CINE COREANO: Parasite
Por: Mónica Heinrich V.
La esencia de Parasite está en una de sus primeras secuencias. Esta familia coreana de Papá, Mamá, hija joven e hijo joven viven en una especie de subsuelo con una mirilla a la calle. Un fumigador pasa fumigando la zona y ellos empiezan a decir que hay que cerrar la mirilla. Papá, entonces, dice que mejor la dejen abierta, que así reciben fumigación gratis. La familia en pleno es envuelta con la densa niebla del veneno.
Ya está. La pobreza y el desarraigo de la pobreza en una sola toma.
Bong Joon-ho es pendejo, titula a su película Parásitos y juega con la incomodidad de percibir que esos parásitos pueden ser los otros o nosotros, los que hemos tenido la fortuna de tener una vida en la que no necesitamos ahorrarnos la fumigación.
¿No conocés a Joon-ho? es el director de esa enorme película que es Memories of murder (2003) basada en la historia del primer asesino serial de corea, luego dio un vuelco a lo fantástico y apareció con The Host (2006) hablando de bichos y de invasiones a ciudades, luego dio otro vuelco y regresó más intimista que nunca con Mother (2009) un peliculón que tiene uno de los finales más inolvidables que he visto. Ah, Bong Joon Ho, te hacés querer, te hacés querer.
Los gringos también admiraron semejante currículum, se avivaron y se lo llevaron a USA para dar un vuelco más: cine comercial americano y así nos dieron Snowpiercer (2013) y Okja (2017) las películas más sosas de su filmografía pero que a pesar de todo lo malo que la industria puede hacerle a una persona como Joon Ho, aún mantienen su toque personal, su estilacho.
Imagino que el desabrido resultado en tierras gringas habrá dejado a nuestro director con insomnio y cavilando decisiones. Así, abandonó a los gringos y a Netflix como a un trapo de cocina, se encaminó hacia Corea, hacia sus raíces y filmó Parasite, más oscuro y cuestionador que nunca.
Gracias, Bong Joon-Ho. Gracias, Corea.
No somos los únicos agradecidos, en el Festival de Cannes de este año le dieron la Palma de Oro a Mejor Película, la primera Palma de Oro para una película coreana en toda la historia del festival.
Y entiendo, entiendo totalmente al festival. Yo le daba una palmera completa, porque Parasite no hace un comentario social (tan de moda estos días), hace una radiografía social sin las imposturas remilgadas del cine festivalero.
El guion nos muestra a Ki-Wook (Choi Woo Shik) que es recomendado por un amigo para ser profesor-tutor a domicilio de un niño, nada parece presagiar la cadena de sucesos que se desatarán.
Joon-Ho es muy hábil, tanto al introducirnos a la vida diaria de la familia pobre, como cuando llegamos con Ki-Wook por primera vez a la deslumbrante mansión de los Park.
La señora Park que mezcla el inglés con el coreano, los perritos que salen de cualquier lugar, la creencia de que los garabatos del hijo son arte, y cómo Ki-Wook empieza a manipular a la patroncita para ir insertando a su familia en las distintas labores domésticas de la casa, son magníficos.
Es imposible no mirar Parasite perturbado, con culpa y verguenza cuando el señor Park se queja del olor de la clase trabajadora, o cuando la familia embaucadora disfruta de una vida que siempre le fue y le será negada.
La película apuesta por una fiera mirada a la brecha social, a la estratificación de la felicidad. Eso puede resultar peligroso, puede hasta hacer ruido, pero la manera en que Joon Ho lidia con su propuesta nos hace pensar que sabe lo que está haciendo.
Si bien los Park tampoco son esos hijos de puta de manual que humillan a sus empleados, y son hasta agradables. “Yo también sería amable, si tuviera todo esto”, dice uno de los personajes, y lo dice sin rencor, solo como una observación; la opulencia y distancias con las que se relacionan con los empleados están muy delimitados. Yo soy rico, vos sos pobre. Los embaucadores, por otra parte, se presentan sin remordimientos, simplemente están aprovechando con todo una oportunidad. “El regalo de la oportunidad”.
Joon Ho intenta contarnos esta fábula social desde los incómodos extremos de la vida. Con una mirada aguda y, podríamos decir retorcida, nos envuelve con humor negro en esa rara situación que poco a poco se irá descontrolando y alcanzando visos de tragedia.
Hay momentos específicos que se quedarán para siempre en tu memoria y en tu corazón. Al terminar las casi dos horas que dura, sabrás que has recibido una lección salvaje y furiosa.
Encima, con una fotografía preciosa del también coreano Hong Kyung-pyo, a quien no dejamos de admirar desde su trabajo en Burning y con una banda sonora de Jeong Jae-il que agiganta esta película en todos los aspectos.
A lo largo de su filmografía, uno de los aspectos más cuidados de Joon Ho es cómo llega a los finales de sus historias, ya dije que el final de Mother es un final que puedo evocar en cualquier momento y aún me sacude, de hecho es uno de esos finales de los que siempre hablo cuando hablo de finales de películas, el final de Memories of murder también fue inolvidable, y en Parasite, su final es una daga en corazón. Un final envuelto en una violencia perturbadora, vivimos la rebelión de las masas frame a frame, y como si fuera poco el filme va un poquito más allá, luego de su baño de sangre y rabia acaba con la utopía de esa vida mejor que nunca llegará.
Lo mejor: Bong Joon Ho en todo su esplendor, una película dura con humor negro, y una crítica mirada a la brecha social Lo peor: a ratos hace ruido un poco la dicotomía de pobre vs rico La escena: la del a inundación, el final Lo más falsete: el marido de la doñita ex ama de llaves, lo sentí muy caricatura El mensaje manifiesto: Las clases sociales pueden tocarse pero jamás unirse El mensaje latente: hay un mundo desconocido para los de arriba y hay otro mundo desconocido para los de abajo El personaje entrañable: esta vez, sentí compasión por todos… El personaje emputante: … El agradecimiento: porque Bong Joon Ho volvió a Corea.