EN CARTELERA: Everest
Muchas veces, a lo largo de la vida, escuchás aquello de “Llegar a la cima”. Frase que se usa como metáfora para describir el triunfo, una suerte de mullida almohada color esperanza, un símbolo de realización.
También hemos escuchado lo de “Es mi Everest” para referirse a un asunto que representa un reto. Ejemplo: superar una ruptura, perder una amistad, comerte la hamburguesa más grande de la ciudad, levantarte para ir al gimnasio por las mañanas, bajar 20 kilos, olvidar un rencor, que una persona te caiga bien, conseguir hacer una receta que nunca te sale, vivir sin celular, tapar la tristeza para que deje de ser tristeza, leerte el Ulises de Joyce, mirarte la trilogía de 10 horas de La Condición Humana o llegar a sentir cariño por Michael Bay.
La idea se entiende, todos tenemos un Everest a alcanzar. Importancia más, importancia menos.
Pero existen personitas para las que la frase no es una metáfora, que efectivamente sueñan con alcanzar la cima de la famosa montaña y para ello están dispuestos a pagar la ridícula suma de 65,000 $us..
Everest, la película dirigida por el islandés Baltasar Kormákur, nos habla de eso y de un poquito más.
Hubo un tiempo en que el Everest estaba reservado para los deportistas de más fina estampa. La cima era una codiciada presea que significaba prestigio, y que separaba la paja del heno en cuanto a alpinismo.
En Nepal la montaña es llamada La frente del cielo y en China: Madre del universo.
Nombres, quizás, más acordes a lo que en realidad representa.
El caso es que, como todo en la vida, el Everest se ha ido convirtiendo en un lugar turístico al que la gente con dinero y sueños de trascendencia, alpinistas o no, llega para alcanzar su punto más alto.
Cada uno quiere posar para la foto y ver su banderita ondeando ahí, banderita que luego se pudrirá.
La otrora sagrada montaña se ha llenado de heces humanas, cadáveres de los que no lo consiguieron, tanques de oxígenos vacíos y basura.
El año 1996 tuvo lugar un suceso que se conoció como El desastre del 96 y que se cobró la vida de 14 escaladores y que hasta el año pasado fue el año récord de muertes en esas altitudes.
El filme de Kormákur narra ese suceso centrándose en las condiciones y las situaciones por las que atravesó Rob Hall (guía jefe de expedición) y su equipo.
Para entender el contexto es conveniente decir que el Everest actualmente está loteado por empresas que prometen la llegada a la cima de la misma manera en que podés ofrecer un paseo en canoa en el lago Titicaca o la visita a las aguas danzantes del Parque Urbano.
Ya en mayo del 96 el escenario era lamentable, con cerca de 50 escaladores que conformaban distintos grupos de ascenso, de distintas empresas guías, tratando de llegar a la cima el mismo día.
Esto suponía un peligro y un manejo irresponsable del espacio teniendo en cuenta que en el Everest hay zonas de difícil acceso que no pueden ser abordadas a través de colas de gente cual si fuera un Starbucks. No. En el Everest hay dos cosas cruciales: el tiempo (timing) y el oxígeno.
El mismo Rob Hall (interpretado por Jason Clark) lo sabía y tenía como regla llegar a la cima hasta las 14:00 o sino emprender la retirada. Este protocolo de seguridad resguardaba a sus clientes de algo que se llama la zona de la muerte (7,500 metros), altitud en la que el cuerpo privado de oxígeno comienza a morir lentamente aunque tengás la mejor condición física del mundo.
Lo que quiere decir que la ventana para llegar a la cima del Everest (8,847 m.) es muy pequeña y se debe usar con la mayor prudencia posible.
Everest nos cuenta cómo Rob está a punto de ser papá por primera vez y con su esposa encinta decide encabezar una vez más la subida a la cima. Rob es el propietario de Adventure Consultants y con él subirán 8 clientes que han pagado los 65.000 $us. por el derecho a subir y la guía del experto Rob.
Rob fue un alpinista neozelandés que se cansó de buscar patrocinios y vio que la manera de ganar dinero era como líder de expediciones de gente acomodada que sueñe con escalar las cimas más altas del mundo.
Bajo su mando, 39 personas habían alcanzado la cima sin contratiempos, él mismo había trepado el Everest cinco veces y por eso la cifra de 65.000 $us no corría a potenciales soñadores teniendo opciones más baratas en otras agencias.
Entre los protagonistas tenemos a Doug Hansen (un siempre maravilloso John Hawkes) cartero americano que está intentado la subida después de un fracaso y que no cuenta con dinero suficiente para regresar por tercera vez; también está Beck (Josh Brolin) el testarudo texano que abandonó a su familia por esta aventura para escapar de una nube negra que solo se disipaba cuando escalaba; la japonesa Yazuko Namba (Naoko Mori) a la que solo le restaba escalar el Everest para completar las siete montañas más altas; está Scott Fischer (genial Jake Gyllenhall) el competidor hippie descontraído de Rob, con su empresa Mountain Madness y sus respectivos 8 clientes; tenemos a Michael Groom (Thomas Wright) el segundo al mando de Rob; Jan (Keira Knightley) la esposa embaraza de Rob; Helen (Emily Watson) como la persona de confianza en campamento que ayuda a Rob; el polémico guía Anatoli Boukreev (Ingvar Egger) y muchos otros personajes que componen el microcosmos propiciador del desastre del 96.
El guión escrito por William Nicholson (Nell, Unbroken, Gladiador) y el ganador del Oscar Simon Beaufoy (124 horas, Quiero ser millonario, Los Juegos del Hambre, Full Monthy) funciona en su modesta aspiración: una efectista película de sobrevivencia y acción.
Uno como espectador ajeno a las motivaciones de esas personas, se pregunta por qué, ¿por qué esta gente decide pagar esa cantidad de plata por pasar inclemencias que pueden terminar en la muerte o la amputación de algunas extremidades?
El guión lo acaricia tibiamente cuando el periodista Jon Krakauer que forma parte de los clientes de Rob le pregunta al resto del equipo sobre el porqué escalar la montaña. “Porque está ahí!”, bromean parafraseando a George Mallory, montañista que se sospecha fue el primero que pisó el pico del Everest en 1924, pero que desapareció en el intento hasta que el 2001 encontraron su cuerpo.
Y sí, a uno el argumento le parece poca cosa, y te agarra la estupefacción ante ese prójimo que encuentra adrenalina estando a un resbalón de tumbas de hielo. En la sala se escucha un muy criollo comentario: “Son huevadas!” y sabés que no estás solo en esa desaprobación.
El 3D contribuye a ampliar tu espanto, un espanto que al llegar las escenas de la coronación se convierte en mediano entendimiento y te imaginás que ahí en el techo del mundo, la sensación de llegada debe ser descomunal.
Sobrecogedora.
Algo de esa adrenalina se te traspasa, porque claro, la fotografía de Salvatore Totino te vende la cima, los acantilados, el cielo, las banderas de los que llegaron y nuestros protagonistas que sí, que lo consiguieron.
El embeleso termina y volvés a la realidad, y te acordás que estás viendo un desastre, el desastre del 96 y tu mente grita: “Negligencia Everywhere”.
Rob dice al principio de la película: “A las 14:00 tenemos que bajar” y los pendejos siguen arriba a las 16:00.
«BAJATE ROB, BAJATE!» empezás a gritarle a la pantalla, como si tuvieras un poder divino de cambiar lo que ya está filmado.
El director nos da los indicios de lo que pasó pero no hace ningún juicio de valor, cosa que se agradece y que la separa de películas como Los 33.
La situación es tan terrible que solo podés pensar en la indefensión del ser humano ante la naturaleza.
En la vida real, los sherpas (nativos de las montañas) tienen una vida muy espiritual y creen que la montaña se enoja con los escaladores por algunos motivos. Ese 10 de mayo del 1996, los sherpas se preguntaban cuál era el enojo tan grande de la montaña, por qué dejó caer tanta desgracia.
Everest simplemente se vale de la anécdota para traspasarnos una más que correcta versión de los hechos, entretenida, bellamente filmada, muy bien actuada, y en líneas generales una película lo suficientemente interesante para que llegués a tu casa a googlear a todos y te intentés bajar los libros en los que se basaron para la historia.
Así encontrás Mal de altura, el libro con el que John Krakaure exorcizó sus culpas de ese fatídico día y también Everest, 1996 de Anatoli Boukreev. En el primero, el periodista de la revista Outside describe ese loteamiento de agencias del que hablé al principio de la reseña, hace una revisión al papel de los alpinistas, del gobierno y de los sherpas en la explotación del Everest, revisa la negligencia que derivó en la muerte de sus compañeros y además, la mala toma de decisiones de guías experimentados en momentos que son cruciales; en el segundo, Anatoli intenta lavar la mala imagen que deja el primer libro sobre él, a quien se critica por no llevar oxígeno y por no auxiliar a tiempo a los clientes. A los que les interese les dejo los links de ambos libros:
Mal-De-Altura-Jon-Krakauer-pdf
Lo más cuestionable de la película, para mí, sería el desdibujado papel de Scott Fischer en relación a lo sucedido. Es decir, todos se preguntan qué es de Rob y qué pasará con Rob, pero otro líder de agencia, otro jefe, está en problemas y nadie parece estar al pendiente. Puede que tenga ver con tiempo de pantalla y la necesidad de comprimir la historia para que no resulte muy pesada, pero me pareció que la pérdida de Fischer debió generar igual movimiento que la de Hall.
También creo que el poco protagonismo de los sherpas, reales héroes y elementos imprescindibles a la hora de encarar la montaña, le resta algo de veracidad, pero lo mismo, son tiempos de pantalla. Leyendo los libros mencionados: las batallas entre agencias, los roces entre grupos y otros, los detalles son tantos que no se pueden condensar en una película así nomás.
En la ética real de la montaña, los escaladores/clientes solo anhelan llegar a a la cumbre sin importar cuántos cadáveres se encuentren en el camino o cuántos escaladores aún vivos se topen en malas condiciones, ellos pagaron una alta cifra de dinero y su recompensa es la nevada punta.
Hoy, mientras escribo estas líneas, el japonés Nobukazu Kuriki intentará por SEXTA vez alcanzar su Everest. Ya ha perdido 9 dedos de las manos y lo intenta en una época no muy propicia para hacerlo, encima es el primero en intentarlo después del terremoto ocurrido en Nepal. Todo está en contra, pero Nobukazu a sus 33 años tiene la montaña en la cabeza, como muchos de los que perdieron la vida en mayo de 1996.
Mañana, domingo, se sabrá si la Madre del Universo, la Frente del Cielo, lo devuelve con vida.
Mónica Heinrich V.
Lo mejor: muy bien filmada, bien actuada y entretenidísima.
Lo peor: es solo una película que se vale de la anécdota para vendernos dos horas de adrenalina y acción.
La escena: hay un plano cenital donde uno de los tipos está bordeando un muro con el precipicio de fondo. Otra escena es la de la escalera.
Lo más falsete: el flashback de Beck me hizo algo de ruido. Y como dije la absoluta desaparición de Fischer como personaje casi desde la mitad de la película.
El mensaje manifiesto: los protocolos de seguridad son para cumplirse, no podemos ponernos ñoños y sentimentales
El mensaje latente: si te comportás como un crispín te van a pasar huevadas
El consejo: Vela, está muy bien
El personaje entrañable: la prostituida montaña
El personaje emputante: me emputó Rob…y un poquito me emputaron los cojudos que estaban ahí con familia que sufrirá por ellos si algo les pasa.
El agradecimiento: Bastante ligera a pesar de la temática.
CURIOSIDADES
Keira Knightley filmó sus escenas en seis días.
Anatoli, el rudo guía que no usó oxígeno, moriría un año después escalando el Annapurna.
Lopsang, uno de los sherpas guías que sobrevivió a la tragedia, moriría meses después, en septiembre, en el mismo Everest haciendo de guía de una expedición de japoneses y sepultado por una avalancha.
Christian Bale fue el elegido para hacer el papel de Rob Hall, pero tuvo que declinar para comprometerse a pleno con Exodus.
Beck, sobrevivió pero tuvieron que amputarle uno de los brazos a la altura del codo, los dedos de la otra mano y ambos pies.
Mientras la película se filmaba, sucedió el terremoto en Nepal y el Desastre del 96 perdió el título del suceso más trágico sucedido en el Everest ya que el 2014 perdieron la vida 16 personas, la mayoría sherpas.
Una gran parte de la película fue filmada en las faldas del Everest y en el campamento base verdadero. “Al principio, creo que todos teníamos un poco de miedo de ir a la montaña. Pero cuando fue momento de irnos y regresar al estudio, nos dimos cuenta de lo maravilloso que fue esta experiencia”, platica Josh Brolin. Para el director Baltasar Kormákur, ir al Everest, sentir el frio y estar en la nieve era parte fundamental de su visión y el realismo que quería darle al filme.
El australiano Jason Clarke fue el único actor del reparto que había tenido experiencia en alpinismo previamente, al haber escalado el conocido glaciar Tasman de Nueva Zelanda.
Después de filmar en locación, la película tuvo otras dos grandes sedes: Val Senales un resort de ski en las Dolomitas italianas, y los icónicos estudios Pinewood en Londres. En las Dolomitas, los actores filmaron en condiciones extremas, a 3,300 metros de altura y en temperaturas bajo cero donde “durante 18 horas no podías sentir tus pies ”. En los Pinewood Studios, el cambio fue radical. De estar a merced de los elementos, la nieve fue reemplazada por sal y enormes ventiladores para recrear los vientos de 100km por hora.
Todos los actores tuvieron la oportunidad de hablar con los sobrevivientes o los familiares de los que lamentablemente perdieron la vida.
Jake Gyllenhall casi pierde una oreja durante la filmación. «El único día que decidí no llevar nada para cubrir mi cabeza y casi me congelo la oreja. Fue la cosa más estúpida que he hecho en mi vida», comentó el actor en una entrevista.
A pesar de ser una producción de Hollywood, las estrellas tuvieron no solo que aclimatarse a la altura y a las caminatas, también a la falta de comodidades. El agua se helaba, no había calefacción y usaban mantas eléctricas para dormir. Tampoco había asistentes y cada actor tenía que llevar su propio equipo.Las temperaturas en rodaje llegaron a caer hasta los menos 30 grados centígrados.