Uno se acostumbra. Se acostumbra al deterioro. Se acostumbra a los silencios. Se acostumbra a la incertidumbre. Se acostumbra a fingir que todo está bien. Se acostumbra a seguir viviendo, de algún modo.
La película mexicana Tótem nos habla un poquito de eso.
Es el cumpleaños de Tona (Mateo García Elizondo), y su familia está afanada preparando un festejo. Pero Tona, a pesar de su juventud, a pesar de tener una hija chiquita, y en teoría: un futuro por delante, Tona no está bien.
A lo largo de la primera parte solo se lo menciona. Es el motivo, la presencia ausente que ronda todos los espacios de la casa familiar. Cuando por fin lo vemos está flaco, sin fuerzas, acompañado por Cruz (Teresa Sánchez), la enfermera que lo ayuda a trasladarse al baño, a cambiarse, a estar listo para los amigos y familiares que ríen y fingen, que ya se acostumbraron.
La película de Lila Avilés es una crónica. La crónica de una pérdida. La crónica de una enfermedad. La crónica de ese breve espacio en el que termina la niñez, de ese horrible espacio que a veces es la adultez.
Lila, a quien conocemos y queremos por La camarista (reseñada ACÁ) observa el mundo de esta familia jailona venida a venos. Una familia que ya gastó hasta el último peso en la búsqueda del milagro. Una familia que ahora recurre a curanderas y terapias cuánticas. Porque cuando la medicina se acaba, comienza Dios y todo lo demás.
Lila observa. Observa con su cámara pequeños gestos. Pequeños momentos. El pez que se llama Nuggett. Los cuadros que serán retirados. El patriarca de la familia haciendo terapia. La hermana semi-alcohólica porque no le queda otra. La otra hermana controladora porque no le queda otra. Y Sol (Naíma Sentíes), la niña Sol, la hija Sol, el Sol que se apaga. Sol, la que parece que no sabe lo que está pasando, pero sabe. Porque…uno se acostumbra.
Filmada en apenas 17 días, Tótem te habita, de algún modo.
Lila confirma su sensibilidad para filmar, la paciencia para narrar, la vocación de solo dejar fluir la historia. Lila, siempre te diré Lila, nos mete dentro de esta familia que sufre lo peor que puede sufrir una familia, la impotencia de no poder hacer nada para sanar a un ser querido.
No pasa nada más y pasa de todo.
El guion escrito por la misma directora es al igual que la fiesta de cumpleaños, una despedida. ¿No es triste celebrar un cumpleaños sabiendo que es el último?
En estas películas chiquitas, hechas con poco, las costuras se ven en las actuaciones de algunos secundarios, en esos momentos en los que la muerte no se intuye sino se anuncia. ¿Importa, acaso? No.
Tótem, repito, es una crónica.
Su dolor está encapsulado para aquel que ya lo haya vivido. Para quien reconoce esa costumbre triste de seguir adelante, de reír y festejar en la despedida. Para los demás podrá parecer una sucesión de planos vacíos.
Cuando llega el final, ese final que intuís desde la escena inicial…Sol queda disruptiva, anticlimática.
Hay un par de escenas de más, sí. Podríamos decir: No necesitamos verlo para saberlo.
Pero es un final…de algún modo.
Lo mejor: crónica de una despedida Lo peor: algunos secundarios, algunos momentos La escena: el show Lo más falsete: algunos secundarios, algunos momentos El mensaje manifiesto: siempre se celebrará la vida El mensaje latente: un adiós es un hasta pronto El consejo: para dejarla fluir El personaje entrañable: Tona, Sol, todos El agradecimiento: por lo que dejan los que se van.
El capitán Kahlen (Mads Mikkelsen) es un veterano de guerra, hijo de un hacendado y una empleada doméstica. Lo que las doñas chismosas de antes (y unas cuantas del presente) llamarían un bastardo.
Finalizada la Guerra de los Siete Años queda yesca y sin títulos nobiliarios, pero con unas ganitas de surgir más que admirables. Nada como el hambre de triunfar. Si el tipo viviera en estas épocas sería de los que manifestarían mañana, tarde y noche. Y además bregaría para conseguir que las manifestaciones se materialicen.
En la Dinamarca de antes (para más señas 1755), los daneses estaban bajo el reinado del famoso Federico V quien ejecutó una serie de reformas agrarias que incentivaban la llegada de colonos alemanes para impulsar la modernización de la agricultura, aumentar la mano de obra y repoblar zonas rurales.
Kahlen se aviva y decide ofrecer un trato a la corona: él irá a los salvajes páramos daneses que supuestamente no pueden dar cultivo alguno, donde todos han fracasado y conseguirá hacer que esas tierras produzcan algo. Si lo logra querrá un título nobiliario con todos sus beneficios y que le lleven su bollo de colonos. Un emprendedor, pues. Y además, un poco perturbadito en su romantización de los jailones a los que anhela pertenecer.
Los ayucos del rey se juntan, reflexionan, y primero ponen el grito en el cielo porque #BastardosNunca, pero deciden aceptar el acuerdo en la lógica de que el tipo jamás logrará su cometido y de que mientras tanto pueden entretener a Fede (el rey que anda encaprichado con hacer producir el páramo) diciéndole que hay gente tratando de hacer su sueño realidad.
Si están creyendo que esta película será ver a Kahlen tratando de arar, plantar y cosechar, y eso será todo, se equivocan. O sea: sí, pero no.
Ni Kahlen ni los ayucos del rey cuentan con la codicia de Schinkel, un “noble” (necesito más comillas para ese sujeto) cuya propiedad colinda con las tierras que Kahlen quiere sembrar.
Hace mucho no odiaba tanto a un personaje, creo que desde las épocas de la infame Wendy en Ozark (reseñada ACÁ). En parte se debe al gran trabajo que hace Simon Bennebjerg interpretándolo. Solo ver su carita petulante dan ganas de agarrar un ladrillo y sopapearlo a gusto.
La película está basada en la novela danesa The Captain and Ann Barbara de Ida Jessen. Cuando salieron los créditos y vi el nombre del libro, lo busqué por cielo, mar y tierra, era obvio que en el libro Ann Barbara tenía más protagonismo que en la película. O sea, su nombre está en el título del libro, mientras que la película se llama Bastardo y se ocupa de contar la epopeya desde el lado existencialista de Kahlen. Ann Barbara (Amanda Collins), aunque es un personaje muy importante, no termina de convertirse en una co-protagonista del todo.
Tuve que quedarme con la visión de Nikolaj Arcel, y me emputa tener solo una campana, pero es lo que hay. El director y guionista se hizo conocido cuando fue nominado al coso doraddo por A royal Affair (reseñada ACÁ) donde también protagonizaba nuestro Mads Mikkelsen. Ahí ya veíamos una dirección precisa, con habilidad para retratar entuertos reales muy aplaudible. Recuerdo algunas escenas de esa película y la historia me hizo revisar la vida del Rey Loco (Christian VII) que oh, sorpresa, es el hijo esquizofrénico de Fede, el rey cultivador de páramos de Bastarden. Así que, si no han visto ninguna de las dos pelis, les tiro esta idea: no puedo imaginar nada más didáctico (ñie) que ver las dos al hilo.
Bastarden fluye muy bien, quizás porque aunque tiene una historia que posee cierta profundidad no abandona un aire comercialón, de cine apto para público masivo. Aunque no lo parezca, no es una película contemplativa, plagada de silencios.
Una de las cosas en contra es quizás lo unidimensional de sus personajes. Ann Barbara apenas está dibujada. Y tiene un papel súper importante en la trama, pero siento que lo que sucede con ella sería más fuerte si hubiéramos tenido un poquito más de sus motivaciones. Annmais está como un elemento juguetón del que conocemos poco aparte de su condición de gitana. Las gentes de bien podrán encontrar horrible este personaje bajo argumentos como que perpetúa estereotipos, y bla bla bla, pero dentro del contexto igual sirve como un catalizador de otras emociones. El malo malo, es muy maloso, casi un villano hollywoodense. No hay nada que te lo humanice, incluso en su faceta como poderoso.
Dentro de esa tesitura Kahlen sí posee matices aparte de ser el recio y correcto capitán. Digamos que su ambición, sus metas hacen que cruce ciertas líneas. Eso es lo que termina de enganchar al espectador.
La fotografía de Rasmus Videbæk (habitual colaborador de Nikola) alcanza algunos momentos mágicos. Y consigue llevarte a los páramos daneses de siglos pasados. La música de Dan Romer a quien quiero mucho después de su soundtrack en Bestias del Sur Salvaje (reseñada ACÁ) acompaña esa magia.
Bastarden es una película en esencia melancólica. Una película con la que podrás empatizar con la situación de Kahlen. No sé si el libro tiene el final que la película plantea, solo sé que para mí la huevada terminaba en ese plano de Kahlen comiendo. Fin. The End. El mundo es así. Pero incluso con esos minutitos que fueron como: “¡NO NIKOLA, NO! No podés”, incluso así, la historia de Bastarden llega.
Hay algo conmovedor en la soledad de esas personas. En la soledad de Kahlen, en la soledad de Ann Barbara, de Anmais. En esa búsqueda constante de una razón de existir. En esa necesidad de validación. En la vida que a veces nos pone como carne de cañón de la fatalidad.
El páramo no se puede cultivar, nos dice una placa al inicio de Bastarden.
Después de sus dos horas y algo, podríamos agregar: De qué le sirve a las flores haber nacido en el campo.
Lo mejor: es una película que fluye y que tiene una gran actuación de Mads Mikkelsen Lo peor: al igual que en A Royal Affair no termina de hacerse inolvidable y tiene algunos excesos propios del cine comercial Lo más falsete: el final, todo lo que sucede después de la elipsis temporal La escena: La del agua caliente. Y otra: cuando pasa lo que pasa con la cabrita. NO El mensaje manifiesto: Con esfuerzo se pueden alcanzar los sueños El mensaje latente: a veces se persiguen sueños alejados de la felicidad real El personaje entrañable: Annmais, y la cabrita El personaje emputante: Schinkel, obvio y la prima choca inútil y boluda El agradecimiento: por la belleza de los páramos.
Ajá. Capaz que hay mejores tópicos. Veranos invencibles, palmeras quietas, el gas, la vida, sí. Pero es lo que hay.
Es culpa de Stephen King. El amigo subió el siguiente tweet: Hay una película española llamada «The coffee table» en Amazon Prime y Apple+. Mi suposición es que nunca, ni una sola vez en toda tu vida, has visto una película tan oscura como esta. Es horrible y también horriblemente divertida. Piensa en el sueño más oscuro de los hermanos Coen».
Cuando me dicen: “Nunca en tu vida…” pienso en toda mi vida y tengo, necesariamente, que ver la película.
La busqué. Porque #nuncaenmivida.
La encontré.
La mesita del comedor es una película española dirigida por Caye Casas, director al que recordamos por Matar a Dios (2017). No voy a emitir comentarios sobre Matar a Dios. Eso es material para otras lunas, otros desvaríos.
En La mesita del comedor vemos a una pareja dispareja.
María (Stefanía de los Santos) acaba de tener un bebé junto a Jesús (David Pareja). Sehhh: María y Jesús. Se intuye una diferencia de edad. Jesús es más joven. El colágeno, dirán algunas.
María es un poco intensa. Jesús es un poco boludín.
Ambos están en una tienda de muebles con su recién nacido en brazos. Jesús quiere comprar una mesa de comedor feísima (es muy fea, Jesús) y María le pelea la elección. Aparentemente, María ha tomado la mayor parte de las últimas decisiones, así que Jesús siente que se merece el mimo de la mesita del comedor.
Hay humor negro al principio. Y uno piensa: Ah, ya.
Como detalle incorporan un tema delicado o polémico. Una niña vecina de 13 años tiene la fantasía de que Jesús es su pretendiente/enamorado/futuro marido. ¿Puede pasar? Puede pasar. Después jugará un papel clave.
El tema es que efectivamente se sucede (de sucedáneo) una circunstancia, situación que solo podemos rotular como trágica o traumática. Una vez la feísima mesita del comedor está en el departamento, pasan cosas feísimas que no esperabas que pasen.
¿Puede pasar? no sé.
SPOILER (recomendación del día: si sos MUY sensible, lee el spoiler antes de ver la película)
El oponcio de Jesús se queda cuidando al bebé mientras María va al súper. El bebé empieza a llorar a grito pelado. El oponcio de Jesús trata de calmarlo caminando con él en brazos y claro, tropieza con la mesita del comedor. ¿Resultado? El bebé queda decapitado por un pedazo de vidrio roto de la mesita del comedor (¡).
Un shot por cada vez que diga: la mesita del comedor.
Paralelamente nos muestran a María en el súper que se encuentra con una amiga y le cuenta lo feliz que está y lo difícil que fue ser mamá. Dos años de tratamiento. Dos años de incertidumbre. Ella, sin saber que el oponcio de Jesús ya la cagó y toda su lucha por ser mamá ha culminado con el bebé tan añorado decapitado por vidrio irrompible de la feísima mesita del comedor.
¿Se puede ser más desafortunados? Se puede.
El oponcio de Jesús decide que no se va a botar por el balcón. Que no va a decirle nada a nadie. Porque no. Claro. No es una noticia fácil de dar. Limpia todo. Se limpia él mismo. Y recibe a María de vuelta después del súper, y al hermano que viene a cenar con la jovencísima novia.
“El bebé duerme” dice el oponcio de Jesús.
El resto de la película es esa tensión horrible, porque sabés que la cabecita del bebé está debajo del sillón y el resto del cuerpo está en la cuna.
No sé si estamos entendiendo que el bebé largamente añorado, traído al mundo con los últimos restos funcionales de los ovarios de la pobre María, está decapitado mientras ríen y cenan. FIN DEL SPOILER
La mesita del comedor no es una película que se quedará en tu mente por el virtuosismo del director o de la dirección de fotografía o por las actuaciones. No necesita de esas vainas, porque el principio y fin de su existencia es otro. Se quedará en tu mente por la premisa. Porque es una situación de mierda insoportable. Porque como espectadores, estaremos absolutamente en shock y tendremos negros pensamientos cada vez que nos acerquemos a una mesita de comedor.
El guion, escrito por el mismo director y la debutante Cristina Borobia, sabe jugar con los tiempos. Construye la relación entre los personajes principales, incorpora elementos de humor negro para hacer más llevadera la situación, pero al mismo tiempo ese humor negro hace más negro todo, y nos mantiene ahí. Fatigados. Incómodos. Como tiene que ser cuando pasan cosas feas y graves.
Sin embargo, hay algo en su factura que no la deja elevarse. Muletillas forzadas que hacen ruido. Sobre todo, con el final donde bebe de las fórmulas mil veces vistas. Lo sórdido de la premisa no tendría que dejar de lado una experiencia cinematográfica también inolvidable, pero no termina de salir del nicho comercial más genérico.
Se entiende, es una película filmada en apenas 10 días, entre amigos, con una locación cedida por amistad, rechazada por muchos distribuidores españoles, vetada en Sitges que tuvo el estómago de presentar en su día A serbian film (reseñada acá) y que no pudo con La mesita del comedor.
Yo, en particular, cierro los ojos y veo. Veo el sillón manchado de sangre y el bulto. Y veo también al perro. Blanco. Inmaculado. No sé si costó dos pesos y la filmaron con la cámara desechable de un matrimonio, solo sé que usaron muy bien las herramientas que tuvieron a su alcance. Y con eso me basta.
Lo mejor: incómoda e inolvidable Lo peor: factura rústica Lo más falsete: que María no vaya a ver al niño a pesar de lo que el oponvio le diga La escena: cuando pasa lo que pasa El mensaje manifiesto: La tragedia nos respira en la nunca, Marce El mensaje latente: la vida puede arrebatarte lo que sea que te haga feliz El personaje entrañable: el bebé El personaje emputante: la niña pendeja El agradecimiento: por los momentos intensos.
La cantante Pink declaró que la maternidad la abrumaba y que a veces corría al armario de su casa a esconderse para llorar. Ajá, en los tiempos que corren ya se puede asumir públicamente que la maternidad no siempre es esa cosa soñada, satisfactoria, a menudo culposa, donde la madre adopta actitud estoica y guerrera 24/7.
La mamá arquetípica, esa que se sacrificaba y amaba incondicionalmente a su pequeño retoño, ha dado paso a la mamá real, la que tiene muchos más matices.
En esa línea, la escritora italiana Elena Ferrante escribió su novela breve La hija oscura (2006). El misterio que rodea a Ferrante (seudónimo utilizado hasta que en el 2016 se afirmó que se trataba de Anita Raja) es sin duda parte del envoltorio de sus trabajos.
En La hija oscura (para leer ACÁ) cuenta la historia de Leda, una mujer mayor, divorciada, profesora de literatura y madre de dos hijas. La novela construye con pulso un retrato psicológico de esta mujer en una playa, sola, que se roba una muñeca. «Un gesto sin sentido», dice la misma Ferrante en el inicio, que dará pie a varias revelaciones.
En Netflix se encuentra la adaptación cinematográfica dirigida por Maggy Gyllenhaal. Gyllenhaal leyó el libro y quedó enamorada de la historia al punto que en el 2018 se contactó con Ferrante vía email. Ferrante, fiel a su ostracismo y estilo, le cedió los derechos de su obra con la condición máxima que solo ella dirigiera el trabajo y dio su bendición para que el final sea alterado.
¿El resultado? Una adaptación cinematográfica que respeta la estructura base de la obra literaria y que tiene su propia personalidad en su versión para el cine.
Gyllenhaal escribe y dirige su opera prima muy comprometida. Tuvo el buen ojo de elegir para su papel principal a esa gran actriz que es Olivia Colman, que nunca, nunca nos decepciona. Colman le da vida a la polémica Leda en el relato que temporalmente corresponde al presente, y la actriz Jessie Buckley interpreta a la Leda joven, la que termina tomando decisiones que luego cargará la Leda mayor.
Tanto en la novela como en la película se plantea esa dualidad de profesional-mamá, realización personal-mamá, felicidad propia-mamá, que incluso con las buenas intenciones del trabajo de Ferrante o el de Gyllenhaal resulta maniquea.
Leda es testigo de las vivencias de una numerosa familia que coincide con ella en la playa en la que pasa sus vacaciones. Entra en escena el personaje de Nina, encarnado por Dakota Jhonson. Nina es como una nueva versión de Leda, o así parece vivirlo Leda. Nina es joven, tiene una niña pequeña, una relación tóxica/abusiva, y luce sobrepasada por su hija y la vida familiar. Es gracias a su encuentro con Nina que Leda rememora periodos de su juventud en los que la vemos a ella misma con dificultades para lidiar con sus hijas.
En alguna parte del libro y de la película, Leda afirma que ella es una mamá desnaturalizada, sus actos anti-naturales o a contra norma se extienden a su esposo al que le es infiel, a la familia a la que le roba la muñeca sin motivo alguno, a la relación turbia con Nina, a su negación a mover la silla de la playa. No, no es la maternidad o su poco apego a ella lo que define el personaje de Leda, y es quizás eso lo que falta explorar un poco más en la versión cinematográfica donde todo queda cómodamente protegido por el paraguas de las insatisfacciones maternales.
En La hija oscura, hay cosas que quedan claras como el sol de la mañana: que Leda no está bien y que no es feliz. Eso podría dar pie a múltiples interpretaciones: ¿es producto de la culpa por no haber elegido a sus hijas por encima de su “realización personal”? ¿es producto de que, en su momento, la realización personal no alcanzó las cimas que ella hubiera deseado? ¿es producto de regresar a esa vida que no la satisfacía y sepultar esa sensación «maravillosa» que tuvo cuando estaba sin su familia? ¿Es ese tren que nos lleva a varias estaciones y que en la adultez-vejez nos deja en la del “qué hubiera pasado si…”?
Amig@s, a veces la vida es también la máxima de Kierkegaard adaptada: «Si tenés hijos te arrepentirás, si no tenés hijos te arrepentirás. Tengás o no tengás hijos, te arrepentirás».
El problema no son los hijos, somos nosotros.
Lo mejor del trabajo de Maggy Gyllenhaal como directora es el tono autoral de su propuesta, ese clima de cine que reflexiona y que no necesita de mayores artificios que los de apoyarse en su historia. La historia es potente, aunque en el clímax se desinfle como un globo y tenga escenas tontas y efectistas (en versión papel y cine) como la del apuñalamiento.
Lo peor del trabajo de Maggy Gyllenhaal es que sus personajes masculinos son unidimensionales, bordeando el cliché y las situaciones creadas para humanizar a Leda llegan al punto de casi romper lo verosímil del relato. Además, en el último tramo de la película, Maggy pretende hacernos entender de manera más clara lo que ya entendimos y se pone más discursiva. Capaz que esto sea también una falla de la novela.
Aún así, La hija oscura es una opera prima que funciona. Cuenta con un gran grupo de actores, una hermosa fotografía de la francesa Hélène Louvart y ese algo intangible que traspasa la pantalla y consigue hacerte cómplice de lo que te relata. Gyllenhaal intenta mantener a toda costa el tono confesional de la novela que está narrada en primera persona y consigue grandes momentos, incluso cuando la trama comienza a desinflarse.
También podemos ver a Paul Mescal (a quien siempre amaremos) en un pequeño papel.
SPOILER En el final de la novela, Leda llega a decir: Estoy muerta, pero bien. En el final cinematográfico, alterado por Gyllenhaal, la frase no es necesaria…
Lo mejor: una buena adaptación con grandes actuaciones y un tema controvertido Lo peor: la escena tonta del apuñalamiento Lo más falsete: el apuñalamiento La escena: cuando Olivia charla con Dakota y le cuenta que abandonó a sus hijas y se sintió maravillosa sin ellas El mensaje manifiesto: la maternidad no es una tacita de leche El mensaje latente: no hay que traer hijos al mundo si no estás segura/o de que los querés en tu vida, parte de la responsabilidad como adultos es hacernos cargo de lo que generamos (nos guste o no) El personaje entrañable: Nina, su hija, las hijas de Leda, la muñeca… El personaje emputante: el marido de Nina El agradecimiento: por la belleza con la que Maggy Gyllenhall cuenta todo.
En estos días de llovizna, en los que nuestras emociones andan desbordadas debido a los partidos de la Champions (son importantes, gente), a las amenazas amenazantes y amenazadoras de este mundo hostil y al dólar que sube y baja, es menester hablar de esta serie, de Baby Reindeer, de Bebé Reno, de la serie del standupero y la gorda (para los que quieran resúmenes prejuiciosos).
Podría sentarme en el jardín, mirar hacia el infinito, ergo las nubes grises cruceñas, y decirles que no lo vi venir. Porque no lo vi venir. Que estaba aferrada a ese resumen feliz de: el standupero y la gorda. Para simplificar las cosas porque #LaSimplicidadEsLaBellezaDefinitiva. Que sonreía y reía, porque acababa de terminar el documental Quiet on set (HBO Max) y necesitaba algo ligero, divertido, donde las cosas sean simples y tontamente bellas. Esperaba chistes ingleses burros. Esperaba el derramamiento de fórmulas comerciales netflixeras. Eso esperaba.
Nada me preparó para el episodio cuatro. Nada.
Y recuerden que ya venía de Quiet on set. Entonces, es normal que me quede en estado de trance viendo las nubes grises cruceñas. Es normal y pertinente.
Les cuento: Donny (Richard Gaad) es un comediante que trabaja en un bar mientras su sueño de ser famoso y provocar risas está postergado. En el momento que conocemos a Donny solo vemos eso: el sueño roto de muchos. Dentro de todo, parece llevarlo bien. El tono es cómplice, tan cómplice que cuando entra Martha (Jessica Gunning) a escena y él explica que sintió pena por ella ni bien la vio llegar y que por eso tuvo el gesto de amabilidad que tuvo, es muy entendible. Yo haría lo mismito. Hasta le servía un masaco de yapa.
Así pasás los primeros episodios. Con la pena por Donny que no encuentra salida a esa necesidad de estar sobre el escenario sin el éxito que desea, y con una curiosidad morbosa por Martha que se convierte en la acosadora de Donny.
Ponés play a los capítulos con entusiasmo y disfrute, casi en automático, tal como las plataformas de streaming desean que hagás. Afuera caen bombas, y vos dándole play al coso como un zombie.
Hasta que llegás al episodio cuatro.
¿Ya dije que no lo vi venir?
Les cuento: (SPOILER)
Tenemos a Donny, un tipo bajoneado por no cumplir sus sueños y el acoso salvaje de una gordita pintoresca y reincidente. De pronto ¡PUM! en medio de ese tole tole, aparece la violación a un hombre de casi treinta años. Están leyendo bien. No lo vieron venir ¿no? Y esa violación llega con abuso de sustancias, depresión, confusión sexual, y las cosas tristes y duras que trae una violación.
La acosadora, por su parte, deja de ser la gordita pintoresca y reincidente y es también un personaje golpeado por una existencia de mierda, que vive su propio calvario: el de su mente trastornada.
El tono sigue siendo juguetón, con humor ya no negro, sino negrísimo, pero no importa el tono. Ya entraste a ese cuarto oscuro que la serie abre en el episodio 4. Y ya no saldrás de ahí.
El guion está escrito por el mismo actor que protagoniza la serie, basado en sus memorias. Gaad no escatima recursos casi literarios para trasladarnos el horror de vivir una experiencia así. Creo que nadie que vea (sí, señores) el episodio cuatro, quedará con la duda de ¿por qué se dejó? ¿por qué no denunció? ¿por qué no hizo algo? El guion está tan bien construido que es imposible que no entendás la situación de Donny y los porqués. Gaad no se guarda nada, y hasta el pensamiento más turbio y shoqueante es exhibido en pantalla FIN DEL SPOILER
Baby Reindeer es dinámica. Su montaje tiene un ritmo frenético, los cortes son bruscos, hay planos incómodos para reflejar la incomodidad, primeros planos para mostrar turbación, e intercala las acciones, la voz en off de Donny y los mensajes que Martha le envía por mail con sus errores y horrores ortográficos. Sent from my iphone se convierte en una de las frases más patéticas que leeremos en mucho tiempo.
Las actuaciones son de lo mejor que veremos este año en series y lo digo en abril, así de segura estoy. Richard como Donny o Donny como Richard, es un personaje entrañable y destruido que simplemente querrás abrazar. Nuestra Jessica (ya es nuestra) interpretando a Martha, logra que un personaje como ese se vea vulnerable y genere empatía, a pesar de todo. También tendremos amor para Nava Mau que interpreta a Teri. O admiraremos a Tom Goodman-Hill como el pérfido Darrien.
Weronika Tofilska y Josephine Bornebusch son las directoras y las encargadas de llevarte por esa montaña rusa de emociones que significan sus ocho episodios.
Hay algo moderno en el relato, y en la forma de contarlo, es una serie muy bien planteada como propuesta. Quizás a ratos da la sensación de “golpe bajo”, de explotación del dolor, de regodeo en la miseria, sobre todo en la charla que tiene Donny con su padre y se descubre lo que se descubre. Eso también ocurre con el final. Si bien no viste venir lo que sucede en el episodio 4, sí se ve venir el cierre de la serie. Sí percibís que la frase trillada de: “Y si miras largamente a un abismo, el abismo también te mirará a ti” se hará realidad de alguna torcida manera. Son golpes bajos, sí, pero dentro del planteo general tienen sentido.
Imagino que para algunos espectadores esta historia será demasiado y que su giro doloroso será machacón o auto-indulgente. Imagino que los que cayeron con el poster, con la etiqueta de «comedia», tendrán la sensación de que se les prometió un viaje a las Bahamas y terminaron en el lugar menos pensado, ese donde el trauma vive y se alimenta día a día del alma de las personas.
Imagino sentirán que es una serie lenta y sobre todo «fea» o «sórdida». Quién sabe. Ya dependerá del espectador conectar o no con la historia de Gaad. Solo puedo decir que en mi caso, sí crucé el puente de Gaad y quedé horrorizada. Esa es la palabra que mejor le acomoda: horror. Un horror donde las risas solo hacen más horroroso todo.
Baby Reindeer fue primero una obra de teatro, y antes de una obra de teatro fue la vivencia de su creador, de Richard Gaad. Podés oler la verdad en frases o escenas. En la performance resultona del Donnie fracasado. En su devastador deseo de atención, de validación. Podés oler el dolor del Donny que no denuncia a su violador. Podés oler el trauma. Y no es ni simple, ni tontamente bello. Ajá. Cuando terminaste la serie y afuera llueve y las amenazas amenazantes y amenazadoras del mundo hostil continúan, el episodio cuatro (debo remarcarlo) no te va a abandonar nunca.
Solo queda mirar las nubes grises.
Lo mejor: lo confesional y vuelta de tuerca del episodio 4 Lo peor: la horrible sensación que te queda después del episodio 4 Lo más falsete: lo que comparte su papá, como que forzadito La escena: todo el episodio 4 El mensaje manifiesto: hay que ver la manera de sanar el trauma, antes que el trauma nos devore El mensaje latente: el silencio no es consentimiento El personaje entrañable: Donny, y también Martha El personaje emputante: Darrien El agradecimiento: porque el episodio 4 es necesario para que muchas personas entiendan de qué va algo así.
Ah, la guerra. La horrible guerra. Cualquier documental sobre guerra siempre debe ser tratado con cautela, como dijo Orwell: ‘La historia la escriben los vencedores’. En el caso de lo que está ocurriendo entre Rusia y Ucrania, todavía no hay un ‘vencedor’ claro, pero las narrativas se siguen construyendo según los intereses de cada bando.
20 días en Mariupol es exactamente eso: el registro de 20 días del asedio ruso a la ciudad ucraniana de Mariupol. El documental está dirigido por Mstyslav Chernov, un fotoperiodista ucraniano que trabaja para AP (Associated Press) y que por su trabajo de cobertura del conflicto ha recibido un Pulitzer. Mstyslav también estuvo en Siria y otras zonas de guerra, y cuando comenzó el asedio a Mariupol, decidió quedarse convirtiéndose en el único miembro de la prensa que no evacuó la zona. Por eso, el documental tiene un valor real como registro, ya que Mariupol termina abandonada a su suerte.
Mstyslav no proporciona ningún contexto sobre lo que estamos viendo. No hay nada para el espectador externo que contribuya a dar peso histórico o de análisis a lo que se muestra en pantalla. Simplemente seguimos a Mstyslav durante esos veinte días por las calles, refugios y hospitales de Mariupol. Su voz en off describe la situación con reflexiones personales sobre la decisión de quedarse, la familia que lo espera, la vida, o con comentarios obvios y redundantes sobre lo que ya vemos en la imagen.
No se nos dice nada sobre la importancia de Mariupol en el conflicto, que es una de las ciudades del Este donde hubo una escalada de enfrentamientos durante años, que el grupo Azov tiene uno de sus principales bastiones allí, que es clave por los puertos y la industria siderúrgica, o que la misma población está dividida entre pro-rusos y anti-rusos.
Para Mstyslav, es más importante seguir los resultados de los bombardeos y llegar justo cuando hay un bebé en una camilla de hospital en paro cardíaco siendo reanimado, o filmar a una mujer embarazada con el vientre abierto. Si bien puede parecer efectista, también es una forma real de mostrar a los espectadores pasivos la violencia que ha traído el conflicto.
Los rusos son presentados como el enemigo, el invasor, pero no los vemos de manera tangible. En algún momento se filman tanques o soldados a lo lejos, pero sus acciones: de dónde salió esta bomba y hacia dónde fue lanzada, no están documentadas. Solo tenemos un registro de las víctimas, de los refugios anti-bomba, de los civiles asustados corriendo o escapando en un éxodo masivo. Nuevamente, es valioso, pero no es un documental que contribuya a esclarecer nada más allá de la premisa: los rusos invadieron Mariupol.
Hay un par de escenas que duran segundos en las que los habitantes de Mariupol se quejan ante la cámara sobre la devastación de la ciudad y sus hogares, y cuestionan: «¿Quién nos ha bombardeado? ¡Digan la verdad! ¿Por qué no cuentan quién nos está bombardeando realmente?» La queja es casi imperceptible, no se comenta ni se investiga, es parte del paisaje de la desesperación. Mstyslav no tiene interés en ese matiz, sea cierto o no.
En Mariupol, al igual que en cualquier conflicto armado, hubo mercenarios. En Mariupol, al igual que en cualquier conflicto armado, intervienen muchos actores y factores. Con esto no estoy negando el hecho factual: los rusos invadieron la ciudad. Sino que en esa invasión ocurrieron muchas cosas más.
Si buscás entender el conflicto en sí mismo o que te ilustren sobre cómo Mariupol llegó a ser tomada por los rusos, este no es tu documental. 20 días en Mariupol sirve solo como testimonio de la devastación de la guerra. Porque independientemente de las fuerzas internas/externas que operen en este tipo de conflictos, la ciudad quedó destruida, los civiles vivieron meses de zozobra en condiciones más que precarias, miles de personas murieron, y muchas han quedado traumatizadas de por vida.
La guerra, siendo la guerra.
Lo mejor: un registro donde no hubo registros Lo peor: enfocado en los resultados visuales de la guerra y no en algo más profundo Lo más falsete: la voz en off que comentaba obviedades La escena: cuando se pone en duda de qué lado vienen las bombas El mensaje manifiesto: la verdad es lo primero que se pierde en un conflicto armado El mensaje latente: cuando las papas quemen nos quedaremos solos porque hay gente que solo quiere ver el mundo arder El personaje entrañable: las víctimas de la guerra El personaje emputante: la manipulación de la guerra El agradecimiento: por la esperanza de que el conflicto termine.
Bobi Wine: The people’s president
Volemos a Uganda. Soy honesta. Sé muy poco de Uganda, pero cuando vi el documental me dieron ganas de tener más información. Estamos ante un documental similar al de Navalny (reseñado ACÁ) cuyo objetivo es más propagandístico y de culto hacia una figura política.
Desconfío de los políticos. De todos. Surjan estos de los barrios más humildes, o surjan de cuna de oro. El político siempre tiene un perfil narcisista, mesiánico, y sus movimientos obedecen a objetivos un tanto diferentes a las palabras: democracia, libertad, bla bla bla.
El documental narra los orígenes de Bobi Wine, un cantante, actor, del gueto ugandés. La figura de Bobi seduce: es joven, tiene un discurso renovador, es talentoso con sus canciones, parece que tiene buenas intenciones, es una figura que fácilmente puede convertirse en una referencia de liderazgo. El antagónico de Bobi es el gobierno de turno, liderado por el presidente Yoweri Museveni quien lleva en el cargo casi 40 años.
Museveni perdió las elecciones en 1980 y formó parte de la insurrección que quería derrocar al entonces presidente Obote (otro golpista). Retirado Obote asume la presidencia Okello y a los meses nuestro amigo Museveni decide que la silla en realidad es suya, da un nuevo golpe y ahí se queda hasta el día de hoy. Bobi surge como el opositor a ese prorroguismo. A Museveni lo veremos poco, solo para justificar la falta de rotación de poder, o para defenderse de los que lo acusan de violar los derechos humanos o amañar las elecciones.
El documental sigue a Bobi durante años. Lo sigue cuando en su rostro había una sonrisa juvenil, y parecía convencido que podría desatornillar a Museveni del poder. Lo sigue cuando lo detienen por primera vez. Cuando según sus denuncias lo torturan. Cuando sale de Uganda hacia Washington para recibir cura a esas torturas. En una escena dice que le inyectaron algo en la sangre que lo ha dejado enfermo. Sin embargo, nunca vemos resultados clínicos de ese envenenamiento, es solo decir “me pusieron algo en la sangre” y nunca probarlo. Vemos mítines, escuchamos canciones, somos testigos de conversaciones familiares, de intentos de asesinato, de nuevas detenciones, de manifestaciones donde muere mucha gente, todo gira en torno a la figura de Bobi como líder de la oposición.
Museveni ha hecho méritos para ser cuestionado tanto nacional, como internacionalmente, se ha atrevido incluso a cortar el internet en temporadas electorales, ha manipulado la constitución para hacer que sus re-elecciones sean posibles y la milicada mete bala sin pena a los opositores. Pero, nuevamente, los escenarios políticos no se mueven solos nunca, ni mucho menos por razones altruistas.
Más allá de eso, hay un factor humano en el documental que conmueve, por más que responda a una estrategia muy bien planeada y ejecutada. A eso se debe su trascendencia. Habrá que estar atentos a Uganda y al destino de Bobi Wine, que en octubre del año pasado fue arrestado una vez más.
Una pena que los directores de este documental, el inglés Christopher Sharb y el ugandés Moses Bwayo, se limiten a seguir a Bobi sin darnos un panorama un poco más profundo. Ni siquiera de Bobi, porque tampoco es que lo conocemos más allá de sus típicas consignas del pueblo, la libertad, la democracia y de su papel como líder. Nunca sabemos qué es lo que pasa realmente por la mente de Bobi, aunque hay un evidente deterioro físico y emocional. Ya no es el muchacho sonriente y confiado del principio.
La política, siendo la política.
Lo mejor: las partes humanas y poner a Uganda en el foco de interés Lo peor: parece un video filmado por el equipo de campaña de Bobi Wine Lo más falsete: cuando se va a Washington a curarse y da quichicientas conferencias de prensa allá La escena: me gustaban las escenas donde veíamos la faceta de cantautor de Bobi y usaba la música para protestar El mensaje manifiesto: si le das más poder al poder, más duro te van a venir a coger El mensaje latente: somos pobres, nos manejan mal El personaje entrañable: el pueblo, siempre el pueblo El personaje emputante: la política El agradecimiento: por el pueblo, siempre le pueblo.
Los nazis usaban la expresión “zona de interés” como un lenguaje codificado para referirse a Auschwitz y a las atrocidades que ahí pasaban. El conocimiento que tenés como espectador de ese oscuro periodo de la historia se convierte en uno de los personajes principales de esta película. Mientras más sepás, peor la vas a pasar. Esa es una de las virtudes de Zona de Interés, trabaja en complicidad con tu memoria.
Se ha filmado y escrito tanto sobre el tema del genocidio perpetrado por los nazis, que podría pensarse que es un filón ya agotado. Error. La ficción nunca cerrará su diálogo con el Holocausto. No puede y no debe. El cineasta inglés Jonathan Glazer apuesta por una adaptación del libro homónimo del también inglés Martin Amis.
Como somos pocos y nos conocemos mucho, sabrán que lo primero que hice al volver del cine fue buscar la novela de Martin Amis (pueden leerla en PDF acá: La zona de interés – Martin Amis) y quedé estupefacta. Pocas veces he leído una novela adaptada que sea tan diametralmente opuesta a la película que la referencia. No tiene ni los mismos personajes ni la misma trama. ¿Qué tienen en común? El clima y la decisión de contar algo cotidiano dentro o cerca del campo de concentración más grande que tuvo Alemania. En la novela hay un oficial que se enamora de la esposa del comandante del campo (guiñito a Höss, pero no es Höss). Se narra la historia con mucha inocencia, pero se deja entrever que este amor está rodeado de muerte y horror.
El guion de Jonathan Glazer se atreve a ponerle nombre y apellido real a los personajes en los que Martin Amis se inspiró. Es así que en pantalla veremos al infame Rudolf Höss (Christian Friedel, actor que interpretó al profesor en La Cinta Blanca de Michael Haneke) comandante de Auschwitz desde 1940 a 1943 y luego desde 1944 hasta enero de 1945. Lo acompañarán en pantalla su esposa Hedwig (Sandra Hüller, a quien ya la hemos visto fantástica en Anatomía de una caída) y su progenie, dos niñas y dos niños.
El inicio es la belleza del paisaje, la vida relajada de una familia que disfruta un tiempo de ocio en un río, la inocencia, la estabilidad, la armonía. Ya sabemos que es en Auschwitz, y aunque no vemos a los prisioneros, aunque no vemos las barracas, sabemos que están ahí, a unos pasos de la imagen idílica. A lo largo de película, Jonathan dejará que solo los escuchemos. Los veremos en la ropa de las judías presas que las alemanas se reparten sin pudor, en el humo que sale de las chimeneas de cremación.
Es muy chocante eso. La indolencia, la indiferencia. El milico preocupado por sus arbustos de lilas o siendo cariñoso con un perrito de la calle son un contrapunto fuerte a lo que pasaba en las barracas. A lo que estuvo bajo su mando. Los disparos se escuchan lejanos, como parte del sonido ambiente, los gritos de soldados y prisioneros también. Los Höss están acostumbrados o tal vez nunca tuvieron que adaptarse. Hedwig dice que es la vida que siempre soñaron. Se la ve satisfecha con la opulencia, con el calefactor que instalaron porque “los inviernos son insoportables”. A pocos pasos, en esos mismos inviernos, los prisioneros que no son ejecutados por los soldados mueren de frío y de enfermedades fácilmente tratables.
Jonathan nos deja ver, espiar, la no tan hipotética vida de Höss. La preocupación del comandante no es la muerte de cientos de miles de prisioneros, ni dónde lo deja a él tanto daño ético y moral a la humanidad. Sus preocupaciones son más administrativas, más de índole mundanas. Hedwig disfruta tanto su vida ahí que pide quedarse, aún cuando al marido lo promueven y tiene que irse a otro destino. Para ella el muro que separa su vida soñada con las barracas pronto quedará cubierto de flores, y ella quiere presenciarlo.
Pensé que Jonathan no nos sacaría de la idílica, soleada, y florida vida de los nazis en sus casonas campestres, pero lo hace. Seguimos a Rudolf en su ascenso, lo felicitan por cumplir metas, es evidente que las metas tienen que ver con la eficiencia para la eliminación de seres humanos. Rudolf quiere dar la talla. Cumplirle al partido. Su mente está tan robotizada, que en una fiesta se imagina cómo el cuarto funcionaría para una gasificación masiva.
Para los que conocemos el cine de Jonathan, nos llamará la atención el tono casi documental de la película, aunque la música incidental de Mica Levi tiene su sello distintivo, ese que crea atmósferas.
En un momento, Jonathan abandonará el color para mostrarnos descontextualizada a SPOILER ALERT la niña que deja manzanas a los prisioneros. Escenas casi en negativo, como la antítesis de la apatía, como el único acto de resistencia. Este acto luminoso narrado con cámaras térmicas, es en honor a una mujer que el director conoció y que era parte de la resistencia polaca. En su niñez, con tan solo 12 años, arriesgaba su vida dejando frutas y comida para los presos a escondidas. La escena parece fuera de lugar, nunca se sabe quién es la niña ni por qué hace lo que hace. Pero nos gusta lo que hace. Ante tanta parálisis, es el símbolo de la bondad humana. En las escenas tiene el mismo vestido y usa la misma bicicleta que la niña en la que se inspiró. FIN DEL SPOILER.
Como discurso funciona. Aunque como elemento estético narrativo está tan pegado con moco que parece un efecto más. Como la placa roja que aparece en medio de alguna escena, que no viene al cuento, pero viene al cuento. O la partitura con la canción del preso que no viene al cuento, pero viene al cuento. Eso que Jonathan trata de ganar con los disparos lejanos, con la sugerencia del genocidio, lo pierde un poco con esas obviedades.
Ya para el final muestra SPOILER imágenes del Auschwitz actual, y lo hace mientras Höss está atacado por la nausea, con el vómito colgando. La verdad que no sé si un espectador común y corriente sabrá que esas vitrinas son las que uno ve cuando va a Auschwitz en los circuitos turísticos que hay en Polonia. Que esos cuartos que barren y que parecen sótanos son las cámaras de gas, que aún mantienen el olor. Recuerdo haber leído por ahí que el 66% de las nuevas generaciones no tienen ni la más pálida idea de lo que pasó en el Holocausto. Que cada uno saque sus conclusiones. FIN DEL SPOILER.
Esos elementos que rompen con el tono de la película son precisamente los que nos recuerdan que es una película de Jonathan Glazer. A Jonathan le conocemos el trote por Under the skin, esa película que quiso ser terror ciencia ficción, donde Scarlett Johanson interpretaba a una alien sexy que barría con un montón de tipos. Y al final, el guion se ponía existencialista y Scarlett (en su versión alien) reflexionaba sobre el ser y la nada gracias a esta especie llamada humanidad. No, Scarlett. Te lo pido, por favor. También lo recordamos por Sexy Beast (inolvidable Ben Kingsley como Don ¿era Don?) una versión vertiginosa de una mafiocillo tratando de recuperar a otro mafiocillo. Y, luego, su película menos publicitada, pero la que más recuerdo por cringe: Birth, esa donde Nicole Kidman perdía a su esposo y cuando se estaba por casar con un fulano, aparecía un niño de unos once años con cara de loquito que le decía que no se podía casar con el fulano, que él (EL NIÑO) era la reencarnación del muertito. Ese es Jonathan.
En Zona de Interés parece haber alcanzado una relativa madurez narrativa. Sin embargo, sus personajes, al igual que en la novela, responden al arquetipo del nazi y al arquetipo del judío y a veces se extrañan esos matices (los de las flores y los del perrito, por ejemplo). La fotografía con muy pocos primeros planos, más de observación, de contexto, a cargo de Lukasz Zal, a quien amo desde que lo descubrí en esa tremenda película que es Ida, acompaña con delicadeza a los personajes.
Hay dos trabajos que recuerdo al ver Zona de interés, uno la película chilena 1976, de Manuela Martelli (reseñada ACÁ) en la que unos jailones vacacionaban en Viña del Mar mientras la milicada arrestaba y hacía desaparecer civiles. Y otro, el documental Entresijos de la Fifa, donde se narra lo vivido en el mundial de fútbol de 1978, cuando Argentina ganó su primer mundial. El fútbol como coartada de la dictadura. El estadio Monumental estaba a escasos 500 metros de la Escuela de Mecánica de la Armada donde se torturaban, asesinaban y desaparecían a opositores de la dictadura de Videla. Havelange aparecía al lado de Videla en los partidos. El horror y la fiesta.
No se puede negar el timing de la película…llega en el momento preciso para cuestionar las comodidades de nuestras casonas floridas y ausentes de lo que sucede detrás de los muros occidentales de la comodidad y del bien vivir. Tantas cosas que pasan en el mundo, y muchos miran/miramos hacia el costado, como si no estuviera pasando, como si el humo de la chimenea no fuera una tragedia.
En el 2010 estuve en Auschwitz y escribí sobre esa experiencia ACÁ. Mi versión más adulta no soportaría un segundo visitando ese lugar. Porque no. Recuerdo cómo me sentí antes, durante y después. La película tiene el poder de transmitirte eso. Ese asco, ese desespero, esa incredulidad. Cierro, una vez más, con lo que un ex-prisionero dijo:
En nuestro idioma no hay palabras para expresar esta injuria, esta destrucción del hombre.
Lo mejor: cómo retrata lo obsceno de la indiferencia Lo peor: personajes arquetípicos y aunque valoro el discurso de la placa roja y lo de la niña en cámara térmica, me pareció un poco forzadito Lo más falsete: la necesidad de remarcar algunas cosas, como cuando no aparecen los créditos y Jonathan quiere que la música estridente nos golpee La escena: Me perturbó mucho lo de las ropas, cuando se prueba el abrigo, también cuando hablaban de ir a Italia y de que estaban llevando una vida de ensueño. El mensaje manifiesto: la gente pierde sus rasgos humanos muy fácilmente El mensaje latente: qué oscuros fuimos, qué oscuros somos El personaje entrañable: los que estaban detrás del muro El personaje emputante: los nazis y la maldita guerra El agradecimiento: por la vida.
Por lo general, comienzo una reseña por el principio. Porque así nos enseñaron a las señoritas de bien. Y porque la educación judeocristiana nos habla del génesis, del origen. Pero esta vez no. Esta vez hay que hacer todo al revés.
Cuando salieron los créditos de Pobres Criaturas, dije en voz alta, con voz de doña judeocristiana: este final no puede ser el final literario. Este final NO es el final literario.
Arribé a mi hogar, ese donde Madonna dice que encontramos la luz interior. Busqué, y busqué, y llegué hasta el origen, ACÁ (volvimos al principio bíblico), de Pobres Criaturas.
Y efectivamente, después de leer la novela en una pantallita luminosa pude descansar, reposar, sabiendo que NO (con mayúscula) no era el final que el señor Alasdair Gray, a quien yo me empeño en llamar Alistair, tejió para nosotros.
Y hay muchas cosas por decir, y viene el carnaval, y recién levantaron los bloqueos, y como dijo Bukowski es difícil seguir siendo aquí en este mundo, así que destripemos Pobres Criaturas, hablemos de Lanthimos, hablemos de cejas, de cabellos interminables, de techos que parecen nubes, de baile, de pobres que «nos violarán y matarán».
Sobre Lanthimos ya tuve un derrame verbal ACÁ, donde conté cómo lo stalkeé y lo perseguí (cinematográficamente hablando). Capaz podríamos partir de ahí, de su hollywoodización. Porque toda triste historia de un director independiente tiene su villain origin en la hollywoodización. Atrás quedaron el minimalismo, los silencios, las no explicaciones, los misterios del cine de Lanthimos. Pero, aunque Lanthimos se haya hollywoodizado, sigue teniendo su impronta, esa que lo ha convertido en un director amado y/u odiado por partes iguales.
Saquemos de nuestro sistema lo que sí nos gustó o, mejor dicho, lo que rescatamos de Pobres Criaturas. Rociémoslo como espuma carnavalera. Es una película visualmente deslumbrante. Uno queda con el ojo pelado y mareado ante tanto festín visual que acompaña la cámara del irlandés Robby Ryan (La favorita, Philomena, American Honey). Juega con los lentes, juega con los zooms, juega con el color, con la música, con los sets, con el vestuario, con el maquillaje. Hay un universo muy artístico en el que la película se mueve. Podés salir del cine arrobado queriendo llegar a tu casa a llenar tu Pinterest de elementos inspo, o salir buscando con desespero un lugar donde cerrar los ojos y darles un poco de paz.
Sí, sí. Lanthimos ha hecho un viraje y se ha convertido en un subrayador serial. Le parece que una escena tiene que sentirse como si fuera espiada y pum le mete su lente viñeteado. Al pedo. Le parece que la escena grita contexto y pum pone la madre de todos los angulares (ama los angulares). Le parece que hay que hacer zoom y lo hace. Sin ascos. Cambia de blanco/negro a full color. Hasta las actuaciones, antes algo robotizadas como su marca registrada, ahora están un pelín teatrales, físicas. El tono general de la película es de un recargamiento tal que puede resultar agotador. Porque en estas disyuntivas (que no importan, pero existen) siempre hay una línea muy delgada que separa el rapto creativo del chabacanerío creativo.
Para mí, funciona como un todo. O, mejor dicho, Lanthimos lo hace funcionar. Me sumergí en sus VFXeadas ciudades. En los animalitos mitad perro, mitad pato o lo que sea. En las mangas abullonadas. Sufrí su música incidental que machacaba cada frame, pero reconocí el talento del veinteañero Jerskin Fendrix. Y me dejé llevar. Aún reconociendo las imposturas, esa alarma de auto parqueado sonando de madrugada.
Ahora vayamos por el guion. Lanthimos es un reincidente y ha vuelto a trabajar con el mismo equipo principal de La Favorita, eso incluye a su guionista el australiano Tony McNamara (The Great, La Favorita, Ashby). Este guion es una adaptación de la obra homónima del escritor escocés Alasdair Gray lanzada en 1992.
En Pobres Criaturas (la de Lanthimos) resulta que hay un reputado médico, cirujano, científico llamado Godwin Baxter (William Dafoe) que tiene la carita hecha mierda. Su padre hacía experimentos en él. No soy muy fan de la silicona ni de las cosas ortopédicas que luego hacen que a los actores no se le muevan ni los labios (Hola, Gary Oldman en Darkest Hour), pero a William lo queremos y lo querremos siempre.
Este tipo le pide a otro tipo que es su alumno/fan (quiero hacer énfasis en lo de tipos, porque es clave) Max MacCandles (que es nada más y nada menos que Ramy Youseff, a quien tenía muy posesionado o poseído, escojan ustedes, por su personaje/alter ego en Ramy) que lo ayude con unas cuestiones. Que sea su asistente. Max se siente súper emocionado y honrado y va a la casa del tal Godwin. Ahí conocemos a Bella Baxter (Emma Stone) una mujer que luce como si tuviera un retraso mental. Estos dos tipos (tipos, tipos) observan a la fémina tambaleante con fascinación. La explicación es cringe/perturbadora/turbia/jodida/cojuda SPOILER: Bella se suicidó lanzándose de un puente (o eso intentó) y Godwin la recogió contrariando los deseos iniciales de la dueña del cuerpo, y la mantuvo con vida insertándole el cerebro del bebé que traía en la panza cuando se intenta suicidar. Así surge Bella Baxter, por lo que no es peregrino suponer que la Bella tambaleante del inicio tiene el cerebro de un niño/niña en desarrollo cuando conoce a Max McCandles. La primera cosa que me causó un rechazo inmediato y absoluto es cuando este fulano quiere casarse con ella. Con esta “mujer” que evidentemente tiene el cerebro de una niña, que está infantilizada y que no ha tenido aún un desarrollo completo. Además, ÉL lo sabe. El tal Godwin lo sabe ¿De qué está enamorado el señor Max? Y ojo, que la película lo vende como el personaje masculino «bueno» FIN DEL SPOILER
Tampoco entendí cómo en esa situación, en la que la balbuceante Bella habla de ella misma en tercera persona, y no puede aún hilvanar oraciones completas, parte con el personaje de Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo). Tuve sentimientos encontrados, porque valoré la idea de que Mark Ruffalo que suele tener personajes pelotudos, de gringo nice guy esté haciendo un villano tan villano. O sea, es lo que estábamos esperando desde el Matty de 13 Going on 30.
Sin embargo, la relación también es asimétrica, aún cuando la película lo pinte de auto-descubrimiento y exploración personal del personaje femenino.
A pesar de esas diferencias más irreconciliables que las de Michael Jackson y Lisa Marie, la historia me mantenía atenta y con la curiosidad de ver hasta dónde llegaría Lanthimos… que no es conocido precisamente por los finales felices.
El guion a ratos nos quiere explicar tantas cosas sobre lo que piensa que es la liberación femenina, el empoderamiento, la sociedad, la pacatería y la insoportable levedad del ser que roza el ridículo. Creo que hay pocas escenas de películas nominadas este año que me hayan parecido más bochornosas que esa donde Bella Baxter descubre la pobreza. Y me incomoda por cómo se plantea. Esa cosa didáctica, maniqueísta (allá abajo los pobres, pobrecitos, sí, pero te van a «violar y matar») que impregna toda la película. Que también está en Barbie (tengo tantas cosas que decir sobre Barbie) Y aunque está en el libro, creo que el libro tiene un toque de ironía y humor que Lanthimos ha puesto más lineal o vacío en pantalla.
Sigamos.
Bella Baxter se va con Duncan, y allá en las europas pasan cosas. Cosas como la escena de baile que me encanta y que me hace preguntarme, acá en la oscuridad, por qué carajos Mark Ruffalo no quería/quiere bailar si tiene tanto swing. POR QUÉ. Bailá, Ruffalo, bailá.
Después de ese solaz, aparecen más ruidos.
El más estridente relacionado con la prostitución, cuya falla viene de origen en el libro con una mirada muy …lo voy a decir porque qué mas da: Tiene la mirada del cliente y no de quien ofrece el servicio. Sí, seguro, los tipos realmente van a acceder a las peticiones ñoñas de Bella, y ninguno la va a humillar, o la va a agarrar a manazos, no. Sí, Bella puede manejar su vida de prostituta en los barrios bajos parisinos súper bien.
Otro ruido sería cuando la película intenta traspasar a pantalla el comentario político que impregna la obra de Alasdair. Ejemplo: las escenas de la compañera/amante socialista de Bella. Me recordó a las fallidas publicidades electorales de este bello e infausto país. O sea: no me lo digás, mostrame.
Bella, después, decide que sus aventurillas en París terminaron y vuelve al nido. A su creador (el que fue contra la auto- determinación de Victoria) Godwin Baxter SPOILER que está muriendo de cáncer y acepta casarse, por fin, con el mamerto de Max. Aparece el ex. Un fulano interpretado por Christopher Abbott (el de The Sinner). El sujeto que le quiso sustraer el punto del placer. Un tipo loquito que nos ayuda, una vez más, a que podamos disfrutar de lecciones sobre la diferencias sociales en su mansión con empleados abusados. Y porque Bella está muy empoderaá (diría Rosalía) lo convierte en cabra y después todos muy contentos. FINAL DEL SPOILER.
Ahí descubro en los créditos que la cuestión es basada en una novela, y pienso, medito, reflexiono que ese final no es el final. Y no.
En Pobres Criaturas (la de Alasdair), la novela es una mamushka. Tenemos al autor que encuentra unos textos de Archibald MacCandless (AKA Max) y los va intercalando con información extra, como si fueran notas de periódicos, cartas, textos sueltos que recoge y arma como un gran rompecabezas, donde intervienen otros personajes. A la vez, y muy fiel a su estilo, Alistair (¡dejame decirte Alistair!) ilustra la novela y escribe con su puño y letra algunos de los “hallazgos”. Todo en una onda juguetona que es un guiñito al gótico, y que hace referencia al nacionalismo escocés, a la vida en Glasgow, y a su crítica a las desigualdad social y económica. Los capítulos son cortitos y fáciles de leer.
Más allá de las diferencias existentes libro/película, entre la naturaleza de la relación de Godwin y Bella, de cómo decide casarse con Archibald, del tema del dinero de Duncan, del motivo real del por qué Bella regresa a la casa de Godwin, y del destino final del marido milico que no termina siendo una cabra, hay un plot twist más significativo. El editor, o sea Alasdair, o sea el narrador SPOILER llega a unos textos de la mismísima Bella Baxter que dice que todo es mentira. Que el pelafustán de Archibald/Max envidiaba su vida, sus logros, y que se inventó el tema del suicidio y del cerebro para dañarle la reputación. Ese “patético” (cito a Victoria/Bella) hombre la quiso humillar con las supuestas revelaciones. Para aumentar la confusión o el tema lúdico hay una notita final sobre la muerte de Victoria/Bella que tendrán que descubrir, que solo arroja más niebla al asunto FIN DEL SPOILER
CONCLUSIONES, RESUMEN, LO QUE IMPORTA (DIGAMOS) DESPUÉS DE TANTA CHÁCHARA
¿Se acuerdan cuando en Hollywood querían parecer menos racistas, y todos andaban subidos al carro de hagamos películas sobre la esclavitud, contemos historias de y para negros, utilicemos lo que Spike Lee denominó Magical Negro, seamos personas que parezcan mejores y finjamos que los negros realmente nos importan? Hoy en día es el turno de las mujeres, son el instrumento para lavar caras y conciencias. En el caso de Lanthimos, su película concluye mostrándonos a una Bella en “crecimiento personal” en “evolución constante”. Y a mí me aburre que para mostrar la «liberación femenina» el énfasis siempre está puesto en el sexo. Esto pasa porque incluso la concepción progre del sexo sigue siendo muy conservadora y está ligada al género y al acto sexual en sí mismo, cuando el sexo debería ir ligado a lo madurativo y a la responsabilidad sexo-afectiva. Así, entre tanta ostentación «aliade», la cámara de Lanthimos llega a convertir a Emma Stone en eso que pretende denunciar. Encima, el acto final de la película se ve como una jugada muy lanzada y empoderada, y no lo es.
El universo steampunk victoriano de Pobres Criaturas sorprende, por ratos deslumbra, pero uno desearía que existiera una mejor historia detrás de tanto artificio. Para mí (capaz para vos sí) no es la mejor película de la filmografía de Lanthimos, no es la mejor del año, le falta densidad y algo más allá de sus tantos colgandijos, sin embargo, es ese fastuoso envoltorio lo que disimula sus disonancias. Su actriz (una Emma Stone en estado performático) y actores la sostienen. Su pavoneo visual distrae y seduce.
¿Será suficiente?
Lo mejor: mucho compromiso en la realización y en las actuaciones. Visualmente hermosa Lo peor: Disonante Lo más falsete: su postura auto indulgente La escena: El baile. Siempre el baile. El mensaje manifiesto: mirá, mirá esa mujer libre y empoderada El mensaje latente: la mujer es más que el sexo y lo que hace con él El personaje entrañable: los pobres que «nos van a robar, violar y matar» El personaje emputante: Godwin, Max, Duncan y el milico El agradecimiento: por el baile. Bailá Ruffalo, bailá!