Eva Sofía Sánchez Exeni
Escritora y periodista.
17/06/2022
A los fascistas les encanta destruir obras de arte. Pero ellos no saben que una obra de arte jamás podrá ser destruida.
En el segundo capítulo del libro ‘Arte, conocimiento e incertidumbre’, el filósofo, artista y crítico del arte Ramiro Garavito escribe:
“…aquello que hace a un objeto real, en un sentido humano, es que signifique algo: no es las apariencias de las cosas, sino el modo cómo estas afectan nuestras vidas, nuestros pensamientos y nuestras emociones; es el significado de las cosas y sus relaciones lo que constituye la realidad y otorga sentido a todas las cosas visibles” (Ramiro Garavito – Arte, conocimiento e incertidumbre. Fragmentos ininterrumpidos. A Ediciones. 2022. Bolivia).
En otras palabras, las cosas adquieren significado cuando sentimos algo al verlas.
Si aplicamos este razonamiento a la práctica del Arte Contemporáneo podríamos argumentar que la obra de arte no es el ‘objeto’ sino lo que ese objeto ‘provoca’ en el espectador.
Y la gama de emociones es tan amplia como el espíritu humano. Habrá quienes se conmuevan. Para otros tal vez les sea indiferente. Quizá la obra provoque que algunas personas reflexionen acerca de situaciones íntimas. Y no faltarán quienes se sientan ofendidos.
Todo eso está muy bien. Las emociones no se controlan. Simplemente… existen.
Pero a veces (y mucho más seguido de lo que creemos) una obra interpela de tal manera que los ofendidos deciden actuar.
Sucedió en 2009 cuando el artista Roberto Unterladstaetter llevó a la Bienal Nacional de Arte una obra titulada ‘Los bolivianos no entienden’. Se trataba de 3000 afiches de 70cm x 20 cm. La intención del artista era realizar una intervención urbana: pegar los 3 mil afiches en muros, vallas, paredes de la ciudad. No lo logró. Al leer el mensaje del afiche las personas se acercaban, molestas, e interpelaban al artista. Rompían los afiches. Acusaban a Unterladstaetter de ‘extranjero’.
Ocurrió también en 2010 cuando tres obras de la muestra ‘Hombres’ fueron censuradas y retiradas. La exposición se realizó en Manzana Uno y fue gestionada por la fundación IGUALDAD, una institución que vela por los derechos de la población LGBTIQ+. De hecho, las protestas de grupos conservadores iniciaron antes de la apertura de la muestra e incluso lograron retrasar la inauguración. Los artistas censurados fueron Óscar Barbery, Julio Gonzáles y Alfredo Mûller.
Ocurrió una vez más en 2016 cuando un grupo de personas cubrieron con pintura blanca el mural ‘Ave María llena eres de rebeldía’. Mientras censuraban la obra rezaban el ‘Ave María’. El mural fue realizado por el colectivo ‘Mujeres Creando’ en el marco de la IX Bienal Internacional de Arte de Bolivia y, mediante diversas imágenes y textos, criticaba la opresión patriarcal contra la mujer boliviana.
Esos son apenas tres ejemplos de cientos que se podrían recopilar. Y no es algo que suceda solo en Bolivia. El fenómeno es global.
Lo interesante es que no son actos aislados, independientes unos de otros. Hay una tendencia.
¿De qué hablamos realmente cuando se coarta la libertad de expresión argumentando patriotismo, religión y decencia?
Fascismo.
Por eso mismo es que no resulta sorprendente lo ocurrido con la muestra Revolución Orgullo. No sorprende que un grupo de personas haya ingresado a la sala de exposición a expresar su molestia y que hayan intentado destruir ‘El Escudo del Estado Plurisexual de Bolivia’.
Tiraron la obra al piso y se rompió en al menos siete partes. Pero no la destruyeron. En un acto de enorme dignidad, los curadores de la muestra -el colectivo transfeminista La Pesada Subversiva- agarraron las partes y re-colocaron la obra. El escudo retornó a su lugar, pero ya no unificado, sino resquebrajado.
La obra de Unterladstaetter no fue destruida.
La obra de Barbery no fue desaparecida.
El mural de Mujeres Creando no fue cubierto.
El Escudo Plurisexual no fue destruido.
Todas esas obras fueron intervenidas.
He aquí el valor del Escudo Plurisexual: esa obra consiguió lo que pocas obras de arte logran: tocar un nervio, interpelar, reaccionar.
El escudo Plurisexual original, con las banderas de los colectivos LGBTQ+, inmaculado y hermoso, era un ideal.
La obra que ahora tenemos, resquebrajada pero aún impactante, es una fiel representación de la realidad.
Esa obra no fue asesinada. Esa obra vive. Esa obra quedó registrada. Y esa obra trascendió. Esa obra tocó un nervio en el sentir del boliviano promedio.
Recuerden, fachos: la obra no es el objeto. La obra es lo que ustedes sienten al verlo.