CIUDAD: Lo que piensan los monumentos
La imaginación está hecha de convenciones de la memoria.
Si yo no tuviera memoria no podría imaginar
(Jorge Luis Borges)
“Mami, ¿qué está mirando ese hombre?”
La niña que pregunta tiene los ojos entreabiertos. El sol la enceguece. Mira hacia el busto que se erige en la esquina de la plaza. Alrededor, otros padres e hijos salen del colegio con apuro. Es la una de la tarde en Santa Cruz de la Sierra.
“¿Por qué usa gafas si es una estatua?”, consulta una vez más. Su madre la toma de la mano y la lleva hacia el auto. Por sobre el hombro, la niña observa el busto. Trata de descubrir lo que las gafas ocultan. “¿Qué mira ese hombre?” La duda quedará pegada en su mente durante años.
Los alemanes le llaman ‘Denkmal’. En su traducción rígida significa ‘Monumento’. Escrito con las palabras separadas, ‘denk mal’ puede leerse como una interpelación a la mente: ‘¡Piensa!’. Es una genuina descripción de aquello hecho para observar el pasado, rendir homenaje al presente y plantear el futuro.
Los monumentos son la memoria tangible de una sociedad.
Dentro de nuestros anillos conviven alrededor de 60 monumentos escultóricos, arquitectónicos e históricos. Andrés Ibañez levanta la bandera cruceña. El Cacique Chiriguano mira desafiante a los automóviles del segundo anillo y El Cristo Redentor pide calma y paciencia. Ñuflo de Chávez sufre por su enorme capa de pieles de animales. Warnes apunta su espada hacia algún enemigo imaginario.
Algunos descansan en plazas, rodeados de árboles y peatones. Otros se enfrentan al frenesí del tráfico desde las rotondas. Alrededor de ellos la ciudad sigue su caótico ritmo. ¿Quién se detiene a observarlos y escuchar lo que desean recordarnos? ¿Qué es lo que ellos piensan de nosotros?
¿Somos la memoria que ellos imaginaron?
Pensemos en algunos de nuestros monumentos. Gladys Moreno sostiene un micrófono y canta desde la Manzana Uno. La hermosa escultura del artista Juan Bustillos sirve como excusa para fotografías de transeúntes y turistas e inspiración de poetas locales. Todos la recuerdan, pero ¿cuántos realmente conocen su voz? Su último álbum fue editado en 1987 y desde entonces no se han lanzado recopilaciones ni discos conmemorativos.
En 2015 los videastas Roberto Dotti y Claudia Elder realizaron un documental para homenajear a la ‘Embajadora de la Canción Boliviana’. “Las nuevas generaciones no conocen la obra de Gladys. Nuestros hijos no conocían sus canciones”, explicó Dotti en una charla a respecto. La falta de memoria fue el disparador de ese proyecto. El audiovisual titulado “Gladys Moreno, la voz del Alma” se ha visto esporádicamente en TV Culturas y corre el riesgo de quedar guardado en los archivos de alguna videoteca pública. Al parecer el micrófono de su monumento está desenchufado.
Otro de estos monumentos decidió usar gafas. La plaqueta dice: “En justo homenaje al escritor y poeta cruceño Dr. Antonio Landívar Serrate. Su obra y vida literaria perdurarán por siempre”. Es un respetable busto que muestra al escritor usando un terno, corbata, escarapela y gafas que ocultan sus ojos. El poeta vivió 85 años y fue nombrado ‘Hijo Ilustre de Santa Cruz’ y condecorado con el ‘Cóndor de los Andes’. También fue ciego.
En su libro de relatos ‘Láminas para colorear’ nos regaló el cuento titulado ‘La noche que volví a ver’. Allí imagina que la vista vuelve a sus ojos. Es esperanzador y mágico. Una frase de este cuento, sin embargo, retrata la desazón del poeta que ahora está guardado dentro del busto: “¿Cuánto tiempo permanecí allí, postrado y maltrecho, esperando que el maleficio se disipara? Días, meses, años tal vez…” Quizá debiéramos quitarle las gafas al monumento.
Hace recuerdo a Borges, a quien sólo le quedaba su memoria para recordar aquello que sus ojos no podían ver. Frente al busto hay un colegio privado, condominios, una transitada avenida y una plaza para la pasión de los enamorados y el deleite de los deportistas. ¿Así imaginó el poeta el lugar donde colocarían su estatua?
La niña recordará por siempre ese monumento. Lo pensará con intriga y un deseo inexplicable por entender las gafas. Tal vez nadie se lo explique nunca. Ni su madre ni las aulas. Tal vez conozca la verdad al explorar la solitaria biblioteca de un museo de la ciudad. Entenderá, finalmente, que la imaginación necesita de la historia, así como un exceso de historia daña lo imaginado.
Eva Sofía Sánchez