LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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EN CARTELERA: Corazón de dragón

Después de casi una década, Paolo Agazzi retorna a la dirección para entregarle al público su Corazón de dragón.

La premier prescindió, con mucho criterio, de los brillos y lentejuelas de la alfombra roja, y demostró una vez más que hay cierto público que no va al cine a menos que exista ese derroche banal de brillos y lentejuelas.

El último encuentro que tuvimos con Agazzi fue a través de la fallida Sena Quina. Hay que reconocer que él mismo la publicitaba como una “joda”, así que no daba para tomársela muy en serio y rasgarse las vestiduras.

Ahora, escoge el género documental y trae a la pantalla la historia de 8 niños aquejados de cáncer.

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Es difícil tocar el tema del cáncer o de alguna enfermedad terminal porque se corren muchos riesgos. Riesgos de forma, de contenido y a eso hay que agregarle la valentía para enfrentar una filmación que supone un desgaste emocional importante.

Corazón de dragón tiene una factura digna, la calidad de su proyección está impecable (de hecho, una de las mejores que he visto) y tanto la fotografía de Gustavo Soto como el sonido no tienen nada que envidiar a algún otro trabajo del género. Es un documental bien filmado, concebido para conmover y cuyo mayor valor está en la trascendencia que le dará a sus 8 personajes.

Otro punto alto y, asumo, una decisión de dirección, es que lo que vemos en pantalla está relacionado sobre todo a los testimonios de familiares, doctores, enfermeras, y especialistas, y no recurre al golpe bajo de poner a los niños a relatar su mal. Cuando los niños aparecen, lo hacen para brindar un testimonio que sirve como anclaje del documental y no para buscar lágrimas gratuitas.

Utiliza de una manera muy bella la analogía del origami, su uso como terapia, como puente creativo y como símbolo de esperanza en una situación de vida que es constantemente una lucha por la sobrevivencia.

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Quitándonos el poncho de la simpatía, voy a decir algo frío, que lo digo solo desde la posición de montaje, creo que tiene demasiadas historias. 8 personajes es mucho, más aún si hablás del mismo tema. Con algunas variaciones de lugar, condición de vida, pero básicamente el cáncer es traumático, paralizante, y terrible para todos. Igual, puedo llegar a comprender la incapacidad de dejar a alguno afuera, aunque a mí como público me parezca que el golpe inicial que puede generar ver a un inocente niño con cáncer se vaya diluyendo ante una sensación de repetición. Repetición que se llega a sentir demasiado extensa.

Este tampoco será un documental informativo, de esos que al salir del cine te deja manejando un montón de información útil y shockeante de la situación. Es una visión emotiva de las historias de vida de sus personajes, lo que hasta cierto punto te hace preguntarte cojudamente:  ¿nada más?, pero que luego entendés es también una decisión del relato.

La voz en off del principio que se siente guionizada, la música demasiado incidental para mi gusto, algunas escenas donde podés notar el armado de la secuencia (niña que sube la escalera y que salta mientras levanta las manos), la obvia publicidad al Banco Mundial, el uso de la animación a veces a destiempo, el final semi-institucional de los personajes en el jardín, son algunas de las cosas que puedo mencionar como los puntos bajos.

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Eso no quita que tu corazón se humedezca cuando salen las fotos antes de los créditos y sabés que alguno de estos guerreros perdieron la batalla pero ganaron paz.

Corazón de dragón es un documental que con todo lo que se le puede criticar fríamente, sin duda es un trabajo serio y amerita su visionado para repasar un género que necesita mayor difusión.

Mónica Heinrich V.

Lo mejor: Inmortalizar a cada uno de estos niños
Lo peor: a nivel narrativo tiene demasiadas historias, y la obvia publicidad al Banco Mundial.
La escena: me gustaron mucho algunas escenas metafóricas, como la toma de arriba de la ropa tendida del hospital. El cierre de las historias de los niños, cuando hablan de sus planes a futuro y la animación de origami está presente.
Lo más falsete: algunas secuencias que se ven muy armadas como la de la niña que sube la escalera, el doctor que charla con algunas personas en el pasillo, y así.
El mensaje manifiesto: El cáncer no es sinónimo de muerte, se puede luchar y vivir.
El mensaje latente: Es una lucha diaria.
El consejo: Vela antes que la saquen de cartelera, creo que merece tener más público que otras producciones nacionales chapis y mal hechas.
El personaje entrañable: Cada uno de los niños y sus familiares.
El personaje emputante: la omnipresente muerte.
El agradecimiento: Porque le da trascendencia a esas historias.

CINE: Olvidados

Del olvido al no me acuerdo

por: Mónica Heinrich V.

Hay que reconocer que la historia que Olvidados pretende recrear u homenajear es necesaria, válida, dura y con aristas muy explotables en términos históricos, documentales, cinematográficos, y etcéteras.

Esos aciagos años en los que el Plan Cóndor se campeó por toda Sudamérica son sin duda una vergüenza y una mancha en la historia de todos los países involucrados.

La sangre derramada, los desaparecidos, las torturas, las familias rotas, los hijos robados, no dan como para asumir una postura tibia o comprensiva al respecto.

O sea, no hay tales de discursitos sobre la tolerancia y el buen vivir, aquí murió gente, aquí hay algunos que aún no tienen tumbas sobre las que llorar, aquí se rompió un jarrón y roto está. No hay espacio para las corrección política, y mucho menos para la humanización de los verdugos.

Desaparecidos

Por eso, el anuncio de  la filmación de Olvidados  hizo que esperáramos otra cosa, algo similar a lo que menciono arriba, algo equiparable en estatura al título del filme y a lo que evoca.

Desgraciadamente, y para variar, es más la bulla mediática que el resultado, es más la intención que lo que se plasma, es más el alboroto de la alfombra roja que la salida satisfecha de la sala de cine.

Olvidados se queda en un desabrido sancocho de datos picoteados por aquí y por allá con personajes esquemáticos y un mensaje que si somos buenos podemos llamar ingenuo, aunque la palabra que se me viene a golpes y con neón es: tonto.

Y hablo de mensaje porque el cine comunica y comunica siempre, así que pretender que no estés diciendo algo con una cinta que toca un tema tan delicado es absurdo.

La cochabambina Carla Ortiz asume papel de productora y de actriz protagónica y de coguionista de este producto, toma un guión e idea original de Mauricio d´Avis al que le hacen N tratamientos y llama al director mexicano Carlos Bolado para que dirija el rancho.

A estas alturas ya ni dan ganas de saber qué dejaron de la idea original o el papel real de Bolado en la toma de decisiones, como público recibimos lo que recibimos y lo que recibimos fue esto.

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El actor mexicano Damian Alcázar interpreta a Jorge, un general que anda en sus últimos días y que lleva a cuestas un secreto. Ese secreto lo atormenta, porque pobrecito, él- que mató y torturó a harta gente- también tiene su corazoncito y sufre pensando en algunas cosas del pasado. Oh, sí.

Su hijo, que ya hizo su vida en Estados Unidos, es llamado al hogar patrio más o menos para darle el último adiós.

Desde el minuto uno o dos nos bombardean de flashbacks trazando un paralelismo entre el Jorge actual y el Jorge del pasado, entre el viejo atormentado y el sádico milico que obedecía a la dictadura de turno, ese milico que conoció a Lucía.

Carla Ortiz interpreta a la ñoña Lucía, que se encuentra embarazada y que se pasa constantemente la mano sobre la barriga para que el espectador sepa que eso es un bebé y no una hinchazón rarita.

Lucía es pareja de un periodista (interpretado por el portugués Carlotto Cotta) que trabaja para Le Monde, que a su vez es amigo de otros zurdos, que a su vez serán arrestados y torturados por el tal Jorge y sus secuaces.

Uno de los grandes problemas de la película es que subestima al espectador y subraya con marcador fosforescente a los personajes, a los diálogos y a las situaciones. Ejemplo: Las escenas de pareja de Lucía y su marido son empalagosas y cursis al extremo casi casi como una telenovela de Televisa, las escenas de tortura son gráficas y con un tratamiento de color que refuerza la idea de que ahí lo están pasando mal, las escenas de camaradería zurda son acompañadas por Silvio Rodríguez, el Solo le pido a Dios, y los respectivos diálogos donde se sientan las bases pseudo-ideológicas de “ese lado”, no faltan los discursos, las frases hechas sobre «el otro lado» (la derecha), y así. Narrativamente hablando no hay nada que rescatar ya que es un guión plagado de lugares comunes.

El montaje es tan errático y sin rumbo como el argumento, escenas de acción son editadas como aspirando a un thriller hollywoodense, pero a diferencia de otras películas que pueden ser referentes del nicho al que Olvidados apunta aquí se siente cierto tufillo amateur.

Como ya dije, queda una especie de sancocho en el que metieron los ingredientes que dicta la receta pero no supieron bien cómo cocinarlos, dejándonos un platillo en el que toda la película se antoja a un telefilme de baja factura o al episodio de una telenovela donde las actuaciones también tienen el molesto marcador fosforescente.

La violencia o lo gráfico de la violencia están tan mal usados que ni siquiera generan una conciencia real del horror. Al tratar la trama de una manera tan superficial, llegás a las escenas de torturas y algunas risas apagadas se escuchan en medio del público.

Centrándonos en lo rescatable, podemos mencionar que no se ve tan chota como las películas bolivianas que han salido en los últimos años, que además se trata de una mega producción, que supuso un reto a nivel arte, vestuario, y cosas así, que muchos bolivianos participaron, que artistas conocidos del extranjero se sumaron al proyecto, que las empresas se pusieron con el auspicio, que fue una de las mejores alfombras rojas (¡!) que he visto, pero todo eso suena a palmadita en la espalda. Nuestro cine ya debe aspirar a salir del premio al esfuerzo, y a mí como público me da cosita resaltar elementos que en películas de otros países ya están dados por sentado.

Por eso es que es tan importante el guión, la historia, y en este caso doblemente importante al tocar una temática sensible y que conlleva responsabilidades en su manejo. Si hacés una campaña en que mencionás frases de Luis Espinal para promocionar la película, me parece que la velada disculpa a los militares está un poco de más. Esto decía Carla Ortiz en una nota antes de la premier:

«Señores del Ejército, los admiro mucho y valoro su trabajo; en mi filme muestro un periodo de la historia donde lamentablemente parte de los protagonistas fueron militares»

Si Olvidados fuera lo que su título promete, si Olvidados fuera lo que los olvidados y las familias de los olvidados merecen, sería la excusa perfecta para exigir fuerte y claro que se diga dónde están los desaparecidos, dónde botaron a esa gente que ahora es usada para publicitar la película, sería un motivo para que en lugar de disculparse con los militares por “cómo se ven en la película” se exija más bien una disculpa pública por las muertes, por las torturas, por el oscuro papel de las Fuerzas Armadas antes y hoy, porque hoy tampoco hay memoria, tampoco hay un mapita que nos diga dónde recoger a nuestros muertos.

Por ahí la explicación está en lo que Ortiz dijo sobre las intenciones del filme:

“ …es una película que pretende hacer una  fotografía de ese periodo histórico. No pretendemos tomar una posición, simplemente contar lo que pasó en nuestros países” ,

En una premier llena de brillos y lentejuelas, entre agradecimientos y felicitaciones, alguien vaticinaba que Olvidados marcaría un antes y un después del cine boliviano. Al salir a la calle y caminar bajo el manto de la noche cruceña, me quedó la reflexión de que sí, sí tuvo la oportunidad de marcar un antes y un después en el cine boliviano, la tuvo en su temática, en su presupuesto, en sus recursos, pero sencillamente no alcanzó. No alcanzó para tomársela en serio ni como película que no asume posición (como si fuera posible no asumir posición en algo así), ni como cine denuncia, ni siquiera como película comercial que solo aspira a entretener usando un tema duro.

Con Olvidados no pasa nada.

La fotografía que tomaron de ese periodo histórico es una polaroid ajada y fuera de foco, sin otro uso que el de adornar las páginas socialeras y de espectáculos.

Lo mejor: que hay cosas que no se pueden dejar en el olvido

Lo peor: incoherente en su trama, en lo que se dice en la prensa, en lo que pretende y en lo que es. También la humanización del general, esos personajillos tienen un perfil absolutamente carente de remordimientos, son similares al sicario Popeye de Pablo Escóbar.

La escena: el discursito pro tolerancia del personaje Lucía, rozando un razonamiento infantil

Lo más falsete: muchas cosas, pero por resaltar algo la secuencia de Jorge Ortiz no tiene asidero alguno.

El mensaje manifiesto: El cine nacional está en coma

El mensaje latente: No se puede quedar bien con Dios y con el diablo

El consejo: igual vela, alguna conclusión sacarás

El personaje entrañable: los olvidados

El personaje emputante: los verdugos

El agradecimiento: solo por lo que evoca con el título y la temática

EN CARTELERA: Yvy Maraey

“ESTA HISTORIA TENÍA QUE SER OTRA COSA”

Creo que si hay algo que ha demostrado Juan Carlos Valdivia desde sus inicios es que sabe filmar. Una vez comenté que de las películas Jonás y la ballena rosada y de American Visa no guardaba muy buenos recuerdos, aunque amén de los peros que se les pueda poner no se negaba que ambas-dos estaban bien realizadas.

El descubrimiento de Valdivia como un cineasta-autor llegó el 2009 con Zona Sur, ahí nos dimos cuenta que el paceño no estaba destinado solamente a entregar productos con aspiraciones comercialonas, de contenido en líneas generales vacío y poco memorable, no. Con Zona Sur, descubrimos que existía eso que tanta falta le hace al cine nacional: riesgo y resultado.

Y dividió aguas, hubo quienes detestaron su cámara circular, su ritmo pausado, contemplativo, su historia de jailones venidos a menos, ajá. En ese reflejo del suelo patrio, hubo aquellos a los que no les gustó lo que vieron.

Se entiende, el cine autoral no es para todos, y el guión escrito por el mismo Valdivia tenía sus momentos algo telenoveleros, hecho que también destaqué cuando hablé del tema.

Cuatro años después se estrena Yvy Maraey, la película que supone años de investigación sobre la cultura guaraní, la película que Valdivia afirma es la mejor de su filmografía, y la que supuestamente le ha cambiado la vida.

233756_600Para los bolivianos, tiene el atractivo de rescatar del olvido a una cultura casi aniquilada y exterminada por la modernidad y su día a día. Una cultura que lentamente ha ido convirtiéndose en un fantasma que vemos cómo se pierde en la neblina y a nadie le importa lo suficiente para detener esa desaparición.

Ivy Maraey prometía dosis altas de lo guaraní, de su cosmogonía, de su teogonía. Las notas de prensa hablaban de un complicado rodaje, de una producción jodida, de semanas de intensa búsqueda de un casting adecuado, de actores naturales, de locaciones hostiles, de investigación rigurosa y de una idea que llevaba madurando años en la cabeza de su director.

Finalmente, luego de truncados intentos de estreno, la semana pasada pudimos ver el resultado de tanto trabajo y tanta expectativa.

Juan Carlos Valdivia interpreta a Andrés, cineasta que obsesionado por las imágenes recabadas por el antropólogo Erlan Nordenskiöld se lanza a la gran aventura de recorrer el chaco para llegar al lugar donde fueron filmadas en 1910 y hacer una película.

Esa búsqueda también habla de una búsqueda interior, personal, existencial que es remarcada durante el desarrollo de la película. Para dicha búsqueda se alía con Yari (Elio Ortiz ), guaraní cuya labor es llevarlo a su objetivo y cuya misión dentro de la estructura del guión es servir como contrapunto para el manoseado contraste del karai y el guaraní. Blanco-indio.

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Los problemas de la película comienzan con ese forzado contraste, teniendo en cuenta que la historia de una región depende de la interacción de sus diferentes actores y va más allá de un encuentro bipolar.

Las frases hechas bombardean al espectador con el ánimo de sentar muy claras las bases de la relación de cada personaje con el aspecto étnico al que pertenece y del issue intercultural. Momentos en los que un silencio bien puesto harían más por el tono de la película que tanta reflexión dicha en voz alta.

Esa mirada en la que se sumergen el uno en el otro y el otro en el uno es el todo de la película. Son diferentes pero al mismo tiempo muy parecidos. Bello.

La tierra sin mal se nos presenta mágica, impredecible, misteriosa, plagada de personajes pintorescos y de situaciones que intentan aligerar el peso filosófico de la película con unos atisbos de humor.Típico recurso de películas de este tipo: dos personajes aparentemente opuestos se juntan por avatares del destino para terminar siendo chanchos amigos y tener una experiencia religiosa, diría Enrique Iglesias.

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La idea de “la lucha de un pueblo otrora feliz contra una raza más fuerte” manejada por Nordenskold que se insinúa en el filme, y la frase de que son los karai los que ahora “tienen que luchar por su identidad”, en el contexto pluri-multi que siempre ha vivido el país suenan reduccionistas y condescendientes.

Otro problema es el apartado actoral. Entiendo que son actores naturales y que se trata de la primera experiencia de Juan Carlos Valdivia en esas lides, pero definitivamente las actuaciones rondaban la media para abajo, llegando un poco al bochorno en la fiesta donde hay la pelea y en el encuentro con los cineastas improvisados (excelentemente equipados con proyectores, generadores de electricidad y otros).

La película transcurre entre frases coelhianas onda qué profundos somos, escenas coreográficas y manejo de cámara en movimiento, herencia directa de Zona Sur, que no sé hasta qué punto sirve para retratar de forma fidedigna una región caracterizada por lo inhóspito, la quietud, la semi-aridez y el sofocante calor.

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Entiendo que puede ser un estilismo, pero ese estilismo se choca ya con las frases hechas, las actuaciones medianas, y la visión bilateral del mundo, dando como resultado un filme irregular y de características que pueden valorarse más por la búsqueda personal del director (Juan Carlos Valdivia, no Andrés) que por ser una película que sea justa con lo guaraní. Estrella inicial de la premisa del filme que se desinfla para dar paso a una suerte de road-selfie-movie.

Yéndonos por el apartado siempre discutible y triste del cine nacional: lo técnico, podemos decir que aquí es donde Valdivia brilla a sus anchas y deja claro que sí, es verdad que sabe filmar, ya que TODO, todo lo técnico en Ivy Maraey es impecable e inobjetable.

Una hermosa fotografía de Pablo de Lumen, que también participó en Zona Sur, nos regala escenas como la de los guaraníes peinándose en las rocas o la de las proyecciones en el monte. Una impresionante producción; el talento siempre necesario de Cergio Prudencio en la música (aunque a veces demasiado incidental); y lo dicho, una calidad a nivel técnico que habla de rigor y talento, son elementos suficientes para coronarla, de lejos, como la mejor película en ese rubro este año.

Y eso acarrea la mayor decepción, Valdivia es un tipo que tiene la inteligencia comercial para generar auspicios y trabajar con los presupuestos más altos del medio y tiene la inteligencia artística para rodearse de un buen equipo técnico y humano, por eso es que a estas alturas Ivy Maraey parece un ejercicio algo ingenuo.

1385418_1424568831092968_1517043930_nLleno de buenas intenciones como todo nuestro cine y, en este caso en particular, como un renacimiento personal del director, una vez salen los créditos, la tierra sin mal se queda como una cómoda visión binaria de la realidad (blanco-indio, Karai-guaraní, rico-pobre, yo escucho Serrat y tú Locomía) que no te acompaña al salir de la sala.

Me parece que le puede ir bien en festivales internacionales, tiene esa temática ONGeísta que le ha dado premios a películas como El vuelco del cangrejo y un nombre a Ken Loach, y en lo nacional debe ser, como ya dije, de lo más logrado en los últimos años en el apartado técnico.

Como todo en la vida, habrá aquellos que la encuentren reveladora, una joya del cine nacional, una película a la que mirar hacia arriba por las virtudes que derrocha. Muy válido, en esa pluralidad de miradas y cosmovisiones, la misma Ivy Maraey lo dice: yo no sé de qué color ves el mundo, y definitivamente vos tampoco sabés de qué color lo veo yo.

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Lo mejor: hecha con mucho rigor en lo técnico y con buenas intenciones

Lo peor: a ratos se siente un pajazo

La escena: hay escenas muy lindas, incluso el final funcionaría si se mostrara de otra manera menos discursiva

Lo más falsete: la bola de papel, los recortes, las frases hechas

El mensaje manifiesto: La tierra sin mal existe

El mensaje latente: La tierra sin mal está desapareciendo

El consejo: Vela, realmente: VELA.

El personaje entrañable: la niña del final

El personaje emputante: la dupla de amigos

El agradecimiento: por el rigor, por apostar siempre a la máxima calidad

CURIOSIDADES (extraídas íntegramente del dossier de prensa de Ivy Maraey, sección Anécdotas)

A Juan Carlos le contaron que todavía habían muchos huesos humanos de la guerra en Kuruyuki en la zona, pero jamás vio uno, hasta un día de abril de 2012 que encontró los restos de un kereimba (guerrero). Allí supo que era hora de comenzar el rodaje. Puso los huesos en un viejo cantaro guaraní y se los llevó a La Paz, prometiendo devolverlos cuando la película esté terminada.

Un año estuvieron los huesos de kereimba (guerrero) en casa de Juan Carlos. La devolución de estos huesos es el tema del documental Memoria, que Cinenómada encargó a la cineasta venezolana Rossana Matecki para el proyecto Recuperación de la Memoria, en cooperación con la Embajada de Alemania en Bolivia.

El equipo técnico y artístico de Yvy Maraey constaba de aproximadamente 60 personas fijas que se desplazaron en 12 vehículos por 5 departamentos, en una superficie de 10,000 km.

El rodaje de Yvy Maraey se realizó durante siete semanas. La pre-producción llevó cuatro meses. La concepción y la construcción, sin embargo, tomaron seis años.

A la víspera del rodaje en julio de 2012, 22 personas del equipo se perdieron en el bosque a orillas del pantano. Después de horas de andar en círculos por la orilla del espeso monte, se resignaron a dormir alrededor de una fogata sobre una espesa capa de hojas secas. Al día siguiente, encontraron numerosas huellas frescas de tigre en las inmediaciones.

Para filmar las escenas del Chaco, la producción tuvo que llevar los extras por 800 km. de caminos accidentados. Doscientas personas, entre equipo técnico y artístico, vivieron por una semana en Lonte, en una hacienda abandonada del siglo XIX, donde se tuvo que llevar hasta el agua.

El equipo de producción fue secuestrado varias horas por los indios Weenhayek del sur de Bolivia. Los Weenhayek, descendientes de los Matacos que conoció Erland Nordenskiöld, son uno de los grupos originarios más aguerridos de Bo- livia. Retuvieron el material que Valdivia filmó para recrear el viaje de Nordens kiöld por un malentendido entre autoridades. Las bellas imágenes de los indios pescando en el río y viviendo en precarias aldeas corrieron el riesgo de desapa- recer para siempre. Valdivia logró filmar un convenio de cesión de derechos seis meses después de la filmación.

CINE: El olor de tu ausencia

Cine en construcción

El cine nacional ya tiene una mala fama, una fama de mal cine, y no es porque el público no apoye lo local o que “prefiera” lo de afuera, es porque el 99.9% de películas nacionales que se estrenan tienen poca calidad y dicha certeza ya es un boca a boca que hace que muchos prefieran NO  ver cine nacional.

He escuchado cosas como “Nunca más vengo a ver una película boliviana”, al salir de una mala proyección. ¿Culpita de quién sería? ¿De la sala de cine, de la poca aceptación del público local con lo propio, del espíritu santo?  El desafío para los cineastas no es quitarle por ley cuotas de pantalla a las producciones extranjeras o aumentar la cuota de pantalla de lo nacional o crear plataformas de promoción para  lo nuestro, el GRAN desafío es como prioridad sencillamente hacer BUENAS películas que vuelvan a seducir al público nacional. Un público merecedor de mejores producciones.

El olor de tu ausencia llega intentando revertir esa mala racha.  Intentado  marcar un gol jugando de local, y seguramente tendrá su prueba de fuego al jugar de visitante.

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El mundo de la contracultura, las tribus urbanas, ese difícil periodo de la historia nacional marcada por la migración que heredó y creó ausencias, generaciones sin identidad, sin rumbo, un país extremadamente político que no quiere hablar de política, el otro lado de una Cochabamba que en el imaginario general se erige como símbolo de tranquilidad, paz, una ciudad para pasarla y sentirse bien, el vacío, la nada misma, todos esos elementos pueden conformar una gran película y además marcar el inicio de un olvidado diálogo entre el cine y el espectador sobre nuestros esqueletos en el closet, sobre el elefante en la habitación.

¿Cómo lo hace? Contando tres historias unidas por lo ya mencionado: la ausencia, los vacíos, la soledad, los pedazos de existencia: 1) Deko es un punketo que vive con su padre. Su madre emigró a España en busca de mejores días. El padre, que es micrero, está lleno de deudas. La relación entre ambos es conflictiva. Mientras el chico vive con una apatía exasperante, y una actitud más “poser” que de real punk destroyer, el pobre padre intenta sacar adelante lo que queda de su fragmentada familia. La casa que se cae a pedazos es una metáfora de todo aquello que se destruye y de la imposibilidad de ver la luz 2) Chris acaba de salir bachiller, tiene un título que podría encaminarlo hacia un futuro pero no hay cómo trepar en un camino que es una línea recta hacia la nada. Ya es padre, quiere trabajar en su país, busca trabajo (de forma muy chapucera) y no encuentra otra solución que irse a España 3) Snake (un siempre correcto Roberto Guilhon) es de esos que fue a USA, la pasó mal, el sueño americano fue convertirse en el empleado humillado y denigrado del jefe de turno, volvió, pero aquí tampoco tiene muchas oportunidades. Inmerso en deudas decide dar una especie de golpe a unos narcos para apropiarse de un botín.

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Como ven hay mucho de dónde agarrarse. El cine que mezcla varias historias corre el riesgo de en conjunto no tener una ligazón real, en este caso sí hay elementos en común que unen las tres tramas, pero narrativamente está tan disperso, tan hasta cacofónico que al final queda una película discursiva que pretende no ser discursiva con intenciones honestas, pero personajes que sentís de cartón.

Entonces, hay dos maneras de ver El olor de tu ausencia: si la enmarcamos dentro de lo que se ha gestado en cine nacional en los últimos años diría que se rescatan las buenas intenciones, la necesidad de decir algo más que el chiste barato de café concert, el no recurrir a la muletilla de la historia folk-costumbrista-quépintorescossomos  que tantos dolores de cabeza ha causado y que ha corrido tanto público de las salas de cine. Rescato, también, una estética que se preocupa por el espectador, por no poner la cámara en algún sitio y listo. Los cinco años que se tardaron en sacarla por rigor, por tener una buena post-producción, por solucionar los problemas de audio (aunque no se consiguió del todo), también son una muestra de que se aspiraba a hacer bien las cosas. Y claro, una muy linda banda sonora.

Si enmarcamos a El olor de tu ausencia en el mapa cinematográfico mundial, a mí en lo particular me parece que hay un problema de narración, tenemos tres historias que no se solidifican nunca y que están algo desdibujadas. Creo que la escena del punketo y su padre en el auto, ese diálogo que no termina nunca y que no sabe dónde parar, es una muestra de lo que considero son las fallas de la película: Diálogos repetitivos y algo telenoveleros, actuaciones que en su mayoría van de más o menos para abajo, y una línea discursiva demasiado explícita. Las paredes pintadas con frases, las canciones cursis (sí, me parecen cursis en su apuesta naif a ser cuestionadoras de esquemas), escenas como la que mencioné de la charla con el padre en el auto, o el diálogo de Deko con el don en el hospital, o el Snake y su amigo en la laguna, o los punketos que gritan que no les interesa la política, me alejaron del relato, me hicieron sentir que masticaba plástico.

La abrupta escena final, donde la tónica del filme cambia y termina, confirma la sensación de que algo falta.

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Eddy Vasquez, a quien conozco y respeto, debuta en esta ópera prima como director y guionista en largometrajes, siento que como espectadora llegué a comprender lo que Vasquez quiso decir, pero no conseguí verlo plasmado del todo. Hay algunos momentos, algunos climas, algunos chispazos de eso que El olor de tu ausencia insinúa. Son como burbujas que aparecen y desaparecen en el filme, pero no alcanzan para trascender.

Jugando de local, El olor de tu ausencia puede que gane puntos por apostar a algo más, por intentar decir algo aunque no sepa muy bien cómo decirlo. Las buenas, honestas intenciones no le alcanzan para salir de ese estigma del cine nacional en el que la carencia técnica (actuaciones, sonido) se une a un problema narrativo. Habrá que ver cómo le va jugando de visitante, que es donde en realidad se medirá el poder de llegada de su propuesta, si resiste o no la universalización de espectadores que no la mirarán con simpatía por ser nuestra.

Mientras tanto, queda seguir esperando a Godot.

Lo mejor: que intenta decir algo

Lo peor: que no lo consigue del todo

La escena: la secuencia del personaje de Snake que llora, la música, y también el final, me parecen lindas escenas visualmente.

Lo más falsete: lo de los narcos

El mensaje manifiesto: hay una generación sin identidad

El mensaje latente: la falta de identidad puede ser pose

El consejo: verla, vale la pena verla, hay gente que a la que le gustó mucho.

El personaje entrañable: el padre de Deko

El personaje emputante: Deko

El agradecimiento: las buenas intenciones

CORTOMETRAJE: Plato Paceño

Ocurrió lo insólito, lo insospechado. El primer día de frío, me jui cansadamente a la AECID a ver una muestra de cortometrajes españoles y bolivianos llamado Coctel Corto. La verdad, me senté en la butaca y adopté actitud similar a la vaca que mira pasar el tren, sin muchas esperanzas. El resto de los cortos no estaban mal, pero cuando llegó Plato Paceño (Carlos Piñeiro) fui feliz.

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Desde la escena uno, se nota que Piñeiro LO TIENE. Una historia contada en blanco y negro, de la que yo no sabía absolutamente nada y ante la ausencia de sinopsis pude degustar a pleno.

Solo puedo pararme en una sillita, soltar serpentina y confeti, prender el musicón y bailar hasta el amanecer. Lo de Piñeiro es la prueba clara y fehaciente de que todas las excusas pedorras que pueden poner en el audiovisual boliviano para justificar sus miserias, son eso: excusas y justificaciones pedorras.

Piñeiro cuenta una historia chiquita, la acaricia, y lentamente haciendo gala de una fina sensibilidad llega al final con los elementos justos. Una fotografía notable de Pablo Paniagua, es el complemento perfecto de este cortometraje que conmueve. No puedo contar mucho de la historia porque parte de su magia está en el final, y mejor no quemar esa sorpresa, pero puedo decir que el guión maneja hábilmente un evento cotidiano, casi rutinario y lo lleva a la trascendencia. Con una dirección austera, pero precisa, el momento en que entra la música y comprendés la enormidad de lo que te están contando, es pendejo.

Tienen que verlo, ignoro cuándo se presentará de nuevo, pero hay que verlo. Estén atentos y cuando se programe, vayan, no se arrepentirán.

El trabajo de Piñeiro se presentó en esta muestra en calidad de estreno, ha sido ganador del primer lugar en la categoría cortometraje de los Premios Eduardo Avaroa y fue producido por el estudio creativo Indómita.

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Este director ya tiene otros dos cortometrajes anteriores, que no he visto, pero tengo entendido que ha trabajado en cine y teatro.

Nada, Carlos Piñeiro es una buena noticia (muy buena) en el audiovisual nacional y este corto dará que hablar.

Hermoso trabajo.

CINE: Ciudadela y La Huerta

El YIN Y EL YANG 

Finalmente hay tiempo para hablar de cine, para ponerme en la “seria” (MUY SERIA) tarea de escribir sobre cine. Sí, el sacrosanto séptimo arte, la cinta de sueños, decía Orson Wells.

Y aunque ya pasó un tiempito de las experiencias a relatar, nunca está de más compartir esos gloriosos, insólitos y a veces decepcionantes momentos.

Entre la agonizante carrera de Shyamalan, la patada en los ovarios de Superman y la fútil Gatsby, hubo espacio para el cine nacional. Para el siempre polémico, entrañable, y desesperante cine nacional.

Tuve la oportunidad de ver Ciudadela de Diego Mondaca y La Huerta de Rodrigo Ayala. El Yin y el yang del audiovisual boliviano. Acalorados debates se dieron a razón de ambas propuestas, especialmente la de Ayala motivó en mis compañeros de butaca una catarata de adjetivos que el sensible lector no puede permitirse. Sin embargo, no nos despatarremos, y entremos primero a la luz, la añorada luz.

Llevaba meses esperando que Ciudadela se proyecte en Santa Cruz, esta expectativa fue generada por el éxito de La Chirola, éxito merecido y que situaba a Mondaca como uno de los directores más prometedores del cine boliviano.

El manejo de elementos en La Chirola, el cuidado técnico, una historia bien contada y un gran personaje, calaron hondo en un público ya acostumbrado a ver obras enanas e hicieron que su nuevo trabajo se espere como el rocío de la mañana.

Así llegó Ciudadela. Finalmente. Se proyectó en la AECID ante una sala casi llena.

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Mondaca apuesta nuevamente por el documental e ingresa a la cárcel (San Pedro) para mostrarnos su visión de lo que es la vida carcelaria.  El objetivo es que el espectador sienta e intuya que ahí dentro las cosas no son distintas a lo que sucede afuera. Sí, ahí están los reos llevando una vida privados de su libertad pero dentro de una dinámica similar a la de cualquier comunidad.

El director toma una decisión inteligente: en lugar del típico documental testimonial donde el personaje te cuenta su vida y te habla de sus miserias, sueños y esperanzas, la cárcel como tal es la gran protagonista.  Punto a favor de Mondaca y un riesgo.

No hay personajes a los que te podás anclar afectivamente, ni golpes bajos sobre pasados y futuros. Lo que vemos es nada más y nada menos que la rutina de los espacios en la cárcel: gente que tiene sus fiestas, que trabaja, que tiene actividades recreativas, vemos el comercio, la iglesia, y todo aquello que habla de una vida organizada donde casi nunca se ve un policía.

Algunos testimonios ocasionales le ponen algo de color al relato, y eso es todo. Literalmente es todo. Para mí fue un poco difícil engancharme con el relato, amén de estar bien filmado y concebido, la propuesta de tan aséptica termina distanciando y al no champarte en nada, queda como una visita turística a la cárcel, donde sí nos queda claro que hay una vida similar a la de afuera pero donde el contexto en sí mismo queda algo banalizado.

Me explico, al intentar despojar de estereotipos a los presos, solo vemos un lado (elección del director y propuesta del trabajo) pero la cárcel es la cárcel, no importa qué tan “iguales” a nosotros sean, al finalizar, lejos de comprender el hacinamiento, el abandono, la desidia, el caos en el que vive sumergida esa institución, te quedás con una imagen inocua, como pasear por la calle y ver una vitrina.

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Tal distancia se quiso matizar con gritos sobrepuestos en los peores momentos, similares al efecto causado por las risas falsas de las comedias de televisión. Odié esos gritos.

Luego de la proyección, Mondaca se quedó a recibir las preguntas y comentarios del público. Ahí explicó que efectivamente él quiso mostrar una mirada limpia a la cárcel, sin la violencia que ya está implícita al tratarse de una cárcel. También comentó que por elección no filmó en La Posta, sección destinada a los presos de clase alta, que viven de forma acomodada a pesar de estar privados de su libertad (Santos Ramírez, los presos del caso terrorismo, etc..) Aunque es una decisión comprensible, me pareció que ese contraste era necesario, incluso siguiendo la línea del documental, sin mostrar a los presos como figuras, sino solamente el sector y las condiciones en las que viven.

Llega el final y Ciudadela gusta en algunos aspectos pero no deja huella imperecedera. El relato dura apenas 48 minutos, que parecen un poco más y que dejan sabor a ingredientes faltantes o sobrantes.

Entonces, ¿por qué es el Yang de esta reseña? ¿Por qué es una luciérnaga brillando en la oscuridad? Porque Mondaca hace Ciudadela tomando riesgos y decisiones propias de alguien que se la juega. Porque tiene una concepción interesante y unas ganas de no quedarse en “lo mismo de siempre”. Porque trabajó con un equipo técnico en el que hay una buena fotografía, un buen sonido, y un buen montaje. Porque no es ese tipo de director cuya finalidad es exhibir su película esté como esté y porque de forma honesta quiere dejarle algo al espectador. Por eso, Ciudadela con todas sus falencias (o lo que a mi particular parecer son falencias) es el Yang.

Y eso nos lleva al Yin, o lo que es lo mismo…hablar sobre la oscuridad que últimamente (varios años ya) golpea el ojo boliviano. Hablar sobre esos productos que se sacan como pipocas para mostrarle a los auspiciadores que ahí están en el Cine Center, Multicine o lo que sea, recabar más auspicios para la próxima y nada más. No es pecado, no es un crimen, es absolutamente válido. Pero no deja de dar tristeza la gran cantidad de productos que surgen bajo esos cánones.

El otro día, me encontré con un conocido que participó en una película estrenada el año pasado y ante el pequeño debate acerca de la calidad de la misma, el susodicho contó que el director de tan bochornoso experimento le dijo textualmente: “A mí lo que me importa es sacar plata. Nada más”. Con plata nos referimos no a lo que recaudan en taquilla sino lo que consiguen por auspicios. Digamos que pidiendo auspicios aquí y allá se junten 20, 30, 40 o más de 50 mil dólares, y luego, de ese dinero se gaste en una producción 10 mil o menos,  contratando equipo barato y pagando lo mínimo a título de que hacer cine es caro y no rinde. El resto queda para el director. Nuevamente, muy válido.

La premisa de hacer plata es también de Hollywood, y cualquier industria cinematográfica que se precia, PERO hasta eso puej tiene una calidad básica, mínima, liliputiense. Y si ese es el parámetro, pues que no se espere que la obra se reciba como la realización del “sueño” de hacer cine.

En el caso específico de Ayala, ignoro cuáles son las motivaciones para hacer su trilogía, sean cuales sean, son respetables, pero como espectadora no puedo menos que impresionarme cada vez que veo una película suya.

Acudí a ver La huerta, ante los comentarios “cruzados” entre gente que la defendía y decía que había mejorado, y otros que alegaban que seguía en la misma estela (difícil de superar) dejada por Día de Boda e Historias de vino, singani y alcoba. Sí, pudo más la curiosidad y la necesidad de comprobar tales dichos que acogerme a la sabia experiencia.

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Ayala vuelve a refugiarse en un aparente relato idiosincrático que en realidad es simple y llanamente un desfile de personajes caricaturizados, unidimensionales y sin ningún peso.

La Huerta es una propiedad de la familia Vásquez, familia tradicional tarijeña, alrededor de la que se moverá toda la película. Hay de todo y para todos: el personaje “raro” que es asesinado al principio y que motiva una investigación para dar con el autor del crimen; la provinciana putona que anda de ofrecida con todos; la doña que le pone los cuernos al marido sonsonete; la tipa frívola y boluda; el chicha sin dulce (falso chapaco); el mujeriego; y así…casi casi como las Spice Girls, donde cada una de las chicas representaba un estereotipo.

El guión busca la intriga y el suspenso, pero no los encuentra nunca. La trama se sigue cansadamente, sin mayores sobresaltos, los problemas familiares, el pueblo chico infierno grande que se palpa en los exagerados entuertos, los flashbacks, la voz en off, todo conspira para que La Huerta resulte en extremo fallida.

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Se disfraza de relato idiosincrático, de retrato de la clase media tarijeña…(pobrecita Tarija, no tiene la culpa) y encima nos la quieren hacer pasar por comedia costumbrista, pero no es otra cosa que un pututo de chistes básicos, similares a los que se cuentan en un café concert y en el que el apartado técnico de la mal llamada película brilla por su precariedad. No voy a pajearme en análisis sociológicos/históricos/humanistas de la trama porque aquí existe un problema mayor al del guión.

Ahí donde podríamos destacar fotografía, montaje, luces, continuidad, LO QUE SEA, no hay de dónde agarrarse. Una muy mala fotografía, amante del plano contra plano telenovelero de los 80s; un sonido que dan ganas de llorar, un montaje errático, y una ausente dirección de actores, nos cachetean las cuatro mejillas.

Alguien dirá: es lo que el director propone y quiere. Perfecto, pues lo que el director quiere y propone está filmado con la nalga izquierda y ahí no hay medias tintas.

Creo que el relato costumbrista o idiosincrático no es un filón a despreciar, creo también que en otros países como Argentina, Brasil, por nombrar algunos, ese estilo de comedia se explota muy bien y encima entrega productos no de autor o que nos recuerden a Haneke, sino películas bien hechitas, divertidas, sanas, sencillas, para toda la familia.

En Bolivia, desgraciadamente, en los últimos años muchos se apegan a esa definición para justificar la chafez de su producto o para que pensemos que “Ahhh…es chota a propósito”.  Y algo de razón hay, es chota a propósito, porque si no hay una preocupación por buscarse buenos elementos en el equipo técnico, si no hay un pudor por lo que le vas a presentar al público y más aún, si no hay un leve sonrojo por cobrarle al público por ver un producto fallido, pues es, realmente, a propósito.

Y eso hay que decirlo fuerte y claro. Habrá quien piense que decir que una película nacional está mal filmada es perjudicar a la inexistente industria cinematográfica, a los actores, directores, equipo técnico y etcéteras, pero señores, estas malas películas son las que perjudican a todos los mencionados. Los actores no crecen por trabajar en esas condiciones, el equipo técnico tampoco, y el público…el respetable público empieza a perderle fe al producto nacional. Se asocia lo nacional a lo chafa. Y así estamos…

Terminada la proyección de La Huerta, no quedó mucho por comentar. Solo confirmar que urge, urge más luz. Urgen nuevas propuestas, nuevas visiones, urge seriedad y rigor, urge que el cineasta boliviano se divierta y el espectador boliviano lo sienta/disfrute. Urge que este año salga una buena película boliviana, sea del género que sea, del director que sea, urge.

CIUDADELA

Lo mejor: Que se atreve e intenta decir algo.

Lo peor: demasiado aséptica

La escena: la del techo y la libertad

El mensaje manifiesto: allá dentro la vida continúa su curso

El mensaje latente: allá dentro hay una vida que no puede retratarse del todo

El consejo: vela

El personaje entrañable: los niños

El personaje emputante: los gritos sobrepuestos

El agradecimiento: un apartado técnico respetable

LA HUERTA

Lo mejor: El perro

Lo peor: todo lo demás

La escena: la del perro

El mensaje manifiesto: es chota a propósito

El mensaje latente: de verdad es chota a propósito

El consejo: sobre aviso no hay engaño

El personaje entrañable: obviamente: EL PERRO

El personaje emputante: debo decir que odié particularmente a Martín

El agradecimiento: que, como todo en esta vida, termina.

CINE BOLIVIANO: Las bellas durmientes / El juego de la silla

Todavía recuerdo cuando era adolescente y el cine nacional era algo anhelado, soñado, una quimera a alcanzar. Cada muerte de un Papa salían una o dos películas filmadas con mucho sacrificio y esfuerzo, podían ser buenas o malas, pero siempre dentro de un rigor técnico.

Sí, como espectadores NO podíamos ver cine nacional y lo extrañábamos. Los fantasmas, las miserias, las epifanías que los bolivianos podríamos exorcizar a través del celuloide eran pequeños milagros.

Luego vino el cine digital y la huevada se democratizó, se volvió una prostituta a la que todos agarraron. Ya no hubo pequeños milagros, sino una promiscuidad en la que cualquiera tuvo una camarita y se autodenominó cineasta. Y como autodenominados cineastas, hicieron películas, y como hicieron películas las exhibieron en el cine, y como estaban en el cine, fuimos a verlas…y ahí fue cuando la realidad nos cacheteó y nos dijo que ahora el problema no era la ausencia de películas, el problema era VER cine nacional.

Creo que nadie está en contra de que la gente cumpla sus sueños y filme lo que quiera, lo exhiba donde le de la gana y sea feliz, pero como espectadora me ofendo al pagar lo mismo por una película de mala factura, donde los blancos están reventados, donde el moire y el flicker están por todas partes, y donde las actuaciones son lamentables, con guiones absurdos, que por otra que sí tiene esos elementos resueltos. Es como pagar lo mismo por un filete vencido que por uno cocinado en un restaurant de tres tenedores.

Y habrá quien crea que el hecho de que se haga una “película” ya merece aplauso, que el que alguien se pase el tiempo escribiendo, filmando, una mala película y que encima la proyecte en cine y le cobre a la gente por verla, ya es el logro de la vida. No, señores. No. Basta de la mediocridad en que se esconde gran parte de la movida cultural boliviana para justificar lo injustificable.

Mientras no se haga cine competitivo que apunte a traspasar el efímero orgullo de la alfombra roja y las palmaditas en la espalda de los amigos/familiares, no hay camino que transitar. Mientras no se aspire a llegar a los festivales y a la distribución internacional, o mientras no se aspire a conseguir un producto de calidad mínima que valga la pena el costo de la entrada, no queda nada más que una pequeña (pequeñísima) burbuja llena de espejos.

Y ya para culminar el año, un mal año, otro mal año, los cines del país tienen en cartelera dos películas nacionales: Las bellas durmientes, de Marcos Loayza y El juego de la silla, de Jorge Sierra.

Hablaremos de lo bueno y empezaremos con Las Bellas Durmientes.

 

ESPEJITO, ESPEJITO…

El director Marcos Loayza pertenece a los grandes nombres del cine nacional, el grupo del que forma parte Eguino, Agazzi, Sanjinés, Valdivia, etc.. Loayza le dio a nuestro cine un clásico: “Cuestión de fe” y desde entonces todos esperamos que otro clásico llegue tarde o temprano.

Luego vendría Escrito en el agua, y más tarde El Corazón de Jesús. En la primera, era difícil reconocerlo, fue una película por encargo y a pesar de ser una coproducción argentina que en términos técnicos no había mucho que reclamar, en su conjunto fue fallida y difícil de ver. La recuerdo poco, y aún tengo el VHS original. En la segunda volvimos al imaginario Loayza con fuerza, y aunque nuevamente la película no se terminó de cocinar, superaba a otros amagues nacionales.

Años después, el cineasta paceño regresa con Las Bellas Durmientes en lo que supone el quiebre de varios paradigmas: Uno, su incursión en un largometraje de ficción en la era del cine digital, terreno resbaladizo para cualquiera. Y dos, que por primera vez su narrativa se traslada a Santa Cruz y se arriesga a hablar sobre una ciudad que no es la suya.

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Santa Cruz aparece como gran protagonista, con sus modelos, con el culto a la vanidad y con una policía que revela todas sus miserias y limitaciones. Dicha representación recae en la figura del cabo Quijpe (Luigi Antezana), y en gran medida en su antagónico: el Sargento Vaca (Fred Núñez).

El argumento gira en torno a una conocida modelo que es asesinada, y la Unidad de Investigaciones Especiales de la Policía necesita encontrar al asesino o en su defecto un chivo expiatorio. Siguiendo una lógica muy paupérrima, el Sargento Vaca inculpa al novio. Con el novio en la cárcel los asesinatos continúan y el único que parece preocupado por resolver el caso es el cabo Quijpe. La película deambula por la comedia y el suspenso y un atípico (muy  boliviano) policial. La aparición de pistas que lleven al espectador a acompañar el periplo del abnegado cabo, terminan de pintar el argumento. Ya hacia el final, un mensaje aleccionador sobre la realidad nacional termina de redondear el asunto. Sí, Bolivia es un país donde pasan un montón de “cagadas”, y donde el sistema está tan corrupto que se pasa a la justicia por el traste. Nada más coyuntural. Free Willy, digo Ostreicher.

Todo bien. Si algo hay que agradecerle a Loayza es que después de la debacle de malas filmaciones (grabaciones para ser correctos), peores proyecciones y escandalosos guiones, Las Bellas Durmientes cumple con un rigor técnico que pocas películas nacionales han priorizado en los años.

Y en ese sentido, asistir a un aceptable/esmerado uso del digital es un bálsamo para el apaleado ojo del espectador, y claro, el oficio de Loayza como cineasta destaca, destaca en los aciertos que tiene el filme, en algunos climas que consigue, en escenas logradas como la de los manazos, y hasta en el cinematográfico final delante de la pantalla LED.

Hablando en términos generales, el trabajo de Loayza entretiene, y tiene elementos técnicos cuidados, donde podemos ver un trabajo actoral relativamente parejo en Antezana, Núñez, Jovero, Salinas (aunque muy bajo en alguno de los secundarios) y un argumento que aspira a algo más que a la estupidización de la masa.

Pero no es suficiente.

Las excesivas tomas áreas, la música que comentaba todo y además de una manera muy ochentera, algunos huecos del guión como SPOILERS (el que no la ha visto que salte al siguiente párrafo) lo de las muñequitas que nunca se cierra ni para bien ni para mal, o lo de la pregunta sobre la vanidad que al principio parece una parodia o algo retórico pero con las acciones subsiguientes queda claro que era “pregunta clave con respuesta clave”, o lo del fotógrafo que después de cagarse en el pobre Quijpe se da el trabajito de ir a dejar el sobre con las fotos o lo de la cantada autoría del crimen que aunque se necesite darle esa resolución a un espectador menos exigente, me quedó como muy pegado con moco, así como las motivaciones de los crímenes, o la forzada relación con los cuentos de hadas, … FIN DE LOS SPOILERS; la fotografía a cargo del talentoso Gustavo Soto, experto en la Canon D5, que no terminó de cuajar y que  a ratos daba la impresión de un telefilme; las modelos como elemento absolutamente ornamental de la historia (atención al pestañeo de una de las “muertitas”) y  un montaje al que le faltó ritmo (las tomas áreas además de excesivas fueron muy largas), hacen que no podamos enmarcar a Las bellas durmientes como una película que sorprenda.

Creo que el problema (para mí en específico) va por dos caminos: 1) que es una película de Loayza y no de un tipo que está haciendo, a decir del honorable prefecto Costas cuando habló sobre Cuestión de fe, su “primera ópera prima”, entonces el compromiso es mayor y como público espero más y 2) que haciendo comparaciones odiosas, sí podemos decir que es la mejor película nacional del 2012 (me falta ver el documental de Diego Mondaca) pero es porque el nivel es tan bajo que dan ganas de arrancarse los ojos y echárselos a los chanchos, el tema no es compararse con las huevadas que están sacando como anticuchos, sino ver si hay un nivel competitivo que lleve al filme fuera de nuestras fronteras o la ponga a la par de las producciones latinoamericanas que sí están dando que hablar en el mundo.

Así que no, no se trata del mejor trabajo de Loayza,  ni de un filme que causará impresión afuera. No posee los elementos argumentales ni técnicos como para que eso suceda. Dentro de Bolivia sí es una mejoría que se agradece en todos los sentidos, pero Las bellas Durmientes resulta más una película de transición dentro de la carrera de Loayza, que seguro tendrá su público y que permitirá un momento de solaz al boliviano común y corriente.

Nos deja claro que las nuevas generaciones (exceptuando dos o tres nombres) no conocen el rigor y que aunque se trate de una transición, Loayza filma con la seriedad que tanto se extraña estos días.

 

HELADERA FREGADA

Lo malo y lo bueno puede ser subjetivo. Depende de gustos, depende de experiencia, depende hasta de estados de ánimo, cuando ves una película donde existen todos los elementos necesarios para llegar a una difusa línea entre lo bueno y lo malo, se permite la duda, pero cuando los elementos que tenés delante realmente no funcionan ya deja de ser subjetivo y se entra más que en el terreno de la valoración, en la descripción.

Ejemplo: Una heladera que no enfría o que la puerta no cierra o que la luz no enciende, está fregada y punto. Sin medias tintas.

Lo mismo sucede con una película, si al verla falla el sonido, la fotografía, la post-producción, las actuaciones, la dirección, el guión, no hay nada que hacer. Así que me voy a limitar a la descripción, porque en estos casos no se puede hacer otra cosa.

El juego de la silla viene apalancada con el gancho: “De los creadores de El Ascensor”, slogan que se sirve del éxito obtenido por Tomás Bascopé quien dirigió y escribió la cinta en cuestión. BolAr fungió como productora y en El Juego de la Silla,  el productor de El Ascensor, Jorge Sierra, toma la batuta y dirige lo que supone su ópera prima en largometrajes.

El Ascensor gustó a mucha gente, pero en su momento yo misma dije que me parecía un ejercicio cinematográfico que estaba aceptable en aspectos técnicos pero al que todavía le faltaba mucho, con El Juego de la Silla, muy a mi pesar, no podemos decir ni eso.

Desgraciadamente, me tocó ver una de las peores proyecciones de cine nacional que he visto en las últimas épocas, había momentos en los que la piel de los actores se veía verde y con unos blancos reventados por todos lados que no sé si obedece al setting de la cámara o a la corrección de color o a la copia que hicieron para la proyección. Igual, es también un llamado de atención para el Cine, porque es responsabilidad compartida permitir que una película se esté exhibiendo en esas condiciones.

Además de los problemas audiovisuales (el sonido no estaba bien tampoco), la trama no ayuda mucho. Entiendo que el objetivo es hacer un cine más comercial, cuyos elementos sean accesibles a todos sin pajearse en reflexiones, pero El Juego de la silla fracasa en todas sus pretensiones: Un grupo de amigas deciden alejarse de la ciudad en época de carnaval para ayudar a una de ellas a olvidar a un mal amor. En un complejo de cabañas campestres se topan con Lucio (José Miguel Lijerón) y su hermana Ana (Vanessa Fornassari) quien padece de Síndrome de Asperger.

La película tarda casi una hora en entrar al tema por el que todos van al cine (el suspenso prometido) y una vez lo hace, los flojos elementos que la condimentan provocan bostezos y en mi caso, algo de exasperación por lo que veía en pantalla. No sé hasta qué punto, pero creo que  un buen director de fotografía hubiera ayudado a no hacer la experiencia tan dolorosa. Ni hablemos del tratamiento que hacen del Asperger o de algunos pasajes de la película donde se hace muy muy difícil de ver.

Las actuaciones son otro punto flaco, y eso que los involucrados son gente realmente talentosa que podría dar más, pero cuando todo está en contra ni el mejor actor del mundo se salva.

Si hay algo para rescatar sería simplemente las ganas, el empeño y por ahí la capacidad de promoción que han tenido, pero más allá de eso y de tener que escribir esto sobre gente que conozco y hasta admiro en otras áreas (Fornasari, Bessolo, Sicodowska hacen un hermoso trabajo con Libélula; Lijerón es un chico trabajador que le mete power a lo musical, Gisely Hernández se está abriendo camino en la actuación, etc.), El Juego de la Silla es una raya más a ese tigre moribundo llamado cine nacional.

FUTURO, VEN A MI

El otro día leía una nota donde se hablaba de que este año se habían estrenado entre 10 a 15  películas nacionales, yo me preguntaba: CUALES y si esa cifra es cierta lo único que arroja es que no hay industria cinematográfica de la que jactarse, sino números mentirosos en los que se cuelgan productos que en otros lugares difícilmente se proyectarían en una sala comercial.

Toca esperar el 2013, esperarlo con optimismo, con esperanza, con esa ilusión ñoña, visualizarme un día sentadota en una sala de cine para ver una película nacional…sin tener que preocuparme si está mal fotografiada, mal actuada, mal montada, mal post-producida, sino simplemente me preocupará si está mal contada. Más o menos como sucede con las pelis de afuera…con las que sí o sí hay un rigor técnico sobreentendido.

Mientras tanto…esito sería.

 

LAS BELLAS DURMIENTES

Lo mejor: Buena calidad técnica, en la premier se proyectó desde DCP, cosa que se agradece INFINITAMENTE. Y ya en su copia de BluRay se veía muy decente también.

Lo peor: que le termina faltando algo…y cuando recién comienza a despegar en la parte de más contenido o de enganche con los personajes, zas! se acaba.

La escena: la de los manazos.

Lo más falsete: no me gustó la escena de la comida en la pollería, muy coreografiada, la analogía tan evidente con los cuentos de hadas…y la escena entre Quijpe y el fotógrafo (última).

El mensaje manifiesto: No importa el culpable, sino cerrar el caso.

El mensaje latente: Los Quijpes de Bolivia trabajan en condiciones lamentables.

El consejo: Vela, se puede disfrutar.

El personaje entrañable: Quijpe

El personaje emputante: Diría que el fotógrafo (por obvias razones no puedo odiar al Sargento Vaca)

El agradecimiento: Que le hayan puesto seriedad y a pesar del bajo presupuesto se preocuparon porque lo técnico esté cubierto.

 

EL JUEGO DE LA SILLA

Lo mejor: Hay ganas e ilusión. Siempre un equipo de trabajo merece reconocimiento, a pesar del resultado.

Lo peor: doloroso verla.

La escena: …

Lo más falsete: …

El mensaje manifiesto: Con las ganas no alcanza

El mensaje latente: …

El consejo:

El personaje entrañable: …

El personaje emputante:

El agradecimiento:

Los caminos de la vida

Es bueno salir de una sala sin sentir que se te quitó miserablemente el tiempo, o sin que te duela el corazón por la pobreza del trabajo visto. Sensaciones  recurrentes cuando se trata de la producción nacional.
Por eso es que de entrada una de las mayores virtudes de San Antonio es que: NO ESTA MAL. Tiene las credenciales necesarias para ser un trabajo que merece la pena ver y que augura cosas interesantes para su joven realizador: Alvaro Olmos.
Filmada de manera muy rudimentaria, cámara en mano y con las limitaciones que significa hacer esas imágenes dentro de una prisión, Olmos nos lleva a conocer a tres personajes en específico.
  • Ramón.- Un argentino que según su relato o excusas, por la pobreza de su entorno y con hijos a cargo, termina siendo “tragón” y es detenido con las cápsulas de droga en su cuerpo. Además tiene una rutina de payaso, el payaso Cebollita, y es el personaje más querible del documental porque todo indica que lo suyo fue un “resfalón” y que en realidad no es un delincuente, y que sí, que el hombre se rehabilitará y tendrá su segunda oportunidad en este mundo hostil.
  •  Lucifer.- Sergio Arze es el tipo aquel que asesinó “sin querer” a dos personas en Cochabamba. Recuerdo este caso, un personaje oscuro que se fue a vivir a USA a los 8 años y ahí se involucró con los Mara Salvatrucha, una de las más violentas pandillas. Al volver a Bolivia, continuó con su legado y creó su propia pandilla a la que le inculcaba los mismos principios que los MS 13. En el documental se lo ve con un perfil que oscila de sociópata a psicópata. Por un lado habla de sus sueños de ser un rapero famoso y por otro lo vemos traficar con pastillas dentro del penal y dar discursos bastantes fuera de órbita.
  • Guery.- Es el personaje más desdibujado, sirve como punto de anclaje de esas personas desafortunadas que han crecido en una familia disfuncional, y que lentamente se involucran en un mundo de delincuencia del que luego ni siquiera quieren salir. Guery se siente validado en ese mundo, y en partes del documental dirá que él es así, que al que traiciona hay que devolverle con violencia la traición y que ni bien salga de la cárcel volverá a robar. Este joven representa los que salen y entran de las cárceles constantemente.
El documental mezcla las experiencias de los tres personajes y nos da una radiografía superficial de sus conflictos y vivencias. La cámara se convierte en testigo de todo lo que narran sin emitir ningún juicio o sin intentar llegar a donde ellos no quieran que se llegue.
Quizás lo que no comparto es que se llame San Antonio, porque la cárcel es solo una excusa para contar la historia. La estadía en la cárcel es básica para conocer a los tres mencionados, pero eso no implica que sea un retrato de la vida que llevan en San Antonio o un relato de San Antonio como cárcel de transición.
De hecho, la cámara sale de San Antonio y acompaña a Ramón y a Lucifer (le diré Lucifer porque le queda mejor) fuera de la prisión, y fuera de ella conocemos a la familia de Ramón, y fuera de ella vemos el juicio del Lucifer, y fuera de ella vemos situaciones que tienen que ver más con los caminos de estas personas que con la cárcel en sí.
Se puede interpretar, también, que aunque la cárcel no sea el punto central es lo que define el documental y por tanto sin San Antonio el filme no sería posible. Puede ser, solo que a veces sentí que la narración se iba para muchas partes y no redondeaba su punto principal. Si bien consigue crear climas, algunos no se profundizan o lo que es peor, se alargan en demasía en busca del golpe de efecto.
Se destaca que hay ocasiones en que los presos se filman a sí mismos y de esa manera se consiguen imágenes pocas veces vistas en trabajos de este tipo.
El personaje Guery es importante, pero queda marginado por el protagonismo que cobran Ramón y Lucifer. No hay un equilibrio entre las tres historias.
El montaje, por otra parte, contribuye a contarnos de forma efectiva la historia. La música y el sonido están muy bien. Precisos, correctos. La estructura narrativa logra su propósito: sentir estas historias cercanas, mirarlas en plan de igualdad y provocar emociones.
Un compañero de butaca decía que el documental contribuye (in)directamente a perpetuar una imagen cliché de los presos y de la cárcel. No sé. Lo que vimos fue tratado con respeto y seriedad. Así que por ese lado, me parece un meritorio acercamiento a una temática como esa.
San Antonio es un laborioso y comprometido trabajo de 4 años, es digno de verse. Amén de lo que se pudo pulir o de lo que queda sobrando, supera con creces a lo presentado este año en audiovisuales nacionales.

Esperemos que el director continúe desarrollando una personalidad como cineasta.Se viene dentro de poco el estreno de su nuevo documental Diario de piratas, que sigue a dos mujeres contrabandistas. El trailer pinta muy bien.

Sí, Alvaro Olmos es una buena noticia para el cine nacional.
Lo mejor: Un trabajo comprometido
Lo peor: Deambulaba por muchos tópicos
La escena: la del payasito
Lo más falsete: 
El mensaje manifiesto: Los presos son personas 
El mensaje latente: La cárcel es un mundo
El consejo: Verla.
El personaje entrañable: Ramón.
El personaje emputante:algunos dirán Lucifer,pero no. No hubo personaje particularmente insoportable.
El agradecimiento: Al FENAVID que permitió su exhibición en Santa Cruz


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