LITERATURA: Hablemos de Rayuela y V.
Por: Santiago Gutiérrez Echeverría
Sí pues. Hace sesenta años Julio Cortázar publicaba su Rayuela. Por la misma época, Thomas Pynchon nos daba su primera novela: V. Ambos autores, a su manera, nos manifestaban un desasosiego total ante la realidad, una duda constante, un escepticismo convencido de que la Verdad es siniestra, borrosa e ilusoria. Podemos ir más lejos y afirmar que Rayuela y V. empujaban el espíritu modernista de su época hasta llegar a los albores del postmodernismo (sea lo que sea el postmodernismo). Gracias, Cortázar. Gracias, Pynchon. Rayuela contribuyó a consolidar el Boom Latinoamericano (sea lo que sea el Boom). V. inauguró la paranoia pynchoniana que culminaría más tarde en la cumbre del maximalismo estadounidense: El arco iris de gravedad.
Ok, ya sabemos, profe, son obras constitutivas en la historia de la literatura. Son. ¿Pero son buenos vinos para añejar? Veamos pues qué texturas tienen al ser leídas en pleno 2023.
Vale la pena preguntarnos esto porque hoy en día se ha cuestionado mucho en internet si el valor canónico de estos autores es merecido, o si acaso ellos están sobrevalorados. No pienso irme al extremo de darles palo como algunos haters ni de consolidarlos como si yo escribiera un manual de historia literaria. Quiero ver sus puntos fuertes y lo que podrían mejorar. Mis opiniones son subjetivas, obviamente, pero qué lindo pues jugar a la subjetividad con estos libros que se ahogan en la duda y la perspectiva. Je.
Del lado de allá
¿Qué hace Pynchon en su V.? A ver, para empezar, ¿qué, o quién rayos es V. en la novela? ¿Es que alguien sabe de qué trata este libro? Entiendo que mucha gente ponga la jeta leer a Pynchon. El significado de sus obras (si es que lo hay) es difícil de entrever. Uno podría compararlas con una pintura abstracta postmoderna, de esas en que el espectador tiene la ardua tarea de encontrar (o inventar) un significado. Pero hay una gran diferencia: tales pinturas suelen ser fáciles de hacer: son llanas y a veces flojas; pero la prosa de Pynchon es un hipersistema donde todo parece tener una lógica y alguna congruencia, aunque resulte trabajoso entenderlo y a veces parezca absurdo. Es un caos ordenado, lo mismo que la vida real.
Cuando leí por primera vez La subasta del lote 49 pensé que se trataba de un buen libro y ya. Sin comentarios, digamos. A ratos me preguntaba si Pynchon es un pajpaku que dice cosas aparentemente profundas aunque solo sea por pura labia. También me preguntaba si la paranoia no solo la sufría su personaje principal, Oedipa Maas, sino también el lector cuando trata de entender la novela. Cuando leí V. (y pa qué mentir, como lector estaba más preparado) me di cuenta que este tema de la paranoia se repite. ¡Lo interesante es, pues, que sus novelas tratan de eso, de sufrir la paranoia buscando un sentido donde posiblemente no hay nada! (¿¡o sí lo hay!?). Esque la realidad es muchas veces así. Andamos buscando interpretaciones, órdenes esquemáticos, desarrollos, desenlaces… ¡y Pynchon tienta al lector a que haga eso cuando lea sus novelas!
Pero esta es tan solo una interpretación que yo le doy a la obra. Es mi paranoia. Que yo sepa, Pynchon nunca explicó el significado de la paranoia en sus libros, lo cual es un acierto. De dejar claro su mensaje, este se convertiría en el nuevo orden, la nueva regla. Pero sus obras son pura incertidumbre: ¿es real aquella teoría conspirativa que parecemos enfrentar? ¿Tenemos todos algo de paranoia al vivir y darle un sentido a nuestras vidas?
El hecho de que Pynchon viva escondido de los medios de comunicación y que deje su identidad como una incógnita también es un mensaje sutil. Tal vez así evita dar explicaciones sobre su obra. Tal vez así evita vanagloriarse como escritor y adulterar su mensaje literario a través de la imagen pública, la palabra hablada y el mass-media que parece criticar. Tal vez Pynchon quiere gozar del anonimato de Homero y de Shakespeare; quiere vivir con el mismo privilegio que tuvieron aquellos autores cuya biografía es difícil de sacar a la luz. Quiere que toda la atención se centre en sus libros. En nuestra era, obsesionada con nuestra información personal y con alardear el yo en los medios de comunicación, la de Pynchon es una postura artística respetable e interesante.
Pero volvamos a V. Pynchon la ha tenido clara desde el principio. Creó al personaje de Herbert Stencil, un hombre que rastrea a V. en relación con la muerte de su padre. Su investigación lo lleva a sospechar la presencia de una mujer que parece haber encarnado distintos aVatares, siempre estando presente en eVentos de magnitud histórica (en una embajada de Venezuela, en NueVa York (sí, lo escribe en español), en la Valeta, in loVe, etc.). Pero lo que Stencil no sospecha (o no admite) es que su búsqueda resulta esencial tan solo para él mismo, para inyectar Vitalidad a su propia vida y no quedarse en la inercia, en la inacción. V. no parece ser más que una paranoia que le da a su vida un objetivo.
Stencil se enfrenta al mundo de la posguerra, donde acechan los síntomas de una “enfermedad” que le ha quitado la vitalidad al mundo. Hay un aura de vacuidad, de muerte, de inercia, de cosificación y, eventualmente, de materialismo. Porque sí, Pynchon ya había advertido la sociedad de consumo-posguerra acechando en Estados Unidos (y que más tarde se globalizaría). Por ello nos había propuesto personajes (y nos había puesto a nosotros, como lectores) como seres angustiados que tratan de ordenar la vacuidad. Esque, diablos, al final sus novelas no son una salida fácil de entretenimiento más; son un desafío a cuestionar incluso el mismo hecho de estar cuestionando.
Por eso V. resulta relevante el día de hoy. Es una lectura que se opone al entretenimiento cosificador, pues nos exige dejar la pasividad (sí, ya ven que me acerco a Cortázar) y la cosificación.
Entiendo que haya lectores emputados con lo trabajoso que es leer a Pynchon, porque para llegar a estas interpretaciones (y a otras, porque las mías no son definitivas) hay que dedicarle nomás tiempito al libro. Y si hablamos de los puntos débiles de V., que valga admitir que los últimos capítulos pierden bastante fuerza, y se sienten un tanto agotados.
Lo que sí vale la pena mencionar del final es el cierre definitivo spoiler cuando se revela que el padre de Stencil no murió a causa de V. sino a causa de un accidente en el mar, y que por tanto lo que le da sentido a la vida de su hijo Herbert Stencil es la pura casualidad; pero que a pesar de todo Stencil (quizás intuyendo que realmente esto le pasó a su padre) prefiera seguir persiguiendo a V. a lo largo del mundo sin querer dar nunca con su clave, rodeándola incesantemente. Tal vez la verdad no es alcanzable, sino perseguible. Fin del spoiler.
Del lado de acá
Y este llamado a leer de manera más activa también resuena en Rayuela. Cortázar se opone al lector que quiere relajarse, escapar en una lectura fácil que lo hipnotice. Quiere lectores activos (no pasivos) que se opongan a lo que él llama el lector hembra. Término que por cierto no ha envejecido nada bien (cuidado que ten cancelan en la UBA, Julio)*.
La propuesta es interesante, pero también elitista y subjetiva. ¿Qué es realmente un lector activo, qué es un lector pasivo? ¿Es una cuestión de blancos y negros, o hay zonas grises? Si le damos el equivalente de masculino y femenino a los lectores activo y pasivo, podríamos hacer una analogía woke y decir que hay un poco de energía masculina y femenina en todos nosotros.
Pero ya, dejémonos de bromas. En su momento esto del lector pasivo fue un llamado revolucionario que tal vez sacudió el suelo. Pero como en todo periodo post-revolución, los extremismos deberían relajarse. Hoy en día, admitámoslo, ¿es tan malo relajarnos con la literatura? O dicho de forma general, ¿es malo consumir arte, entretenimiento, etc. para relajarse y ya? Personalmente creo que no, siempre y cuando leamos/consumamos con un poco de sentido crítico. Porque si caemos en el elitismo cortazariano, podemos convertirnos en mamadores que se creen especiales por criticarlo todo y sentirse orgullosos de saber mucho. Si nos volvemos muy pasivos, pues nos embutimos el contenido que está de moda por el mero hecho de que sea trendy (como el último young adult, el último k-drama, el último videojuego, el doomscrolling durante horas y horas). Esque ni leer Rayuela ni leer young adults está mal, pues se puede encontrar algo bueno en todos ellos, pero justamente se debe encontrar también lo malo en todo. Lo mismo va para los mamadores pasivos que consumen todo lo que es aclamado por la crítica. Quienes se autoconvencen de que les gusta algo solo porque leyeron en internet que es de culto… Vamos, no seamos pasivos, disfrutemos lo que se nos dé la gana pero con sentido crítico.
Pero volvamos con Rayuela. ¿Qué la hace tan novedosa como «contranovela»? Pues está su famosa propuesta: hay dos maneras de leerla. Una es la manera lineal, avanzando en el orden de 1, 2, 3… La otra es siguiendo un tablero con un orden alternativo (y así se saltan capítulos hacia adelante y atrás, casi como jugando a la rayuela y buscando el Cielo, rompiendo con la linealidad y la razón, o al menos eso argumenta la novela).
¡Tremendo! O al menos estilísticamente. Pero en cuanto al contenido, hmmm… no es tan disruptivo como se nos promete. Se supone que la manera alternativa de leer la novela (saltando capítulos) llama a que el lector sea más activo. Pero, ¿no es también “pasivo” seguir el orden alternativo del tablero? Ejemplo: ok, terminé el capítulo 76, ahora el libro me dice que vaya al 101. En términos de procedimiento, ambas lecturas nos piden que obedezcamos una directriz.
Podríamos decir que de todos modos hay un empujoncito para que el lector establezca un tercer orden de lectura, el suyo. Pero no sé qué tan legible pueda ser la novela con un orden personal más “atrevido”. Es un mito, muchachos: si lees el libro de la primera manera (la secuencial) y luego de la otra (la alternativa), NO tendrás dos libros diferentes. En ambas lecturas ocurre la misma historia de modo secuencial. ¿Cómo así? Porque al leer la novela con el orden alternativo, no hacemos más que leer la novela en su orden secuencial (1,2,3…), pero con los capítulos extras (73, 1, 2, 116, 3…). Una tercera lectura propuesta por el lector de manera totalmente aleatoria (digamos, 120, 4, 75, 22…) podría resultar caótica.
Ok, miento: hay una sola diferencia y esta me parece lo más bello y alucinante de la novela: los finales.
Spoilers
Si lees la novela de manera lineal, llegas al capítulo 53, donde Oliveira está en el manicomio y ya casi (casi) parece haber caído en la locura porque ha extremado sus intentos de romper con la racionalidad. Las últimas líneas son sugestivas. ¿Saltó de la ventana literalmente**, o tan solo metafóricamente, cayendo en la locura, desencadenándose de la racionalidad y alcanzando la casilla del Cielo en la Rayuela que vio en el piso? Tú decides.
¿Qué ocurre cuando lees de manera no lineal? Entonces llegas a leer también los capítulos extras, los «prescindibles». La mayoría de ellos no amplían mucho la historia, a excepción de los últimos. Con ellos resulta que Oliveira perdió su puesto de trabajo en el manicomio después de su escena dramática en la ventana, haya saltado o no haya saltado de ella. Parece que Oliveira enloqueció (o cayó al suelo muy malherido) y que sus amigos cuidan de él. Si es que saltó y murió, entonces se encuentra en una suerte de “Cielo”. En todo caso aquí los capítulos son alucinatorios, atemporales y algo irracionales. Y al final de esto llegamos a un bucle sin escape: el capítulo 131 remite al 53, el 53 remite al 131 y así sucesivamente. Se ha suplantado el orden temporal secuencial por uno circular. Oliveira ha escapado de la racionalidad.
Insisto: en ambas lecturas se tiene una misma historia, pero cada una ofrece un punto de vista diferente cuando se llega a la conclusión. Si el lector lee de manera secuencial, entonces llega al final de la ventana, quizás comprendiéndolo desde el punto de vista de Traveler, el Doppelgänger de Oliveira que optó por una vida menos literaria, menos inquieta, casándose en el lugar donde nació y llevando una vida noble y racional. En este final Traveler ve con lástima a Oliveira. Si el lector lee de la forma alternativa, entonces jugará a la rayuela, comprendiendo las cosas como Oliveira hasta llegar al bucle.
En este encuentro de finales hay algo bastante conmovedor. En cierto punto Oliveira le habla a Traveler desde la ventana, expresándole cuánto desearía que su amigo viera las cosas desde su lado. ¿Cuántas veces no hemos deseado que aquellos que admiramos pudieran entrever en nuestra locura y no solo desde su propia lógica?
Fin del spoiler
Algo que debo criticar mucho sobre Rayuela es su pedantería. Carajo. Cortázar admite que hubo pedantería en esta novela muchos años más tarde en Berkeley. Esque, a ver, si tienes que bancarte un capítulo con referencias a casi cincuenta jazzistas, no pues!!! Aunque sepas de jazz, este catálogo es una pérdida de tiempo porque la música no va a sonar por más nombres que estén impresos.
Y gran parte de la novela es así. Una referencia tras otra. Puede que seas de los que se sientan intimidados ante ellas, pero también puede que entiendas o no las referencias pero que de todos modos adivines que la mayoría no hace más que inflar el texto.
A veces me cuestiono si esta pedantería fue realizada a propósito. Muchas veces se mencionaba que la Maga no entendía las referencias que se discutían en el Club de la Serpiente. Y la Maga era pues la Maga, la antítesis de Oliveira, aquello que él anhelaba y ahuyentaba. Lo máximo, en términos de lo que la propia novela narra. Entonces, ¿este exceso de referencias demuestra un defecto que tenían los personajes adictos a decirlas? ¿Tal vez era Cortázar autocriticando su lado excesivamente culto y racional?
Y hablando de defectos, Oliveira puede agradar a veces por su tendencia a cuestionar la realidad, pero es un patán. No solo es pedante, sino que da muestras de autosabotaje, misoginia, parasitismo, manipulación… ¿Cuál es este afán de poner al protagonista principal como un ser execrable? Lo critico desde la moral porque si la novela tiene una preocupación metafísica, vale la pena cuestionar la efectividad con la cual su perseguidor la realiza. ¿Acaso es una catarsis literaria de lo negativo, una demostración por agotamiento?
Dicen que Rayuela debería leerse durante los primeros veintes de una persona porque alrededor de esta edad es cuando uno se cuestiona sobre la realidad como nunca antes. El problema es que un lector promedio de veintipico años no entendería muchas referencias del libro, de esas que lo vuelven la lectura un tanto paralítica. Todo es más accesible cuando has estudiado un poquito más, con el postestructuralismo, los clásicos y todo eso. Pero cuando lees Rayuela un tanto más mayor, entonces este cuestionamiento de la realidad parece un tanto inmaduro, porque se enfrasca en preguntas metafísicas que ya das por sentadas, pero con actitudes frente a la vida un tanto estúpidas (ponerte a mendigar en París hasta que te deporten de una patada de regreso a Buenos Aires, ya pues Oliveira, dejate de burreras).
De otros lados
(datos prescindibles)
*Julio se retractó del término lector hembra más tarde, optando solamente el de lector pasivo.
** Julio afirma que no cree que Oliveira haya saltado. Semejante posibilidad le parece muy triste, aunque reconoce que esta queda ante el juicio del lector.
Y bueno, ambos libros no generan el mismo hype que tuvieron en su momento. Pueden resultar elitistas, inflados… al fin y al cabo le piden a sus lectores una cierta preparación. En su defensa solo puedo decir que esta dificultad de lectura es intencional y que va más allá de lo pretencioso: es un llamado al lector para colaborar con la obra y cuestionar su realidad.
En cierto modo existe, lamentablemente, una gran brecha entre la “buena” literatura de hoy y el público masivo (si esta existió siempre, ahora es más pronunciada). Buena parte de los clásicos a partir del siglo XX demandan una preparación literaria-teórica para que se entienda qué rayos están diciendo. Esto lleva pues, tiempito, que no siempre está disponible en este mundo cada vez más demandante y donde el “ocio” es un privilegio si se quiere que dure mucho. Podría incluso pensarse que acceder a estos libros es o un privilegio de clase o un sacrificio en desmedro de otros bienes (el sacrificio de estudiar humanidades, de no hacer otras cosas, etc.).
Qué les digo… son obras que tienen lo suyo. No las considero imprescindibles. En Pynchon su obra posterior es más deliciosa (aunque, lamentablemente, también más alambicada); en Cortázar, sus cuentos son más ágiles y contundentes.
Pero todo ese llamado seminal a sacar
al lector de su zona de confort,
de interpelarlo, vamos…
¿no nos hace falta
eso hoy y quizás
siempre?
V.