Por: Mónica Heinrich V.
Hay cineastas que a lo largo de los años se han construido una reputación, para bien o para mal, de crear un cine disruptivo, posero, pretencioso, insoportable, jugado, emputante, creativo, desbordado, perturbador, usted elija. Si nombro a Gaspar Noé me remito al letrero de Solo contra todos (1998, reseñada acá) que instaba al espectador a abandonar la sala antes de que pasara lo que iba a pasar. Si nombro a Gaspar Noé también recordaré al personaje de Mónica Belucci siendo violado durante nueve insoportables minutos en un plano fijo en Irreversible (2002, reseñada ACÁ), o tendré chispazos mentales de lo cargante que fue Love (2015, reseñada ACÁ), o del desfile de colores de la película dentro de la película que es Lux AEterna (2019), sí, Gaspar Noé no dejará indiferente a nadie.
Por eso es que Vórtex sorprende. Porque es una película, en teoría, alejada del cine tradicional de Gaspar. Ese Gaspar que lo mismo coqueteaba con temáticas de incesto, drogas, violencia, histeria y desenfreno, es quien lanza una película sobre la vejez y, en este caso, sobre la vejez compartida de una pareja.
Un cielo azulado abre la película con la frase: “Para aquellos cuyo cerebro se pudrirá antes que su corazón”. Y hasta ahí, reconocemos al Gaspar de siempre…y esa frase marca el tono de la película.
Michael Haneke ya nos destruyó para siempre con Amour (reseñada con muchísimo dolor ACÁ) y también lo hizo Florian Zeller con The Father (reseñada ACÁ). Gaspar hace una película que toca una temática similar pero que a su vez lo hace desde un lugar de menos belleza. La estética es más rústica, casi documental, el vestuario, el arte de las locaciones, los mismos personajes, están en una situación más deplorable. Hay verdad en este relato de un Gaspar más íntimo que nunca.
El cineasta Dario Argento (amigo desde hace 30 años de Gaspar) personifica a este hombre octogenario con problemas del corazón que comparte los días con su esposa que sufre de demencia/alzheimer, interpretada por la maravillosa actriz Françoise Lebrun. Ambos viven en un departamento atestado del pasado: libros, fotos, trastos, un lugar pequeño que alguna vez fue la casa familiar en la que criaron a su único hijo, Stepháne. Este hijo ya estuvo internado en un psiquiátrico y es heroinómano, su esposa con la que procreó a su pequeño hijo Kiki también es drogadicta. Stepháne no es precisamente la persona que podrá encargarse de un par de ancianos.
La película transcurre siguiendo la rutina de los personajes. Los acompaña en su soledad, en su abandono, en los recorridos que hace la mujer por los pasillos del pequeño departamento en estado de confusión, en los recorridos que hace el hombre buscando a la mujer. Una vez más, Gaspar Noé divide la pantalla, aunque en este caso tiene un significado narrativo. La pantalla se divide cuando la mujer despierta confundida en su cama sin saber quién es o dónde está. Es ahí que la perspectiva del relato cambia.
Gaspar también agrega unas pequeñas transiciones como pestañazos a negro cuando hace un cambio de plano. El cineasta de origen argentino justifica este artilugio bajo la idea de querer que la historia se vivencie de la manera más realista posible porque nosotros parpadeamos. En la práctica, el recurso me pareció innecesario, aunque sí encontré que la pantalla partida aportaba a generar tensión o más cercanía a la experiencia de la pareja.
Mientras la historia avanza sabemos que no podemos confiar en Gaspar. Lo conocemos. Esta intimidad, esta cosa pequeña, en algún momento deberá romperse…Hasta que llega el quiebre creemos todo lo que la pareja nos cuenta. Hay ternura, hay vida y hay muerte. Maravillosa la escena en la que los tres discuten qué hacer durante una larga secuencia con diálogos improvisados.
Gaspar vuelve a ser el Gaspar de siempre unos veinte minutos antes de su final. Y no es que esté mal su final porque es su final, sino que alarga algo que no necesitaba más vueltas y nos da escenas que no necesitábamos porque ya todo estaba dicho. Era como ver un bonito tren a punto de descarrilarse. Quizás esas escenas las necesitaba él, Gaspar, que perdió a su mamá hace ocho años después de ver cómo la demencia se la llevó antes que su cuerpo se rindiera. Quizás, pero el espectador hubiera agradecido más la posibilidad de SPOILER tener la certeza de lo terrible que sería para la anciana sobrevivir años en esas circunstancias, como lo hacen muchos o muchas. No ver la mano clemente del guionista en ese final que libera con la muerte a todos FIN DEL SPOILER.
La vejez es despiadada dijo el cineasta en una entrevista, lo sabe él que necesita ese final y esas escenas, y no por nada llamó a su película Vortex. Ese remolino incierto que todo lo devora.
Uno se queda pensando en las vejeces (así, en plural) de quienes llegan sin ganas, mal, sufriendo, solos, agotados. En las vejeces (así, en plural también) de los que llegan bien, enteros, con la mente y el corazón funcionando a mil, sintiendo que les sobra vida y les falta tiempo. Uno piensa en las ingratitudes, las cosas pospuestas, las realizadas, las alegrías, los fracasos y, sí, sobre todo, uno se queda pensando en los finales (plural, plural, plural).
Lo mejor: la película más íntima de Gaspar Noé y el gran casting que tiene Lo peor: le sobran minutos y para ciertos espectadores será insoportable por la propuesta creativa y por los tiempos manejados Lo más falsete: los últimos 20 minutos El mensaje manifiesto: los padres nunca deberían quedarse solos El mensaje latente: la vejez merece ser vivida feliz y en compañía La escena: toda la secuencia donde están decidiendo qué hacer El personaje entrañable: la anciana psiquiatra en su juventud y sin poder controlar su mente en la vejez El personaje emputante: el tiempo lo destruye todo El agradecimiento: por sentir.