LIBROS: Clarice: tantas Clarices…
Yo soy capaz de vibrar, de vibrar como la cuerda tensa de un arpa
Qué linda frase! una frase así hace que queramos conocer a su autor/a. Invoca una imagen poderosa. Una frase así solo puede pertenecer a Clarice. La gran Clarice Lispector. La que vibra es ella.
Clarice nació en Ucrania, pero su familia se mudó a Brasil cuando ella era apenas un bebé. Pienso que eso la hace más brasileña que ucraniana, ella pensaba igual. Ya brasileña, cuenta que fabulaba desde los 7 años, y que mandaba sus textos para concursos infantiles y se los rechazaban porque no había historias, ni argumento, sino descripción de sensaciones, de sentimientos. A los 9 perdería a su madre, pero la orfandad materna no le quitaría la capacidad de fabular. Al contrario, crecería y se convertiría en una escritora prolífica. Sería una de aquellas gemas que la generación del 45 dejó. Una autora cuya voz vibraba como el arpa misma.
Y como nunca es tarde cuando la dicha llega, la editorial Siruela regala a los fans y curiosos, un compendio de textos llamado “Donde se enseñará a ser feliz y otros escritos”, en el que se reúnen fragmentos, cuentos, ensayos, notas periodísticas, entrevistas, columnas y traducciones de esta escritora.
Estos pedazos de Clarice tienen que ver con esa máxima nostálgica tan suya:
Me gusta de una manera cariñosa lo inacabado, lo mal hecho, aquello que torpemente intenta un pequeño vuelo y cae sin gracia al suelo
A los 23 años publicó Cerca del corazón salvaje, novela que la pondría directamente en el ojo de la intelectualidad brasileña y que la convertiría en una de las narradoras femeninas más prometedoras de su generación.
El matrimonio (maldito, él) hizo que pasara 15 años de su vida viajando, siguiendo la carrera de diplomático de su esposo, rebotando de país en país y añorando terriblemente al Brasil que la vio crecer. Distancia/Anhelo que influiría en su obra.
El libro que nos atañe le da una mirada a su obra menos conocida, esa que pertenece a fases de su vida muy marcadas, esas que hablan de la Clarice mujer. Digamos que los pasitos que dio para llegar a ser llamada por nombre y apellido: Clarice Lispector.
La primera parte está dedicada a una selección de relatos cortos a los que nos introducen como “Clarice, escritora principiante”. Podemos leer El Triunfo donde una trastornada Luisa sufre el abandono de su amante. La desesperación de encontrarse sola, la certidumbre de que ÉL no volverá y un, a veces, molesto retrato de mujer dependiente y patética, son los ingredientes principales. Gracias a Dios, el final nos revela algo más. Luisa no es tan patética, aunque sí algo pelotuda y no menos ingenua en su cierre: Una pusilánime aceptación de la debilidad del otro como motivo de gloria.
En Jimmy y yo, la protagonista explora la naturaleza primitiva de las relaciones. Narra con despreocupación su enamoramiento por Jimmy, al que le sigue una no menos despreocupada inclusión de un tercero en discordia con el que se rompe el primitivo equilibro hegeliano. ¿La conclusión? Somos simples animales.
Cartas a Hermengardo, por otro lado, es un texto escrito en primera persona (para variar) en el que una voz femenina habla sobre aspectos varios.
Somos la única presencia que no nos dejará hasta la muerte,
afirma sabiamente. Lanzar piedras, es más fácil que arrastrar cadáveres, dice. Chupar caramelos de menta, aconseja. Y sobre todo, escuchar la Quinta Sinfonía de Beethoven a través del silencio.
Ya para dejar a la escritora principiante, Fragmento desnuda nuevamente a un personaje femenino que en el fondo es rebelde, autosuficiente y con sus propios sueños, pero que en la superficie depende emocionalmente de su pareja: Flora entra a un bar a esperar a Cristiano. La espera se alarga y ella empieza a imaginar razones por las que el hombre no llega. Rápidamente se ve abandonada, humillada y denigrada. En dos líneas finales, la autora pinta a Flora como la triste mujer que es, aquella que esperó en un bar a Cristiano, y que mientras esperaba a Cristiano se sintió morir.
Rápidamente conocemos a Clarice periodista, que a los 20 años entró a trabajar a la Agencia Nacional en un escenario laboral dominado por los hombres, esa que se ruborizaba ante las malas palabras dichas por sus colegas.
El artículo Donde se enseñará a ser feliz describe la inauguración de una casa para 5000 huérfanas a las que se les dará educación, techo y alimentación. Sobre el futuro escribirá:
Las jóvenes sabrán, entonces, que se espera de ellas que cumplan con el serio deber de ser felices
Una visita a la Casa de Expósitos es más una crónica de Clarice, de su experiencia en un hogar de niños fundado por Romao de Matos Duarte. Su descripción de los niños abandonados que seguramente esperan a apagar la luz para llorar, o su reclamo a las autoridades que intentan frenar la aceptación de niños sin datos en los orfanatos, como si los niños abandonados pudieran exigir llegar con nombre y apellido, son parte de este emotivo relato.
En Clarice estudiante, sabemos que el único motivo por el que terminó su carrera de Derecho fue porque una amiga le dijo que ella nunca terminaba nada de lo que empezaba. Ni siquiera recogió su título, y al conocer a su marido se embarcó en los viajes que su papel de esposa de diplomático requería. De su época de estudiante se rescatan dos textos 1) Sobre el derecho a castigar, en el que reflexionará acerca de cómo el fundamento de derecho a castigar es simple morfina para la sociedad y que en la práctica no soluciona el problema del crimen; y 2) ¿Debe trabajar la mujer? Diatriba sobre el destino biológico de la mujer y un reflejo de la época en la encuesta que aplica entre sus compañeros. Ambos textos se leen algo ingenuos, con ese toque de rebeldía propia de la juventud, pero sin la profundidad que solo da la vida y el sufrimiento. Aún así, su ingenuidad cuestionadora es reconfortante en una sociedad como la cruceña, donde el 80% de estudiantes universitarias ni siquiera se plantea algo tan básico como la efectividad del castigo, y ya ni hablar sobre el papel de la mujer que proclama que todas seamos Susanitas (Quino) nos casemos y tengamos hijitos entre los 20 a los 25 años.
Llegamos a la faceta más humilde: Clarice, la dramaturga, en la que se embarcó una sola vez con el texto La pecadora quemada y los ángeles armoniosos que escribió mientras estaba embarazada de su hijo Pedro. Después de publicarlo en 1964, nunca más volvió a escribir para teatro.
He descubierto una especie de estilo polvoriento , una especie de estilo que está siempre debajo de nuestro estilo
le comentaba a un amigo acerca de la experiencia: Un pueblo, una pecadora, un esposo, un amante, un sacerdote. La única que no habla es la pecadora, la pecadora es la que engaño a su esposo con su amante, y el amante alega que a él lo engañaba con el esposo. Una vez más la mujer es la muda heroína estoica que sufre los embates de una sociedad machista.
Dejamos de lado a todas las Clarices conocidas para sentir a Clarice madre. Esa que escribió Conversaciones con P., extractos de un cuaderno en el que recopila las charlas que tiene con sus hijos Paulo y Pedro. El mundo infantil, sus excentricidades, la ternura de afirmaciones tales como: “soñar con el ojo” o preferir la palabra exposible a imposible, son algunas descripciones que Clarice realiza de su vida como madre… El valor literario de esta sección se encuentra en las apreciaciones que solo un niño puede hacer.
Luego pasamos a la columnista. Cuando Clarice se divorcia, sus gastos no pueden ser cubiertos solo con la venta de sus libros, así decide participar como columnista de algunas publicaciones, siempre y cuando se haga con seudónimo. Ese capricho era parte de su temor de empañar su carrera literaria con columnas femeninas sin contenido. Sin embargo, escribió algunas como La hermana de Shakespeare, genial, genial escrito que transcribo íntegramente por ser cortito y pendejo. El texto es a propósito de Una habitación propia de Virginia Woolf.
Una escritora inglesa-Virginia Woolf-, queriendo probar que ninguna mujer, en la época de Shakespeare, podría haber escrito las obras de Shakespeare, inventó para él una hermana llamada Judith. Judith tendría el mismo genio que su hermano William, la misma vocación. En realidad sería otro Shakespeare, solo que, por gentil fatalidad de la naturaleza, llevaría faldas.
Antes, en pocas palabras, Virginia Woolf describió la vida del propio Shakespeare: había asistido a escuelas, había estudiado en latín a Ovidio, Virgilio, Horacio, y además todas las otras bases de la cultura; de niño había cazado conejos, deambulado por los alrededores, observado bien lo que quería observar, almacenado infancia; ya muchacho, se vio obligado a casarse a toda prisa; esa ligera liviandad le dio ganas de escapar y ahí se fue, camino de Londres, en busca de fortuna. Como está probado le gustaba el teatro. Empezó por colocarse como vigilante de caballos en la puerta de un teatro, después se metió entre los actores, consiguió ser uo de ellos, frecuentó el mundo, afiló sus palabras en contacto con las calles y el pueblo, tuvo acceso al palacio de la reina, acabó siendo Shakespeare.
¿Y Judith? Bueno, Judith no iría a la escuela. Y nadie lee latín sin saber al menos las declinaciones. A veces, como tenía tantos deseos de aprender, cogía los libros de su hermano. Sus padres intervenían: le mandaban a zurcir medias o vigilar al asado. No por maldad: la adoraban y querían que fuese una verdadera mujer. Llegó el momento de casarse. Ella no quería, soñaba con otros mundos. Su padre le pegó, vio las lágrimas de su madre. Luchando contra todo, pero con el mismo ímpetu de su hermano, ató su fardel y huyó a Londres. A Judith también le gustaba el teatro. Paró a la puerta de uno, dijo que quería trabajar con los artistas; hubo una carcajada general, todos imaginaron otra cosa. ¿Cómo podría conseguir comida? No podía seguir andando en las calles. Alguien, un hombre, sintió pena por ella. Poco después esperaba un hijo. Hasta que una noche de invierno se mató. “¿Quién?”, dice Virginia Woolf “podrá calcular el calor y la violencia de un corazón de poeta cuando está preso en el cuerpo de una mujer?”.
Y así acaba la historia que no existió.
Pasamos a Clarice, ensayista y traductora. Con tiempo suficiente para leer un discurso que escribió sobre Literatura de vanguardia en Brasil, y un texto sobre su labor de traductora: Traducir procurando no traicionar. En ambos destaca la honestidad con que valora su trabajo y la humildad sobre su talento.
Como conferenciante, los textos elegidos están relacionados a su paso por el Congreso Mundial de Brujería, acto al que asistió por placer, ya que ella misma tenía supersticiones y creencias que solo conocían sus más allegados. En esta sección encontramos: Literatura y magia; y El huevo y la gallina.
Llegando al cierre del libro, estamos ante la Clarice que sufrió graves quemaduras luego de quedarse dormida con un cigarrillo encendido, estamos ante la Clarice que morirá de cáncer en un año. Esa Clarice que gustaba de hacer entrevistas, que había entrevistado a Pablo Neruda, Oscar Niemeyer, Chico Buarque, Carlos Scliar, pero que odiaba ser entrevistada.
La hazaña es conseguida por los escritores Affonso Romano y Marina Colasanti, a pedido de la misma Clarice y a ellos se suma Joao Salgueiro director del Museo da Imagen e do Som de Río de Janeiro.
Una de sus expresiones más inteligentes fue cuando le preguntaron sobre los premios literarios:
Los premios están fuera de la literatura; además, literatura es una palabra detestable, está fuera del acto de escribir
Durante 2 horas, la entrevista que esta vez permite, termina de dibujar el perfil de todas las facetas que el libro recorre, de todas esas Clarices de furioso pelo rojo y marcado acento en la rr : Clarice Lispector.
Escritora. Más solitaria que independiente, dijo un amigo suyo.
Mónica Heinrich V.