Ningún hombre es una isla… excepto que algunos sí lo son
Por: Eva Sofía Sánchez
‘Sueños de Trenes’, de Denis Johnson, parece una historia muy simple. De hecho, su lectura es sencilla. Transcurre y fluye. No obstante, tal como sucede con muchas grandes novelas, habla de cosas que jamás menciona. En apenas un centenar de páginas.
Una breve sinopsis resumiría la trama en lo siguiente: Un hombre (Robert Grainier) sufre una tragedia. Tras ella se convierte en hermitaño hasta el día de su muerte.
Sí, no es más que eso (en apariencia).
La novela habla acerca de la soledad y la enmarca en sueños y alucinaciones que el autor no se molesta en aclarar si son ciertos o falsos.
Grainier es un hombre sencillo. Un jornalero que pasa sus días en la construcción de las vías del tren a principios del siglo XX en el Oeste norteamericano. Mucho se ha escrito acerca de este tema. El progreso y la sangre que trae, el papel del hombre común en el desarrollo de una nación, la inhóspita y desgraciada vida de los miserables que sudan en el servicio del comercio.
Es un tema recurrente en la narrativa, por lo tanto la riqueza de un trabajo de este tipo deberá residir en la mano del autor.
La prosa de Johnson es poética. A la vez que no pierde el tiempo en detalles, logra no sólo reflejar el olfato de la vida en el Oeste y sus múltiples personajes (un indio alcohólico, una perra solitaria, una chica-lobo, un chino que podría ser brujo) sino que nos embulle en la historia, nos lleva de la mano, guiados por un lenguaje que, a primera vista parece austero, pero se eleva con imágenes literarias destacables.
Mientras caminaba de regreso a casa bajo la oscuridad creciente, Grainier tuvo la sensación de que se iba topando con el chino por todas partes. El chino en el camino. El chino en el bosque. El chino caminando con pasos suaves, con las manos colgándole de unos brazos que parecían sogas. El chino saliendo con movimientos danzarines del arroyo, como si fuera una araña.
Es una prosa sencilla, pero adecuada para la trama que se narra. No se trata sólo de la historia de un hombre, que de por sí es ya una empresa literaria épica, sino de la ambientación de un momento histórico. Son los años en los que el sueño industrializador se enfrentó al sueño del individuo, en los que las visiones de desarrollo sirvieron como excusa para utilizar la ‘mano de obra’ de pueblos y trabajadores. Esta es la historia de un alma que se vacía mientras a su alrededor la comunidad se llena de progreso.
Por lo tanto, el final de la vida de Greiner sucede en el olvido, como los rostros y apellidos de los héroes que construyen una nación.
Casi todo el mundo de la región conocía a Robert Grainier, pero al fallecer mientras dormía, en algún momento de noviembre de 1968, se quedó muerto en su cabaña durante el resto del otoño, y todo el invierno, y nadie lo echó en falta para nada. Un par de excursionistas hallaron su cadáver en la primavera. Al día siguiente los dos regresaron con un médico, que extendió el certificado de defunción y, turnándose con una pala que encontraron apoyada en la cabaña, los tres cavaron un hoyo en el jardín que es donde yace.
La soledad de Grainier me recuerda al poema de Jhon Donne y pienso que sí, ningún hombre es una isla, todos somos parte de un continente, aunque el anonimato y las tragedias nos lleven a revivir sucesos del pasado una y otra vez, dentro de una pequeña cabaña de madera, al lado de una perra maloliente mientras escuchamos los trenes sobre las rieles y los fantasmas nos visitan durante sueños.
Podés descargar el libro en PDF: Suenos de trenes – Denis Johnson
Buen comentario y excelente resumen José Andrés.
¿Cuántos ermitaños como Grainier viven a nuestro derredor sin que nos demos cuenta?
Estas historias nos hacen sentir la necesidad de estar más despiertos y más atentos a lo que pasa cada día.
¡Muchas gracias! Sí, la novela puede entenderse como una alegoría de la soledad, entre otras cosas. Abrazos