CINE: Olvidados
Del olvido al no me acuerdo
por: Mónica Heinrich V.
Hay que reconocer que la historia que Olvidados pretende recrear u homenajear es necesaria, válida, dura y con aristas muy explotables en términos históricos, documentales, cinematográficos, y etcéteras.
Esos aciagos años en los que el Plan Cóndor se campeó por toda Sudamérica son sin duda una vergüenza y una mancha en la historia de todos los países involucrados.
La sangre derramada, los desaparecidos, las torturas, las familias rotas, los hijos robados, no dan como para asumir una postura tibia o comprensiva al respecto.
O sea, no hay tales de discursitos sobre la tolerancia y el buen vivir, aquí murió gente, aquí hay algunos que aún no tienen tumbas sobre las que llorar, aquí se rompió un jarrón y roto está. No hay espacio para las corrección política, y mucho menos para la humanización de los verdugos.
Por eso, el anuncio de la filmación de Olvidados hizo que esperáramos otra cosa, algo similar a lo que menciono arriba, algo equiparable en estatura al título del filme y a lo que evoca.
Desgraciadamente, y para variar, es más la bulla mediática que el resultado, es más la intención que lo que se plasma, es más el alboroto de la alfombra roja que la salida satisfecha de la sala de cine.
Olvidados se queda en un desabrido sancocho de datos picoteados por aquí y por allá con personajes esquemáticos y un mensaje que si somos buenos podemos llamar ingenuo, aunque la palabra que se me viene a golpes y con neón es: tonto.
Y hablo de mensaje porque el cine comunica y comunica siempre, así que pretender que no estés diciendo algo con una cinta que toca un tema tan delicado es absurdo.
La cochabambina Carla Ortiz asume papel de productora y de actriz protagónica y de coguionista de este producto, toma un guión e idea original de Mauricio d´Avis al que le hacen N tratamientos y llama al director mexicano Carlos Bolado para que dirija el rancho.
A estas alturas ya ni dan ganas de saber qué dejaron de la idea original o el papel real de Bolado en la toma de decisiones, como público recibimos lo que recibimos y lo que recibimos fue esto.
El actor mexicano Damian Alcázar interpreta a Jorge, un general que anda en sus últimos días y que lleva a cuestas un secreto. Ese secreto lo atormenta, porque pobrecito, él- que mató y torturó a harta gente- también tiene su corazoncito y sufre pensando en algunas cosas del pasado. Oh, sí.
Su hijo, que ya hizo su vida en Estados Unidos, es llamado al hogar patrio más o menos para darle el último adiós.
Desde el minuto uno o dos nos bombardean de flashbacks trazando un paralelismo entre el Jorge actual y el Jorge del pasado, entre el viejo atormentado y el sádico milico que obedecía a la dictadura de turno, ese milico que conoció a Lucía.
Carla Ortiz interpreta a la ñoña Lucía, que se encuentra embarazada y que se pasa constantemente la mano sobre la barriga para que el espectador sepa que eso es un bebé y no una hinchazón rarita.
Lucía es pareja de un periodista (interpretado por el portugués Carlotto Cotta) que trabaja para Le Monde, que a su vez es amigo de otros zurdos, que a su vez serán arrestados y torturados por el tal Jorge y sus secuaces.
Uno de los grandes problemas de la película es que subestima al espectador y subraya con marcador fosforescente a los personajes, a los diálogos y a las situaciones. Ejemplo: Las escenas de pareja de Lucía y su marido son empalagosas y cursis al extremo casi casi como una telenovela de Televisa, las escenas de tortura son gráficas y con un tratamiento de color que refuerza la idea de que ahí lo están pasando mal, las escenas de camaradería zurda son acompañadas por Silvio Rodríguez, el Solo le pido a Dios, y los respectivos diálogos donde se sientan las bases pseudo-ideológicas de “ese lado”, no faltan los discursos, las frases hechas sobre «el otro lado» (la derecha), y así. Narrativamente hablando no hay nada que rescatar ya que es un guión plagado de lugares comunes.
El montaje es tan errático y sin rumbo como el argumento, escenas de acción son editadas como aspirando a un thriller hollywoodense, pero a diferencia de otras películas que pueden ser referentes del nicho al que Olvidados apunta aquí se siente cierto tufillo amateur.
Como ya dije, queda una especie de sancocho en el que metieron los ingredientes que dicta la receta pero no supieron bien cómo cocinarlos, dejándonos un platillo en el que toda la película se antoja a un telefilme de baja factura o al episodio de una telenovela donde las actuaciones también tienen el molesto marcador fosforescente.
La violencia o lo gráfico de la violencia están tan mal usados que ni siquiera generan una conciencia real del horror. Al tratar la trama de una manera tan superficial, llegás a las escenas de torturas y algunas risas apagadas se escuchan en medio del público.
Centrándonos en lo rescatable, podemos mencionar que no se ve tan chota como las películas bolivianas que han salido en los últimos años, que además se trata de una mega producción, que supuso un reto a nivel arte, vestuario, y cosas así, que muchos bolivianos participaron, que artistas conocidos del extranjero se sumaron al proyecto, que las empresas se pusieron con el auspicio, que fue una de las mejores alfombras rojas (¡!) que he visto, pero todo eso suena a palmadita en la espalda. Nuestro cine ya debe aspirar a salir del premio al esfuerzo, y a mí como público me da cosita resaltar elementos que en películas de otros países ya están dados por sentado.
Por eso es que es tan importante el guión, la historia, y en este caso doblemente importante al tocar una temática sensible y que conlleva responsabilidades en su manejo. Si hacés una campaña en que mencionás frases de Luis Espinal para promocionar la película, me parece que la velada disculpa a los militares está un poco de más. Esto decía Carla Ortiz en una nota antes de la premier:
«Señores del Ejército, los admiro mucho y valoro su trabajo; en mi filme muestro un periodo de la historia donde lamentablemente parte de los protagonistas fueron militares»
Si Olvidados fuera lo que su título promete, si Olvidados fuera lo que los olvidados y las familias de los olvidados merecen, sería la excusa perfecta para exigir fuerte y claro que se diga dónde están los desaparecidos, dónde botaron a esa gente que ahora es usada para publicitar la película, sería un motivo para que en lugar de disculparse con los militares por “cómo se ven en la película” se exija más bien una disculpa pública por las muertes, por las torturas, por el oscuro papel de las Fuerzas Armadas antes y hoy, porque hoy tampoco hay memoria, tampoco hay un mapita que nos diga dónde recoger a nuestros muertos.
Por ahí la explicación está en lo que Ortiz dijo sobre las intenciones del filme:
“ …es una película que pretende hacer una fotografía de ese periodo histórico. No pretendemos tomar una posición, simplemente contar lo que pasó en nuestros países” ,
…
En una premier llena de brillos y lentejuelas, entre agradecimientos y felicitaciones, alguien vaticinaba que Olvidados marcaría un antes y un después del cine boliviano. Al salir a la calle y caminar bajo el manto de la noche cruceña, me quedó la reflexión de que sí, sí tuvo la oportunidad de marcar un antes y un después en el cine boliviano, la tuvo en su temática, en su presupuesto, en sus recursos, pero sencillamente no alcanzó. No alcanzó para tomársela en serio ni como película que no asume posición (como si fuera posible no asumir posición en algo así), ni como cine denuncia, ni siquiera como película comercial que solo aspira a entretener usando un tema duro.
Con Olvidados no pasa nada.
La fotografía que tomaron de ese periodo histórico es una polaroid ajada y fuera de foco, sin otro uso que el de adornar las páginas socialeras y de espectáculos.
Lo mejor: que hay cosas que no se pueden dejar en el olvido
Lo peor: incoherente en su trama, en lo que se dice en la prensa, en lo que pretende y en lo que es. También la humanización del general, esos personajillos tienen un perfil absolutamente carente de remordimientos, son similares al sicario Popeye de Pablo Escóbar.
La escena: el discursito pro tolerancia del personaje Lucía, rozando un razonamiento infantil
Lo más falsete: muchas cosas, pero por resaltar algo la secuencia de Jorge Ortiz no tiene asidero alguno.
El mensaje manifiesto: El cine nacional está en coma
El mensaje latente: No se puede quedar bien con Dios y con el diablo
El consejo: igual vela, alguna conclusión sacarás
El personaje entrañable: los olvidados
El personaje emputante: los verdugos
El agradecimiento: solo por lo que evoca con el título y la temática