LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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CUENTO: Un hombre sin suerte (Samanta Schweblin)

Childhood__s_dream_by_c_timeEl día que cumplí ocho años, mi hermana –que no soportaba que dejaran de mirarla un solo segundo–, se tomó de un saque una taza entera de lavandina. Abi tenía tres años. Primero sonrió, quizá por el mismo asco, después arrugó la cara en un asustado gesto de dolor. Cuando mamá vio la taza vacía colgando de la mano de Abi se puso más blanca todavía que Abi.

–Abi-mi-dios –eso fue todo lo que dijo mamá–. Abi-mi-dios –y todavía tardó unos segundos más en ponerse en movimiento.

La sacudió por los hombros, pero Abi no respondió. Le gritó, pero Abi tampoco respondió. Corrió hasta el teléfono y llamó a papá, y cuando volvió corriendo Abi todavía seguía de pie, con la taza colgándole de la mano. Mamá le sacó la taza y la tiró en la pileta. Abrió la heladera, sacó la leche y la sirvió en un vaso. Se quedó mirando el vaso, luego a Abi, luego el vaso, y finalmente tiró también el vaso a la pileta. Papá, que trabajaba muy cerca de casa, llegó casi de inmediato, pero todavía le dio tiempo a mamá a hacer todo el show del vaso de leche una vez más, antes de que él empezara a tocar la bocina y a gritar.

Cuando me asomé al living vi que la puerta de entrada, la reja y las puertas del coche ya estaban abiertas. Papá volvió a tocar bocina y mamá pasó como un rayo cargando a Abi contra su pecho. Sonaron más bocinas y mamá, que ya estaba sentada en el auto, empezó a llorar. Papá tuvo que gritarme dos veces para que yo entendiera que era a mí a quien le tocaba cerrar.

Hicimos las diez primeras cuadras en menos tiempo de lo que me llevó cerrar la puerta del coche y ponerme el cinturón. Pero cuando llegamos a la avenida el tráfico estaba prácticamente parado. Papá tocaba bocina y gritaba ¡Voy al hospital! ¡Voy al hospital! Los coches que nos rodeaban maniobraban un rato y milagrosamente lograban dejarnos pasar, pero entonces, un par de autos más adelante, todo empezaba de nuevo. Papá frenó detrás de otro coche, dejó de tocar bocina y se golpeó la cabeza contra el volante. Nunca lo vi hacer una cosa así. Hubo un momento de silencio y entonces se incorporó y me miró por el espejo retrovisor. Se dio vuelta y me dijo:

–Sacate la bombacha.

Tenía puesto mi Jumper del colegio. Todas mis bombachas eran blancas pero eso era algo en lo que yo no estaba pensando en ese momento y no podía entender el pedido de papá. Apoyé las manos sobre el asiento para sostenerme mejor. Miré a mamá y entonces ella gritó:

–¡Sacate la puta bombacha!

Y yo me la saqué. Papá me la quitó de las manos. Bajó la ventanilla, volvió a tocar bocina y sacó afuera mi bombacha. La levantó bien alto mientras gritaba y tocaba bocina, y toda la avenida se dio vuelta para mirarla. La bombacha era chica, pero también era muy blanca. Una cuadra más atrás una ambulancia encendió las sirenas, nos alcanzó rápidamente y nos escoltó, pero papá siguió sacudiendo la bombacha hasta que llegamos al hospital.

Dejaron el coche junto a las ambulancias y se bajaron de inmediato. Sin mirar atrás mamá corrió con Abi y entró en el hospital. Yo dudaba si debía o no bajarme: estaba sin bombacha y quería ver dónde la había dejado papá, pero no la encontré ni en los asientos delanteros ni en su mano, que ya cerraba ahora de afuera su puerta.

–Vamos, vamos –dijo papá.

Abrió mi puerta y me ayudó a bajar. Cerró el coche. Me dio unas palmadas en el hombro cuando entramos al hall central. Mamá salió de una habitación del fondo y nos hizo una seña. Me alivió ver que volvía a hablar, daba explicaciones a las enfermeras.

–Quedate acá –me dijo papá, y me señaló unas sillas naranjas al otro lado del pasillo.

Me senté. Papá entró al consultorio con mamá y yo esperé un buen rato. No sé cuánto, pero fue un buen rato. Junté las rodillas, bien pegadas, y pensé en todo lo que había pasado en tan pocos minutos, y en la posibilidad de que alguno de los chicos del colegio hubiera visto el espectáculo de mi bombacha. Cuando me puse derecha el jumper se estiró y mi cola tocó parte del plástico de la silla. A veces la enfermera entraba o salía del consultorio y se escuchaba a mis padres discutir y, una vez que me estiré un poquito, llegué a ver a Abi moverse inquieta en una de las camillas, y supe que al menos ese día no iba a morirse. Y todavía esperé un rato más. Entonces un hombre vino y se sentó al lado mío. No sé de dónde salió, no lo había visto antes.

–¿Qué tal? –preguntó.

Pensé en decir muy bien, que es lo que siempre contesta mamá si alguien le pregunta, aunque acabe de decir que la estamos volviendo loca.

–Bien –dije.

–¿Estás esperando a alguien?

Lo pensé. Y me di cuenta de que no estaba esperando a nadie, o al menos, que no es lo que quería estar haciendo en ese momento. Así que negué y él dijo:

–¿Y por qué estás sentada en la sala de espera?

No sabía que estaba sentada en una sala de espera y me di cuenta de que era una gran contradicción. El abrió un pequeño bolso que tenía sobre las rodillas. Revolvió un poco, sin apuro. Después sacó de una billetera un papelito rosado.

–Acá está –dijo–, sabía que lo tenía en algún lado.

El papelito tenía el número 92.

–Vale por un helado, yo te invito –dijo.

Dije que no. No hay que aceptar cosas de extraños.

–Pero es gratis –dijo él–, me lo gané.

–No.

Miré al frente y nos quedamos en silencio.

–Como quieras –dijo él al final, sin enojarse.

Sacó del bolso una revista y se puso a llenar un crucigrama. La puerta del consultorio volvió a abrirse y escuché a papá decir “no voy acceder a semejante estupidez”. Me acuerdo porque ése es el punto final de papá para casi cualquier discusión, pero el hombre no pareció escucharlos.

–Es mi cumpleaños –dije.

“Es mi cumpleaños” repetí para mí misma, “¿qué debería hacer?”. El dejó el lápiz marcando un casillero y me miró con sorpresa. Asentí sin mirarlo, consciente de tener otra vez su atención.

–Pero… –dijo y cerró la revista–, es que a veces me cuesta mucho entender a las mujeres. Si es tu cumpleaños, ¿por qué estás en una sala de espera?

Era un hombre observador. Me enderecé otra vez en mi asiento y vi que, aun así, apenas le llegaba a los hombros. El sonrió y yo me acomodé el pelo. Y entonces dije:

–No tengo bombacha.

No sé por qué lo dije. Es que era mi cumpleaños y yo estaba sin bombacha, y era algo en lo que no podía dejar de pensar. El todavía estaba mirándome. Quizá se había asustado, u ofendido, y me di cuenta de que, aunque no era mi intención, había algo grosero en lo que acababa de decir.

–Pero es tu cumpleaños –dijo él.

Asentí.

–No es justo. Uno no puede andar sin bombacha el día de su cumpleaños.

–Ya sé –dije, y lo dije con mucha seguridad, porque acababa de descubrir la injusticia a la que todo el show de Abi me había llevado.

El se quedó un momento sin decir nada. Luego miró hacia los ventanales que daban al estacionamiento.

–Yo sé dónde conseguir una bombacha –dijo.

–¿Dónde?

–Problema solucionado –guardó sus cosas y se incorporó.

Dudé en levantarme. Justamente por no tener bombacha, pero también porque no sabía si él estaba diciendo la verdad. Miró hacia la mesa de entrada y saludó. con una mano a las asistentes.

–Ya mismo volvemos –dijo, y me señaló–, es su cumpleaños –y yo pensé “por dios y la virgen María, que no diga nada de la bombacha”, pero no lo dijo: abrió la puerta, me guiñó un ojo, y yo supe que podía confiar en él.

Salimos al estacionamiento. De pie yo apenas pasaba su cintura. El coche de papá seguía junto a las ambulancias, un policía le daba vueltas alrededor, molesto. Me quedé mirándolo y él nos vio alejarnos. El aire me envolvió las piernas y subió acampanando mi Jumper, tuve que caminar sosteniéndolo, con las piernas bien juntas.

–Mi dios y la virgen María –dijo él cuando se volvió para ver si lo seguía y me vio luchando con mi uniforme–, es mejor que vayamos rodeando la pared.

–No digas “mi dios y la virgen María” –dije, porque eso era algo de mamá, y no me gustó cómo lo dijo él.

–Ok, darling –dijo.

–Quiero saber a dónde vamos.

–Te estás poniendo muy quisquillosa.

Y no dijimos nada más. Cruzamos la avenida y entramos a un shopping. Era un shopping bastante feo, no creo que mamá lo conociera. Caminamos hasta el fondo, hacia una gran tienda de ropa, una realmente gigante que tampoco creo que mamá conociera. Antes de entrar él dijo “no te pierdas” y me dio la mano, que era fría pero muy suave. Saludó a las cajeras con el mismo gesto que hizo a las asistentes a la salida del hospital, pero no vi que nadie le respondiera. Avanzamos entre los pasillos de ropa. Además de vestidos, pantalones y remeras había también ropa de trabajo. Cascos, jardineros amarillos como los de los basureros, guardapolvos de señoras de limpieza, botas de plástico y hasta algunas herramientas. Me pregunté si él compraría su ropa acá y si usaría alguna de esas cosas y entonces también me pregunté cómo se llamaría.

–Es acá –dijo.

Estábamos rodeados de mesadas de ropa interior masculina y femenina. Si estiraba la mano podía tocar un gran contenedor de bombachas gigantes, más grandes de las que yo podría haber visto alguna vez, y a solo tres pesos cada una. Con una de esas bombachas podían hacerse tres para alguien de mi tamaño.

–Esas no –dijo él–, acá –y me llevó un poco más allá, a una sección de bombachas más pequeñas–. Mira todas las bombachas que hay. ¿Cuál será la elegida my lady?

Miré un poco. Casi todas eran rosas o blancas. Señalé una blanca, una de las pocas que había sin moño.

–Esta –dije–. Pero no tengo dinero.

Se acercó un poco y me dijo al oído:

–Eso no hace falta.

–¿Sos el dueño de la tienda?

–No. Es tu cumpleaños.

Sonreí.

–Pero hay que buscar mejor. Estar seguros.

–Ok Darling –dije.

–No digas “Ok Darling” –dijo él– que me pongo quisquilloso –y me imitó sosteniéndome la pollera en la playa de estacionamiento.

Me hizo reír. Y cuando terminó de hacerse el gracioso dejó frente a mí sus dos puños cerrados y así se quedó hasta que entendí y toqué el derecho. Lo abrió y estaba vacío.

–Todavía podés elegir el otro.

Toqué el otro. Tardé en entender que era una bombacha porque nunca había visto una negra. Y era para chicas, porque tenía corazones blancos, tan chiquitos que parecían lunares, y la cara de Kitty al frente, en donde suele estar ese moño que ni a mamá ni a mí nos gusta.

–Hay que probarla –dijo.

Apoyé la bombacha en mi pecho. El me dio otra vez la mano y fuimos hasta los probadores femeninos, que parecían estar vacíos. Nos asomamos. El dijo que no sabía si podría entrar. Que tendría que hacerlo sola. Me di cuenta de que era lógico porque, a no ser que sea alguien muy conocido, no está bien que te vean en bombacha. Pero me daba miedo entrar sola al probador, entrar sola o algo peor: salir y no encontrar a nadie.

–¿Cómo te llamás? –pregunté.

–Eso no puedo decírtelo.

–¿Por qué?

El se agachó. Así quedaba casi a mi altura, quizá yo unos centímetros más alta.

–Porque estoy ojeado.

–¿Ojeado? ¿Qué es estar ojeado?

–Una mujer que me odia dijo que la próxima vez que yo diga mi nombre me voy a morir.

Pensé que podía ser otra broma, pero lo dijo todo muy serio.

–Podrías escribírmelo.

–¿Escribirlo?

–Si lo escribieras no sería decirlo, sería escribirlo. Y si sé tu nombre puedo llamarte y no me daría tanto miedo entrar sola al probador.

–Pero no estamos seguros. ¿Y si para esa mujer escribir es también decir? ¿Si con decir ella se refirió a dar a entender, a informar mi nombre del modo que sea?

–¿Y cómo se enteraría?

–La gente no confía en mí y soy el hombre con menos suerte del mundo.

–Eso no es verdad, eso no hay manera de saberlo.

–Yo sé lo que te digo.

Miramos juntos la bombacha, en mis manos. Pensé en que mis padres podrían estar terminando.

–Pero es mi cumpleaños –dije.

Y quizá si lo hice a propósito, pero así lo sentí en ese momento: los ojos se me llenaron de lágrimas. Entonces él me abrazó, fue un movimiento muy rápido, cruzó sus brazos a mis espaldas y me apretó tan fuerte que mi cara quedó un momento hundida en su pecho. Después me soltó, sacó su revista y su lápiz, escribió algo en el margen derecho de la tapa, lo arrancó y lo dobló tres veces antes de dármelo.

–No lo leas –dijo, se incorporó y me empujó suavemente hacia los cambiadores.

Dejé pasar cuatro vestidores vacíos, siguiendo el pasillo, y antes de juntar valor y meterme en el quinto guardé el papel en el bolsillo de mi jumper, me volví para verlo y nos sonreímos.

Me probé la bombacha. Era perfecta. Me levanté el jumper para ver bien cómo me quedaba. Era tan pero tan perfecta. Me quedaba increíblemente bien, papá nunca me la pediría para revolearla detrás de las ambulancias e incluso si lo hiciera, no me daría tanta vergüenza que mis compañeros la vieran. Mirá qué bombacha tiene esta piba, pensarían, qué bombacha tan perfecta. Me di cuenta de que ya no podía sacármela. Y me di cuenta de algo más, y es que la prenda no tenía alarma. Tenía una pequeña marquita en el lugar donde suelen ir las alarmas, pero no tenía ninguna alarma. Me quedé un momento más mirándome al espejo, y después no aguanté más y saqué el papelito, lo abrí y lo leí.

Cuando salí del probador él no estaba donde nos habíamos despedido, pero sí un poco más allá, junto a los trajes de baño. Me miró, y cuando vio que no tenía la bombacha a la vista me guiñó un ojo y fui yo la que lo tomé de la mano. Esta vez me sostuvo más fuerte, a mí me pareció bien y caminamos hacia la salida. Confiaba en que él sabía lo que hacía. En que un hombre ojeado y con la peor suerte del mundo sabía cómo hacer esas cosas. Cruzamos la línea de cajas por la entrada principal. Uno de los guardias de seguridad nos miró acomodándose el cinto. Para él mi hombre sin nombre sería papá, y me sentí orgullosa. Pasamos los sensores de la salida, hacia el shopping, y seguimos avanzando en silencio, todo el pasillo, hasta la avenida. Entonces vi a Abi, sola, en medio del estacionamiento. Y vi a mamá más cerca, de este lado de la avenida, mirando hacia todos lados. Papá también venía hacia acá desde el estacionamiento. Seguía a paso rápido al policía que antes miraba su coche y en cambio ahora señalaba hacia nosotros. Pasó todo muy rápido. Cuando papá nos vio gritó mi nombre y unos segundos después el policía y dos más que no sé de dónde salieron ya estaban sobre nosotros. El me soltó pero dejé unos segundos mi mano suspendida hacia él. Lo rodearon y lo empujaron de mala manera. Le preguntaron qué estaba haciendo, le preguntaron su nombre, pero él no respondió. Mamá me abrazó y me revisó de arriba a abajo. Tenía mi bombacha blanca enganchada en la mano derecha. Entonces, quizá tanteándome, se dio cuenta de que llevaba otra bombacha. Me levantó el Jumper en un solo movimiento: fue algo tan brusco y grosero, delante de todos, que yo tuve que dar unos pasos hacia atrás para no caerme. El me miró, yo lo miré. Cuando mamá vio la bombacha negra gritó “hijo de puta, hijo de puta”, y papá se tiró sobre él y trató de golpearlo. Mientras los guardias los separaban yo busqué el papel en mi Jumper, me lo puse en la boca y, mientras me lo tragaba, repetí en silencio su nombre, varias veces, para no olvidármelo nunca.

LITERATURA: Opiniones de un payaso (Heinrich Böll)

La tristeza de la tristeza

(Por Mónica Heinrich V.)

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Hay algo desolador en la tristeza de un cómico o en la tristeza de alguien que siempre se mostró feliz.

Porque la tristeza del triste está asumida, visible, es una tristeza que sirve de etiqueta, que no genera sorpresas, mientras que la tristeza del cómico está escondida, alimentándose de la aparente alegría con que lanza sus chistes, sus bromas.

A razón de la auto-eliminación del actor Robin Williams me acordé de este magnífico libro de un no menos magnífico Heinrich Böll.

Opiniones de un payaso es el relato de un payaso, Hans Schneir, y su desencanto por la vida, por el amor, por la familia, por la religión.

Schneir tiene tan solo 27 años, pero ha visto lo suficiente como para decidir que vivir no vale la pena.

Soy un payaso, de profesión designada oficialmente como ‘cómico’, no afiliado a ninguna Iglesia, de veintisiete años de edad, y uno de mis números se titula: la partida y la llegada, una larga (casi demasiado) pantomima, en la cual el espectador acaba confundiendo la llegada con la partida.

OPINIONESDEUN PAYASONarrado en primera persona, el libro le da la voz al payaso que nos hablará de su infancia cuando la segunda guerra mundial estaba en su apogeo, de una familia convencional, rígida, que apoyó la causa nazi y que incluso envió a su única hermana a la guerra. La guerra solo les devolvería el cuerpo de Henrietta y ese sería el momento, el punto de inflexión en que el payaso jamás vería a sus padres con otros ojos que los del desprecio.

… todo el mundo es mirado desde afuera por los demás…

Hans vivirá con Marie, su primer y único amor, una católica que lo intentará meter a grupos católicos que, obvio, también despreciará. El payaso es ateo, no cree en la religión ni en un ser supremo que sea dadivoso con la dicha y la desgracia.

“Es cosa horrible la miseria, pero también resulta penoso malvivir, situación en la que se encuentran la mayoría de los hombres. Y ser rico, pregunté, ¿cómo es?” Me ruboricé. Me miró  con acritud, se ruborizó también y dijo: “Joven, tú acabarás mal si no dejas de pensar. Si yo tuviese valor y creyese aún que se puede crear algo en este mundo, ¿sabes tú lo que haría yo?”. “No”, dije. “Fundaría”, dijo, y volvió a ruborizarse, “una asociación que cuidara de los hijos de la gente rica. Pero los imbéciles no encuentran asociales más que a los pobres”

La religión será tema recurrente del payaso porque los personajes que se mueven a su alrededor son gente que alardea de ser cristiana, católica  y a su vez tienen actitudes que con ojos benévolos podemos llamar humanas, aunque  “mezquinas” es la palabra que mejor acomoda. El payaso que lo tiene más claro que nosotros, y más claro que lo que admite la sociedad, se irá contra todo sistema religioso.

«Sí, la Iglesia es rica, tan rica que apesta. En realidad apesta a dinero, como el cadáver de un hombre rico. Los cadáveres de los pobres huelen bien, ¿lo sabía usted?»

En algún momento el payaso conocerá el éxito, la fama y será admirado por su público. Los años pasarán e irá perdiendo las ganas, el entusiasmo, se refugiará en el alcohol, Marie lo abandonará por un católico de su grupo de católicos y él, con una lesión en la pierna, se dedicará a tratar de sobrevivir con los resabios de lo que fue.

… los aplausos fueron tan tenues que oí el sonido de mi decadencia.

Una escena sin duda que para los pelos es cuando llama a sus padres para pedirles dinero, y en medio de esa llamada que para él significa una humillación, revive Henrietta. Los años han pasado a galope, pero su muerte sigue estando en medio de cada silencio o conversación. Los otrora seguidores de la causa nazi ahora caretean en sociedad como parte de asociaciones de conciliación sobre ese oscuro periodo. La ironía está servida y el payaso, por muy necesitado que esté, no parece dispuesto a soportarlo.

De repente se hizo un silencio absoluto, como cuando alguien se desangra. Eso era: una hemorragia de silencio.

El payaso seguirá usando el teléfono para llamar a todos esos católicos, cristianos que conoce y que le pueden dar una mano. La negativa llegará de distintas maneras, con distintas excusas. Nuestro personaje ni siquiera se sorprende, conoce a su prójimo y lo que conoce de su prójimo no es nada halagüeño.

Para el público lo más deprimente es un payaso que inspira lástima. Es como un camarero que viniera en silla de ruedas a servirle a usted cerveza.

La doble moral de aquellos que predican amor a los demás y caridad, la doble moral de sus padres que fueron parte del aparato que apoyó al nazismo y que ahora se camuflan como gente que lo recuerda con horror, la doble moral de la católica Marie que fue incapaz de soportar vivir en “pecado” con él pero que no tuvo peso de conciencia al abandonarlo por otro hombre, la doble moral del público que un día lo aplaudió y que ahora lo mira con tristeza, esa doble moral es retratada con maestría por Böll.

 Una vez preparé un número bastante largo, «El general», lo ensayé mucho tiempo, y cuando lo representé obtuvo lo que en nuestro mundo se llama un éxito: es decir, una parte del públi­co rióse, otra parte se enfadó. Cuando después de la función, con el pecho hinchado de orgullo, entré en el guardarropa, me es­peraba una anciana, muy pequeña. Después de cada actuación estoy siempre irritado, sólo puedo soportar a Marie a mí alrede­dor, pero Marie había dejado entrar a la anciana en mi guar­darropa. Comenzó a hablar antes de que yo cerrase la puerta y me explicó que también su marido había sido general, que ha­bía caído en el frente y que con anterioridad le había escrito a ella una carta rogándole que no aceptase ninguna pensión. «Aún es usted muy joven», dijo, «pero es lo suficientemente adulto pa­ra comprenderlo», y después salió. Desde aquel momento ya no pude volver a representar el número del general. La llama­da Prensa de izquierdas escribió de ello que yo me había deja­do intimidar por los reaccionarios, la Prensa de derechas escri­bió que yo había comprendido al fin que hacía el juego al Este, y la Prensa independiente escribió que era evidente que yo ha­bía renegado de todo extremismo y de todo compromiso. Todo pamplinas. No pude representar más aquel número porque ya siempre tendría que pensar en aquella anciana pequeñita, que es probable que viviese miserablemente, entre la burla y la mofa de todos. Cuando no encuentro gusto en una cosa, dejo de hacerla, lo cual, para ser explicado a un periodista, es probable ­que sea muy complicado. Ellos deben siempre «presentir» algo, «darles en la nariz», y existe el tipo muy frecuente de periodis­ta malicioso que nunca se da cuenta de que él mismo no es nin­gún artista y ni siquiera tiene madera para ser un buen mecenas. Aquí falló naturalmente el olfato, y se dicen disparates, casi siempre en presencia de muchachas bonitas que aún son lo bas­tante ingenuas para contemplar con admiración a aquel chapu­cero, sólo porque él, en su periódico, tiene su «camarilla» y su «influencia». Existen formas de prostitución curiosamente des­conocidas, comparadas con las cuales la auténtica prostitución es una profesión honrada: aquí por lo menos se ofrece algo por el dinero.

La Alemania de la Segunda Guerra Mundial y de la postguerra, conviven en este duro y triste relato.

He leído tres veces Opiniones de un payaso, y cada vez ha sido peor que la anterior, se me humedecen el alma y los ojos. El final que Heinrich Böll le deja a sus lectores no acusa redención, solo retrata a este payaso fracasado, vencido por la vida, sin otro objetivo que esperar tarde o temprano la liberación de la muerte.

Me miré en el espejo: mis ojos estaban completamente vacíos, por primera vez no tuve necesidad de vaciármelos antes de pasar media hora mi­rándome al espejo y haciendo gimnasia facial. Era el rostro de un suicida, y cuando comencé a maquillarme mi rostro era el de un muerto. Me extendí vaselina por toda la cara y desgarré un tubo de maquillaje blanco que estaba medio seco, extraje lo que pude y me teñí del todo blanco: ningún trazo negro, ni un punto rojo, todo blanco, incluso las cejas. Encima, el pelo parecía una peluca; la boca no maquillada era oscura, casi azul; los ojos, azul claro como un cielo de verano, vacíos como los de un cardenal que se niega a reconocer que hace tiempo que ha perdido la fe.

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Para los quieran darle una leída aquí dejo el link: heinrich boll – opiniones de un payaso

Otro link: http://www.4shared.com/get/KHyaSoLv/heinrich_boll_-_opiniones_de_u.html

LITERATURA: La vida difícil

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Slawomir Mrozek es uno de los escritores de culto polacos. Arquitecto, estudiante de arte y filosofía, Mrozek es un prolífico autor de teatro y cuentos. Bebiendo directamente del teatro del absurdo, sus relatos están teñidos de ironía, y una aguda observación de la vida cotidiana. Hijo del sistema estalinista y de una sociedad conservadora, su voz se alza para burlarse de aquello que le es tan conocido.

La vida difícil es un compendio de 38 relatos en los que el autor se estrella contra toda ideología política o filosófica. Textos muy breves, simbólicos y contundentes son lo que podés encontrar en esta obra.

A continuación, presentamos dos relatos breves que sirven como muestra del tono que maneja el autor polaco. Si quieren leer el libro completo, dejamos el link AQUI.

DENUNCIA

Al Ilustrísimo Señor Jefe Superior de la Policía Secreta.

Con todos mis respetos deseo denunciar que mi vecino se está quedando ciego de un modo antiestatal.

En principio se está quedando ciego porque pierde la vista, pero yo ya sé lo que me digo, porque más de una vez he hablado con él en la escalera y en una ocasión me dijo algo que le delató.

Dijo: «No quiero ver más vuestras jetas.»

No podía estar refiriéndose más que a la mía y, con perdón, a la del Señor Jefe Superior. Porque, si no, ¿a qué otras podía estar refiriéndose? De modo que se está quedando ciego antiestatal y antisocialmente, porque la mía es social y la de usted, Señor Jefe Superior, estatal.

De manera que en cuanto empezó a quejarse de los ojos, me di cuenta de que, bajo el pretexto de la pérdida de la vista, se estaba fraguando una labor pérfida. Detrás de la cual están ciertos círculos y las fuerzas que ya se sabe.

Y una prueba más, Señor Jefe Superior, es que él ahora siempre está en casa y no hace más que sonreír. Yo mismo lo he visto por el ojo de la cerradura. Estaba sentado en un sillón y tenía en la falda un fajo de cartas viejas atadas con un lazo descolorido. Eran cartas de su mujer, de cuando era todavía su novia; ahora ya hace tiempo que está muerta. Sé de quién son las cartas porque las leí cuando se lo llevaron al hospital, al parecer por lo de los ojos, y me dejó la llave. Él acaricia estas cartas con una mano, porque ya no puede leer, y sonríe. ¿Y acaso hay motivo alguno para reír, Señor Jefe Superior? Ya se sabe los tiempos que corren. Está claro que sonríe de satisfacción, porque piensa que ha conseguido engañarnos haciendo ver que se está quedando ciego, por decirlo así, por casualidad, y cree que nosotros no sabemos nada. Pero nosotros, los del comité de la escalera, lo sabemos todo muy bien. Así que por esa sonrisa yo propondría imponerle un castigo adicional.

Y también por su deserción. Y por su postura individualista y anticolectiva. Porque todo el mundo querría quedarse ciego. Pero, entonces, ¿quién quedaría para ver lo que pasa?

LA REVOLUCIÓN

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.

Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.

Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.

Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.

Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.

La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.

Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.

Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.

Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejo de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.

Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.

De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.

Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.

Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

EN CARTELERA: Anna Karenina

Asesino de mi felicidad 

“Es demasiado tarde”

Musita una Anna Karenina rendida ante las mieles del amor y la pasión cuando su esposo le pide que corte toda relación con el conde Vronsky. La cámara sigue su cuerpo que cae hacia atrás en éxtasis, con la mirada volcada al cielo, una mirada que pide perdón por sus pecados, pero que acepta el castigo.

Es la Anna Karenina de Joe Wright, la que algunos aman y otros odian. Una Anna que no le hace justicia a la Anna de León Tolstói. Una Anna interpretada por Keira Knightley, una Anna que habla en inglés, que se ve frágil y delicada, y que durante 2 horas y 9 minutos se destruye ante nuestros ojos.

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La de Tolstói es uno de los personajes más emblemáticos de la literatura rusa. Uno de los más emblemáticos de la literatura universal con relación a la doble moral hacia la mujer en la sociedad. La que posee los matices suficientes para ser espejo de una era, y tiene la habilidad de presentar, a través suyo, una terrible historia que una vez leída nunca se olvida.

La pluma del ruso relató esa terrible historia en 1040 páginas. 1040 páginas llenas de detalles, dolor y redenciones.

 “Todas las familias felices se parecen entre sí; pero cada familia desgraciada es desgraciada a su manera”

Con esa frase inauguraba Tolstói su Anna Karenina de 1877, trabajo que tanto Dostoievski como Nabokov consideraron una obra de arte.

Llevar una obra de arte a la pantalla gigante nunca es tarea fácil, nunca. En el caso de la heroína rusa, Clarence Brown lo intentó en 1953 con una Greta Garbo muy Kareniana, y hasta el momento, la más fiel a la versión literaria.

Luego siguieron unas 20 versiones más de menor impacto y el 2012 Wright decidió dirigir una ambiciosa puesta que daba una revisión a la historia y de la que solo podemos decir que es la Karenina de Wright y no la de Tolstói, teniendo esa afirmación pros y contras.

Wright, de 40 años, con una niñez en la que fue objeto de burla por su sobrepeso y su dislexia, tiene una filmografía decente, en la que destacan Orgullo y Prejuicio, Hanna, The soloist y Atonement. Sus padres se dedicaban al teatro y él mismo tuvo una formación teatral desde adolescente, por eso no es de extrañar que su versión de Anna Karenina tenga como propuesta un escenario teatral móvil en el que los personajes aparecen y desaparecen.

Hermosas coreografías que erizan la piel narran la historia de Anna. En ese artificio, la protagonista es una mujer que se casó a los 18 años con un prominente político, y que tiene un hijo con él al que ama profundamente. Su vida da un vuelco cuando conoce al conde Vronsky. Anna resiste los embates del deseo, hasta que finalmente sucumbe a él.

Wright dibuja un personaje que va perdiendo la razón conforme las desgracias se acumulan y la vida “recta”, “ordenada” y “apacible” que tenía cuando era la señora de Karenin se convierte en una vida “oscura”, de “pecado”, siendo la amante despreciada de Vronsky.

Paralelamente, conocemos la historia de Levin, personaje en el que se describe las luchas sociales de la Rusia Imperial. Una Rusia con hondas diferencias entre una aristocracia frívola y ruin, y una clase obrera con otras urgencias que atender aparte de los puteríos de alcoba.

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Una fotografía exquisita a cargo de Seamus McGarvey alegra el ojo y el espíritu. Todo es belleza, todo. La desgracia que se cierne sobre la heroína, la humillación de Karenin, la impotencia de Vronsky, el despertar espiritual de Levin. La belleza sacude la pantalla sin parar.

La partitura de Dario Marinelli y las adaptaciones de Tchaikovsky y su 4ta Sinfonía, acompañan una dirección de arte notable y un diseño de vestuario merecidamente ganador del Oscar.

La Anna Karenina de Wright es soberbia en su forma. Es sobrecogedora en su teatral puesta en escena, aunque para ello sacrifique a la Anna de Tolstoi.

Jude Law como el correcto, noble y engañado marido (Alexei Karenin) convence del todo y hace que la platea odie secretamente al teñido de Vronsky, y llamen “perra” (sí, vos J.C.) a Anna por las decisiones que toma. Personaje que llega a arañar el fondo de esa oscuridad en el que solo existe desprecio y culpa.

El final, donde lo bello continúa exhibiéndose impúdico por encima del contenido, deja a Anna-Keira en nuestra memoria como una digna heroína, ajena a la rusa, pero heroína al fin y al cabo.

 “No puede haber paz para nosotros, sólo tristeza y la mayor felicidad”

Tolstói no estaría contento, no. Los puristas de Tolstói tampoco lo estarán. Wright presenta una bella película, pero su belleza está por encima de su referencia y termina banalizando una historia dramática sobre el adulterio, las clases sociales y el escenario político del Imperio Ruso.

Mientras Tolstói reafirmó a través de su obra el compromiso crítico con su entorno, Wright convirtió su filme en un espectáculo (hermoso, sí) algo vacío, en el que prima una Anna que para el espectador común y corriente se antojara como una esclava de sus deseos, más que como un personaje que buscó a toda costa su libertad, asfixiada por la hipocresía de la alta sociedad y necesitada de huir de los cánones de su época.

La doble moral que perdonó a Vronsky y le devolvió su status social, fue la misma que nunca aceptó a Anna de vuelta, el encuentro espiritual de Levin y Kitty es apenas boceteado, los juegos de poder políticos en los que el marido de Anna se halla inmerso y que son parte de su vergüenza, y que hace más profunda la traición de Anna ni siquiera se insinúan. Y así, sucesivamente.

La de Wright es una versión accesible, apta para todo público, a nivel de contenido, pero contrasta con una puesta que puede no serlo, y que algunos espectadores encontraran confusa.

Siendo fan del libro, y sufriendo intensamente con el personaje ruso, igual me gustó la película. La belleza es tanta que, como ya dije, me conquistó. En algunos momentos como los del baile, los campesinos trabajando, la carrera de caballos, era tan bello que no, no se puede odiar, escapar, ser indiferente a la belleza.

Anna-Karenina-Keira-Knightley-Film-1024x575El final para ambas Annas, la de Tolstói y la de Wright, sigue siendo el mismo, el spoiler más grande que podamos tener de tan conocido que es. Y a pesar de su banalización, de su estilo algo kitsch, de la estridencia con que Wright impregna su propuesta, algo dentro tuyo lagrimea ante el destino de ese amor prohibido, la incapacidad de aceptar el precio del mismo y un entorno social cruel.

La imagen de Karenin en medio del campo verde, su calmada resignación, su aceptación (en contraparte) de lo que le tocó vivir, cierra una película que no es perfecta.

En un mundo que divide obras maestras de las que no lo son, la Anna de Tolstói lo es y la de Wright no. Aún así, vale la pena conocer a ambas.

«Y la vela a cuya luz había leído ese libro lleno de angustias, decepciones, dolores y desdichas, resplandeció con más fuerza que nunca, iluminó lo que antes había estado sumido en tinieblas, chisporroteó, empezó a parpadear y se extinguió para siempre.»

Lo mejor: una hermosa puesta en escena

Lo peor: el artificio se olvida del contenido y banaliza la obra de Tolstoi

La escena: la del baile, la de la carrera de caballos, la del campo

Lo más falsete: la falta de matices de Anna

El mensaje manifiesto: el pecado tiene un precio

El mensaje latente: no todos pueden pagar ese precio

El consejo: Vela, es hermosa visualmente

El personaje entrañable: Alexei Karenin (siempre)

El personaje emputante: Lidia (en el libro es mucho más metiche e intrigante)

El agradecimiento: por tanta belleza

CURIOSIDADES

–       El guión pertenece a Tom Stoppard que escribió películas como Shakespeare in Love, El imperio del Sol, Brazil y otras, además de una vasta trayectoria escribiendo obras teatrales.

–       El personaje de Levin era una versión autobiográfica de Tolstoi

–       El 90 por ciento de la película fue filmada en los Shepperton Studios, en las afueras de Londres, y el 10 por ciento restante en las calles de San Petersburgo y de Moscú, en Rusia.

–       James McAvoy, Saoirse Ronan (Kitty), Cate Blanchett, Benedict Cumberbatch, y Andrea Riseborough rechazaron los papeles que se les había ofrecido para esta película.

–       La cinta es la tercera colaboración entre el director Joe Wright y la actriz Keira Knightley.

–       La película ganó el Oscar por Mejor Diseño de Vestuario en la pasada entrega.

–       Cuenta con las actuaciones de Kinghtley, Jude Law, Aaron Taylor-Johnson, Alicia Vikander, Emily Watson y Kelly Macdonald.

–       Se filmó durante 12 semanas, en 100 escenarios diferentes, en 240 escenas y 83 diálogos.

–       Los actores también trabajaron con la profesora de dialecto Jill McCullough; además, algunos tuvieron que aprender a montar a caballo y a manejar armas. Casi todos ensayaron muchísimas horas con el coreógrafo hasta aprender a controlar las secuencias de baile en su conjunto y los movimientos de cada uno. La danza es un elemento primordial en ANNA KARENINA, unos 25 bailarines profesionales aparecen en diferentes momentos como aristócratas en un baile o en una velada, como criados, como bailarines exóticos en una decadente «boîte» francesa e incluso como funcionarios.

–       Con el fin de incrementar la sensación «rusa» del rodaje, cientos de extras rusos afincados en el Reino Unido se unieron al reparto.

–       «Rodamos con objetivos anamórficos que requieren algo más de luz, pero nos inclinamos por una iluminación un poco anticuada, e incluso usamos focos de tungsteno», sigue diciendo. La iluminación es como la de un teatro, para lo que fue necesario un especialista que controlara las luces según las indicaciones de Joe Wright y Seamus McGarvey, con cambios sutiles de una escena a otra para realzar los momentos dramáticos.

–       Dario Marianelli compuso valses y mazurcas mucho antes de que se filmaran las secuencias para que Sidi Larbi Cherkaoui pudiera planificar la coreografía correspondiente.

–       Los exteriores de la casa de verano que alquila Karenin se rodaron en el impresionante parque de Hatfield House, en Hertfordshire, que data de la época jacobea y al que pertenece el laberinto donde juegan Anna y su hijo.

–       Los actores y el equipo volaron hasta San Petersburgo, donde tomaron un tren nocturno antes de un recorrido final de seis horas en coche para llegar al lago Onega. Allí hicieron frente a temperaturas sumamente bajas que les obligaron a rodar muy poco tiempo seguido para no dañar el equipo. Pasaron la noche en la isla y ninguno se atrevió a dar un paseo nocturno al enterarse de que había lobos hambrientos…

LITERATURA: El libro del fantasma (extracto)

El libro del fantasma

A continuación un extracto de El Libro del Fantasma (1999) obra del argentino Alejandro Dolina.

Para los que no están familiarizados con Dolina, se trata de un escritor, periodista, locutor de radio, músico y actor. De influencia claramente borgeana, Dolina tiene un estilo particular que mezcla el humor con el desasosiego. Considera la vida una tragedia en sí misma, sufre de un miedo patológico a la muerte y a la vejez que lo ha llevado a operarse el rostro obteniendo inquietantes resultados.

Ha creado un universo en el que Manuel Mandeb (personaje ficticio) tiene ya una personalidad reconocida y aparece en la mayor parte de su obra. Elegimos este extracto por ser de amena lectura y con un buen manejo del humor.

INSTRUCCIONES PARA ABRIR EL PAQUETE DE JABÓN SUNLIGHT

-Trabajo realizado por Manuel Mandeb por encargo de la agencia de publicidad Vivencia.

1) Busque la flecha indicadora.

2) Presione con el dedo pulgar hasta que el cartón del envase ceda.

3) Disimule. Soy un joven escritor que no tiene otra ocasión que ésta de conectarse con las muchedumbres. Usted finja que sigue abriendo este estúpido paquete y yo le diré algunas verdades.

4) Los vendedores de elixir nos convidan todos los días a olvidar las penas y mantener jubiloso el ánimo. El Pensamiento Oficial del Mundo ha decidido que una persona alegre es preferible a una triste.

5) La medicina aconseja cosmovisiones optimistas por creerlas más saludables. Al parecer, la verdad perjudica la función hepática.

6) Viene gente. Siga la línea de puntos en la dirección indicada por la flecha.

7) Escuche bien porque tenemos poco tiempo: la tristeza es la única actitud posible que los compradores de este jabón pueden adoptar ante un universo que no se les acomoda. Toda alegría no es más que un olvido momentáneo de la tragedia esencial de la vida. Puede uno reírse del cuento de los supositorios, pero éste es apenas un descanso en el camino. Uno juega, retoza y refiere historias picarescas, solamente para no recordar que ha de morirse. Ese es el sentido original de la palabra diversión: apartar, desviar, llamar la atención hacia una cosa que no es la principal.

8) Conversar acerca de estos asuntos es considerado de la peor educación. Los comerciantes se escandalizan, las personas optimistas huyen despavoridas , los maximalistas declaran que la angustia ante la muerte es un entretenimiento burgués y los escritores comprometidos gritan que la preocupación metafísica es literatura de evasión. Al respecto, mientras le recomiendo que no deje el paquete de jabón al alcance de los niños, le juro que todo lo que se escribe es de evasión, menos la metafísica: las noticias políticas, los libros de sociología, los horarios del ferrocarril, los estudios sobre las reservas de petróleo, no hacen más que apartarnos del tema central, que es la muerte.

9) Calcule 100 gr. de jabón por cada kilo de ropa sucia.

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10) Cuánto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza. Por eso, las exhortaciones a la alegría suelen proponer la interrupción del pensamiento: «es mejor no pensar…». Casi todos los aparatos y artificios que el hombre ha inventado para producir alegría suspenden toda reflexión: la pirotecnia, la música bailable, las cantinas de la Boca, el metegol, los concursos de la televisión, las kermeses.

11) Separe la ropa blanca de la ropa de color. Y entienda que la tristeza tiene más fuerza que la alegría: un hombre recibe dos noticias, una buena y una mala. Supongamos que ha acertado en la quiniela y que ha muerto su hermana. Si el hombre no es un canalla, prevalecerá la tristeza. El premio no lo consolará de la desgracia. Byron decía que el recuerdo de una dicha pasada es triste, mientras que el recuerdo de un pesar sigue siendo pesaroso.

12) No mezcle este jabón con otros productos y no haga caso de los sofistas risueños. Tarde o temprano alguien le dirá: «Si un problema tiene solución, no vale la pena preocuparse. Y si no la tiene, ¿qué se gana con la preocupación?». Confunde esta gente las arduas cuestiones de la vida con las palabras cruzadas. La soledad, la angustia, el desencuentro y la injusticia no son problemas sino tragedias, y no es que uno se preocupe sino que se desespera.

Lloraba Solón la muerte de su hijo.
Un amigo se acerca y le dice:
-¿Por qué lloras, si sabes que es inútil?
-Por eso- contestó Solón- porque sé que es inútil.

13) No está tan mal ser triste, señora. El que se entristece se humilla, se rebaja, abandona el orgullo. Quien está triste se ensimisma, piensa. La tristeza es hija y madre de la meditación. Participe del concurso «Vacaciones Sunlight» enviendo este cupón por correo.

14) Ahora que se fue el jabonero, aprovecharé para confesarle que suelo elegir a mis amigos entre la gente triste. Y no vaya a creer el ama de casa Sunlight que nuestras reuniones consisten en charlas lacrimógenas. Nada de eso: concurrimos a bailongos atorrantes, amanecemos en lugares desconocidos, cantamos canciones puercas, nos enamoramos de mujeres desvergonzadas que revolean el escote y hacemos sonar los timbres de las casas para luego darnos a la fuga. Los muchachos tristes nos reímos mucho, le aseguro. Pero eso sí: a veces, mientras corremos entre carcajadas, perseguidos por las víctimas de nuestras ingeniosas bromas, necesitamos ver un gesto sombrío y fraternal en el amigo que marcha a nuestro lado. Es el gesto noble que lo salva a uno para siempre. Es el gesto que significa «atención, muchachos, que no me he olvidado de nada».

NOTA: Las instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight fueron rechazadas.

TRES: Fabiola Morales

41IUupPikvL._SL500_AA300_Un Libro: Los perros de Tesalónica ( Kejll Askildsen, editorial Lengua de Trapo, 2008) un libro de relatos cortos y contundentes, escenarios plagados de bosques nórdicos, fiordos y botellas de vino  tinto que son consumidas sin cesar por los protagonistas. Askildsen es un maestro en el realismo sucio que tanto caracterizó a Carver. En ningún otro, como en este autor, lo no dicho cobra el poder máximo del significado. Cada palabra escrita está en su justa medida.

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Un Lugar: Aokigahara, El bosque de los suicidas (Fuji Shin , Japón) El bosque de Hansel y Gretel contemporáneo, pavoroso y brutal.  Me atormenta desde el día en que pisé sus tierras. Quizá porque no me lo esperaba, no había ido a buscar un lugar en el que hubieran dos caminos perfectamente señalizados (uno para las suicidas y otro para los turistas). Nosotros solo queríamos ver el monte Fuji y de pronto estábamos  ante un letrero que decía “Alto, antes de seguir por este camino, piensa en tus seres queridos…” Los japoneses van a encontrarse con la muerte allí desde la antigüedad; primero fue la gente pobre que dejaba en él a los niños y a los ancianos que no podían alimentar, y luego, poco a poco, los citadinos fueron apareciendo cargados de cuerdas, pastillas para dormir o venenos. Dicen que el 95% de los cuerpos se encuentran en el primer kilómetro, lo cual demuestra que uno puede querer morir pero, otra cosa distinta es querer ser olvidado.

dia de muertos en patzcuaroUna fiesta: El día de los Muertos,  (México, Bolivia, Ecuador, Colombia, China, Japón, o cualquier lugar que lo celebre) Festejar el  dolor, la ausencia de los cuerpos, restablecer los lazos para siempre rotos. Llenar la noche de colores, transgredirla con las flores. Creer que siempre se puede volver atrás, que incluso y en la muerte se puede regresar al punto inicial. Por unas horas, y como nunca, confiar.

*Fabiola Morales es una escritora cochabambina. Vivió en México y actualmente reside en Barcelona, España, donde realizó el Master en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra. En 2001 ganó el primer premio en el concurso de relatos Casablanca en Cochabamba. Relatos suyos han aparecido en diversos medios. El 2012 publica el libro La región prohibida (Editorial Nuevo Milenio), que consta de 8 relatos.

TRES: Alejandra Alarcón

Literatura: Recomendaría casi todos los libros de Haruki Murakami.En especial: Crónica del pájaro que el daba cuerda al mundo, Tokio blues, Kafka en la orilla, Al sur de la frontera, al oeste del sol. Murakami logra transitar oscilatoriamente por mundos oníricos y reales —sin importar si sucedió o no, si existe o no, pues quizá todo en el relato sea, finamente, una metáfora de estados emocionales. Sus personajes femeninos quebrados, fragmentados, que reflejan definitivamente algo universal con lo que uno no puede dejar de identificarse –sobre todo si una es femenina y fragmentada. Además, está su fijación con los gatos, con la espera, con la música —todos sinónimos, cuando uno se pone a pensar en ello.

Haruki Murakami

Y bueno no me puedo quedar sin mencionar a Carlo Padial (Dinero Gratis), Boris Vian (El arrancacorazones), Paul Auster (la invención de la soledad). Y de teoría sociológica – filosófica: Onfray, Camille Paglia, Baudrillard, Argullol, Zizek.

Cine: Son tantos que me daría mucha tristeza no poder ponerlos a todos, pero me enfocaré sólo en dos, que son los últimos que me han impactado, no sin antes mencionar a los de siempre a los infaltables: Wong kar wai, David Lynch, Lars von Trier, Giorgos Lanthimos.
Miranda July es una artista visual, música, escritora, actriz y directora de cine estadunidense. Llegué a ella gracias a mi amiga Khalo Dadanoias que me regaló el DVD insistiendo en que no podía seguir viva sin haberla visto. Y efectivamente me cautivó. Y sigo viva.

Miranda July Lo que me encanta de ella es que en su obra, con independencia del formato en el que se presente (no sólo en sus películas) ocurren todo el tiempo un sinfín de metáforas visuales, abstracciones y sutilezas, construidas con lo más simple, con casi nada. Son pequeños performances que acontecen en medio de la vida cotidiana, en una realidad supuestamente minada de sentidos, pero que ella utiliza metódicamente, asignando otros sentidos a las cosas, a los movimientos, a los gestos, a los objetos, y que luego usa para hacer metáforas, impregnando todo su propio lenguaje en medio de lo más sutil y cotidiano. Ella hace poesía todo el tiempo, porque lo cotidiano, en sus manos (ojos?), es poesía. Sus películas: Tú, yo y todos los demás (2005) y El Futuro (2011)
Después de ver a Miranda July uno empieza a vivir de otra forma, a también construir sentido en la realidad, y jugar, claro con los que quieran compartir el código.

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Cine: Sion Sono es un poeta y director de cine japonés. Love exposure (237 minutos intensamente cortos) , fue la primera película que vi de él: me dejó flechada así que me dedique sistemáticamente a ver todas las demás. Cada que veo una de sus películas quedo perturbada, tocada, conmovida por varias semanas, sin poder dejar de pensar en ellas, es por eso que para mí se volvió de culto.Pienso que erróneamente es considerado un director de cine de terror, porque si uno entra más en su mundo, se da cuenta que es solo una parte estética de todo lo que este autor toca. Temas como sexualidad femenina, la disfuncionalidad familiar, la brecha generacional, la religiones sectarias, el sexo, la muerte, el amor en una sociedad japonesa en la que conviven la más estricta tradición y la mas extrema locura posmoderna.

Tratar de describir el mundo de Sion Sono, siempre nos dejará con sabor a poco así que sólo queda ver sus cintas, respirar profundo y adentrarse en el mundo de este gran artista.
Suicide Club (2002), Noriko’s Dinner Table (2005), Strange Circus (2005), Love Exposure (2008), Cold Fish (2010), Guilty of Romance (2011)

Música: Matt Elliot. Su voz, su guitarra, un piano, y poderosas letras, lo que me gusta de él es que es muy natural (complejo pero natural), tiene influencias sutiles de la música mediterránea / folk, y de la música de los Balcanes, a veces me recuerda a Leonard Cohen. Lo conocí por su trilogía formada por Drinking Songs (2005), Failing Songs (2006) y Howling Songs (2008), y me volví su fan incondicional. Sus canciones lo ponen a uno en un trance especial—la mayor experiencia que te puede ofrecer un artista.

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*Alejandra Alarcón es una talentosa artista plástica boliviana. Nacida en Cochabamba, actualmente trabaja y vive en México D.F.. Ha expuesto su obra en países como Italia, Estados Unidos, Perú, China, Canadá, Argentina, Bélgica y otros.Es licenciada en Sociología, y en Artes Plásticas en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Su obra abarca dibujos, acuarelas, videos, instalaciones y objetos.

TRES: Paolo Agazzi

Música:  Para los nostálgicos de los QUEEN y de Freddy Mercury (¿Y por qué no?: de Nirvana, pasando por Jeff Buckley, Deftones, etc ,etc)  recomiendo51Tf346S0uL._SL500_AA300_  el más reciente trabajo de la banda británica MUSE: The 2nd Law.  Puedes amarlos y detestarlos, pero jamás te dejan indiferentes, porque  los MUSE no son una banda de medias tintas: la grandilocuencia, el pop-rock descarado de los ’80, la música épica-operística, la oscuridad de las letras……  son  una mezcla poderosa y provocadora  que puede  molestar  a los  puristas del rock y que, sin embargo, seguramente no te va a aburrir. Así que ponte tus auriculares, siéntate y disfruta el show.  (Nota: el tema SURVIVAL  que abre el  CD fue el himno de las últimas Olimpiadas en Londres de 2012).

La-caja-mecánicaLiteratura: Premio Nacional de Primera Novela 2.000 (compartido con Mundo Negro de Wilmer Urrelo que, posteriormente nos sorprendió con las  poderosas Fantasmas asesinos y Hablar con los perros), La caja Mecánica del chuquisaqueño Miguel  Ángel  Gálvez, es un poderoso y oscuro relato sobre  la locura, pulcramente escrito, con un rigor literario inusual en el panorama de nuestra literatura contemporánea. Una obra novedosa que se escapa de cualquier encasillamiento  y que, sin embargo coquetea con el horror con tinte gore, evitando, muy hábilmente,  caer  en los clichés y en las trampas del genero.  El final es para estómagos resistentes.  (Nota: Difícil, casi imposible  de encontrar en las librerías, se recomienda (y se reclama) a la Editorial Nuevo Milenio  una urgente y necesaria  reedición).

Cine:  El invierno de los raros,2010, dirigida por el muy joven, casi “ feto”, Rodrigo Guerrero: una joyita menor de nuevo cineafiche-el-invierno-de-los-raros argentino…. perdón, del  nuevo cine cordobés,  un intento de los cineasta de esta provincia, de romper con el monopolio cinematográfico de la capital.  El director  también guionista, maneja con una envidiable madurez y pericia cinematográfica el relato de 6 almas, 6 náufragos de la vida,  perdidos  en el pequeño pueblo de OLIVA, un pueblo de m…… donde buscar  sentido a la vida  resulta algo así como “esperar a Godot”.  Hay una calidez en la mirada de este director hacia sus personajes que conmueve, así como  la notable escena de amor entre los dos protagonista.  Cine “minimalista” al cual nos ha acostumbrado el reciente cine argentino que, sin embargo, no cae en el aburrimiento y en el “nihilismo”  argumental  de muchos  otros títulos más conocidos.  (Nota:   Recomiendo a los  colegas cineastas, sobre todo a  los más jóvenes o a los que están empezando,   ver el making of de la película).

*Paolo Agazzi Sacchini, director de cine italiano nacionalizado boliviano. Estudió Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Estatal de Milán. Posteriormente estudia guion y dirección en la Civica Scuola de Cinema, también en Milán.Luego de realizar algunos trabajos de filmación en Italia, migra a Bolivia en 1976 y se une a la Productora Ukamau dirigida por Antonio Eguino, participando en varias películas como “Chuquiago” (1977).Luego de trabajar como director de canales de televisión y realizar varias producciones para ese formato, funda su productora cinematográfica llamada Pegaso en la ciudad de La Paz. Ha dirigido Mi Socio, Los hermanos Cartagena, El Día que murió el silencio, El Atraco y Sena Quina. 
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