Resignada, reservé entradas, y esperé con ansias el momento. Era el 5 de enero de 2003. Un impresionante teatro (Teatro Victoria) servía de antesala a su presentación en Barcelona. Impresionante, no por sus instalaciones que de hecho eran cuando menos pasables, sino por estar abarrotado de un encendido público, creando un ambiente de mucha intensidad. El espectáculo comenzó y era verdad, Farruquito era el flamenco en su estado más puro. Un flamenco sucio, duro, violento, descarnadamente hermoso, vitoreado, aupado por un público rendido ante su magia. Fueron casi tres horas de ensueño, donde el teatro literalmente tembló entre aplausos, olé, y gritos.
En ese momento, todavía estaba lejano el día en que se descubriría que Farruquito fue el autor del atropello de un peatón en un paso de cebra, provocándole la muerte por omitir socorro y huir del lugar. El caso fue bastante publicitado, me dio mucha pena porque el chico es joven, pero cometió un error lamentable que le costó la vida a otra persona. Se hizo un juicio y se lo condenó a prisión. La prensa literalmente lo linchó, lo tildaron de canalla, hijo de puta y otros. No sin razón, su actitud tampoco ayudó a mejorar su ya maltrecha imagen. Aunque al principio le dieron libertad condicional, tuvo que entrar en prisión como cualquier mortal y cumplir su condena. Esperemos que pague su culpa y su arte siga siendo una bendición en el futuro.
Bueno, después del show de Farruquito quedé en estado de euforia. Lo anecdótico es que como parte del tours pasábamos por París, y yendo en un metro vi la valla que anunciaba un espectáculo de Joaquín Cortes a principios de febrero. Me quedé babeando como estúpida, me puse roja (como es mi estilo), lagrimeé, me atonté, hasta que me dije: «Sos una burra, es tu imaginación». A los dos días vi otro poster pegado en un muro parisino, y ahí me tocó pararme en media calle en trance hipnótico frente al afiche, completamente idiotizada, algo similar a lo que me ocurrió cuando vi el poster que anunciaba el show de Julio Bocca en Santa Cruz, la diferencia es que no tenía celular para llamar a nadie y contarle «la buena nueva», como sucedió con Bocca. No podía creerlo, llevaba años esperando ver a Joaquín. AÑOS. Tuve que hacer de tripas corazón y quedarme un par de semanas más de lo esperado, con todo lo que eso significaba económicamente y con respecto a otros compromisos en Bolivia. No podía dejar de ver a Joaquín. Contaba los días, jodía a todos los que estaban conmigo diciendo que no se iban a arrepentir, que iba a ser la noche de sus vidas, creo que estaba más radiante que mujer encinta.
El momento llegó, recuerdo que me sentía como quinceañera yendo a su primera cita. El teatro, en este caso, era magnífico (Palais Royal de París). La organización impecable, mucho más fría e impersonal que el ambiente familiar respirado en el show de Farruquito. El público no estaba conformado por gitanos y entusiastas seguidores del flamenco, sino por estirados franceses y amantes de la danza en general. Mientras se esperaba, los músicos ensayaban y se veía una pantalla gigante con unas cuantas escenas de Joaquín.
Las luces se apagaron y tuve mi tan soñada primera cita con Joaquín Cortés. Amor a enésima vista. Elegante, bien vestido, acompañado de unos músicos espectaculares, meticulosamente perfecto. Acá entre nos, no pude evitar sentirme algo decepcionada. Comparado con el de Farruquito, el show de Joaquín resultó más académico y estudiado, aunque el gitano se dio mañas para conquistar a un público que no le regalaba ni un «ole». Ya para el final se los había echado al bolsillo a todos, mientras mis acompañantes bostezaban y me decían: «Nada que ver oye, de lejos mejor Farruquito».
Ni siquiera hizo su incursión entre el público que había visto en su DVD millones de veces. Ni respondió al pedido de bis que la platea reclamaba. Lo justifiqué, sin embargo, porque en su último baile me pareció notar que se lastimó la pierna derecha. La primera cita pasó, sentí la tristeza, el comienzo del duelo. Después de todo, había matado una ilusión…
Debo reconocer que fui tan ñoña que lloré, echada en mi almohada de hotel, a las 4 de la madrugada, derramé unas cuantas lágrimas. No ese llanto de fan ridícula…sino una tibia emoción ante la belleza que el arte brinda…y claro, ahora me quedaba buscar otras quimeras.
Se sintió tan a «primera cita» cuando las espectativas son altas y luego como vos dijiste, se mata la ilusión. Espero que con el tiempo hayas encontrado tu quimera… muy buen relato 🙂
MOnica, yo estuve un poco màs cerca de ver a joaquìn cortés, mi bendita señal de cable (A&E) pasò un concierto suyo. La hueva es que querìa algo para toda la vida y aunque no creas encontré un dvd de joaquin en concierto en el mercado la ramada. Lamentablemente el disco estaba cagado y me quedè con las ganas de verlo otra vez. pa en otra.
Carajo. Yo me quedo con el segundo, te comprendo hija, con un ejemplar así, cualquier se pondría a llorar.
María:Sí, es verdad eso de que el ser humano siempre querrá más. Y te cuento que encontré otra quimera y se llama Joaquín Cortés parte II, jejejej. Gracias! Saludos!David:Mirá, si de verdad te interesa, yo tengo el DVD de Live y el VHS de Pasión Gitana, no etndría problema en sacarte una copia, contactate conmigo por el email de la página =) Saludos!Podrida:jajaja sí no? mucho ejemplar. Saludos!