Por: Mónica Heinrich V.
La noche anterior salimos a comprar papel higiénico.
Estábamos cerca del Obelisco y vimos, a lo lejos, un bollo de gente amontonada en las puertas del Colón.
Dedujimos que eran espectadores de An Evening with Pacino por lo que a pesar del cansancio nos aproximamos para escuchar al voleo algunas impresiones del show. Nunca hay que desperdiciar las impresiones al voleo.
Resultó que el grupo llevaba un buen rato esperando que el señorito Al saliera del imponente edificio. Tres autos con vidrios ahumados se encontraban estacionados cerca de la puerta. Un estirado cuerpo de seguridad observaba sin inmutarse a los cholulos. Eran aproximadamente las 23:35 p.m.
Una disyuntiva se abrió en nuestra mente: la de continuar con la búsqueda de tan necesario implemento higiénico o ver qué sucedía.
Mientras tanto, un hombre bajito hablaba por teléfono. Sostenía en una de sus manos el programa del show que acababa de ver y contaba emocionado a quien sea que estuviera detrás de la línea que “lo vi, no podés creer lo que fue”, “el cine es una cosa mágica”. Un taxista mayor, canoso, se estacionaba en doble fila ponía sus luces de parqueo, bajaba del auto y también quería la foto del gran Michael Corleone. Claro, el Colón de “gala” y Pacino no son para los taxistas mayores y canosos.
Decidimos quedarnos.
No pasábamos de 40 personas, de las cuales algunas fueron abandonando el barco. Hacía frío, era tarde y el camba no salía ni con fórceps.
En eso se acercó un muchacho, evidentemente jonkie, evidentemente algo “ido”, evidentemente.
“Hey, loco. No se asusten. Solo quiero comprensión y un poco de ayudita” dijo a los que tenía más cerca. “Ah. Están esperando a Al Pacino”.
No era pregunta, era afirmación, era sapiencia.
“A mí me encantan todas sus películas. Sí, loco. Scarface, Carlito´s way, Serpico. Las vi todas. Y lo mejor es que son de drogas y narcos. Es repiola”.
Nadie hizo contacto visual con el advenedizo. Se quedó como peto mocochinchero, dando vueltas por ahí. Las drogas y los narcos que tanto fascinan de Pacino no tenían el mismo brillo en la vida real.
Después de unos 45 minutos, el chico dijo con desgano: “Ahí vieeene”. Como quien muestra a un animal viejo y cansado que a él, en lo particular, no le interesa.
Los flashes se dispararon, la gente se agolpó. La figura menuda, engafada de Pacino apareció. Hubo quien gritó: “Al, Al” como si Al fuera a escuchar su nombre y se detuviera a tomarse una selfie y a firmar un autógrafo y por lo menos preguntarle el nombre a quien conocía el suyo.
Nada de eso sucedió. La salida duró apenas unos segundos. Tiempo suficiente para que el “ido” saliera de su apatía y empezara a gritar como el más fan de los fans: “Say hello to my little friend”, “Hoo-ah”, “Hoo-ah”.
Los autos de los vidrios ahumados se pusieron en marcha. El taxista mayor y canoso revisó su celular para ver si consiguió una buena instantánea que valiera la pena mostrar en casa. El “ido” murmuró a la noche y a quien quisiera oirlo: “Y… ni tiró ondita. ¿Viste?”.
Era momento de conseguir el papel higiénico.
***
El sábado el clima mejoró. Los periódicos llenaban sus páginas con el “fenómeno Pacino”, hablaban de los 800 pesos que dejó de propina en un restaurant japonés, mencionaban a Lucila Polak la novia argentina con la que enamora hace casi una década y a la que le lleva como 40 años, mostraban fotos de las “celebridades”que pudieron acercarse a saludarlo: Susana Giménez, Mirtha Legrand. Furor local apalancado por la gran industria hollywoodense.
Ahí, en la penumbra, quedaba latiendo el debate sobre la pobre gestión que hizo Darío Lopérfido manejando el Colón, dejando de lado obras/espectáculos de carácter más “enriquecedor” (dicen los puristas) para dar paso a alquilar el boliche como si fuera salón de eventos de quinceañero.
¿Pacino es digno del Colón? Esa no debería ser la pregunta. El tema de fondo involucra aristas legales como productoras creadas a último momento, sin trayectoria (la del cuñado de Pacino que fue quien llevó el show asociado a Adrián Suar), que arrancaron la producción del evento hace dos o tres años y que recién se establecieron como empresas en abril de este año. ¿Cómo pudieron obtener la venia del Colón? Esa es la pregunta.
Cri Cri Cri.
Pero sigamos con el sábado. Con Al. Con Pacino.
A las 20:03 llegamos a lo que sería su segundo y último show en suelo porteño.
El Colón es un teatro de estilo renacentista francés. Elegante, inmenso, con capacidad para albergar a casi 2.500 almas. Las secciones están muy bien delimitadas. Tenemos la platea, y alrededor de la misma se alzan palcos (un palco privado puede alcanzar hasta 10.000 $us. para 10 personas) y balcones. El último piso es la zona más barata, los asistentes ni siquiera tienen butaca, ven todo el espectáculo de pie. Un amigo argentino designó a ese sector como “el gashinero”.
La seguridad que fiscaliza que alguien del gallinero no se cuele a platea es bastante rígida. Para llegar a platea pasás como cinco filtros de control. No, el gallinero no se puede mezclar así nomás con la platea.
El show iba a ser en inglés por lo que en la entrada daban audífonos para tener un traductor en el oído. Terrible y molesto detalle, ya que toda la función el sonido se acopló (algunos sordos lo ponían muy fuerte) y para los que estaban sin audífonos fue complicado concentrarse en lo que decía Pacino con la bulla de fondo.
Era obvio que la gente (de todos los sectores del teatro) se había tomado muy en serio eso de “An evening con Pacino” y un 80% de los asistentes parecían estar viviendo una suerte de mini alfombra roja. Como en una cita soñada, algunas damas fueron al salón de belleza, sacaron su mejor vestido de gala, sus zapatos altos y los varones vestían de traje.
Cuando se apagaron las luces, un reel (un poco largo) recordó al público porqué estábamos ahí. Las películas más conocidas de Pacino aparecieron en la pantalla gigante. Curiosamente, casi todas pertenecen a décadas atrás.
Luego, el hombre del momento apareció desaliñado, con la camisa arrugada, sudoroso, con fuertes signos de cansancio, criollamente diríamos “hecho bolsa”.
Recordemos que este espectáculo es tal cual su nombre. No es una velada con Alfredo James Pacino. No es una obra teatral. No es Ricardo III. Es una velada con Pacino, con la estrella. La que cobró más de medio millón de dólares.
A su lado estaba Iván de Pineda: modelo/conductor/actor. Todo muy entrecomillado.
La producción decidió vestir a Iván de conductor (era quien hacía las veces de presentador y de entrevistador de Pacino) y de actor (fingía que no se había hablado de exactamente lo mismo la noche anterior).
Pacino lleva haciendo este “show”, “autohomenaje”, “charla”, desde el 2013, así que hay que darle algo de crédito por la frescura y aparente emoción con las que relataba sus anécdotas que, en realidad, obedecían a un estricto guión.
Las preguntas que de Pineda le hacía eran las típicas sobre cómo comenzó su carrera, lo difícil que le fue surgir viniendo de un hogar pobre y roto, habló un poco de sus clases con Lee Strasberg (su maestro del “método” en el Actors Studio), otro poco de cómo nadie pronunciaba bien su apellido hasta que Strasberg pasó lista en su primer día de clases en el Actors Studio y lo pronunció perfecto. “Esta persona lo sabe todo”, dijo Pacino que pensó. El público estalló en risas y aplausos.
Se mostraron secuencias de sus películas y luego se habló un poquito de cómo se filmaron o qué anécdotas recordaba sobre ellas. Así fue que contó cómo en El Padrino nadie lo quería para interpretar a Michael Corleone. Lo veían de estatura muy baja y sentían que era un actor desconocido. El equipo se burlaba de él. El papel era el más cotizado de su tiempo, incluso actores de la talla de Jack Nicholson querían encarnarlo. Finalmente, Francis Ford Coppola peleó para que Pacino se quedara.
Con mucho entusiasmo habló, también, sobre Serpico y su nominación a Mejor Actor. Era 1973 y Pacino mismo ha reconocido que gran parte de los 70s y de los 80s los pasó borracho y drogado. Ha afirmado tener muchas lagunas mentales sobre esa época. En la gala de los Oscar no había preparado un discurso en caso de ganar, bebió demasiado y luego lo intentó bajar con valium, así que cuando Jack Lemmon ganó su categoría, dijo haberse sentido exultante por no tener que subir al escenario en esas condiciones.
Otra anécdota relacionada con los Oscar fue su no nominación como Mejor Actor por Scarface. Durante meses le llenaron los oídos diciéndole que era una nominación segura y cuando las nominaciones llegaron no figuró en la lista. Sus compañeros de trabajo le hicieron un Oscar de mentira y se lo entregaron al día siguiente. Ese Oscar, afirmó, es el premio que más atesora.
Nuevamente, más risas y aplausos.
Pacino recuerda con mucho cariño a gente como Marlon Brando, Oliver Stone, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola.
Esos son los grandes nombres difíciles de olvidar. Cuando le tocó el turno a Perfume de mujer, le costó recordar el apellido de Chris O´Donnel, el actor que encarnaba al ingenuo Charlie. En medio de su charla se puso a murmurar: “Este muchacho. Chris. Chris…” se quedó trabado y desde el público le gritaron: “O´DONNEL!”. Puede ser que Chris sea más olvidable porque su carrera como actor se fue al bombo y no forma parte del circuito estelar, ese que por ahí podría llenar el Colón. Puede ser.
Paradójicamente, con el teatro lleno de gente que pagó entradas súper caras y que vestía sus mejores galas para una entrevista al vivo, Pacino habló de la banalidad de Hollywood, de ese “glamour barato” que a él no le gustaba. Paradójicamente, el público aplaudió, una vez más, la ocurrencia.
Llegó el momento de Any Given Sunday (Un Domingo Cualquiera), las luces se apagaron y empezaron a proyectarse las famosas imágenes del discurso que da el personaje de Pacino antes del juego decisivo. En la oscuridad, el gallinero se alborotó y gritó algo inentendible. El resto del Colón lo mandó a callar: Shhhhh. El gallinero no se amilanó y finalmente las luces se encendieron. Se escuchó claramante el eco que bajó desde el 5to piso: ¡Médico, médico, médico!
Una mujer había sufrido un paro cardiorespiratorio. De entre las primeras filas de la platea alguien se identificó como médico. Sin embargo, la organización le informó a Iván de Pineda que el médico del lugar ya estaba en camino. Se le explicó a Pacino brevemente la situación y el actor se quedó como ponchado en su asiento, mirando entre el desconcierto y la apatía lo que estaba pasando. Nuevamente, las voces del 5to piso se hicieron escuchar e informaron que “no ha venido ningún médico” y de Pineda en un accionar que solo puede definirse de “Bien jugau”, le pidió al espectador que había ofrecido sus servicios: “Subí, por favor”.
Hacia allá fue el médico/espectador. Pasaron unos minutos y de Pineda preguntó (siempre delante de todos) si el médico ya estaba atendiendo a la mujer. “Sí, ya está acá. Gracias” informó una voz.
Las luces se apagaron y Pacino arrancó como una película que fue puesta en pausa exactamente donde se quedó. Había perdido la energía y el carisma. Quizás todos nos desconectamos de la velada a partir de ese punto.
Rápidamente entramos a las preguntas del público. Los argentinos no son tímidos, muchas manos se alzaron esperando interactuar con el actor. La elección corría a cargo de de Pineda que tenía ante sí caras conocidas cerca por lo que incluso se refirió a algunas de las personas que tomaban el micrófono por sus nombres. Ajá, dedocracia.
Un muchacho de unos 20 años que estaba en el gallinero, dijo que su sueño era actuar al lado del actor y preguntó si podía bajar hasta el escenario a improvisar algo con él. Pacino miró a de Pineda y, con la misma soltura que la noche anterior rechazó el abrazo de una mujer que dijo haber venido desde Chile solo para abrazarlo, se fue por la tangente. “Pero si esto ya es una improvisación porque bla bla bla”. No. La imagen del chico de 20 años bajando hasta el escenario y abrazando a su ídolo no sería una de las que nos llevaríamos esa noche. No se cumplirían sueños.
Una mujer tomó el micrófono por la misma zona y dijo llorosa que estaba “enamorada de todos sus personajes”, Pacino murmuró un “wow”, más sardónico que agradecido. Ella continuó y le preguntó sobre su postura sobre la mujer. Qué siente por las mujeres. Ahí el actor aprovechó para enchufar un poema que estaba evidentemente pauteado, listo a ser disparado en el momento que pudiera encajarlo. En la pantalla apareció, oportunamente, su traducción al español.
Al finalizar la ronda de preguntas (calculo que unas 5 o 7 personas), se presentó un monólogo. Era otro poema, esta vez The Ballad of Reading Gaol de Oscar Wilde.
Si no supiera que Pacino estaba recitando un poema, podría jurar que relataba una más de sus anécdotas. Esa falta de versatilidad que ha sido un poco más notoria en los últimos años de su carrera, se puso de manifiesto durante el show. Desde el inicio hasta el final del mismo, la única inflexión en su energía o gestualidad fue cuando se lo vio algo aburrido por la situación de la emergencia médica. Algunos espectadores se quejaron de que no lo vieron actuar, cuando en realidad actuó todo el tiempo.
Después de más de dos horas de estar encerrados en el Colón con una dinámica que se estableció rápido y se repitió durante el espectáculo (el neoyorkino decía algo y se lo festejaban), es justo decir que estábamos cansados. Pacino de actuar de Pacino, y nosotros de ver a Pacino actuando de Pacino.
En eso, cuando ya se olía el cierre de la noche, rápidamente una orquesta ingresó y empezó a interpretar el conocido tango Por una cabeza inmortalizado en Perfume de mujer. Imágenes del coronel Frank bailando tango se vieron en la pantalla gigante.
En el escenario apareció una estilizada bailarina con la que Pacino hizo literalmente dos pasos. La bailarina intentó seguir pero Pacino ya no quería nada más. La soltó, levantó la mano, se despidió y se retiró por un costado. Iván de Pineda comprendió que eso era todo: Ladies and Gentlemans, Míster Al Pacino. La gente aplaudió. No importaba el desaire. Pasaron varios minutos y reapareció para el saludo final. Como cereza de torta, entró Lucila con un ramo de flores, lo besó y ambos se retiraron raudos y veloces. Nadie pidió bis.
Desgraciadamente, el actor no pudo irse a descansar. El más de medio millón de dólares que le pagaron incluía quedarse y recibir a los espectadores de algo llamado Meet & Greet (Conocer & Saludar). Un cocktail en el Salón Dorado del Colón, donde supuestamente Pacino se sienta en un toquito y tiene que tomarse una foto con quien posea el ticket correspondiente.
Mientras nos retiramos del edificio, ya en la calle, miré hacia atrás para ver a la gente que no pudo/quiso pagar el Meet & Greet y que esperaría a las puertas del Colón que Tony Montana, Carlito, Michael Corleone, Sonny, Serpico, Frank, Tony D´amato, asome por segundos su figura engafada.
Quién sabe, por ahí el “ido” aparecía y podría gritarle algunas de sus líneas una vez más. Por ahí.
Hoo-Ah.
Pacino, en otras entrevistas, ha comentado que contrario a sus atormentados personajes escapó de las drogas y el alcohol. En algún momento durante su presentación en Argentina recordó que muchos de sus amigos de infancia, de chicos con los que creció, murieron por drogas en los barrios bajos del Bronx.
Él ya llegó a los 76 años. An Evening with Pacino no arroja nada nuevo sobre esa vida bien vivida. Es simplemente la excusa (algo triste, algo válida) para ganar dinero y sentirse apapachado por un grupo de desconocidos.
Quizás lo más honesto de la noche fue cuando de Pineda le preguntó si era de los que lloraban. Si lloraba alguna vez. Al se mostró sorprendido. De pie y mirando la juventud de Iván, le dijo que estaba seguro que eso a él, a Iván no le pasaba, pero que conforme ha ido envejeciendo, a veces está caminando por la calle, o haciendo las compras en el súper o simplemente solo sentado en su casa y se le humedecen los ojos sin motivo aparente. Se le humedecen al punto que comienza a llorar.
Su relato es el de un pequeño payaso ajado. Fiel a su estilo, acompaña la historia de su llanto espontáneo/aleatorio con grandes gestos y rostro compungido.
El Colón no procesa que este hombre se pone a llorar en el súper, en la calle o en su sofá mirando el infinito. El Colón solo ve los grandes gestos, las luces, el «glamour barato» y, claro, el Colón ríe.
Lo mejor: Pacino no deja de ser un personaje carismático Lo peor: Es solo eso, un personaje. Pocas veces se entrará en temas realmente importantes y creo que él lo sabe, lo asume, y lo vive con cierta distancia La escena: lo del médico, por cómo se manejó Lo más falsete: toda la charla que fingía emoción y sorpresa cuando la ha contado desde el 2013 infinidad de veces El mensaje manifiesto: Te puede no gustar el «glamour barato» pero capaz que termines metidito ahí El mensaje latente: Las estrellas están en el cielo El consejo: igual se puede disfrutar si sabes a lo que vas. Informate bien cómo es el espectáculo así no te llevás decepciones esperando Ricardo III El personaje entrañable: el médico sustituto El personaje emputante: … El agradecimiento: por una experiencia más, la linda orquesta del final y ciertos buenos momentos de su relato.
CURIOSIDADES
El show, ya presentado en Europa y en su tierra natal, Estados Unidos (donde agotó localidades), recorre fragmentos de su vida, desde la niñez pobre y callejera hasta hoy, y tuvo una adaptación local realizada por el cineasta y guionista, Marcos Carnevale.
Adrián Suar, con producción conjunta de Preludio Producciones, Nacho Laviaguerre Producciones y Tieless Media trajo el show del actor por primera vez al país, e Iván de Pineda, uno de los conductores de El Trece, fue el encargado de moderar la velada, con traducción simultánea al español, auriculares mediante.
Dos sillas, dos copas, una botella de agua mineral, más un florero oficiaron de breve escenografía, pero la pantalla que replicaba eternas secuencias de sus principales películas funcionó como telón de fondo.
La bailarina Judith Kovalovsky (cuñada de Suar) fue la encargada de rememorar la famosa escena de Perfume de mujer.
A pesar de que su pareja es Argentina, Lucila Polak, Al Pacino no conocía el país del tango y esa fue su primera visita.
Hace algunos años hizo el show en México y se lo criticó por estar en aparente estado de ebriedad.
Norma Aleandro, Georgina Barbarrosa y Miguel Solá criticaron duramente el show al que calificaron de «Horrible», «asco», «vergüenza ajena».
Lucila Polak salió a cruce de Aleandro, recalcando que ella fue invitada y que el show siempre fue claro respecto a lo que ofrecía. Que el comentario le pareció irrespetuoso y de mal gusto.
Jeje, ni remotamente pensaría en ir, pero tus líneas me agarraron y disfruté mucho leyendo al respecto.
¡Un saludo!
Gracias, Santi! Un abrazo
Siempre pensé que pacino escogía sus papeles y que de niro le gustaba arriesgarse en sus papeles. Con tu narración se me hace que solo les gusta el dinero a ambos.
Fer, el mundo es una triste mascarada.
Bravo Monica! Con este artículo tan acertado y jocoso te has ganado los 10.000 dolares que yo hubiese pagado por un palco de primera! Me ahorro asi el asistir a un show mas artificial que una sonrisa hollywoodense! Esto,naturalmente, en el remotísimo caso en el que yo hubiese deseado asistir a semejante espectáculo. (con acento en las dos últimas sílabas) Francamente soy demasiado sobrio como para poder esperar algo de una persona que si bien interpretó magistralmente a Serpico & Co. ahora recorre el mundo contando su historia personal desde que fue niño pobre y sufrido hasta miembro de la «glamour society».
Pablo! ahórrese el triste espectáculo!La experiencia fue cuando menos pintoresca, y borró cualquier ganas de asistir a algun evento parecido, pero nunca digas nunca. Gracias por el comentario. Un beso!