Por: Mónica Heinrich V.
20 days in Mariupol / 20 días en Mariupol
Ah, la guerra. La horrible guerra. Cualquier documental sobre guerra siempre debe ser tratado con cautela, como dijo Orwell: ‘La historia la escriben los vencedores’. En el caso de lo que está ocurriendo entre Rusia y Ucrania, todavía no hay un ‘vencedor’ claro, pero las narrativas se siguen construyendo según los intereses de cada bando.
20 días en Mariupol es exactamente eso: el registro de 20 días del asedio ruso a la ciudad ucraniana de Mariupol. El documental está dirigido por Mstyslav Chernov, un fotoperiodista ucraniano que trabaja para AP (Associated Press) y que por su trabajo de cobertura del conflicto ha recibido un Pulitzer. Mstyslav también estuvo en Siria y otras zonas de guerra, y cuando comenzó el asedio a Mariupol, decidió quedarse convirtiéndose en el único miembro de la prensa que no evacuó la zona. Por eso, el documental tiene un valor real como registro, ya que Mariupol termina abandonada a su suerte.
Mstyslav no proporciona ningún contexto sobre lo que estamos viendo. No hay nada para el espectador externo que contribuya a dar peso histórico o de análisis a lo que se muestra en pantalla. Simplemente seguimos a Mstyslav durante esos veinte días por las calles, refugios y hospitales de Mariupol. Su voz en off describe la situación con reflexiones personales sobre la decisión de quedarse, la familia que lo espera, la vida, o con comentarios obvios y redundantes sobre lo que ya vemos en la imagen.
No se nos dice nada sobre la importancia de Mariupol en el conflicto, que es una de las ciudades del Este donde hubo una escalada de enfrentamientos durante años, que el grupo Azov tiene uno de sus principales bastiones allí, que es clave por los puertos y la industria siderúrgica, o que la misma población está dividida entre pro-rusos y anti-rusos.
Para Mstyslav, es más importante seguir los resultados de los bombardeos y llegar justo cuando hay un bebé en una camilla de hospital en paro cardíaco siendo reanimado, o filmar a una mujer embarazada con el vientre abierto. Si bien puede parecer efectista, también es una forma real de mostrar a los espectadores pasivos la violencia que ha traído el conflicto.
Los rusos son presentados como el enemigo, el invasor, pero no los vemos de manera tangible. En algún momento se filman tanques o soldados a lo lejos, pero sus acciones: de dónde salió esta bomba y hacia dónde fue lanzada, no están documentadas. Solo tenemos un registro de las víctimas, de los refugios anti-bomba, de los civiles asustados corriendo o escapando en un éxodo masivo. Nuevamente, es valioso, pero no es un documental que contribuya a esclarecer nada más allá de la premisa: los rusos invadieron Mariupol.
Hay un par de escenas que duran segundos en las que los habitantes de Mariupol se quejan ante la cámara sobre la devastación de la ciudad y sus hogares, y cuestionan: «¿Quién nos ha bombardeado? ¡Digan la verdad! ¿Por qué no cuentan quién nos está bombardeando realmente?» La queja es casi imperceptible, no se comenta ni se investiga, es parte del paisaje de la desesperación. Mstyslav no tiene interés en ese matiz, sea cierto o no.
En Mariupol, al igual que en cualquier conflicto armado, hubo mercenarios. En Mariupol, al igual que en cualquier conflicto armado, intervienen muchos actores y factores. Con esto no estoy negando el hecho factual: los rusos invadieron la ciudad. Sino que en esa invasión ocurrieron muchas cosas más.
Si buscás entender el conflicto en sí mismo o que te ilustren sobre cómo Mariupol llegó a ser tomada por los rusos, este no es tu documental. 20 días en Mariupol sirve solo como testimonio de la devastación de la guerra. Porque independientemente de las fuerzas internas/externas que operen en este tipo de conflictos, la ciudad quedó destruida, los civiles vivieron meses de zozobra en condiciones más que precarias, miles de personas murieron, y muchas han quedado traumatizadas de por vida.
La guerra, siendo la guerra.
Lo mejor: un registro donde no hubo registros Lo peor: enfocado en los resultados visuales de la guerra y no en algo más profundo Lo más falsete: la voz en off que comentaba obviedades La escena: cuando se pone en duda de qué lado vienen las bombas El mensaje manifiesto: la verdad es lo primero que se pierde en un conflicto armado El mensaje latente: cuando las papas quemen nos quedaremos solos porque hay gente que solo quiere ver el mundo arder El personaje entrañable: las víctimas de la guerra El personaje emputante: la manipulación de la guerra El agradecimiento: por la esperanza de que el conflicto termine.
Bobi Wine: The people’s president
Volemos a Uganda. Soy honesta. Sé muy poco de Uganda, pero cuando vi el documental me dieron ganas de tener más información. Estamos ante un documental similar al de Navalny (reseñado ACÁ) cuyo objetivo es más propagandístico y de culto hacia una figura política.
Desconfío de los políticos. De todos. Surjan estos de los barrios más humildes, o surjan de cuna de oro. El político siempre tiene un perfil narcisista, mesiánico, y sus movimientos obedecen a objetivos un tanto diferentes a las palabras: democracia, libertad, bla bla bla.
El documental narra los orígenes de Bobi Wine, un cantante, actor, del gueto ugandés. La figura de Bobi seduce: es joven, tiene un discurso renovador, es talentoso con sus canciones, parece que tiene buenas intenciones, es una figura que fácilmente puede convertirse en una referencia de liderazgo. El antagónico de Bobi es el gobierno de turno, liderado por el presidente Yoweri Museveni quien lleva en el cargo casi 40 años.
Museveni perdió las elecciones en 1980 y formó parte de la insurrección que quería derrocar al entonces presidente Obote (otro golpista). Retirado Obote asume la presidencia Okello y a los meses nuestro amigo Museveni decide que la silla en realidad es suya, da un nuevo golpe y ahí se queda hasta el día de hoy. Bobi surge como el opositor a ese prorroguismo. A Museveni lo veremos poco, solo para justificar la falta de rotación de poder, o para defenderse de los que lo acusan de violar los derechos humanos o amañar las elecciones.
El documental sigue a Bobi durante años. Lo sigue cuando en su rostro había una sonrisa juvenil, y parecía convencido que podría desatornillar a Museveni del poder. Lo sigue cuando lo detienen por primera vez. Cuando según sus denuncias lo torturan. Cuando sale de Uganda hacia Washington para recibir cura a esas torturas. En una escena dice que le inyectaron algo en la sangre que lo ha dejado enfermo. Sin embargo, nunca vemos resultados clínicos de ese envenenamiento, es solo decir “me pusieron algo en la sangre” y nunca probarlo. Vemos mítines, escuchamos canciones, somos testigos de conversaciones familiares, de intentos de asesinato, de nuevas detenciones, de manifestaciones donde muere mucha gente, todo gira en torno a la figura de Bobi como líder de la oposición.
Museveni ha hecho méritos para ser cuestionado tanto nacional, como internacionalmente, se ha atrevido incluso a cortar el internet en temporadas electorales, ha manipulado la constitución para hacer que sus re-elecciones sean posibles y la milicada mete bala sin pena a los opositores. Pero, nuevamente, los escenarios políticos no se mueven solos nunca, ni mucho menos por razones altruistas.
Más allá de eso, hay un factor humano en el documental que conmueve, por más que responda a una estrategia muy bien planeada y ejecutada. A eso se debe su trascendencia. Habrá que estar atentos a Uganda y al destino de Bobi Wine, que en octubre del año pasado fue arrestado una vez más.
Una pena que los directores de este documental, el inglés Christopher Sharb y el ugandés Moses Bwayo, se limiten a seguir a Bobi sin darnos un panorama un poco más profundo. Ni siquiera de Bobi, porque tampoco es que lo conocemos más allá de sus típicas consignas del pueblo, la libertad, la democracia y de su papel como líder. Nunca sabemos qué es lo que pasa realmente por la mente de Bobi, aunque hay un evidente deterioro físico y emocional. Ya no es el muchacho sonriente y confiado del principio.
La política, siendo la política.
Lo mejor: las partes humanas y poner a Uganda en el foco de interés Lo peor: parece un video filmado por el equipo de campaña de Bobi Wine Lo más falsete: cuando se va a Washington a curarse y da quichicientas conferencias de prensa allá La escena: me gustaban las escenas donde veíamos la faceta de cantautor de Bobi y usaba la música para protestar El mensaje manifiesto: si le das más poder al poder, más duro te van a venir a coger El mensaje latente: somos pobres, nos manejan mal El personaje entrañable: el pueblo, siempre el pueblo El personaje emputante: la política El agradecimiento: por el pueblo, siempre le pueblo.