LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

CINE: CODA, El callejón de las almas perdidas, King Richard, Don´t look up, West Side Story, Licorice Pizza, Belfast, Drive my car

Por: Mónica Heinrich V.

Amig@s, planeaba subir las nominadas al coso dorado por enviones, pero el sistema no me permite producir mucho fuera de la matrix, así que acá va todo sin anestesia y en orden aleatorio. Amén. 

CODA

Ya. CODA es una película amable, inclusiva, genérica. Podría ser la Miss Simpatía de un concurso de belleza. Sabemos que no va a ganar el coso dorado a Mejor Película, pero ahí está. Un poco jodiendo la lista de mejores películas, un poco siendo Macedonia del Norte contra Italia. Lo más importante (para el qué dirán) es que le chisguetea diáfanas gotitas de diversidad a una Academia que suele ser un desierto árido e inhóspito en ese apartado. Nótese el diminutivo de gotitas, como si salieran de esos dispersores que nos colgábamos en el cuello con alcohol (y sueños, y esperanzas, y miedos repetitivos e inútiles) para evitar el COVID.

El tema es que agarré CODA en Prime Video. Le hice lance mucho tiempo porque ya el poster me daba un poco de repelús, demasiada felicidad y armonía ante mi ajada humanidad, era como un episodio de la extinta 7th heaven o de Fuller House. Otra cosa que hacía que fingiera que “no nos conocemos” era mi experiencia con su directora/guionista Sian Heder y su anterior película: Tallulah. Así es, no miro sinopsis, pero busco prontuarios. Si pienso en Tallulah marco algunas casillas mentales: amable, inofensiva, genérica. Y puede que el gran público, la gente de bien, encuentre esos atributos más que aceptables: no es mi caso. Sacrifíquenme al amanecer.

Los quiero a todos, bichitos de luz

CODA nos cuenta la historia de Ruby. Ruby es una adolescente oyente. Este dato es necesario recalcarlo porque su papá, su mamá y su hermano, no lo son. Ajá, ya adivinaron el conflicto. Familia sorda, hija oyente (CODA: es el acrónimo de ‘Child of Deal Adults’ por el que en Estados Unidos se conoce a una persona que ha sido criada por uno o más padres sordos y significa exactamente eso, “hijo de padres sordos”) que está creciendo y buscando su camino, decisiones que tomar, ajustes que hay que hacer, la vida siguiendo su cochino camino. O, en la premisa de la película, su sabio camino.

Como no puede faltar en este tipo de guiones genéricos, amables, inclusivos, hay obstáculos que sortear. Ruby tiene un talento que quiere desarrollar, pero sus particulares condiciones familiares se interponen. ¿Será la pequeña y dulce Ruby capaz de cumplir sus sueños? ¿La divertida y carismática familia podrá seguir adelante? ¿Las dificultades que enfrentan como parte de la comunidad sorda son insalvables?

Solo hace falta mirar el póster para responder esas y más preguntas.

Lo que saca a CODA un poco de su aire de telefilm de media tarde de domingo sin Champions, es la más que lograda actuación de Troy Kotsur (Frank Rossi) nominado también a Mejor Actor de Reparto. La ya ganadora del Oscar, Marlee Matlin (Jacki Rossi), Daniel Durant (Leo Rossi) y Emilia Jones (Ruby Rossi), logran que cuando uno termine de ver ese desfile de lugares comunes y escenas condescendientes, no nos arrepintamos y no hagamos la gran Phoebe Buffay: ¡Mis ojos, mis ojos! Eso, muy a pesar de tener que fumarnos a Eugenio Derbez (cosas así, son difíciles de perdonar, Sian). También se valora lo que la Academia astutamente explota, el hecho de que se presente una problemática relacionada con una comunidad (los sord@s) generalmente omitidos de cualquier tipo de historia en la pantalla gigante.

No quiero hablar del final, porque al igual que todo en esta película se adivina con el póster. Solo decir que me fatiga (#doña) que se cante en una película (escena de la audición) si no va a ser la súper mega escena de voz, de interpretación, de algo, si no sucede esa magia me dan ganas de gritarle a la pantalla: Toma tus cuchillos y vete.

Lo mejor: se deja ver, es inclusiva Lo peor: amable, inofensiva, genérica La escena: cuando Papa Troy le pone la mano en la garganta y le pide que cante para saber de qué carajos hace tanto alboroto, única secuencia que me conmovió Lo más falsete: la audición en Julliard. Sí, sure, gringuitos. El mensaje manifiesto: los sueños hay que cumplirlos El mensaje latente: el universo conspira coelhianamente para que los cumplás El personaje entrañable: La familia entera, que en la vida real es sorda El personaje emputante: el profesor (O sea: DERBEZ y el boludito que cantó con ella El consejo: : mirala si sos gente de bien El agradecimiento: Por los buenos actores que tiene.

Nightmare Alley / El callejón de las almas perdidas

Ah, Guillermo. Cómo me cae bien este gordo. Si empiezo a marcar casillas mentales para El Callejón de las almas perdidas, se me ocurriría: interesante, oscura, plástica.

Dos de tres no está tan mal.

Por un breve instante de estupor (y boludez) pensé que vería una huevada similar a The Shape of Water (reseñada ACÁ). La culpa la tuvo la introducción machacona que hicieron del “monstruo”, ya lo veía a Bradley Cooper yendo a llevarle comidita, a charlar sobre la insoportable levedad del ser, a ayudarlo en su huida y quizás intercambiar uno que otro fogoso beso en el agua.

La película se basa en el libro homónimo de William Lindsay Greesham (en PDF ACÁ) que lógicamente me descargué y leí con entusiasmo porque me quedé un poco picada/conflictuada con la película. Ya entraremos en la característica piscina séptica de libro vs película, mientras tanto quiero contarles de qué va todo:

Estamos en los inicios de la segunda guerra mundial, la gente se mata o muere cruzando el charco y en Gringolandia todos siguen con sus vidas (guiñito). Uno de esos gringos es Stan (Bradley Cooper) fulano medio turbio que consigue trabajo en un carnaval, un espectáculo itinerante que tiene: el ya mencionado monstruo, el enano, la chica eléctrica Molly (Rooney Mara), y otros números variopintos. A Stan le empieza a interesar el acto de Zeena y Pete. Una pareja que se sirve de trucos para que el vulgo crea que son psíquicos o mentalistas. #amigosdénsecuenta. Cosas cuestionables pasan y Stan se cruza al lado oscuro, porque la gente puede ser muy cojuda. Más adelante entrará en acción el personaje de Cate Blanchett (la doctora Ritter) y ya a ese punto es oscuridad total, porque, de verdad, la gente puede ser muy pero muy cojuda.

Cojudos

Algo sucede con la película de Guillermo que no termina de cuajar. Tenemos el escenario, la historia, las estrellas rutilantes que interpretan los personajes, pero este es un noir descafeinado, una chicha sin azúcar, un J Balvin subiendo fotos de Gandhi rezando.

El guion escrito por Guillermo del Toro y por la debutante Kim Morgan, no consigue ponerse a la par ni de su versión literaria ni de la primera versión de la película que se hizo en 1947 (que me vi entre gallos y medianoche sin reprís de la Champions). El diseño de producción es perfecto, la fotografía de Dan Lautsen (te quiero, Dan) es perfecta, y, sin embargo, a pesar de todo no podemos ser felices. ¿Por qué es tan difícil ser feliz? Sacrifíquenme al amanecer.

Luego de ver la versión en blanco y negro, y de leer las páginas que un atormentado y pre-suicida Greesham escribió, mi conclusión es que Guillermo se distrajo tanto en el diseño de producción que la trama quedó desdibujada y los personajes, sobre todo, el ambicioso y turbio Stan, no tuvieron un peso específico. En el libro, por ejemplo, es fácil sentir antipatía inmediata por un Stan que desprecia al monstruo y que se cree superior a su entorno. En la versión de 1947 teníamos al gran Tyrone Power, que en cada frame le imprimía un subtexto a su personaje. Bradley Cooper hace un trabajo notable, pero el guion está dando tantas vueltas y la fotografía parece tan empeñada en asombrarnos que al final, todo se diluye como pompas de jabón.

El final, más explicado en la adaptación de Guillermo que en el libro, es durísimo, de hecho, hasta ese momento no pensaba leerme la novela porque #repechajes y #eliminatorias, pero terminé buscando la novela y leyéndola.

Igual, entiendo que El callejón de las almas perdidas esté en la lista de las diez mejores del año. Recapitulemos: 1.- Guillermo del Toro (dispersor de gotitas de inclusión latinoamericana) 2.- Perfecto diseño de producción. 3.- Rutilantes estrellas hollywoodenses (Blanchet, Mara, Cooper, Dafoe) 4.- Ashhí es la vida.

Sus posibilidades de ganar el coso dorado son idénticas a las de CODA: Ninguna. Si quizás hubiéramos visto el verdadero rostro de Stan, ese que quería ser gobernador, que estaba dispuesto a pisar a quien fuera desde la página 1, el ser monstruo que todavía no era monstruo y que quería ser parte de los monstruos, otro sería el cantar. Hollywood, sin embargo, se conforma con estos monstruos peso pluma. 

Qué flojera.

Lo mejor: perfecto diseño de producción y perfecta fotografía Lo peor: dispersa, desabrida y poco profunda La escena: la risa final de Bradley Cooper, entréguenle un coso dorado o algo por eso Lo más falsete: no termina de cuajar nunca. Dejaron la gelatina de pata fuera de la heladera El mensaje manifiesto: los monstruos, monstruos son El mensaje latente: no disimulés, maquillés o dosifiqués a los monstruos El personaje entrañable: El personaje emputante: Stan y la loca de la psicóloga El consejo: leé el libro El agradecimiento: Por el libro y por Tyrone Power.

King Richard

Le estuve huyendo, así como al contacto cercano de menos de 1,5 metros. Había varias cosas que me hacían ruido. Era una película acerca de cómo surgieron Serena y Venus Williams y se llamaba King Richard. No pues. La protagonizaba Will Smith, actor al que respeto más por su evidente entusiasmo actoral que por sus resultados en la pantalla. Y, encima, era una biopic. Género engañoso. Es usual que las biografías terminen alteradas para lavar imágenes, limpiar conciencias y granjear simpatías (mi humanidad está muy ajada para esos simulacros). Los nombres de las hermanas Williams como productoras del filme, así lo confirmaban.

Sobre el famoso Richard Williams, recordé que hace añadas surgieron denuncias de violencia doméstica. Su ex esposa, Oracene, terminó en el hospital con las costillas rotas, supuestamente por una “puerta”, aunque los informes policiales dieron cuenta de que no era la primera vez que acudían a un llamado extraño sobre hechos extraños con resultados extraños alrededor de la familia Williams. Más extraño fue el silencio de Venus, presente en el hospital, que no quiso comentar ni sobre la puerta ni sobre Richard.

Pero volvamos a la película, que de Richard (el que no es Will Smith) nos ocuparemos después.

King Richard es una feel good movie, ese tipo de película que te entibia el corazón al ver gente que en teoría no tenía ninguna oportunidad de cumplir sus sueños, cumplirlos y con creces. Es ser testigos de cómo triunfan el trabajo, la disciplina, la persistencia y la convicción.

Lindo. 

El guion escrito por el debutante Zach Baylin, transita los tortuosos caminos de la fórmula esperada en una película familiar de superación personal.

Reinaldo Marcus Green firma como director. Esta es la tercera película de Reinaldo, cuya experiencia ha sido más que nada televisiva (First Step, Top Boy, Amend) y que como director cumple, aunque no sorprende.

Will Smith interpreta a Richard Williams, el padre de las hermanas Serena (Demi Singleton) y Venus (Saniyya Sidney), futuras leyendas del tenis. La primera sorpresa es que Will no está tan mal como suele estar. Eso, si no lo comparamos con el verdadero Richard, que es donde notamos que: no se parecen tanto, pero…GRAN PERO: saquen su dispersor de gotitas de diversidad e inclusión hollywoodense doradas.

En la película, Richard está obsesionado. Quiere que sus hijas triunfen en el tenis. Las entrena, las motiva, y dedica gran parte de su tiempo a impulsar ese futuro que avizora. Con él, Oracene (Aunjanue Ellis), y el resto de las hijas, están comprometidos a full con un plan que Williams escribió desde antes que las niñas nacieran. Está claro, porque lo ha dicho el mismo Williams en sus entrevistas, que la primera motivación fue el dinero. Williams vio en la TV que dedicarse al tenis podría darle premios económicos importantes y es así que decidió tener hijos con ese objetivo: ganar premios económicos a través del tenis. Válido, por supuesto. Como válida es también la necesidad de la película de introducir otros elementos que le quiten protagonismo al vil metal: el tenis es un deporte de blancos y ricos, las Williams representarían a cada negro que vería en ellas la oportunidad de triunfar también.

La película comienza, entonces, con los orígenes humildes de las tenistas y con un Richard Williams que, por sus poco ortodoxos métodos, era objeto de burla y bullying de propios y extraños. De ahí, hay una escalera narrativa cuidadosamente construida para que seamos partícipes de los pequeños logros, obstáculos, y fatigas de los Williams en pos del ansiado sueño.

Es claro que sin Williams y sin su obsesión, Venus y Serena no hubieran llegado al mundo del tenis, pero también es cierto que el discurso de “trabajo, esfuerzo, dedicación” sin el talento natural de las chicas hubiera quedado en anécdota. Williams no es el único padre del mundo que sobre exige a sus hijos con la esperanza de que sean artistas, atletas de élite, que se terminen convirtiendo en sostenes económicos de sus familias. La historia está llena de casos como esos, sin ir muy lejos Luisito Rey con Luis Miguel o, en el mundo del tenis, el padre de André Agassi. Permanecen en el anonimato los padres/madres que sometieron a sus hijos a similares experiencias pero que no alcanzaron la cima.

La película elige el camino fácil, incluso cuando retrata a Richard Williams como un abnegado defensor del concepto de familia. Richard abandonó a los cinco hijos que tuvo con Betty Jhonson, una relación anterior a Oracene, pero claro, eso no quedaría bien ante las castas plateas. Sacrifíquenme al amanecer.

King Richard es una película hecha a beneplácito de las excentricidades y culto a la personalidad que cultivó el verdadero Richard. Muestra sus mejores momentos cuando Serena y Venus están en pantalla haciendo historia, gracias y a pesar de Richard. Sus momentos más flojos son esos en los que insiste en mostrar bajo una luz amable a un Richard cuestionable.

Marcus Reinaldo traslada su experiencia televisiva al filme, que termina pareciendo una película más de las tantas que llenan los catálogos de streaming. Sobresale Will Smith, y la garra con la que las niñas actrices interpretan a las hermanas Williams. Nada en su montaje, ni en su estructura, ni en su visión de dirección, hace que sea una película que dejará huella profunda.

Al final, tendremos la postal familiar. La que nos gusta ver. Esa donde la familia queda unida, feliz y triunfando. En la vida real, sobrevive Richard Williams que peleó todos sus bienes en el divorcio de Oracene, que demandó a su tercera y más joven esposa, que dejó un montón de hijos regados, no reconocidos, por todos lados, que sufrió varios derrames cerebrales y que ahora vive recluido con demencia en su lujosa mansión. Un rey sin corona.

Lo mejor: Las niñas Lo peor: condescendiente y lava imágenes cuestionables La escena: el match contra Arantza Lo más falsete: la postal de Richard de hombre abnegado por su familia El personaje entrañable: Las niñas El personaje emputante: King Richard, sí El mensaje manifiesto: la disciplina y el esfuerzo conquistan logros El mensaje latente: los logros tienen su precio El consejo: para ver cerrando los ojitos y fingiendo que Richard no es lo que es El agradecimiento: Por Serena y Venus.

Don´t Look Up

Para mí, es una sorpresa que esta película haya tenido la repercusión que tuvo. O sea, en su momento valoré el trabajo de Adam Mckay en Big Short (reseñada Acá) o su participación en la gran ya no tan gran Succesion (reseñada ACA), pero entre la vida y yo hay un cristal tenue, decía el adorado Pessoa. Y a mí me encanta ver películas, series o leer libros sobre ese cristal estallando en mil pedazos.

Es así que, en el 2018, mis ojos se detuvieron en la serie Salvation (disponible en Netflix). ¿La trama? Un estudiante ñoño-nerd descubre que un meteorito se estrellará en seis meses en la tierra y la destruirá por completo, corre a contárselo a su profesor (que desaparece misteriosamente) llega a contárselo al gobierno americano y termina aliándose a un millonario gurú de la tecnología. Comprenderán que No mires arriba no significó ninguna sorpresa sino un déja vù de algo que abandoné a media temporada cuando sacan plutonio de un lugar secreto como si hubieran ido a comprar un Pilfrut.

En la versión de Mckay, la señorita Kate (una cerquilluda Jennifer Lawrence) descubre que un meteorito se dirige hacia la tierra y que el impacto será catastrófico, corre a contárselo a su profesor, Randall Mindy (Leonardo Di Caprio, que en teoría era la propuesta inicial para interpretar al Stan de Guillermo del Toro) y juntos intentan lograr alguna acción por parte de la presidente americana Janie Orlean (Meryl Streep).

La parodia que se cree muy inteligente, irreverente y edgy, presenta a la primera presidente mujer americana como a una tipa frívola y boluda que causa la destrucción de la humanidad. Ok. Te lo compro, Mckay. Lo que no compro es lo tan en serio que la película se toma a sí misma, tomando en cuenta que está planteada desde el humor.

acá, casual, esperando el fin del mundo

Los presentadores de televisión carroñeros, los milicos torpes, los funcionarios ineptos, el ombliguismo americano de que si existe realmente un meteorito dirigiéndose a la tierra serán los que tengan en su poder salvar a la humanidad o no ¿es parodia/crítica o cliché? Ya cuando aparece Timothée Chalamet para que las estrellitas estrelladas sigan desfilando antes que el meteorito se estrelle, había perdido el interés. Sacrifíquenme al amanecer.

Sin embargo, la terminé de ver, y pude disfrutar de su mejor secuencia que es cuando se sientan a cenar y conversan y los personajes parecen personas reales como vos y como yo esperando tranquilamente la muerte. Lo demás es un arrejunte de sketches, que funcionan algunos más que otros (¡el milico les cobró los snacks!) y que nos pueden hacer sentir conectados con una realidad irreal: que somos precisamente el tipo de persona que mira hacia arriba (ternurita), mientras los borregos están con la cabeza en el piso.

Permítanme dudar.

Lo mejor: Tiene una idea base interesante y algunos sketches funcionan Lo peor: se toma demasiado en serio a sí misma La escena: la de la cena final Lo más falsete: su supuesta originalidad e irreverencia El mensaje manifiesto: Mirá hacia arriba El personaje entrañable: El personaje emputante: todos y cada uno de ellos El mensaje latente: hay muchos sitios a los cuales mirar El consejo: Flogene Relax Forte El agradecimiento: por la escena de la cena.

West Side Story

West Side Story (de 1961) es considerado el mejor musical filmado nunca. Podríamos debatir sobre si era “problemático” que los actores que interpretaban a latinos (incluida Rita Moreno) tuvieran que pasar por un proceso de maquillaje larguísimo para oscurecerles la piel u otros detalles que ahora la harían ver muy “este pendejo es racista y no lo sabe”, pero como lo que nos atañe es la versión 2021, vamos pa allá.

Decía que West Side Story versión 61 entró a los anales del cine como el mejor musical de todos los tiempos.

¿Por qué harías un remake de algo que supuestamente es lo mejor de lo mejor del mundo mundial? ¿Por qué, amigo Steven Spielberg, por qué?

Quizás sea porque él no necesita ser chisgueteado con gotitas inclusivas, quizás sea porque tiene a toda la industria detrás celebrando cuando nos lanza sus manzanitas al pasto, lo mismo sea La lista de Schlinder que War Horse. Quizás sea porque puede, y el que no, que se siente y lo aplauda.

Clap clap clap.

El buen Steven tomó el desafío de igualar, sobrepasar o reversionar la West Side Story sesentera. A su favor, diré que el señor sigue siendo un maestro del espectáculo, hace del cine eso que Hollywood siempre ha ponderado. Hermoso diseño de producción, hermoso vestuario, hermosas coreografías, hermosa adaptación de los temas musicales, hermosito todo. Nada que reclamarle a un señor (es que sos un señorón Steven) que ya dejó lo que tenía que dejarnos en el paseo de la fama del Hollywood Boulevard en Los Ángeles.

qué lindo se vive en América (la gringa, claro)

Lamentablemente…seh…ahí les voy…sacrifíquenme al amanecer…Lamentablemente, eso no alcanza para que esta propuesta se quede en nuestra mente y en nuestro corazón.

La obra original de Jerome Robins se basó en el clásico de Shakespeare: Romeo y Julieta, y Spielberg contrató a su colaborador habitual Tony Kushner para guionizar esta nueva versión.

Dios, qué mal ha envejecido la trama.

Estamos en un barrio del Upper West Side newyorkino. Un grupete de gringos blanquitos tiene su pandilla llamada los Jets, unos mini-skinheads de medio pelo surgidos de las profundidades mismas de los deshechos del sueño americano. Como antagonistas están los Sharks, un grupete de puertorriqueños que también forman su pandilla, unos bochincheros de medio pelo, surgidos de las profundidades de los deshechos del sueño americano. Pues el líder de los Jets, Tony (Ansel Elgort), acaba de salir de la cárcel. Estuvo en la sombrita porque casi mató a golpes a otro crispín con el que se peleó. Así que sale de la chirola con aires redentores. Así, conoce a María (Rachel Zegler), una boricua de la que queda enamorado a primera vista y que resulta ser la hermana de Bernardo (David Alvarez), el líder de los Sharks. La tragedia está servida.

En serio, qué mal ha envejecido la trama.

La propuesta binaria de blancos vs latinos, de culturas y territorios enfrentados, de sueños rotos o sueños por cumplir, no estorba hasta que te das cuenta que este chico, Tony, de haberse quedado con la mensa de María la hubiera terminado agarrando a puñetes tarde o temprano. Así es, Tony es un personaje masculino que representa una alerta ambulante (red flag). El chico salió de la cárcel porque casi mató a alguien, dice que no quiere problemas, se enamora de esta chica y luego SPOILER ALERT en medio de una refriega termina matando al que supuestamente sería ¿su cuñado? Sin pensar un solo segundo en cómo le cambiaría la vida a su amada, en cómo afectaría su vida de él mismo, en nada. Luego, en el final, cuando piensa que la mensa de María esta muerta, sale a los gritos a buscar la muerte. O sea, un tipo que no controla sus emociones ni acciones es el galán de la película. De la que te salvaste, María. FIN DEL SPOILER. Y claro, la historia de los sesenta y la de ahora nos venden esa cosa turbia (SPOILER un tipo acaba de matar a tu hermano, el único familiar con el que contás en esa tierra de nadie, y vas y te encamás con él FIN DEL SPOILER) como una relación romántica y que además tiene un comentario social.

Mi ajada humanidad ya no soporta esos simulacros. De verdad.

No obstante, mis ojos sí disfrutaron visualmente todo el despelote, porque la fotografía de Janusz Kaminski puede mostrar a un asesino como galán de Hollywood de una manera bellísima. Nuevamente, qué coreografías, qué vestuario, qué colores. Esta película debe ganar un montón en pantalla de cine.

Quizás en esa misma línea, al trabajo del señor Steven le falta ese ñeque que tuvieron películas como In the Heighs. Cuya potencia de algunas escenas (la de la piscina, por ejemplo) se quedarán para siempre en nuestra memoria y pasarán años y vendrán otros musicales y vos pensarás: sehhh pero no es tan buena como esa escena de la piscina.

Hay que reconocer que (saquen su manguera que chorrea inclusión y corrección política) Steven quiso estar más acorde a las épocas actuales e introdujo personajes (el personaje no binario de Iris Mena, Rita Moreno como la dueña de la pulpería) y escenas a esta versión que la aggiornaron. Además, para seguir la ondita #latinolover, el señor Steven contrató a un equipo mayoritariamente latino y pidió que no subtitulen para los gringos las partes habladas en español para que los dos idiomas tuvieran la misma importancia.

Ay, Steven. De qué les sirve a las flores haber nacido en el campo.

Lo mejor: Un diseño de producción impresionante Lo peor: la historia ha envejecido MUY MAL La escena: la parte de la coreografía de América y algunas escenas del enfrentamiento final Lo más falsete: la relación “romántica” El mensaje manifiesto: cuando los gringos hablan de latinos tienen que redoblar esfuerzos para sus comentarios sociales e inclusivos El mensaje latente: Esos esfuerzos suelen ser en vano El personaje entrañable: Anita y Rita Moreno El personaje emputante: la parejita cursi El consejo: Amigas, tomen las red flags en serio, sino un cojudo puede venir y matarte a tu hermano sin ascos  El agradecimiento: por el diseño de producción y su bella fotografía.

Licorice Pizza

Tengo una debilidad por Paul Thomas Anderson. Esa debilidad hace que reciba con beneplácito y amor (mucho amor) cualquier cosa que haga. Ajá, no soy la persona indicada para dar opiniones sobre Paul Thomas. Sacrifíquenme al amanecer.

Así que, cuando empecé a ver Licorice Pizza, mi corazón cinéfilo estaba extasiado con el encuentro entre Alana (Alana Haim) y Gary (Cooper Hoffman). Por muchas razones, algunas de ellas tangibles, otras boludeces que uno piensa cuando ve cosas que le gustan. Entre las tangibles, me gustó el plano donde descubrimos a Alana de espaldas, caminando, las aguas que se prenden en el jardín, Gary en la cola espiando. Me encantó el juego y el uso de los movimientos de cámara. El plano secuencia que acompaña su charla. Perfecto. Entre las boludeces que uno piensa cuando ve cosas que le gustan, encontrarme con que el hijo de Philip Seymour Hoffman (que sigo extrañando) es tan buen actor, reconocer en su cara a su padre, ver en él eso que Simon Cowell calificaría como el factor X, pues sí, también le suma puntos extra a la experiencia.

La película, escrita por Paul Thomas, se basa en la vida de Gary Goetzman, un amigo de Paul Thomas que le contó sus experiencias como actor infantil y como emprendedor adolescente.

Así tenemos a Gary Valentine (Cooper Hoffman), un chico de 15 años que queda prendado a primera vista de Alana Kane (Alana Haim) que a su vez ya cuenta con 25 años. La diferencia de edad no se interpone para que la pareja comience una relación en un principio de amistad.

Licorice Pizza es muchas cosas, es un viaje por los años 70s, una inmersión a la adolescencia en la que todo parece posible (Gary), a la juventud en la que andás perdido (Alana) y no sabés para qué lado jalar. Hay mucha nostalgia, humor y, sobre todo, cine.

Corré, antes que nos alcance la adultez y la vejez

La parte racional, si no se tratara de Paul Thomas, diría que después de una primera mitad encantadora, la película redunda en sus artificios argumentales (Alana y Gary están distanciados y pasa algo que los vuelve a unir). La parte racional también diría que Alana está teniendo una relación con un menor de edad. La parte racional, cuestionaría, que se exhiba como una historia de amor, como una cosa tierna la relación construida entre un personaje demasiado volátil (Alana) y otro demasiado intensito (Gary). Lejos de la hermosa fotografía, de la bella banda sonora, desprovistos de los planos perfectos de Paul Thomas, hay más toxicidad que amor romántico en esa relación. La parte racional diría que el cine, una vez más, contribuye a resaltar arquetipos románticos que perpetúan las relaciones tóxicas (Solo vuelvo con vos cuando me va mal, cuando el viejo con el que estoy se caga en mí, cuando me accidento, cuando me usan de pantalla para cubrir una relación gay. Me gustás porque sí, serás mi esposa porque sí. Estarás conmigo, tarde o temprano, porque sí).

Paul Thomas, sin embargo, envuelve su Licorice Pizza de tanto cine que terminás disfrutando lo demás. Disfrutás de ese pequeño papel que hace Bradley Cooper como Jon Peters. Disfrutás de la familia de Alana Kane que en la vida real es la familia de Alana Haim. Disfrutás del cameo del papá de Leonardo Dicaprio (George Dicaprio como el vendedor de las camas de agua) Incluso se puede disfrutar de la presencia de Sean Penn. INCLUSO.

No, no es la mejor película de Paul Thomas. Se dispersa un poco en su camino hacia el final, pero su casting, nuestro recién descubierto y ya adoptado Cooper Hoffman, la suave Alana Haim, el siempre solvente desempeño de Paul Thomas en la dirección, guion, fotografía (co-trabajada con Michael Bauman) son excusas suficientes para verla.

Sus probabilidades de llevarse el coso dorado son bajísimas, casi nulas…pero ¿acaso nos importa? preguntame si me importa. En tu cabeza Taj Mahal seguirá cantando el final de Licorice Pizza:

Baby, get your good times.

Lo mejor: Paul Thomas Anderson, Cooper Hoffman y Alana Haim Lo peor: la parte racional que no me deja ser feliz La escena: cuando están en la cama de agua, cuando corren casi al final, cuando se encuentran, la secuencia con Jon Peters. Lo más falsete: la relación “romántica” El mensaje manifiesto: la adolescencia y la temprana juventud: tierra de boludos El mensaje latente: en retrospectiva, siempre se verá con nostalgia y amor El personaje entrañable: las icónicas camas de agua El personaje emputante: Sean Penn, siempre y para toda la vida: SEAN PENN  El consejo: No se pierdan a Cooper Hoffman  El agradecimiento: por Cooper Hoffman. Y claro, lo tengo que decir, por Paul Thomas.

Belfast

Ah, Kenneth. Kenneth Brannagh. A Kenneth lo quiero desde siempre (corazón de condominio). Me gusta como actor y lo respeto como director, aunque las películas que ha dirigido suelen mostrar su apego a la puesta teatral, por lo que, a veces, le quedan solemnes e impostadas.

Ya cuando supe que Belfast estaría en blanco y negro, me dije: Uy, problemas.

Desconfío un poco del blanco y negro como recurso estético. Tiene que estar muy, muy justificado, sino ya nomás pienso que el director está con pajas mentales que se sobreponen al producto final.

Las gentes de bien dirán que esas pajas pueden ser MIS pajas mentales, interpretaciones subjetivas de alguien cuya humanidad está ajada y que no puede ser feliz. Sacrifíquenme al amanecer.

Así y todo, con mis pajas mentales que esperaban las pajas mentales de Kenneth, me senté a ver Belfast.

El inicio con las tomas de la Belfast actual a todo color, fue bonito. Lo vendió tan bien que me dieron ganas de ir a Irlanda (sí, sure, gringuitos). Luego, vino el cambio de color con el tilt up desde el graffiti para transicionar a la Belfast de 1969. Bien jugau, Kenneth.

Toda la secuencia inicial en al que vemos la vida tranquila y juegos de la calle en la que vive Buddy es fantástica. La cámara hace una circular que envuelve a nuestro pequeño protagonista y pum: estalla la hecatombe. Uno, desde su butaca, agradece ese momento especial de alta cinematografía donde ves que Kenneth y Haris Zambarloukos (director de fotografía) se tomaron el trabajo de regalarte algo muy bien preparado.

Buddy (Jude Hill) es un pequeño niño que vive con sus padres en un barrio de Belfast, la icónica ciudad del conflicto entre los unionistas protestantes de Irlanda del norte y los republicanos católicos irlandeses. Caitríona Balfe interpreta a la sufrida mamá de Buddy, que tiene que hacerse cargo de los niños mientras Papá (Jamie Dornan) hace trabajos esporádicos en Inglaterra para tratar de mejorar la situación familiar. Ese turbulento momento histórico será contado desde esta familia. Cómo los afecta, qué hacen al respecto, qué sienten al respecto. Por un lado, por eso se convierte en un relato nostálgico de una era, y puede ser el espejo en el que se miren los desplazados de conflictos similares. Este es nuestro hogar, dice la Mamá de Buddy cuando aún se rehusa a abandonar Belfast. Por otro lado, al observar el conflicto desde el mundo de la familia, lo poco que se muestre del afuera debería tener más peso, me parece.

el cine, siempre salvándonos la vida

Kenneth reconstruye sus propios recuerdos para contarnos lo que vemos en pantalla. Y es muy válido. La película fluye en sus primeros minutos de manera natural, pero cuando se empieza a esbozar la amenaza que significa para la familia quedarse, Kenneth pierde el rumbo. SPOILER La escena del saqueo, cuando Buddy agarra el detergente y la mujer decide regresar justo EN ESE MOMENTO y pasa todo lo que pasa, me pareció tan mal ejecutada a nivel narrativo, de imagen, de tensión, que me desconecté de la película FIN DEL SPOILER. Esas chabacanerías, no, Kenneth.

Luego está la propuesta formal. Me gustó la apuesta por escenas en las que espiábamos a los personajes a través de las ventanas, la fotografía con primeros planos y mucho aire encima del personaje era lindo de ver, las charlas de los abuelos, la gran Judi Dench haciendo lo suyo, ayudaban a generar un impacto emotivo. El capricho de dirección de colorear algunas secuencias para remarcar con la forma lo que ya está remarcado con el contenido, me parecía innecesario.

Sé que muchos encontraron encantador a Jude Hill y lo es, pero su actuación estaba muy cercana a cómo actuaría un niño en una obra de teatro o en una obra de Broadway, por ejemplo: la pataleta cuando le anuncian que hay la posibilidad de mudarse. Y cuando hay ese decibel extra en la actuación, es más difícil olvidar que estás viendo una película.

El final apuntaba a ser esa cosa sutil que debería ser, hasta que Buddy va a despedirse de la niña católica que le gustaba y sale el mensaje a la conciencia en la boca de Jamie Dornan, que termina de enterrar mis esperanzas cinematográficas de un gran cierre.

En todo caso, Belfast es una película hermosa visualmente, que tiene momentos interesantes y bien planteados estéticamente. Lo triste es que, tocando un tema tan duro, y teniendo en sus manos los elementos correctos para sacudirnos el corazón en tiempos de guerra, cuando pensemos en ella pensaremos en Van Morrison y en el detergente Omo.

Lo mejor: Tiene secuencias muy logradas y estéticamente es hermosa Lo peor: pierde fuelle y no consigue ser testigo de su tiempo histórico La escena: la circular del inicio y el baile de Everlasting love que borra de nuestra mente a Jamie Dornan como el pelotudo de Christian Grey. Lo más falsete: que la mamá (que dos escenas antes discutía con el marido sobre que estaban matando niños a la vuelta de la esquina) decida ir a un saqueo, en medio del saqueo, a devolver un puto detergente OMO. El mensaje manifiesto: a veces, el hogar se vuelve insostenible El mensaje latente: el hogar es donde uno y su familia esté El personaje entrañable: a pesar de todo, Buddy  El personaje emputante: el pandillero palomillo que lo jodía al papá de Buddy El consejo: se disfrutará más en pantalla gigante y en idioma original  El agradecimiento: por everlasting love.

Drive My car

Este es un revoltijo de cuentos de Murakami, y no sé si el famoso escritor japonés quedaría muy convencido del resultado. La víctima es el libro Hombres sin mujeres (2013, en pdf ACÁ). Usé la palabra víctima porque me parece que debe ser fuerte escribir tres cuentos que, aunque tienen un hilo común (hombres sin mujeres), terminan unidos en la pantalla gigante a capricho de un director.

Así es, el director Ryusuke Hamaguche se lanzó a la piscina Murakamiana con varios salvavidas. Drive my car, Sherezade y Kino, son los relatos elegidos para ser adaptados teniendo como historia principal lo que sucede en Drive my car.

Drive my car posee una extensión de unas treinta páginas y Hamaguchi se dio mañas para extender ese relato a tres horas de película. Para eso se alió con el casi desconocido guionista Takamasa Oe. Esta re-escritura recupera los personajes principales: 1) el atormentado actor/director de teatro Kafuku 2) Misaki, la chica que será su chófer ocasional.

En la obra de Murakami es Kafuku quien solicita un chófer, y es su mecánico quien recomienda a Misaki. En la película de Hamaguchi, los encargados de la residencia en la que Kafuku está montando su obra de teatro le imponen a Misaki por políticas internas.

Murakami concibe una historia minimalista que tiene varias capas y que prácticamente se desarrolla dentro del auto como parte de sus charlas con Misaki. Ahí sabremos que es viudo, que perdió a su esposa y a su hija y entraremos a esa cosa densa y oscura que es su conocimiento de las escapadas sexuales de su mujer y su tormento por no comprender mucho de lo que su esposa vivió en sus últimos meses (la mujer murió de cáncer de útero). Ahí también confluyen el duelo por la muerte de su hija (muerta a los pocos días de nacida) y la extraña amistad trabada con el último amante de su esposa, al que Kafuku busca.

Hola, ¿de qué cuento saliste?

Hamaguchi cambia prácticamente todo. Abre su película cuando Otó (la esposa) le cuenta a Kafuku una historia que se le acaba de ocurrir en medio del sexo (todos esos detalles tomados del cuento Sherezade). Kafuku luego la ayudará a que recuerde lo que le contó, porque el vínculo entre la pareja se mantiene gracias también a esos pequeños momentos. La fotografía de Hidetoshi Shinomiya (Farewell Song) transita con elegancia la oscuridad (en la casa de Kafuku, en los bares y en el teatro), los paisajes fríos (en la residencia teatral y en la ex casa de Misaki) con primeros planos de los actores que lanzan textos cargados de dolor.

En el texto de Murakami, una de las obras cumbres de Chéjov: Tío Vania, convive con el relato de manera muy sutil. Es un espejo lleno de subtextos de la situación personal de Kafuku.

Hamaguchi decide hacer el paralelismo más literal, mostrándole al espectador parte del montaje de la obra y haciéndonos partícipes de textos en los que se hace hincapié que a pesar del dolor, a pesar de las desgracias, a pesar de todo, tenemos que seguir viviendo.

Ese tono sentimental ya lo habíamos visto en anteriores trabajos de Hamaguchi, como Asako I & II, una necesidad de contrastar lo turbio con un diálogo que busca la lágrima.

Y el truco le funciona. Hay un clima de nostalgia y pérdida alrededor de Kafuku que engancha al espectador emocionalmente al espectador. La presencia de Takatsuki como el amante de la esposa de Kafuku, que audiciona para su obra y que insiste en tener conversaciones con él, agregan algo de tensión. Una tensión que le hace falta a un guion largo y denso.

Hamaguchi es muy hábil en su puesta en escena, en su presentación de personajes, en envolvernos en su universo. La situación de este viudo y (no hay palabra para definir a un padre al que se le muere un hijo), que además está perdiendo la vista, es bastante desoladora, por eso cuando Hamaguchi, desde el guion y desde su propuesta de dirección, apreta los botones adecuados, el público puede responder con empatía.

El problema, para mí, surge cuando ese botón es apretado varias veces. La trama peca de excesiva, y comienza a redundar en el “estamos rotos” pero hay que “seguir adelante”, convirtiendo los momentos que pueden ser conmovedores, en algo cacofónico. El vínculo dramático que se construye con su premisa se desgasta y llegamos a lugares de la historia en la que podríamos cerrarla y no la cerramos. Sacrifíquenme al amanecer.

Es evidente que esa es la visión de Hamaguchi y ya tenía esos problemas en Asako I & II. El director suele engolosinarse demasiado con sus historias y las estira de manera artificial.

En Drive my car, la sutileza del relato de Murakami es sacrificada. Tanto es el sacrificio, que me parecería más honesto decir que la película está inspirada en relatos de Murakami, a decir que es una adaptación de ese cuento en específico.

Queda, sin embargo, la expresión de Kafuku en el espejo cuando encuentra a su mujer en el sofá (tomado del cuento Kino), queda el primer plano lloroso de Takatsuki contándole el final de la historia de la chica que se cuela a la casa de Yamaga, queda la conversación entre Kafuku y Misaki, la del túnel rojo, cuando asume su culpa y la culpa de Misaki, queda la última escena que vemos del montaje teatral de Tío Vania y queda, sobre todo, la certeza de que algún día…después de miserias y alegrías, descansaremos.

Lo mejor: Está muy bien filmada y la trama inicial llega Lo peor: es excesiva y cacofónica Lo más falsete: el alargamiento medio al pedo de secuencias y diálogos El mensaje manifiesto: algún día descansaremos El mensaje latente: hay que resistir al dolor La escena: la del sofá, la del cuento, la del túnel rojo  El personaje entrañable: Kafuku y el perro El personaje emputante: la culpa  El agradecimiento: por Murakami.

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2 Comentarios

  1. 1. Discrepo con el tema de la canción final en CODA. Creo que es la parte que cierra todo, porque la protagonista empieza a cantar usando el lenguaje de señas y la canción tiene un mensaje para los padres.
    2. Contra todo pronóstico, ganó el Oscar a mejor película.
    3. Coincido, el reparto de CODA es entrañable.
    4. Tengo la misma debilidad por Paul Thomas Anderson, para mí todo lo que haga está bien y siempre lo aplaudo de pie.
    5. No había reparado en el detalle del papá de Leonardo Dicaprio. Gracias por eso.
    6. Me cae mal Sean Penn.
    7. Sobre King Richard, no es la mejor actuación de Will, creo que sí alguna vez debieron dárselo fue por su trabajo en Alí o The Persuit of Happyness.
    9. Aún no veo Drive my car, es tarea pendiente.

    • Renán! 1. ayyy nooo, te cuento que me pareció súper cursi y poco creíble. En una audición como las que se hacen en Julliard, sordos o no, eso nunca hubiera pasado. ya nos contarás que te parece drive my car!
      Abrazos

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