CINE: Aftersun

Por: Mónica Heinrich V.

(contiene spoilers)

David Foster Wallace decidió que vivir no valía la pena en el año 2008. Tenía 46 años. Su obra está cargada con referencias a sus adicciones, a su depresión, a ese tormento que a veces le significaba la vida. Y fue él, precisamente, quien en las páginas de su obra cumbre La broma infinita, dio una de las definiciones más certeras del suicida, del depresivo. Dijo (palabras más, palabras menos) que el suicida se siente como quien está en un rascacielos en llamas, y que en algún momento las llamas serán tan insoportables que preferirá saltar. El terror a las llamas es mayor que el terror a caer. Caer, de alguna manera, significará terminar con la angustia, con la amenaza del fuego. Es desgarrador.

En Aftersun vemos a Calum (Paul Mescal) en lo alto del edificio, con las llamas carcomiendo los cimientos. La película está filmada con delicadeza, con nostalgia, con esa intimidad del que cuenta una historia honesta. Charlotte Wells, la directora y guionista, recopila recuerdos de su infancia, de su padre (al que perdió a sus 16 años), de su entorno y los coloca en pantalla a través de Calum y Sophie (Frankie Corio) que interpretan a un joven padre y a su hija en las últimas vacaciones que compartirán juntos.

Y más allá del edificio en llamas, y las sutiles referencias al errático comportamiento de Calum, está el vínculo, los abrazos entre padre e hija, el ponerse bloqueador en una soleada piscina, las charlas sobre lo qué querías ser cuando tenías once años, y es imposible (nuevamente, más allá de las llamas) no pensar en nuestros propios padres, en nuestros propios vínculos, en nuestros propios abrazos, en nuestros propios recuerdos. Porque la memoria funciona mejor que una cámara filmadora. Y mientras ves el trabajo de Charlotte viajás a las vacaciones que tuviste alguna vez, a esa niñez perdida y no perdida.

Aftersun es un coming of age. Sophie está en un resort en el que podrá relacionarse con chicos mayores, está en una edad en la que ya puede percibir las diferencias que existen a nivel económico, está en el momento de resignación en el que sabe que sus padres no volverán a estar juntos, está en esa etapa de la vida en la que puede pasar algo malo, pero igual disfrutará de las pequeñas cosas. Y también está la inocencia de Sophie que no ve las llamas, que no ve el edificio, que no ve a Calum al borde de la noche. Y todo sucede en un lugar paradisiaco, exótico, en Turquía, y todo queda registrado en una cámara filmadora y en nuestras mentes.

El guion es sencillo. Su único objetivo es mostrarnos el vínculo padre e hija, y darnos indicios de lo que sucede internamente con Calum. Sus piruetas en el balcón, sus cambios de estado de ánimo, el champarse de noche en el mar, la compra cara, la postal. Esa sutileza se destruye con la banda sonora, cuando un eufórico Calum baila Under Pressure (Queen y David Bowie) y escuchamos la letra: That’s the terror of knowing what this world is about, Watchin’ some good friends screamin’, «Let me out» (Esto es lo terrorífico de saber de qué va este mundo. Viendo a algunos buenos amigos gritando «déjame salir») o cuando la niña canta Losing my religion (R.E.M)…

Aunque no comparta ese “comentario” adicional que hace Charlotte remarcando las escenas con esas canciones, emocionalmente funciona y funciona por la poderosa química que hay en pantalla entre Paul Mescal y Frankie Corio. Ves la complicidad, la naturalidad de esa relación ficticia padre-hija. Hay comodidad en las actuaciones, tanto que ambos logran eso que a veces es tan complicado lograr: que nos olvidemos que es una película.

Y mientras más nos olvidamos que es una película, más podemos acercarnos a las llamas que rodean a Calum. Habrá momentos, claro, que nos regresen al artificio del cine. Veremos la mano de la directora interviniendo con el río de emociones que ha conseguido generar, por ejemplo: en las escenas de Sophie adulta que simulan la discoteca, las escenas que nos hacen notar que es un flashback, todo aquello que rompe con la cosa orgánica y compleja que existe en el restort, donde viven la versión joven y atormentada de Calum y la versión infantil de Sophie. Pero no importa, podemos dejarlo pasar.

El trabajo de fotografía de Gregory Oke, me dice que entendió perfectamente lo que había que hacer. Oke, a veces, huye del primer plano y nos da tomas generales, hermosas, de Calum y su hija conversando de cosas importantes sin que les veamos las caras. Oke, a veces, usa el primer plano para mostrar la dulzura, las sonrisas, las manos, los abrazos, las caricias. Oke, a veces, decide presentar el drama sin regodearse en él, como cuando solo tenemos la espalda desnuda de Calum y escuchamos su angustia. Qué importante es para el relato.

Y cuando llega el final (porque todo tiene un final, todo termina) ya podés sentir las llamas. Las ves claramente. Sentís su furia y su poder destructor. Y el corazón entiende aquello de Aftersun (que significa atardecer) y sufrís, te rompés, por Sophie, por Calum. Una parte tuya se queda con la polaroid congelada de ambos felices, sonrientes en esos soleados paisajes turcos. Under Pressure vuelve a sonar (con Melt Miami) y lo reafirma: Este es nuestro último baile.

Lo mejor: Hermosamente filmada, hermosamente actuada Lo peor: algunos remarcados y, claro, las llamas…siempre las llamas  La escena: la charla de los 11 años; otra cuando Sophie le dice que a pesar del día lindo que tuvieron ella siente como un bajón; otra, la primera vez que bailan Under pressure Lo más falsete: algunos remarcados El mensaje manifiesto: tener el deseo y la necesidad de vivir pero no tener la habilidad El mensaje latente: nuestra patria es la infancia El consejo: se puede combatir las llamas, no es fácil, pero se puede El personaje entrañable: Sophi, Calum…ambos El personaje emputante: las llamas, siempre las llamas El agradecimiento: por las fotos que congelan esa felicidad tan esquiva.

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