CINE: Triangle of sadness (El triángulo de la tristeza)

Por: Mónica Heinrich V.

Leí una entrevista de Ruben Östlund cuyo título era: Ruben Östlund no odia a los ricos. Qué bello título. La entrevista se la hacían porque su última película: Triangle of Sadness (El triángulo de la tristeza) había obtenido el máximo galardón del Festival de Cannes, un festival de prestigio, claro, pero lleno de los ricachones que el director suele satirizar con saña. 

Lo conocí por Force Majeure (2014), esa película en la que un padre muy pendejo huía despavorido de una avalancha dejando a su mujer y a su progenie botados como una chancleta en la terraza de un restaurant en los Alpes. El foco era ese: que ante la posibilidad de la muerte, el sujeto corrió por su vida (solo por su vida) sin mirar atrás. Luego vino The Square (2017) donde exhibe la dicotomía de un director de museo en apariencia altruista que reacciona de manera “baja” ante el robo de un celular. Y bue…lo pongo entre comillas porque todo podría ser material para otra reseña o para un acalorado debate en los cachivacheros. Con El triángulo de la tristeza parece finalizar una trilogía que yo llamaría “El asco por los ricachones”, aunque él afirma que es una trilogía sobre el papel del hombre en estos tiempos modernos. No lo sé, Rick. Yo me inclino más por casi escucharlo diciendo: Estos malditos ricachones. Con ese desprecio y asco propio del ricachón que no se asume como ricachón. Qué mejor que un sueco para hacer películas sobre eso.

Si bien el mismo director apunta a que su interés es que la audiencia se cuestione cierto tipo de estructura y cómo se construye la sociedad, el resultado es un poco irregular.

El triángulo de la tristeza como expresión se refiere a esa zona de la cara entre las cejas y la nariz que forman el ceño fruncido cuando vas envejeciendo. Lo primero que la gente se botoxea, lo que en teoría es indicio de decadencia, del irreductible paso del tiempo, del desconchifle. Östlund agarrá ese asuntito como metáfora de esas vidas ficticias para su ficción. Qué projundidá…

La película está dividida en tres actos o esquinas (spoilers everywhere):

1) Carl y Yaya: Carl (Harris Dickinson) es modelo y Yaya (Charlbi Dean) es modelo e influencer. Son pareja, pero existe una asimetría entre lo que ganan y los trabajos que consiguen siendo Yaya más exitosa que Carl, lo que genera en el chico inseguridades y actitudes cojudas. Yaya, por su parte, es un poco cojuda o muy cojuda. La discusión en el restaurante y la escena en el ascensor marcan muy bien el tono de los personajes.

2) El Yate: Carla y Yaya serán invitados como influencers (sin pagar nada (me gusta este entreparéntesis)) a un exclusivo yate lleno de exclusivos huéspedes: millonarios rusos, traficantes de armas, herederos, gente con título nobiliario, etc. En esta parte es donde Östlund se regodeará más en su exhibición de las desigualdades sociales. Paula (Vicki Berlin), la motivadísima jefa de staff, estará dispuesta a hacer la estancia de los huéspedes una experiencia perfecta. Su motivación parte también de las posibles jugosas propinas que obtendrán al final del viaje. El Capitán borracho y zurdo (Woody Harrelson) le aporta algo de vértigo al yate que se bambolea sobre las olas del mar.

3) La isla: acá viene un spoiler (uno más) … Después de una tormenta y una situación inaudita, el exclusivo yate naufraga con sus exclusivos huéspedes atendidos por sus exclusivos tripulantes. Los sobrevivientes del naufragio tienen que asumir nuevas reglas y nueva estructura de poder. Abby (Dolly de Leon) que en el barco era una simple empleada, en la isla se convierte en la líder del grupo al tener habilidades básicas como cazar, cocinar y encender un fuego. Este liderazgo viene con poder y ese poder con consecuencias. Dame dame dame todo el power, para que te demos en la madre.

El guion de Östlund va desde interesantes e incómodas escenas como la doñita que insiste en que todo el servicio del barco se de un baño en el mar, hasta un reguero de vómitos y diarrea jailona, que es la secuencia más aplaudida y comentada de la película. El director sueco puede conquistar con las partes más sencillas de su película, por ejemplo, la secuencia inicial del casting que es fantástica, incluso con su obvio comentario social. Puede desesperar con la charla entre un comunista capitán de yate de lujo y un capitalista millonario ruso, ya cállense señoras. Y puede decepcionar con su final.

El estiramiento de la película y el acto 3 desgastan, y hasta degradan, la premisa. Su final me provocó una incomodidad similar a la que sentí con la película mexicana Un nuevo orden (2020) de Michel Franco. Porque una cosa es la intención de lo que querés decir y otra lo que terminás comunicando. Y que en tu película tu personaje más humilde, del estrato social menos privilegiado, termine siendo más salvaje y mezquino que aquellos a los que supuestamente estás apuntando, es para revisarlo. 

Otras cosas intentan salvar a El triángulo de la tristeza de su inminente naufragio: su sentido del humor (cuando funciona), las escenas interesantes ya mencionadas, la fotografía de su colaborador habitual Fredrik Wenzel, su soundtrack que lo mismo incluye tocatas y minués que el tunchi tunchi de música dance o techno. También disfrutamos de Charlbi Dean, la hermosa Yaya murió a sus 32 años producto de una infección bacteriana y ver la película sabiendo ese detalle hace la experiencia diferente.

La película, que tuvo un presupuesto de unos catorce millones de dólares, además de los premios alrededor del mundo que ya ha ganado está nominada al Oscar de este año en la categoría de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Original, será divertido ver la ceremonia en la que un entacuchado Östlund estará sumergido hasta los cabellos en otra gala más que es parte de todo eso que su trabajo cuestiona: Estructuras rancias de poder, abusos, corrupción, hipocresía, millonarios con falsa conciencia de clase, de género, y bla bla bla. Eso sí, todos con el triángulo de la tristeza borrado o muy bien maquillado. Como tiene que ser.

Lo mejor: Tiene su cosita interesante y algunos momentos de humor negro que funcionan Lo peor: mensaje turbio y la escena del burrito. CON EL BURRO NO, POR FAVOR La escena: la secuencia inicial del fesfile y lo del burrito. De verdad, CON EL BURRO NO, POR FAVOR  Lo más falsete: lo que dice que dice y lo que dice realmente  El mensaje manifiesto: el poder corrompe El mensaje latente: como guionista mejor no meterse en honduras que luego no se sabe manejar El consejo: para ver con el estómago vacío El personaje entrañable: el BURRITO  El personaje emputante: todos eran muy detestables El agradecimiento: por el burrito.

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2 Comentarios

    • tenés toda la razón, es por lo de la doñita y la explosión…corrijo. Escribo tan rápido estos cosos que a veces la redacción queda con estos malentendidos…

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