CINE: El Juicio de los 7 de Chicago/ Judas y el mesías negro / Una noche en Miami
Por: Mónica Heinrich V.
La cuota de diversidad de los cosos dorados a veces raya lo absurdo. Por mi parte, sí me genera rechazo que alguna de las películas coladas para tratar de disfrazar o distraer el racismo y/o machismo de la industria no cumpla a cabalidad con eso de ser “merecedora” de relucientes muñecos dorados, luego me acuerdo de Turista Accidental, Erin Brockovich, Out of Africa, Shakespeare in love (entre muchas otras) y se me pasa.
Repasemos algunas cuotas de este año.
El juicio de los 7 de Chicago
Si estuviéramos hablando dentro de la comunidad BDSM, esta película vendría a ser sexo vainilla. Disfrutable, pero conservadora. Disfrutable, pero simple. Disfrutable, pero predecible.
Hay cierta mediocridad de afanosa neutralidad en el show que el director y guionista Aaron Sorkin propone del famoso juicio de los 7. Y eso que se notan sus ímpetus progres. Desgraciadamente, aunque consigue que su más que capacitado casting se luzca, aunque tiene unos cuantos diálogos memorables, aunque la historia te atrapa totalmente…eso es todo, amigos.
Para los despistados, hablemos de qué va: en los sesentas la gente andaba cabreada. Andaba cabreada con el statu quo, con la guerra de Vietnam, con todo aquello que parecía una afrenta a la sociedad y a los derechos humanos (ah, caramba…sentí el loop jodido y me mareé) entonces, ese cabreo era canalizado a través de distintos movimientos, agrupaciones que se juntaban a protestar o como lo veía el Estado: a armar boche.
He ahí el meollo. En 1968 un montón de gente cabreadísima se arrejuntó en Chicago para protestar contra la guerra de Vietnam frente a la convención del Partido Demócrata. Ese año había sido duro, fue el año que asesinaron a Luther King y a Robert Kennedy, la guerra de Vietnam vivía su apogeo. Activistas pacifistas y no tan pacifistas fueron masivamente al lugar, aún cuando la policía había prohibido cualquier manifestación y había desplegado una considerable cantidad de fuerzas del orden. Y claro, se armó el despelote.
El despelote pudo pasar sin pena ni gloria, el gobierno demócrata de ese entonces levantó los hombros como diciendo: son cosas del fútbol, pero cuando Nixon, meses después, subió al poder quiso sentar un precedente. Una de las tantas decisiones estúpidas que tomó el sujeto. Así, llevó a juicio a ocho de los cabecillas principales de las protestas. Ahí había de todo: uno que otro intelectual, cursis, jonkies, figuretis y boludos. Esos ocho terminaron siendo siete cuando el cofundador de las Panteras Negras, Bobby Seale, tuvo un juicio por separado.
En la película tenemos a: Tom Hayden (Eddy Redmayne) cofundador de la agrupación SDS/Students for a Democratic Society. Abbie Hoffman (Sacha Baron) cofundador del Partido Internacional de la Juventud (los yippies). David Dellinger (John Lynch) fundador de la gaceta Liberation, y miembro de las agrupaciones War Resisters League y del Comité para la Revolución No Violenta. Jerry Rubin (Jeremy Strong) cofundador del Partido Internacional de la Juventud. Rennie Davis (Alex Sharp) miembro de SDS Students for a Democratic Society. Lee Weiner (Noah Robbins), hacía trabajo social y enseñaba en la Universidad de Chicago. John Froines (Daniel Flaherty) doctorado en química en la Universidad de Yale. Y a Bobby Seale (Yahya Abdul) cofundador de los Pantera Negra.
Sorkin, a quien ya le conocemos sus mañas de guionista desde West Wing y sus mañas de dirección desde Red Social, se pone el traje del progre indignado por la injusticia social. Hay un aire muy solemne en el clima de la película, esa cosa auto-trascendente que tanto ruido hace cuando querés contar algo realmente trascendente. Para más desgracias, algunos personajes terminan siendo parodia de los verdaderos representados, y se toman licencias como la presencia de un personaje femenino (la agente del FBI) que está ahí para infiltrarse usando sus encantos de una manera muy tonta y recibidos, no menos tontamente, por el personaje al que supuestamente seduce. Gracias, Sorkin.
Además, es muy molesta la escena de Seale que en la vida real estuvo atado y fue humillado durante tres días a ojos, vista y paciencia del grupillo de activistas por los derechos humanos, abogados, medios y gente presente. En la película, resuelven eso en un abrir y cerrar de ojos, no sin antes dar un paneo a los agobiados rostros de la lucha impostada. También, ponen a Schultz (un ñoño Gordon Levitt) como un tipo conflictuado con el curso de los acontecimientos cuando era exactamente lo contrario, ese viejo lobo de mar, comparado con un pitbull por sus colegas de trabajo, estaba más que orgulloso de intentar meter a la cárcel a esos crispines.
Sí, sí, ya sé, Sorkin hace una ficción y se toma sus licencias, pero es un tema delicado, y poner a los negros como elemento decorativo (Hola, Fred Hampton y Panteras Negras) y adaptar la historia para que al final su relato bien intencionado y meloso quede más presentable para la gran audiencia…no lo sé, Rick.
No voy a negar que con solo ver el logo de Netflix ya nomás quise usarlo de chivo expiatorio de los errores de la película, de su liviandad, de la caída del wify, de las vacunas que no llegan, de la lluvia que lo inunda todo, pero en este caso particular, el señor Sorkin hizo una película a su medida.
Al final, lo mejor es que te quedan unas ganas locas de googlear a tutti quanti, y conocer a fondo la historia real y cómo terminaron los personajes, porque la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Googleen, niñ@s.
Lo mejor: una película con la prolijidad de Sorkin y lo que le dice Bobby a Tom que resume el espíritu de lo que en realidad es la película Lo peor: poserita Lo más falsete: hmmm la parodia en la que terminan convirtiéndose los personajes, el uso de los negros como adorno El mensaje manifiesto: la justicia no es ciega El mensaje latente: qué triste que es la historia del ser humano La escena: la de Bobby con Tom El personaje entrañable: Bobby Seal amarrado El personaje emputante: Nixon, siempre Nixon El agradecimiento: porque entretiene, y el montaje es dinámico.
Judas y el mesías negro
Esta es una película que cumple a cabalidad lo que su título promete. Tenemos a Fred Hampton (Daniel Kaluuya), el mesías negro que tanto temía el despreciable John Edgar Hoover (Martin Sheen) y como contraparte a Bill O´Neal (Lakeith Stanfield) el careta Judas. Lluvia de besitos traidores.
El reduccionismo planteado desde esa metáfora judeocristiana es lo que termina jugándole en contra a la película. Una metáfora que además establece sin matices dos polos opuestos, aunque no se posiciona a la hora de profundizar en ninguno de sus personajes. Según el título y la temática deberíamos conocer más del Judas, porque la historia del tipo que se cuelga del árbol después de traicionar a su maestro por 30 monedas tiene un trasfondo dramático al que dan ganas de champarse con un clavado olímpico. Pero el director Shaka King reparte nuestras atenciones entre la figura del mesías, al que también se bosqueja con cierta ligereza, y Bill, al que intenta no juzgar, pero que ya en el título juzga.
Nuevamente, la historia real supera a la ficción. Rebobinemos. Estamos a finales de los sesenta (Hola, juicio de los 7) y ya hemos establecido que la gente andaba cabreada. Fred Hampton, vicepresidente de las Panteras Negras, se convierte en el enemigo número 1 del FBI. A través de su agente Roy Mitchell (Jesse Plemons) los infiltra con el ya infame Bill. Bill, papito él, era un ladronzuelo de poca monta que al ser pillado robando disfrazado de agente del FBI se le ofrece: cárcel o infiltración, y el tipo, obvio, elige la infiltración. Sí, fue un hecho moralmente terrible, pero hay que dejar espacio para empatizar un poquito con Bill, porque aunque estamos viendo a dos personajes que tenían hondas diferencias, no cabe duda que los unía su incapacidad de escapar a la estructura de poder blanco.
Fred, por su parte, es retratado con un halo heroico. Kaluuya (Get Out) hace una gran gran representación, pero Kaluuya tiene 32 años y el verdadero Fred Hampton tenía 21. La diferencia entre un hombre hecho y derecho y un chico son notables. Y la gran tragedia de Fred Hampton es que era solo un chico. Su voz, aspecto, estaban más cercanos a la adolescencia, y era admirable que a su edad diera los discursos que daba y estuviera tan implicado socialmente con su comunidad. Se pueden discutir las formas que eligió para enfrentarse al racismo sistémico, pero siempre tiene que hacerse desde su contexto.
El guion escrito por el mismo Shaka King y por su colaborador Will Berson, abarca demasiado. Imagino que no debe ser fácil condensar hitos como la famosa Coalición Arcoíris, que es uno de mis momentos favoritos de las Panteras y que en Judas y el mesías negro termina como una anécdota más de las muchas que desfilan.
Llega el final y te quedás con la sensación de que sí, viste una buena y entretenida película. Grandes actuaciones que acompañan una narrativa con ritmo y el típico comentario social, didáctico, casi para poner en DVD o streaming en las escuelas del mundo. Pero hay un mosquito sonando mientras dormís y mientras estás despierto.
Quiero decir que el pitch ( la idea central que usan para ofertar un proyecto a posibles productores) de Judas y el mesías negro era que iba a ser una película en la que se unían Conformist (1970) y The Departed (2006). Bertolucci y Scorsese por todo lo alto. Y no fue ni lo uno, ni lo otro.
Lo mejor: muy entretenida y grandes personajes Lo peor: queda un poco en el limbo, porque no profundiza realmente en nada Lo más falsete: algunas frases muy discursivas El mensaje manifiesto: si le das más poder al poder más duro te van a venir a coger El mensaje latente: gimme the power La escena: el discurso revolucionario de Hampton El personaje entrañable: la gente cabreada tratando de sacudir el statu quo El personaje emputante: el inamovible statu quo El agradecimiento: porque también dan ganas de googlear a tutti quanti y saber más. Ah y para disfrutar/sufrir aún más de esta historia, échenle un ojo al documental Eyes on the prize II: America at the racial Crossroads.
One Night in Miami
Este es el debut en dirección para largometrajes de Regina King más conocida como actriz, aunque desde el 2013 andaba dirigiendo uno que otro episodio de series.
Es un debut que a ratos parece ser un producto más dirigido a la televisión que a la pantalla de cine. Eso sí, tiene una secuencia que ¡por Dios! es puro e inmaculado cine. Cuando Sam Cooke canta Chaing Gang a capella y se hace en el montaje un ayer/hoy, allá/acá: oh, brothers…oh, sisters, eso aún sigue corriendo por mis venas.
La película es una adaptación de la obra teatral homónima de Kemp Powers. La obra es adaptada por el mismo dramaturgo que no consigue hacernos olvidar que estamos viendo algo que originalmente fue escrito para el teatro.
Mi política de no averiguar ni leer nada de películas antes de verlas me hizo comentar ingenuamente mientras la veía: “esto parece una obra de teatro” y luego, todo tuvo sentido.
Pero vayamos a la historia y después hablaremos de lo que King hizo con ella.
Volvemos a los sesentas y la gente, sí, carajo, estaba muy cabreada. Los hechos relatados fueron previos a las otras películas mencionadas más arriba. El señor Malcolm X (Kingsley Ben-Adir ) seguía vivito y coleando, Muhammad Ali (Eli Goree) aún era Cassius Clay y acababa de ganar su primer campeonato mundial contra Sonny Liston. Esa noche de 1964, en Miami, el joven Cassius celebraría su triunfo en compañía de Malcolm X, el cantante Sam Cooke (Leslie Odom Jr.) y el jugador de fútbol americano Jim Brown (Aldis Hodge).
La película gira en torno al encuentro de estos cuatro personajes en un pequeño cuarto de hotel, mientras miembros de la Nación Islámica se ocupaban de la seguridad. El encuentro fue real, lo otro es ficción.
En la ficción, esa noche en Miami se habló mucho. La charla, o las charlas para ser más precisos, fueron una dialéctica de raza, pertenencia y representación social. Faltaba una pizarra donde nos digan: este muñequito blanco privilegiado sos vos, este muñequito negro y abusado soy yo.
Aunque las charlas son interesantes porque te hacen pensar y el lado groupie disfruta de ver a estos personajes en ese supuesto intercambio, estamos ante cuatro negros privilegiados e influencers de su época que reflexionan de manera muy dirigida sobre precisamente eso. Por ejemplo, cuando Malcolm le echa en cara a Cooke que mientras él escribe canciones cursis Bob Dylan ha escrito Blowin´ in the wind. Herman@s, entrecierro mis ojos pensando en cómo podría haber pasado algo así.
La dinámica además es muy “te digo esto fuerte” “te respondo esto fuerte” “te cuestiono sobre qué es ser negro” “te respondo qué es ser negro”, y así. Una cosa súper dame y toma, toma y dame, revestido de la grandiosidad con que solo cuatro influencers (negros o no) se sentarían a hablar sobre temas que consideran importantes.
La dirección en este apartado es poco memorable. No es el hecho de que la cámara esté solo ahí, es que a excepción de la escena del canto a capella de Cooke, el resto de la película transcurre sin pena ni gloria anclándose netamente en sus figuras que además están muy autoconscientes de su representación de héroe de la comunidad afroamericana. Lo peor es que ninguno alcanza la estatura en carisma ni en energía de los personajes reales. Tal vez, Odom Jr. es el que mejor zafa con su Sam Cooke.
En general, Una noche en Miami, imbuye una perspectiva muy 2021 a una época más compleja que el #noalracismo. ¿Entretiene? por momentos, sí ¿conmueve? por momentos, sí ¿está descontextualizada? la mayor parte del tiempo, sí.
Lo mejor: la escena a capella y nunca está de más mirar a estos personajes aunque sea desde una óptica muy «celebrity» Lo peor: llena de frases hechas que pretenden dar clases de cómo ser negro a los afroamericanos y a los blanquitos semianalfabetos Lo más falsete: las charlas son poco naturales, porque estos íconos se convierten en peones políticos. Los actores tampoco están a la altura. Sobre todo Muhhammad Ali. El mensaje manifiesto: todos tenemos una responsabilidad social El mensaje latente: tus privilegios no te eximen de esa responsabilidad, la acentúan La escena: el relato del canto a capella El personaje entrañable: la sutileza, esa gran ausente El personaje emputante: la impostura, esa gran presente El agradecimiento: porque al igual que las anteriores películas, llama a buscar e indagar más sobre ese periodo histórico.