Por: Mónica Heinrich V.
La ficción no alcanza para algunas historias. No abastece.
¿Cómo contar con justicia el antes, el durante y el después de lo ocurrido en la llamada Tragedia de los Andes?
Lo que tenemos son pedazos. Pedazos de películas, pedazos de documentales, pedazos de libros, pedazos de entrevistas, pedazos.
Supe de esta historia por el cine. En 1993, Frank Marshall (Aracnofobia) dirigió la famosa Viven (Alive). La vería años después. Desbloqueé un miedo que hasta ese momento no existía: Los aviones sí se pueden caer. Sí se pueden partir al medio. Sí podés salir escupido y ser tragado por el vacío. Sí podés morir atrapado entre los asientos. La montaña sí puede quedarse con vos.
Tengo flashazos de esa película que nunca volví a ver. Escenas muy específicas: un joven y muy gringo Ethan Hawke como Nando Parrado, los pilotos mateando, el avión metiéndose dentro de la nube negra, un joven John Malkovich de narrador interpretando a Carlitos Páez, el zapatito rojo que se veía rarísimo, el Ave María (guiñito a una anécdota real de cuando esperaban el rescate) que pusieron al final mostrando la cruz en el pico de la montaña. Seh. Era 1993 tratando de recrear 1972. Los gringos no se veían ni sucios, ni famélicos, ni eran esos uruguayos que regresaron con la muerte en los ojos.
Piers Paul Read escribió el libro homónimo, el que después tuvo de tapa el póster de la película. Pueden descargarlo y leerlo ACÁ. Aunque el libro se escribió en 1974, apenas dos años después de la tragedia, tuvo su verdadero boom gracias a Hollywood, gracias a un Ethan Hawke churro que nunca perdió peso para su papel. Del libro también tengo flashazos mentales: las fotos cotidianas de los ocupantes, las fotos que se tomaron en la montaña, los mapas, cómo describían lo que pasó con menos romanticismo, las anécdotas sobre los problemas que pueden surgir en un grupo grande, sobrepasado por la situación, que luchaba por sobrevivir en las condiciones más adversas. También hay detalles como los gritos diarios de los heridos/moribundos, las alucinaciones, el sorojchi (el mal de altura) y la descripción de las gangrenas que han quedado suavizadas en la ficción.
Han pasado 52 años desde el día fatídico y el director español J.A. Bayona dijo: apártense que ahora vengo yo.
Lanzó en cines y en Netflix La sociedad de la nieve, película basada en el libro homónimo escrito por Pablo Vierci. Hay que entender la trascendencia que tiene el libro de Vierci (lo pueden leer ACÁ). El escritor era amigo de la infancia y compañero de colegio de gran parte de los pasajeros (víctimas y sobrevivientes) y regresó a la montaña, al exacto lugar, junto con tres de ellos, entrevistó por meses a los 16 que lograron el milagro y lo hizo con el apoyo de la distancia y la adultez. La mayoría ya tenía hijos con la misma edad que ellos cuando el avión se estrelló. El libro posee otra mirada, otras reflexiones, otro brillo y se publicó en el 2008.
Es con ese material que trabaja Bayona.
¿Y qué hizo? Construyó un guion (con la colaboración de los también españoles Bernart Vilaplana, Jaime Marques y Nicolás Casariego) muy emotivo, esquemático, similar en estructura a Lo Imposible (su película del tsunami). Creó un nexo emocional con el grupo, impregnó los momentos previos con esa sensación de calma antes de la tormenta, con escenas hasta artificiales: Las charlas, cómo se convence a algunos para ir, la voz en off de Numa Turcatti (Enzo Vogrincic) contándonos que era uno de los que en realidad no debió viajar, no debió estar ahí, la despedida de los familiares en el aeropuerto. Es el paisaje de todo lo que será destruido o por lo menos dañado.
SPOILER Cuando me di cuenta que el relato era de Numa se me erizó la piel. Tenerlo como narrador es una decisión humana. La mayor parte de los focos se centraron siempre en los que regresaron, en Canessa y Parrado, que fueron los que hicieron la caminata impensable de 10 días a través de montañas y nieve, pero hay nombres que se quedaron entre esa misma nieve, que nunca se dijeron en voz alta, como el nombre de Numa. Por eso, es un gran homenaje que esta vez la tragedia sea contada por uno de los que no lo logró y para los que no conocen la historia, imagino que debe ser un golpe emocional fuerte llegar al momento en el que muere. ¿Es una movida que puede parecer tramposa o un ejercicio de manipulación? Por supuesto, pero recordemos que este es un cine comercial y que tiene los vicios propios del cine comercial FIN DEL SPOILER.
Un aspecto incuestionable de esta película es la recreación. La recreación de la época, del vestuario, de los restos del avión, de las fotos. El cuidado puesto en los detalles ayuda a sentir más real lo narrado. La película se filmó en una zona nevada de Granada, pero también tiene escenas reales del lugar donde aún permanecen los restos del avión. Y ya como detalle ultra emotivo está la participación de los sobrevivientes como personajes dentro de la película, el fallecido Coche Inciarte lee un periódico en el café en el que los chicos se juntan. Roberto Canessa aparece como doctor detrás del Canessa ficticio que regresa a la vida. Nando Parrado está en el aeropuerto dándole paso al Nando ficticio, a la Susy ficticia, a mamá ficticia, papá ficticio. Un sobrino de Numa Turcatti cruza la calle cuando el Numa ficticio llega con su bicicleta.
El trabajo del uruguayo Pedro Luque (conocido por No Respires) en la fotografía ha sido clave. Hay cosas muy bien resueltas cinematográficamente como el accidente en sí mismo. Hay momentos que muestran su impronta creativa como cuando sucede el alud. Los primeros planos, los fuera de foco juegan totalmente a favor de la película que si no fuera por esos momentos se vería bastante genérica.
Las decisiones de dirección hacen que no sea una película más del catálogo de Netflix, aunque en la fórmula sí lo sea. Los elementos efectistas y efectivos como cuando aparecen los nombres y la edad de los que van muriendo o cuando los silencios llegan en el momento adecuado, ayudan a La sociedad de la nieve a no hundirse.
Sí, hay un vínculo emotivo del mismo director y del director de foto con la historia que les impide salir de esa perfecta caja de humanidad, con lacito rosa, que supone la supervivencia.
Y lo acepto. Quizás porque si mostrara al detalle cómo se abrieron los cráneos de los muertos buscando alimentarse de los cerebros, o cómo se comieron las vísceras, o cómo guardaban huesos en los bolsillos para chuparlos en cualquier momento tratando de obtener calcio y/o magnesio, la gente “de bien” se horrorizaría tal cual se horrorizó en los 70s cuando estos chicos tuvieron que contar que recurrieron al canibalismo para salvar la vida.
Lo acepto, porque quizás es muy triste saber que antes de la tragedia ya había otras tragedias, como la de la familia de Gastón Costemalle que años antes había perdido al papá de un infarto, y un par de años más tarde al hermano de Gastón en un accidente de canoa. Gastón sería uno de los que salió escupido con la cola al romperse el avión en dos, dejando a su madre, Blanca, sola con todas esas tragedias.
Lo acepto, porque es mejor imaginarse una fe ciega, a tener que asumir que la idea del suicidio sobrevolaba algunas mentes fragilizadas por las pérdidas humanas, el hambre, la falta de descanso real y la incertidumbre. Que para evitar tentaciones habían separado las balas del revólver del piloto. El mismo que informó dónde estaba pidiendo que lo usaran para acabar con su agonía.
Bayona sabe qué botones apretar a un público masivo. Lo ha sabido desde siempre. Es un director que apela a las emociones constantemente. A veces funciona muy bien como en El Orfanato, otras queda excesivo como en Lo Imposible o bordeando lo cursi como en A Monster Call. En La Sociedad de la Nieve encuentra la historia perfecta para regodearse en las frases que suenan cursis, pero que realmente fueron dichas en la tragedia, para ser sensiblero, para buscarnos la lágrima sin culpas.
Queremos llorar a toda esa gente. Queremos llorarla mucho.
Los actores, más comprometidos que los gringos, bajaron de peso y quedaron casi convertidos en esos fantasmas que fueron los sobrevivientes. La música, incluso los tan criticados violines, son parte de eso. ¿Porque qué más podría sonar que no fueran violines? El Ave María con seguridad no. Una apuesta más naturalista y de autor dejaría ese final con el silencio terrible de la montaña y el ruido de los helicópteros. Bayona entendió que necesitaba los violines y los puso. Que necesitaba la edulcorada escena de las duchas y la puso. Que sin contexto aparecería el papá de Carlos Paéz (que buscó a su hijo Carlitos con una tenacidad que merecería otra película) interpretado por el rescatado y ya mayor Carlitos Páez leer los nombres de los sobrevivientes y ya. Que el arriero (que merecería otra película también) que dejó su ganado a merced de los pumas y cabalgó 10 horas para avisar a los carabineros, aparecería para botar la piedrita y poco más.
Es el final que entiende Bayona, y está bien. No, no es la película que cambiará el cine. Es lo que es.
La película en su conjunto cumple su objetivo. Hacerte pasar dos horas de angustia emocional y existencial, conmoverte hasta las lágrimas y, por supuesto, al terminar de verla buscar todo lo que sea referencial al hecho. Leer Del otro lado de la montaña, el libro que tiene los testimonios de las familias de los que no sobrevivieron (descargar ACÁ), leer el libro que escribió Nando Parrado: Milagro en los Andes (leer ACÁ), el que escribió Roberto Canessa con la ayuda de Pablo Vierci Tenía que sobrevivir (leer ACÁ), el que escribió Coche Inciarte (fallecido el 2023 por cáncer) Memorias de los Andes (leer ACÁ) o Las montañas siguen allí del también sobreviviente Pedro Algorta (leer ACÁ).
Tenemos todos esos pedazos que aún siguen armándose, que siempre seguirán armándose. Agobian los detalles del antes, del durante, del después. Es otra película (hay demasiadas películas en esta historia) el regreso a la sociedad de estos chicos tildados de caníbales a un Uruguay que estaba a escasos meses del golpe de estado que después puso una dictadura de 11 años.
Y, como dicen los sobrevivientes, es imposible entender a cabalidad lo que vivió La Sociedad de la Nieve, por más que Bayona o cualquiera se haya esmerado en explicarnos o de convertirlo en un espectáculo para las masas. Se trata de una experiencia de vida tan única que aunque sucediera algo parecido nunca sería igual. Lo que vivieron solo lo pueden dimensionar a ciencia cierta los que milagrosamente consiguieron volver, y los cuerpos que se quedaron en el Valle de las lágrimas.
Lo mejor: La recreación de todo, lo emotiva que es y que no deja de ser un homenaje a la lucha por sobrevivir Lo peor: es cacofónica con lo que se dice y lo que se ve. Bayona siempre quiere explicar todo Lo más falsete: el final muy coreografiado El mensaje manifiesto: el ser humano siempre se aferra a la vida El mensaje latente: podés salir de la montaña, pero la montaña se queda en vos El personaje entrañable: todos El personaje emputante: la muerte El agradecimiento: por los que no lo lograron pero hicieron que los otros lo lograran. Por el arriero que estuvo justo ese día a esa hora y que se hizo una viaje larguísimo para avisar. Por la vida de los que salieron de la montaña y los cien hijos y nietos que siguen extendiendo esa vida.