LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

Cruzar Abbey Road 50 años más tarde

Por: Santiago Gutiérrez Echeverría

Este año cumplió 50 años el que, con discusión, es el álbum más emblemático en la carrera de la que, sin discusión, ha sido la banda más influyente de la música: me refiero a Abbey Road de The Beatles.

¿Qué lo hace tan relevante? Cómo no intuirlo en los primeros segundos: un “shoot me” susurra entre tresillos del hi-hat y los ecos del bombo, las palmadas y el bajo. Lennon nos agita en Come Together, que en cada verso distiende y excita con un sonido inigualado.

De pronto la guitarra exhala. Something culmina la maduración musical de Harrison meciendo al oyente en un cariz que lleva al enamoramiento platónico. 

Llega el turno de McCartney. Maxwell’s Silver Hammer ilustra, con percusiones metálicas que emulan un martillo de plata, a un asesino aplastando a sus víctimas. La crudeza de la letra contrasta con un tono jocoso de melodía futurista.

Si en Something nos enamoramos del amor, en Oh! Darling nos enamoramos del odio; ese amor trastornado que nos zarandea y nos bota lloriqueando. Ahora tememos perderlo y le rogamos que se quede. Son gritos y rasgueos que a cuanta más fuerza enseñan, más tiernos se rinden en una armonía suplicante.

El centro de esta sección se lo ganó Ringo, que estrena su segunda y mejor composición: Octopus’s Garden. Pinta un mundo de jardines de coral, pero insinúa un anhelo a esconderse de este mundo; quizá de sí mismo. Es un country de sonidos subacuáticos.

Cae el bajo contundente de I Want You (She’s So Heavy). En seguida, una melodía obstinada nos conmociona lentamente en un crescendo hipnótico que asciende en notas pesadas. El caos aumenta durante siete minutos como un invierno borrascoso. ¡Pum! Silencio. Piensas que el reproductor tuvo un error. No. La canción está diseñada para terminar como un infarto. Un anti-clímax. Un orgasmo interrumpido.

Comienza la segunda sección. El invierno fue truncado y Here Comes The Sun anuncia el fin de tiempos tortuosos y el florecimiento primaveral con dulces guitarras y sintetizadores. Escucharla es semejante a recibir un abrazo en un cálido día de campo.

Un clavecino parece tantear el claro de luna de Beeethoven, pero tocando las notas al revés. Es Because, cantando el éxtasis por la vida en un coro celestial. La letra, tan simple como los placeres que anuncia, se fascina como un niño ante el mundo que ve por primera vez. Acaso anuncia una experiencia lisérgica, o el primer amor, que es parecido.

El medley comienza. You Never Give Me Your Money lamenta en el piano un anhelo amoroso que presiente su resquebrajamiento. Entonces la vida diaria surte nuevas esperanzas: Campanas tubulares, campanas de cristal, anuncian una magia en el aire, pero al mismo tiempo el individuo teme no saber a dónde ir; su ansiedad juvenil, el angst, está llena de energía e incertidumbre: el mundo es tan vasto que no se sabe qué tomar de él. 

En medio de una ambientación crepuscular, Sun King sobreviene en una línea de bajo ensoñadora, fascinada por la naturaleza y la calma. Mean Mr. Mustard narra la historia de un personaje mezquino entre melodías juguetonas. Polythene Pam acelera los instrumentos, esta vez narrando una vida tan agitada y ascendente como los acordes que se descontrolan hasta desembocar en She Came In Through The Bathroom Window, que entre coros y melodías describe un episodio ocurrido con una admiradora del grupo.

De pronto los instrumentos cesan. El piano retorna a su melodía inicial. “Hubo alguna vez un camino de vuelta a casa…”, canta quien arropa a un niño al dormir, mirando sus ojos llenos de sueño. Anhela volver a los tiempos pasados de esperanza… pero ya es tarde; debe asumir el curso de las cosas. Carry That Weight lo hace en un coro que, por primera vez, reúne las cuatro voces de los Beatles de forma inquebrantable, y una trompeta anuncia el peso que impone la cuesta de los años por venir. The End (El Final) separa a los cuatro dando fin al álbum, a la banda, a la década. Un solo impaciente de batería de Ringo precede a los solos de guitarra de George, John y Paul, que se intercalan uno tras otro hasta enlazarse lo que al fin es la amalgama en el clímax del álbum.

Silencio. Un acorde de piano se repite. “Y al final, el amor que recibes es igual al amor que entregas”. El último verso. El epítome de la banda encerrado casi en una ecuación.

Los Beatles no grabaron The End sabiendo que sería su última canción juntos, así como no comenzaron a tocar sabiendo en lo que se convertirían. Simplemente sucedieron; fueron una orquesta que, sin director, concertó la música justa en el momento y el tempo justo. Curioso, ¿no?

P.S.: Y en realidad el disco termina con Her Majesty, quizá la primera pista oculta en un álbum. Son apenas diecisiete segundos de joda que bastan para romper la solemnidad generada en The End. Uno puede interpretarlo así: no te tomes nada tan en serio como para no reír un poco. Incluso estropeándolo resultaron interesantes…

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