Por: Mónica Heinrich V.
La turbidez, amig@s. La turbidez.
El Sucesor (Le Successeur) de Xavier Legrand será difícil de exiliar de tu mente.
Puede ser que estemos ante la peor cadena de decisiones que he visto tomar a un personaje este año. Claro, si quitamos a la pobrecita Elizabeth (Demi Moore) en La Sustancia o a la mamerta de Lou (Kristen Stewart) en Love Lies Bleeding.
Como espectador te supera la absoluta inoperancia emocional del cojudo protagonista. Llegás a un punto de estupor tal que querés abrir un portal mágico y meterte dentro para hacer lo que hay que hacer. O le gritás descontrolad@: ¡No! ¡Qué es esto! ¡Dónde carajo están tus huevos, tu sentido común, tu criterio, tu apego al más mínimo instinto de lo correcto, de la realidad, de lo que sea, bebé!
Hasta que te acordás que estás en un país donde la vida es eso que ocurre entre paros cívicos y bloqueos de movimientos sociales, y se te pasa. Seh. Además, siempre hay un caso de la vida real donde tampoco entendés cómo una persona llegó a pensar que era buena idea actuar como actuó (a vos te hablo Daniel Sancho, a vos te hablo Scott Peterson).
En fin. Vamos al meollo.
Xavier Legrand me encanta y me seguirá encantando. No importa que El Sucesor resulte un poco fallida. Su película Custodia compartida (reseñada ACA) basta y sobra para quererlo. Así que esto (lo que hay entre él y yo) no se romperá tan fácilmente.
Ellias (Marc-André Grondin) es un diseñador emergente. El sucesor dentro de la famosa Casa Orsino. La primera escena de la película es un aesthetic desfile de moda parisino. Su primer plano: uno cenital de la pasarela blanca en forma de caracol. Ahí vos decís: Te quiero, Xavier. Siempre te voy a querer.
Esa primera parte nos prepara para el golpe. De gracia o de efecto, usté decide.
Ellias está pasando por cuadros de estrés y ansiedad porque por fin está entrando en su prime. Así que tiene las inseguridades propias del éxito. Digamos. Le dan casi ataques de pánico e incluso consulta a una doctora sobre sus síntomas. Diagnóstico: Ansiedad.
Todo tranqui.
Cuando justo está en los preparativos para ser la portada de una gran revista de moda, le anuncian que su padre ha muerto. Ellias está distanciado de su padre (nunca se revela por qué). Mientras hace su vida en Francia, el padre vive solo en Quebec. Seguimos a Ellias volando a Quebec para preparar el funeral de su padre y darle un último adiós.
Todo tranqui.
El tipo llega y durante largos minutos estamos a su lado sin que pase nada importante. Xavier, sin embargo, se las arregla para que su puesta, su armado, su estructura narrativa contenga cierta tensión que te anuncia que algo muy malo va a pasar.
Y la cosa deja de estar tranqui.
El Sucesor podría parecer una continuación de la película austriaca Michael (2011) que me dejó traumada con su final. Ni más ni menos: la señora en el pasillo a punto de abrir la puerta.
Ellias tiene un bollo de llaves del difunto, y resulta que hay una puerta que no abre. Buena parte de la película se va en las llaves. Probar cuál abre. Pim pum pam. Abrir, cerrar puertas.
Y sucede lo que sucede. Y cuando sucede, es tal cual digo al principio. Pero Xavier no se conforma con eso que sucede, sino que hace que sucedan más cosas. Cosas que vos decís: Demasiado. Y luego, otra vez, te acordás que la vida es eso que ocurre entre paros cívicos y bloqueos de movimientos sociales.
El guion, a cargo del mismo Xavier en colaboración con Dominick Parenteau-Lebeuf, se basa en la novela La Ascendencia de Alexandre Postel. Busqué la novela para leerla, y no la encontré, pero ya en su sinopsis hay diferencias conceptuales. En la novela, el protagonista no es un famoso diseñador de modas sino un humilde vendedor de teléfonos, que relata en forma de diario su historia a pedido de su psiquiatra. Me da mucha curiosidad saber en qué termina la novela, pero ni modo, ya saben: la vida es bla bla bla bla.
Por su parte, El sucesor cinematográfico concluye de forma dramática. Incluso se podría adjetivar como: facilista, aunque esos finales que a veces se eligen no son fáciles.
La pericia estética de Xavier, el más que solvente casting, y una historia que con todos sus excesos y estridencias consigue engancharte hasta el final, hace que el cariño por este prometedor cineasta siga intacto.
La turbidez, amig@s. La turbidez.
Lo mejor: te mantiene en vilo Lo peor: es como…¿demasiado? La escena: el funeral Lo más falsete: por pasajes es mucho muy increíble (en el mal sentido) El mensaje manifiesto: confianza ni en el mejor amigo El mensaje latente: muchos tienen su sótano de oscuros secretos El consejo: para verla con condescendencia El personaje entrañable: la chica y el amigo del padre, obvio El agradecimiento: porque no abandona la belleza.
La nuit du 12 (La noche del crimen)
Dominik Moll sabe filmar. Y contar. Y generar sensaciones. Estos ojitos ya vieron Seules las bêtes (reseñada ACA) y Harry, un amigo que te quiere bien (reseñada ACA). La nuit du 12 (La noche del crimen) confirma su talento para manejar la tensión y construir climas opresivos.
Es la noche del 12. Clara (Lula Cotton-Frapier), una chica de 21 años se despide contenta de un grupo de amigas. Volverá a su casa a pie. La cámara sigue a Clara que camina despreocupada por las calles de un barrio cualquiera de Francia. En cuestión de segundos alguien, a quien no vemos, aparece de la nada, la rocía con gasolina y le prende fuego. Clara arde en la noche del 12, en una calle de un barrio cualquiera de Francia.
La película habla de dos tragedias: 1) la muerte de Clara y 2) la obsesión que la muerte de Clara genera en Yohan (Bastien Bouillon), el policía a cargo.
El guion escrito por el mismo Dominik Moll con su habitual colaborador Gilles Marchand se basa en el libro de Pauline Guéna Une année à la PJ la novelista pasó un año junto a las brigadas de la Policía Judicial. La película bebe de apenas 30 páginas de un caso real, y Moll las aprovecha a full.
En pantalla desfilan los sospechosos. Como suele ser habitual en este tipo de casos, se cuestiona o indaga en la vida de la víctima, como si eso fuera un indicador real de la causalidad de su muerte. Así conoceremos a la hija, a la amiga, a la amante, a la novia, a la estudiante. Las Claras que ardieron.
Los machirulos se desgranan en pantalla. Y la película apunta a eso, a mostrar a los machirulos. O a los diferentes tipos. Lo horrible es la certeza de que cualquiera de esos desagradables sujetos pudo haberla matado. La consciencia de que Clara vivía rodeada de tipos muy sospechosos. De que esos tipos están por todas partes.
Quizás esa es su mayor flaqueza, la obviedad con la que intenta congraciarse con las causas femeninas. Este afán llega al punto de que Yohan, en algún momento, dice frustrado: Todos los hombres del mundo hemos matada a Clara.
No, corazón. No.
Moll, sin embargo, mantiene la oscuridad porque no se puede contar esta historia sin oscuridad. Hay una tensión, un hilo muy orgánico con el que juega tratando de descubrir a su asesino. Ese hilo se va deshilachando hacia el final, mientras más se alarga la película más redundante se ve todo.
Podría ser a propósito. Este viaje circular de un policía al estilo de esa peli con Jack Nicholson: The Pledge (2001), donde lo más jodido es la impotencia de saber que hay asesinos sueltos que nunca pagarán sus crímenes.
Moll filma su película con mucha sobriedad. Con esa elegancia cinematográfica que ha cultivado con los años. Con una atmósfera digna de admirar. Hay quienes la comparan con Zodiac (2007) o Memories of murder (2003), pero yo diría que tiene su propia impronta. Hay mucha noche en La noche del 12. Este polar francés no es una experiencia vertiginosa, no lo es. Es más una reflexión social. En la que sospechosos y policías y hasta amigos de la víctima parecen pensar: Se lo merecía o Se lo buscó.
Yohan, el atormentado Yohan, también dice casi al final: Algo falla entre los hombres y las mujeres.
Lo mejor: Impecable en lo formal Lo peor: se puede sentir redundante y discursiva Lo más falsete: algunas muletillas para congraciarse con la coyuntura actual El mensaje manifiesto: Algo falla entre los hombres y las mujeres El mensaje latente: algo falla en la humanidad La escena: la charla con Nanie, el interrogatorio a Vincent El personaje entrañable: Las Claras del mundo El personaje emputante: el asesino, los asesinos del mundo El agradecimiento: por el clima, por la elegancia.
El Consentimiento (Consent)
Hace un tiempito tuve acaloradas y casi escandalosas discusiones con un familiar sobre Sasha Sokol. Sasha es una ex integrante de Timbiriche, agrupación infanto-juvenil ochentera mexicana. El 2022, Sasha denunció al productor de Timbiriche (Luis de Llano) por abuso sexual. Resulta que cuando ella tenía 14 años tuvo una relación con el tipo de 39. La relación fue “aceptada” por la familia de ella, y siguió su curso hasta que ella fue mayor de edad. En algún momento terminaron y ambos mantuvieron un contacto cordial y/o de amistad hasta poco tiempo antes de la denuncia. De pronto, la Sasha adulta cae en cuenta que este hombre la cortejó cuando ella tenía 14 y él casi 40. Y no solo la cortejó, la conquistó. La denuncia surge porque este fulano, a sus casi 80 años, hablaba de esa relación como buen pedófilo: como si hubiera sido lo más normal del mundo.
La película El consentimiento aborda lo mismo. Algo que parece complejo, pero no lo es, ya que se resume en una sola palabra: Pedofilia.
El consentimiento se basa en el libro autobiográfico homónimo de Vanessa Springora que sacudió Francia.
El libro no es solo la denuncia de un abuso, es también la denuncia hacia las élites literarias francesas y al culturalete en general que apañaron al escritor Gabriel Matzneff a titulo de la libertad, la literatura, y la mente abierta.
Estamos en los 80s. Vanessa (Kim Higelin), hija de una editora-madre soltera (Laetitia Casta) conoce a Gabriel en una cena organizada para gente del mundo literario. La niña de 14 años es tímida, pero una lectora voraz, y admira todo lo que se relaciona con los libros. El tal Gabriel Matzneff (Jean Paul Rouve) comienza a tender sus redes enviándole cartas de amor. La espera a la salida del colegio. La escucha. Le charla. La convence que le está dando atención y que además ella es la fuente de su inspiración. 50 años tenía el tipejo.
Vanessa queda deslumbrada. Un escritor la ha convertido en su musa.
En la Francia de los 80s, Gabriel ya era celebrado como autor. No alcanzaba ventas de bestsellers pero era un habitué de programas de televisión en los que se ufanaba de sus viajes de turismo sexual a Filipinas, Thailandia o países asiáticos para tener acceso a la prostitución infantil. Uno de sus libros más conocidos es Los menores de 16, donde en tono confesional narra con embeleso por qué prefiere cuerpos infantiles.
Ese Gabriel seduce a Vanessa. La manipula. La somete. Vanessa no tuvo figura paterna y la relación con su madre es cuando menos problemática, tiene el perfil ideal para un predador. El entorno de Gabriel se maravilla de su joven pareja, aunque sabe que no es ni será la última niña que va a conocer haciendo ese papel: el de la musa inocente, el de la pupila sometida.
Gabriel, además ejercía una violencia psicológica pública que nunca se cuestionó: Convertía a sus pequeñas amantes en protagonistas de sus libros y describía con mezquindad el momento en que dejaban de ser atractivas: cuando se comportaban celosas, posesivas, «como una señora, como una mujer«.
La película es dirigida por otra Vanessa, Vanessa Filho. La directora consigue transmitir lo perturbadora y asimétrica que resulta una relación así. La actriz que se pone en la piel de la Vanessa niña, tiene un look tan inocente, tan infantil, tan asexual, que contrasta con el señor mayor, pelón que podría ser su abuelo. Las escenas sexuales, de afecto físico, o hasta de afecto emocional, son tan incómodas como deberían ser.
Sabemos que hay un “consentimiento” por parte de la chica de 14 años, pero es uno que está gobernado por un grooming sostenido, por una seducción llena de mentiras y la manipulación propia de un hombre hecho y derecho.
El libro en el que se basa y que pueden leer ACÁ se divide en capítulos: La niña, La presa, El dominio, El abandono, La huella, Escribir. La autobiografía, al ser precisamente un libro, tiene la posibilidad de ahondar más en la historia de Vanessa. Sabemos cómo era su padre, su relación familiar, su madre. En la película esos aspectos son apenas sugeridos, porque el tiempo y la trama así lo requieren.
En algún momento Vanessa cuenta cómo después de su relación con Gabriel, no podía tener una relación sexual sana y satisfactoria. Cómo tenía que informarles a sus parejas que no se sentía cómoda con su cuerpo, con el placer, con el sexo y siempre llegaba la ruptura porque (dice ella): A nadie le gustan los juguetes rotos.
En la película, la debacle de la adolescente se ve de una manera más cliché. Ahí donde el libro es más íntimo en el dolor, la película solo expone visualmente a una adolescente perdiéndose en la noche.
El consentimiento cinematográfico se sostiene por la turbia historia y por las notables actuaciones de sus protagonistas. A nivel cinematográfico hay poca inspiración, aunque en general termine cumpliendo con su papel de denuncia.
El libro cierra sin medias tintas. La escritora, la niña, la mujer, reflexiona:
Aparte de los artistas solo hemos visto semejante impunidad en los curas.
¿La literatura lo disculpa todo?
Lo mejor: denuncia y escrache de Gabriel Matzneff Lo peor: poco inspirada en lo formal Lo más falsete: el último tramo, muy accidentado El mensaje manifiesto: Se puede consentir coaccionado El mensaje latente: el tema no es que escriba bien o mal, que sea artista o no, el tema es que es pedófilo La escena: Cuando la manipula para que sea permisiva y sumisa El personaje entrañable: todas las Vanessas del mundo El personaje emputante: todos los pedófilos del mundo El agradecimiento: por la denuncia.
Arthur Rambo
Las redes. El sitio donde todos pueden ser La Pistarini (googleen, mij@s). El gallito más gallito del corral. Ajá. El teclado y la pantallita luminosa aguantan cualquier arrebato. Lo más seguro es que esos gallitos en vivo sean otra cosa.
Quizás Schopenhauer le achuntó cuando dijo que Toda realidad es una proyección de la mente, o Camus cuando dijo El hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es.
En la película Arthur Rambo (2021) tenemos a Karim D (Rabah Nait Oufella), la promesa literaria del momento. Acaba de publicar un libro ñoño en homenaje a su madre y su lucha como inmigrante en Francia. El farandulete cultural está conmovido.
El chico de origen magrebí se vuelve un fenómeno. Todos quieren publicarlo, todos quieren exhibirlo, todos quieren compartir el mismo aire que respira. Hasta le proponen convertir su libro en película.
Una de las señales sobre el tono de la película vendrá cuando va a una pomposa fiesta en la que el mundillo literario lo homenajea y una de las parias del establishment le dice: No confiés en ninguna persona de aquí. Las personas: escritores, editores, periodistas, agentes.
Esa misma noche se viraliza una triste verdad. El joven Karim, el musulmán que ha conquistado sus corazones con su mirada sobre la migración, tiene otro usuario en redes, uno que además de misógino, homofóbico, machirulo, también celebra los atentados en Francia, o sea: lo sucedido en Charlie Hebdo y en Bataclán.
Karim intenta minimizar sus tweets, eran una “performance”, una suerte de experimento social donde él fungía como agente provocador. Defiende su derecho a la libre expresión.
La película acompaña a Karim durante esas 48 horas que lo llevan de la cima a la cancelación. Un viaje movidito.
Arthur Rambo (guiñito al l’homme aux semelles de vent) fue la última película que filmó Laurent Cantet antes de morir de cáncer este año. Le tengo cariño a Laurent. Cuando era otra (yo también fui otra) me gustaron dos películas suyas: Recursos Humanos (1999) y El empleo del tiempo (2001). Su cine social me hizo plantearme cosas, y guardo algunas imágenes que nunca se irán de mi mente de esas dos películas: En Recursos Humanos, la escena final entre Frank y su padre, cuando descubre lo de los despidos y de El empleo del tiempo, aún pienso en Vincent cuando fingía ir a trabajar. Los momentos muertos en esa muerte en vida del personaje.
En Arthur Rambo, Cantet mantiene ese interés en las temáticas sociales. El personaje de Karim sirve para contrastar el lugar del migrante en la Francia actual. La identidad cultural. La cultura de la cancelación. El impacto de las redes sociales. Lo efímero de la fama. Y el ya viejo tema de: separar a la persona de su obra.
Aunque la película arranca muy bien, y plantea su premisa con elegancia, el discurso se enreda demasiado y termina diluyendo su potencia. Se siente confuso. ¿Queremos criticar la cancelación o reflexionar sobre las huevadas que se publican en las redes amparados en el anonimato o la distancia del click?
Hay un bombardeo de diálogos donde las intenciones del director son demasiado obvias. No ayuda que el debate generado sobre los temas principales sea manipulado al extremo tal de crear ese edulcorado enfrentamiento entre Karim y su hermano, por ejemplo.
Los mensajes se mezclan, alguien dice: Todos nos prefieren muertos. A los escritores siempre nos prefieren muertos.
Y no. No es el punto.
Lo mejor: Su primera parte es muy efectiva e incita al debate Lo peor: se enreda demasiado en el discurso Lo más falsete: la secuencia final El mensaje manifiesto: la cultura de la cancelación no es justicia El mensaje latente: la cultura de la cancelación tampoco sirve de escarmiento La escena: la charla con su madre El personaje entrañable: la mamá El personaje emputante: los chupamedias que un día están y otro día no te conocen El agradecimiento: porque hace pensar.