Kim Ki-Duk, el niño terrible del cine asiático
Por: Samira Montoya
En su filmografía se distinguen tres rasgos comunes: un discurso elaborado a través de contrastes, la preocupación estética y la necesidad de desenmascarar la violencia presente en las relaciones humanas. Una violencia a veces involuntaria, a veces llevada a la naturalidad por las rutinas que la sostienen.
A través de la coexistencia contradictoria del bien y del mal, de lo hermoso y de lo cruel, el cineasta surcoreano Kim Ki-Duk, desestabiliza a sus personajes en las tensiones que generan estas oposiciones. Generalmente es hacia la mujer que en sus historias se proyectan las posibles formas de violencia. Nuevamente, de la fragilidad femenina y de las furiosas acciones se desprende tal vez incoherencia.
Premiado por la crítica internacional, incomprendido en su Corea natal. En las salas aplaudido por quienes lo admiran y abucheado por los que no aprueban que sus personajes se deslicen de la calma a la perturbación, de la alegría a la ira o de la pena al placer, sin poder ser categorizados en uno u otro registro, en la sombra o en la claridad. Sus relatos cinematográficos se articulan a través del silencio, su lenguaje es el de la imagen, el del símbolo.
En Hierro 3, la película que le permitió llevarse el León de Plata de la Muestra de Venecia al Mejor Director en el 2004 y que recientemente fue galardonada en la última versión del Festival de Cine de San Sebastián con el premio Fipresci, el protagonista no pronuncia ni una sola palabra y la callada existencia de los personajes más vulnerables, se opone a la voz irritada de los más violentos.
En Primavera, verano, otoño, invierno…primavera, se desarrolla un conflicto que también se desprende de una contradicción: las tentaciones humanas que se enfrentan a la autoridad espiritual. Expuesta a través de una serie de metáforas contadas a la manera de una fábula budista, la problemática refleja una profunda preocupación espiritual, y el film se compone con plasticidad y poesía. En un solitario lago, en un templo flotante, un monje instruye a un inocente niño los valores de la vida. La criatura, sin embrago, se desarrolla como un ser cruel, capaz de torturar animales y de cometer el más horrendo crimen.
Samaritana Girl, avalada por un Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín, el 2004, mezcla igualmente en su discurso dos extremos a primara vista incompatibles: Los turbios componentes de la prostitución adolescente con el candor y la ingenuidad de dos colegialas. Conviven así en la composición del film, relaciones morbosas y acciones de sublime moralidad.
Convencido de que “el dolor no desaparece de la vida por el simple hecho de olvidarlo”, Kim hace del sufrimiento el signo transversal de su obra, sus palabras explican la necesidad de mostrarlo y resumen el punto de vista de sus historias en el ejercicio de su cine.