CINE: Nunca llueve en California (Palms, trees and powerlines)
Por: Mónica Heinrich V.
En Argentina, un actor/comediante/presentador llamado Jey Mammon fue denunciado por violación. La denuncia la hizo Lucas Benvenuto, un joven que hace años había denunciado una red de pedofilia. Lucas acusó a Jey de haberlo violado a sus 14 años. Jey, según la denuncia, tenía 32 años cuando los hechos sucedieron. Jey salió indignado a aclarar que Lucas no tenía 14 años cuando iniciaron una relación de “pareja”, sino que tenía 16. A Jey no le gusta la etiqueta de pedófilo, violador o pederasta. Al hacer esa aclaración (eran 16 y no 14) legalmente queda fuera de lo que la justicia argentina considera violación. Ya que la relación de “pareja” no la puede negar por las pruebas, en las entrevistas que ha dado habla sobre el “vínculo” lleno de amor y respeto que había entre los dos. Jey aún no se da cuenta (o finge no darse cuenta) de lo creepy/anormal que es que él como un adulto de 32 haya tenido/buscado/aceptado una relación con un chico de 16 años.
En Nunca llueve en California, Lea (Lily McInerny) de 17 años inicia una relación con Tom (Jonathan Moss Tucker) de 34 años. En pantalla desfila el cliché del predador. Ese que se convierte en solaz del menor de edad. Lea proviene de un hogar disfuncional, con un padre ausente y una mamá que lleva parejas a su casa que a la adolescente no le gustan. Lea es una chica sola, sin hobbies, sin pasiones, ya tiene relaciones sexuales con otro chico de su edad, pero ni siquiera las disfruta. Lea vive una vida en la que ella no es protagonista y en la que nunca recibe atención real ni de familiares, ni amigos. Tampoco tiene planes a futuro, no hay una sola referencia a lo que sueña estudiar o en lo que sueña convertirse. Todo es un sinsentido. Entonces llega Tom, un tipo que le dice que es hermosa, que le asegura que adora pasar tiempo con ella, un tipo que le pregunta qué desea hacer, que trata de complacerla, de hacerla sentir especial. Este es un adulto (hago hincapié en lo de adulto) seduciendo a una menor de edad.
Jamie Dack ya hizo un cortometraje homónimo con la misma historia en el 2018 y decidió que daba para extenderlo a un largometraje. El tono de la película es íntimo. De hecho, una de sus virtudes sería esa. Lo cotidianas que se sienten las escenas. Lea sale con sus amigos. Se droga. Bebe. Conversa con su mejor amiga de secretos y chismes. Pasa más tiempo fuera que dentro de su casa. Este tiempo muerto o aburrido en la pantalla podrá alejar a algunos espectadores, pero en realidad es necesario para que se entienda cómo o por qué Lea se engancha con Tom.
Tom aparenta ser un hombre de mundo, le dice que vive libre como el viento, que hace lo que quiere y cuando quiere, que ella es diferente a las otras chicas. Cuando se descubre que Tom vive en un motel de mala muerte, en un cuartucho que podría ser el cuarto de despensa de la casa de Lea, la seducción ha avanzado tanto que Lea aún sintiéndose incómoda decide seguir con él. Hay un juego de co-dependencia que ha sido abierto por Tom y que le servirá para que Lea pase por alto todas las alarmas sobre la relación.
El guion de la película co escrito por la directora y Audrey Findlay, explora de manera sutil cómo Lea va siendo envuelta por Tom. La historia se basa en las vivencias de Jamie, que en su temprana juventud tuvo una relación con un hombre mucho mayor. Relación que en el contexto del #metoo se obligó a revisar.
Los primeros dos actos de Nunca llueve en California nos hacen pensar en Jey Mammon o en el productor de Timbiriche Luis de Llano, acusado por la cantante Sasha Sokol de abuso sexual al haber sido su “pareja” cuando ella tenía 14 años y él 39. A Luis de Llano tampoco le gusta la etiqueta de pedófilo, violador o pederasta y defiende su pasado como una relación “llena de amor y respeto”.
La película, en esos dos primeros actos, es algo rutinaria y cliché. No hay nada que suceda en pantalla que no hayamos visto hasta en un telefilm de baja calidad sobre abusadores de menores. Quizás porque el modus operandi de estos sujetos siempre el mismo. Sin embargo, Jamie Dack está acompañada de la poderosa fotografía de Chananun Chotrungroj que imprime belleza en las soleadas tardes que Lea pasa con Tom. En las noches en las que la chica no quiere estar en su casa. En las conversaciones manipuladoras que son vivenciadas por ella como charlas románticas. Hay nostalgia en la visión de Jamie. Nostalgia por esa niña que se aferra a un adulto enfermo.
El tercer acto viene con sorpresas. El daño que uno piensa que Tom le hará a Lea es más que el de una relación inapropiada entre un menor de edad y un adulto. Es más que las ganas de un pedófilo de enredarse con una niña. En ese momento, la cosa tranquila y rutinaria que Jamie venía exhibiendo en pantalla se convierte en algo oscuro y cruel. Jamie pone toda la carne en el asador. Lea, que no es tonta, tendrá que tomar ¿decisiones?
En ese signo de interrogación es donde puede descansar el debate que la película sugiere ¿Hasta dónde la vulnerabilidad y la manipulación permiten que esas decisiones sean realmente decisiones?
Jamie, que hasta el momento seguía el manual del abuso de menores, no tiene piedad con Lea y concluye la película con una escena triste que te llena de impotencia. Ciertos espectadores mirarán con incredulidad los minutos finales, pero si repasás la película en tu mente sabrás que ese final no está lejos de muchos finales.
Lo mejor: grandes actuaciones y un final alejado del final feliz La escena: el cuarto de hotel y, claro, la última llamada Lo más falsete: … El mensaje manifiesto: los niños/adolescente no toman decisiones y ya El mensaje latente: el adulto es siempre responsable de actuar como un adulto El consejo: ni en adultos ni en gente de tu misma edad «no conozco a nadie como vos» El personaje entrañable: Lea El personaje emputante: Tom y el otro viejo perver El agradecimiento: porque no tiene un final masticado.