Por: Mónica Heinrich V.
A Alejandro Landes lo conocimos cuando se dio el trabajo de seguir de cerca a Evo Morales durante meses. Lo hizo gracias a un encuentro fortuito con…¡Goni! Se lo topó en Miami, después de su caída, en la casa de un amigo de su abuelo. Luego, se lo comentó al periodista Oppenheimer (para quien trabajaba en esa época) y Oppenheimer le encargó buscar al mayor detractor de Goni, Evo. Hicieron una entrevista con ambos y Landes quedó convencido que Evo Morales sería presidente de Bolivia. Tan convencido estaba que dejó su pasantía en Estados Unidos para seguirlo en su ascenso al poder y hacer un documental sobre él. En Cocalero, Landes ya demostraba cierta sensibilidad y un sentido de la oportunidad envidiable. Ya, ya, el acercamiento al perfil de Evo era amable y no trascendía la función de un simple acompañamiento al personaje, pero hubo ciertas escenas que mostraron el tipo de director que podía ser Landes.
Para que puedan echarle un ojo, acá se los dejo.
Después, el cineasta hizo Porfirio (2011) en el que mezclaba la ficción con el documental, dándole pantalla al verdadero Porfirio Ramírez que quedó paralítico al ser herido en un operativo policial. En Porfirio también ya había una dosis de estilo y buen cine. Eso sí, se perdía un poco por el excesivo afán discursivo de Landes y por mantener la historia siempre en la superficie.
Así llegamos a Monos, su último trabajo. Una película que cuenta con el apoyo de nueve países y que ha sido comparada con El Señor de las Moscas y con Apocalypse Now. Palabras mayores.
Monos narra las peripecias de un grupo de niños de la guerrilla colombiana que por órdenes superiores (La Organización) están encargados de mantener cautiva a una gringa monte adentro. Este es el conflicto lacerante de un país, o de cualquier lugar del mundo, visto a través de Pitufo, Perro, Lady, Rambo, Patagrande, BumBum, los chicos que en lugar de una infancia relajada y feliz asumen su papel de soldaditos desideologizados formando una improvisada familia con sus propias reglas.
El primer tramo de Monos es el más coherente con su historia. La responsabilidad por la vaca Shakira, la celebración de dos de ellos por volverse “socios”, la presentación para el espectador de su marca de grupo (el sonido que hacen con la boca y las manos), la visita del Mensajero (Wilson Salazar, en la vida real ex miembro de las FARC), nos trasladan a un mundo litúrgico. Un mundo en el que los niños han dejado de ser niños. O, tal vez no.
Espectacular visualmente, salvaje por momentos, Monos puede verse con mucha admiración en esos primeros minutos. La selva devorando esas infancias mutas, mientras afuera un mundo en apariencia civilizado los ve como menos que animales, no deja de conmover. Landes se sirve de la poderosa mirada de su director de fotografía, un inspirado Jasper Wolf, para llevarte por esos inhóspitos parajes rodeados de nubes comiéndose las montañas o por el no menos rebelde río Samaná.
Quizás las referencias en marketing a El Señor de las Moscas o a Apocalypse Now, le hacen flaco favor al hacer más evidentes sus homenajes y al confirmar que muchos de los tornillos que forman la estructura de esta película ya los conocemos.
SPOILER ALERT
El descontrol de Patagrande, la huida de la gringa, hasta la muerte del Mensajero se ven venir con mucha anticipación. El guion del mismo Landes y de Alexis Do Santos (Glue) comienza a repetirse, a andar en círculos. Aunque seguís queriendo saber qué va a pasar con los Monos, aunque ya les tenés cariño, lástima, y muchas cosas más, algo se va perdiendo en el camino, en ese revoltijo de efectismo que amenaza con devorar la historia. Sentí un sobre-esfuerzo por mostrarte el lado salvaje de estos niños guerrilleros que hasta llegó a deshumanizarlos. A mí se me venían a la mente esas guerrilleras casi adolescentes que fueron parte del MRTA y tomaron la embajada japonesa en Lima Perú a mediados de los 90s, y cómo les gustaba ver la telenovela Marimar y lloraban por las noches porque querían irse a su casa. Landes elige otro camino y sumerge a su grupo de niños, de huérfanos de la vida, en una especie de trip alucinógeno. El peso de la historia se recupera quizás en los últimos 15 minutos cuando Rambo parece encontrar una esperanza y nuevamente la violencia se la arrebata.
FINAL DEL SPOILER
A destacar que las actuaciones, en algunos casos bordeando el límite de la credibilidad, salen airosas ante la belleza y el estilo con el que Landes envuelve esta parábola de la violencia.
Monos sin duda deslumbra por eso, por su forma, por todo el cuidado y estilismo que Landes le ha puesto visualmente, y además, la música de la inglesa Mica Levi acompaña solvente los climas a los que la selva colombiana invita.
Sí, es una película para ver en pantalla grande, para tratar de digerirla desde la butaca. Lástima que Landes termine solo arañando la superficie como en sus anteriores dos trabajos. En todo caso, es una película latina para tomar muy en cuenta y sus últimos minutos tienen la fuerza suficiente para que te descubrás pensando en ella. Y, tal vez, para que besés tu mano una y otra vez, una y otra vez.
Lo mejor: es hermosa en lo visual Lo peor: se diluye a nivel de guion en la mitad aunque recupera al final La escena: a mí me dolió lo de la familia del final Lo más falsete: algunas escenas con la gringa y el trip que no termina nunca El mensaje manifiesto: la violencia engendra violencia el mensaje latente: uno puede ser cómplice de esa violencia sin ejercerla El personaje entrañable: los niños de la guerra El personaje emputante: la guerra El agradecimiento: por la belleza.
CURIOSIDADES
Rambo en realidad es chica, la actriz Sofía Buenaventura le da vida. En el guion era niño pero al final quisieron que el personaje fuese más ambiguo.
La cabeza de chancho que aparece en Monos es un homenaje a la novela El Señor de las Moscas.
Buscó a los protagonistas de su película durante meses. Finalmente, entre unos 800 jóvenes se eligió a 30, con los cuales organizó un campamento en el páramo de Chingaza, al oriente de Bogotá.
La compraron dos horas después de la primera proyección, y se ha distribuido en 30 países.
Wilson Salazar estuvo en las FARC desde los 11 a los 24 años, Landes lo reclutó para asesor en un centro de reinserción de guerrilleros y luego decidió que él hiciera ese personaje: El Mensajero.
Aparte de Moises Arias (Patagrande) y Julianne Nicholson (La gringa), los demás actores son actores naturales, o sea sin ninguna experiencia.
No hubo dobles cuando Rambo, BumBum y Patagrande se lanzan a los rápidos.
La película ha tenido un exitoso recorrido por los festivales del mundo y tiene el apoyo de la misma productora que distribuyó Roma, de Cuarón, en Estados Unidos.
Landes es brasileño de nacimiento, colombiano de corazón, de padre ecuatoriano y madre antioqueña.