Por: Mónica Heinrich V.
«Este es un pueblo bueno, con gente buena» dicen los feligreses del Padre Thomasz indignados por una decisión que tomó. Y nosotros, que estamos con el ojo pelado desde hace casi una hora de película sabemos que el pueblo bueno con gente buena, no es tan bondadoso. Porque el ser humano tiene más capas que bueno o malo, y a la gente «de bien» le gusta mucho aparentar sus virtudes o magnificarlas.
Eso nos estruja en la cara Corpus Christi, la película polaca dirigida por Jan Komasa.
Es admirable cómo el guionista Mateusz Pacewicz se las ingenia con sus 28 años para escribir una historia tan madura con matices bien planteados y un desarrollo narrativo sencillo a pesar de la complejidad de su trama.
El director también es joven, Jan ha cumplido 39 años, esta es su segunda película y el trabajo que ha logrado junto con el guionista me hace desear ver con mucho entusiasmo The hater, filme en que vuelven a ser dupla creativa y que se encuentra actualmente en post-producción. ¡Quiero verlos de nuevo, muchachos. Quiero verlos!
Sí, Corpus Christi es una excelente carta de presentación. Parte de su embrujo es la comprometida representación que hace Bartosz Bielenia de Daniel/Padre Thomasz. Es ese tipo de personaje cagado por la vida que intenta salir del círculo de miseria en el que ha nacido y del que parece que nunca va a salir. La «gente buena, de pueblos buenos» dirá: de esos que no merecen segundas oportunidades, esos que no merecen ni vivir.
A Daniel lo vemos al inicio cumpliendo su detención juvenil. Está preso por una serie de hechos que no sabremos hasta casi al final, y sí, son de grueso calibre, un pecador con casi todos los pecados mortales encima. Lo derivan a un aserradero de un pequeño pueblito (el de la gente buena, claro) para que el chico no se tope con otro preso que podría cobrar venganza por viejas deudas. Otro más del círculo, pues.
Daniel llega, se mete a la Iglesia, y por x, y o z, la «gente buena» termina creyendo que es un nuevo padrecito, y lo empiezan a tratar con las cortesías y respeto que corresponden al cargo. Ya se sabe, los enviados de Dios tienen su pegue.
Es conmovedor ver cómo Daniel consigue una conexión con la fe a pesar de no ser un cura real, y cómo se las arregla para oficiar las misas e involucrarse en la comunidad desde su supuesta posición de cura.
El pueblo tiene sus propias amarguras, aún no consigue reponerse de la pérdida de seis jóvenes que murieron en un accidente de auto. El choque entre un auto donde viajaban los seis chicos y otro auto conducido por un hombre mayor, es motivo de rencor y actitudes súper desagradables por parte de los dolientes.
Daniel, dentro de su ignorancia y su falta de recursos, intentará interceder para limpiar un poco esas rencillas.
La cámara de Jan siempre está sobre Daniel, durante toda la película no lo abandonamos nunca. El personaje está tan bien construido que a ratos sentía que bordeaba el delirio. Esa continua incertidumbre sobre su destino, ese perpetuo escape del pasado, era muy angustiante.
Corpus Christi se maneja al ritmo necesario para contar una dura historia, una historia llena de silencios, de soledad, de atisbos o ausencia de fe.
Una paleta azulada en su corrección de color, casi celestial, acompaña con mucho arte el periplo de Daniel. Cuando llega al final, a su abrupto y violento final, te quedas como si te hubieran dado una bofetada en la cara.
No hay absolución. En el mundo real, la gente inmersa en esos círculos de miseria siempre tendrá delante suyo la espalda de las personas buenas.
Lo mejor: linda y triste película Lo peor: puede que le sobren algunos segundos y la relación con la chica pienso que no era necesaria La escena: cuando se muestra con el torso desnudo en la misa Lo más falsete: me parece improbable que los que lo enviaron al aserradero no hayan controlado su llegada y estadía; además la relación con la chica, no era necesaria El mensaje manifiesto: las segundas oportunidades a veces están negadas el mensaje latente: la gente buena puede ser muy hipócrita El personaje entrañable: Daniel El personaje emputante: el dueño del aserradero El agradecimiento: porque llega.