Esa actitud incrédula de terminar de leer la última página y seguir buscando una continuación, un rayo de esperanza, un epílogo que quite la jodida sensación de vacío. Pero no, mis estimados e ilusionados lectores, no. Lo que Coetzee plantea va más allá de cualquier redención.
Cuando compré Desgracia, el título + el diseño de tapa, con el perrito en tan paupérrimas condiciones, me dieron a entender que éste no iba a ser un viaje hacia Oz. Sabiéndolo e intuyendo, con el correr de la lectura, que el golpe bajo iba a ser contundente, seguí leyendo. Fascinada entre el masoquismo y la admiración, llegué a una oscura conclusión: El mundo es una mierda.
El ganador del premio Nobel 2003, sitúa la acción en su país natal, Sudáfrica. Con una prosa desprendida de toda ternura y reflexión, el autor relata las peripecias de David Lurie. Llevando sobre sus espaldas el peso de 52 años, divorciado, profesor y con una demanda por abuso sexual pendiente, la historia transcurre de tal manera que entre idas y venidas, a Lurie se le exige que si desea conservar su lugar de trabajo y no tener problemas con la familia demandante, emita una disculpa por sus reprobables acciones. Nuestro corriente personaje, necio pero determinado, ignora la advertencia y abandona Ciudad del Cabo para visitar a su hija, Lucy. Este hecho puede parecer carente de todo significado, pero lo que Coetzee denota es el cansancio y el hastío de un hombre que ya no espera nada de la vida, cuyos días transcurren más por desidia que por voluntad. Hasta aquí, ustedes se estarán preguntando: “¿Y?” Ese sólo es el contexto, muchachos.
Lo que da el punto de giro a la historia es lo que sucede con Lucy. Pero esperen, todavía hay que darle ambiente al meollo. Como se imaginarán, visitar a Lucy significa trasladarse a la pequeña ciudad de Salem. Como decir: de Santa Cruz a Warnes…claro que salvando las distancias.
Prosígome. En esos interludios podemos ver dos cosas: Lurie es un ser incapaz de tener intimidad real con nadie. Para los despistados: no, no estoy hablando de impotencia sexual. Más bien, tiene que ver con que el individuo es incapaz de relacionarse afectivamente, y, lo peor de todo, él lo sabe. Y dos, como toda ciudad marginal, Salem conserva en ella a la esencia de su zona. Es decir, los conflictos raciales, los códigos de conducta sudafricanos, el lenguaje, la sociedad, encuentran su máxima expresión en el diario vivir de Salem. Lurie se verá confundido y sorprendido ante la violenta metamorfosis que parece vivir su país. Como una especie de cáncer, los nuevos estatutos de vida se han esparcido por la región, pero no se trata de una evolución. Lo que el personaje describe es un mundo apartado de todo convencionalismo donde generalmente prima, creánlo o no, la barbarie. Alguno de ustedes estará imaginándose a un montón de gente viviendo como en la época primitiva, sin embargo, el tema aquí pasa más por la visión, la postura que los personajes tienen frente al ser humano. Una postura desprendida de solidaridad, o de afecto. Una visión, quizás, menos humana.
En este marco es que una tarde cualquiera, tres hombres de color ingresan a la granja que comparte con su hija. Aunque son personas de la zona, irrumpen sin ningún miramiento, golpean a Lurie y violan a Lucy. Lurie, durante el acto de abuso, se encuentra encerrado en el baño, por lo que la violación se vuelve una suposición durante gran parte del libro. Quizás ustedes pensaron que lo duro del relato era la violación, pero lo que hace Coetzee es esconder la violación para el lector, ya que no es narrada, y luego ante el embarazo de Lucy, mantener a los personajes tan desconectados que de ese tema no se hablará abiertamente. Esto se transforma en uno de los puntos más angustiantes del libro.
Cuando uno ya está lo suficientemente golpeado y dolido por todo lo que se ha leído, llega la cereza de la torta. La descripción de las actividades que realiza Lurie en la granja y en la ciudad, se convierten en la analogía perfecta. El profesor ayuda a una amiga de su hija como asistente de una veterinaria. En ella, los animales encuentran generalmente la muerte a través de la eutanasia. Es el final, lo que deja profundamente perturbado. Ese final que, como algunas escenas de la literatura, te marca como un tatuaje. Una sombría conclusión, donde queda claro que Coetzee también piensa que el mundo es una mierda.
El ganador del premio Nobel 2003, sitúa la acción en su país natal, Sudáfrica. Con una prosa desprendida de toda ternura y reflexión, el autor relata las peripecias de David Lurie. Llevando sobre sus espaldas el peso de 52 años, divorciado, profesor y con una demanda por abuso sexual pendiente, la historia transcurre de tal manera que entre idas y venidas, a Lurie se le exige que si desea conservar su lugar de trabajo y no tener problemas con la familia demandante, emita una disculpa por sus reprobables acciones. Nuestro corriente personaje, necio pero determinado, ignora la advertencia y abandona Ciudad del Cabo para visitar a su hija, Lucy. Este hecho puede parecer carente de todo significado, pero lo que Coetzee denota es el cansancio y el hastío de un hombre que ya no espera nada de la vida, cuyos días transcurren más por desidia que por voluntad. Hasta aquí, ustedes se estarán preguntando: “¿Y?” Ese sólo es el contexto, muchachos.
Lo que da el punto de giro a la historia es lo que sucede con Lucy. Pero esperen, todavía hay que darle ambiente al meollo. Como se imaginarán, visitar a Lucy significa trasladarse a la pequeña ciudad de Salem. Como decir: de Santa Cruz a Warnes…claro que salvando las distancias.
Prosígome. En esos interludios podemos ver dos cosas: Lurie es un ser incapaz de tener intimidad real con nadie. Para los despistados: no, no estoy hablando de impotencia sexual. Más bien, tiene que ver con que el individuo es incapaz de relacionarse afectivamente, y, lo peor de todo, él lo sabe. Y dos, como toda ciudad marginal, Salem conserva en ella a la esencia de su zona. Es decir, los conflictos raciales, los códigos de conducta sudafricanos, el lenguaje, la sociedad, encuentran su máxima expresión en el diario vivir de Salem. Lurie se verá confundido y sorprendido ante la violenta metamorfosis que parece vivir su país. Como una especie de cáncer, los nuevos estatutos de vida se han esparcido por la región, pero no se trata de una evolución. Lo que el personaje describe es un mundo apartado de todo convencionalismo donde generalmente prima, creánlo o no, la barbarie. Alguno de ustedes estará imaginándose a un montón de gente viviendo como en la época primitiva, sin embargo, el tema aquí pasa más por la visión, la postura que los personajes tienen frente al ser humano. Una postura desprendida de solidaridad, o de afecto. Una visión, quizás, menos humana.
En este marco es que una tarde cualquiera, tres hombres de color ingresan a la granja que comparte con su hija. Aunque son personas de la zona, irrumpen sin ningún miramiento, golpean a Lurie y violan a Lucy. Lurie, durante el acto de abuso, se encuentra encerrado en el baño, por lo que la violación se vuelve una suposición durante gran parte del libro. Quizás ustedes pensaron que lo duro del relato era la violación, pero lo que hace Coetzee es esconder la violación para el lector, ya que no es narrada, y luego ante el embarazo de Lucy, mantener a los personajes tan desconectados que de ese tema no se hablará abiertamente. Esto se transforma en uno de los puntos más angustiantes del libro.
Cuando uno ya está lo suficientemente golpeado y dolido por todo lo que se ha leído, llega la cereza de la torta. La descripción de las actividades que realiza Lurie en la granja y en la ciudad, se convierten en la analogía perfecta. El profesor ayuda a una amiga de su hija como asistente de una veterinaria. En ella, los animales encuentran generalmente la muerte a través de la eutanasia. Es el final, lo que deja profundamente perturbado. Ese final que, como algunas escenas de la literatura, te marca como un tatuaje. Una sombría conclusión, donde queda claro que Coetzee también piensa que el mundo es una mierda.