Mónica Heinrich V.
Me gusta el cine rumano. Me gusta su sencillez, su desapego a las fórmulas comerciales, su partir de una cosa mínima y abrir un abanico de historias sin que ni siquiera te des cuenta.
También me gusta lo que el cine rumano te/me hace sentir.
Adrián (Adrián Purcarescu) se decide a visitar a su vecino Costi (Toma Cuzin) y le pide prestado dinero. Adrián está a punto de perder la casa familiar y dice que necesita 800 euros. Costi, que parece un tipo muy ducho con las matemáticas, empieza a sacar las cuentas de cómo el vecino llegó a esa situación. Finalmente, rechaza el pedido porque él mismo se encuentra ajustado. La crisis de la Cenicienta de Europa no es ajena a nadie.
La escena puede resultar chocante por el absurdo y por la charla en sí misma, pero estos rumanos se las ingenian para que se entre en la convención de que “puede suceder”.
Adrián se va, pero al rato regresa. Le cuenta a Costi que en realidad necesita la plata para buscar un tesoro, siendo más precisos: para pagar el detector de metales. Aparentemente, su abuelo escondió algo en la casa familiar antes que los comunistas tomaran el país.
¿Cómo lo sabe? Porque el abuelo le susurró antes de morir: Cuida la casa.
La casa resulta ser otro personaje más. Ella ha sido testigo de los cambios políticos en Rumania: fue tomada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, luego recuperada, luego alquilada con infinidad de usos (bares, farmacias, etc..). Así se alza misteriosa, con un vasto jardín que contiene la posibilidad de un futuro económico para ambos personajes.
En el cine comercial esta historia se manejaría de otra manera: o más onda suspenso, o más onda estrafalaria. El director y guionista, Corneliu Porumboio, se va por el lado simple de la vida. Plantea el conflicto (la búsqueda del tesoro) y sus personajes (dos adultos profesionales y educados) hacen lo posible por solucionarlo en un tempo tranquilo y mesurado.
La búsqueda del tesoro es solamente una excusa para contarnos cómo está la Rumania que sobrevivió a Ceaucescu.
Todo es patético y triste y cómico y absurdo.
La primera parte está destinada a conseguir el detector de metales, mientras que la segunda seguimos a nuestros personajes para descubrir junto a ellos si el dichoso tesoro existe o no. Planos fijos, silencios, tiempo muerto, son parte de la visión del director.
Como se basa en un hecho real, Rumania tiene leyes que tipifican lo que encontrás como “tesoro” y lo que debés hacer en caso de tener éxito en la búsqueda. Así que los protagonistas tendrán ciertos obstáculos con la misión.
Un poco de realismo social y otro poco de realismo burócratico, hacen de El Tesoro una experiencia en la que tenés un filme con cierta ingenuidad y límpida mirada que en realidad escarba en el oscuro pasado rumano.
Su final, acorde a los personajes decentes y patéticos que retrata, encierra una paradoja. Porumboio cierra su peculiar fábula como si fuera un bonito cuento de hadas.
Nuevamente, el cierre ingenuo esconde más miseria de lo que parece.
Lo mejor: una historia simpática contada con sensibilidad Lo peor: no destaca del todo, y no es una película que todos podrán ver con paciencia La escena: toda la secuencia de la detectada y la cavada Lo más falsete: algunos diálogos didácticos onda: ¿Te acordás que en 1985 Ceausescu se tiró un pedo y pasó tal cosa? El mensaje manifiesto: Las revoluciones no revolucionan El mensaje latente: No todo se trata de dinero El consejo: no te cambiará la vida ni te hará lanzar cohetes pero si tenés la paciencia para verla, es una linda película El personaje entrañable: el tesoro El personaje emputante: la desesperación El agradecimiento: por la austeridad.