El domingo se perdieron un espectaculazo. Hace como 10 años que vi por primera vez al Titiritero de Banfield, un argentino que hace títeres para adultos. La presentación fue dentro del marco del Festival Internacional de Teatro, y en esa época lo vi en el desaparecido “Túnel” (ex Cactus, y ex Capital).
Ni bien lo escuché hablar, mis temores se disiparon y pude disfrutar a pleno un show de primer nivel. Lo único malo (para mí) fue que mi nunca diagnosticada fobia social, me hacía morir del stress cuando Mercurio bajaba del escenario y empezaba a interactuar con el público, porque lo último que deseaba era tener que hablar en público, y menos con un muñeco. Se vivieron momentos de tensión!
Otro personaje simpatiquísimo fue el de la abuela, una vieja que siempre tenía la frase “Beso a la abuelaaaaa”. Ahí trepó al escenario a una espectadora, casada, a la que la “abuela” intentó emparejar con otro espectador, casado también. El personaje se caracteriza por una ternura maternal, pero al mismo tiempo cuestionadora de lo que el nieto le cuenta.
El que se roba el show, y que me hizo pensar seriamente en entrar a su hotel por la noche y robarme al muñeco, es Beto el borracho. Un cague de risa. Sale con su botella de cerveza Paceña con la que entabla una conversación de amor, odio, resignación, acompañados de “SALUUUUUUUUU”, a cada rato y una dinámica, otra vez, con el público. Un público totalmente cautivo, que quería alargar esa experiencia lo máximo posible. Beto representa al borracho amiguero pero solitario, al borracho que hablaba huevadas pero que también puede decir cosas muy profundas, al conquistador que esconde una familia, etc…
Otra faceta de la presentación, incluyó un títere cuyo torso era tamaño natural y se camuflaba con el cuerpo del titiritero. En esta ocasión, el personaje entró a escena acompañado de una música bastante conmovedora, no dijo nada, se paseó entre el público, con supuestas miradas fijas, pero por sí solo, lo dijo todo.
Como parte de algo más conceptual, en un momento Mercurio sacó elementos de distintas formas, con los que creó desde flores hasta una bailarina, bailarina que luego fue acosada por un muñequito dibujado en un guante. Una manera de mostrar la relación entre creador y creación, y la premisa, mencionada durante gran parte de la obra, que los muñecos tienen vida propia.
Así concluyó un espectáculo dotado de esa “magia”, muy difícil de conseguir e imposible de comprar. El mérito de Sergio Mercurio, el titiritero de Banfield es que sabe lo que hace, y su trabajo transita por lugares como el humor, la reflexión, la melancolía y otros vericuetos, que validan del todo su propuesta.
Una propuesta que disfrutamos el domingo, dejándonos una sonrisa, y un maravilloso e imperecedero recuerdo. Gracias al titiritero y a sus amigos por cruzarse en mi nuestro camino.