Por: Mónica Heinrich V.
En el día a día todos vivimos situaciones en las que a veces elegimos mirar hacia el costado y “no meternos”. Es más fácil hacerse el opa que sumergirse en problemas ajenos, conflictos de pareja, disputas económicas, peleas de amigos, temas laborales, lo que sea. Se elige el mullido colchón de la comodidad. Uno prefiere no alterar su mundo involucrándose. Pero ¿qué pasa cuando es necesario, realmente necesario, involucrarse, meterse, incomodarse?
Andreas Fontana es un director de cine suizo, con maestría en Literatura Comparada, que encontró el diario de su fallecido abuelo y descubrió que el señor hizo un viaje a la Argentina en 1980, en plena dictadura de Videla. Lo que le llamó la atención es que su abuelo, un funcionario de la banca privada suiza, relató su viaje sin mencionar nunca las condiciones que vivía el país en ese momento. Y, como es de esperarse, Andrea se perturbó.
De ahí surge Azor, su opera prima, una película que transita las calles de Buenos Aires narrando de manera atípica cómo el jailonerío y las esferas de poder vivieron ese amargo periodo histórico: sin involucrase, sin meterse, sin incomodarse.
En Azor, Yvan (Fabrizio Rongioni) es un banquero suizo que llega a Buenos Aires para reemplazar a su socio, el enigmático y desaparecido Keys (Alain Gegenschatz). Keys es una figura omnipresente en toda la película. Algunos hablan a favor de él, otros dan a entender que a Keys se le habían soltado algunos tornillos. Yvan parece poco inclinado a averiguar realmente qué pasó con su colega, su labor es más bien pastorear a los clientes del banco y asegurarse que en medio de la crisis de la dictadura sigan siendo sus clientes. Al final, es un tema de plata. Yvan se reúne con distintos personajes acaudalados que también están viviendo en su propio mundo. Casi 10,000 desparecidos, unos 45,000 secuestros, niños robados, bienes confiscados, y un sector de la sociedad seguía piscineando, yendo al club hípico y haciendo fiestas.
Es esa mirada fría y despiadada lo que hace que la película de Fontana termine metiéndose dentro de tu piel y del corazón.
Azor casi no menciona el tema de los milicos como “tema”, en algún momento Yvan va al Club de Armas, se relaciona y comparte con ministros y milicos ficcionales/noficcionales que mientras beben un whisky venden las compañías del Estado al mejor postor. Quizás lo más panfletario será cuando va al club hípico y uno de los personajes dice con pesar: No se conforman solo con las personas, se están llevando hasta los caballos.
La película que también escribe Fontana y co-escribe Mariano Llinás (a quien descubrimos en Historias Extraordinarias) es sutil, te envuelve con escenas que parecen repetirse y que algunos espectadores encontrarán aburridas o pretenciosas. A mí, el mundo que propone Fontana me inquietaba, me generaba angustia, su cámara más bien convencional (fotografía del rumano Gabriel Sandru) con una música más bien no convencional (del compositor Paul Corlet), crean una atmósfera opresiva, rara, diferente.
Otra cosa a destacar es cómo Fontana presenta a este personaje (Yvan) como un personaje que también tiene sus conflictos o sus propias expectativas sobre sus funciones. No es un villano en toda regla. Es alguien que fue a cumplir un trabajo y que, sobre todo al final, se da cuenta del gran negocio que puede llevarse si solo cierra la boca y facilita las cosas.
Además de un casting de actores profesionales, Azor también cuenta con actores naturales: banqueros, hacendados, etc., en un intento de darle mayor realismo a la historia y que la fama de algún actor no se interponga en la mente del espectador recordando a otro personaje interpretado.
Fontana dirige con mucha elegancia este su debut cinematográfico. Desde la escena inicial, única en la que veremos al esquivo y siempre recordado Keys, hasta esa escena con la que cierra, queda clara su vocación narrativa, su gran pulso como director.
No necesita apuntar contra Videla, contra los milicos, o rememorar a los desaparecidos. No necesita hacer una apología contra la violencia, ni un discurso sobre los derechos humanos. No necesita nada de eso.
En Azor que echa un vistazo a la Buenos Aires de 1980 podemos ver cualquier conflicto actual, cualquier crisis, siempre aparecerá la banca privada tratando de resguardar el dinero del poder y al poder tratando de salvar o multiplicar los quintos.
Y no solo eso, también estarán aquellos que mientras eso y otras cosas más suceden, no se involucrarán, no se meterán, no se incomodarán.
Pase lo que pase.
Lo mejor: Tiene personalidad y garra Lo peor: a cierto público le puede parecer redundante y/o aburrida Lo más falsete: la secuencia con el cura El mensaje manifiesto: Plata es plata El mensaje latente: si te hacés el opa podés beneficiarte La escena: las del Club de Armas y las de la hacienda del señor al que se le despareció la hija El personaje entrañable: los desaparecidos, siempre El personaje emputante: el mullido colchón de la comodidad El agradecimiento: porque de la historia se puede aprender.