LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

CINE INGLÉS: Zona de interés (Zone of interest)

Por: Mónica Heinrich V.

Los nazis usaban la expresión “zona de interés” como un lenguaje codificado para referirse a Auschwitz y a las atrocidades que ahí pasaban. El conocimiento que tenés como espectador de ese oscuro periodo de la historia se convierte en uno de los personajes principales de esta película. Mientras más sepás, peor la vas a pasar. Esa es una de las virtudes de Zona de Interés, trabaja en complicidad con tu memoria.

Se ha filmado y escrito tanto sobre el tema del genocidio perpetrado por los nazis, que podría pensarse que es un filón ya agotado. Error. La ficción nunca cerrará su diálogo con el Holocausto. No puede y no debe. El cineasta inglés Jonathan Glazer apuesta por una adaptación del libro homónimo del también inglés Martin Amis.

Como somos pocos y nos conocemos mucho, sabrán que lo primero que hice al volver del cine fue buscar la novela de Martin Amis (pueden leerla en PDF acá: La zona de interés – Martin Amis) y quedé estupefacta. Pocas veces he leído una novela adaptada que sea tan diametralmente opuesta a la película que la referencia. No tiene ni los mismos personajes ni la misma trama. ¿Qué tienen en común? El clima y la decisión de contar algo cotidiano dentro o cerca del campo de concentración más grande que tuvo Alemania. En la novela hay un oficial que se enamora de la esposa del comandante del campo (guiñito a Höss, pero no es Höss). Se narra la historia con mucha inocencia, pero se deja entrever que este amor está rodeado de muerte y horror.

El guion de Jonathan Glazer se atreve a ponerle nombre y apellido real a los personajes en los que Martin Amis se inspiró. Es así que en pantalla veremos al infame Rudolf Höss (Christian Friedel, actor que interpretó al profesor en La Cinta Blanca de Michael Haneke) comandante de Auschwitz desde 1940 a 1943 y luego desde 1944 hasta enero de 1945. Lo acompañarán en pantalla su esposa Hedwig (Sandra Hüller, a quien ya la hemos visto fantástica en Anatomía de una caída) y su progenie, dos niñas y dos niños.

El inicio es la belleza del paisaje, la vida relajada de una familia que disfruta un tiempo de ocio en un río, la inocencia, la estabilidad, la armonía. Ya sabemos que es en Auschwitz, y aunque no vemos a los prisioneros, aunque no vemos las barracas, sabemos que están ahí, a unos pasos de la imagen idílica. A lo largo de película, Jonathan dejará que solo los escuchemos. Los veremos en la ropa de las judías presas que las alemanas se reparten sin pudor, en el humo que sale de las chimeneas de cremación.

Es muy chocante eso. La indolencia, la indiferencia. El milico preocupado por sus arbustos de lilas o siendo cariñoso con un perrito de la calle son un contrapunto fuerte a lo que pasaba en las barracas. A lo que estuvo bajo su mando. Los disparos se escuchan lejanos, como parte del sonido ambiente, los gritos de soldados y prisioneros también. Los Höss están acostumbrados o tal vez nunca tuvieron que adaptarse. Hedwig dice que es la vida que siempre soñaron. Se la ve satisfecha con la opulencia, con el calefactor que instalaron porque “los inviernos son insoportables”. A pocos pasos, en esos mismos inviernos, los prisioneros que no son ejecutados por los soldados mueren de frío y de enfermedades fácilmente tratables.

Jonathan nos deja ver, espiar, la no tan hipotética vida de Höss. La preocupación del comandante no es la muerte de cientos de miles de prisioneros, ni dónde lo deja a él tanto daño ético y moral a la humanidad. Sus preocupaciones son más administrativas, más de índole mundanas. Hedwig disfruta tanto su vida ahí que pide quedarse, aún cuando al marido lo promueven y tiene que irse a otro destino. Para ella el muro que separa su vida soñada con las barracas pronto quedará cubierto de flores, y ella quiere presenciarlo.

Pensé que Jonathan no nos sacaría de la idílica, soleada, y florida vida de los nazis en sus casonas campestres, pero lo hace. Seguimos a Rudolf en su ascenso, lo felicitan por cumplir metas, es evidente que las metas tienen que ver con la eficiencia para la eliminación de seres humanos. Rudolf quiere dar la talla. Cumplirle al partido. Su mente está tan robotizada, que en una fiesta se imagina cómo el cuarto funcionaría para una gasificación masiva.

Para los que conocemos el cine de Jonathan, nos llamará la atención el tono casi documental de la película, aunque la música incidental de Mica Levi tiene su sello distintivo, ese que crea atmósferas.

En un momento, Jonathan abandonará el color para mostrarnos descontextualizada a SPOILER ALERT la niña que deja manzanas a los prisioneros. Escenas casi en negativo, como la antítesis de la apatía, como el único acto de resistencia. Este acto luminoso narrado con cámaras térmicas, es en honor a una mujer que el director conoció y que era parte de la resistencia polaca. En su niñez, con tan solo 12 años, arriesgaba su vida dejando frutas y comida para los presos a escondidas. La escena parece fuera de lugar, nunca se sabe quién es la niña ni por qué hace lo que hace. Pero nos gusta lo que hace. Ante tanta parálisis, es el símbolo de la bondad humana. En las escenas tiene el mismo vestido y usa la misma bicicleta que la niña en la que se inspiró. FIN DEL SPOILER.

Como discurso funciona. Aunque como elemento estético narrativo está tan pegado con moco que parece un efecto más. Como la placa roja que aparece en medio de alguna escena, que no viene al cuento, pero viene al cuento. O la partitura con la canción del preso que no viene al cuento, pero viene al cuento. Eso que Jonathan trata de ganar con los disparos lejanos, con la sugerencia del genocidio, lo pierde un poco con esas obviedades.

Ya para el final muestra SPOILER imágenes del Auschwitz actual, y lo hace mientras Höss está atacado por la nausea, con el vómito colgando. La verdad que no sé si un espectador común y corriente sabrá que esas vitrinas son las que uno ve cuando va a Auschwitz en los circuitos turísticos que hay en Polonia. Que esos cuartos que barren y que parecen sótanos son las cámaras de gas, que aún mantienen el olor. Recuerdo haber leído por ahí que el 66% de las nuevas generaciones no tienen ni la más pálida idea de lo que pasó en el Holocausto. Que cada uno saque sus conclusiones. FIN DEL SPOILER.

Esos elementos que rompen con el tono de la película son precisamente los que nos recuerdan que es una película de Jonathan Glazer. A Jonathan le conocemos el trote por Under the skin, esa película que quiso ser terror ciencia ficción, donde Scarlett Johanson interpretaba a una alien sexy que barría con un montón de tipos. Y al final, el guion se ponía existencialista y Scarlett (en su versión alien) reflexionaba sobre el ser y la nada gracias a esta especie llamada humanidad. No, Scarlett. Te lo pido, por favor. También lo recordamos por Sexy Beast (inolvidable Ben Kingsley como Don ¿era Don?) una versión vertiginosa de una mafiocillo tratando de recuperar a otro mafiocillo. Y, luego, su película menos publicitada, pero la que más recuerdo por cringe: Birth, esa donde Nicole Kidman perdía a su esposo y cuando se estaba por casar con un fulano, aparecía un niño de unos once años con cara de loquito que le decía que no se podía casar con el fulano, que él (EL NIÑO) era la reencarnación del muertito. Ese es Jonathan.

En Zona de Interés parece haber alcanzado una relativa madurez narrativa. Sin embargo, sus personajes, al igual que en la novela, responden al arquetipo del nazi y al arquetipo del judío y a veces se extrañan esos matices (los de las flores y los del perrito, por ejemplo). La fotografía con muy pocos primeros planos, más de observación, de contexto, a cargo de Lukasz Zal, a quien amo desde que lo descubrí en esa tremenda película que es Ida, acompaña con delicadeza a los personajes.

Hay dos trabajos que recuerdo al ver Zona de interés, uno la película chilena 1976, de Manuela Martelli (reseñada ACÁ) en la que unos jailones vacacionaban en Viña del Mar mientras la milicada arrestaba y hacía desaparecer civiles. Y otro, el documental Entresijos de la Fifa, donde se narra lo vivido en el mundial de fútbol de 1978, cuando Argentina ganó su primer mundial. El fútbol como coartada de la dictadura. El estadio Monumental estaba a escasos 500 metros de la Escuela de Mecánica de la Armada donde se torturaban, asesinaban y desaparecían a opositores de la dictadura de Videla. Havelange aparecía al lado de Videla en los partidos. El horror y la fiesta.

No se puede negar el timing de la película…llega en el momento preciso para cuestionar las comodidades de nuestras casonas floridas y ausentes de lo que sucede detrás de los muros occidentales de la comodidad y del bien vivir. Tantas cosas que pasan en el mundo, y muchos miran/miramos hacia el costado, como si no estuviera pasando, como si el humo de la chimenea no fuera una tragedia.

En el 2010 estuve en Auschwitz y escribí sobre esa experiencia ACÁ. Mi versión más adulta no soportaría un segundo visitando ese lugar. Porque no. Recuerdo cómo me sentí antes, durante y después. La película tiene el poder de transmitirte eso. Ese asco, ese desespero, esa incredulidad. Cierro, una vez más, con lo que un ex-prisionero dijo:

En nuestro idioma no hay palabras para expresar esta injuria, esta destrucción del hombre.

Lo mejor: cómo retrata lo obsceno de la indiferencia Lo peor: personajes arquetípicos y aunque valoro el discurso de la placa roja y lo de la niña en cámara térmica, me pareció un poco forzadito Lo más falsete: la necesidad de remarcar algunas cosas, como cuando no aparecen los créditos y Jonathan quiere que la música estridente nos golpee La escena: Me perturbó mucho lo de las ropas, cuando se prueba el abrigo, también cuando hablaban de ir a Italia y de que estaban llevando una vida de ensueño. El mensaje manifiesto: la gente pierde sus rasgos humanos muy fácilmente El mensaje latente: qué oscuros fuimos, qué oscuros somos El personaje entrañable: los que estaban detrás del muro El personaje emputante: los nazis y la maldita guerra El agradecimiento: por la vida.

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