LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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MÚSICA: Hablemos acerca de Jonny

Por: Eva Sofía Sánchez

Viejo, tengo el disco – me dice Roberto por teléfono – Venite, estoy con Max.

Para allá voy. Tengo 19 años. Tomo un taxi y entro a la casa. Ingreso a la habitación. Sostengo el álbum en mis manos. Observo la portada. ¿Es eso una montaña? Coloco el disco en el equipo de música. Aprieto play. Escucho. Durante una hora, sólo escucho. Teclados vibrantes, instrumentos de viento, ritmos electrónicos, guitarras acústicas, orquestas inquietantes y la zozobra vocal de Thom Yorke. Elevo el volumen. Muevo la cabeza al ritmo de la electrónica. Cierro los ojos. Por momentos, sonrío. Escalofríos. Tras el acorde final, nos miramos y opinamos: ‘Es como ‘Instituciones’, dice Roberto. ‘Hicieron lo que les dio la gana’, dice Max. ‘Son los Pink Floyd de nuestra generación’, exagero yo.

Luego, silencio en la habitación.

Jonny Greenwood tenía 29 años cuando Kid A salió a la venta.

Durante su niñez en Oxford (Inglaterra) disfrutó de los conciertos de Mozart y también de algunas canciones de Simon y Garfunkel. Las escuchaba en el automóvil de su padre, mientras lo llevaban al colegio. El primer instrumento que aprendió a tocar fue la flauta. Si no había música disponible, su oído buscaba ruidos de motores. Autos, motocicletas, camiones, aviones que cruzaban los cielos. Intentaba construir melodías con esos sonidos metálicos.

Participó en varias orquestas de adolescentes. Tocaba la viola. Inició estudios de música del más alto nivel en la universidad y estaba a punto de inscribirse a un nuevo año de colegiatura cuando, de improviso, su plan de vida cambió.

La banda de rock en la que tocaba la guitarra había conseguido un contrato multinacional.

Se llamaban (se llaman) Radiohead. Esto sucedió en 1991.

Un año más tarde ya ofrecían conciertos en el resto de Europa y Estados Unidos. Cada disco nuevo era una sensación. Jonny, el muchacho que estaba destinado a las orquestas, se había convertido en una estrella de rock… hasta que llegó Kid A, el disco que cambió todo.

Tras el éxito del anterior álbum la banda decidió cambiar. Era el año 2000. Jonny pisaba los 30. Ya no querían más rock. Ya no más canciones condescendientes. Ya no más caminos seguros. Decidieron caminar por las cornisas. Jonny, entonces, puso en práctica sus aprendizajes musicales. Escribió arreglos de cuerdas y vientos para las canciones del nuevo disco. Algunas de sus composiciones fueron tan potentes que elevaron los temas hasta alturas improbables (escuchar ‘How to dissappear completely’, por favor).

Desde ese año en adelante Radiohead fue otra banda y el pequeño Jonny… otro músico.

Experimentó con bandas sonoras. En 2003 fue nombrado compositor residente para la Orquesta de la BBC. En 2007 compuso la música para el filme ‘There Will Be Blood’, de P.T. Anderson (escribir en Youtube ‘Oil Rig Explosion Scene’ para ser testigos de la potencia de su trabajo, por favor).

Escribió más música para filmes (‘Norwegian Wood’, ‘We need to talk about Kevin’, ‘The Master’, entre otras) y en 2014 tuvo el privilegio de interpretar una selección de sus composiciones junto a la London Contemporary Orquestra.

A principios de 2018 Jonny Greenwood fue nominado a un Globo de Oro por la banda sonora del nuevo filme de P.T. Anderson, Phantom Thread.

Nada mal para el guitarrista de una banda de rock, ¿no?

Recibo un mensaje en mi casilla de correo. Me informa que Radiohead viene para Sudamérica. De inmediato pienso en Jonny, en su larga y delgada presencia sobre el escenario, sus cabellos indescriptibles, su rostro esquelético, su energía eléctrica. Le escribo un mensaje de texto a Roberto.

– Viejo, ¿Vamos a ver a Radiohead?

MÚSICA: John Lennon

Por: Eva Sofía Sánchez

En la portada de Double Fantasy, John y Yoko unen sus labios y cierran los ojos. El esbozo de una sonrisa se hace visible en sus rostros. La mano de John toma con delicadeza la nuca de Yoko. Ella exhibe unos sencillos aros de plata y un collar con un pequeño corazón. Él usa el cabello un tanto largo, tal y como lo tenía en las primeras épocas de Los Beatles. Ambos visten ropa oscura. La imagen está registrada en blanco y negro. Es 1980.

Si una fotografía retratase al amor, podría ser esta.

Para Lennon (ex Beatle, estrella de rock desde los 22 años, activista por la paz, ‘enfant terrible’ de los escenarios, provocador profesional), la década de los 70 se dividió en dos etapas. La primera transcurrió hasta 1975 y estuvo colmada de música, escándalos y excesos. Lanzó su primer disco solista, inspirado en la terapia del grito primal. Compuso ‘Imagine’. Lideró campañas contra la guerra. Pero lo que definió esta época fue el ‘fin de semana perdido’. Durante dieciocho meses Ono y Lennon se separaron. Él se mudó a Los Ángeles con otra mujer. Grabó un disco junto a un Phil Spector paranoico y recluso. Produjo canciones para un David Bowie narcotizado. Registró otro álbum compuesto por clásicos del rock and roll. Formó un dúo alcohólico con Keith Moon, baterista de The Who. Fue expulsado de bares y hoteles.

Así fue hasta 1975, cuando Ono lo aceptó otra vez en el edificio Dakota. Inició entonces la etapa del ‘padre y panadero’. La pareja tuvo un hijo y le llamaron Sean. Yoko se encargó de los negocios de la familia. John se quedó en casa para criar al bebé. No concedió entrevistas. No produjo nueva música. Se mantuvo alejado de los escenarios. Durante esos años, alcanzó la paz que ansiaba encontrar desde sus 22, cuando se convirtió en un Beatle y algo dentro de él dejó de pertenecerle.

En 1980 la pareja lanzó Double Fantasy. El disco presentó algunas de las canciones más emblemáticas y sinceras del Lennon solista, como ‘Woman’, ‘Im losing you’, ‘Beautiful boy’ y ‘Watching the wheels’. Tal vez uno de los temas más representativos fue ‘(Just like) starting over’. En él cantó: ‘Nuestra vida; juntos. Es tan preciosa; juntos… Extendamos nuestras alas y volemos ’.

Fue un álbum que habló de la familia y el amor.

En una entrevista para la revista Playboy, realizada poco antes del lanzamiento del disco, un periodista le preguntó: ‘¿Cuál es el sueño de los ochenta, Jhon?’ Él respondió: ‘Tú produces tu propio sueño… No hay nada nuevo bajo el sol. Yo no te puedo despertar. Tú te puedes despertar. Yo no te puedo curar. Tú te puedes curar’.

Double Fantasy salió a la venta poco tiempo después de la entrevista. Tres semanas más tarde, a las once de la noche del 8 de diciembre de 1980, Lennon fue asesinado mientras ingresaba a su hogar. La historia del hombre que le quitó la vida y sus motivos dieron pie a especulaciones e historias macabras. Esa noche, el mundo sintió que parte del sueño de los ochenta se fue con él. Había encontrado la serenidad y el equilibrio; había aceptado la familia y el amor. Estaba en paz. Tal vez fue un buen momento para extender las alas y volar.

MÚSICA: Mis amigos y Roger

Por: Eva Sofía Sánchez

Mis amigos lo hacían al menos dos veces por año. Cargaban las mochilas, las carpas, los parlantes y la bandera. Siempre la bandera. Cogían el autobús y viajaban. Entre cerros y rocas, al lado del río. Veinte kilómetros antes de llegar al pueblo iniciaban la caminata. En la segunda caída de agua, se bañaban. Tomaban el sol sobre la arena mojada. Luego continuaban. A través de senderos angostos, bajo el día, entre las malezas. A veces, fumaban. Alcanzaban una cima y la rebasaban. En la tercera, la más alta, tiraban las mochilas sobre la grama. Admiraban el mundo verde allá abajo. Las cicatrices de la tierra, el atardecer naranja. Armaban las carpas. Clavaban la bandera en el piso y ella ondeada. Blanca y larga, ondeaba. Con dos negras palabras escritas a mano: Pink Floyd. Encendían los parlantes y escuchaban. Se tiraban de espaldas y cantaban.

Hace un par de meses Roger Waters lanzó un nuevo disco. Le tituló ‘¿Es esta la vida que en verdad deseamos?’. Una de las canciones se llama ‘Wait for her’ y es un tema despojado de grandilocuencia. Voces, piano y guitarras acústicas, nada más. El video presenta a una mujer que, frente a un espejo, enciende un cigarrillo. Está dentro de un cuarto de maquillaje. De su cartera extrae dos fotografías. Muestran rostros de niños. El piano marca una cadencia en escala de Sol. La voz de Roger dice: ‘con siete almohadones puestos, quédate en calma y espera’.

Las palabras pertenecen al poeta palestino Mahmoud Darwish. Las escribió para ‘Lecciones de Kamasutra’. Se trata de un poema que relata una sensual espera. Darwish nació en 1941. Cuando niño, su aldea desapareció tras un bombardeo. Vivió en Líbano, Israel, Rusia, Egipto, Francia y Túnez. Durante veinte años construyó su obra. Habló acerca del exilio, la tragedia palestina, las mitologías de Oriente y los fantasmas.

Hacia el final del video la mujer se coloca un vestido negro. Su hombro izquierdo muestra piel quemada. Se abriga con una mantilla y mira su reflejo. Roger canta: “Habla suave, así como una flauta lo haría con un violín”. Ella enciende otro cigarrillo y llora.

Hoy día mis amigos despertaron con las primeras luces de la madrugada. Se dirigieron a sus respectivos trabajos. Al mediodía almorzaron con sus familias. Miraron los ojos de sus esposas. En algún momento, tomaron a sus hijos en brazos. Tal vez los cobijaron en sus camas. Llegada la noche abrieron una botella de vino o bebieron algo de cerveza. Cada uno dentro de su hogar. Quizá fumaron. Salieron a sus balcones, patios, porches, calles. Se colocaron los audífonos y escucharon. Esperaron.

Esta nota salió publicada en el suplemento cultural Brújula (periódico El Deber) el sábado 14 de octubre.

MÚSICA: Chris Cornell

El hombre cuchara, un recuerdo de Chris Cornell

Por: Eva Sofía Sánchez

Nadie sabe a ciencia cierta cómo inició su apego a las cucharas. Muchas cosas se dicen en Seattle. Algunos insinúan una niñez tan paupérrima que los cubiertos familiares fueron los únicos juguetes que tuvo a disposición. También se ha escuchado cierta teoría acerca de un padre amante en exceso del whisky, una madre obesa y algunas actividades turbias dentro de la casa rodante donde vivían.

Todo es posible en las esquinas de la gris ciudad.

Cualquier dato ayuda a elevar el mito del hombre que hace música con cucharas. Cientos de ellas dentro de estuches plomizos, dispuestas en orden sobre cualquier acera húmeda del centro de la urbe. El cuerpo musculoso, un corte mohawk, los ojos ennegrecidos, pies descalzos, camiseta sin mangas y un pantalón de tela blanca que, a pesar del smog, parece recién salido de alguna tintorería.

Le llaman Artis. Se hace llamar Artis. Responde al nombre de Artis y todas las tardes, en cualquier punto de la ciudad, crea ritmos con instrumentos metalizados que, en manos de otros, servirían apenas para alimentar estómagos vacíos.

Nació en Alaska. Eso es algo que Artis no oculta. No es un secreto que fue marinero en el ejército norteamericano y trabajador postal. Tocó con Frank Zappa y ése tampoco es un dato menor. Además, escribe. En 1993 publicó un libro con poemas e historias cortas de su autoría. El título fue ‘Las aspiraciones y motivaciones de Artis desde el útero hacia el vacío’.

Supe de él gracias a un video de Soundgarden. También fue mi primer encuentro con ellos. Eran los inicios de la década de los noventa. El cable y MTV acababan de llegar a Santa Cruz. De pronto había algo para mirar en la televisión. El presentador habló de la banda y de su nuevo disco. Enlistó los grupos de la movida roquera de Seattle. Nirvana, Pearl Jam, Alice In Chains. Recuerdo que la música era algo muy serio en esos años. Anunció el video. Lo transmitieron. La primera imagen fue un par de pies descalzos. Frente a ellos, decenas de cucharas de diversos tamaños y unas manos que las golpeaban. Hubo ritmo y luego inició la música. Guitarras, baterías y una voz hechizante que decía: ‘Siente el ritmo con tus manos. Roba el ritmo mientras puedas. Hombre Cuchara’.

Todo fue muy raro e inolvidable.

Más allá de lo visto aquella tarde, no averigüé otras cosas acerca de Artis. No le seguí el rastro. Sin embargo (e irremediablemente) me convertí en simpatizante de Soundgarden. Compré el disco, titulado ‘Superunknown’, aprendí las letras, escuché las canciones con los parlantes a todo volumen dentro de la habitación. El recuerdo del hombre de mohawk, manos gigantes y cucharas impensables quedó pegado a la música de la banda.

Acerca de Artis, el cantante Chris Cornell dijo alguna vez: “La canción (Spoonman) habla de paradojas: ¿quién es Artis realmente y qué es lo que la gente percibe de él? Es un músico, pero cuando lo ven piensan que es vagabundo”.

En el video de Spoonman el rostro de Artis aparece en la última toma. Sonríe y alarga su lengua. Tiene una barba de una semana y los dientes amarillos. Es imposible colocarle una edad definitiva. Puede tener más de treinta, pero no menos de sesenta años. Durante los cuatro minutos anteriores sólo reveló su cuerpo en contorsiones inexplicables, mientras que detrás, muy detrás de las guitarras y baterías, golpeaba sus cucharas veloces.

Del suicidio de Chris Cornell se dirán muchas cosas. Se hablará de su música y de los peligros de las drogas de prescripción. Se especulará acerca de motivos ocultos. Saldrán a la luz indicios y sospechas. Muchos se sorprenderán al enterarse de que la noche de su ahorcamiento haya decidido interpretar en vivo una canción titulada ‘In my time of dying’. Nada de esto, por supuesto, aplacará la incertidumbre frente a un acto tan inexplicable. Por mi lado, cuando piense en Cornell vendrá a mi mente la imagen de Artis, de quien ahora sé también que fue actor en series televisivas, participó en el ya mítico programa ‘Late Night’ de David Letterman, lanzó un disco en 1995 llamado ‘Entertain the Entertainers’ y que, además de las cucharas, toca la flauta.

LITERATURA: Sueños de trenes (Denis Johnson)

Ningún hombre es una isla… excepto que algunos sí lo son

Por: Eva Sofía Sánchez

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Sueños de Trenes’, de Denis Johnson, parece una historia muy simple. De hecho, su lectura es sencilla. Transcurre y fluye. No obstante, tal como sucede con muchas grandes novelas, habla de cosas que jamás menciona. En apenas un centenar de páginas.

Una breve sinopsis resumiría la trama en lo siguiente: Un hombre (Robert Grainier) sufre una tragedia. Tras ella se convierte en hermitaño hasta el día de su muerte.

Sí, no es más que eso (en apariencia).

La novela habla acerca de la soledad y la enmarca en sueños y alucinaciones que el autor no se molesta en aclarar si son ciertos o falsos.

Grainier es un hombre sencillo. Un jornalero que pasa sus días en la construcción de las vías del tren a principios del siglo XX en el Oeste norteamericano. Mucho se ha escrito acerca de este tema. El progreso y la sangre que trae, el papel del hombre común en el desarrollo de una nación, la inhóspita y desgraciada vida de los miserables que sudan en el servicio del comercio.

Es un tema recurrente en la narrativa, por lo tanto la riqueza de un trabajo de este tipo deberá residir en la mano del autor.

La prosa de Johnson es poética. A la vez que no pierde el tiempo en detalles, logra no sólo reflejar el olfato de la vida en el Oeste y sus múltiples personajes (un indio alcohólico, una perra solitaria, una chica-lobo, un chino que podría ser brujo) sino que nos embulle en la historia, nos lleva de la mano, guiados por un lenguaje que, a primera vista parece austero, pero se eleva con imágenes literarias destacables.

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Mientras caminaba de regreso a casa bajo la oscuridad creciente, Grainier tuvo la sensación de que se iba topando con el chino por todas partes. El chino en el camino. El chino en el bosque. El chino caminando con pasos suaves, con las manos colgándole de unos brazos que parecían sogas. El chino saliendo con movimientos danzarines del arroyo, como si fuera una araña.

Es una prosa sencilla, pero adecuada para la trama que se narra. No se trata sólo de la historia de un hombre, que de por sí es ya una empresa literaria épica, sino de la ambientación de un momento histórico. Son los años en los que el sueño industrializador se enfrentó al sueño del individuo, en los que las visiones de desarrollo sirvieron como excusa para utilizar la ‘mano de obra’ de pueblos y trabajadores. Esta es la historia de un alma que se vacía mientras a su alrededor la comunidad se llena de progreso.

Por lo tanto, el final de la vida de Greiner sucede en el olvido, como los rostros y apellidos de los héroes que construyen una nación.

Casi todo el mundo de la región conocía a Robert Grainier, pero al fallecer mientras dormía, en algún momento de noviembre de 1968, se quedó muerto en su cabaña durante el resto del otoño, y todo el invierno, y nadie lo echó en falta para nada. Un par de excursionistas hallaron su cadáver en la primavera. Al día siguiente los dos regresaron con un médico, que extendió el certificado de defunción y, turnándose con una pala que encontraron apoyada en la cabaña, los tres cavaron un hoyo en el jardín que es donde yace.

La soledad de Grainier me recuerda al poema de Jhon Donne y pienso que sí, ningún hombre es una isla, todos somos parte de un continente, aunque el anonimato y las tragedias nos lleven a revivir sucesos del pasado una y otra vez, dentro de una pequeña cabaña de madera, al lado de una perra maloliente mientras escuchamos los trenes sobre las rieles y los fantasmas nos visitan durante sueños.

Podés descargar el libro en PDF: Suenos de trenes – Denis Johnson

LITERATURA: Libertad (Jonathan Franzen)

¿Qué es Libertad?

Por: Eva Sofía Sánchez

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Suelo prestar bastante atención en clases, pero ese día en particular no dejaba de mirar el vaivén de las palmeras en el patio de la universidad. La catedrática explicaba los fundamentos de la Teoría de Sistemas y la inter relación de sus componentes. Era una mujer alta y delgada, con una voz potente y movimientos extravagantes. Lanzaba algunas preguntas al aula, escribía sobre el pizarrón, los compañeros respondían, yo miraba las palmeras. Sobre mi pupitre tenía una hoja en la que había anotado algunas ideas de la clase. En mi mano izquierda estaba el bolígrafo. Delgado, celeste, masticado. No puedo decir que mi mente estaba en otro lado. Sencillamente no estaba. Cuando bajé la mirada para observar el papel vi lo que mi mano y el bolígrafo habían dibujado: un círculo oscuro y profundo, del tamaño de un ojo.

‘Creo que estoy deprimido’, pensé.

Aquella mañana, antes de salir de casa, terminé de leer ‘Libertad’, de Jonathan Franzen.

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Mi primer acercamiento a este autor se produjo el año pasado al leer ‘Pureza’, su más reciente novela. En ella narra la historia de ‘Pip’ Tyler, una joven norteamericana altamente educada y proveniente de una familia disfuncional. La novela tiene de todo: enamoramientos no correspondidos, encuentros sexuales, dramas familiares, traiciones, secretos profundos, conflictos políticos, espionaje virtual e incluso un asesinato. Además, como bonus-track, una sección muy importante de la historia transcurre en Refugio Los Volcanes, el Hotel Cortez y la avenida Monseñor Rivero, acá mismo en Santa Cruz de la Sierra. Aparte de todo lo mencionado, descubrí en Franzen a un escritor con una prosa poderosa, seguro de sí mismo y con una gran capacidad para explorar las vidas y motivaciones psicológicas de sus personajes. Fueron alrededor de 600 páginas entretenidas, pero no mucho más.

Esa novela, sin embargo, no me preparó para el volcán de emociones que me trajo ‘Libertad’.

Libertad’ narra la historia de los Berglund, una familia tipo del Medio Oeste norteamericano. Liberales, blancos, educados y competitivos, Walter y Patty Berglund son la postal del sueño americano post 11 de septiembre. Tienen dos hijos, Jessica y Joey, una casa propia, él es un trabajador dedicado y vecino amable, ella un ama de casa pendiente de sus retoños. También es importante la figura de Richard Katz, el mejor amigo de Walter, un músico punk y misógino profesional. Hasta ahí todo bien, excepto que muy por debajo, en lo profundo de cada uno de estos seres, se cocinan emociones, recuerdos y frustraciones con las que todos nos podemos relacionar. Nos detalla el fracaso y la destrucción de una familia.

Franzen relata una historia, es cierto, pero el tema central del libro no se encuentra en lo que los Berglund hacen y dicen. Él es un tipo de novelista que usa a sus personajes y los coloca en diferentes conflictos para transmitir ‘sus ideas’. Allí está la fuerza de ‘Libertad’. Las ideas que Franzen nos pone sobre el tapete no son simples: la emancipación tiene un alto costo, solemos herir a quienes más nos aman, elegimos un camino pero siempre tendremos presente el otro no recorrido, añoraremos aquello que no podemos tener, la traición ocurre dentro de las familias y la única certeza es que todos nosotros, algún día y sin remedio, moriremos.

¿Qué debo relegar y a quienes debo destruir para alcanzar mi libertad? ¿Cuánto debo restringirme? ¿Existen los límites a la emancipación? ¿Deseo la libertad de elegir?

En las manos de un escritor ingenuo la transcripción de estas ideas sobre el papel sería un fracaso seguro. Franzen es una de las excepciones.

En el juego de las comparaciones entre esta novela y ‘Pureza’, la prosa de Franzen es mucho más potente en ‘Libertad’. El libro tiene pasajes literarios poéticos y sutiles.

Existe una tristeza peligrosa en los primeros sonidos del trabajo de una persona por la mañana; es como si la quietud experimentara dolor al verse interrumpida. El primer minuto de la jornada laboral recuerda todos los demás minutos de que se compone el día, y nunca es bueno pensar en los minutos como unidades individuales.

Sospecho que todos tenemos esa sensación al despertar cada mañana.

Tal vez la gran crítica a Franzen sea precisamente su prosa. La voz potente del autor se inmiscuye en los hechos y (como me lo mencionó una amiga mientras hablábamos de él) sentimos que Franzen no relata una historia, sino que nos la grita al oído. Es como si lo tuviéramos sobre nuestros hombros, diciéndonos constantemente: ‘esto es importante’. No es, ni por lejos, un autor incógnito. Él quiere hacernos saber que ‘esa’ es ‘su historia’ y que las ‘cosas’ que los personajes ‘dicen’ y ‘hacen’ las ‘hacen’ porque a Franzen le da la gana. En otras palabras, si lo que buscas es una novela delicada con un narrador casi invisible, este no es tu tipo.

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Por este motivo es que el libro tiene algunos pasajes que son francamente aburridos y hasta discursivos. Por ejemplo: los pensamientos de Walter acerca de la pureza de la vida natural, las charlas y explicaciones sobre las fundaciones de conservación de la naturaleza, el ‘fracking’ y la explotación de minerales, las posiciones políticas de los personajes respecto a Bush y la invasión a Irak.

A pesar de estas observaciones ‘Libertad’ es una obra trascendental creada por un escritor con maestría y seguridad. Sólo basta recordar la inolvidable escena en la que Walter pierde los estribos en medio de una importante presentación o la corta pero significativa frase final del libro para rendirnos ante la maestría del oficio de este escritor. La minuciosidad de Franzen al dar vida a sus personajes, las situaciones dramáticas en los que los coloca, los pensamientos de cada uno de ellos tienen un motivo. Franzen quería escribir una historia emotiva que alcance a la mayor cantidad de público posible. Lo logró.

Todo esto estaba dentro del hoyo que dibujé en clases. Las ansiedades, el terror frente al futuro, las decepciones por los errores del pasado, las heridas que causamos para alcanzar todo lo que deseamos. Tantos arrepentimientos e incógnitas. Cuando la catedrática me sacó de mis pensamientos con una pregunta acerca de la Teoría de Sistemas tuve el impulso de responderle: ‘¿Cuál es el propósito?’ Elegí no hacerlo y sólo dije: ‘No sé la respuesta’.

EXTRAS

Si querés leerlo descárgalo AQUÍ: Libertad – Jonathan Franzen PDF

Léelo online: https://www.yumpu.com/es/document/view/55769429/libertad-jonathan-franzen

CINE ARGENTINO: El lado oscuro del corazón

El Lado Oscuro de la Nostalgia

 Por: Eva Sofía Sánchez

A Eliseo Subiela

Era el final de un día caluroso en Santa Cruz de la Sierra. Las seis o seis y media de la tarde. Los bajos edificios del centro de la ciudad estaban bañados con luz naranja y perezosa. Sobre las losetas circulaban los micros, los autos Ladas y Ponys, las camionetas Datsun. Eran esos años.

La vi de espaldas. Cabellos rojos, largos y lacios. Piernas cortas, jean desgastado. Decidí rodear la manzana con un trote y encontrarla en la esquina siguiente. Así lo hice. Corrí con mi mochila en hombros. Trancos largos, brazos presurosos, melena al aire. Al llegar me posé sobre un auto. Piernas y brazos cruzados. Tan casual como si hubiese estado allí durante horas. Tal vez encendí un cigarrillo.

– Hola – me dijo.

Pecas, piel blanca, ojos verdes, mejillas diminutas.

– Hey – le respondí – ¿qué hacés?

– Voy al cine, ¿vamos?

– Vamos.

Atravesamos el Casco Viejo con paso lento. En esos años la ciudad aún se movía con somnolencia. Durante el recorrido cruzamos pocas palabras. Era lógico. No podía haber mucho en común entre una estudiante de segundo año de arquitectura y un colegial de segundo de secundaria. Debimos intercambiar opiniones acerca de Silvio Rodríguez, confesarnos el sueño de visitar la Cuba socialista, relatarnos nuestros pasajes favoritos del diario del Che en Bolivia, recordarnos que el fin de semana habría algún festival de trova en la ciudad. Le dije que El Amor Después Del Amor me parecía el mejor disco de Fito Páez. A ella La Verónika le arrancaba lágrimas. Sí, eran esos años.

Caminamos hasta el cine City Hall.

– ¿Qué vamos a ver? – debí preguntar en algún momento.

El Lado Oscuro Del Corazón – me respondió.

– Ah, como el disco de Pink Floyd.

La película duró dos horas. La miramos mientras compartíamos una bolsa con papitas fritas. En la primera toma aparecen un hombre y una mujer. Están tirados sobre una cama de plaza y media. Acaban de hacer el amor. Sus ropas interiores y sábanas son blancas. El cuarto está en penumbras. Hay una pequeña ventana con cortinas transparentes. Está nublado en Buenos Aires. El hombre habla:

Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias y como pasas de higos. Un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportar una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias. Pero eso sí, y en esto soy irreductible. No les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar pierden el tiempo conmigo.

Luego se inclina hacia la mesa de noche y aprieta un botón. El lado derecho de la cama se abre. La mujer que estaba a su lado cae al vacío. Él acerca su rostro al hoyo, mira en sus profundidades. Suena un melancólico saxofón.

El Lado Oscuro Del Corazón es la historia de un poeta bonaerense que busca una mujer. Quiere alguien que lo haga volar. Esa mujer existe. Vive en Montevideo y es prostituta. Se conocen, se enamoran. Finalmente vuelan. Durante su búsqueda, el poeta mantiene conversaciones (a veces profundas, otras cómicas) con la muerte, vende poemas a cambio de choripanes, sale de juerga con su amigo artista, habla con su madre convertida en vaca (tal vez otro guiño a Pink Floyd), vende alguna que otra idea a agencias publicitarias. Todo lo hace mientras recita poemas de Benedetti y Gelman, viste un saco largo y negro y jamás sonríe. Jamás.

Tras la película me dirigí a casa. Durante la noche tuve dificultades para conciliar el sueño. No pensaba en mi amiga, en la oportunidad desperdiciada, en sus sonrisas, en el aroma de su cuello. Mis pensamientos vagaban por la gris Buenos Aires, los cabellos ondulados de la muerte alta y absurda, los cuerpos sobrevolando el Río de la Plata, las manos tristes de Benedetti, poemas latinoamericanos recitados en alemán, una boca mordiendo una cereza, los pechos de la prostituta. Esa tarde dentro de la sala hubo un descubrimiento. La certeza de haber presenciado una obra de arte. Así era en esos años.

No volví a ver a mi amiga. Años más tarde me enteré que vivía en el exterior y era bailarina o algo parecido. Mario Benedetti lleva siete años muerto. Yo aún cargo una mochila, pero ya no sueño con visitar la Cuba socialista. Eliseo Subiela, el director de El Lado Oscuro del Corazón acaba de fallecer esta navidad. Tenía 71 años.

Su película no envejeció con dignidad. En nuestros tiempos la imagen del poeta trasnochado que conquista amores con un puñado de palabras resuena patética. El hombre que desecha mujeres porque no le hacen volar puede tacharse de misógino. La Buenos Aires romántica de Subiela ya se quitó el velo: no es una ciudad de artistas, es un pueblo de tragedias. La prostituta que lee a Sartre constituye una baja glamorización de la trata de blancas.

El surrealismo romántico es ridículo.

Hay nostalgias a las que no hay que retornar. Son peligrosas. Nos pueden llevar a pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Son una trampa. Ahora mismo, mientras termino de escribir este artículo, escucho a Fito Páez. Aún pienso que, lamentablemente, El Amor Después Del Amor fue su mejor disco.

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CUENTO: Quiero volar hacia el sol

Por: Eva Sofía Sánchez

[dropcap]S[/dropcap]ucederá de nuevo, como todos los días. Me tendrán agarrado y no daré pelea.

Durará unos cinco minutos y se acabará. Y pasado mañana ocurrirá otra vez y el viernes también y por eso espero que pronto llegue el fin de semana, para no ir más, y deseo que no llueva y me quiero ir volando hacia el sol.

Mañana a la madrugada, cuando despierte, ya sabré lo que va a pasar.

Mi padre entrará al cuarto, aplaudirá y gritará, ‘ándale, ándale, arriba, arriba, a despertarse, ándale y ándale’. Piensa que es gracioso, aunque en realidad es molesto. Pero funciona, eso sí. Me levantaré al tiro, porque no soporto que grite y prefiero que se calle la boca y por eso lo haré rápido.

Me limpiaré las lagañas, abriré las cortinas para ver si hace frío o calor, si hay sol o está nublado. Me ducharé, asearé y me vestiré. Durante todo ese tiempo, pensaré en lo que vendrá.

Desayunaremos juntos.

Estará mi hermana, que es rara y cotizada por sus ojos grandes y nariz chiquita y no me habla. Ni en la casa, ni en el colegio. Ya se pinta y parece que lo único que le interesa es el carnaval, la ropa y su cortejo. Vive encerrada en su cuarto y, además, es muy buena alumna. Ha ganado diplomas que mis padres enmarcan y cuelgan en las paredes de la sala. A veces, la espío cuando se cambia. Una vez las vi en calzones a ella y a su compañera, Miguela. Eran blancos y brillaban. No la entiendo en verdad. Antes tampoco nos llevábamos bien. Ni mal. Nunca nos llevamos nada. Podría no existir.

También estará mi madre, que no sé muy bien a qué se dedica y que tiene el cabello corto, la boca roja y grande y usa faldas largas que le tapan las piernas. Nos lleva y trae a todos lados. El colegio, las clases particulares, las prácticas de tenis que detesto, porque no puedo ni agarrar una raqueta y menos darle a la pelota, los cumpleaños, esas cosas. Ella está, pero a la vez, es como si no. Sus palabras favoritas son ‘vamos’, ‘andá’, ‘vení’, ‘traé’, ‘llevá’, ‘alzá’, ‘entrá’, ‘salí’. Cuando me despido de ella, que es seguido, le doy un beso y quiero darle un abrazo, pero es imposible. Pone el cachete y sólo dice ‘chau’. Ni me mira.

A veces, hace cenas con amigas que invita a la casa. Yo trato de esconderme, para no tener que saludar, pero sé que estoy obligado a bajar un rato, darles besos, escuchar que estoy creciendo, que soy muy flaquito, que pronto voy a tener corteja. Aguanto todo ello porque después me sirvo un plato de comida y me lo subo al cuarto y me lo trago encima de la cama, que es una de las cosas que más me gusta hacer.

Y bueno, ahí también estará mi padre, que se sienta siempre a la cabecera y nunca nos pregunta nada. Es un tipo grande con bigotes y debe ser importante porque tiene chofer. Su foto y su nombre han salido en el periódico. Una vez un hombre escribió un libro acerca de él y otras personas. Los acusaba de corrupción y más cosas raras. Nunca nos dejaron leerlo, pero lo encontré guardado en uno de sus cajones. Una vez fui a su oficina y era fea, sucia, olía a cigarrillos. Había una foto del alcalde colgada y lo único que él hacía era firmar y firmar hojas.

A veces viaja y la casa es más tranquila cuando no está. Puedo ver la tele a todo volumen o patear la pelota sin miedo a que aparezca y me rete porque no puede dormir o qué se yo. A menudo se queja de algo y resulta que siempre es mi culpa, porque soy un malcriado, porque soy un soberbio, porque soy un flojo, porque soy un atrevido, porque tengo que ser más hombrecito.

Y luego estaré yo, que me llamo Eduardo, tengo trece años y me dicen Chico.

Sí, soy El Chico.

Lo que a mí más me gusta hacer es mirar la tele. Mi programa favorito es el de Garabato. Las conductoras son lindas y usan bonita ropa. Me encanta que su maquillaje sea de colores. También miro Los Halcones Galácticos y el Show de Xuxa. Me gustan las botas de las paquitas y sus falditas cortas. A veces, me saco los bermudas y me quedo sólo con polera y calzoncillos y bailo como lo hacen ellas en la televisión. Una vez entré al cuarto de mi hermana y me puse uno de sus calzones blancos y me pinté los labios. Me gustó cómo se sintió. Desde ese día, aprovecho cada vez que estoy solo en la casa para ponerme su ropa interior. También armo aviones y autos con los ladrillos de juguete que me regaló mi tía para un cumpleaños. Algunas tardes me trepo al techo de la casa y me quedo horas mirando las ventanas de los vecinos. Una vez vi a una mujer desnuda y al casero del terreno de al lado discutiendo con su esposa. A veces, me bajo el short, saco mi pilila y orino hacia el patio, hasta abajo.

Así desayunaremos los tres con la tele encendida en las noticias y de nuevo tendré que tomar ese jarabe de cebollas para mi bronquitis que me deja el tufo horrible y me hace heder a sobaco. Mi madre me retará, como todos los días, ‘arreglate la camisa, sos un desfachatado, tan grandote y no aprendés a vestirte’. Yo miraré a mi hermana y ella me va a poner los ojos de odio que siempre me muestra y le diré a mi madre ‘Ana me molesta’ y ella me ordenará que me calle y que no le de pelota. Y mi padre en la cabecera de la mesa mantendrá la boca cerrada.

Y voy a desear que se alargue el desayuno y no tener que pararme, agarrar la mochila, subir al auto, mirar por la ventana, llegar al colegio, despedirme y que mi madre no me vea y los compañeros en la puerta del curso me saluden, ‘qué haces frenilludo’, ‘hola cuchuqui’, ‘esperate al recreo’ y que las compañeras se rían un poquito y que entre todos ellos esté Luis, que es tan lindo y yo sé que es bueno y que no quiere hacerlo, pero como todos lo hacen, él también.

Luis es más alto que yo y tiene hoyuelos y un lunar en el cachete. Su cabello brilla y sus ojos celestes me alucinan. Lo veré y me pondré nervioso y le sonreiré y él me dará una mueca de asco y me preguntará ‘¿qué mirás mariquita?’. Y recordaré el día que lo vi en las duchas del colegio y el agua le mojaba su cuerpo desnudo y sus vellos negritos en la parte baja de su estómago se humedecían y se lavaba su pilila chiquita y rosadita y yo quería tocarla y sobarla con mis manos.

Y sentiré que se calienta lo que tengo entre mis piernas.

Luego, tendremos clase de lenguaje con la profe Nancy, que tiene unos lentes enormes y sus ojos se ven chiquitingos detrás de ellos. Yo me sentaré en el mismo lugar de todos los días, que es adelante, en la fila del medio y con mi compañera Alexia, que es muy buena conmigo y que, a veces, me defiende.

Como sucede siempre, cuando la profe está en la pizarra y escribe y nos da la espalda, alguien gritará desde atrás ‘¡Atahualpa!’ y yo sabré que es a mí a quien gritan y cuando lo escuche me encogeré un poquito y respiraré más fuerte y mis labios se pondrán duros. Alexia me mirará y me daré cuenta que también me tiene pena y sabré que en algún momento va a llegar un papel arrugado, hecho una pelota dura, que alguien tirará con fuerza y golpeará mi cabeza y me va a doler mucho, pero no me voy a sobar, ni me voy a dar vuelta, ni me voy a enojar, porque es peor.

Y después, cuando suene el timbre y esperemos al profesor de matemáticas, que es un abusivo, yo me quedaré sentado, con la mochila en mis faldas, abrazado a ella y Luis pasará por mi lado y me dará un cocacho en la nuca y me agacharé más y no diré nada y escucharé que dos o tres compañeros ríen y gritan ‘maricón’ y Alexia les dirá que dejen de molestarme.

Y llegará el profesor de matemáticas, que es enorme y fuma y le gusta retarnos y parece que cualquier rato se va a morir, porque no para de toser y es como que en su pecho tuviera un motor, y nos va a hablar de geometría y nos hará pasar a la pizarra y les va a preguntar cosas a Juan Pablo y Ernesto y ellos no van a saber y les dirá que son unos burros, porque así habla él, y yo me voy a reír callado, porque a ellos los odio y quiero que se mueran.

Y después va a sonar el timbre y no me levantaré, porque sé lo que sucederá y me dará miedo y vergüenza y querré irme a mi casa y no venir más, porque todo esto es muy feo y son muy malos conmigo y yo soy un maricón, porque no hago nada, ni me defiendo y dejo que me hagan lo que quieran.

Así que todos van a irse del curso y me quedaré sentado un rato y después me voy a decir, ‘andá nomás y si algo te quieren hacer, te vas a defender’. Y saldré al patio y caminaré bien lentito y buscaré cinco pesos en mi bolsillo para comprarme un donut y me acercaré a la venta y veré a los chicos que juegan, ríen, corren, se empujan y voy a sentir que uno, dos, tres, cuatro personas están detrás de mí y alguien dice, ‘oye’.

Y daré la vuelta y estarán enfrente mío Juan Pablo, Ernesto, Roberto, Luis, con sus peinados hongos y sus mocasines blancos, sus manillas y relojes que les traen de Miami y sus poleritas con dibujos de caballos. Me van a mirar con esos ojos que me asustan y yo me llenaré de rabia, porque no les voy a decir nada y voy a hacer puños en mis manos, pero no levantaré los brazos y mi respiración saldrá fuerte por mi nariz y mi cuerpo se pondrá duro y cerraré los párpados cuando lleguen los empujones y me voy a mecer de un lado a otro y sentiré sus manos que me golpean en mis hombros, espalda, brazos y escucharé que dicen cosas que no entiendo, porque más fuerte suena mi corazón.

Y querré decirle a Luis que se detenga, que no siga, por favor, que yo lo quiero y que me pone triste que me haga esto y que más bien me defienda, porque es lindo y deseo que me abrace y quiero tocarlo y lavarlo en la ducha.

Y, a veces, miraré alrededor y veré a alguno de ellos, o a Alexia o a mi hermana, que están lejos y no hacen nada.

Y después van a venir más chicos y no van a ser más de diez, pero parecerá que son cien y empezarán a gritar ¡A-ta-hual-pa!, ¡A-ta-hual-pa!, ¡A-ta-hual-pa! y alguien me va a dar una patada en el culo y después va a poner su pie para que yo me tropiece y cuando me caiga, entre cuatro o más, me agarrarán de los brazos y piernas y me alzarán y seguirán con los gritos y yo haré fuerza, me pondré como una tabla y gruñiré como perro, porque es lo único que me sale de adentro cuando esto pasa.

Y así, me llevarán por el patio, cargado, mientras ellos gritan y yo gruño y me daré cuenta que estamos cerca de la cancha y que muchas personas miran todo esto y nadie hace nada y todo parecerá un sueño y me querré ir a mi casa y no querré volver más y que todos se mueran y que a mi hermana la deje su cortejo, porque es una cojuda y yo soy un maricón de mierda.

Y voy a tener de pronto el tubo del arco de fútbol entre mis piernas.

Y sentiré cómo me frotan con rabia contra el tubo y mientras lo hacen gritan y parecen unos salvajes salidos del monte y el tubo me rasgará los muslos y los dientes de donde cuelgan las mallas del arco me arañarán la piel y se sentirá caliente y mis huevos me apretarán y me dolerán y tendré miedo de que me los rompan y que el short se abra y vean que uso calzones y lloraré y agarraré fuerte algún brazo porque quiero que alguien me abrace y me diga que esto no va a seguir pasando y dejaré de escuchar los gritos y me meteré en mi mente y sólo distinguiré mi respiración y sentiré el latir de mi corazón y la luz blanca del sol me enceguecerá y me querré ir volando hacia él y las sombras de mis compañeros se confundirán con las nubes y todo se pondrá gris y habrá viento y habrá calma y empezaré a rezar y querré que mi madre me salve y pensaré que no soy un soberbio, que mi padre es un pelotudo y que algún día Luis va a saber que lo amo y que quiero estar a solas con él y que me bese y mi cabeza se pondrá pesada y me marearé y mi boca se secará y tendré los labios paspados y de pronto seré liviano, una pluma, una mariposa, un soplido y escucharé un silbido dentro de mi cabecita y diré algo, pero nadie me entenderá y alguien se reirá y seré yo quien lance carcajadas y me dejaré caer y tendré pasto y arena alrededor mío y lentamente, poquito a poquito, segundo a segundo, como pasa todos los días, como sucede en este momento, mi cuerpo, finalmente, se dormirá.

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