FOTOGRAFÍA: We are the world… (Parte 1)
“El coronel asesinó al preso; yo asesiné al coronel con mi cámara”. Esa fue la frase que dijo el fotógrafo Eddie Adams luego de tomar esta imagen.
Imagen brutal, donde vemos al jefe de la policía de Saigón ejecutar a un guerrillero del Vietcong en 1968. Se trataba del segundo día de la Ofensiva del Tet, operación lanzada por el Ejército de Vietnam del Norte y el Vietcong contra la ofensiva americana.
Tras la caída de Saigón, en 1975 Nguyen Ngọc Loa se mudó a Virginia, EE.UU., donde abrió una pizzería. Sin embargo en 1991 fue reconocido en la foto de Eddie Adams y alguien le dejo una nota en la puerta de su pizzería donde le decían: “Sabemos quien eres”. Después de esto Nguyen tuvo que cerrar su pizzería. Moriría de cáncer en 1998 cerca de Washington.
Por su parte, Eddie Adams (fotógrafo de guerra de Associated Press) ganó el premio Pulitzer por esta fotografía en 1969. La foto fue símbolo de un conflicto brutal, agravado por la intervención americana. Adams, sin embargo, nunca emitió un juicio de valor por lo que hay detrás de la foto. Demasiados años de guerra y dolor ya borraron la línea de quiénes eran los buenos y quiénes los malos.
Años después, Adams visitó a Loan y el ex general le dijo: «Usted estaba haciendo su trabajo y yo, el mío».
Adams murió en el 2004 a los 71 años, luego de una carrera en la que ganó más de 500 galardones.
El 4 de junio de 1989, sucedía la masacre de la Plaza de Tiananmen en Pekín, China. Lo que comenzón como una manifestación contra el gobierno comunista, se transformó en una brutal represión que acabó con la vida de un número aún indeterminado de civiles.
La CIA habla de entre 400 y 800, mientras que fuentes de la Cruz Roja China, arrojó como resultado 2600 muertes.
Las manifestaciones eran lideradas por jóvenes estudiandes y trabajadores cansados del régimen. El Ejército Popular de Liberación fue el encargado de la represión, en la noche del 3 de junio envió tanques e infantería al lugar para disolver la protesta.
En uno de esos momentos fue tomada esta foto, que más tarde ganaría el Word Press Photo de 1989. En ella se observa cómo un joven (hasta ahora desconocido) se coloca delante de una hilera de cuatro tanques.
La fotografía y filmación del hombre en pie, solo delante de la línea de tanques, se transmitió esa misma noche. Fue titular en cientos de periódicos y revistas, y el principal titular en muchos noticiarios alrededor del mundo.
El hombre se mantuvo solo y en pie mientras los tanques se le aproximaban. En respuesta, el tanque situado en cabeza de la columna intentó sortearlo; pero el hombre se interpuso repetidamente en su camino. Tras esto los tanques se detuvieron y el individuo subió encima del primer tanque, y sostuvo una conversación con el conductor.
Hay especulaciones sobre lo que dijo, adjudicándosele frases como «¿Por qué están aquí? Mi ciudad es un caos por su culpa»; «Retrocedan, den la vuelta y dejen de matar a mi gente»; o «Váyanse». Luego, la grabación muestra cómo tres civiles empujaron al hombre entre la multitud, mientras los tanques seguían su camino. Muchos sospechan que eran, en realidad, fuerzas de la ley sin uniforme.
Nunca se supo la identidad del chino más buscado por la prensa. Se cree que murió fusilado o como parte de la masacre ese día o en los posteriores. El caso es que se convirtió en un símbolo e incluso fue nombrado por el la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del siglo.
«Él creó la imagen, yo sólo tomé la foto», explica Cole, quien enfatiza que la actitud de ese joven conmovió al mundo: «Me sentí honrado por estar allí».
3) La niña y el buitre (Kevin Carter)
La primera impresión que se tiene es que el infante postrado está tan desnutrido que morirá y el buitre lo sabe, lo huele. Una imagen durísima sobre la hambruna.
Fue tomada en 1993 por el fotógrafo freelance sudanés Kevin Carter. La situación se dio cerca de un campo de refugiados de la ONU en Sudán.
Lo más triste de esta foto, es que a pesar de haberle dado a su autor un Premio Pulizter en 1994, tiene una historia detrás que minó la vida de su autor y que más tarde, con tan solo 34 años lo conduciría al suicidio.
La foto trajo consigo halagos, por lo que transmite, pero muchas críticas contra el fotógrafo por aprovecharse de una situación tan cruel y no haberle prestado ayuda a la niña.
El St. Petersburg Times en Florida dijo esto sobre Carter: «El hombre ajustando su lente para tomar el frame correcto de su sufrimiento, quizás también sea un predador, otro buitre de la escena».
Kevin Carter, nació y creció en la más cruda etapa del apartheid. Él y tres amigos más, eran conocidos como el Bang Bang Club, por ser fotógrafos que tomaban fotos espeluznantes y macabras, olvidados y anestesiados de la violencia y el horror que veían a su paso. Dormían poco, consumían montón de drogas, quizás la única manera que encontraron para no lidiar con lo que veían.
Uno de sus amigos relataría cómo se dieron los hechos que llevaron a la famosa foto de Carter. Ellos acompañaron a gente de la ONU a repartir comida, mientras esa actividad se llevaba a cabo, Silva (que cuenta la anécdota) fue a buscar guerrilleros para fotografiar, mientras Carter sacaba fotos a la gente que recibía alimentos. En ese momento encuentra a la niña agachada, y justo se posa un buitre cerca de ella. Carter, ajeno a lo doloroso de la imagen, dice que ojalá el buitre bata sus alas para que la foto sea más impactante. Eso no sucede, sin embargo, Carter consigue capturar una imagen que vale más que mil palabras.
Las consideraciones morales, hicieron que dijera después:
“Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”.
Lo que siguió a la fama, al premio, fue una debacle de emociones contenidas. Donde la pregunta obligada era: Qué pasó con la niña después? Por qué no la ayudaste?
Ante la fama, no pudo escapar del juicio de los demás, y esta vez tampoco de su conciencia. A los días de recibir el Pulitzer, uno de sus amigos más cercanos (Ken Oosterbroek, fotógrafo del Bang Bang Club) moriría asesinado por un disparo en un enfrentamiento durante las primeras elecciones que acabaron con el appartheid.
3 meses después, el joven fotógrafo se quitaría la vida cerca de un río donde jugaba cuando era niño.
En su nota de suicidio de 8 páginas dijo:
“Estoy deprimido, sin teléfono, sin dinero… atrapado por imágenes de asesinatos y cadáveres, furia y dolor, niños heridos o muriéndose de hambre, hombres que apretan el gatillo con alegría, policías y ejecutores… Voy a reunirme con Ken, si tengo suerte”.
4) Omayra Sánchez (Frank Fournier)
En 1985 el volcán del Nevado del Ruíz, en Armero Colombia, hizo erupción y sepultó a más de 25.000 personas. Lo terrible, aparte de la incapacidad de preveer un acontecimiento del que era evidente iba a ocurrir por los avisos que se dieron en los años anteriores, fue la lentitud, la terrible lentitud con la que el gobierno colombiano reaccionó ante el desastre.
El caso que lo ejemplificó y dio la vuelta al mundo fue el de la niña de la foto, Omayra Sánchez, que agonizó entre los escombros durante 60 horas ante la mirada de todos. Una muerte que se produjo delante de impotentes espectadores que esperaron sin éxito la llegada de una motobomba, una simple motobomba. El fotógrafo Frank Fournier tomó esta foto al llegar al lugar.
Aquí me declaró incapaz de reseñar el hecho. No puedo. Too hard.
Así que dejo lo escrito por el periodista Germán Santa María del periódico El Tiempo en su reportaje: Por favor, hay que salvar a Oymara!
Desde los escombros de Armero
La niña Omayra Sánchez, de doce años, agoniza en estos momentos con medio cuerpo por fuera del lodazal, pero está aprisionada de la cintura para abajo por rocas y ladrillo y dice que pisa el cadáver de su tía y tal vez el de su padre.
¡Hay que sacar a Omayra, por favor! La pequeña lleva ya dos días allí y mira asombrada a los socorristas y a los curiosos que la observan y dice. “Voy a perder el año, porque ayer y hoy fallé a la escuela”.
Al pie de Omayra, el caso del niño de México, llamado “Monchito” es algo menor, ya que uno puede hablar con esta pequeña tolimense, se le puede tocar, se le puede acariciar, ella le cuenta a uno su historia, y sin embargo hasta ayer a las cinco de la tarde no hablan podido sacarla.
Aunque parezca increíble, Omayra está fuera del agua del pecho hacia arriba pero de la cintura hacia abajo se encuentra atascada entre los escombros de lo que fuera la plancha del techo de su casa y dice que debajo de sus pies siente cadáveres y que son los de su tía María Adela Garzón y que posiblemente también allí está el cuerpo de su padre, Álvaro Enrique Sánchez, un conductor de combinada cogedora de arroz.
Durante dos horas conversamos con Omayra Sánchez. Le dimos la mano. Le acariciamos la cabeza, hasta por un momento sonrió y a las cinco de la tarde de ayer nos dijo: “Váyanse a descansar un ratico y después vengan y me sacan de aquí».
Todos le dimos la mano y le dimos la espalda para que no nos viera llorar. Y nos fuimos llorando un puñado de periodistas, entre ellos varios norteamericanos que habían conocido la muerte en los arrozales de Vietnam. (Continuar leyendo aquí)