LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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MÚSICA: Por qué Antihero es necesario para el pop

Por: Santiago Gutiérrez Echeverría

Hace rato que quería escribir sobre esto, pero aún es tiempo. La Taylor no ha grabado nada nuevo desde Midnights (excluyendo los Taylor’s version), pero sigue siendo la artista más escuchada del año; Antihero está en el top 10. Es la persona del año según Time…

No voy a negar que hay todo un aparato industrial orquestando su éxito. Lo siento, swifies, pero Taylor también es una imagen hecha a medida para vender. Aun así, si apreciamos lo visto en escena, podemos afirmar que, en efecto, Taylor Swift es música. Y su gran contribución al pop es, cha cha chan: su sinceridad. Así de simple. O más elaborado: creo que la imagen de Taylor pone en práctica la Nueva Sinceridad en el pop.

Hace mucho tiempo expliqué aquí por qué Bojack Horseman era necesario para la comedia.

Si les da flojera leer mi artículo o no se acuerdan mucho, lo importante es que sepan dónde termina el caballito: termina mal (pero al final la vida sigue). Bojack es un antihéroe. Pero (a diferencia de la mayoría) no es un antihéroe cool. Sus defectos no se romantizan como ocurre con el héroe byroniano. Bojack contempla el absurdo de la existencia y lo oscuro de la mente humana (de ahí que nos genere empatía o incluso catarsis); pero además (y este es el aporte de la serie) muestra las consecuencias del cinismo, lo importantes que son las redenciones, y lo mucho que se tiene que pagar por errores irreversibles. Y la culpa está ahí, siempre la culpa.

¿Les suena? It’s me, hi! I’m the problem, it’s me!

Y es que Taylor ha dibujado a su propio Bojack a través de su música; una imagen de su mente fabricada como un antihéroe. Porque sí, tenemos a dos Taylors: la Taylor Alison Swift, esa mujer de carne y hueso que nadie conoce, y la persona del año que vemos en Time; la Otra, como diría Borges (¿cuál de los dos?) en Borges y yo.

Taylor ha sufrido con su imagen de La Otra, con su antihéroe, con su… reputación. Recuerden que fue humillada entre 2016 y 2017. Entonces ella (¿cuál de las dos?) asumió y defendió el lado oscuro y negativo de su persona al reconstruirse con el álbum Reputation. ¿Estaba a la defensiva? Muy probablemente.

Aquí las cosas se ponen intensas. Es usual que El Otro se manifieste en el arte con características arquetípicas de un antihéroe, de la sombra jungiana, de lo inconsciente… creo que ya me entendieron, del lado nocturno de nuestras vidas. ¿Se han dado cuenta que el video de Antihero ocurre de noche? No quiero sonar como un swifty, pero les juro que esto lleva a algo bueno. El video ocurre de noche y está lleno de guiños a la obra de Taylor (a La Otra que ella ha construido). Una referencia tras otra nos muestra que ella ya asumió a su antihéroe y que puede jugar (y hasta emborracharse) con ella. Es Bojack cuando hizo de su vida un poncho, porque reconoció lo cagada que estaba su situación (por su culpa). Pero en algún punto Taylor se mira en el espejo y…

Para mí aquí es donde ocurre un cambio. Taylor por fin se mira al espejo y reconoce el peso de todo lo que La Otra estuvo haciendo mal. Si en Reputation su alter ego aún estaba a la defensiva (Don’t blame me), en Midnights recapacita sobre sus acciones. Tal vez, solo tal, vez piensa ella, sus críticos tenían algo de razón.

Pero tranquila, Taylor, todos somos el problema de nuestras propias vidas. Y de hecho tu sinceridad nos enseña a admitirlo. Quiero decir… la Nueva Sinceridad trata de eso, al fin y al cabo: rechazar el espectáculo negacionista que nos ofrece el entretenimiento masivo (como el pop) y mirar a nuestros problemas de frente.

Lo más curioso es que Taylor también mira a sus problemas de frente pero desde el pop. Sabemos que ella siempre ha escrito canciones en clave, y de hecho su discografía es una saga de álbumes conceptuales sobre su vida. Muchos fans han conectado así con ella y la han reflejado en sus vidas. Y aunque esto puede promover el narcisismo en la cantante y el fandom, Taylor parece querer redimirse de esta toxicidad al autocriticarse en Antihero.

Cuando Adam Kelly definió a la Nueva Sinceridad, trazó una diferencia entre lo sincero y lo auténtico. Si por un lado lo auténtico transmite una verdad interior, lo sincero además sale a escuchar lo que otros perciben como la verdad. ¿Y Taylor? Pues al fin asumió las críticas que había recibido fuera del fandom (I’m the problem, it’s me). Pero más aún, se preguntó lo que Adam Kelly y Foster Wallace: ¿en qué medida mi discurso está libre de ser manipulador? Ok, tal vez ella no lo pensó así, pero mostró su intención (al menos su intención) de no condicionar su música. De ser responsable con su contenido.

Déjenme darles un ejemplo. Piensen en Mario Vargas Llosa cuando escribió La tía Julia y el escribidor, novela que narra el romance de un tal Mario y su tía política, Julia. Ahora bien, este libro semi-autobiográfico es… bastante irresponsable, pues exhibe un romance real (mezclado con ficción) que generó molestias en la verdadera Julia Urquidi, tía y exesposa de Llosa. Varguitas se eximió de cualquier culpa argumentando que El arte de mentir en la literatura no debe confundirse con la realidad. ¿Y sobre las molestias que creó en Julia? Bien, gracias. Taylor también ha escrito mucho sobre sus exparejas en sus canciones. Pero reconoce más que Llosa lo mucho que su alter ego bebe de la realidad. Y lo que es más importante, con Antihero parece asumir que hacerlo fue un tanto irresponsable.

Lo que Varguitas no dijo, novela respuesta de Julia a Llosa. A ver si un día Harry Styles se atreve a escribir una canción respuesta llamada Swift.

Podría ser que Antihero sea un himno a la autoindulgencia. Un “sí, lo siento chicos, ahora amen mi sinceridad”. Solo el tiempo dirá si Taylor realmente ha recapacitado para bien o si todo es tan solo una fase. En todo caso nuestra antiheroína no es la primera que hace música sincera. Esto ya ocurrió en el rap (Kanye, qué serías sin Taylor; Taylor, qué serías sin Kanye) y el indie (no sorprende que Taylor colaborase con Phoebe Bridgers). Pero si hablamos del pop, ¡el pop!, ese género tan chicle, tan prefabricado… entonces Taylor es pionera. Olivia Rodrigo podría estar continuando en esta línea. ¿Podrá esta sinceridad estar cambiando el pop? No lo sé, pero ya era hora de que viniera.

Cruzar Abbey Road 50 años más tarde

Por: Santiago Gutiérrez Echeverría

Este año cumplió 50 años el que, con discusión, es el álbum más emblemático en la carrera de la que, sin discusión, ha sido la banda más influyente de la música: me refiero a Abbey Road de The Beatles.

¿Qué lo hace tan relevante? Cómo no intuirlo en los primeros segundos: un “shoot me” susurra entre tresillos del hi-hat y los ecos del bombo, las palmadas y el bajo. Lennon nos agita en Come Together, que en cada verso distiende y excita con un sonido inigualado.

De pronto la guitarra exhala. Something culmina la maduración musical de Harrison meciendo al oyente en un cariz que lleva al enamoramiento platónico. 

Llega el turno de McCartney. Maxwell’s Silver Hammer ilustra, con percusiones metálicas que emulan un martillo de plata, a un asesino aplastando a sus víctimas. La crudeza de la letra contrasta con un tono jocoso de melodía futurista.

Si en Something nos enamoramos del amor, en Oh! Darling nos enamoramos del odio; ese amor trastornado que nos zarandea y nos bota lloriqueando. Ahora tememos perderlo y le rogamos que se quede. Son gritos y rasgueos que a cuanta más fuerza enseñan, más tiernos se rinden en una armonía suplicante.

El centro de esta sección se lo ganó Ringo, que estrena su segunda y mejor composición: Octopus’s Garden. Pinta un mundo de jardines de coral, pero insinúa un anhelo a esconderse de este mundo; quizá de sí mismo. Es un country de sonidos subacuáticos.

Cae el bajo contundente de I Want You (She’s So Heavy). En seguida, una melodía obstinada nos conmociona lentamente en un crescendo hipnótico que asciende en notas pesadas. El caos aumenta durante siete minutos como un invierno borrascoso. ¡Pum! Silencio. Piensas que el reproductor tuvo un error. No. La canción está diseñada para terminar como un infarto. Un anti-clímax. Un orgasmo interrumpido.

Comienza la segunda sección. El invierno fue truncado y Here Comes The Sun anuncia el fin de tiempos tortuosos y el florecimiento primaveral con dulces guitarras y sintetizadores. Escucharla es semejante a recibir un abrazo en un cálido día de campo.

Un clavecino parece tantear el claro de luna de Beeethoven, pero tocando las notas al revés. Es Because, cantando el éxtasis por la vida en un coro celestial. La letra, tan simple como los placeres que anuncia, se fascina como un niño ante el mundo que ve por primera vez. Acaso anuncia una experiencia lisérgica, o el primer amor, que es parecido.

El medley comienza. You Never Give Me Your Money lamenta en el piano un anhelo amoroso que presiente su resquebrajamiento. Entonces la vida diaria surte nuevas esperanzas: Campanas tubulares, campanas de cristal, anuncian una magia en el aire, pero al mismo tiempo el individuo teme no saber a dónde ir; su ansiedad juvenil, el angst, está llena de energía e incertidumbre: el mundo es tan vasto que no se sabe qué tomar de él. 

En medio de una ambientación crepuscular, Sun King sobreviene en una línea de bajo ensoñadora, fascinada por la naturaleza y la calma. Mean Mr. Mustard narra la historia de un personaje mezquino entre melodías juguetonas. Polythene Pam acelera los instrumentos, esta vez narrando una vida tan agitada y ascendente como los acordes que se descontrolan hasta desembocar en She Came In Through The Bathroom Window, que entre coros y melodías describe un episodio ocurrido con una admiradora del grupo.

De pronto los instrumentos cesan. El piano retorna a su melodía inicial. “Hubo alguna vez un camino de vuelta a casa…”, canta quien arropa a un niño al dormir, mirando sus ojos llenos de sueño. Anhela volver a los tiempos pasados de esperanza… pero ya es tarde; debe asumir el curso de las cosas. Carry That Weight lo hace en un coro que, por primera vez, reúne las cuatro voces de los Beatles de forma inquebrantable, y una trompeta anuncia el peso que impone la cuesta de los años por venir. The End (El Final) separa a los cuatro dando fin al álbum, a la banda, a la década. Un solo impaciente de batería de Ringo precede a los solos de guitarra de George, John y Paul, que se intercalan uno tras otro hasta enlazarse lo que al fin es la amalgama en el clímax del álbum.

Silencio. Un acorde de piano se repite. “Y al final, el amor que recibes es igual al amor que entregas”. El último verso. El epítome de la banda encerrado casi en una ecuación.

Los Beatles no grabaron The End sabiendo que sería su última canción juntos, así como no comenzaron a tocar sabiendo en lo que se convertirían. Simplemente sucedieron; fueron una orquesta que, sin director, concertó la música justa en el momento y el tempo justo. Curioso, ¿no?

P.S.: Y en realidad el disco termina con Her Majesty, quizá la primera pista oculta en un álbum. Son apenas diecisiete segundos de joda que bastan para romper la solemnidad generada en The End. Uno puede interpretarlo así: no te tomes nada tan en serio como para no reír un poco. Incluso estropeándolo resultaron interesantes…

MÚSICA: Tool

El arte de la disciplina

Por: Eva Sofía Sánchez

Jamás presté atención a la música de Tool. Recuerdo un video, en 1993; la canción se llamaba Sober y en el audiovisual aparecían figuras raras y oscuras, títeres sucios y enigmáticos. El tema me agradó, pero no volví a escucharlos hasta principios de agosto de este año, cuando anunciaron el lanzamiento de un nuevo disco -el quinto- tras trece años de silencio. ¿Trece años? -me pregunté- ¿tanto tiempo? Ese dato llamó mi atención.

El siete de agosto compartieron en Youtube la primera canción del álbum, titulada Fear Inoculum. Sería inútil describirla, solo diré que hace poco más de un mes la escuché por primera vez y no he parado desde entonces. Es una obra magnífica, aunque algunos fans y críticos no estén de acuerdo, pero ¿qué saben ellos? A partir de esa aproximación inicial descubrí mucho más acerca de Tool… Por ejemplo, que en treinta años de carrera apenas han grabado cinco discos y un EP; que sus fans los consideran genios; que sus álbumes están repletos de incógnitas, secretos, misterios. Lateralus (su tercer disco) está basado en la secuencia de Fibonacci. Es algo difícil de explicar, no lo entiendo muy bien, dicen que los cortes rítmicos, la cantidad de sílabas en las líricas, las partes que componen a las canciones y más, siguen la ‘Secuencia de Fibonacci’, un patrón matemático descubierto en el siglo XIII por el señor Leonardo de Pisa. Supuestamente es la secuencia de números que se encuentra presente en todo objeto armónico y bello sobre la tierra. ¿Suena bastante poético, para tratarse de matemáticas, no? Eso me agrada…

Otro aspecto llamativo de Tool son sus presentaciones en vivo, en ellas proyectan imágenes sugestivas e hipnotizantes, cuelgan pentagramas invertidos en la cima del escenario, el cantante se ubica siempre en penumbras y al lado del baterista, es todo demasiado raro, pero lo más destacable en Tool son los músicos. Danny Carey es un virtuoso de la batería, Justin Chancellor es un bajista excepcional y creativo a más no dar, Adam Jones es un guitarrista inventivo y sorprendente… y el cantante… Se llama Maynard James Keenan, tiene 55 años, no solo es el líder de Tool, también hace letras y voces para A perfect circley Puscifer, es propietario de un viñero en Arizona, practica las artes marciales, tiene un restaurante gourmet y su voz es única, a veces rabiosa, a veces melódica, es un camaleón.

Tool continuará como un enigma, porque así lo desean ellos, comprenden y entienden el valor del misterio, aun así me atrevo –porque me da la gana- a afirmar que he descubierto su secreto: La disciplina. Los miembros de Tool son cuatro hombres comprometidos con su arte, exigentes y rigurosos, no dan concesiones, no sucumben a exigencias, son dueños de su propio tiempo, tienen la palabra final. Eso los hace únicos, originales, especiales. No soy un fan, jamás podría serlo, pero merecen mi respeto. ¿Trece años? –pienso de nuevo- ¿tanto tiempo? Dicen que la práctica hace al maestro, en el caso de Tool, la palabra precisa sería ‘disciplina’.

MÚSICA: Un año en la vida

Por: Eva Sofía Sánchez

¿Cuánto puede cambiar una vida en el transcurso de 365 días, un año?

            En mayo de 2018 mi padre cayó y no se levantó más. Es un hombre de 76 años, con la enfermedad de Parkinson y otras dolencias, tal vez más graves, no lo sabemos… Ahora vive en la planta baja de su hogar, se moviliza en silla de ruedas, rellena crucigramas, escucha música en su tablet, navega por internet, mira televisión y Netflix echado en la cama y tiene compañía durante toda la jornada. Se ha transformado. Es un hombre dulce, un padre dispuesto a recibir un beso y un abrazo, a tomarte de la mano, a sonreírte al saludarte… Antes de caer, no era así… Esta noche, tras salir de mi oficina y llegar a casa, vi a mi padre, mientras trabajaba. Estaban en el patio. La gata de la casa los observaba. Un doctor sostenía a mi padre, aferrando su brazo izquierdo. El otro médico hacía lo mismo, pero en el otro lado. Así, lo mantenía de pie. “¡Vamos! ¡Usted puede! ¡Vamos!”, le motivaban. Mi padre se esforzaba, intentaba caminar, avanzar, dar un paso, sanar… Hace un año cayó, y ahora lucha por recobrar fuerzas y ponerse de pie otra vez.

            Pregunto nuevamente: ¿cuánto puede cambiar la vida en apenas 12 meses?

            A finales del año pasado youtube me recomendó un video. El título llamó mi atención: Billie Eilish entre 2017 y 2018, las mismas preguntas; otras respuestas. ¿Quién es esta muchacha?, fue lo primero que me pregunté. Mi segunda interrogante fue: ¿por qué youtube me la recomienda? Ok, lo veré -decidí después- y apreté play. Miré. Me enteré de que Eillish era una cantautora de 16 años, y que hasta 2017 su presentación más grande había ocurrido frente a 5 mil personas. Un año después, en 2018, cantó para más de 250 mil fans en una sola noche. Descubrí también que en 2017 sus cadenas y aros eran falsos, pero que las joyas toscas y robustas que usaba en 2018 eran reales, valiosas, caras… El dinero y la fama las compraron, pensé. Me enteré que en 2017 decía sentirse triste y un año después también, pero además… se sentía presionada, aprisionada, acorralada… Dijo que durante los doce meses pasados aprendió a desconfiar de la gente, y no compartir sus sentimientos en las redes sociales… Y que llegó a conocer a Haruki Murakami… En fin, mucho había ocurrido para Eilish en un solo año… Mi primera –y errada- impresión fue que ella era un títere, una construcción de la industria, una ficción para vender música. Mi segunda impresión fue sentir preocupación, porque esa enorme presión a la que Eilish se refirió, no me pareció adecuada, y mucho menos sana para una adolescente; y también sentí tristeza, porque tuve la sospecha de que estaba extraviada, y de que era una persona tan honesta y transparente… Una víctima perfecta, en otras palabras.

            Gran error el mío: los hombres solemos olvidar la fortaleza de las mujeres…

Billie Eilish

            No volví a saber de Eilish hasta este sábado por la tarde, cuando youtube nuevamente me la recomendó. Era un videoclip. El título de la canción: When the party’s over. Apreté play-otra vez- y miré y escuché… Voces a capella… Es un waltz, pensé… La pantalla me mostró un vaso repleto con líquido negro. ¿Es veneno? No lo sé, pensé, solo entendí que no era algo bueno… El recipiente se encontraba sobre un cubo blanco. Billie Eilish apareció en la toma, sentada frente al vaso. Ella también vestía de blanco. Los muros de la diminuta habitación también eran blancos. La música era un ir y venir de voces, susurros, lamentos, temores… Y un piano… Todo era blanco, excepto las cadenas, anillos y relojes de plata de Eilish, y los cabellos lacios y azules, y sus huidizos ojos verdes… Viste ropa de presidiaria, pensé. ‘¿Acaso no sabes que no soy buena para vos?’, cantó…  Esta canción es una ilusión, pensé… Parece una canción de cuna, pero es tristeza, derrota, hastío, cansancio. Es soledad disfrazada de ternura… Billie conoce el vacío y la liberación, pensé… “Podría mentir y decir que me gusta, que me gusta así…”. Ella bebió el agua ¿o era veneno negro? Mientras tragaba, ingería, solo escuché piano y voces que me recordaron a cantos gregorianos… Nada más… Billie dejó el vaso sobre el cubo y miró a la cámara. Nos miró. No nos sonrió. Nos desafió. Entonces lloró y sus lágrimas fueron negras y espesas; dolorosas y densas; y mientras resbalaban por sobre sus mejillas, ellas dibujaban desolación y desfiguración… Billie tuvo arcadas… “Podría mentir y decir que me gusta así, me gusta así, me gusta así”, cantó… Fade out… Decepción…

            Somos tan estúpidos que olvidamos la fortaleza de las mujeres… Y también la de los hombres. La fuerza de todos… ¿Cuánto puede cambiar la vida para un hombre de 76 años y para una adolescente de 16? ¿Es que alguna vez se detiene?

            Tuve que ver y escuchar otra vez; apreté play

MÚSICA: Hablemos acerca de Jonny

Por: Eva Sofía Sánchez

Viejo, tengo el disco – me dice Roberto por teléfono – Venite, estoy con Max.

Para allá voy. Tengo 19 años. Tomo un taxi y entro a la casa. Ingreso a la habitación. Sostengo el álbum en mis manos. Observo la portada. ¿Es eso una montaña? Coloco el disco en el equipo de música. Aprieto play. Escucho. Durante una hora, sólo escucho. Teclados vibrantes, instrumentos de viento, ritmos electrónicos, guitarras acústicas, orquestas inquietantes y la zozobra vocal de Thom Yorke. Elevo el volumen. Muevo la cabeza al ritmo de la electrónica. Cierro los ojos. Por momentos, sonrío. Escalofríos. Tras el acorde final, nos miramos y opinamos: ‘Es como ‘Instituciones’, dice Roberto. ‘Hicieron lo que les dio la gana’, dice Max. ‘Son los Pink Floyd de nuestra generación’, exagero yo.

Luego, silencio en la habitación.

Jonny Greenwood tenía 29 años cuando Kid A salió a la venta.

Durante su niñez en Oxford (Inglaterra) disfrutó de los conciertos de Mozart y también de algunas canciones de Simon y Garfunkel. Las escuchaba en el automóvil de su padre, mientras lo llevaban al colegio. El primer instrumento que aprendió a tocar fue la flauta. Si no había música disponible, su oído buscaba ruidos de motores. Autos, motocicletas, camiones, aviones que cruzaban los cielos. Intentaba construir melodías con esos sonidos metálicos.

Participó en varias orquestas de adolescentes. Tocaba la viola. Inició estudios de música del más alto nivel en la universidad y estaba a punto de inscribirse a un nuevo año de colegiatura cuando, de improviso, su plan de vida cambió.

La banda de rock en la que tocaba la guitarra había conseguido un contrato multinacional.

Se llamaban (se llaman) Radiohead. Esto sucedió en 1991.

Un año más tarde ya ofrecían conciertos en el resto de Europa y Estados Unidos. Cada disco nuevo era una sensación. Jonny, el muchacho que estaba destinado a las orquestas, se había convertido en una estrella de rock… hasta que llegó Kid A, el disco que cambió todo.

Tras el éxito del anterior álbum la banda decidió cambiar. Era el año 2000. Jonny pisaba los 30. Ya no querían más rock. Ya no más canciones condescendientes. Ya no más caminos seguros. Decidieron caminar por las cornisas. Jonny, entonces, puso en práctica sus aprendizajes musicales. Escribió arreglos de cuerdas y vientos para las canciones del nuevo disco. Algunas de sus composiciones fueron tan potentes que elevaron los temas hasta alturas improbables (escuchar ‘How to dissappear completely’, por favor).

Desde ese año en adelante Radiohead fue otra banda y el pequeño Jonny… otro músico.

Experimentó con bandas sonoras. En 2003 fue nombrado compositor residente para la Orquesta de la BBC. En 2007 compuso la música para el filme ‘There Will Be Blood’, de P.T. Anderson (escribir en Youtube ‘Oil Rig Explosion Scene’ para ser testigos de la potencia de su trabajo, por favor).

Escribió más música para filmes (‘Norwegian Wood’, ‘We need to talk about Kevin’, ‘The Master’, entre otras) y en 2014 tuvo el privilegio de interpretar una selección de sus composiciones junto a la London Contemporary Orquestra.

A principios de 2018 Jonny Greenwood fue nominado a un Globo de Oro por la banda sonora del nuevo filme de P.T. Anderson, Phantom Thread.

Nada mal para el guitarrista de una banda de rock, ¿no?

Recibo un mensaje en mi casilla de correo. Me informa que Radiohead viene para Sudamérica. De inmediato pienso en Jonny, en su larga y delgada presencia sobre el escenario, sus cabellos indescriptibles, su rostro esquelético, su energía eléctrica. Le escribo un mensaje de texto a Roberto.

– Viejo, ¿Vamos a ver a Radiohead?

MÚSICA: El futuro nació en 1977

Por: Eva Sofía Sánchez

Television, First Avenue NYC 1977
Television, First Avenue NYC 1977

Una noche durante el verano de 1977 cayó un rayo en Nueva York. El hecho provocó un apagón eléctrico que duró más de 24 horas. Ocurrieron disturbios, robos, asaltos, represión policial. Se reportaron más de mil incendios en la ciudad. El partido de béisbol entre los Mets y los Cubs debió suspenderse.

Nueve millones de personas quedaron a oscuras. La mayoría de los neoyorquinos se quedó en casa, no a causa del apagón, sino por temor al hijo de Sam, un asesino en serie que atacaba a sus víctimas con una pistola calibre .44. Se llevó seis vidas durante el verano. Al ser capturado dijo que seguía las órdenes del perro de su vecina. Un demonio le hablaba.

Ese mismo año despertó en la ciudad la fiebre del disco. El Studio 54 era el templo de las lentejuelas, androginia y cocaína. Los habitués eran Mick Jagger, Andy Warhol y Jhon Travolta. Desde el Bronx llegaba un nuevo ritmo llamado hip hop de la mano de Grand Master Flash. En bares como el CBGB una banda llamada The Ramones rasgaba sus guitarras al ritmo de un rock and roll despeinado y con chamarras de cuero.

Todo esto mientras la ciudad vivía una de las crisis económicas y sociales más dramáticas de su historia.

En ese contexto Television lanzó su primer disco, titulado Marquee Moon.

No era punk. Tampoco rock. Ahora se podría definir como indie, pero en esos años el término no existía. “Yo siempre pensé que éramos una banda de pop” dijo alguna vez Tom Verlaine, guitarrista y cantante del grupo.

La canción que le da el título al álbum tiene una duración de diez minutos. En las primeras frases Verlaine canta: “Recuerdo cuando la oscuridad se desdobló. Rememoro al rayo cayendo sobre sí mismo”. Esto lo escribió antes del apagón.

El tema es minimalista en su interpretación y poético en su lírica. Las baterías llevan adelante la canción, con cadencias que rememoran algo de jazz ingenuo. A partir del minuto cuatro con treinta segundos inicia un intento de solo de guitarra. Eleva la música y hace volar la imaginación. En un momento todo se torna etéreo y pastoral. Si de cadencias hablamos, este es un gran ejemplo.

Escuchar a Marquee Moon es reconocer el futuro que se gestó desde 1977. Su marca está tatuada en la música del momento, sea este momento los ochenta, noventa o el nuevo siglo. Una oscura influencia, casi impresa con tinta invisible en el ADN del rock actual.

Esto sólo podía nacer desde algún callejón oscuro de alguna ciudad desesperada que huye de un asesino en serie.

MÚSICA: Radiohead

LOS SOÑADORES

Por: Eva Sofía Sánchez

Un piano. Una melodía. Ternura musical y guitarras que suenan a xilófonos. La voz nos acaricia de entrada. “Los soñadores. Ellos nunca aprenden”, dice la voz que canta. La canción se llama “Soñando en despierto”. El video nos muestra a Thom Yorke abriendo puertas. Entra a una sala de hospital. Una lavandería. Una guardería, una biblioteca y un hogar. No llega a ningún lugar. Las puertas se abren pero la habitación no es la que él espera.

¿Adónde vamos con tanto apuro? ¿Cuál es el propósito? ¿Queremos pasarnos la vida abriendo puertas a la nada?

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La portada del nuevo disco de Radiohead es etérea y pastoral. Colores blancos, negros y grises que dan calma dentro de un universo confuso. El título del álbum también parece salido de un sueño: “Una piscina en forma de luna”. Pasaron 5 años para que lancen este nuevo trabajo. En un caso, una de las canciones fue compuesta en 1995. Tuvo que esperar 21 años para formar parte de un disco oficial de la banda. El título de esa canción es precisamente “El verdadero amor espera” y es el último tema del álbum.

El video de “Soñando en despierto” fue dirigido por Paul Thomas Anderson, responsable por maravillas como “Petróleo Sangriento”, “Magnolia” y “The Master”. En un momento, una de las puertas lleva a Thom hacia el borde de una montaña bañada en nieve. Anochece, mientras la intensidad de la música nos eleva hasta la cúspide. Suenan violas y chelos. Parece una premoción. Algo sucederá, aunque no sabemos qué será ni en qué momento pasará

tumblr_o6rihau2BJ1qfzmu7o2_1280Finalmente Thom encuentra una cueva y se instala al lado de un fuego reconfortante. Su rostro, sin embargo, refleja angustia y soledad. Ese fuego no es suficiente. Su calor no es calor. Como algunas vidas, parece quedar a medio camino de los deseos más intensos. La música muta y nos aleja del sueño. Todo esto parece una pesadilla. El cantante murmura algo. Muchas voces hablan y todo se vuelve oscuro y violento. Él sigue en la cueva, con la mirada clavada en el fuego. ¿Es Thom valiente o se está escondiendo?

El artista hace catarsis de sus emociones. Las comparte para que otros le ayuden a cargar algunas mochilas que parecen demasiado pesadas. Eso es valentía y fuego interno. Abrir puertas a ningún lugar es una manera de vivir. Esconderse en cuevas con fuegos fatuos es otra. Escribir una canción que nos habla de sueños e ilusiones y compartirla con el mundo es vivir valientemente.

Eva Sofía Sánchez

TEATRO: La moribunda

No sabrás lo que es el amor

Por: Eva Sofía Sánchez

No sabrás cómo duelen los labios,

hasta que hayas besado y pagado el costo

(Don Raye)

ea79d3cd-b6c9-4f16-9395-e802bff654d9Al final hace su ingreso Chet Baker. Luz baja en el escenario. Transpiración y pasión. “No sabes cuánto queman los corazones, por un amor que no vive, más nunca muere”. Piano, trompeta y una voz de dulce melancolía. Los actores se besan, los corazones laten, los labios duelen. Alguien dentro de la sala suelta una solitaria lágrima. Sobre el escenario se escucha el gemido del desamor.

Nosotros, el público, presenciamos un viaje por emociones absurdas y reales. ¿Cuántas toneladas de energía nos acaban de regalar ambos actores? ¿Cuánto debieron vivir para ofrecernos tal intensidad sobre el escenario? ¿Qué debió morir, para que La Moribunda viva? “No sabrás lo que es el amor, hasta que aprendas el significado de la tristeza”.

En 1987 falleció el actor y dramaturgo argentino Batato Barea. Hizo teatro irreverente, despojado de cánones. Fue libre. Murió de Sida. Pocas semanas después sus compañeros de tablas Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese presentaron una nueva obra. Era la historia de dos hermanas que cuidan a otra hermana convaleciente. Fuera de la casa sucede algo que las obliga a mantener un encierro durante décadas. ¿Una guerra? ¿Un tsunami? ¿El fin del mundo? ¿La vida misma?

Lo que Javier Silva y Nathalya Santana nos ofrecen tiene sabor a renacimiento. Sobre el escenario, ellos se mueven sobre tres niveles y recorren las cuatro estaciones del año. “El propósito de presentarla fue un amor profundo por el texto”, explicó luego Silva, que además es el director. “Es una combinación entre lo poético y lo grotesco. Tiene rituales y a la vez se desarma. Empieza como algo denso, con estos dos monstruos deformes. Luego los códigos se transforman. Termina siendo casi una joda”.

A los actores les tomó tres meses de trabajo dar vida a las hermanas Kara y Karren. Incluso realizaron un retiro en las montañas de Samaipata. Allí, acompañados por la tranquilidad de la brisa valluna y su clima templado, forjaron las personalidades de estas hermanas intensas y destruidas por la tragedia. Había que escapar del bullicio citadino para crear este delicado Frankenstein, o como Silva lo llama “este bebé de siete dedos en cada mano”.

La canción que suena al final se llama “No sabrás lo que es el amor”, compuesta por Don Raye y Gene de Paul. La interpreta el trompetista y cantante Chet Baker. La sensibilidad de su voz es delicada y desesperada. En vida, el músico recurrió a mundos imaginarios con el fin de salvarse. Su elección fue la heroína.

Kara y Karren también crean ilusiones para sobrevivir. Ellas imaginan que van a la playa, organizan cenas ficticias con escritores y artistas, juegan al amor y la pasión. Todo con desespero y urgencia. Todo para sobrevivir. Exuberante fantasía aquella de inventar mundos para encontrar una sonrisa y labios que nos besen.

“¿Cómo podrías saber lo que es el amor, lo que es el amor, lo que es el amor…?”

¿Acaso no es eso justamente el amor?

Eva Sofía Sánchez

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