CINE CHILENO: 1976 / CINE ARGENTINO: Argentina, 1985
Por: Mónica Heinrich V.
1976
“Qué oscuros somos los chilenos” dice uno de los personajes de 1976. Y sí, si pienso en el Chile de 1976, qué oscuros fueron los chilenos. Qué oscuros fuimos todos.
Para el cine latinoamericano esos periodos han sido muy difíciles de retratar. El cine memoria cuesta, duele, jode. De Chile se me aparece como un fantasma Post Mortem (reseñada ACÁ) o Machuca (que vi en el Festival Iberoamericano de Cine hace añadas) de Andrés Wood que co-produce 1976. No es casualidad lo de Wood, 1976 es dirigida por Manuela Martelli una de las protagonistas de Machuca. Martelli también fue protagonista de B-Happy, ¿recuerdan esa película que también estuvo en el Festival Iberoamericano de Cine hace añadas? Después, la actriz se fue a estudiar dirección de cine a Estados Unidos y, gracias a Dios, regresó no con un cine de fórmula sino con un debut que tiene voz.
El inicio de 1976 es perfecto. Una doñita jailona, Carmen (Aline Kuppenheim), está eligiendo el color de pintura para las remodelaciones de su casa frente al mar. Es un rosado cursilón. El primer plano está fijo en el balde de pintura que está mezclando el color, de fondo se escucha un alboroto. Los milicos han detenido a alguien en plena calle, a plena luz del día. No lo vemos, pero lo sabemos.
Eso es lo mejor que tiene 1976: lo que no se ve, pero se sabe.
Posteriormente, un sacerdote (Hugo Medina) le pide a Carmen que lo ayude a curar (Carmen trabajó en la Cruz Roja) a un muchacho que recibió un balazo. Le da a entender que es un delincuente común, que hay que protegerlo porque es joven y merece una segunda oportunidad. Se intuye que el herido es alguien de la resistencia contra Pinochet.
Es muy interesante el juego espejo que establece Martelli entre la sordidez de los desaparecidos por la dictadura y las vidas del privilegio que seguían remodelando casas, juntándose a comer, a tomar un vinito, a festejar cumpleaños, en una burbuja que los apartaba de los muertos diarios. Vivían los toques de queda, conocían personas que desaparecían, o colegas que iban presos por ser “rojos”, pero el horror-horror no los tocaba.
El guion de 1976 co-escrito entre Martelli y Alejandra Moffat es íntimo, sin anhelos de mainstream y con un cuidado en la puesta de escena que se disfruta.
Su actriz principal, Aline Kuppenheim, sostiene el peso dramático de todo lo que vemos, quizás algo que te saca de la trama es Ernesto Meléndez como el refugiado. El actor hace lo que puede, pero el personaje requiere a alguien que pueda transmitir que la vida le está pasando por encima como un tractor y, por ratos, su actuación era poco convincente. Este desnivel actoral se sufre en otros momentos en el que aparecen más secundarios igual de flojos. De todas formas, lo que cuenta 1976 es tan importante que el desnivel actoral termina siendo pasado por alto.
Martelli tiene una mirada acuciosa que traduce la tensión de la época. Esa tensión contrasta con el marido de Carmen, un doctor acomodado cuyos amigos son parte de la cúpula militar. Contrasta también con la discusión que se arma a la hora de comer entre hermanos que no tienen la misma postura política. Carmen, por su parte, necesita consumir pastillas para afrontar el día a día, y su generosidad con el refugiado está más allá de la política, más cercana a su vocación de enfermera.
Al mismo tiempo, la relación con el chico le hace notar bajo una fea luz eso que estaba pasando hace mucho y que ella recién dimensiona. Es más fácil ignorar u odiar al “salvaje”, al “peligroso”, al “subversivo”, si no lo conocés, si solo lo ves como esa amenaza que tu círculo inmediato y la prensa utilitaria pregonan.
Me sobraron los recortes de periódico, aunque debo reconocer que el uso que hizo de los discursos de Pinochet en la TV fue muy logrado. No me suelen gustar esos “apoyos”, pero: la señal interrumpida, los niños jugando, me parecieron un gran contrapunto.
La trama me recordó a Golpes a mi puerta (1994) por lo menos en lo básico: Dos monjitas escondían a un rebelde buscado por los milicos e intentaban protegerlo hasta lo último. En esa película el lugar era cualquier país de Latinoamérica en la época del Plan Cóndor y era más entendible que las monjitas se sintieran impelidas a ayudar. En 1976 la ayuda proviene del espectro que se mantuvo pasivo.
Es claro que 1976 no será de esas películas de Hollywood triunfalistas, en las dictaduras tuvimos pocas victorias. Por eso, cuando llega el final y ya lo intuías, igual estás con Carmen hasta el último plano. Y otra vez, con el cántico, la torta, la alegría mundana, regresa la palabra privilegio, pero mientras veo a nuestra Carmen (porque realmente la acompaño) digo no, eso más que privilegio es un quebranto, una vergüenza.
Sí, que oscuros fuimos, qué oscuros somos.
Lo mejor: Tiene voz y una gran protagonista Lo peor: algunos secundarios y algunas escenas que parecen muy tontas La escena: el final Lo más falsete: cuando Carmen va a buscar al otro cura El mensaje manifiesto: qué oscuros fuimos El mensaje latente: qué oscuros somos El consejo: ni olvido ni perdón El personaje entrañable: las víctimas El personaje emputante: el privilegio que miró para un costado El agradecimiento: por la memoria.
Argentina, 1985
No soy fan de Santiago Mitre, aunque respeto la vocación comercial de su cine. Todo, y no miento, todo lo que he visto de él, incluso pensando solo en su trabajo de guionista en películas como Carancho o Leonera, me remite a una fórmula vieja, gastada, imitadora del cine americano. Prolija, claro, pero es el niño que llega al cumpleaños con corbatita de moño. Muy formal, muy consciente de sí mismo.
Argentina, 1985 bebe como si se tratara de agua bendita de la estigmatización del género. El género requiere que sea una película que toma posición y el contexto es netamente manejado hacia ese lado. La milicada no es explorada más que como postes de luz a los que se les nota la maldad, y que tienen que darnos miedito y asco sin ahondar mucho en cómo fue posible lo que hicieron. Parece también que son los únicos responsables, cuando en realidad todos los milicos del mundo en ese contexto tienen el apoyo de distintos círculos internacionales, políticos, sociales, de poder que están permitiendo, empujando y financiando sus desmanes.
Argentina, 1985 sigue el juicio histórico que se le hizo a las Juntas Militares, Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Orlando Agosti y otros cuatro militares, por los desaparecidos en la dictadura, la narrativa gira en torno al horroroso crimen, las víctimas suben al estrado y Santiago Mitre trata de hacer que sean realmente los testimonios de lo inenarrable. Y funciona. Dialoga con la generación que lo sufrió y con un público que hoy apenas resiste ver una película completa. Tiene los ingredientes adecuados: Un héroe (Strassera), los sorprendidos hijos de la generación que fue en su mayoría pasiva y que pueden lanzar gags («tenía voz de facho, como usted») el niño pintoresco (hijo de Strassera) la amenaza del mal (obstáculos para el éxito) el uso emotivo del relato (testimonios de las víctimas y escenas con las Madres de Plaza de Mayo), la redención del que “no sabía”, “no se imaginó” (mamá de Ocampo). Estamos todos.
Desgraciadamente, el tono es tan condescendiente que la propuesta termina deslucida a favor de sus aspiraciones comerciales. Se va por el lado sensiblero y omite, por ejemplo, el aporte imprescindible del informe elaborado por la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) cuyo director era nada más y nada menos que el escritor Ernesto Sabato. Sin ese informe el juicio no hubiera sido posible. Esos son los papeles donde escarban Strassera y sus jóvenes ayudantes para armar la acusación. La figura de Alfonsín es apenas una sombra, porque el foco está puesto en la valentía e hidalguía de Strassera, pero para que Strassera pudiera trabajar estuvo protegido por una voluntad política. Es así que el contexto histórico, político, la enormidad de lo que se hizo tras bambalinas, quedan supeditados a una sensación más de telefilm de Hallmark.
A nivel de actuaciones hay desniveles. El niño, la esposa de Strassera, siempre tienen un gesto de más. Ricardo Darín hace una vez más de Ricardo Darín y una vez más funciona. Los chicos cools que acompañan a Strassera aportan color y destaca, de manera inesperada, Peter Lanzani como Ocampo.
Quitando la liviandad y el tono absolutamente convencional con que Argentina, 1985 es contada, en general es una película resultona que seguro generará un nexo emocional con los espectadores de cualquier parte del mundo. No olvidemos lo que dijo una vez Eric Hobsbawm: «La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo ofrecen en una suerte de presente sin relación con el pasado del tiempo que viven». Así que por ese lado, la película es importante y cumple una función de denuncia y memoria. Aún cuando juegue a lo seguro. Aún cuando las oscuras sombras de esos oscuros tiempos siguen sin ser tocadas de verdad.
Lo mejor: Es cine memoria, pone sobre el tapete lo que pasó en esa época, le hace recuerdo a los que se quieren olvidar y se lo cuenta a quienes no lo saben Lo peor: plana y sensiblera La escena: el testimonio de las víctimas Lo más falsete: las escenas con el niño y con la esposa El mensaje manifiesto: qué oscuros fuimos El mensaje latente: qué oscuros somos El consejo: buscar la información sobre el papel de la CONADEP y la cronología de cómo se armó el juicio, también buscar las notas que le hicieron a Borges cuando asistió a una de las audiencias y quedó shockeado El personaje entrañable: las víctimas El personaje emputante: los que operaron en las sombras El agradecimiento: por la memoria.