La tristeza de Robin Williams

Por: Sergio Mercurio

Al morir ahorcado de una manera que él mismo había planeado, nadie se paró encima de un pupitre para despedirlo. No hubo nadie para repetir mientras se iba: “Oh Capitan, my capitan”. Robin Wiliams había ya atravesado la frontera del humor hacía mucho tiempo, ya no podía ocultar su tristeza haciendo reír a los otros.

Lejos habían quedado esos personajes como el extraterrestre de Mork & Mindy, o el locutor de Buenos días, Vietnam, Christopher Nolan lo había llamado para coprotagonizar con Al Pacino la película Insomnia tomándolo como un actor serio. Ya cargaba el premio sin apellido, pero, sobre todo, había hecho reír a una cantidad muy grande de seres humanos, su sola presencia había traído alegría.

Lo curioso es que esa felicidad que brindó no pudo, al parecer, modificar su profunda tristeza y eligió morir antes del tiempo en que la enfermedad que padecía, le había asignado.

A finales de la década del 80, Robin Williams interpretó al profesor Keating en La sociedad de los poetas muertos. El guionista había recreado los años 50 y después de muchas idas y venidas los estudios eligieron a Robin Williams como protagónico.

Al estrenarse el film, el profesor de literatura que encarnaba era un modelo de una educación que posiblemente se necesitaba. En la Argentina, había apenas 7 años de democracia y abundaban los profesores como el que en la película enseña Latín y repite “Agrícola, Agrícolis”. Keating era todo lo contrario y algunos que habíamos optado por la docencia, entre los que me incluyo, repetíamos ciertos gestos de Williams con la expectativa de construir una sociedad con poetas vivos.

Para mí, el momento más potente de la película sucede cuando Keating se sube sobre el escritorio y con los zapatos puestos observa el aula desde esa altura, desde allí llama a sus alumnos y los convida a pisar la madera del escritorio con objeto de obtener al menos otro punto de vista.

En su momento ver esa escena me produjo estremecimiento. A finales de los años 80, el mundo necesitaba al menos otro punto de vista, 30 años después eso ya no parece ser necesario. Este mundo que parece tener infinitos puntos de vista, solo deja ver dos. A favor o en contra. No aparece la posibilidad de poner un escritorio y subirse encima para confirmar si no hay algo más sobre el horizonte.

Mi hija pequeña me sorprendió hace unos días con una pregunta “¿Papi, vos viste La sociedad de los poetas muertos?”, me incliné a curiosear su interés. En Instagram, me dijo, habían puesto cinco películas que motivaban a estudiar. Nos reunimos a verla. Tenía, mientras la película de Weir comenzaba, la sensación que el film no podría transitar el tiempo de mi hija. Pero lo hizo. Mientras la emoción me sobrepasaba pude verla secarse las lágrimas.

Treinta años después observo otras cosas. Veo a Williams actuar, encarnar a ese profesor entusiasta, y no puedo dejar de pensar: qué le pasaba mientras actuaba. Hay una escena que lo descubre, es el momento en que Neil, el muchacho que hubiera deseado cambiar el mandato familiar y dedicarse al teatro, es encontrado por Keating. El día anterior el joven, visitó al profesor en su cuarto para contarle que amaba actuar y que sus padres se lo prohibían, entonces Keating le pide que les cuente, que no de por sentado nada, que trate de hablarles. El muchacho está seguro que no van a escucharlo pero Keating parece convencerlo. No hay una escena intermedia que muestre qué cosa hace el muchacho. Al otro día, cuando Keating se le acerca y le pregunta si pudo hablar con sus padres el muchacho le dice que ya lo hizo, se esfuerza por ser convincente Keating asiente e intenta una sonrisa que le queda corta. La mirada tierna y transparente de Williams le ayuda a Keating para ser condescendiente. Peter Weir elige, no sin intuición, que veamos más a Williams actuar lo que siente con respecto al joven. Indudablemente sospechamos que Keating sabía que le estaba mintiendo. Por más que el joven ensaya el mejor de sus gestos alegres, Keating no le ha creído. Ahora que veo la película y sé que Robin Williams está muerto, algo me hace preguntarme si su propia vida no le permitió en ese momento reconocerse en el joven que, igual que él, muchos años después, iba a suicidarse: y que había elegido mentir sobre lo que sentía alegremente. La respuesta puede que sea negativa. Estoy a un paso de afirmarlo tajantemente. Esta afirmación surge de una entrevista que he leído y que protagonizaba al joven tímido. Ethan Hawke tenía 18 años cuando compartió la filmación de La sociedad... protagonizando a Todd Anderson. Al rememorar la filmación Ethan recuerda a Williams como un hombre que irradiaba alegría, que inundaba el set con chistes y ocurrencias, pero no es eso en lo que Williams lo marcó.

Para situarnos en la historia, el profesor Keating les propone a sus alumnos que preparen un poema que deberán leer en voz alta. Para el joven Todd este es el castigo más grande que pueden ofrecerle, el joven es la encarnación de la timidez, Ethan siente la capacidad de hacer el personaje ya que ha estudiado el teatro de Stanislavski y está seguro de estar preparado para internarse en la oscuridad insondable de la timidez humana, sin embargo las intervenciones fuera del guión que hace Wiliams lo perturban, no le permiten tomar el control de su personaje.

En un momento crucial, Keating llama al estudiante a la palestra para que declame, y lo saca del guión, lo mueve, lo perturba, Weir mueve la cámara tras un Williams poseído por el personaje y logra desarmar las estructuras de ese muchacho que no puede decir nada porque todo lo que tiene que decir lo supera. Para quienes observamos la película advertimos que la escena está muy bien lograda. Estamos convencidos que el muchacho fue destrabado por Keating, lo que no sabemos es que Ethan Hawke , el actor, fue destrabado allí por Robin Williams.

Muchos años después, Hawke contaría que esa escena le cambió para siempre su concepción de la actuación, no ya como “la celebración del ego”, sino para dejarse llevar por lo otro, sea esto el personaje o la historia. Son sus palabras estas: “Es algo que he perseguido toda mi vida desde ese día con Robin, es esa manera de perderte a ti mismo. Esa manera de perderse dentro de una historia, una historia que está al servicio de algo mucho más allá de ti. Yo lo sentí en “La sociedad de los poetas”.

Esta confesión nos llena de cuestionamientos a quienes desde algún punto de vista hemos elegido el trabajo artístico. ¿Puede entonces el arte no ser la celebración del ego? Ethan Hawke está seguro de que no. ¿Acaso Robin Williams se perdía también entre sus personajes? ¿Hasta dónde se perdió dentro del profesor Keating? ¿Hasta dónde jugó en el set de filmación junto a una decena de jóvenes que años después continuarían pegados a Hollywood? Podemos preguntarnos algunas cosas más: ¿estaba en el guión original que a la hora de explicar las opciones para interpretar a Shakespeare, Keating imitara a diversos personajes de la historia del cine? La respuesta cae de maduro: No. Fueron participaciones libres de Williams dejándose llevar.

Lo llamativo es que Weir las dejara en la película junto a las reacciones de los actores jóvenes ¿Por qué lo hizo? Lo hizo porque sabía que funcionaba y porque poco importaba si temporalmente imitar a Marlon Brando, haciendo El Padrino era una falla temporal insalvable.

Ver a Williams en La sociedad de los poetas muertos sigue siendo un regalo, incluso en este tiempo, donde la escuela, como institución, parece estar peor que en el tiempo que retrata la película y donde la poesía parece haberse retirado incluso del mundo; tal vez; imagino, esperando un momento propicio para renacer.

El día que Williams murió, y que se supo la noticia de su suicidio Ethan Hawke se recluyó en sí mismo y en soledad repitió el texto que su personaje hizo en La sociedad, es decir, repitió el poema en el que Williams lo hizo perderse de sí mismo y entrar al personaje. Este fue su homenaje.

Coincidentemente, en la película, cuando el profesor Keating es despedido, el personaje de Ethan es quien le confiesa que fueron todos obligados a firmar un documento para despedirlo. Desde la puerta de salida, el profesor Keating sonríe con una profunda tristeza mientras afirma que imaginaba esa situación. Es ahí donde Todd, el muchacho tímido, sin importar que el director del colegio lo cerca, se sube sobre su pupitre para llamarlo con los versos con que el viejo Walt llamó a Lincoln.

¡Oh Capitan! ¡Mi capitán! van diciendo algunos muchachos, mientras Keating observa desde la puerta emocionado y agradecido.

El tiempo ha pasado y, ver la película ayer, me ha hecho recordar a Robin Williams, escribir esto parece ser el modo en que me subo a un pupitre para despedirlo, para decirle gracias por algunas de las emocionantes y vitales cosas que hizo mientras estuvo vivo.

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