Creer, esa terrible impostura

¿Se puede creer en nada? La pregunta suena artificiosa dado que al creer en nada, se abraza una especie de nihilismo, que viene a ser ya una creencia. Entonces si tenemos en cuenta que todos creemos en algo, ya sea grande o pequeño, importante o no importante, qué hace que el no creer en los aspectos religiosos sea un llamado a la no creencia absoluta? El creer (desde el punto de vista religioso) suele ser un dilema tremendo para quien quiere arrancarse las cadenas que lo atan a un credo, porque luego surgen preguntas como: Soy católico. Eso quiere decir que los musulmanes están equivocados?. Soy cristiano. Eso quiere decir que los judíos están equivocados? E infinidad de variantes más, quizás el problema es más profundo aún, sin embargo alguna vez escuché una frase que decía: “Vivimos en un mundo separado por el mismo Dios”, cosa que me pareció además de lógica tremendamente realista. Marx planteaba la existencia de un ente ordenador, y además arremetía con la idea de que “la religión es el opio del pueblo”, podríamos hacer un recorrido por las distintas religiones, pero eso lo haré en otra opinión sobre otro libro que recomendaré en el futuro (estrategia autopublicitaria destinada a crear expectativa).Bueno, les decía, alguien, alguna vez, me preguntó si yo creía en Dios, y yo le dije sí, creo en el concepto de algo superior a nosotros por la ley del descarte (no de Descartes), esto implica que si bien considero que puede existir (no pongo mis manos al fuego por ello) algo por encima de nosotros por una simple cuestión de lógica basada en la aparición y continuidad de cualquier especie, me declaro laica total, y como laica, leí este libro poniendo mis esperanzas de diatribas en Umberto Eco, filósofo, escritor, semiólogo y otras cositas más, quien sería uno de nuestros protagonistas. En la otra esquina, con no sé cuántos títulos encima (arzobispo, obispo, cardenal, etc) el Obispo de Milán: Carlo María Martini (tildado de “Príncipe de la Iglesia).

La cosa es sencilla, un periódico llamado “Liberal” les pidió a estos dos polos opuestos que se trencen en un diálogo epistolar que sería del dominio público. Este diálogo epistolar dio comienzo en Marzo de 1995, epístola mediante de Umberto Eco que fue quien arrojó el guante primero, y que luego Carlo Martini recogió gentilmente.

Umberto Eco arrancó con el siguiente titulazo: “La obsesión laica por un nuevo Apocalipsis”.- En definitiva, Umberto meditaba acerca de que el fin del mundo se había tornado ya no una obsesión del mundo cristiano, sino del mundo laico. Aunque suene contradictorio, para Umberto el fin del mundo se vivencia con menos temor por el mundo cristiano que por el mundo laico, mientras que el mundo cristiano lo hace objeto de meditación, el mundo laico ve como inevitable también el fin de los días. Eco lanza la siguiente pregunta: ¿Existe una noción de esperanza que pueda ser común entre los creyentes y los no creyentes?

Martini, que no es ningún zoquete, agarra y responde matadoramente: “La esperanza hace del fin “un fin””.- El “príncipe de la iglesia” hace un análisis exhaustivo de lo que las escrituras dicen acerca del Apocalipsis, y escribe que el Apocalipsis tiene una profunda carga utópica por lo mismo que espera que el futuro sea una renovación de valores y principios, aceptando con resignación que el presente no está bien. Responde la pregunta de Eco, diciendo que es obvio que hay un “humus” del que se alimentan los creyentes y los no creyentes para tener esperanza, aunque no le den el mismo nombre.
Umberto Eco, aún no repuesto de la epístola del príncipe le lanza la siguiente cuestión: “Cuándo comienza la vida humana?”.- Como el título lo dice, Eco se cuestiona el papel de la religión a la hora de juzgar y condenar un aborto. Aunque Eco mismo, admite su posición tácitamente en contra, dice que no sería capaz de poner a una mujer en situación de que tenga un hijo si no lo quiere tener. Entonces la cuestión es determinar cuándo comienza la vida, y más aún, en qué posición se encuentran los teólogos acerca del creacionismo.

Martini, quien demuestra una vez más no tener un pelo de tarado, responde: “La vida humana participa de la vida de Dios”.- Además de diferenciar los términos “vida”, “vida humana” y “vida psicológica”, Martini aclara que para el mundo religioso la pérdida de la vida física no es el valor supremo que los Evangelios defienden a ultranza, más bien el valor supremo es la vida espiritual, algo así como el alma, que se define como zoé, y que significa hombre viviente de la vida divina. Bueno, y de ahí se despacha con la postura de la iglesia en torno al respeto del derecho a la vida, y que en el momento en que el óvulo es fecundado, la vida ha comenzado porque el óvulo ha dejado de ser óvulo para convertirse en embrión.

Umberto Eco, con disculpas de por medio por los “atrevimientos” que se está mandando, arremete nuevamente: “Hombres y mujeres según la Iglesia”.- Un nuevo concepto se abrirá ante los ojos de algunos distraídos. Si sos laico, qué •$”&%/ te importa que la Iglesia prohíba el matrimonio o que condene a los homosexuales, según Eco al ser laico perdés cualquier potestad a la hora de protestar por asuntos que no te atañen, hace notar que si no le gusta como los musulmanes hacen una u otra cosa, pues no se hará musulmán, que si va a una mezquita se quita los zapatos por respeto a las costumbres del lugar, y que si no quiere quitárselos pues es libre de no ir. Concepto interesante y debatible, luego dice que no obstante puede hacer preguntas al Papa acerca de las prohibiciones que tiene la Iglesia sin que esto signifique una afrenta. Además surge la importante cuestión del por qué la Iglesia no permite mujeres que ejerzan el sacerdocio. Por qué Cristo vino al mundo en forma masculina? Ésta y otras interrogantes se encuentran en la epístola de Umberto Eco.

Martini, se sale un poco por la tangente al responder: “La Iglesia no satisface expectativas, celebra misterios”.- Entre otras cosas Martini responderá a la inquietud “espinosa” (también la coloca entre comillas) del sacerdocio femenino en la Iglesia, amparándose en la historia y génesis de la Iglesia, y en que la Iglesia respeta ciertas formas que han sido base de su origen para conservar la esencia y el misterio que la hacen tan fuerte. Esto no quiere decir que la Iglesia sea machista, según Martini el mensaje de Jesucristo sobre la igualdad de sexos fue claro, y más aún teniendo en cuenta la época en que vino al mundo. Entonces, todo responde a una evolución y una necesidad de estabilidad para con las doctrinas que rigen la Iglesia.

Luego, después de quejarse Eco de que no le gustaba mucho ser siempre el que tiraba el guante y Martini responderle que ojalá lo dejaran tirar el guante alguna vez, el periódico parece haber leído entre líneas y en lugar de andarse con misterios, dio por satisfechas las expectativas de ambos y propició que Martini sea el que diga la primera palabra en esta ocasión.

Martini pega fuerte y además sabe en qué lugar pegar: “Dónde encuentra el laico la luz del bien?”.- La verdad que es la epístola más interesante porque se plantea la cuestión que debe dejar sin sueño a más de uno. El que no tiene un bastión religioso en el cual apoyarse, el que no tiene una brújula de deberes morales y espirituales que vayan más allá de las leyes civiles o penales, cómo estructura su ética?, cómo puede tener cimentados valores de solidaridad o de generosidad? En qué basa el laico su recto proceder?. El humanismo que maneja el laico de dónde sale?

Eco, responde encantado, y además muy acertadamente: “Cuando los demás entran en escena, nace la ética”.- Muy bonita epístola de Eco, quien hace un retroceso a sus épocas de “creyente” y dice que quizás su ética todavía esté influida por su educación católica. Sin embargo, va más allá y plantea que el ser humano al verse en el otro reconoce de manera innata su necesidad de amor, de cariño, de comprensión y así es como se humaniza, y así es como las relaciones interpersonales se cultivan, porque el niño que es abandonado en la selva, sin tener al otro de espejo no podrá regirse por tales cosas. Y si pensáramos en algún momento que quizás Jesucristo fue un invento del hombre, un maravilloso invento, que Eco, de ser algún viajero de otra Galaxia, contemplaría extasiado: la creación del hombre, Cristo y la religión, con toda la ética que eso conlleva; qué mejor explicación de la humanidad innata del hombre?

Antes de finalizar, el libro abarca una sección que se llama Coro. Donde intervienen dos filósofos, dos periodistas, y dos políticos, ampliando los puntos sobre la ética.

Primeramente Emanuele Severino arranca con: “La técnica supone el ocaso de toda buena fe”.- Además de dar su punto de vista, Emanuele ve puntos de concordancia entre las visiones que tienen Martini y Eco sobre la ética, demás está decirles que el texto resulta ilustrador y cuestionador, además ve la ética como algo más racional y menos “misterioso” de lo que piensan Martini y Eco. Sin embargo al final parece algo desesperanzador.

Manio Sgalambro me dejó encantada con su título: “El bien no debe fundarse en un Dios homicida”.- Excelente, entre otras cosa Sgalambro plantea la necesidad de ver de dónde nace el bien, y además reconoce que en este mundo podrido lo más seguro es que haya primero un acto malo que un acto bueno. Cita a Spinoza quien creía que Dios era un ser horrible, que lo llamábamos Dios sólo por su potencia. No sólo eso, traspasa todo decoro y dice sin ningún asco que Dios no debería existir y que en el mejor de los casos no existe. Además muestra su aturdimiento ante un mundo que enlaza el bien con Dios, cuando Dios es muerte. Ya verán a qué se refiere, un alegato corto, directo pero bien pensado.

Eugenio Scalfari parte de la siguiente premisa: “Para actuar moralmente, confiemos en nuestro instinto”.- Scalfari habla de que la moral se sustenta en dos instintos básicos del ser humano, el instinto de supervivencia del individuo, y el instinto de supervivencia de la especie. Siendo el primero el que da lugar al egoísmo y a todos esos sentimientos que se despiertan a favor de uno, y el segundo que da lugar a la moralidad propiamente dicha, al ser importante el otro.

Indro Montanelli, toca el tema diciendo: “De la falta de fe como injusticia”.- Indro se muestra totalmente de acuerdo con las argumentaciones de Martini, más aún, en su tono se lee cierta tristeza o desesperanza personal, y el título lo dice todo, Indro se queja de su falta de fe que lo ha hecho vivir la vida como si estuviese incompleta, y que ahora que se encuentra mayor, hace que sea más duro el momento de afrontar la muerte.

Vittorio Foa nos cuenta : “Cómo vivo en el mundo, éste es mi fundamento”.- Vittorio habla sobre la irrelevancia de un careo entre creyentes y no creyentes, se hace la misma pregunta que yo me hice cuando leí el título del libro, “el no creer en lo religioso hace que los que crean sean los único “creyentes””? Ahonda más diciendo que para dar una versión de ética, él, tiene que mirar al mal, y que ese mal lo ha visto representado por el odio étnico infinidad de veces. Uno de los textos más consecuentes, ya que parte del punto sencillo de que lo ético puede ser simplemente la manera en que se encara la relación entre la vida y el mundo.

Claudio Martelli: “El credo laico del humanismo cristiano”.- Claudio hace un repaso de las convergencias que tenemos los laicos y los cristianos, haciendo hincapié en que el cristianismo es el humanismo perfecto y que si bien todas las teorías se sirven de él para explicarse, quizás Marx, Nietzsche o Freud son quienes se separan totalmente del credo. Sin embargo, da un mensaje de tolerancia y de una posible convivencia entre todo tipo de creencias.

El libro cierra con una Recapitulación escrita por el obispo Martini, quien más que responder lo ya dicho, simplemente junta lo expuesto y saca una conclusión al respecto. Conclusión que ustedes sabrán si leen el libro.

El libro es cortísimo, como de 160 hojas. Muy fácil de leer, aunque por ahí Martini decía que la gente que leyó el periódico se quejaba de lo rebuscado de las epístolas, yo las sentí bien. De todas formas, recomiendo este texto a un lector un poco ya recorrido por el mundo de las letras, aunque no dudo que un lector menos experimentado pueda disfrutarlo.

El tema es muy interesante, como podrán haber notado, yo me esperaba un poquito más de Umberto Eco, quien me sorprende fue Martini, que aún no concordando con algunos de sus argumentos, lo escribió de tal manera que te llega más la esperanza de la parte religiosa, que la racionalidad de la parte laica. Incluso en las intervenciones del Coro, la mayoría citaba con mayor frecuencia al obispo de Milán, que a Umberto Eco. Sin embargo, creo que finalmente el resultado es un empate, y una muestra de que hasta las más alejadas posiciones se pueden sentar a conversar y aún, no llegando a un acuerdo, despedirse con un apretón de manos. Después de todo, creer o no creer puede ser una impostura, mientras que la tolerancia es una necesidad.

Mónica Heinrich V.
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