LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

La Comedia Infinita

Por: Santiago Gutiérrez Echeverría

Hablemos de payasos. ¿Qué es un payaso? ¿Entretenimiento? ¿Arte? ¿Un disfraz? ¿Todo esto, quizá? 

Leoncavallo cambió nuestro concepto de los payasos hace ya más de un siglo. ¿Por qué hasta hoy el mensaje de su ópera ha permanecido en el imaginario popular? ¿Acaso porque nos llama a reflexionar sobre los rincones más soslayados de la situación humana?

Hay un inconsciente colectivo que nos reclama cuando vemos a un payaso triste, ese oxímoron que mezcla el llanto y las carcajadas. El payaso triste y enajenado ha sido una fórmula del éxito para la ópera en su tiempo y para el cine en nuestros años. ¿Por qué? 

Hablemos de la ópera en sí: Pagliacci. ¡Tragedia! Canio, un atribulado payaso, descubrió una tarde que su mujer lo engañaba. Incapaz de soportar semejante perfidia, Canio estaba a punto de enloquecer, cuando le fue recordada su misión: hacer reír a la audiencia. Entonces la obra llegaba a su pináculo, pues veíamos ya no a un payaso, sino a un hombre en la cima de su dolor, mientras ocultaba las lágrimas que resbalaban por su rostro en una cómica silueta de la risa. Sí, la función debía continuar.

Entonces llegaba el intermedio y la audiencia podía reflexionar mientras tomaba aire: “¡Ey! Tal vez no hacemos entretenimiento, pero sí que vivimos la comedia/tragedia de nuestra vida, y en ella nos vemos forzados a dibujar una sonrisa que no siempre coincide con nuestro fuero interno”. Fácilmente se podía inferir algo así. La sociedad -esa palabra que amamos odiar- se compone de Canios funcionales que ocultan su llanto y que salen a desempeñar un papel.

Y es natural que sea así. No por nada, muchos años más tarde, Jung afirmaría que nuestra vida cotidiana es como un teatro infinito en el que cada ocasión nos llama a actuar con una máscara adaptada a la situación. La persona verdadera (y notaba que, en su origen, la palabra “persona” está ligada al griego de “máscara”), la persona es, para Jung, el cúmulo de todas estas máscaras potenciales. Los problemas surgen cuando esta máscara, este papel, no satisface. Cuando Canio se cansa de ser Canio. Cuando el actor se cansa de ser el actor actuando como Canio.

Así ocurría en el segundo acto de Pagliacci: Primeramente, los payasos de la historia montaban una comedia para el pueblo (un teatro dentro del teatro). Y claro, esa comedia -que tenían que actuarla Canio y su esposa- era idéntica a lo ocurrido entre la pareja tras bambalinas. Esta farsa le resultaba insufrible a Canio, quien enloquecía al punto de transgredir contra la obra (casi rompía la cuarta pared), contra su papel como Canio y contra su vida, a fin de cuentas. Apuñalaba a su esposa y le daba fin a la comedia a través de la muerte. De este modo exclamaba la inolvidable frase de cierre: “la commedia è finita!” (¡la comedia ha terminado!). La peor tragedia, el peor destino, está en vivir una obra que nos resulte insuficiente.

Ahora bien, si de la obra que montaban los payasos nos retraemos a la obra montada por la compañía teatral (la propia Pagliacci), y si luego nos retraemos hasta nosotros, los espectadores, ¿podemos arriesgarnos a decir que nosotros también montamos una obra de dimensiones colosales? ¿No es el mundo un teatro, como decía Shakespeare? Hamlet, quien fingía haber enloquecido por su desdicha, también montaba una obra teatral que representaba el asesinato de un gran rey; pero, a través de ella, denunciaba su propia desventura: habían asesinado a su padre. Escarbemos más: En la novela La Broma Infinita, Hal se cuestionaba si en verdad Hamlet pretendía su locura, o si en realidad fingía estar fingiendo (es decir, que en el fondo sí estaba loco). Hamlet y Canio habían reído hasta la locura.

Cuando Hamlet se hallaba en el cementerio, tomó el cráneo de un difunto bufón y afirmó que este era un hombre “de bromas infinitas” que de nada le habían servido, pues la muerte se lo había llevado. De este episodio, La Broma Infinita adquiere su título, quizás aludiendo a los placeres que la humanidad se procura a sí misma para olvidar lo triste de su condición: esos papeles y aquellas escenas que nunca le satisfacen. En este caso, la broma infinita es esa comedia interminable  y repleta de placeres, siempre montados en vano.

Debemos cuidar nuestro papel. Debemos evitar que la comedia se ría de nosotros. La obra pudo haber terminado para Canio (o para Hamlet) con la muerte, pero nunca terminará aquí, donde las historias y las vidas se suceden una tras otra. ¿Quién sabe cuántos del público, que aplauden estas obras, guardan historias propias que superan la ficción? ¿Quién sabe si algún intérprete de Canio o de Hamlet era incapaz de personificarse en su propia vida y se rebeló contra ella? Aquí seguimos actuando. La commedia è infinita!

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