejos del perfil del personaje, nuevamente la manipulación del guionista/director se hace presente.

Soy una cojuda, pero sufro…

La actuación de Blanchett consigue que la película salga de un pozo en el que seguro caería sin ella, Tár también cuenta con un gran diseño de producción, una fotografía impactante de Florian Hoffmeister y una partitura visceral de la ganadora del Oscar Hildur Gudnadottir que colaboran en la construcción de ese mundo que evoca, pero no es suficiente.

Una lectura audaz podría plantear que todo está en la cabeza de Lydia. Hay momentos que insinúan un quiebre mental, y algunas escenas absolutamente inexplicables por no decir tontas como la del peluche o la intrusión de Lydia dentro de un teatro vestida de directora de orquesta delante de todos sin que nadie la detenga, encontrarían en el remanido quiebre mental un asidero que podría ser una salida ingeniosa del guion. Sin embargo, gente, conociendo la filmografía de Field y habiendo leído entrevistas suyas sobre su proceso creativo y sus intenciones, más parecen cosas vagas e imprecisas puestas a dedo para generar múltiples lecturas. Válido también.

El final me hizo pensar un poco en cómo terminó Val Kilmer (documental reseñado ACÁ) Ese actor que siempre despreció a actores empíricos porque él había estudiado arte dramático en Julliard. Ese actor que fue una patada en los huevos y ovarios de mucha gente en los rodajes. Ese actor que pensó que se iba a comer el mundo y terminó asistiendo a exhibiciones de sus películas más comerciales  y firmando autógrafos para los nostálgicos de los 90s. Es la caída de las estrellas, con todo lo que eso conlleva. Y aunque el tema termina siendo duro y triste, hay cierta cosa fría, plana que hace que ni bien salís del cine conversés sobre Tár o reflexionés sobre esa relación de expectativa recompensa de las obras de arte que plantea Lydia al inicio del filme, y luego te alejés de su elegante y sofisticada puesta, de su catarata de frases hechas y del periplo ego-maniaco de su protagonista.

Seguramente conmoverá por alguna arista con la que el público pueda sentirse cautivado ya sea la obsesión del artista, el amor o su ausencia, la dicotomía de lo clásico y lo moderno, lo triste que es dejar de ser relevante, o usted escoja, acaricia tantas cosas al mismo tiempo que puede encontrar un público específico aún siendo una película poco comercial o no muy lúcida en el apartado más autoral. Sea lo que sea, después de la temporada de premios hará silencio, así como cuando el/la director/a de orquesta baja la batuta en la nota final.

Lo mejor: Buen diseño de producción y una Cate Blanchett que siempre brilla La escena: el rifirrafe sobre Bach  Lo más falsete: lo del peluche, lo de la intrusión en el teatro, incluso si es todo parte de un quiebre mental, es bastante ramplón  El mensaje manifiesto: Lo que sube baja El mensaje latente: Hay maneras elegantes de caer El consejo: Igual mirala, si se compara con la media de producciones netflixeras es pues una obra de arte El personaje entrañable: la pobre Petra, que la usan en la sinopsis y está ahí de adorno El personaje emputante: Lydia, qué sujeta más desagradable! El agradecimiento: por el casting. Sabés elegir casting, Field. 

CINE: Babylon

Por: Mónica Heinrich V.

En la Biblia, Apocalipsis 18, se habla de la destrucción de Babilonia. Según las sagradas escrituras, Babilonia era una ciudad que tenía que ser eliminada de este bello mundo porque era nido de…cito: Cosas asquerosas y detestables, obscenas y desagradables. Y uno reflexiona (mientras cae la lluvia y tratamos de escapar del dengue) que por eso el cineasta Damien Chazelle eligió ese obvio título para narrarnos una no menos obviedad que ha sido interpretada como una carta de amor al cine o.…un disparate.

En esta babilónica versión hollywoodense, Chazelle nos regala Babylon, pero tengo noticias para ustedes amables lectores, en Babylon co-existen promiscuamente dos películas. 

Hablemos de la primera película: Carretera. Aproximación. Presentación de personaje. Manny (Diego Calva). Mexicano. Elefante. Camioneta apta para un caballo. Gordo chófer. Colina empinada. Manny, elefante, camioneta, gordo subiendo colina. Hay una fiesta a la que el elefante (no Manny, ni el gordo) tiene que llegar sí o sí para entretener a un montón de ricachones drogadictos cuyos oficios están relacionados al séptimo arte. Elefante y Manny consiguen llegar a fiesta y sigue una secuencia de situaciones “pecaminosas” destinadas a escandalizar ñoños. Presentación de otro personaje: Jack Conrad (Brad Pitt) actor. Estrella del cine mudo. Galancito que se casa y se divorcia, se divorcia y se casa. Sensación del momento. Por donde pasa disfruta de su poder y su lugar en el mundo, en Hollywood. Es el machirulo buena gente.

¿Marlon, sos vos?

Presentación de otro personaje: Nelly (Margot Robbie) estrella que no es estrella pero que será estrella porque estrella se nace no se hace. Drogadicta. Borracha. Excéntrica. Inestable. Manny y Nelly hablarán sobre una mesa llena de cocaína acerca de por qué añoran estar en un set de película. En esa primera película, incluso con la conversación condescendiente entre Manny y Nelly y con las frases hechas que dice Jack Conrad acerca de cómo un set de grabación es el lugar más mágico del mundo, en esa primera película esnifada: hay velocidad, ritmo, fiereza, y uno sonríe en la oscuridad de la platea cuando ve a esos equipos de rodaje de los años 20 correr para alcanzar la golden hour y luchar por filmar una escena cuando todo indica que no lo conseguirán.

Y de ahí, el cochino paso del tiempo.

La transición de cine mudo a cine hablado. Los que se quedaron en medio. Los que surgieron en medio. En esa primera película el protagonista es el cine y Manny, Nelly y Jack son como pequeñas y pintorescas mascotas del tema mayor. Sí, sí, hay mucha pose y cacofonía muy Chazelle. Estamos hablando del mismo director de Whiplash (2014) y de La La Land (2016, reseñada ACÁ) y ya sabemos que tiende al exceso y a la auto indulgencia y a la cosa ñoña y a la celebración de lo más falaz del cine, pero a veces su producto final consigue sobreponerse a sus vicios o disfrazarlos.

Si Babylon terminara con esa primera película, tendríamos más ganas de vivir. Desgraciadamente, una vez Jack Conrad sale de la oficina de Elinor (Jean Smart), la segunda película comienza. Una llena de golpes bajos, bochornos ajenos y, sí, disparates. SPOILER Por ejemplo, la cliché entrada de Jack Conrad en el baño para matarse, media hora antes ya le estaba gritando a Brad Pitt: No si te ocurra matarte, pendejo. La llegada de Nelly a la casa de Manny con su caótica historia y más dura que rulo de estatua. La presentación de otro personaje al pedo: James Mckay. El comentario social vomitado en cada secuencia. Babylon que no termina o que no sabe cuándo ni cómo terminar. Vos en la butaca llen@ de rencor pensando: Acabá de una maldita vez. Dios, mandá el fuego. El derrape final en ese collage de imágenes que no necesitamos ver porque ya Elinor le explicó a Jack y nos explicó a nosotros que la vida sigue. Vos en la butaca viendo esa chorizada de homenajes cursis sin sentido, como si Damien no tuviera amigos, familiares, colaboradores que lo agarraran a sopapos y le dijeran EDITATE. FIN DEL SPOILER

¿Y si mejor cortamos y nos dejamos de huevadas?

Si Babilonia sobrevive ese último tramo es por los resabios de la primera película. Las actuaciones de Brad Pitt y de Margot Robbie son muy buenas, aunque a Margot ya estoy cansada de verla con el mismo registro, ese personaje de excéntrica inestable gritona crazy bitch harleyqueenesco, ya puse una vela a la virgen del Socavón para que le lancen otras manzanitas al pasto. Tobey McGuire (uno de los productores del filme) aparece y uno grita: ¡El Hombre Araña! para luego gritar también ¡Ay, no, qué horror! su interpretación es buena, pero el pobre habita lo peor de la película, la secuencia más tirada de los pelos, la más inoficiosa, la más estúpida. El mexicano Diego Calva cumple con la enorme tarea de dar vida a Manny hasta la segunda parte cuando el mexicano aspiracional se convierte en el mexicano camote de la gringuita, en los momentos que habla español y le dice a Nelly que la ama me provocó la misma reacción que obtuvo Jack Conrad en la película que marcó el fin de su carrera: carcajadas, pena, y ese feo sentimiento con el que se critica al prójimo porque SE PUEDE.

Lo que sí disfruté y mucho fue la banda sonora. Justin Hurwitz compone un ambiente musical donde priman los tambores, la batería, las trompetas. Hay un bombardeo de jazz sexy, hedonista que impregna cada frame de Babylon y que si lo vivís en el cine te va a dejar con ganas de escuchar algunas composiciones de nuevo. A ratos era mejor cerrar los ojos y dejarse llevar. Dejarse caer, dejarse arrebatar súbitamente por la inmensa cachuela del espacio. 

Sydney: el ya arquetípico personaje de películas que recrean las miserias de Hollywood: El negro digno

Imágenes épicas, grandilocuentes, decadentes a cargo de Linus Sandren desfilan ante el público que parece subido a un frenético carrusel de emociones, sobre todo en las escenas de la fiesta, la secuencia donde faltaba la cámara y la de la víbora. Hay una grandiosidad visual innegable lo que hace más perceptible su vacuidad en cuanto a la narrativa. La luz que baña el cigarrillo de Lady Fay o cómo filmaron las intervenciones musicales de Sydney, son detalles que nos hacen querer a Linus por encima de todas las cosas.

Las referencias llueven: Brad Pitt tiene un aire a Marlon Brando en algunas tomas. Spike Jonze (director de Her y Quiero ser John Malkovich) interpreta al fatigado Otto Van Strassberger, Singing in the rain está por todos lados como si fuera la película más importante del mundo mundial, y los personajes principales se basan en personas que existieron en la vida real. Mi mente susurraba Clara Bow. Clara Bow. Chazelle se queja de las lentejuelas y oropeles de Hollywood, donde todo el brilli brilli es falso con mucho, mucho brilli brilli. 

Te queremos, Linus. Gracias por esa luz en el pucho.

Y así, a pesar de su derroche de grandiosidad y de estrellas que nacieron para ser estrellas, Babylon fue un fracaso en taquilla y solo consiguió tres nominaciones a los cosos dorados (Oscar 2023). Dura demasiado. Tres horas de las cuales la mitad sobran, es mucho. Y a pesar de ese mucho, ese exceso, debajo de todos su colgandijos hay algo que llega. La decadencia de la decadente Babylon engancha, aunque sabés que Chazelle la cagó.

Tu mente vuelve a susurrar Clara Bow. Clara fue la it girl en los años 20. Era dorada del cine mudo. Clara pasó de mendigar en Brooklyn a ser la actriz mejor pagada de Hollywood. Y luego le vino el ocaso, el quiebre mental, la tragedia. Es el año 2023 y aún podemos acordarnos de ella, pensar en ella y reconocer las obvias referencias del obvio homenaje de Chazelle. Elinor, con su boca llena de verdades, le dijo a Jack algo sobre el cine y las estrellas encendidas y apagadas, algo que como espectadora también siento cada vez que veo una película y a todas las Claras Bows y que también me deja Babylon: no importa nada, ni taquilla ni cosos dorados…igual pasarán la eternidad al lado de ángeles y fantasmas.

Lo mejor: Una buena y trepidante primera parte La escena: excesiva, repetitiva, con un casi terrible segundo acto Lo más falsete: el segundo acto, la estupidez de la deuda, la estupidez de la huida, el regreso, el «envejecimiento» del personaje de Manny que no envejeció un carajo El mensaje manifiesto: Mandá el fuego El mensaje latente: No es Hollywood, es la gente que va a Hollywood lo que lo arruina: Mandá el fuego El consejo: Mandá el fue…ah, perdón El personaje entrañable: el elefante, sano y glorioso entre tanto drogadicto El personaje emputante: Manny en su versión de mexicano camote de gringuita. Nelly en su versión de gringuita pasada de coca El agradecimiento: por una excelente banda sonora y algunos grandes momentos de montaje y fotografía.

CINE: Speak no Evil, Barbarian, Smile, The black Phone

Por: Mónica Heinrich V.

Están pasando tantas cosas que no dan ni ganas de escribir, pero adivinen qué es lo único que siempre estará para nosotros en las buenas y en las malas, ajá: El Cine. Así que tenía dos opciones para escapar y evadir la insoportable levedad del ser, del país y de la vida: 1) Sumergirme en las profundidades cósmicas de una caipiriña o 2) ver películas. Elegí lo segundo. Siempre elijo lo segundo. Me habían llegado una serie de recomendaciones, algunas de cuestionable procedencia, pero elegí creer. No siempre elijo creer.

SPEAK NO EVIL

Hace ya tiempito (chequeo: octubre) alguien me escribió un inbox diciéndome (hago copy and paste): hola, el otro día ví Speak no evil, una película danesa, pucha, me dejó incómodo, espero te dés tiempo para verla. Y yo respondí intensa (hago copy and paste): Ohhhh quiero sentirme incómoda!! Justo estaba pensando en verla, gracias x la recomendación.

Y así, sin caipiriñas, una mañana de paro cívico (¡!) la vi.

El cine danés y yo nos llevamos bien. Suelo disfrutar sus tiempos, su fotografía, sus tramas… sé que no voy a ver alguna cagada porque las posibilidades de que una película del pongaelnombredesucineastabolivianomenosapreciado danés llegue a ser accesible son muy pocas. No había leído nada sobre Speak No Evil (su título original es Gæsterne que significa Los Invitados) así que la historia se fue desarrollando frente a mis azorados e INCÓMODOS (tenías razón amable lector que recomienda películas) ojitos.

Bjorn (Morten Burian) y Louise (Sidsel Siem) son una pareja ñoña danesa que está de vacaciones en la Toscana italiana con Agnes (Liva Forsberg), su hija pequeña. La pareja traba amistad con Patrick (Fedja Van Huet) y Karin (Karina Smulders) una pareja holandesa rarita, que a su vez tiene un hijo, Abel (Marius Dalmlev), más o menos de la misma edad que Agnes.

Mientras observaba el roce social, me fatigaba la facilidad y familiaridad con la que esa amistad evolucionaba. A los ñoños claramente les faltaba calle y a los raris claramente les sobraba mala vibra encubierta. Los ñoños vuelven a Dinamarca y los raris vuelven a Holanda, desde donde invitan a los ñoños a pasar unos días en su casa de campo. ¡No me jodan! Todos hemos viajado y encontrado alguna vez algún personaje en el hotel, paseo o lugar turístico con quien nos hemos llevado bien (aún nos acordamos de vos, Mariano), pero no me cabe en la cabeza cómo estando en el santuario de tu hogar, volviendo de a fuerzas relacionarte con gente que de no ser un hotel no tendrías ninguna posibilidad de topártelos en la vida, decidís aceptar esa invitación. Los ñoños lo hacen en parte porque son ñoños, obvio, y en parte porque Bjorn ve con cierta admiración la personalidad extrovertida y, digamos, “extravagante” de Patrick. Hay algo que lo seduce/atrae de él.

Ni bien aceptan, yo le gritaba con rabia a la pantalla: ¡BUENA SUERTE, BOBOS. VAYAN PA ASHÁ!

Si bien al inicio de la película había indicios o lo que en la virtualidad se denomina red flags (banderas rojas), no es hasta que los ñoños llegan a la casa de los raris que todo se despatarra. Y empieza lo incómodo y continúa lo traumático.

La película es dirigida por el cineasta danés Christian Tafdrup y coguionizada por el mismo Christian y su hermano Mads. Los Tafdrup hacen un manejo casi magistral del horror a través de pequeños detalles. No les voy a mentir, porque ya nos han mentido mucho: se les ocurren escenas bastante estresantes como la del baile de los niños.

Sin embargo, ya en su tramo final (porque un buen final disimula un mal comienzo y no al revés) el ñoño de Bjorn y la ñoña de Louise me perdieron. Capaz porque mi vena combativa anti-ñoña boliviana no puede asistir impávida a SPOILER que un desgraciado le corte la lengua a mi hipotética hija en mi presencia sin que yo reaccione con hipotética violencia y decida llevarme, aunque sea una parte del osado o la osada agresor(a) a mi hipotética tumba. Esa tensión, esa cosa malévola, muy de “la gente es demasiado inmunda en el fondo” se diluye con esas secuencias finales más estoicas/poéticas al pedo. Una parte mía, la racional, adulta contemporánea, diría: Ah, sí, puede pasar. No todos van a reaccionar como hipotéticas madres bolivianas de hipotéticos hijos bolivianos con hipotética violencia, pero…PERO: tanta pasividad y el tono onírico/poético, el apedreamiento, y lo que ocurre al final no me convencieron. FIN DEL SPOILER De todas formas, Speak no Evil es una experiencia que sacude, incomoda, jode y que te abduce de cualquier otra pueril preocupación, ya que lo único que te importará en la vida será que los ñoños regresen sanos y salvos a la gran Dinamarca.

Lo mejor: Sus momentos de tensión Lo peor: el final, muy pasado de rosca en cuanto al tono inicial el filme Lo más falsete: la pasividad de los ñoños El mensaje manifiesto: la confianza es un regalo El mensaje latente: la confianza es un regalo que no se le puede dar a cualquiera El personaje entrañable: los niños deslenguados El personaje emputante: los adultos ñoños El agradecimiento: por eso que te hace sentir.

BARBARIAN

Una vez descubrí un huequito dudoso con algo que parecía ser una cámara dudosa (todo muy dudoso) en una casa del AIRBNB donde me estaba alojando y ahí se me desbloqueó la certeza de que el AIRBNB puede ser más barato, pero no deja de ser inseguro ante la ausencia de controles reales.

Barbarian agarra ese miedito y lo convierte en película de terror. Me la recomendó el algoritmo. Facebook hizo que apareciera esta nota: Una película de terror demencial, perversa e inteligente: cómo es “Barbarian” en Star+. Y yo quería lo demencial, y añoraba lo perverso, y necesitaba lo inteligente (desesperadamente) y encima tenía Star+, fue como si los astros se alinearan y conspiraran a mi favor. No necesité ni entrar al link. Una tarde de paro cívico (¡!) la vi.

Tess (Georgina Campbell) llega a Detroit para una entrevista de trabajo. Llega de noche y a una zona un poco alejada donde ha reservado una casa a través de AIRBNB. En un inicio, y bajo tupida lluvia, brega por entrar y no puede. Llama al anfitrión (quien le alquila la casa) y no le contesta. Esos minutos iniciales de tensión continúan incluso cuando Keith (Bill Skarsgard) abre la puerta y resulta que él es otro huésped y que la casa ha sido alquilada dos veces al mismo tiempo. Evidentemente, todas mis alarmas femeninas saltaron como conejo Duracell ante la presencia de Keith. La idea de pernoctar ahí, con un completo desconocido, teniendo un auto a disposición se me hacía absurda.

La película dirigida y guionizada por Zach Cregger, a quien tuve el infortunio de conocer gracias a Miss March (2009), se sostiene con mucho aplomo y gratas sorpresas en su primer acto y un poco del segundo. Tiene un punto de giro algo anunciado que consigue ir un poco más allá de lo que la premisa inicial prometía y mantenernos en vilo en esos turbulentos momentos. Ahí hace su entrada triunfal AJ (Justin Long, actor al que le guardo cariño porque sí y punto, aunque algo tienen que ver Jeepers Creepers y Britney Spears). Bueno, cuando llega AJ (el dueño de la casa) la película pierde el norte, el sur, el este y el oeste. Las tonterías se derraman como mangas en temporada. Incluso llegamos a ese triste punto cinéfilo en que no nos importa si lo logran (la supervivencia) sino que salgan los créditos y poder pasar a la siguiente película.

Justin, te hemos extrañado todos estos años…

Y ojo: No tengo problemas con la bicha, porque la bicha me pareció un buen elemento. El tema es que la bicha fue desaprovechada porque siendo la bicha: LA BICHA, uno esperaría que la bicha haga lo suyo como buena bicha porque si ya te diste el trabajo de introducir a la bicha, usá bien a la bicha. Digo yo.

Para rematar, había un tufillo discursivo feministaprogrecoyunturaloportunista que se me hace pesado cuando está pegado con moco. Ahí donde algun@s ven las consecuencias del abuso masculino, sororidad (la bicha, bebé), perspectiva de género, masculinidad tóxica y trauma compartido, solo veo utilitarismo de lo femenino y efectismo para hacer terror desde los estereotipos de siempre. Si querés colgarte del #metoo o del reverso del sueño americano en el que se convirtió Detroit, hacelo bien. Digo yo.

Lo mejor: volverte a ver Justin Lo peor: la película se va despatarrando mientras avanza Lo más falsete: los flashbacks y el tufillo de comentario social feminista La escena: La de la teta. AMIG@S, NO! El mensaje manifiesto: lo barato sale caro El mensaje latente: mejor HOTEL El personaje entrañable: vos, Justin, vos El personaje emputante: el viejo e´mierda El agradecimiento: por su entretenida primera parte.

SMILE

Esta me la recomendó una amiga a la que le recomendé Speak No Evil. Yo hablando huevadas de los ñoños daneses y ella: Mirate Smile y después hablamos. Y sí, me miré Smile y después hablamos. Una noche de paro cívico (¡!) la vi.

Smile es truculenta sobre todo en sus minutos iniciales. Rose (Sosie Bacon) es una terapeuta de un centro psiquiátrico. Después de un largo día de trabajo recibe a una chica que es ingresada de emergencia. La chica vio suicidarse a su profesor de universidad delante de ella y parece estar en medio de un brote psicótico. La terapeuta intenta empatizar con ella, calmarla. La chica dice que hay algo que la persigue, que a veces toma formas de personas que conoce, que la acecha y que la va a matar, que tienen que ayudarla, que nadie le cree, que eso que la acecha solo le sonríe. Amig@s, comprendan que la escena es bastante vertiginosa y desesperante, como lo es una situación así en la que alguien está bajo un aparente delirio que involucra psicosis y realmente cree que lo que está sintiendo existe. Uno como espectador se pone del lado de la terapeuta, pero al tratarse la película del género que se trata sabés que lo de la chica va a implosionar de alguna manera. Es ahí cuando pasa lo que pasa, y es horrible, y aunque lo ves venir, igual te perturba porque todo sucede súper rápido. Y una parte tuya, muy coñera, piensa en negligencia médica y en todo eso que se pudo hacer mejor, y otra parte tuya, más coñera aún, dice que no jodás y que sigás viendo. Y seguís viendo.

La opera prima de Parker Finn es bastante efectiva. El guion, que también corre a su cargo, cumple con todo lo que se espera del género. Lo triste es que la fórmula se agota rápido, demasiado rápido, y luego todo parece repetirse y sabés exactamente que SPOILER Cosita va a morir como cojuda con una ancha sonrisa en su cara FIN DEL SPOILER Al sobrarle minutos, estira escenas como las relacionadas a la psiquiatra de Rose o las charlas al pedo con la hermana o su jefe, que conociendo su historial no hacen nada real por ella, o las investigaciones con el ex que sirven para ver desde dónde vienen los sonrientes suicidas, pero que es usado más como anécdota que para darle realce al guion. Cuando llegue el final no habrá sonrisa maquiavélica y satisfactoria en tu faz.

Lo mejor: su inicio y el gato Lo peor: redundante y lo que le pasa el gato Lo más falsete: la solución que encuentra El mensaje manifiesto: hay que trabajar los traumas para que no gobiernen tu vida El mensaje latente: el trauma puede destruirte El personaje entrañable: el gato El personaje emputante: la negligencia general ante los problemas que ella muestra El agradecimiento: por algunos buenos sobresaltos. 

THE BLACK PHONE

Este me la recomendó Stephen King, en twitter me apareció el siguiente comentario:

En ese momento no sabía que el picarón de Stephen le estaba haciendo propaganda a su hijo, Joe Hill quien escribió el relato corto homónimo en el que se basa la película. Y ahí nomás un feriado de conflicto social (¡!): Play.

Son los años 70s. Un pueblito de Colorado está sufriendo una ola de desapariciones infantiles. Así conocemos a Finney (Mason Thames) y a la gran Gwen (Madeleine McGraw). Ambos hermanitos son huérfanos de madre y el padre (Jeremy Davies) lidia con la viudez empinando el codo y maltratando a sus hijos. Finney encima tiene sus bullies en el colegio.

El director Scott Derrickson, a quien conocemos por Sinister, Doctor Strange y El exorcismo de Emily Rose, entre otras, utiliza los primeros minutos de la película para que conozcamos y queramos a los hermanitos, para que sepamos que uno de los dos será sustraído y para que necesitemos que regrese a casa. SPOILER Finney es finalmente secuestrado por El Captor (Ethan Hawke) y todas las cosas terribles que nos imaginamos pueden ocurrir en una situación así, están ahí, en la película. Otros niños ya han pasado por ese sótano en el que se encuentra Finney, y esos niños fueron violados y asesinados por El Captor. Un teléfono negro que no sirve será utilizado por las víctimas fantasmales para comunicarse con Finney y tratar de ayudarlo a sobrevivir. FIN DEL SPOILER

Hay una cosa emocional que funciona muy bien en The Black Phone. El casting infantil es tan bueno que, aunque la historia al igual que Smile abusa de sus recursos y los clichés del género, querés llegar a ese final que anticipás. Necesitás que Gwen esté bien y feliz. 

Me sobraron las apariciones fantasmales en carne y hueso de los niños actores, sentía que la atmósfera se mantenía mejor solo con las llamadas, pero al mismo tiempo sé que al ser una película que apunta a un público masivo la fórmula demanda más perendengues. Una fórmula ya muy conocida, pero que en este caso gracias a su casting y a su look ochentero-nostálgico, termina siendo bastante digerible.

Lo mejor: el casting infantil Lo peor: las apariciones en carne y hueso de los fantasmas Lo más falsete: … El mensaje manifiesto: no hables con extraños El mensaje latente: hay un mundo muy sórdido en los sótanos de algunas personas El personaje entrañable: los niños El personaje emputante: el pedófilo El agradecimiento: por su cosa nostálgica y por Gwen.

 

CINE: Blonde / Elvis

Por: Mónica Heinrich V.

Oh, Hollywood. ¡Cómo te gusta estrellar más a las estrellitas estrelladas!

Hay harta tela para cortar sobre este baile de disfraces puesto en «netflic» (diría un pariente), en HBO Max y en nuestros adomercidos y casi añueveros ojitos. Vi ambas películas al estilo dickensioniano: o sea, derramando Great Expectations. Sí, uno se ilusiona con huevadas… Ten piedad, diría Elvis.

BLONDE o Ahora no es para siempre

Una vez escuché una entrevista en la que Marilyn decía que podía pasarse horas dentro de una sala de cine viendo una película tras otra. Me pareció encantadora. He conocido gente relacionada al cine que no ve cine. Actores que no ven cine. Directores que no ven cine. Guionistas que no ven cine. Y eso siempre me llamó la atención. 

Ella, sin embargo, era más que la anécdota de una actriz que amaba al cine. He leído algunas biografías y visto documentales y biopics diversos sobre su vida porque #pueblomiespíritudefantasmas. También leí, en su momento, el libro de Joyce Carol Oates, Blonde, en el que se basa la más reciente aventura homónima netflixera. (para descargar en este amable PDF: Blonde-Joyce-Carol-Oates)

Joyce, muy inteligente, en sus páginas iniciales deja claro que Blonde no es una biografía, que es una ficción y que quien quiera saber detalles verdaderos de la vida de Marilyn tiene que ir a buscarlos a otra parte. Eso vulgarmente se llama: curarse en salud. Bien tirao, Joyce…te ahorraste de entrada los quejumbrosos lamentos de los que nos apegamos a la cochina verdad.

Y claro, puedo aceptar la idea de la ficticia Marilyn en una más que ficticia novela llamada Blonde que luego se convertirá en una ficticia película de Netflix que acompañará nuestros no menos ficticios días post-pandémicos. Puedo. Incluso si me revienta un poco los dos ovarios que llamés Marilyn Monroe a tu ficticia heroína.

Río para no shorar

Aún así, lo verdaderamente «triste» (nótese que no digo desafortunado, descabellado, jodido) es cuando esa ficción la dirige el señorito Andrew Dominik. Con Andrew he tenido encuentros y desencuentros. Puedo decir que este director neozelandés despertó mi interés con Chopper (2000) y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007). Puedo. Ese interés iba mezclado con mi absoluto rechazo a su postureo estilístico. En esa época pensé: es joven-soy joven, son sus primeras películas, toda esta cosa rebuscada y sin personalidad que pretende tener personalidad será refinada con los años. Luego vino Killing them softly (2012, reseñada con fatiga ACÁ) donde ya lo di más o menos por perdido (y donde comenzó lo triste de lo triste), me di cuenta que su efectismo no era un experimento sino un vicio. Y para viciosos hay mejores cineastas. Ha pasado una década y mientras veía Blonde me preguntaba  ¿quién carajos ha dirigido esto así? Amigo, por favor. Y helo ahí, el inefable Andrew Dominik.

La blonda Blonde y su ficticia trama marilynística basada “levemente” en datos o rumores sobre la vida de la verdadera Marilyn Monroe narra la truculenta infancia de Norma Jeane (verdadero nombre de todas las Marilyns), en la que vemos a su mamá en pleno quiebre mental y a la pequeña niña gritando frases hechas. Ahí la platea comienza a conmoverse por el desfile de efectismos y por la dura y no tan ficticia infancia de Norma Jeane.

La película, luego, relata el nacimiento de la Marilyn ficticia. Una Marilyn interpretada con entrega por la actriz cubana Ana de Armas. Anita está perfecta como la Marilyn ficcional, lo que pasa a su alrededor no es su culpa, brilla a pesar de eso, como lo hizo la verdadera Marilyn en sus películas. Esta Marilyn (la de Ana) está casi todo el tiempo penando su existencia. Siempre con actitud insegura y muecas de urina asustada. A esta Marilyn le pasan muchas cosas malas y tristes que aumentan sus actitudes inseguras y muecas de urina asustada. No hay diferencia actoral entre la Marilyn ficticia que actúa en las películas no ficcionales de la verdadera Marilyn y los gestos que tenía en su día a día. Y hay que tomar en cuenta que en el cine de antes los códigos de actuación eran otros. Lo que quiere decir que esta Marilyn ficcional continúa en personaje aún cuando no actúa que actúa. Hay quienes dicen que OH, la Marilyn ficticia tiene momentos de alegría cuando se casa o se enamora o qué sé yo. Estamos hablando de la Marilyn que se basó en la Marilyn que Elia Kazan describió como la chica más alegre que había conocido. Perdón si los momentos felices del casorio me parecieron insuficientes. El guion tiene un solo tono o tesitura para contar la tragedia y muerte de una hermosa mariposa, ficticia o no. No hay matices en este desfile de caprichos de dirección (cambio de color blanco/negro a colores solo para enfatizar los estados de ánimo triste, felices…meu Deus) los planos compuestos de manera artificial que pretenden ser artísticos y, claro, lo que ha hecho correr ríos de tinta: el feto (los fetos) parlante (parlantes), lo pongo en singular/plural porque dentro de la misma película el feto (en otro embarazo) dice que es el mismo de los anteriores. Poesía pura.

He leído encarnizadas críticas de espectadores que interpretaron al feto parlante como una descarada propaganda anti-abortista. Amigos, amigas, ojalá lo fuera porque por lo menos tendría un sentido, una posición. En el caso de Andrew es asumir demasiado. El director tiene nula sutileza o apego a la metáfora. Le pareció «creativo» poner al feto parlante y lo puso. Capaz no vio Mirá quien habla (1989).

Más allá de que la Marilyn ficticia pudiera sublimar conversaciones con sus hijos nonatos y la Marilyn inventada por la verdadera Norma Jeane padeciera endometriosis (lo que haría difícil mantener un embarazo), más allá de eso, hay un tema de buen gusto. No lo encuentro simbólico, ni emotivo, ni reflejo de los sentimientos de la ficticia Marilyn. Más bien es un recurso facilón y chato. Fue en ese preciso y horrible instante cuando empecé a buscar el nombre del director para encontrarme cara a cara con Andrew. Ajá. ANDREW. Y ahí TODO tuvo sentido. 

Subjetividades aparte, mientras la Marilyn ficticia va a tropezones por su vida, la Marilyn de Joyce Carol Oates si bien sufre tiene más músculo de personaje, hay una serie de preparaciones al lector que nos hacen sentir que la Marilyn literaria ficticia no es solo un guiñapo o una bolsa de box que recibe golpes de la vida, la verdadera Marilyn creada a su vez por la verdadera Norma Jeane tenía su lado B exuberante, burbujeante, era inteligente, talentosa, una tipa de ñeque, insegura, sí, adicta, sí, depresiva, sí, con problemas mentales, sí, cagada, sí, pero que leía a Hemingway, a Chéjov, que fundó su propia productora y que se hizo a sí misma, literal, controlando incluso su look y la historia de cómo surgió. Ya, ya, esta no es ESA Marilyn, es otra Marilyn que ni siquiera es la de Oates, es la Marilyn de Andrew, pero ¿ya dije que me revienta los dos ovarios que la llamen Marilyn Monroe si podría ser doña Pepita De la Alta Concha de Los Undécimos Días?

Andrew elige un camino en el que todo eso queda en segundo plano, quiere lucirse como director con toquesitos acá y allá (me agota) los personajes terminan pagando ese afán de protagonismo porque solo tenemos a un ficticio Joe Di Maggio sin otra cara que la del celoso controlador, a un ficticio Arthur Miller sin otra cara que la del intelectual distante y a un ficticio Cass Chaplin sin otra cara que la de un pelotudo y así, sucesivamente.

Uno siente pena por la ficticia Marilyn, claro. Y no peco de spoilear porque ya todos sabemos que la muerte le llegó a la verdadera Marilyn, a la que inventó la verdadera Norma Jeane y la ficción no alcanza para dejarla viva y envejecer en un Hollywood que siempre ha devorado mariposas, ficticias o no. Nos queda la imagen (que también tenemos de la verdadera blonda-blonde porque nuevamente, ni la creatividad, ni el postureo, ni la ficcionalidad dio para más) de Marylin Monroe en el cochinero que era su habitación producto de la depresión y sus pastillas alrededor, desnuda y envuelta en una sábana. En su novela, Joyce Carol Oates se fue por el lado conspiracional, porque #laconspiraciónvendeymucho. Andrew decide hacer lo suyo: ficcionar la ficción de la ficción. En ese momento quise que mis ovarios gritaran unas cuantas barbaridades. Cuando vi la recreación de Andrew y a Ana de Armas yacer en la escena pude escuchar la voz de Marilyn, la invención de la única Norma Jeane, que dijo en una entrevista:

“Las cosas verdaderas nunca salen a la luz. Son las mentiras las que se conocen.  Es difícil saber por dónde empezar si no empiezas por la verdad”.

Lo mejor: la fotografía (muy a pesar de Andrew) y Ana de Armas (muy a pesar de Andrew) Lo peor: el enfoque de, sí, vos Andrew Lo más falsete: el feto o los fetos parlantes de un Andrew en desborde «creativo» El mensaje manifiesto: es difícil ficcionar la ficción El mensaje latente: no todos pueden salir bien librados del efectismo al pedo La escena: aquellas en las que la Marilyn ficticia sonreía El personaje entrañable: La Marilyn real de la real Norma Jeane El personaje emputante: ¿hay alguno que no lo fuera? El agradecimiento: por algunos momentos fotográficamente bien logrados La pregunta: ¿vos también poblás tu espíritu con fantasmas? 

ELVIS o El cansancio de vivir

La muerte de Elvis Presley es muy triste. Traumática. Es hasta más indigna que la de Marilyn. Amanece desparramado en su baño, con los calzoncillos y el pijama abajo. Se cayó, suponen, del inodoro intentando cagar. Los motivos del colapso hasta la fecha no están claros. Hay informes médicos que detallan su dificultad para digerir y su estreñimiento crónico, aunado a factores de salud por su sobrepeso (hígado graso, hipertensión, problemas coronarios) y a las quichicientas drogas controladas que encontraron en su sistema. Con Elvis vivían un montón de personas entre amigos y familiares: la llamada Mafia de Menphis, que incluía a su padre. Estaba rodeado de una troupé que se peleaba por sus atenciones y regalos, que gastaba su dinero y que salía a conseguirle más drogas a la hora que fuera.

¡Qué solo estaba el Rey del rock!

Porque ese tipo de 42 años que encuentran obeso, sobre-medicado, tumbado al lado del inodoro fue uno de los mayores referentes de la música. Una estrella. Una leyenda. Incluso no gustándote su música, no se puede negar el talento, su voz y su presencia escénica. Era una bestia que devoraba el escenario.

Cuando supe que se iba a hacer su biopic y que la dirigiría el australiano Baz Luhrmann, tuve miedo. Mucho miedo. Oh, sí, hay que tenerle miedo a Baz. A Baz lo quiero a pesar de todo (te quiero, Baz), pero somos pocos y nos conocemos mucho, no puedo mirar hacia el costado y no darme cuenta que tiende a convertir sus películas en un espectáculo. Eso no sería malo si el espectáculo no se perdiera entre confeti y serpentinas. En el caso de Baz, solo observando sus inicios con Romeo + Julieta, captamos cómo va a privilegiar la forma al contenido. A veces, lo formal está tan espectacular (escena del tango en Moulin Rouge) que uno termina comprando el producto, a veces, es tan vacío (Australia o The Great Gatsby) que no hay nada de esa película que se quede habitando dentro tuyo. Y qué triste es cuando una película no te habita.

En Elvis, recientemente estrenada en HBO MAX, nos encontramos con una más de esas biopics que le gusta tanto a los gringos: redentora, con lavada de cara y otras partes pudendas y omisión de verdades oscuras, con un relato apegado más a la grandiosidad del fenómeno que al hombre derrotado en el que Elvis se convirtió.

Lo que más detesté (porque ese es el adjetivo correcto) fue que la historia de Elvis sea contada por el coronel Parker (Tom Hanks), una persona que lo estafó, que lo manipuló y que le hizo tanto daño. Cuando la película empieza y me doy cuenta que es él quien narrará todo entré en shock cinéfilo, personal, mental y psicológico, o sea, nunca la historia de alguien debe ser contada desde el agresor, bully, o figura que le impartió sufrimiento. Elvis debe estar arañando el cajón. Me hervía la sangre y, sí, me reventaban (una vez más) los dos ovarios.

Por ese detalle, ya me fue difícil conectar con la propuesta. Sé que es una ficción, claro, pero esa ficción hedía. Además, parecía estar en una fiesta de disfraces de los 50s y 60s. Todo se veía artificial y afectado. Tom Hanks con exceso de maquillaje hacía lo posible por salir de la caricatura del coronel. Austin Butler (a quien seguramente le darán una nominación a los cosos dorados) intentaba llenar los zapatos del Rey. Hay momentos que lo lograba, pero como suele suceder en estas películas, lo sobrepasaba el artificio.

La película narra el nacimiento de Elvis, su crianza rodeado de música afroamericana, góspel sobre todo, y cómo fue cultivando el estilo que lo hizo famoso hasta su muerte. El guion, escrito a muchas manos por Baz y sus habituales colaboradores: Sam Bromell, Carig Pearce y Jeremy Doner, termina siendo un collage de anécdotas y de elementos claves de la vida de Elvis, con algunas licencias creativas (como suele pasar en las biopics) pero sin la profundidad o el ajayu que requiere su figura. 

Siendo el consumo de drogas (medicadas o no) y alcohol uno de los puntos clave para entender su caída en desgracia, su adicción es apenas dibujada en la justa dimensión. Su relación con Priscila termina siendo lo más políticamente correcta posible, la misma Priscila contó en sus memorias que Elvis la introdujo al mundo de las drogas cuando era adolescente y que la cortejó cuando él tenía 24 y ella 14 años. Capaz que Elvis no era solo una víctima, querido Baz.

Las partes que hablan sobre su impacto en el racismo en USA son panfletarias y discursivas, y lo peor desde una mirada ramplona. 

Y claro, claro que emociona el niño Elvis en una ficcionalizada incursión al góspel de su zona. Emociona la no menos ficcional charla con B.B. King. Emocionan los momentos en que se rebeló contra el sistema, contra lo que se esperaba de él. Baz consigue poner de una manera hermosa, y con un vertiginoso montaje, actuaciones icónicas de Elvis. No lo vamos a negar.

Todo eso se ve opacado por una narrativa vacía, y por la presencia inexplicablemente omnipresente del coronel Parker, del que tampoco sabemos más de lo que su estampa de villano permite. 

Así que nos quedamos con la hueca cacofonía de siempre, esa de las biopic de manual. Vemos a Elvis rebotando por momentos de su vida sin llegar a profundizar en su parte humana real: sus aportes a la música, su importancia para la comunidad negra, su lucha contra sí mismo, son meros ornamentos… Su figura sirve, una vez más, de excusa utilitaria para la industria. En Elvis, Elvis sigue prisionero del espectáculo, del escenario, de las luces y los oropeles…y qué triste es.

Lo mejor: algunas secuencias musicales, sobre todo donde está involucrado el góspel Lo peor: puro artificio Lo más falsete: el coronel Parker como narrador. Meu Deus. El mensaje manifiesto: un día sos un rey y el otro tu trono es el inodoro El mensaje latente: hay que tener cuidado con los HDPS que te rodean, algún día pueden estar contando tu vida La escena: las de góspel y cuando supuestamente Elvis se queja del coronel en el escenario, qué hermoso hubiera sido si pasaba en el vida real. Spoiler: NO PASÓ El personaje entrañable: el Elvis pre-fama El personaje emputante: las sanguijuelas que vivieron de Elvis y el Elvis post-fama que se dejó drenar la sangre por ellas El agradecimiento: por el talento, que siempre se agradece.

CINE SUIZO: Azor

Por: Mónica Heinrich V.

En el día a día todos vivimos situaciones en las que a veces elegimos mirar hacia el costado y “no meternos”. Es más fácil hacerse el opa que sumergirse en problemas ajenos, conflictos de pareja, disputas económicas, peleas de amigos, temas laborales, lo que sea. Se elige el mullido colchón de la comodidad. Uno prefiere no alterar su mundo involucrándose. Pero ¿qué pasa cuando es necesario, realmente necesario, involucrarse, meterse, incomodarse?

Andreas Fontana es un director de cine suizo, con maestría en Literatura Comparada, que encontró el diario de su fallecido abuelo y descubrió que el señor hizo un viaje a la Argentina en 1980, en plena dictadura de Videla. Lo que le llamó la atención es que su abuelo, un funcionario de la banca privada suiza, relató su viaje sin mencionar nunca las condiciones que vivía el país en ese momento. Y, como es de esperarse, Andrea se perturbó.

De ahí surge Azor, su opera prima, una película que transita las calles de Buenos Aires narrando de manera atípica cómo el jailonerío y las esferas de poder vivieron ese amargo periodo histórico: sin involucrase, sin meterse, sin incomodarse.

En Azor, Yvan (Fabrizio Rongioni) es un banquero suizo que llega a Buenos Aires para reemplazar a su socio, el enigmático y desaparecido Keys (Alain Gegenschatz). Keys es una figura omnipresente en toda la película. Algunos hablan a favor de él, otros dan a entender que a Keys se le habían soltado algunos tornillos. Yvan parece poco inclinado a averiguar realmente qué pasó con su colega, su labor es más bien pastorear a los clientes del banco y asegurarse que en medio de la crisis de la dictadura sigan siendo sus clientes. Al final, es un tema de plata. Yvan se reúne con distintos personajes acaudalados que también están viviendo en su propio mundo. Casi 10,000 desparecidos, unos 45,000 secuestros, niños robados, bienes confiscados, y un sector de la sociedad seguía piscineando, yendo al club hípico y haciendo fiestas.

Es esa mirada fría y despiadada lo que hace que la película de Fontana termine metiéndose dentro de tu piel y del corazón.

Azor casi no menciona el tema de los milicos como “tema”, en algún momento Yvan va al Club de Armas, se relaciona y comparte con ministros y milicos ficcionales/noficcionales que mientras beben un whisky venden las compañías del Estado al mejor postor. Quizás lo más panfletario será cuando va al club hípico y uno de los personajes dice con pesar: No se conforman solo con las personas, se están llevando hasta los caballos.

La película que también escribe Fontana y co-escribe Mariano Llinás (a quien descubrimos en Historias Extraordinarias) es sutil, te envuelve con escenas que parecen repetirse y que algunos espectadores encontrarán aburridas o pretenciosas. A mí, el mundo que propone Fontana me inquietaba, me generaba angustia, su cámara más bien convencional (fotografía del rumano Gabriel Sandru) con una música más bien no convencional (del compositor Paul Corlet), crean una atmósfera opresiva, rara, diferente.

Otra cosa a destacar es cómo Fontana presenta a este personaje (Yvan) como un personaje que también tiene sus conflictos o sus propias expectativas sobre sus funciones. No es un villano en toda regla. Es alguien que fue a cumplir un trabajo y que, sobre todo al final, se da cuenta del gran negocio que puede llevarse si solo cierra la boca y facilita las cosas.

Además de un casting de actores profesionales, Azor también cuenta con actores naturales: banqueros, hacendados, etc., en un intento de darle mayor realismo a la historia y que la fama de algún actor no se interponga en la mente del espectador recordando a otro personaje interpretado.

Fontana dirige con mucha elegancia este su debut cinematográfico. Desde la escena inicial, única en la que veremos al esquivo y siempre recordado Keys, hasta esa escena con la que cierra, queda clara su vocación narrativa, su gran pulso como director.

No necesita apuntar contra Videla, contra los milicos, o rememorar a los desaparecidos. No necesita hacer una apología contra la violencia, ni un discurso sobre los derechos humanos. No necesita nada de eso.

En Azor que echa un vistazo a la Buenos Aires de 1980 podemos ver cualquier conflicto actual, cualquier crisis, siempre aparecerá la banca privada tratando de resguardar el dinero del poder y al poder tratando de salvar o multiplicar los quintos.

Y no solo eso, también estarán aquellos que mientras eso y otras cosas más suceden, no se involucrarán, no se meterán, no se incomodarán.

Pase lo que pase.

Lo mejor: Tiene personalidad y garra Lo peor: a cierto público le puede parecer redundante y/o aburrida Lo más falsete: la secuencia con el cura El mensaje manifiesto: Plata es plata El mensaje latente: si te hacés el opa podés beneficiarte La escena: las del Club de Armas y las de la hacienda del señor al que se le despareció la hija El personaje entrañable: los desaparecidos, siempre El personaje emputante: el mullido colchón de la comodidad El agradecimiento: porque de la historia se puede aprender.

 
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