LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

CINE CHILENO: El Club (Pablo Larraín)

El Club no puede ser más actual.

Desde el 2010 que Chile se ha visto sacudida por el escándalo del sacerdote Karadima acusado de numerosos abusos sexuales y suspendido de por vida por la Iglesia después de décadas de socaparlo.

Con él se ha arrastrado a otros sacerdotes como cómplices o encubridores incluido el obispo Juan Barros, recientemente defendido (a pesar de las pruebas) por el Papa Francisco. Así es queridos, Pancho no escapa a esos deslices.

Desgraciadamente, el asunto no involucra solo a la Iglesia, el círculo de responsabilidades llega a todos los estratos de la sociedad generando una impunidad que hace que las víctimas continúen sin justicia.

Mientras la Iglesia se da sus golpes de pecho con temas muy “inmorales” como el matrimonio gay, el aborto, y otros, la pedofilia en el clero sigue siendo el elefante en la habitación. Un elefante gordo y enorme.

Pablo Larraín decide jugársela y hacer una película que toca a profundidad el tema y lo presenta como una especie de vómito que todo lo impregna.

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Cuatro sacerdotes viven en un pueblito costero de Chile. Viven en una casa donde la Hermana Mónica (gran Antonia Zegers) supervisa sus actividades. Al principio, la vida de estos personajes luce apacible, sin mácula, rutinaria.

Cada uno tiene una actividad, rezan, comen y juntos han criado un galgo llamado Rayo para competir en carreras caninas y juntar un dinerito. En parte por el dinero, en parte por la adrenalina de la competencia, en parte por el soñado viaje a las nacionales.

Eso hasta que llega el cura Matías Lazcano (José Soza). Con Lazcano nos damos cuenta que esos señores mayores no son tan inocentes. Lazcano llega descompuesto, sin ganas de quedarse en la retirada casa, sin creerse lo suficientemente culpable para estar ahí.

La pericia de Larraín y sus coguionistas, hace que se introduzca un nuevo personaje, un personaje que será como una bomba a punto de estallar y que de hecho estalla groseramente, ese enorme personaje es Sandokan (Roberto Farías).

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La casa es una casa de purga, ahí envían a los sacerdotes con problemas de pedofilia y alguna otra cosa oscura más, son los sacerdotes que la Iglesia no quiere entregar a las autoridades, pero de los cuales tampoco se deshace realmente. Sandokan fue víctima de uno de ellos y no está dispuesto a dejar tranquilo a su agresor, no.

Los primeros minutos de El Club son arrebatadores, brillantes.

SPOILER

Cuando el sacerdote Lazcano se suicida frente a Sandokan se abre una veta nueva en el guión, una veta que hace que a uno se le revuelva el estómago.

FIN DEL SPOILER

Gracias al giro inicial, llega el Padre García (Marcelo Alonso) que indagará acerca de lo que sucedió con Lazcano y de paso repasará el historial de los otros curas. Así sabremos porqué están en la casa y escarbaremos en los pozos sépticos que cada uno esconde detrás de la humana fachada de: hombre mayor retirado en casa de playa.

La falta de autocrítica, o de conciencia de los crímenes cometidos serán una constante. Ni el padre Vidal (Alfredo Castro), ni el padre Ortega (Alejandro Goic), ni el padre Ramírez (Alejandro Sieveking) o el Padre Silva (Jaime Vadell) se hacen cargo de su culpa, de su desvío de ese camino que supuestamente traza la Biblia y la Iglesia y cualquier condición mínima de ser humano.

En ellos se reflejan los Karadima, los Maciel, los O´rourke, los Murphy, los Grassi, los Smyth, del mundo.

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Quiero decir que sufrí El Club, porque solo se puede sufrirla.

Pablo Larraín dirige con maestría una historia compleja, de personajes complejos. Larraín ya había demostrado su buen hacer en películas como Tony Manero, No y, sobre todo, mi admirada Postmorten.

Los guionistas Guillermo Calderon, Daniel Villalobos y el mismo Larraín saben contar una historia aprovechando de manera envidiable hechos sociales de su país y convirtiéndolos en algo de interés universal.

Porque El Club se lee desde esa óptica de un mundo aparentemente puro donde subyace el horror y eso es universal, abarca cualquier país, cualquier geografía.

La construcción de sus personajes está muy bien estructurada, tan bien estructurada, que a pesar del horror, de la desgracia, de lo terrible que ves en pantalla, se te salen risas, risas culpables, risas llenas de vergüenza.

El director de cabecera de Larraín, el señor Sergio Armstrong (No, La Nana, Postmorten, Tony Manero, Joven y alocada) crea climas desdibujados, como con una neblina oscura sobre la casa, los personajes. La estética es azulada, fría, como corresponde a una historia de este tipo.

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Lindas escenas con el perro a la orilla del mar, espectaculares planos de la gente con antorchas yendo a buscar a Sandokan. Toda la secuencia final está en el punto preciso y con los tiempos justos.

Quizás el único pero que le pongo es lo que sucede con los chicos surfistas liderados por el actor Valenzuela. No sé muy bien qué hacen en la historia ni creo que sean necesarios, lo que se les solicita es tan tirado de los pelos, de hecho todo lo relacionado con ellos no tiene pies ni cabeza.

Sí, también hay algunos diálogos que pueden sonar algo rimbombantes sobre todo lo que habla Sandokan, pero creo que las actuaciones y las situaciones acompañan tanto a la trama que no importa, lo compro.

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Hay un personaje omnipresente, que no se ve, pero es el que está jalando los hilos de los que sí vemos: la Iglesia. Es la Iglesia la que pone la casa de retiro, es la Iglesia la que manda a los curas allá, es la Iglesia la que le da poder al Padre García para tomar decisiones, es la Iglesia la que calla sobre las víctimas, es la Iglesia.

La hermana Mónica defiende como una leona su casa y a sus prisioneros, el Padre García toma un decisión que produce estupor pero, a la vez, es la única solución posible. Casi casi como esa frase de manual sobre los buenos finales: el lector no se lo tiene que ver venir, pero tiene que ser el único final posible.

Salen los créditos y el título de la película El Club resuena en tu mente con asquito.

Larraín nos ha dado una película monumental.

Mónica Heinrich V.

Lo mejor: Jugada e intensa

Lo peor: que se basa en casas de retiro con curas similares

La escena: cuando aparece Sandokan, y la de los perros.

Lo más falsete: todo lo relacionado a los chicos surfistas, y algunos diálogos

El mensaje manifiesto: «El cine es un grito necesario»

El mensaje latente: La Iglesia vive de silencios

El consejo: Para verla YA!!!

El personaje entrañable: Sandokan y Rayo.

El personaje emputante: La Iglesia.

El agradecimiento: porque es necesaria.

CURIOSIDADES

El Sandokan es un personaje basado en la obra “Acceso”, que a su vez se basó en un personaje de la vida real, actualmente se presenta en el Teatro La Memoria de Santiago de Chile.

Ganó el Oso de plata en el Festival de Berlín, siendo superado por el iraní Jafar Panahi y su Taxi Teherán.

Es la apuesta chilena a los Oscar 2015.

La hermana Mónica está interpretada por la ex esposa del director Pablo Larraín: Antonia Zegers, con quien estuvo casado hasta el año pasado.

Dura apenas 98 minutos.

Hace 5 años, el cineasta ve una foto de una casa idílica alemana, con su impecable jardín, vistas armoniosas y un halo de paz y felicidad a su alrededor, y descubre con enorme sorpresa que su propietario es un antiguo cura chileno con un pasado de inculpaciones pedófilas que, a pesar de ella, la disfruta en total impunidad. Y hace dos años Larraín se lanzó a un proyecto teatral, un monólogo de una hora, sobre los diferentes tipos de abusos sexuales. La mezcla de ambas ideas, la imagen de la casa y el texto dramático es el embrión de El Club.

POLEMICA: Después de ganar el Oso de Plata en Berlín, Larraín se topó casualmente en el vuelo de regreso a Chile con  el cardenal Errázuriz , y en ese contexto el cineasta le pidió una fotografía con el premio. Tras tomar la foto, Larraín la subió a su cuenta de Instagram y la tituló «Con orgullo, el líder e inspirador de EL CLUB, abraza su premio». Las redes sociales se volcaron a favor y en contra de la instantánea.

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